En su primera visita oficial a Rosario, Dum Chica entregó un poderoso show que augura el comienzo de un romance con el público local. Ademas del trío porteño, la noche se completó con Bubis Vayins y los DJ sets de Vrutalista y Laurita Gosh.
Cuando Dum Chica toma el escenario de Distrito 7, en la calle una tormenta borraba el calor veraniego del viernes para imponer un sábado frío, tormenta de viento mediante. Mientras que afuera la temperatura descendía rápidamente, adentro del centro cultural de calle Ovidio Lagos, el calor se mantuvo vivo gracias a un show de entrega física y música de ritmo frenético.
La banda porteña maneja un arma de doble filo cuando sale a enfrentar al público: es la primera vez que tocan en Rosario y el efecto sorpresa le juega a favor. Al mismo tiempo, se trata de una propuesta tan reciente que apenas tiene un único sencillo publicado. De esa forma, la apuesta se redobla. Mientras que esos detalles están a favor, también pueden resultarles en contra, puesto que se trata de algo atípico en los tiempos que corremos: generalmente la información está servida y deglutida de antemano, con el material disponible en varias plataformas y otros contenidos complementarios en redes. Dum Chica, no obstante, parece moverse en una dinámica propia, algo alejada del resto de la manada. En esa velocidad personal es donde reside la magia para hacer de este primer asalto rosarino una vinculación que pueda sembrar futuro y emociones venideras.
La primera canción que tocan es « Ey Ey», seguida de inmediato por «Veneno», «Nuevo ston» y «Hooky ». Juana es dueña de las cuatro cuerdas. Ocupando su lugar con autoridad, su bajo es suficiente para electrizar todo el recinto y potenciar la corriente de Lucy como frontwoman. Juana, portando remera amarilla de Black Flag y fumando con actitud quién te conoce, hace pensar que la guitarra es un instrumento pasado de moda y que no precisa de ninguna para rockear de manera hipnótica o para atacar directo a la yugular, poniéndose filosa entre punk rápido y funk densísimo. Rama, en la batería, es casi un salvaje sin método, toca de manera instintiva, siempre pegado al ritmo de Juana, aun cuando ella no le preste atención, fumando y perdiendo la mirada entre la gente.
La lista sigue adelante con «Comodines», «DTBD» y «Figuritas». Para la quinta canción el escenario quedó descentrado de la atención de la gente, con Lucy saltando o yendo y viniendo en loop, sin aflojar.
La cantante se mueve sobre el escenario casi en puntas de puntas de pie, en una forma sigilosa, ocupando el espacio con ligereza. En su caminar felino se reconocen figuras como Poly Styrene, el James Chance libre de instrumentos, Karen O y Amy Taylor. ¿Se trata de movimientos estudiados por una estudiante avezada? Tal vez. En todo caso no se trata de una decisión de emular, ni de querer ser: hablamos de transitar una tradición de performers que, antes que nada, hacen del escenario un trampolín desde el cual arrojarse hacia la emoción de la gente. Hay una decisión consciente en Dum Chica de entender al escenario como un espacio para ser intervenido de forma física, de ocuparlo con entrega hasta romper la dinámica estática que postula artista-escenario-público-distancia-admiración-obsecuencia. Tanto Lucy con el micrófono con delay como Juana con su bajo inexpugnable salen a desatar al público, a encontrárselo de forma directa, sin mediar ni siquiera una palabra formal de saludo.
Mientras canta en clave naive, para quebrarlo en un segundo, poniéndose más turbia y agresiva, Lucy juega, usando herramientas extra musicales que vienen de la danza jazz. Parece una bailarina que ostenta un dominio pleno de su corporalidad: canta, salta, se recuesta sobre el tablado para girar y estirar sus piernas hacia arriba, moviendo hasta la mismísima punta de sus pies, para reincorporarse y tirar movimientos de divas con sus manos, casi en un gesto de diva carísima.
