Quiz > Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala
Gonzalo Ledesma nació en Montevideo en 1984. Es poeta, escritor y editor.
Fue integrante de experiencias editoriales como La Propia Cartonera y la revista Caracú.
Publicó los poemarios Harlem Globetrotters (2011) y Pingos (2013).
Es cofundador de Editorial Club, que inició su camino en 2021 con títulos de poesía e historieta.
¿Cuál es tu humor por las mañanas?
Depende del día y de la época del año.
De lunes a viernes me levanto a las 7 y salgo al trabajo a las corridas porque entro a las 8. Muchas veces me pongo de malhumor con el tránsito y con el frío intenso, muchas otras voy muy tranqui escuchando música y cantando.
Cuando llego a dar clases en general ya estoy bien y a medida que avanza la mañana sigo mejorando. Los fines de semana no suena el despertador y soy una seda.
En invierno me cuesta más salir del estado negativo y pesimista. Y en verano y sobre todo de vacaciones estoy súper contento. Me gusta despertarme, tomar unos mates y leer abajo de un árbol. Esa mini rutina de vacaciones, como muchas otras, me ponen muy feliz.
¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?
A fines de la década del 90 trabajé de cadete en una florería. Era un horario súper extenso, pero trabajaba con mí viejo y para un adolescente tener su propio ingreso tenía un plus. Para mí era genial.
Y aprendí muchas cosas, aprendí del trabajo y muchas cosas con mi viejo.
Aprendí a andar en la calle, se me abrió un mundo enorme y desconocido. Mi mundo eran los barrios del oeste. Ahí estaba mi casa, el liceo, mis amigos. Había salido de mi barrio solo en muy pocas ocasiones y las veces que había salido eran sin una responsabilidad marcada.
También aprendí a manejarme con la plata, a compartir gastos con mi familia, a manejarme con la gente, a andar en ascensor, cosas chiquitas que fueron haciendo para mi un mundo nuevo.
¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a la poesía?
En el 2007 con unos amigos hicimos una revista que se llamaba Caracú, hacíamos todo, y cuando estaba lista la repartíamos nosotros por los bares y en eventos literarios. Mis amigos todos escribían y yo no me animaba. Solo escribía algunas críticas pero con errores garrafales. En esa época mis amigos de Caracú me decían que tenía que escribir. Nos alentábamos a hacer cosas todo el tiempo. Ese sostén de los amigos y esa revista, me llevaron a escribir y a animarme a hacer muchas cosas más.
Richard Hugo dice que el poema inicia con un elemento detonador, que él llama triggering town. ¿Cuáles son los momentos disparadores para vos?
Mis disparadores en general son situaciones que están en los extremos. Desde la felicidad de una reunión con amigos, la belleza de la playa o el campo, hasta el terror que me provoca alguna gente al hablar o al hacer ciertas cosas.
Pero me doy cuenta de que mis disparadores fundamentales están en mi infancia, de esa época tengo los mejores recuerdos.
¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?
A veces me siento abrumado por la cantidad de personas que dicen lo mismo del mismo tema y al mismo tiempo. Me siento como en la encrucijada de decir lo mismo que todos o quedar como insensible o ser un tipo sin compromiso por no decir.
¿Cómo te sentiste la primera vez que publicaron algo de tu autoría? ¿Qué era?
Sentí alegría e ilusión más que de que me conocieran, de conocer y recorrer muchos lugares gracias a esos textos. De pasear por lugares nuevos, conocer España, que fue el lugar en el que me publicaron. Un verdadero iluso porque eso no pasó ni cerca. Debo admitir que ahora esa ilusión la sigo teniendo pero como editor. Siento que el trabajo de editor lo hago porque me gustan un montón de cosas, pero también porque quiero viajar, moverme de un lugar a otro.
Mis primeros textos publicados están en una especie de plaqueta que se llama Harlem Globetrotters, publicada por David Giménez Alonso, un amigo de Zaragoza que tiene un bar y una editorial que se llama el / la Imperdible.
Esos y otros textos más, los publicó Gustavo López en Vox, en un libro que se llama Pingos y también sentí mucha alegría.
¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?
A nivel individual, hace un año que con mi pareja estamos buscando un terreno en el campo para ir a vivir ahí. Buscamos un lugar no muy lejano a Montevideo en la distancia pero sí en cuestiones como la violencia física, la contaminación sonora y ambiental, la locura cotidiana. Es muy loco, pero a unos kilómetros de Montevideo la vida cambia, es todo más tranquilo y más lento. Lamentablemente la cuestión económica es una limitante en este momento y no hemos logrado cumplir ese deseo. De mi futuro inmediato lo que más me preocupa y me da ansiedad es eso, la incertidumbre de no saber cuándo va a ser el momento en el que pueda estar en ese lugar en el que hoy día idealizo.
Como ser social me preocupa y me da miedo pensar en los límites. Pensar en qué somos capaces de hacer en situaciones límites y de frustración. El no saber hasta dónde podemos llegar los seres humanos, el naturalizar la violencia, la corrupción, el hacer mierda todo. Sentir la impotencia de la masa, sentir que a veces no podemos hacer nada cuando nos enfrentamos a la nueva noticia que el mundo tiene preparada para nosotros.
Me da mucha impotencia que las personas tengan que trabajar mil horas para sobrevivir, también el diseño del sistema capitalista, el que seamos muchos los que no queramos determinada cosa y sin embargo no podamos zafar. Me preocupa quedarme sin capacidad de reacción, me preocupa el ser parte de esa masa gelatinosa en la que estamos los que nos damos cuenta de que algo anda mal, y también están los que no se dan cuenta.
¿Escribir poesía es una necesidad?
En mi caso escribir siempre surge como una necesidad. Cuando escribo muchas veces siento que va drenando mi interior. En las vacaciones leo y escribo mucho. Eso me acomoda, me rearma. Me sostiene también a nivel anímico. Es como una gran reserva que después tengo para el resto del año, porque cuando empiezan las rutinas de a poco me van comiendo, y lamentablemente no logro sostener los espacios creativos, sobre todo el de la escritura.
¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?
Mirar películas boludas. Soy fanático de las de Jason Statham, y sé que está mal.
Pero el placer más culposo es mirar mucho fútbol, sabiendo que está atravesado por la turbiedad del sistema y el capital, que importa más el negocio que las personas protagonistas. Sé que el fútbol está todo mal, y hay situaciones tremendamente inhumanas y antiderechos, como en este Mundial, que está manchado con sangre y atravesado por cuestiones extremas cómo la esclavitud y la muerte de 6500 personas, y también por la omisión de derechos que avanzan en el mundo y que la FIFA ignora por intereses económicos.
Pero siempre pienso en qué el fútbol es mucho más que eso, sobre todo cuando veo gente salvarse y cuando veo el poder social que tiene cuando hay gente buena metida adentro, estorbando a los poderosos, buscando que sea un deporte hermoso e inclusivo. Deseo que en algún momento marchen presos los corruptos y vuelva a ser algo parecido a lo que era antes. Algo mucho más sano y amateur, sin tanta marca.
¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?
Desde hace un tiempo me propuse dedicarle más tiempo a mis cosas y no darle tanta importancia a los mandatos sociales. Cuando la gente quiere trabajar para juntar plata la súper entiendo y por supuesto respeto. Yo hasta hace un tiempo estaba en esa misma frecuencia, pero de a poco empecé a cortar con eso. Ahora trabajo menos, para los demás y trabajo más para mí, para la editorial, para lo que realmente me gusta. Y ojo que tengo un trabajo dentro que está muy bien dentro de toda la oferta que hay. Ser docente te permite renovarte e ir buscando nuevas estrategias para ser diferente en cada clase, por lo menos a nivel de las propuestas.
Y ahora que tengo las tardes libres y puedo decidir, elijo leer, mirar una peli, pasar tiempo con personas queridas, mirar un partido de fútbol o dormir la siesta. Sin culpas desde hace un tiempo. Al principio me costó porque tenía que explicarle a mucha gente de que prefería tener menos plata pero más tiempo. Que estaba invirtiendo en mi salud por más que tuviera que apretarme para pagar las cuentas.
El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?
A mi me marcaron un libro: Operación masacre de Rodolfo Walsh y una editorial: Eloísa Cartonera. Operación masacre creo que por escándalo es la obra más jugada a la que accedí. Y no creo que Walsh haya querido hacer una ópera prima, ni tampoco vender muchos libros. Simplemente se propuso denunciar y portar la voz de los más infelices, de los perseguidos, de los torturados. Alzar la bandera de la justicia en el peor contexto histórico de Argentina y latinoamérica.
Esa obra para mí está en lo más alto, es el faro a seguir, y siempre que puedo la recomiendo.
Estamos en otro contexto histórico, pero esa obra es una guía, siempre y cada vez que escribo, edito un libro, o pienso un evento, pienso en las minorías, en los que están en los márgenes de la sociedad.
Y Eloísa es increíble. Cambió mi forma de ver la literatura y ni que hablar de la industria del libro.
