KETEKALLES EN ROSARIO: CANCIONES PARA SOBREVIVIR AL VERANO DE SHOCK

El cuarteto catalán llegó a Casa Brava para dar inicio a su gira latinoamericana. Con canciones poderosas, musicalidad y actitud de entrega, lograron una burbuja sanadora dentro de un verano signado por la terapia de shock mileista y el bajón generalizado.
Cobertura y encuentro exclusivo con la banda.

 

Aun cuando apenas pasaron 53 días del comienzo del año, 2024 se siente agotador debido al verano que nos encuentra bajo terapia de shock, la pérdida de derechos y una aguda crisis social y económica. El ánimo popular está por el piso. La preocupación puede leerse en casi cualquier persona que camine por la calle. Recién llegadas desde España, Ketekalles toca en Rosario y logra  desarticular la pesadumbre mileista con un puñado de frases inexpugnables que se sienten como un bálsamo catártico. “Hemos venido a rescatarnos de la tristeza”, “es el pueblo que grita libertad”, “La norma es tan estrecha que nos quedamos fuera”. Se trata de líneas contemporáneas aunque parecen gritos de resistencia atados a la historia, la misma que se repite casi en loop, pero ahora es más cruenta como es característico de cada estertor expansivo del capitalismo tardío y embrutecedor que nos toca vivir en la última década.
Las canciones del grupo se sienten cargadas de una verdad imprescindible cuando afuera casi todo tambalea. Son días de lucha, resistencia y agotamiento. Ketekalles, por dos horas, logra una burbuja sanadora que cobija y abraza a lxs presentes. Si el arte es un poder, como sostiene el escritor Alan Moore, Ketekalles lo demuestra al cambiarle el ánimo a toda la gente presente en Casa Brava. La música salva otra noche.
L
os primeros quince minutos del show de Ketekalles son extraños, con la gente guardando su distancia del escenario. Esa brecha se hace sentir hasta que una voz, entre el público, rompe el hielo con decisión: “Dale, amiga, me voy a bailar para adelante”. El paso decidido es suficiente para que el bloque estático se evapore en segundos. Detrás de su Rickenbacker, la bajista Nadia Lago Sáez (nacida en Argentina) es la primera en notarlo, sonriendo.
Cuando la soltura gana la pista, el baile se desata de manera intermitente. Las canciones marcan un ánimo sostenido que se contempla en estadios varios. El grupo zigzaguea sin pausa, valiéndose de su musicalidad precisa. La unidad se siente tanto en química compartida como en la disciplina de horas interminables de ensayos. 
La plasticidad individual se insinúa, aunque se evita cualquier tipo de desvío onanista:  el lucimiento personal permanece dentro del núcleo que las hace una. Con todo, se puede remarcar la percusión polirrítmica de Camila López (de Chile), desde un pulso sanguíneo que manera elegante equilibrio entre lo terrenal del golpe y el beat digital pistero; Ana Toledo (de Cataluña) con una guitarra iberoamericanista que pasea tanto por Colombia como Andalucía para ser alterlatina, pop o meter influjos de hard-rock.
Sombra Alor (de Cataluña), cantante y tecladista, se erige, entre acciones que denotan una presencia renegada: posee movimientos propios del rock de estadios, del hip hop y del punk. Los tiene bien aprendidos, pero reniega de impostaciones, optando por ser ella misma. Se potencia entre los espacios libres, ocupándolos con autoridad, valiéndose de su voz y entrega física. Estira y retuerce sus brazos, salta, dispara alguna patada; utiliza tanto el micrófono como su pie cuando quiere multiplicar su presencia. Bajo la visera de su gorra, su mirada sigue atenta al público, porque esos gestos la alimentan.
Suenan «Manuela», «Somos», «Sobreviví», «Antiheroína», «Flotando», «Ahora», «Mira’m als ullets»  y «Mi monstruo», entre otros temas. Las canciones fusionan fronteras, géneros y elementos para evitar cualquier restricción. No les interesa ser clasificadas de ninguna forma. Abordan la rumba, el flamenco, el rap, la cumbia y el rock desde un atrevimiento punk, evidenciando el oído inquieto de un grupo con las antenas encendidas, tanto en lo estético como en lo ético. 
Toledo y Alor intercambian roles al frente, lo que permite una dinámica de relevamiento que es un ida y vuelta constante, logrando una impredecibilidad escénica libre de protocolos. Dominan el escenario entendiendo sus rincones y posibilidades. De la misma forma, es fácil imaginar que pueden sacar lo mejor de escalas mayores o menores. Ahí radica un atractivo clave de Ketekalles: el magnetismo del directo logra ponerse a la misma altura que su mixtura sonora, eso es destreza musical y la seguridad de cuatro artistas curtidas y experimentadas.
En este esquema debutante de Casa Brava, con una mitad de sala libre de mesas, el escenario bajo permite un contacto directo con la gente. Ketekalles comprende el potencial de la situación y corre a fondo. Es la segunda visita a nuestra ciudad, aunque la primera fecha propia. No dejan pasar la oportunidad.
Público y banda se están conociendo, por ende, todo es exploración sensorial. Se trata del disfrute propio de esos pasos frescos que caminan a la par, jugando en una complicidad naciente. Esta noche, el proceso de estímulo-respuesta se sabe potenciado desde una lógica de la química. Te llevo para que me lleves es una declaración de principios que le pertenece a ambas partes involucradas. La banda entrega. El público entrega. Hay baile, saltos, cantos y gritos de guerra. También muchas sonrisas de disfrute.
Ketekalles se hace carne en el zeitgeist combativo y orgulloso, pero logran ser diferentes por unas canciones logradas y suficientemente poderosas como para integrar una Internacional Feminista. A medida que la noche avanza se hace imposible imaginarlas lejos de su público. Es una banda de la gente, esas que son abrazadas por la comunidad, las que se encienden con la cercanía. Su musicalidad nómada es puente ideal para la celebración allí por donde vayan.
¿Será igual en todas las fechas de la gira? Ketekalles parece poseer la virtud de esos grupos destinados a interpelar en vivo, con unas músicas siempre hambrientas de nuevas experiencias; de probarse a otros públicos a medida que van creciendo; de embeberse de otras culturas y enriquecerse con el aprendizaje. Siempre habrá otro escenario donde brillar de manera singular, algún ritmo nuevo para incorporar, brazos en alto queriendo gozar. Ese norte, como un eterno porvenir, es parte del fuego que las hace seguir siempre un paso más. 

El cuarteto llegó a nuestra ciudad para comenzar su gira latinoamericana. Luego de recorrer Rosario, Córdoba y Santa Fe, cruzan a Chile para después volar hacia Uruguay, volver a Argentina para otros tres conciertos (en CABA junto a Lesbiandrama) y finalmente enfilar hacia Colombia para más.
El día uno del tour se siente como una jornada que desafía la relatividad del tiempo. O, al menos, de las veinticuatro horas que componen un día: llegada a Argentina, trámites en Ezeiza, conteo de equipaje, doble chequeo del equipo técnico; estirar las piernas un rato, pero sin perder tiempo correr a tomarse un micro destinado a Rosario. Viajar, llegar, hacer check-in, dejar los bolsos y arrancar para Casa Brava. ¿Apenas transcurrieron diecisiete horas?
Hubo momentos de tensión para llegar, no obstante, aquí están, probando sonido con una predilección por el detalle. Acompañando el momento, tienen siempre a mano el mate y una bolsa de chipá, cortesía de la familia de Nadia, que viajó a Rosario para recibirla.
La primera visita de Ketekalles a Rosario fue el verano pasado, en el marco del festival Agitadoras, en el anfiteatro municipal. Hoy la apuesta es diferente. Con unas ochenta anticipadas vendidas y una fila de fans que pasadas las 19.30hs empieza a formarse, la expectativa va creciendo.
Con todo, hubo tiempo para el disfrute porque All work and no play makes Jack a dull boy: Sombra cuenta que tuvo chance de nadar un rato en el hotel antes de venir. Su sonrisa denota un agradecimiento por ese rato de relax. Ahora, enérgica, prueba sonido, entre la voz principal, en el centro del escenario, y su teclado, algo más atrás, sobre la izquierda.
Con mates, chequeo individual y general, la prueba pasa en orden. Las Ketekalles saludan a Majo Clutet, agitadora local con la responsabilidad de abrir la noche. Pronto arreglan una sorpresa: hacer un tema de Gilda.
Casi no hay margen para mucho más: apenas retirarse al camarín, relajarse un rato y prepararse para las fotos y luego tocar. Emi, mánager omnipresente, mide los tiempos mientras también revisa detalles de iluminación sobre el escenario.  

