De paso por Rosario para presentar el primer libro de Editorial Club, el dibujante Andrés Alberto se adentra en su obra, repasando su viaje autodidacta de humor y absurdismo.
Se puede escribir mucho sobre Andrés Farías, alias Andrés Alberto, también conocido como El Andrés Alberto. Nacido en Bahía Blanca en 1986 para luego relocalizarse en Montevideo, Uruguay. Ahora mismo, sin embargo, está en Rosario, tomando cerveza y tirando chistes.
Tiene el pelo muy largo, echando por tierra las pocas fotos públicas que se le conocen en una carrera donde supo cultivar el bajo perfil. Al conversar, siempre en tono amable, despliega una verba cansina que arroja ocurrencias inmediatas. Si se complica reconocerlo al contrastarlo con esas fotos algo viejas, sus salidas espontáneas dejan saber que estamos en presencia del Andrés Alberto correcto.
Farías es un emergente de la escuela de Letras que nunca llegó a recibirse. A través de los años, los pasillos de la Universidad Nacional del Sur fueron testigos de varias fugas efectivas y regresos convincentes del Farías estudiante. También es un amante de la cocina y un gestor cultural avanzado. Es que tiene muchas “facetas”. Las comillas, tiene que ser literales y escritas, según pide.
Entre colaboraciones en revistas de Argentina y Uruguay, fanzines tangibles y tiras digitales que se expanden desde la época del blogspot hasta Facebook para terminar en Instagram, su producción se corre de la descripción fácil. Libros como La dura vida, Adiós mundo cruel y Todo esto será tuyo (los tres publicados por Galería Editorial) son tanto puerta de acceso a su obra como ancla de algo que sigue flotando y creciendo de forma constante. El suyo es un universo en constante expasión.
Un porcentaje importante de las tiras de Andrés Alberto oscilan entre el nonsense, el absurdo y algo que podríamos apuntar como toda esa información que no sabía que necesitaba para seguir viviendo y que, aunque nunca jamás pedí conocerla, estoy agradecido de haberme topado con este dibujo delirante que me iluminó. En esos procesos de teorización que el dibujante lleva adelante de manera asidua, es capaz de imaginarse la evolución irrefrenable del concepto selfi y sus múltiples acepciones lingüísticas, o de elucubrar los diversos métodos que utilizó Hitler para pasar desapercibido en la Argentina.
El historial del dibujante comenzó a mediados de los 2000 para nunca detenerse. En la actualidad, Andrés Alberto sigue adelante, aunque sus roles se fueron ampliando. Dibujante, gestor cultural, editor. Cocinero, no nos olvidemos.
En una tradicional esquina de número bajo de avenida Pellegrini, Andrés Alberto comparte una cerveza siestera con su socio, el poeta uruguayo Gonzalo Ledesma. El año pasado fundaron Editorial Club en Montevideo para emprender una aventura que ahora los trae a Rosario, para presentar Freelance de Feli Punch, el primer libro que publicaron de forma oficial.
“Tratá de poner algo lindo porque no estoy respondiendo a la altura de las circunstancias”, dispara sonriendo mientras mirá el piso, cuando la nota se va terminando. Sí, puede escribirse mucho acerca de Andrés Alberto. La cuestión es decidir por cuál Andrés Alberto comenzar.
Farías empezó a dibujar en 2006. Es un autodidacta que se lanzó, Bic en mano, buscando algo diferente. Ese comienzo tomó lugar en un momento que había dejado la carrera de Letras. Tenía algunos años metidos, pero precisaba otra cosa. Con la birome, un papel cualquiera y un deseo hambriento, arrancó. En octubre de 2006 llegó Andrés Alberto y su blog Revista Pis.
Mirando atrás, no le cuesta demasiado recordar cómo era su vida antes de dibujar: era un estudiante aplicado. Bien nerd, dice. Promocionaba materias y seguía adelante con el plan de estudios. De todas formas, eso de dejar y volver a Letras se repitió en loop, cuenta.