En el 2006 o 2007 fuimos a Buenos Aires con mi amigo Diego Recoba y aprovechamos para visitar su taller y conocer lo que hacían, volvimos copados y con ganas de hacer algo similar en Montevideo, ellos nos re manijearon. Y en el 2008 la empezamos a armar y en el 2009 salimos a la cancha. Armamos un circuito en el que participaban escritores, editores, y vecinos del barrio. Un amigo nos prestaba su local y en las tardes hacíamos talleres con niñas y niños donde pintábamos las tapas que salían del cartón que comprábamos a cartoneros del barrio, se arrimaban escritores a dar charlas, encuadernábamos los libros, y sobre todo nos divertíamos mucho. Formamos parte de ese movimiento de editoriales cartoneras de latinoamérica iniciado por Eloísa, un movimiento que cambió el paradigma editorial y del libro.
¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?
Muchas veces siento que los que tenemos redes sociales nos tomamos la vida como si fuera un sketch. Creemos que vale reírse de todo y de todos. A veces se exprimen situaciones o personas hasta llegar al límite. Debo admitir que me resultan divertidos los memes o las frases en las que aparece la autocrítica extrema ante las situaciones cotidianas a las que nos enfrentamos. También admito que muchas veces me veo compartiendo por mp, cosas que me parecen divertidas y que no sé bien de qué se tratan. Otras veces no sé si las personas están haciendo un consumo genuino o un consumo irónico de determinada cosa, por ejemplo con la actual versión de Gran Hermano.
La ironía y la percepción de la misma es algo netamente personal. En mi caso estoy en una constante revisión para ver de qué me puedo reír y de qué no. Estoy seguro de que ironizar con la clase política está bien, y paradójicamente la ironía está en que desde el otro lado se cagan en nosotros y también de la risa.
Igualmente no consumo nada específico para poder ironizar. No soy de las personas que miran los programas de chimentos o los discursos de determinados personajes para poder extraer frases para socializar con ironía.
No me banco a la gente que se siente superior ironizando sobre determinado tema, de hecho me parece bastante clasista, y con muchas cosas por revisar.
Para la mayoría de los artistas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos?
Mi primera influencia fueron mis amigos, cuando me puse a escribir quería hacerlo como ellos. Siempre admiré a mis amigos, me gusta leerlos, y decirles cuánto me gusta y me emociona lo que hacen. Tengo la suerte de tener amigos que son grandes escritores, Diego Recoba, Milton López, Sebastián Pedrozo. Me gusta preguntarles qué están escribiendo, que me vayan pasando los manuscritos, y también me gustaría ser como ellos, pero no me da. Yo me considero más editor que escritor. Y con la lectura de mis amigos empecé a leer también lo que ellos leían y ahí descubrí a Casas, Cucurto, Mairal y quería escribir como ellos.
Ahora no quiero escribir como nadie pero sé que en cada frase que escribo está la influencia de ellos, y de muchos más que fui leyendo y conociendo en estos años. Pero es eso, ahora prefiero seguir admirando pero sin que se note en lo que escribo.
¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?
Claro, cuando me vuelvo a leer me doy cuenta de que escribía sobre fútbol, sexo y melancolía de borracho. Por eso es que desde hace tiempo intento escribir narrativa, para poder zafar de ese pasado, o por lo menos para que esos temas queden disueltos entre otros.
Sin deseo no hay poesía: ¿cuándo tuviste claro tu deseo?
En el 2002, comencé a ser parte del equipo que trabajaba voluntariamente en una biblioteca barrial, en la zona oeste de Montevideo. No lo hacía tanto por convicción sino más bien para ser parte de un grupo en el que estaban amigos y ex compañeros de secundaria, para seguir haciendo cosas con ellos y seguir en contacto. A partir de ahí comencé a sentir la necesidad y el deseo de estar en la literatura, pero en colectivos. En ese momento no sabía bien en qué. Pero a partir de ahí comenzaron a surgir cosas: proyectos de centros culturales, colectivos artísticos, intervenciones puntuales. Más adelante surgió Caracú, con el deseo de decir cosas que no se decían en Uruguay, y después la cartonera, y más adelante mi deseo de escribir.
Mi deseo por escribir no tengo claro si fue en un momento de angustia o en un momento de felicidad. No recuerdo qué fue lo primero que escribí pero calculo que fue algo más bien triste. Lo que sí tengo claro es que el deseo por hacer cosas vinculadas a la literatura surgió ahí, casi sin querer, acomodando libros o leyendo cosas de otros autores a algún grupito chico en esa biblioteca.