Marcos López y sus interrogantes sobre tiempos vertiginosos
En la esquina de las calles Italia y Santa Fe el tráfico y la actividad de los locales van bajando a medida que las horas se acumulan. Mientras la tarde se va yendo, las columnas y postes de semáforos, lentamente, van haciendo de sostén para decenas de bicicletas que son encadenadas por sus propietarios. Luego de cerrar sus candados los ciclistas apuran el paso hacia el interior de la sede del Círculo de Médico de Rosario. Algunos miran con desconfianza preguntando si están en el lugar correcto puesto que la charla se pasó de lugar debido a la demanda de entradas por parte del público. No hay una señalización que apunte al auditorio o destaque al expositor. “¿Acá es lo de Marcos López?” pregunta un barbudo señor que podría pasar como un George R. R. Martin con algunos kilos menos. Cuando le confirman que está en el lugar correcto agradece e ingresa con apuro.
Marcos López está en Rosario en el marco del 30° Aniversario del Concurso Nacional de Fotografía que organiza la Mutual del Personal del Grupo San Cristóbal. El encuentro, que promete una exposición acerca del Sub-realismo Criollo en la fotografía a cargo del nativo de Galvez, agotó la disponibilidad de las entradas gratuitas bien temprano en el día jueves por lo que la organización tuvo que cambiar rápidamente de sede, yendo del Auditorio San Cristóbal al Círculo Médico.
Son aproximadamente doscientas personas las que llenan la sala de conferencia. Las paredes cubiertas con libros hospedan espectadores de todas las edades con curiosidad sobre sus ojos, varios anotadores en mano, celulares y algún que otro grabador. Cuando Marcos López aparece en escena la expectativa se traduce en aplausos de ansiedad que él mismo se encarga de apaciguar. Luciendo un outfit de jeans y sweater norteño, ambos en escala de verdes, el protagonista del encuentro propone una oportunidad de teatralización que involucra a organizadores, público y redes sociales. Empuñando su teléfono celular, un iPhone 7 Plus, otro protagonista de la ocasión, explica que le interesa hacer hincapié en “el leitmotiv que es la teatralización de la fotografía”. Acto seguido pide a uno de los directivos de San Cristóbal que repita sus palabras introductorias mientras un fotógrafo, ahí trabajando, graba la recreación con celular. Ante el atento y divertido auditorio, López le explica al fotógrafo qué encuadre quiere e instruye al directivo, “usted no se tiene que pasar de los treinta segundos de introducción porque las redes sociales no permiten mucho y la gente se aburre cuando lo ve”. Por último, le pide al público presente que ahora sí aplauda como corresponde cuando vuelva a salir. “Los que no vinieron van a pensar que fue la realidad y van a decir ¡Qué tipo querido es Marcos!”. Todos desempeñan el papel Ad hoc requerido por el Director. Luego de los aplausos y las risas, López muestra a toda la concurrencia como edita el video, especificando cada paso -“Lo dejo en veinticuatro segundos”– y finalmente compartiendo el registro en su cuenta de Instagram.
“Ya estoy cansado de hablar de la foto del asado, no quiero proyectar más eso, quiero ir hacia otros lados” plantea López casi desde el comienzo de su exposición. ”Quiero investigar narrativas audiovisuales y los tiempos actuales desde redes como Facebook o Instagram” explica mientras apunta a su celular y se refiere a los múltiples abordajes que permite la herramienta. “La calidad del iPhone es excelente. ¿Para qué quiero una cámara si puedo hacer un tapa de Vogue con el celular?” observa contrastando paradigmas. “A mi me parece fascinante esa cualidad o fenómeno de la tecnología que nos iguala y nos tiene caminando inclinados, absortos en la pantalla”, reflexiona. Luego se extiende, “hay un público, hay una escena y hay un actor que está trabajando en ese límite de ¿soy Marcos López o estoy actuando de Marcos López? ¿Cómo es Marcos López en la intimidad, en el oscuro hueco existencial de intimidad? Cuando digo «Querida vamos a Cancún. Vamos a un all inclusive en Cancún. Vamos a ser felices en Cancún. Nos compramos cosas en el free shop, nos sacamos selfies en Cancún». ¿Cómo escapamos de las redes sociales? ¿Hacia dónde vamos con comunicar todo? Es tan grande el cambio tecnológico de los últimos diez años. La gente con la cabeza a 45° mirando el teléfono, da lo mismo si es la Villa 31 o el Teatro Colón, los niveles socioeconómicos se equiparan totalmente. Me parece que es el gran tema”.