Hubo un tiempo cuando el estudiante activo convivió con el dibujante bloguero. Esa química fue fundamental para cementar parte de un universo recurrente en la literatura universal. Según explica: “cuando volví a estudiar letras, hice mucha historieta con (Filippo Tommaso) Marinetti, el futurista. También apareció Borges, que después seguí haciendo siempre con él presente. Era más nerd de Letras. Después lo solté un poco, creo. Ponele que me torné a la vida. Me volví, no sé, más abierto”.
Ser autodidacta puede ser una virtud. Desde su primer esfuerzo Andrés Alberto se hizo fuerte manteniendo esa certeza. El desparpajo puede resultar liberador cuando no se está condicionado por tanta técnica académica o hasta profesional. De esa forma, siempre tuvo viento a favor, por eso las tiras y cuadros de su blog resultaron tan refrescantes como alejadas del deber ser del oficio formal.
Durante el encuentro con Farías aparece una constante que suena a compromiso cotidiano consigo mismo: trata de dibujar cada vez mejor. Mientras esa apuesta sigue adelante, sus creaciones mantienen el nivel de calidez de siempre. Esa calidez -una cualidad que escasea y que no se compra ni aprende- marca una diferencia desde el vamos. Quizás esté intrínsecamente unida a la virtud de ser autodidacta. Tal vez esté relacionada a la espontaneidad del autor. Lo cierto es que esa calidez logra una llegada que trasciende al público: no pasa por la masividad ni un punch viral, se trata de haberse convertido en un referente en una era digital demasiado obsesionada con la influencia egocéntrica y el vértigo resultante de estar adiestrados por el capricho-ley de los algoritmos. En ese sentido, Andrés Alberto no parece haber resignado nunca la cercanía de comunidad que se generó años atrás desde la blogosfera.
Al autor le gusta la idea de calidez en sus tiras. Puede que esa observación le interese porque hace referencia a la humanidad de su trabajo. Más que una bibliografía, tantos años de publicar tienen como resultado un revuelto de emociones que condensan, sobre todo, un humanismo a flor de piel. De todos modos, vayamos por parte.
“Creo que los dibujos son graciosos en sí, o que dibujar mal puede ser como tener una cara graciosa, ya vas ganando de antemano. Puede venir por ahí. No creo que haya un mérito en dibujar mal. Yo intento dibujar mejor siempre”, afirma.
“Es liberador entender que no soy un ilustrador. Siento que vengo de otro palo, el de las Letras. Cuando alguien se encariña conmigo es muy lindo. Lo agradezco. Por ahí pasa que me proponen dibujar la tapa de un libro o disco. Son invitaciones muy específicas. Nunca dejan de sorprenderme”, comparte.
De la comunidad de lectores y lectoras que se fue generando alrededor de su trabajo, en la última década fueron emergiendo voces que citan a Andrés Alberto como referente, favorito o influencia. Las palabras amables llegaron desde diversos ámbitos y generaciones, tal es el caso de Esteban Podetti o Martín Garabal, entre otros. Esas manifestaciones de respeto y admiración son bienvenidas por el nativo de Bahía Blanca. Sin embargo, mientras que acepta con cariño la cordialidad de sus colegas, inmediatamente mete distancia con la idea de referente. Por un lado, le queda grande, enorme, dice. Por el otro, resulta extraño, demasiado para su gusto: “se siente como algo de autoridad. No siento eso. Pero sí me siento aceptado. Quizás porque uno se entera más cuando caés bien que cuando caés mal. Sin ser un dibujante técnico, ni siquiera en un estilo humorístico, de repente recibo comentarios positivos de tipos que admiro. Me sorprende, sin dudas, pero me gusta”.
Las primeras reacciones -en forma de risas-para la obra de Andrés Alberto llegaron a través de su blog Revista Pis, donde publicó desde 2006 a 2017, y que tuvo una despedida-cierre formal agradeciendo la compañía de años, anunciando que continuaría su trabajo en sus respectivas cuentas en Facebook, Instagram y Twitter.
Los primeros conversos hacia su trabajo llegaron alrededor de Revista Pis y esa pequeña comunidad. Allí aparecen, además, los primeros guiños recurrentes de su obra: la literatura, la historia, los OVNIs, la muerte, además de una cantidad de tótems atravesados por el nonsense y el absurdo.