En el tramo final llegan «Gratis», «Terremoto» y «Virna». Lucy se pierde entre el público que, entregado al disfrute, se presta al juego, agitando como puede: mientras que las canciones resultan casi todas nuevas, se vuelve imposible cantar a la par, pero no todo está perdido porque algunas gargantas aúllan de éxtasis y otras saltan, canalizando la energía que encendió la banda. En ese punto radica un porcentaje considerable del buzz que logró Dum Chica en los últimos nueve meses: en un punto, la energía rebasa lo estrictamente musical para entrar en otro esquema; no se trata tanto de un recital como de una performance que combina música, danza ad hoc y hace de la espontaneidad un teatro. Entre la gesticulación, la vocalización y los quiebres de Lucy, más que esperarse un acompañamiento vocal de la gente, se hace preciso que se entreguen al frenesí, apoyando como sea, como puedan, como les salga más natural. El trío, con Lucy como pararrayos conector, utiliza el movimiento y la descentralización del escenario como medios para romper las distancias simbólicas y literales entre el artista y el público. Se trata de la emergencia física de dos años de claustro pandémico, claro, pero también de varios largos años de solemnidad indie y quietud introspectiva. En pocas palabras: hablamos de un nuevo capítulo, otro ciclo estético está comenzando.
Cuando las personas de adelante saltan sosteniendo arriba ambos brazos o disparan una ronda alrededor de Lucy se confirma que Dum Chica está comenzando con el pie correcto en la ciudad. No hace falta cantar la letra correcta; ni siquiera saber cuándo aplaudir en algún falso final de canción; simplemente alcanza con delirio, sudor y gritos.
Dum Chica surge en Buenos Aires a finales de 2021, luego de algunos meses de planificación puertas adentro con sus dos fundadoras: Lucila Storino y Juana Gallardo. La dupla estaba unida por la música tiempo antes de ser oficialmente Dum Chica o de tener una idea conjunta. Se encontraron en el plano musical desde una dinámica diferente: Juana le daba clases de piano a Lucy durante la pandemia. Ahí empezó una historia que fue tomando distintos tenores y en la actualidad tiene una velocidad que, a veces, las sorprende. Con todo lo que sucede alrededor, en el principio, simplemente estaban compartiendo ideas.
“Yo le propuse hacer algo diferente a lo que hacemos ahora: musicalizar unos textos que tenía a mano. Empezamos con un sintetizador, ponele”, recuerda Lucy. “De ahí un día le mostré un video de Amyl and the Sniffers y le dije que yo quería hacer eso”, apunta sobre el preciso momento en que la historia se activó definitivamente. Juana, por supuesto, estaba lista para hacer eso y mucho más.
Todavía sin nombre ni una idea concreta, se pusieron a probar. Juana llegó al segundo ensayo con un bajo. Entendieron que iba por ahí. El proyecto pedía más.
Juana y Lucy pasaron noches completas rosqueando con música en común y no tanto. Probaron. Jugaron. No había errores posibles. Husmearon de forma inquieta mientras compartían data. Algo iba a salir.
El debut oficial de Dum Chica llegó como una dupla, portando pandereta, bajo y voz. Esas fechas primigenias estuvieron bien para entrar en calor y seguir probando. La banda había empezado su camino. La cosa pintaba lindo, sin embargo, de nuevo, sintieron que el proyecto pedía más. Si querían hacer lograr una puesta enérgica necesitaban otro tipo de entrega, algo que empuje desde atrás. Si bien las canciones eran simples tenían una naturaleza fuerte, estaban concebidas para tocarse con potencia. Precisaban subir la apuesta. Necesitaban una batería.
Para completar la historia de la banda, Storino y Gallardo deciden sumar a otra persona. Coincidiendo en que una batería era esencial, fueron en busca de eso mismo…o algo así: como baterista pusieron a un guitarrista. Ramiro Pampin era amigo de Lucy desde hacía varios años. Con experiencia en la guitarra, Rama tomó su lugar detrás de los parches y la breve historia de Dum Chica se completó.
En formación de trío la banda concretó su idea estética y, más importante, su impronta en vivo. Con un poderío entre divertido y salvaje, alternado el mood según la ocasión, hicieron fechas propias y participaron en festivales como Neomuerte, Vomit y Nuevo Día, entre otros. Fueron integrándose a una camada de bandas nacientes que pedían pista mientras el letargo pandémico se iba esfumando.
La historia de Dum Chica empieza en una época signada por la pandemia, saliendo al ruedo justo para el periodo en que tanto las restricciones como los protocolos estaban en retirada.