De la cintura para abajo López es casi estático. Más arriba, sus brazos, sus manos, son un dinamo inquieto y frenético. Sus cejas se arquean de manera dimensional enmarcando algo más que su rostro o sus palabras, parece querer arrastrar a todos presentes hacia su curiosidad. “Me fascina el vértigo comunicacional que vivimos. Otro gran tema es la necesidad de aprobación con los likes” asegura mientras, en microsegundos, salta a otros interrogantes “¿Cuánto se sostiene la narrativa sin guión o ya es otra historia? ¿Cuándo se aburre el espectador? ¿Hasta dónde puedo ir que no sean los tiempos de Facebook o Instagram? se pregunta el artista. Embalado en la fascinación de las nuevas herramientas y el lenguaje que genera, explica que quiere compartir con los presentes un video que viene elaborando en sus últimos viajes. A continuación del PLAY se reproduce un compendio de segundos vivenciales que retrata a un hombre orquesta, un soundsystem tropical en lo que parecen calles mexicanas; una pintura y repintura de la Joni Mitchell de Both Sides Now; una pianista de dedos interminable con falanges intimidades; una cristiana guatemalteca que advierte a voz pelada sobre el Segundo Advenimiento; artefactos chinos en su inercia de movimientos mecánicos impulsados por la repetición esclavizante de resortes; su propio “El Mártir” ahora está convertido en una caja de cereales que también ha sido apuñalada con un enorme cuchillo de cocina que toma una tercera dimensión, sobre la sombra que proyecta el filo en la caja se lee “Cambiamos”. La narrativa no parece dispersarse mientras que la música logra permanencia y continuidad. La tesis ¿final? ¿parcial? podría ser el destino común que nos espera pacientemente en el basurero de la historia. “Traté de experimentar con una narrativa y con el sonido, traté de contar una historia con videitos filmados con el teléfono. Quise introducir el concepto de esta época, las fragmentaciones narrativas. En Facebook está el señor que fue a Cancún con la señora, otro al que se le murió el perrito, otro contando la guita que gana”.
López se dispersa en el desarrollo de sus conceptos, disparando interrogantes e inmediatamente saltando hacia el vislumbramiento del siguiente. Cabe preguntarse cuán afectado está él mismo por la fragmentación narrativa que tanto lo intriga o, si, como un performer consumado, se entrega ciento por ciento al concepto constante. En cualquiera de esas posibilidades el resultado es el mismo: deja al espectador con sus preguntas resonando. Además, el comunicador teoriza y excava con la contundente certeza de que cualquier teoría sólida de hoy puede expirar mañana mismo.
Cuando se presenta la oportunidad formular preguntas, muchos presentes levantan sus manos esperando su turno, mientras el galvense elige al azar. “¿Ves una teatralidad en la política?” López responde arrojándose al piso y tomándose el pecho, trata de abrazarse a un suelo que lo sostenga del agujero negro que de repente se abrió bajo sus pies. Un segundo después se reincorpora y puntualiza, “el arte debe ser un pensador independiente del poder político. Tiene que haber un pensamiento crítico del poder, si no, es sólo un intento”.
Entre pasos gentiles el performer le da epílogo al encuentro: “Es bueno saber retirarse a tiempo, como los boxeadores. A veces alguna gente se duerme y no está mal, es información emocional extra. Cuando yo voy a yoga y bostezo, la profesora me dice ¡Bien, Marcos, bien!” .
Parar el auto. Abordar el avión.
Temprano en el jueves, el fotógrafo está en camino a Rosario desde la ciudad de Santa Fe. Viene con unos treinta minutos de atraso, en un remis contratado por la empresa organizadora. “Está llegando, están por el barrio del Padre Ignacio”, avisan los organizadores. No hace falta mucha información más para imaginarse a López parando en la derruida circunvalación rosarina o en Barrio Rucci para capturar imágenes que seguramente atrapan su imaginación. Sin embargo, no es así, se trata simplemente de un remisero impuntual. Minutos más tarde, cuando ingresa al hotel de la calle Dorrego arrastra una valija y un diminuto morral de viajero dinámico. Antes de poder hacer el check-in aparece un hombre desde la calle. “Marcos, te vi entrando y paré el auto para saludarte” comenta el admirador no identificado. “Parezco una estrella de rock”, responde el artista con una sonrisa y le agradece por su cariño mientras se estrecha en cálido apretón de manos y recibe una palmada en la espalda.
El autor de Photobolsillo, Sub-realismo criollo y Pop Latino, entre otros, protagoniza una velocidad personal que lo tiene yendo de aeropuerto aeropuerto, de ciudad en ciudad, de video en video. Acarreando un bolso con ropa y vestuario para oportunidades performáticas, algunos libros, sus anteojos y su herramienta definitiva, el celular, López parece tener todo listo para el próximo destino. Ahora, luego de algunas horas de asfalto, pide un mate cocido López y se dispone a charlar franqueando la mesa con anteojos, unos para leer, otro para ver de lejos. “El martes me voy a Ecuador. Me han invitado a fotografiar una fiesta popular muy interesante” cuenta sonriente mientras dispone su infusión. “Estoy un momento de mi vida profesional en el que siento que es como el sueño del chico porque voy, me divierto, y me pagan”.
– El sueño del pibe está cumpliendose.
Y sí. Del mismo modo sigo siendo una especie de amargado. Sigo atravesado por una especie de angustia permanente por eso también mis fotos son buenas. Todo ese conflicto que me atraviesa sobre la civilización, la vida, la sociedad, la desproporción económica, la fe, el erotismo, todo está en la imagen. Todos los días agradezco a la Virgen de Guadalupe que me gano la vida sacando fotos con el teléfono.
– Siempre hablás de tu angustia y me parece que también hay que referirse a tu sentido del humor, esa virtud es muy importante en tu búsqueda, sobre todo cuando se puede encontrar una graduación de la ironía.
La ironía, el sentido del humor, es una coraza, una protección. Hoy en instagram, Santiago Hafford, un fotógrafo, me puso “Marcos, dejate de joder repitiendo siempre la manguera, la chancleta y el pato inflable porque tus fotos son mucho más que eso”. Y sí, mi fotos son mucho más que eso, usan el color y en paralelo hay un desamparado emocional existencial. Mi búsqueda es en colores. Por eso yo me distancio de (David) Lachapelle o mismo de Martin Parr o Diane Arbus. A todos los tomo de influencia. Yo creo que soy como Diane Arbus, en un punto, un poquito menos (risas) pero sí, yo la entiendo. Logro entender como ella se espejaba en esos desamparados de la calle. Yo tenía esa misma soledad. Yo soy un poco así, me hago el gracioso, saco el pato y busco. Lo tengo escrito en un texto, “evitar lagrimear por miedo de llorar hasta morir”. Por ejemplo, el otro día dije, voy a fotografiar colchones de gente durmiendo en las calles de Buenos Aires y tapizar la pared de un museo con esos colchones. Punto seguido, a los cinco minutos dije “hay tantos y yo no voy a solucionar nada con mi obra”. Entonces mejor hago otra cosa. ¿Para qué? Como ya estoy más grande y no tengo ese impulso de juventud revolucionaria, me digo “No, Marcos, sacá la foto de una flor o un conejito”. Todo el día me estoy replanteando para qué sirve lo que hago. ¿Para qué sirve? Además de pagar el alquiler, la cuota del hospital, el psicólogo y la escuela de mis hijos. El vestido de la fiesta de los 15. Digo, bueno, gracias pero yo pienso eso. No sé cómo trabajarán las otras personas pero es inherente a mi trabajo que todo el tiempo me esté replanteando las necesidades, el por qué de la existencia, para qué vive la gente. También creo que con la obra artística uno es como una caricia, un masaje, una mano en el corazón del espectador, hacía eso voy. El espectador dice “No estoy solo, está este chabón acá que me está tirando una onda”.
– ¿Parte de tu sensibilidad tiene que ver con ser un tipo del interior que nunca termina de quedarse quieto e integrado a la gran ciudad?
La sensibilidad no tiene que ver con el interior. Vos podés nacer en el Once y ser un director de cine como Burman o nacer en Manhattan. Lo que sí te da el interior es el campo, lo pueblerino, el conocimiento de cierta textura de lo pueblerino. Yo exagero al asumirme del interior porque me interesa la exclusión periférica, me interesa esa mirada periférica. Cuando iba a la Universidad de Santa Fe había un tipo que estudiaba Ingeniería conmigo y se paraba con pose de canchero y venía uno caminando, lo miraba y decía “ése no sabe jugar al fútbol”, esa cosa pueblerina. Me interesa refugiarme en ese crochet de pueblo, digamos. La realidad de mi vida, en los últimos años, es que me la he pasado de aeropuerto en aeropuerto. La última vez que vi la naturaleza fue hace cinco años, en Punta del Este.
– No deja de sorprender cuánto trascendió el Marcos personaje, más allá de la fotografía, los libros y las charlas. El muchacho que te saludó es un ejemplo. Dice mucho de la forma en que supiste comunicarte por las redes ya que tu presencia en los medios ortodoxos es irregular.
El otro día salía de un restaurante en Buenos Aires y venía cuatro chicos de dieciocho o veinte años, y una piba me dice “Ey, Marcos López, capo, sacate una selfie” conmigo y ¡plac! Tenía una alegría, en un punto, porque primero no piensa que soy un pelotudo. Porque si piensa que soy un pelotudo no me dice de sacarse una selfie conmigo. Dos, le estoy tirando una especie de onda, esa especie de popularidad la intenté construir desde una honestidad. Rico no me hice, plata no tengo. Quiero decir, me puedo tomar un taxi, ese es mi nivel.
– Interesante esa traslación en la que el fotógrafo que siempre anduvo por las calles capturando imágenes sea ahora una oportuna fotografía a la que no hay que dejar escapar.
Hace poco fui jurado de un concurso de cine Queer. Yo ni sabía qué era lo de Queer. Le pregunté al tipo que me invitó ¿Qué es Queer? (risas) Fui jurado junto a Lucrecia Martel que es una capa, number one. Entonces estábamos en un bar de La Plata, en la calle, y tres personas se pararon para sacarse una foto conmigo y ella me dice “Es la primera vez en mi vida que veo que a un fotógrafo le saquen fotos” . Es raro.
– Durante mucho tiempo tus fotografías incluían a personas ajenas al campo visual. Siempre fueron personas ordinarias quienes protagonizaron tus fotos, sin embargo, desde hace poco estás trabajando con actores. ¿Cómo vas eligiendo? ¿Qué tiene que tener para trabajar determinada persona?
Yo trabajo con gente común. Ahora también me puse a trabajar con actores. Con Rafael Spregelburd, Analía Couceyro. Yo le veo la cara a la gente y viene algo. Yo te veo a vos y digo, te pongo como enfermero en un quirófano. Listo, te vi cara de enfermero, entonces te pongo la ropa de enfermero y, en un punto, trabajo como un hipnotizador. Creo que tengo unos poderes. Entonces te digo “No respires, no respires, no respires, no respires”, te meto en una cosa y ahí ¡Plac! Tengo ojo para esas cosas. Sería un buen jefe de casting. Soy bueno el casting.
– ¿Y fue posible aflojarle a eso de encontrar gente por la calle para las fotos? Imagino que no debe ser fácil ver ciertas personas y no imaginarlas en ciertas situaciones.
Ya no lo hago, ya no. A veces. Sí, a veces lo hago pero ahora fotografío o filmo con el teléfono. Estoy muy obsesionado con el tiempo narrativo audiovisual, entonces voy generando productos de cuarenta y cinco segundos para Instagram. Estoy tratando de unirlos y ver hasta cuánto un espectador se sostiene con pedacitos graciosos. Me está interesando el audio, el sonido, la narrativa, la voz. La fotografía me sale bien, ya chequeé eso. Me sigue apasionando. Yo venía para acá en el auto desde Santa Fe y en la autopista cuando entró a Rosario, le hubiera dicho diez veces al chofer que pare porque vi diez fotos para hacer. De haber parado diez fotos tendría tres fotos buenas. Digo, wow, no puedo mirar.
– Claro, además viniste por el lado norte, entraste justo por el Padre Ignacio, eso seguro te disparó la curiosidad.
(Sonriente) ¡Sí, sí! Las pintadas de Central, los caballos de cartoneros, está toda la verdad de Rosario ahí. Esa especie de periferia dice mucho. ¡Qué Monumento a la Bandera, ni qué Monumento a la Bandera!
– Hay mucho para capturar en Rosario. También es hora de buscar una nueva postal de la ciudad.
Es que es muy grande lo que se conoce como Gran Rosario. También el otro día dije algo en la muestra que hice en el MACRO: frente a la inmensidad del río el arte contemporáneo no tiene nada que hacer. Vos estás en el MACRO, mirás ese río, mirás esos barcos que pasan, yo quería filmar un plano fijo de diez días de los barcos que pasan, pero estás ahí mirando el río, te das vuelta y ves el arte contemporáneo y decís “no, no, no, no”.
– ¿Te sentís apresado por la dinámica en la que entra un artista tras el reconocimiento?
Siempre estoy pensando en cómo ganarme la vida. No tengo ahorros, viste. Tengo que ganarme la vida entonces como escribo cualquier cosa, en facebook escribo cualquier cosa, me aburrí del arte o no sé, tampoco existe el mercado del arte. Tengo miedo de enfermarme, de morirme, de que no me quieran más las personas que me quieren. Yo siempre pienso cómo voy a ganarme la vida el año que viene.
– Siempre viviendo el momento.
Sí, creo que esa cosa de ser un freenlancer me dio como…Un tipo con la trayectoria que yo tengo, me traje en el bolso diez libritos para vender en el lobby. Parezco los que cantan en el subte que te venden el CD. Ojo, no me quiero hacer el modesto.
– Y en ese ir y venir de un lugar a otro, por ejemplo ahora Ecuador, ¿te quedás con ganas de recorrer hasta el último rincón? Esa visión periférica no es sencilla de abordar sin conocer un lugar.
No, no. Lo que me pasa últimamente es que no tengo tiempo. Fui a Chiapas, San Cristóbal de Las Casas, y el tipo que me invitó me dijo “Marcos, vamos a ver la Selva Maya” y no tuve tiempo. Me pasa mucho eso, voy de aeropuerto en aeropuerto.