Aquellas primeras entradas también evidencian el proceso evolutivo de Andrés Alberto. El pibe de letras que además dibuja va dando paso al dibujante más certero que se va desprendiendo de las palabras, dejando atrás la literalidad y la verborragia a medida que su neurosis logra flotar con mayor libertad de acuerdo a la confianza que va ganando.
Durante esos primeros años, el dibujante incipiente logró encontrar su propia forma para eventualmente levantar vuelo y estirar sus alas en la comodidad de la blogosfera, por entonces un espacio ideal para descubrir nuevas voces y seguir de cerca la evolución de propuestas jóvenes corridas del mainstream. Sin atender más que a su propia necesidad, aquel Andrés Alberto se ocupaaba de indagar en sus propias obsesiones mientras nos dejaba saber que con cada tira iba mejorando.
“A veces tengo una pequeña nostalgia del blog”, comenta sobre aquel periodo. “El blog era más parecido a una revista en la compu. Además, un blog te permitía poner imágenes mucho más grandes que Instagram, por ejemplo. No tenía que adecuar tanto el contenido al formato de la red social”, observa. “Sí hay que reconocer que se trataba de una cosa más de nicho: se trataba de una comunidad pequeña. En las redes sociales está más todo el mundo. La cosa sería ver cómo iba a evolucionar el blog”, concluye.
En la actualidad, Andrés Alberto habita las redes sociales siendo dueño de sus tiempos. Más que correr detrás del algoritmo semestral o apostar a fórmulas que aseguren likes o nuevos seguidores prefiere seguir haciendo la suya. “No me gusta mucho la obligación de crear contenido porque tengo que alimentar al algoritmo. No me hace falta estar ametrallando”, señala.
“Si paso demasiado tiempo sin publicar nada, trato de meter alguna como para dar presente. Por suerte, tengo mucho material. Tengo tres cosas aseguradas: todos los meses tengo una página en la revista Lento. Una página de Gigante, una revista para chicos, que es lo contrario de Instagram: una página de diario completa donde hago lo que quiero. Por otro lado, una tira para Buena Prensa”, explica mientras va terminando su vaso de cerveza, con algo de espuma.
Ledesma y Farías fundaron Editorial Club el año pasado en Montevideo, Uruguay. La aventura comenzó luego de una inversión conjunta que, paulatinamente, empieza a marchar sola, apuntalada por constancia y un catálogo que denota identidad.
Desde que iniciaron su camino en agosto de 2021 con Freelance de Feli Punch, la editorial lleva publicados cinco títulos, manteniendo una presencia de novedades que se va expandiendo a través de librerías especializadas. El catálogo de Editorial Club se completa con El Oso de Diego Recoba, La mujer gorda de Jimena Márquez, Lumbre de Troche y Ventanitas del mismo Andrés Alberto.
“Se trata de un ritmo que está bastante bien para una editorial independiente y chica”, apunta Andrés Alberto, liquidando su vaso de cerveza.
“Somos bien lúdicos. Como la editorial se llama Club hay un libro de actas, donde la gente se asocia, entrega de carnet mediante”, cuenta Ledesma. “De tener un carnet te haríamos socio ahora mismo”, propone, para luego pedir los datos correspondientes y entusiasmarse con una camada de afiliados rosarinos.
Además de las actividades propias de una editorial, Club se encarga de generar otras formas de encuentro para acercarse con la gente, proponiendo una dinámica más cercana. De esa forma, organizan lecturas y presentaciones, compartiendo con sus lectores, siempre posibilitando la horizontalidad. “Hacemos sorteos, juego e involucramos a la gente. Buscamos que sea un club social”, explica Ledesma. “Ser socio es gratis y puede que haya algún sorteo, de vez en cuando. Lo que sí, vamos generando eventos, acercando a la gente y socios. Puede ser una lectura de poesía, por ejemplo. Pero también compartir una cerveza entre todo eso. La cosa es lúdica, siempre. Buscamos involucrar a la gente alrededor de la editorial. De repente, en un evento, quien cocina es socio, igual que quien oficia de DJ”.
Con Editorial Club haciendo su camino, Andrés Alberto puede organizar la agenda para cumplir con sus múltiples roles. Por ahora queda tiempo para hacer un poco de todo, especialmente lo que más le gusta: dibujar.