El trío tomó el circuito subterráneo porteño con energía plena y ganas de sacudirlo todo: escenarios, instrumentos, gargantas y percepciones de lo que debería ser un show. Desde su sala de ensayo ubicada en Florida, la banda arremetió con fechas hasta granjearse un nombre propio en un circuito que iba acomodándose. Con entrega Dum Chica logró un halo diferente alrededor de sus actuaciones en vivo. Desde allí parte la estela que les acompaña: una propuesta divertida, potente, espontánea.
Juana y Lucy salieron a tocar cuando había transcurrido el periodo de distanciamiento, capacidades limitadas y restricciones varias. Para el momento en que llegaron al escenario para su primera fecha oficial ya toda la historieta covidiana había pasado su estadio más urgente. Según señala Juana, “ya re estábamos en otra al momento de tocar”. “Los primeros comentarios que nos llegaron fue que había sido todo re poco protocolar. Creo que esa sensación protocolar y de cuidado estaba en uno mismo, lo teníamos adentro luego de estar guardados”, apunta. “Fue difícil dejar atrás ese mambo: ¿Qué estoy haciendo? Me estoy re exponiendo amontonado con toda esta gente. Estoy haciendo todo mal. ¿Qué onda esto?”, reflexiona.
Con el panorama algo abierto, Dum Chica emergió el encierro para destilar poderío y algo más. “Le metimos y esa situación de desconcierto quedó atrás”, destaca la bajista.
Una vez que lograron cierta constancia, entre otras cosas, tomaron consciencia de algo fundamental: la descarga energética del grupo no solamente era correspondida por la gente, sino que entre ida y vuelta de ambas partes se generaba una quintaesencia que elevaba el show. Si ellas estaban deseosas de darlo todo, el público, sin importar la cantidad presente, estaba igual de rebalsado de electricidad. Era una situación ideal para llevar todo a otro level, tanto en lo musical como en lo performático.
La banda afirma que nunca hubo nada premeditado. Llegaron al vivo pensando que querían darlo todo, agitarla, hacer algo divertido. Lo que terminó saliendo fue causa de ese encuentro con la gente. Medio que se andaban buscando. Finalmente, sucedió. “Nunca tuvimos nada preparado. Se trata de cómo vivimos nosotros la música en vivo. Hay una búsqueda que prestan los temas“, señala Lucy. “El músico no tiene que estar ahí arriba, con uno admirándolo. Es correrse de eso. Siempre quisimos interactuar con el público, meterlo en la ecuación. Para nosotros se trata de la experiencia”, detalla.
Como supo cantar Federico Moura, hay que dejar de estar cerrado con candado. Quizás sea la sensación de una nueva -y no tanto- camada de bandas independientes que pregonan urgencia del movimiento, disparando sensaciones que pongan el cuerpo y el bocho en acción.
Luego de introspección -shoegaze, el dream pop, synth pop aspiracional, el math rock cerebral entre otras tendencias que predominaron en el indie argentino- que se combinaron con la avanzada de corrección política, generando una mixtura que devino en solemnidad, shows predecibles y discos para quedarse atado al sillón de casa, hay una avanzada estimulante que viene rompiendo la quietud.
Si en los últimos años el indie entró en un espiral autocomplaciente que culminó en una caricatura de sí mismo, convirtiéndose en un cliché, casi como un meme de un organismo humano rogando a su cerebro que produzca algo de serotonina, unas cuantas cabezas ahí afuera estaban prestando atención a lo que su cuerpo andaba anhelado.
Casi como una respuesta al zeitgeist pandémico y de profunda angustia digital, llegó una nueva ola de bandas que proponen romper con lo estático y los sucesos a distancia, promoviendo la acción, sobre todo. El nuevo ciclo vital empezó entre gritos y patadas, electrificando Capital Federal y el Gran Buenos Aires con matinés de bandas, fiestas y festivales que propusieron celebrar con el volumen casi elevado a 11, en la mejor tradición Spinal Tap. Ahí Dum Chica se anota entre una generación de bandas como Mujer Cebra y Gladyson Panther, entre los más jóvenes, y baluartes de la resistencia como Los Bilis o Los Muchachos de La Secta. No es casualidad que Lucy destaque su admiración por la banda liderada por Capitán Mandioca: “los re banco a mil. A Mandioca lo amo, mal”.
La distancia parece ser algo a romper: cuanto más cerca de tu cara pasen las cosas, mucho mejor. Las bandas más jóvenes le están dando a su generación algo diferente: la posibilidad de salirse de la estático de las pantallas, estimulando el choque directo de la corporalidad, proponiendo una diversión física que se expande desde el corazón hacia las extremidades. La seguridad de la pantalla móvil se pone en pausa, al menos por un rato. Mientras que no se trata de nada nuevo, sí podemos afirmar que es refrescante y casi contranatural que, en una era de adicción digital, cuellos inclinados y papadas crecientes, lograr que la atención esté centrada durante treinta minutos en algo que está sucediendo en el 3D de la vida real.
Juana es la primera que toma la palabra sobre lo que está sucediendo con esa movida. La bajista expone su teoría de manera concreta: “capaz que la gente se cansó de pasarla para el orto. Fueron años de mierda. La gente se quiere divertir”. Con una sonrisa, explica: “Hay gente que disfrutó de la pandemia, del mismo encierro. Creo que esa misma gente que disfrutó estar metida adentro, tuvo un montón de tiempo y espacio para crear cosas que están siendo plasmadas ahora. Por otro lado, creo que, como nosotros, hay tanta otra gente que musicalmente salieron ahora, digamos. Estaba todo muy quieto. Había una onda melancólica, quizás. Ahora es todo palo y a la bolsa…más salir a la calle para hacer quilombo. Está muy bueno”.
Dum Chica se siente parte de algo importante. Destacan un gusto por grupos como Fulgor y Las Tussi así como también los mencionados Mujer Cebra. Además, remarcan ciclos como la fiesta Vampi, con DJs y música en vivo. Con tanta información dando vueltas por ahí, Lucy aclara que “si bien el mojo musical a veces es re diferente, compartimos un feeling especial. Creo que nos conocemos todos con todos. Hay muy buena onda”.
Dum Chica es una banda joven integrada por jóvenes, pero, antes que nada, Dum Chica es una banda nueva que cuenta con un viaje breve, aunque intenso. Mientras las semanas transcurren y se acerca el primer aniversario desde que empezaron su camino, la velocidad arrecia sobre la banda mientras todo transcurre a su alrededor.
Juana y Lucy armaron el grupo para salir a tocar. Luego de integrarse como trío, generaron un excelente rapport con el público más joven del circuito, además de lograr sintonizar con sus colegas más atentos. De repente, entre toques furiosos y respuesta saludable en redes sociales, empiezan a trabajar con un mánager que les hace booking (Surfer Rosas) y se suman a un sello (Casa del Puente Discos). En julio de 2022 graban en Estudios Unísono su disco debut titulado DUM, producido por Estanislao López. En septiembre, llegó el primer sencillo de la banda, titulado Terremoto. Se espera que el disco sea editado en noviembre, para seguir tocando mientras las canciones llegan a un público hambriento de algo más.
En cuestión de meses la aventura de Dum Chica tomó una velocidad crucero que sigue adelante. Mientras todo sucede a su alrededor, el trío abraza las cosas como vienen: de forma natural. En todo caso, como admiten Juana y Lucy, no están pensando demasiado en todo lo que ocurre. Cuando se detienen un segundo, haciendo un racconto de los últimos diez meses, entonces sí, caen. “Sí, creo que tenés razón: es un montón. El tema es que se siente natural”, confían los tres.
Es Lucy quien toma la palabra, mientras Juan y Rama coinciden en que prefieren no sobredimensionar lo que sucede alrededor de la banda. “Creo que todo sigue siendo bastante natural. Mirándolo desde otra forma, así tranqui, es bastante. Pasan cosas, sin dudas, pero sigue siendo orgánico”, comparte la cantante. “La respuesta del otro lado es natural. Siento que somos parte de una movida que vino para quedarse. Es bastante más grande de lo que parece. No lo digo estrictamente por nosotros, eh. Lo veo reflejado en bandas amigas. Es emocionante lo que se está generando”.
Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard