NUNCA MÁS ALLÁ DE MUJERCITAS TERROR

El grupo de Marcelo Moreyra y Daniela Zahra inicia un nuevo ciclo vital con Nubes de alcohol, álbum producido por Shaman Herrera. 

 

Alrededor del 2001, cuando la chatura cultural y el hastío social estaban a la orden del día, Mujercitas Terror apareció como ejercicio catártico en un circuito subterráneo necesitado de identidades y originalidad.
Entre fantasía e ímpetu garagero, el grupo siempre logró marcar la memoria. La primera vez que los experimentaste en vivo fue inolvidable. Quizás sea la música. Tal vez las palabras. Puede que sea lo hipnótico de sus voces. En vivo son un ataque a los sentidos: rápidos, ruidosos, dulces y tímidos.
Como buenos románticos, la ambigüedad es parte de su espíritu desde siempre. Vulnerables, aunque sedientos de sangre; Rabiosos a pesar de sus presencias indolentes.
Esa fusión de elementos fueron (son) parte de un imaginario único. Atmósferas viciadas del post-punk para un imaginario de enfants terribles.
Las voces, una de las claves de su sonido hiper personal, son una armonía onírica lánguida que atrae de manera irremediable a las almas que deambulan buscando compinches para hacer fuego de este mundo.
La banda apostó por hacer música desde un mundo propio, apañando a una nueva generación del under que heredaba las viejas formas para aplicarlas en un país derruido.
Entre ruinas, cambios de guardia estéticas y desesperanza había mucho por hacer. Mujercitas Terror emprendió ese hacer con constancia DIY por todos los rincones subterráneos, ahí donde música, performance, instalaciones y videoarte se encontraban para sobrevivir, barriendo con barreras.
Por entonces, desde abajo del escenario, tomar consciencia de Mujercitas Terror fue comprender que te invitaban a ser parte de algo que todavía no existía. Algunos lo entendieron de inmediato: como Alicia, con curiosidad suprema por encima de los resquemores, el rabbit hole era demasiado tentador.
El marco poético decadentista de la banda parecía refugio del afuera urgente.  Si el contexto sociopolítico estaba mordiendo el final de la historia, estancado en los estertores del fracaso neoliberalista, las canciones de Mujercitas Terror presentaban un escapismo de belleza revulsiva que lograba enamorar desde gestos wildeanos.
Quienes se adentraron en el universo de la banda jamás se arrepintieron. Sus discos Mujercitas Terror (2007), Excavaciones (2011), Fiesta Muda (2015) y Oscura sala de visión (2019) forman parte de la educación romántica de cientos de seguidores repartidos por Argentina, México y Chile.
Es inútil hypear o exagerar: Mujercitas Terror siempre fue una banda de culto. Nunca fue una banda de moda, ni siquiera en el underground. No goza de apariciones constantes en medios especializados. Las estrellas del streaming no usan remeras de la banda. Tampoco tienen mánager ni productoras rosqueras detrás. Sin embargo, tienen un respaldo a prueba de algoritmos y hype: gozan del boca a boca. Sus seguidores predican la palabra con paciencia.

Más de veinte años de trayectoria han consolidado al grupo como bastión indiscutido del post-punk argentino del siglo XXI. Referencia inevitable para cualquier grupo que aspire a sostener su ímpetu y credibilidad indeclinables, Mujercitas Terror nunca se detiene.
Durante el tiempo más absurdo, cuando una enfermedad inédita parecía arrasar el mundo como una plaga, comenzaron a desprenderse los primeros vapores de lo que hoy es Nubes de Alcohol, un álbum revitalizante producido por Shaman Herrera.
Marcelo Moreyra compone, canta y toca la guitarra. Daniela Zahra toca el bajo y canta. Ambos son el núcleo de este proyecto que camina a su propio ritmo, brillando entre los claroscuros y las grietas de la historia.
El disco fue grabado en agosto de 2023 en el estudio Elefante (CABA) por Luciano Vitale y producido por Herrera. El masterizado estuvo a cargo de  Ariel Schliter.
Todos los temas fueron compuestos por Moreyra.
El arte de tapa de Nubes de alcohol, igual que en discos anteriores, fue realizado por Zahra, completando el imaginario onírico y pesadillesco propio de la banda.
Esta colección de canciones tiene una sensación de soltura. Si la banda se siente cómoda relegando ciertos deberes es porque tiene una identidad forjada a través de los años.
Quizás la mayor de virtud de Herrera en este disco haya sido producir de manera discreta, potenciando los rasgos característicos de Mujercitas Terror para luego generar un clima menos claustrofóbico a los discos previos.
La escucha con auriculares evidencia un sonido de texturas, con el ambiente jugando un papel protagonista. Las canciones no arremeten de forma directa, corriendo contra el segundero, en todo caso, transcurren con la velocidad necesaria para narrar, enganchar y concluir.
Durante 23 minutos Mujercitas Terror prueba que todavía tiene nuevos trucos para mostrar. Cargan con la suficiente experiencia para disponer de sutilezas tanto sonoras como narrativas, dejando en claro que siempre hay capacidad para demostrar aprendizajes.
«El cantante de chocolate» encuentra a Moreyra luciéndose como escritor, en una historia que pondría orgullosa a Silvina Ocampo. La canción, además, goza de una musicalidad distinta para la discografía de Mujercitas Terror: sobre colchones de sintetizador, podría ser un himno de feria salido de Derry, casi rayando susurros propios del dream pop.
Otro momento clave es «El velorio de los vicios», una épica metafísica decadente donde tanto la carne como los sentidos conocen el tormento de la naturaleza humana.
Aquí la canción se siente como una pieza central que podría contar con más partes, como un tratado que necesita de cierta grandilocuencia. La banda, no obstante, elige mantenerse fiel a su pasado, sin extenderse demasiado. La curiosidad de lo que podría ser, de todas formas, queda flotando.
Mujercitas Terror encuentra gran forma en Nubes de alcohol. Su presente, al igual que etapas anteriores, es único, desigual, peculiar. Parafraseando a Rimbaud, están intactos, y no les importa un bledo.