Las ideas para sus dibujos aparecen de varias maneras. No existe ningún método de eficacia asegurada, dice. Salir a caminar siempre ayuda. Para sentarse frente al papel es mejor salir a pasear un rato. Entonces sí, ahí se entrega. “Como que voy masticando la ansiedad en esas caminatas. Me sale más andar pensando en silencio”, indica.
Le cuesta mucho quedarse quieto y en soledad en su casa. Cuando está solo pone música o algún partido. Si no puede hacer eso, prefiere moverse, caminar, irse a otro lado. Sale en busca de algo que no sabe precisamente qué es. Lo encuentra dando vueltas. “No soy nada zen, para nada. No sé si me sale ser contemplativo”, añade.
Cuando sale a caminar se zambulle en aquello que lo rodea. Así van apareciendo situaciones ajenas que llegan de voces desconocidas. Parando la oreja, anota cuando algo le resulta interesante. Tiene un grupo de WhatsApp consigo mismo donde anota lo que aparece. Ese grupo se llama Mismo. “Creo que son cosas que hace todo el mundo, pero yo robo con que soy dibujante y disparo desde ahí. Siento que escucho algo, lo tomo y diversifico para otro lado”, admite.
Reír es uno de los principales actos de subversión cuando la realidad pinta complicada. Tal es el caso del planeta tierra en 2022, mientras se escriben estas líneas. Entendiendo que quizás no haya demasiadas razones para tener una mirada esperanzadora sobre el futuro, el humor puede ser una virtud que permita perspectiva, ayudando a relativizar temores y realidades de un presente complejo. Entre tanto, Andrés Alberto sigue adelante dibujando para generar risas valiosas.
A través de sus historias hay pesares existenciales filtrados – la muerte, la futilidad de la existencia, la ética amenazada- por su mirada particular que, si bien admiten altas dosis de nonsense, principalmente irradian cierto absurdismo. En ese tenor, que puede sonar tan enorme e intimidante, el bahiense tiene los pies sobre la tierra: nunca se toma nada demasiado en serio. Podríamos afirmar que, si para Albert Camus el único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio, para Andrés Alberto, el único problema grave sería no bromear sobre vida, muerte y existencia. Para Andrés la figura de Kurt Vonnegut aparece como un norte omnipresente hacia donde mirar mientras todo se oscurece. Vonnegut, otro absurdista como los previamente mencionados Albertos, explora los interrogantes existencialistas así como también se atreve a indagar el libre albedrío, la apatía y el violento sinsentido capitalista del último siglo. Del escritor norteamericano, Andrés Alberto parece haber aprendido los tonos justos de optimismo y aceptación del absurdo cotidiano, demostrando que, junto a la reflexión y la crítica, la risa funciona como refugio de resistencia y de rebeldía constructiva. Mediante sus tiras o cuadros, Andrés Alberto deja en claro que la irreverencia puede ser una herramienta constructiva, aún en porciones dosificadas.
“No hago eso a propósito”, aclara el proto tocayo de Camus. “No vivo el absurdo con felicidad, pero puede ser. Te dejo la puerta abierta. Sí creo que es importante divertirse. Trato de buscar el humor, siempre. No intento enseñar sobre la vida y dejar una visión del mundo, trato de reírme y que se ría alguien más”, explica. “Yo soy muy fan de Vonnegut. Soy de prestar mucho sus libros, quiero que lo lean. Muchas veces discuto con la gente que piensa que Vonnegut es más oscuro y pesimista. Yo creo que es más optimista, relativiza mucho, entendiendo que hay que saber disfrutar”, agrega, sirviendo en los vasos lo que resta de la botella de cerveza.
Sobre el final, Andrés Alberto apunta que nunca leyó a Camus y que maneja poco sobre él. Al mismo tiempo, nunca sabe cuál es la pronunciación correcta: Camíu, Camús, Cámus, Camiúss. Elige la tercera y se explaya: “Cámus me suena a obra social. Che, recién vengo de Cámus, me tuvieron dos horas esperando y al final me pidieron un certificado”.
Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph