Chokenbici tiene un regalo: Valle Láser es un disco donde se lucen entre musicalidad y destreza, con canciones sólidas en arreglos y química del sacudimiento. La presentación oficial, el 25 de agosto en Galpón 11, junto a Laurita Gosh y Bifes con Ensalada, promete una experiencia sensorial en las profundidades del valle groovero.
Cortázar decía que todo gran cuento es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar al lector. De la misma forma, Chokenbici nos atrapa desde su formación en 2018, representando una fuerza distinta dentro del ecosistema musical rosarino. Ética, estética y energéticamente el proyecto se convirtió en la banda de la gente; un grupo capaz de sublimar diversión, construcción y resistencia en una expresión artística fluida que enlazó al público desde facetas impertérritas ante la prueba y el error .
El grupo hizo una música alumbrando un periodo complejo donde la oscuridad avanzó sobre Rosario. Desangrada por la depredación del darwinismo capitalista y gestiones cínicas la ciudad perdió espesor humano en el último lustro. Durante un ciclo marcado por clausuras y persianas bajas, donde los centros culturales cayeron como moscas y el espacio público retrocedió en pos de una cultura privatizada, seguido inmediatamente de las restricciones pandémicas que aplanaron todavía más el escenario local, Chokenbici sostuvo su propuesta como un faro de encuentro.
El Choke (Ani Bookx en voz, samples y FX, Colo Mariño en bajo, Lautaro Canals en batería y percusión, Mauro Giolitti en teclados y sintes) jamás incursionó en la retórica obvia ni en la condescendencia: su ethos fue generar una energía de comunidad, entendiendo al encuentro como motor de transformación. Su propuesta heterogénea se hermanó rápidamente con un público que andaba buscando algo más que un símbolo de paz: necesitaba hermanxs de construcción. Gracias a su constancia en vivo la propuesta afloró por encima de un gueto: todas las almas fueron bienvenidas. Era algo más que música: era movida.
Durante su misión -inconsciente- de la sublimación de tiempos difíciles, el cuarteto demostró la capacidad para transformarse a cada paso, sorprendiendo con su evolución natural toque tras toque. Sobre su base groovera la banda asimiló una sonoridad fluctuante. Conjugó beats electrónicos, funk & roll, sampleos de cumbia, incursiones poperas, atrevimiento disco, guiños al hip hop, entre otros ingredientes. Manejando esos elementos, siempre en proporciones desparejas, la banda amalgamó una identidad propia; una idiosincrasia mestiza de nueva psicodelia litoraleña donde los cuerpos estaban conectados con nuestro ecosistema verde-marrón del Paraná, con la velocidad gris de la urbe, con la posibilidad de lienzo que ofrece la noche.
Como banda El Choke siempre se permitió engancharse con el público. Una especie de te llevo para que me lleves. La banda prendía y arrancaba el fuego. La gente lo alimentaba hasta convertirlo en una fogata. Entonces la banda se acoplaba, tomando la posta, superando la apuesta.
Siempre entendieron que la química lo es todo: la interna, la recitalera, la comunitaria. Su capacidad para la zapada funcionaba desde la soltura. Se necesita un nivel especial de dominio musical y mentalidad abierta para que las bandas improvisen y exploren un ritmo incorporando el feedback del público. Interpretar improvisaciones cohesivas, bailables pero emocionantes, requiere mucha práctica y comunicación entre los miembros de la banda. Chokenbici siempre estuvo a la altura de las circunstancias, aceptando el desafío.
En muchas formas de música popular, la interpretación en vivo se convierte en una vía en la que los músicos y los miembros de la audiencia pueden participar en un proceso continuo de creación e contención, comprometiéndose en un ritual comunitario que se construye, segundo por segundo, entre expresión, entrega y disfrute. Es imposible separar al Choke de la experiencia colectiva porque, primero, como ya dijimos, es una banda de la gente, segundo, porque cada integrante del cuarteto está comprometido con la comunidad artística, militando por una construcción superadora.
En los últimos años, la banda fue creciendo, desarrollando su propuesta junto al goce de la gente, bien de cerca, ahí donde el sudor de público y grupo son parte de lo mismo. Cada experiencia -en centros culturales, clandes, parques, anfiteatro, Galpón, etc.- fue elevando la apuesta. De esa forma cada toque era algo orgánicamente diferente porque pintaba esa comunión instantánea. Hacer un disco que capture ese espíritu aventurero representaba una apuesta fuerte. El riesgo era evidente: plasmar energía y capacidad musical sin relegar su plasticidad característica. Además, había que proyectar su identidad sin embalsamar su dinamismo. Nadie reculó ante el desafío. Banda completa + el productor Martín Valci llegaron a fondo para salir airosos.
Valle Láser se publicó el 21 de julio sorprendiendo y colmando las expectativas. Se trata de un disco de canciones que se vuelven compañía desde sus ganchos cantables y bailables. El cuarteto prueba ser un acto todoterreno, trasladando su encanto hacia ochos tracks que ofrecen sofisticación de arreglos y un esfuerzo de alta fidelidad que merece ser disfrutado en auriculares piolas.
El Choke es una expresión sincera y eso hace doblemente valioso al disco. Valle Láser no tiene la pretensión de marcar un nuevo territorio de vanguardia, así como tampoco necesita ser más de lo que es. La banda buscó producir y grabar un álbum que tuviera calidad estampada por todas partes. Lo lograron con creces. Por su diversidad sonora orgánica, su ejecución y aspecto técnico (mix y master) obtiene altas calificaciones. Valle Láser se siente como estandarte de una avanzada por lo genuino. Ojalá mucha gente del circuito esté prestando atención. No hace falta encajar ni forzar nada. Las claves son la química artística, el disfrute y la confianza.
Valle Láser fue una aventura coproducida por Valci y la banda. La confianza mutua hizo de la experiencia una hermandad de complicidad artística. Se trata de algo más que colegas de la música: ambas partes vienen pateando la escena desde años, resistiendo y creciendo a la par. El proyecto del disco los encontró más cerca que nunca. Una familia creativa que se potencia, pero también está para contener cuando los procesos arrojan frustraciones.
“Nos entendemos mucho” observa Ani sobre el proceso de trabajo junto a Valci. “El rol del productor hace que la experiencia sea otra”, agrega. “Todo el tiempo está funcionando con la cabeza puesta. Es el famoso quinto Beatle. Resultó clave”, indica el baterista.
La totalidad de las canciones fueron masterizadas con una cadena de audio analógica, a través de una MPC-live, cuyo color distintivo coloca esta obra sonora en un registro a la vez particular y popular. Desde la banda bromean que es “música para la radio de otro planeta”. Tienen un punto acertado: varias de las canciones tienen potencial para hitazo de FM que resuene fuerte dentro de un auto o por el estéreo alojado arriba de una heladera o que hace compañía en el patio, jardín o quincho de casa. «Say hit» con la trompeta de Manuel Fuertes (Latelonius) y la voz de Nico Chiocca(Groovin Bohemia) tiene delicados arreglos de voces. Transcurridos cinco minutos, una armonía vocal se revela en clave bailable, como las lecciones que inculcó el mítico Soul Train en la generación que a finales de los 70/principios de los 80 hizo de la pista de baile un laboratorio melódico-armónico que, durante el día, era apoyado por las radios populares. En ese sentido, huelga decir que el Ed Motta del álbum AOR podría ser otro feat del Choke para esa canción. «Semitónico» junto a Sofi Pasquinelli en guitarra y Facundo Salvarezza en scratch tiene poderío transversal capaz de seducir al público rockero, rapero y al trap muscular que, en vivo, toma connotaciones de principios del 2000. Por supuesto, el éxito más directo es «Dame un like» junto a Indie Puesta: cantado en castellano, con estribillo pulido y arreglos vocales de soft pop.
Valle Láser funciona como una carta introductoria ideal para que Chokenbici siga creciendo por encima de las limitaciones geográficas y los impedimentos algorítmicos que dominan las escuchas. Ahora la meta es amplificar la data. La fecha fundamental de ese proceso llega el viernes 25 de agosto, con la presentación del disco en un evento que se titula Experiencia Valle Láser, en el Galpón de la Música. La cita debe considerarse como una aventura inmersiva que incluye dos escenarios, múltiples pantallas, mapping, sensaciones análogas en contraposición de lo digital, además de otras sorpresas que no vamos a spoilear.
“Buscamos una experiencia completa para que el estímulo sea considerable. Laurita cierra la noche. Abre el Bife en plano solista”, cuenta el baterista, refrenando el entusiasmo. “Estamos trabajando con un equipo para cada aspecto: visual, sonoro, comunicacional. Como siempre, en nuestro laburo, lo mejor es el aspecto humano. Eso hace que lo imposible termine siendo real a pesar del capitalismo. Teníamos ganas de meternos dentro del concepto”, comparte Books. “¿Nos vemos en el Valle?”, concluye con una sonrisa que invita.
La belleza de Chokenbici radica en su naturaleza impredecible. La ración exacta de lo que necesitábamos aun cuando no lo sabíamos.
Ani puede cantar en inglés, francés o portugués. Puede darlo en castellano o spanglish. Como dicen por ahí, tiene ángel. Ella conecta. Detrás suyo arremete el bajo de Mariño, dedos como tenazas, marcando un groove imperativo. Se suma la batería. Los sintes se desparraman. La música es un lenguaje universal y Chokenbici tiene las llaves gancheras para abrirse puertas.
El Choke funciona, desde hace casi cinco años, como un núcleo cohesivo de música y disfrute. Los nombres propios quedan relegados. No se trata tanto de una banda como de una unidad musical. Claro, en lo suyo son cuatro mostris, pero en el Choke el todo es más que la suma de las partes. Valle Láser se construye desde ese principio: están todos los elementos que disfrutamos en vivo en los últimos años, también esos talentos que orbitan alrededor, la onda, el disfrute relajado, todo logra algo mayor. Se trata de un disco sin fisuras.
En un primer momento Chokenbici funcionó como un espacio de oxigenación necesaria donde les integrantes se permitieron un disfrute asociado a la libertad de una jam. Querían soltura. Necesitaban dejarse llevar. Fue un experimento orgánico desde el vamos. Un sonidero alimentado por una conjunción de experiencias.
En la génesis de la banda se reconocen varios proyectos artísticamente consolidados que gozaban de convocatoria, de una visibilidad saludable y, fundamentalmente, de sustentabilidad. Casi todo, con el paso de los años, quedó atrás por distintas razones. El Choke terminó transformándose en un microseleccionado de talentos que encontró rumbo propio combinando todo: vuelo artístico, sustentabilidad, proyección, disfrute.
Con el disco bajo el brazo se puede afirmar que Chokenbici probó ser el módulo definitivo que les permitió crecer y brillar. Sus cuatro tripulantes exploran su deseo y desarrollan sus capacidades en un laboratorio de química humana que, por ahora, no demuestra limitaciones creativas.
“Viajar tan livianito y tenerlo como punta de fuga nos hizo perdurar, además de tener cada vez más fuerza. Es como esas cosas de la vida: aquella fiesta que no organizás termina siendo la que más te divierte. El Choke es eso”, afirma Canals, mostrándose receptivo a la teoría.
“Creo que se presenta más allá del deseo: de querer ir más lejos desde esas bases que sentamos antes. Vayamos juntos para allá. Apostemos. Las expectativas que podemos llegar a tener las sabemos, las conocemos y las compartimos. Eso surge a lo largo del tiempo, sin presiones”, considera Bookx.
Chokenbici maneja la química. El punto de partida es la zapada de cuatro, siempre. La composición empieza de esa forma. Esa comunión itinerante que son sus recitales funciona de la misma manera: se enciende el núcleo del cuarteto y el aura se expande hacia afuera, contagiando. “Es pura chispita. Ni siquiera se verbaliza. Miramos para abajo y arranca”, cuenta Lauti.
Alrededor de la banda se fueron presentando ingredientes que agregaron matices, extendiendo la paleta estética. Algunas cosas quedaron, otras fueron pasajeras. Todo se fue ampliando de manera sutil, evitando la estridencia. Con tanto sucediendo, algo estaba claro: Chokenbici siempre privilegió su música como una experiencia abarcativa. Hay un entendimiento del disfrute: música libre en comunidad, con integrantes entregados al goce.
“En la zapada se permean cosas que cada uno puede estar trabajando con su instrumento. Esas cosas se conectan. Nunca partimos desde una idea puntual que alguien trae. Es una ebullición que sucede entre nosotros cuatro”, dice la cantante. “Es bastante simple nuestra química. No hay ningún secreto. Le metemos”, añade.
“Cuando nos dijimos de hacer un disco algo cambió. Fue un cambio dentro nuestro y a la hora de tocar en vivo. Empezamos a direccionar eso que pasaba en los toques. Fue probar de acuerdo a lo que salía. A veces salía, otras, no. Fue una decantación en los shows. Para llegar a grabar fue un tema de vueltas, de formas, de sumar, de restar. Después de grabar llegó otra etapa. Una enorme. Grabamos en abril del 22. Cada vez que nos sentábamos, volvíamos a decantar. Fue un año largo. Pulimos mucho”, señala Canals.
Con pocas semanas girando en Internet, Valle Láser se cuenta entre las novedades más interesantes de la cosecha nacional de la temporada. Asimismo, el disco se inscribe en un listado, a priori, significativo: discos rosarinos que se produjeron con debida paciencia, respetando procesos artísticos, corridos del frenesí de novedades que domina el horizonte musical contemporáneo. En ese sentido, Valle Láser se ubica junto a 341 de Calíope, Canciones para Fantasmas de Jimmy Club, Insecta de Invernáculus, Silverplace de Dez Moabit, Resta el accionar de Las Aventuras y Flotado de Lucas Marte, como discos gestados al costado del camino. Más allá de sus diferencias estéticas, métodos de grabación, edades, presupuestos y estructuras, cada uno de esos discos fue producido priorizando lo esencial: permitirse los tiempos madurativos que el hacer artístico precisa, respetando necesidades individuales y colectivas, sin obligación por correr detrás de la zanahoria de la industria o cuadrarse en los tiempos de línea de ensamblado que exigen las plataformas.
La paciencia es una virtud. Haberlo entendido fue vital. Mientras que la fauna musical rosarina sigue ofreciendo una diversidad de sonidos a la par de nuevos artistas y proyectos, el último año estuvo signado por una variedad de voces que, quizás agotadas del frenesí pandémico que dejó una sobredosis constante de información que se traduce en saturación, decidieron frenar la pelota para tomar perspectiva y contemplar otras formas de hacer. Canals hace referencia a algunas de las bandas antes mencionadas cuando tiene que referirse a los aprendizajes que llegaron durante el proceso de Valle Láser, o del disfrute que se siente ahora, cuando el material está girando en la cabeza de la gente, compartiendo escucha con otros lanzamientos frescos.
“En la escena local hay una notable evolución en la capacidad de las personas y de las herramientas. El crecimiento está. Las herramientas digitales son accesibles”, comparte el baterista. “Pienso en los discos de Calíope o Jimmy Club. Escucho ese material y entiendo que hay una búsqueda constante detrás del aprendizaje. Antes sentía que la música estaba buena, pero que había una distancia técnica entre lo local y lo de afuera. Ahora estamos ahí. Me encanta. Podemos alcanzar un sonido piola, el que vos tenés en tu cabeza”.
“Yo veo un crecimiento profesional que se alimenta de forma recíproca. Eso posibilita que podamos pensar en el desarrollo de una industria musical local. Eso hablando en términos de reconocer el valor de un productor, además de la posibilidad de generar estructuras. Cuesta, pero vamos a poder”, reflexiona Ani.
Bookx y Canals sonríen cuando hablan sobre el periodo de grabación extendido -una y otra vez- a través de los meses. El plan original se estiró como chicle jirafa. “Sale en marzo. Sale en mayo. Sale en julio. Bueno…esperemos que salga”, recuerda Canals, con alivio.
Comprender el proceso, respetando sus necesidades, resultó en lecciones bien ganadas. Chokenbici salió mejorado de la aventura. Ahora concentran el esfuerzo para que el show sea inolvidable. La experiencia inmersiva en el valle es inminente.
“Ya salió el disco y es todo alegría”, cuenta Ani, quien también admite que, por momentos, sintió que todo se hacía largo. “El objetivo fue quedar conformes con lo que estábamos haciendo. Vimos que el tiempo dedicado leveleaba la obra: fue lindo apreciar ese esfuerzo reflejado en nuestra creación. ¿Por qué correr? ¿Acaso tenemos contrato con alguien?”.
“Es la primera vez que escucho un disco que hice. Siento que me excede. No siento como una propiedad al disco…logro disfrutarlo. Eso fue porque nos permitimos no correr. Llegar a esa instancia fue complicado porque nuestros ingresos también dependen de tocar. Para eso necesitábamos el disco, pero entendimos nuestros procesos”, comparte Bookx.
“Tardó, pero sirvió. Uno sigue puliendo, le mete. Te agarra miedo, te pega la inseguridad. Pero vale la pena pensar y repensar. Siempre quedó mejor. Hay que saber tener esa paciencia. Respirá. Ya va a llegar eso que tenés en mente”.
La celebración está lista para desatarse. Suena la banda. Se arma la fiesta. Baila el río. Aplaude la luna. ¿Demasiado? Quizás, pero toda exageración tiene su fondo en lo razonable. El Choke nos hizo imaginar algo mejor, mientras alrededor crecían las sombras. A su manera, nos hicieron sacudir hasta imaginar lo imposible. Necesitamos eso, más que nuca.
Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard
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