Nubes de alcohol es lo suficientemente poderoso para iniciar un nuevo ciclo vital del grupo, permitiendo que el fuego arda con decisión.
Además de disfrute, el disco trae interrogantes para la banda, su historia y su identidad. ¿Acaso Moreyra y Zahra pensaron alguna vez que su proyecto dedicado al Decadentismo alcanzaría décadas de vida? ¿Cuán permeables son a las ideas externas luego de sostener por décadas una identidad única? ¿Desde qué lugar miran las nuevas olas? ¿Cómo evitar las fórmulas que trae aparejada la seguridad de los años?
Algunas de esas incógnitas se revelan a continuación, con Marcelo respondiendo a la distancia, mientras el flamante material encuentra su lugar entre fieles y neófitos.

-¿Cómo fue el trabajo que hicieron con Shaman? 

Con Shaman hicimos casi todo, desde escuchas de grabaciones caseras, también estuvo en ensayos, escucha de demos, etcétera.
Teníamos la intención de hacer un disco más libre. Dejar que todo siga su curso, lejos de lo técnico y solo pensando en la canción, yo creo que se nota eso en el disco.
Lo conozco desde que lo vi con Shaman y los hombres en llamas, después hicimos una fecha juntos. Me parece una persona increíble y muy perceptiva.
Cuando me enteré que producía discos pensé en contactarlo, pero justo antes de hacerlo él nos escribió recomendando un documental antiguo sobre brujas (Häxan. La brujería a través de los tiempos, Benjamin Christensen, 1922). Fue una sorpresa porque no solíamos escribirnos.  Fue extraño porque nos animó a hacer la propuesta de grabar algo juntos y a él le encantó la idea.

– Lo que más disfruto de cada nuevo trabajo de la banda es que siguen creando su propio universo, expandiendo las historias con su propia identidad, siendo únicos en la música argentina.
¿Alguna vez tuvieron miedo que esa identidad propia termine siendo una fórmula o un cliché de sí mismo? A las bandas que tienen 25 años encima les pasa eso. Ustedes, sin embargo, siguen creando sin que se los trague el personaje. 

Gracias por lo que decís.  Lo que a veces siento es que el personaje nos tragó antes, cuando empezamos con todo esto y nos armamos algo que aún está alrededor nuestro.
Creo que las palabras que usamos y su poder -y porque no podían ser otras-, a veces, jugaron a favor y también en contra.
Todo se dio de forma natural y fuimos creando un universo, un poco ayudado por todo lo que se nos fue cruzando y lo que observamos, porque también hay mucha búsqueda, no queríamos hacer nada que tenga que ver con algo existente. Además, ser admiradores de tantas cosas tan distintas hizo algo extraño de nosotros. Esquivamos todos los procesos o las leyes gracias a la música.

– El disco nuevo llega para confirmar un nuevo ciclo vital.
¿Alguna vez imaginaron que Mujercitas Terror iba a resultar un proyecto longevo? 

No, no tengo mucha noción. Es raro, igual, pararse a pensar en eso. Sí es mucho tiempo, pero pasa tan rápido. Cada año que sobrevivo en este estilo de vida me parece un logro, no quiero cambiar ni ser ninguna otra cosa, nada me llama la atención tanto como el momento de tocar.

– A propósito de ciclos vitales, renovación y longevidad del proyecto: ¿alguna vez se pusieron a pensar en quién conforma el público de Mujercitas Terror? ¿Sienten curiosidad por saber quiénes son aquellos que los escuchan por la Argentina, México y Chile? 

Intento no ser curioso de lo personal, pero si alguien me cuenta algo, queda en mí cabeza porque me gustan las historias.
Sin darnos cuenta a veces entramos en esos mundos privados y aparecieron sueños en los que estábamos, también historias que tienen algo de Mujercitas Terror.
Muchas veces tuvimos contacto con gente de otros países y las historias parecen estar atadas también a otras leyendas o mitos desconocidos. Todas esas cosas son las que siempre nos quedan de los lugares a los que vamos.

– ¿Luego de tantos años haciendo canciones tenés algún método “probado” de composición? ¿Cómo se van dando cuenta que un tema es potable?

No tenemos un método. Las canciones van tomando forma, a veces, de a poco, otras de un tirón. Siempre me gusta cuando hay un riff de notas y una letra, aunque tengo muchísimas canciones que nunca salieron de ser buenos principios sin final.
A partir de ahí algunas se resuelven sin darnos cuenta, o una frase al pasar es lo que une todo, y cuando tocamos con la banda lo demás se hace con el ruido. Me gusta no tener método.
Tal vez con el paso del tiempo podés darte cuenta de algunas cosas más rápido, de lo que es posible que no quede o algo así, pero nada más. Es como si las canciones solas llegaran a su destino o no.
Mi método puede ser el simple hecho de tocar la guitarra durante lapsos largos de tiempo hasta que en un momento llega la canción. Solo hay que saber cuándo llega.

– En los últimos años hubo renovación en el under porteño. Varios chicos y chicas de la nueva camada mencionaron a Mujercitas terror como un grupo referente.
En el tiempo que explotó ese circuito, ustedes se mantuvieron alejados, siendo fieles a su ética personal, de mantenerse a un costado.
¿Alguna vez sintieron la tentación de subirse a corrientes que, de alguna manera, les podrían resultar familiares? 

Compartimos fechas con algunas bandas nuevas que nos invitaron. Igual, nunca fuimos de subirnos a un colectivo de cosas y sería algo medio deforme. Nosotros seguimos en la nuestra, que tampoco es estar lejos de todo, pero no perseguimos algo concreto.

«El cantante de chocolate» podría ser un cuento.
¿Cómo surge esa canción? 

La canción surgió en la pandemia, me acuerdo estar mirando videos de música toda la noche con mucha ansiedad y en una de esas me duermo, y al despertar fui a buscar la frase que había escrito en el celular: “se vuelve a derretir el cantante de chocolate”.
Empecé a cantar la frase en un par de acordes con la guitarra que se hicieron cuatro y no pararon hasta casi terminar.
Luego aparecieron las casitas en fila en un barrio, las campanadas de la plaza, un recuerdo de una mañana silenciosa y el sonido que rebotaba, las aves, la muerte de mí papá con su gran voz que nadie escuchó. Y todo llevado a ese sonido, que es un perilleo en un pedal de la guitarra, hizo lo demás junto a la voz de Dani generando esos climas.
Fue re importante ya que es una canción de un género casi aislado del disco pero una de las que le dio sentido a grabar, también.

-¿Luego de tantos años comandando la banda resulta sencillo hacerle lugar a un productor externo para que trabaje el nuevo material? Siento que ustedes tienen siempre bastante claro qué quieren. 

No, por eso todos los productores que tuvimos fueron personas en quienes confiamos y admiramos. Aunque lo que hicimos en este disco fue justamente lo contrario a lo que decís:  dejamos que Shaman lo mezcle sin estar nosotros. Por eso también que esté lejos fue mejor, aunque todo se grabó en el estudio. Después quedó él solo y coincidimos hasta el final.

«El velorio de los vicios» tiene una épica muy sentida. Creo que esa canción hasta podría ser extendida en partes, como una obra en sí misma. Sin embargo, la resuelven en pocos minutos. ¿Son de ponerse límites en ese sentido? Tipo: “si pasa de 4 minutos no es Mujercitas Terror”.

Sí, parece una regla, pero no está planeado.  ¡En este disco está «Horizonte Celeste»  que tiene más de 5 minutos!
Muchas veces me dijeron esto del tiempo. Creo que tal vez alargamos muy poco las partes instrumentales, pero es algo que responde a nuestros gustos musicales ya que no soportamos tanto las intro largas, ni las partes instrumentales de una canción con una letra, éstas muchas veces nos dejan sin saber que estábamos escuchando. Igual no es una regla, pero ese concepto es el que mejor nos hace funcionar.

Por Lucas Canalda

 

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