Días antes de su primera visita a Rosario para formar parte de Obsession en el Sótano: Una Experiencia Performativa, Marttein echa luz sobre sus procesos creativos y los aprendizajes de su breve aunque intensa carrera artística.
Hay distintas maneras de abordar a Marttein. Como criatura cambiante, siempre caminando un sendero personal, se multiplican las posibilidades de entendimiento y apropiación de un artista que maneja sutilezas y monstruosidades con microsegundos de distancia. En un minuto, Marttein dispara estallidos, cambiando, sonriente, provocativo con una boca llena de sangre, o quizás cabizbajo bajo una mirada melancólica, envuelto en una bruma de frustración. Un collage de fantasía; un collar de flashes que cuelga desde el cuello de algún personaje en un mundo surrealista, con criaturas correteando, entre provocación sensual y peligro acelerante.
Desde la formalidad puede decirse que Marttein es un compositor de música electrónica, cantante y letrista argentino en actividad desde hace poco más de siete años. Lo que caracteriza a Marttein es su identidad sonora particular en la que pueden percibirse desde elementos del pop o el hip hop hasta la música experimental. Con su actitud potente y energía intensa, en sus shows explora lo performático para dar voltaje a los ritmos y relatos de las canciones.
En 2021 da fin a sus pasadas producciones al lanzar su EP Romántica para dar un nuevo salto tanto en lo musical como en lo estético. En 2022 lanzó singles como No Vayas, Quien So Vo? y Arrastrame. Actualmente se encuentra trabajando en una serie de colaboraciones y un álbum de estudio donde cambia formas y procesos.
Aflorando desde una nueva escena alternativa formada y sostenida desde el underground, Marttein se erige como representante transversal capaz de salvajear en las cuevas para saltar hacia escenarios institucionales o venues de avenidas principales manifestando su arte sin concesiones, para luego volver a transitar su circuito habitual y emprender escapadas hacia otras ciudades de la argentina. El sonido es liberador, siempre con partes desiguales de electrónica, trap, punk, reggaetón, shock rock, nü metal, hip hop y elementos urbanos. Tomando una distancia, analizando su obra desde un lugar más calculador, se puede discernir en Marttein un bagaje cultural que abarca casi ochenta años de música popular.
Dejando de lado la presentación formal, Marttein ofrece otro acceso: una mente que entiende que el verdadero medio artístico es la transformación misma. Nunca se queda estático. Demasiada quietud puede ser una trampa. Mejor es moverse. Aun cuando todo aparenta normal sobre la superficie Marttein está cambiando la piel. Alistando su próximo movimiento.
Productor. Compositor. Cantante. Performer. Rapero. Músico. Cuerpo artístico. Marttein se entrega al impacto rodeado de talentos varios. El campo audiovisual lo habita con comodidad, siempre con talentos cómplices. El teatro, escuela formativa, marca el registro de cada una de sus actuaciones. La idea de show se borronea con Marttein: frente a la gente expresa con el cuerpo, lo entrega, haciendo una performance intensa que puede ser shock, provocación abrasiva, o también conectando desde la piel más pura, sudando-conectando-despertando.
El suyo es un lenguaje desmembrado de música cambiante, performance punk y una curiosidad digital que lo hace husmear por recovecos varios para terminar, otra vez, manchando sus huellas digitales con tinta, revolviendo data analógica heredada de su abuelo.
Puede ser irónico, dándose a lo explícito, aunque siempre evita la literalidad, eludiendo la redundancia, pasando del facilismo. Para este nativo de Saavedra, la música es conversación, por eso los canales están abiertos. Prefiere el fuego que enciende interpretaciones. En sus canciones las letras tienen prioridad. Generalmente, son punto de partida. Hay excepciones a la regla, claro, pero quedó la marca de las palabras desde el tiempo en que escribía poemas que luego terminaron hechas canciones. Hoy prefiere la economía de palabras, buscando tensar la situación.
No tiene millones de reproducciones. Tampoco cientos de miles de likes o seguidores. Lo de Marttein no pasa por ahí. Es un artista del contacto: un caminante que construye de forma directa, que seduce desde la cercanía. Su escala es personal, ahí donde casi puede olfatearse el sudor de la entrega. Su público acérrimo lo sabe. Lo mismo podría decirse de sus colegas. Tiene el respeto de artistas como Lucy Patané y de productores emblemáticos como Oscar Arcangeli. No parece desesperar por encajar en el mainstream. Tampoco por entrar en el juego de culto o de próxima promesa a estallar.
En Spotify su música se entremezcla con artistas como Visceral, Sakatumbra, Electrochongo, Juana Rozas (con quien tiene un EP colaborativo de inminente aparición), Blanco Teta, Astrosuka, Maay, por decir algunos nombres. En su canal de YouTube, Marttein expande su universo colaborando con artistas como Valentine Torre (dirección), Athos Pastore (ilustración) o Shulian Pepoli (coreografía). Allí también pueden leerse comentarios del estilo de “Qué indecente esta música” o “Sos lo más grande de Argentina, lejos”, además de “La cita de Perón me mata” y “Estás ido”. En Twitter la cosa toma otro espesor, como siempre: “Mi vieja dice que Marttein suena a bombardeo soviético”, “Le mostré Marttein a mi mamá y le gustó. Ahora somos dos princesas de la paranoia”.
Los mensajes se esparcen a través de las plataformas y los años, trazando un timeline estético sin dejar de lado el cariño, la escucha y la pertenencia. Se trata de un público que fue creciendo a la par de Marttein, sosteniendo un vínculo cercano fortalecido por toques, apariciones en festivales, EPs, colaboraciones, siempre por fuera del radar principal.
“En los últimos años fui atravesando distintas escenas”, explica Marttein, cara a cara un sábado al mediodía, en un living luminoso de la mítica República de La Sexta. “Son muchas escenas, tantas como las diversas estéticas que puede tener mi música”, indica. “Eso me dio capacidad de poder llevar el proyecto a distintos escenarios donde comparto con bandas donde todos tocan instrumentos y yo no, apenas guitarra y música electrónica. Hay una capacidad de versatilidad. Puedo colaborar con artistas muy disímiles. Entiendo, igual, que hago algo muy específico”.
“Este mes sale un EP con Juana Rozas. Es una unión extraña, pero re lógica. Es un proyecto que habita un espacio donde el género está super distorsionado. Lo damos vuelta, re”, cuenta, anticipando sin spoilear absolutamente nada. “Me interesa generar un intercambio. Con Juana, ella me dio algo más pop. Lo que nos une es muy puntual, lo que nos divide es abismal, pero eso termina siendo otra conexión. Me interesa juntarme con lo opuesto, hay riqueza ahí”.
En contraste con la criatura performer que conocemos de sus presentaciones en vivo o su material audiovisual, en persona Marttein exuda una parsimonia reflexiva que invita a seguirlo. Su cortesía conversacional ocupa su atención completa. Hasta su hábito como fumador queda relegado, mientras arma con delicadeza, sin desviarse del intercambio.
Está en Rosario ultimando detalles para Obsession en el Sótano: Una Experiencia Performativa, que tendrá lugar el lunes 19 de junio, desde las 19hs, en Galpón 11. La apuesta busca transformar al subsuelo de la clásica sala ribereña en un espacio místico, donde el colectivo 4n0 nos envolverá en una atmósfera donde convivirán el extrañamiento, la belleza, la pasividad y la violencia, brindando una experiencia única y poderosa. El line up está compuesto por Amarú, Cyberangel y Marttein, con sus actos en vivo, además de una performance por 4n0 y el desempeño en bandejas de DJ Romance.
“El vivo siempre es algo al palo”, comenta Marttein sobre sus presentaciones, entrando en modo anticipación para el subsuelo. “No puedo hacer los shows sin un nivel de entrega grande o total, digamos. No hago las cosas a medias. Imposible quedarme en la mitad. Siempre es algo real, crudo”, afirma, gesticulando con ambas manos.
A lo largo del siglo XX, la entrega performática se consideró como una forma no tradicional de hacer arte. La vitalidad, el movimiento físico y la impermanencia fueron alternativas a la permanencia estática de la pintura y la escultura.
Más recientemente, la performance se ha entendido como una forma de relacionarse directamente con la realidad social, las especificidades del espacio y las políticas de identidad. En ese sentido, los últimos quince años fueron artistas performáticos que, en diferentes latitudes del planeta, elevaron un conjunto de preguntas y preocupaciones desde una primera línea, poniendo cuerpo, corazón y, como diría Virus, el bocho en acción.
Algún tiempo atrás, el joven Marttein estudió teatro físico, donde el actor funciona como catalizador, moldeando a un público sumergido en una experiencia sin escenario. El actor genera escenas y acontecimientos en una escena donde está rodeado, moviéndose de acuerdo a las reacciones de la gente. “Actuar a través del espectador la tengo bastante internalizado. Hace que cada show sea algo único”, afirma, mientras fuma paciente.
“A partir de la reacción del público siempre hay una vibra que se conforma. Las reacciones, siempre son únicas. Lo mido y me muevo a partir de eso. Si la gente reacciona de cierta manera, capaz que yo reacciono de otra o salgo actuando para otro lado. No hay un show cronometrado. Hay estructura, pero me permito la improvisación. Lo mío involucra la música y la actuación, con la figura de quien va adelante en un espectáculo musical. Mi bagaje actoral tiene que ver con el performer cantante que tiene su movimiento, que todos saben qué hace, que conocen su marca o su forma de vestir. Cuando lo ves tiene un tinte abismal, pero siempre mantengo esa idea primaria”, explica.
“Las reacciones de la gente moldean la performance porque no me resulta útil caer con algo seteado. A la dirección del vivo la marca esa reacción. La uso para transformarla o profundizarla, quizás hasta tirarla para atrás. Trato de manejar eso. Hay una cuestión de improvisación, al igual que algo de límite: necesito hacer sentir ese límite”, comparte.
Darle play a Marttein, tanto en Spotify como en YouTube, es ingresar a un viaje de voracidad estética en canciones que, en apenas tres minutos, disparan hipervínculos lingüísticos y sónicos hacia pasado, presente y futuro. En su música los géneros se retuercen hasta que gotean amalgamas extrañadas que pueden entrar en sintonía con Arca al igual que Iggy Pop o Suede, aunque también con La Piba Berreta, la Sara Hebe más trash y Divine, reina de la revulsión. Por supuesto, el director John Waters estaría encantado de Marttein y toda su pandilla de cómplices.
Meterse en sus canciones puede significar un mundo aparte. La escucha sucesiva de música, sin embargo, revela la sensibilidad artística de una mente criada con la era de la información en la palma de su mano, aunque se advierte que todo eso tuvo un enraizamiento analógico que ahora sabe conectar con maestría. De esa forma, es lógico que Marttein tenga un appeal transversal por todo el circuito. En Marttein, hay, como diría Devo, something for everybody.
“Hubo un momento en que pensé sobre eso que comentás”, confía. “Uno lo tiene en la cabeza, pero llega la hora en lo que intelectualizás”, sostiene. “Me di cuenta cómo cada integrante de mi familia representó una vertiente cultural re diversa. Por ejemplo, mi abuelo era tanguero viejo y de la poesía. De ahí me llegó el tango y el lunfardo”.
El abuelo de Marttein escribía, metiéndose de lleno en el lunfardo, estudiando palabras ocultas a través de libros especializados. Con los años, el nieto crecería para meterse de lleno tanto en el uso expansivo del lunfardo como en la poesía.
El lunfardo, ese argot que surgió con el flujo inmigratorio del siglo XIX en la Argentina que era crisol de razas, sigue vigente gracias al contrabando verbal sostenido a través de las décadas en la música, el cine y la literatura. Por supuesto, la oralidad cotidiana lo llevó por todo el país, cruzando el charco para colarse en países limítrofes. De esa forma, el lunfardo fue evolucionando para enriquecerse y convertirse en parte fundamental de la expresión nacional.
En ese vocabulario popular, Marttein encontró una forma ideal para moverse, utilizando recursos que hoy son latiguillos que su fandom acarrea en recitales y redes. Para Marttein el lunfardo es un recurso lúdico e irreverente, aunque también lo suficientemente misterioso para jugar con su plasticidad, llevándolo entre canciones. Con ese dominio que disfruta, encontró algo propio de su identidad: además de tradición familiar Marttein hace del lunfardo un elemento distintivo que lo corre de la media. Mientras que artistas de trap de su generación agotan un slang donde juegan de prestado, Marttein toma recursos para resignificarlos y empujarlos hacia nuevas generaciones.
Para el abuelo era tango, poesía y música clásica mientras que el resto de la familia tenía otra información para acercar. El pop radial, aquellas canciones que llenaban la programación de las FM de los 90 y 2000, son lo que más recuerda Marttein de andar en auto con la madre. Radio a pleno. Hits. Canciones pegadizas para un lenguaje pop que aprendió como oyente, para luego utilizar como artista. “Mi vieja tenía la radio todo el tiempo prendida en el auto. Además, metía Queen”, recuerda. “No se trataba de mostrarme música, simplemente era una convivencia con sus hábitos”, apunta. “Mi viejo, ponele, torres de discos: Sex Pistols, Virus, Soda Stereo, Charly”.
Recorriendo su familia, Marttein cita a su hermana, dos años mayor, como una figura importante para el mundo que ahora transita. De adolescente, fue ella quien acercó bandas pilares para Marttein: The Smiths y Joy Division. Eso marcó un quiebre para un chico que creció a pleno con la producción de rock nacional. De acuerdo a su memoria, “eso lo completé viendo videos en YouTube todo el día”.
“Mi generación tuvo una manera de descubrir música. Fue algo más autónomo. Nos mostraban algo y después indagábamos por nuestro lado. Claro que tuve mis propias obsesiones desde chico: estaba fascinado por Michael Jackson. Desde nene tengo una fijación muy grande con la música. Sobre todo, ver la música. En YouTube veía todo”.
Cuando la electrónica llegó a su vida un romance absoluto. De nuevo, quien bajaba la data era su hermana. Mirando atrás, para Marttein la electrónica lo fascinó por algo más que la estética: se trataba de música y medio de producción. Por aquel entonces llegó el Trap más básico. “Entré y me cambió la cabeza. Fue una entrada a un género nuevo que me metió en SoundCloud y de ahí despegué hacia la música electrónica de toda su extensión”, explica.
Marttein escribe letras, canta, maquetea, toca, produce. En pocas palabras: le mete. Además, siempre anda con ideas y conceptos en la cabeza para la performance y algunos videos. Está activo mental y físicamente. No obstante, su capacidad de organizarse y sacar adelante las canciones. Marttein no es un proyecto individualista. Siempre tiene mentes creativas asociadas para subir la apuesta. De la gente que lo rodea, siempre aprende, siente que se multiplica. El intercambio es necesario, siempre. Por eso, nunca termina las ideas en soledad. Tiene compinches cercanos que levelean para mejor.
Entre el ámbito más cercano, aparece el productor Manuel Cano, informalmente conocido como Colo. “En una instancia de post producción, siempre estoy a su lado. No hago nada, solo estoy molestando”, reconoce con humor, pero resaltando el respeto por su compañero de trabajo. “Para esa etapa yo hice todo lo que podía dar. Ahí es cuando él mete su transformación. Colo tiene una impronta particular. Es un proceso re influyente”.
A propósito de su equipo, Marttein remarca que Pepe, guitarrista con quien toca, también forma parte del álbum que está grabando y que espera poder editar este 2023. En ese proceso que se viene, según dice, habrá un tinte más colectivo.
Siempre necesita un feedback desde afuera. Siempre estuvo eso. Nunca se cortó solo. El proceso involucra gente de confianza. Entiende que, en equipo, las cosas ganan. “El Colo ayuda desde la produ para llevarlo a otro nivel. Los temas van transformándose, ganando su aire”.
Como se dijo anteriormente, de la voracidad cambiante de Marttein saltan eslabones de data hacia lugares impensados. Muchas de sus canciones funcionan como una meta data. Tanto en las rabiosas como en las fiesteras, siempre hay una conexión directa que queda a libre interpretación de cada persona. “Me interesa la ironía”, admite.
Mientras que sus canciones están llenas de crudeza, nunca hay una bajada de línea concreta y aburrida. La literalidad aburre y Marttein lo entiende. Prefiere evitar la condescendencia, dejar que la audiencia lo encuentre a mitad de camino para completar la mirada.
“Me gusta de las letras lo implícitas pero explícitas que pueden ser: muy piña, pero llega de distinta manera”, confiesa. “Siempre me interesó eso. A partir de Romántica empecé con eso. Entender que la música es emprender una conservación. En una época era tipo prosa. Hoy es una línea y otra línea. Hoy una línea es como un poema de antes”.
Marttein encuentra su momento de soledad creativa cuando hace las letras. Las letras significan el despegue. La mayoría de las veces primero llega la letra y después se ocupa del resto. Si bien no tiene un procedimiento concreto que se repite a rajatabla, suele suceder así.
“Parte todo desde algo muy primate. Tengo un background, desde muy chico, de música de cantautor. Bien inconscientemente enterrado vengo de eso: letra y música. De hecho, creo que es el background histórico que tenemos en Argentina. Vengo de ahí. La letra marca mucho. Cuando más cambió la música que iba haciendo, más se alteró la letra”, declara.
“Al principio escribía todo largo y en prosa. Después, para Romántica, cambió todo. En ese sentido, la performance y la estética influyen mucho. Cuando cambia la temática que quiero hablar cambia mucho la música, la voz también. De la letra sale mucho. El primer álbum que hice solo escribía poesía que después la hacía canción. Todo fue cambiando. Cada vez más busco una filosofía de letra pop. Intento decir la mayor cantidad de cosas posibles en la menor cantidad de palabras. Es pura ideología pop”.
Texto por Lucas Canalda – Fotografìa por Rafa Levy