 

Ketekalles nace en el 2016 en Barcelona. El grupo aborda temas como la migración, el machismo, las infancias, el capitalismo y el impacto que esto tiene en la vida de las mujeres y las disidencias, ofreciendo un punto de vista diferente marcado por las raíces pluriculturales de la banda. Esa diversidad atraviesa a sus integrantes, así como también a todo el proyecto. Se trata de algo más que componer canciones y publicar discos: se trata de construir. 
“Este grupo siempre está incorporando elementos, entre curiosidad y deseo de aprender”, explica López. “No hay una intención consciente de mezclar ritmos: surge de forma natural por la diversidad natural que tenemos”. 
“Nos vamos conociendo más, eso permite que lo artístico se nutra de otra manera. Para este segundo disco, en esta etapa actual, hay un proceso más amoroso que genera otra convivencia en la fusión. Nada se siente forzado, es una fluidez real”, señala Ana, alias La Tole. 
La banda tiene tres álbumes: Hurgar y sacar (2016), Remendar el caos (2020) y Antiheroína (2023). Además, tienen un puñado de sencillos disponibles en plataformas digitales y en la bastedad de la Internet.
En Spotify, Ketekalles acusa escuchas en Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Santiago y Bogotá. Su canal de YouTube ostenta comentarios de Uruguay, Brasil, México y Bolivia. Hay declaraciones devocionales a sus canciones y pedidos de visitas. Es justo decir que la banda supo cruzar las fronteras, llegando a corazones de calles impensadas.
Desde 2020 vienen creciendo con constancia, especialmente por España, donde las salas fueron necesitando mayor capacidad. Como sucede con todo proyecto independiente y autogestivo, cada paso adelante va exigiendo a la estructura que supieron construir. A medida que las cosas van tomando otra dimensión, la banda crece, ya superando a las cuatro músicas que lo integran. Sobre el escenario hay cuatro integrantes, pero el equipo se extiende, con Elba -técnica- y Carla -Community Manager. Emi, además de mención, liga un aplauso celebratorio que le contagia un rubor en su rostro.
“El equipo se tiene que ir haciendo más grande. Seguimos siendo independientes, no tenemos discográfica. Trabajamos con varias agencias de booking porque nuestras manos no alcanzan para gestionar todo lo que implica una gira”, detalla Nadia. “Semejante apuesta exige demasiada gestión. Así entró Emi al equipo. Está con nosotras y también es un nexo directo con las agencias donde trabajamos. Tenemos una estructura montada que nos permite salir a tocar tan lejos de casa. No podríamos hacerlo de otra manera, es muy difícil. Se te escapan muchas cosas, te podés mandar muchas cagadas”, concluye.  
“Ahora necesitamos más personas para hacer lo que antes hacíamos nosotras cuatro. Realmente es demandante y tenemos que enfocarnos en la música en algún momento”, comparte La Tole “De tener que hacerlo todo nosotras, no podríamos dedicarnos a la música. No tendríamos tiempo para componer o ensayar”. 

 

Remendar el caos y Antiheroína son dos trabajos logrados que capturan la esencia de la banda, tanto en el presente como el potencial de lo que está por venir. Son discos de una fusión musical orgánica que sabe desarrollar una identidad con naturalidad, apuntalado por un esmerado trabajo de producción. Ese oído atento saca a relucir buenos arreglos vocales y hace fluir la diversidad que caracteriza al cuarteto. Allí el equipo también se extiende más allá del escenario, con el aporte del productor Mario Patiño, colombiano afincado en Barcelona desde hace años.
“Nuestro productor es muy creativo. Siempre ha respetado nuestros tiempos de evolución. Sabe comprendernos”, indica Sombra. “En ese proceso siempre nos cogió bien las voces para cada una. Comprende lo general y lo individual. Por ejemplo, yo que soy de hablar flojito y gritar, pues sabe cómo grabarme, sacando lo mejor de mí. Sabe cómo acercarse y alejarse. Cada una entiende lo que mejor nos queda. A La Tole le pone delay o autotune. Entiende la esencia de la banda y nuestras virtudes”.
“Nos cuida mucho en ese sentido”, cuenta Ana. “Además sabe trabajar las armonías. Generalmente las armonías las trae Sombra, pero Mario sabe potenciarlas. Entiende cómo trabajar cada parte, jugando estratégicamente con la ubicación de micrófonos y la complementación que hacemos entre nosotras”.
En vivo, la experiencia de Ketekalles es algo diferente. Toman todo lo aprendido para combinarlo con su pulso sanguíneo. Tienen una impronta punk desde el desparpajo y la entrega: lo principal es expresar y conectar. En la ecuación, a veces, sacrifican bastante. Ellas mismas se ríen, cómplices, sin decir demasiado.  Según explica La Tole: “en el directo, todo lo suplimos de varias formas. Históricamente, pues es ponerle pechaco. Actitud y un toquecito de caradura. Entonces, nuestras dos voces van adelante, y no se echa en falta. Más allá de esa entrega, para este segundo disco hemos añadido pistas que refuerzan un poquito”. 
Si bien desconfían de cualquier etiqueta o género que pueda anclarlas, López afirma que la actitud desacartonada del punk funciona como un leitmotiv constante:” cuando el cuarteto se conformó definitivamente con esta formación nuestra actitud absoluta fue no sabemos cómo va a ser esto, pero ahí vamos, lo tocamos.  Tiene que ver tanto con la práctica de tu propio instrumento como de otros instrumentos que quieras curiosear. El proyecto en general es así. Somos curiosas. Entonces escuchamos algo, lo traemos, lo tiramos. Es una batidora. Sale. Está bonito. Jugamos”.
“A veces las cosas van cambiando con el tiempo. Quizás un año después de cerrar un tema se nos ocurre poner, no sé, una cumbia en medio de tal cosa. Entonces, podemos hacerlo. No somos tan fieles a lo que hicimos, dejamos que evolucione. Nos permitimos ese espacio de crecimiento”, dice Sombra, de mirada atenta bajo su visera. 
“No somos académicas, para nada”, considera Nadia.  “Intentamos ser respetuosas de los estilos a los que les metemos mano. Cuando se nos ocurre algo que no manejamos, le echamos un rato de estudio. Intentamos aprender, ver de dónde viene. Respetamos eso. Le metemos espíritu punki intentando respetar el lugar de dónde viene”.
“Lo académico castra un poco”, reflexiona Sombra. “Atenta contra el crecer poco a poco, demandando saberlo todo antes de salir a un escenario. No es tan así. Lo bonito de Ketekalles es que vamos aprendiendo por el camino”.
La Tole sintetiza el espíritu definitivo del grupo: “se ríen de mí porque bailo cumbia fatal. ¿Pero qué voy a hacer? Pues la bailo. No voy a dejar de hacerlo. Así con todo”. 

 

 Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

 

 

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