ESO NO ES BUENO & TE GUSTA: DUM CHICA DOMANDO A LA BESTIA

La dupla presentó Súper Premium Ultra en Rosario. Retrato de una banda en estado de transición.

 

En la madrugada del domingo las calles de Pichincha lucen oscuras. Llueve de modo intermitente. Los árboles frondosos tapan el alumbrado público. Las luces que se escurren sobre la vereda, no obstante, alcanzan para notar las miradas expresivas de Lucy & Juana cuando, de repente, aparece la palabra responsabilidad.
Lucy & Juana son Lucila Storino y Juana Inés Gallardo, cantante y bajista de Dum Chica, banda que algunas horas antes tocó en el CC Güemes, la sala de mayor fuste en su historial de recitales rosarinos. La nueva visita trajo la presentación de Súper Premium Ultra, su segundo álbum.
Su debut en Rosario data de octubre de 2022, cuando aterrizaron EN D7 gracias a la gestión de Bubis Vayins. Por entonces, Dum Chica apenas había editado el sencillo Terremoto.
Dos años después, tienen cientos de kilómetros de ruta a sus espaldas, decenas de notas halagadoras, público en las principales ciudades argentinas y hasta en Montevideo.  También hay detractores, haters y corazones rotos.
En 2021 apenas eran una banda formada por dos amigas. Ahora el proyecto tiene solidez profesional y un equipo de trabajo de varias personas que depende de esas dos amigas. La escala tomó otra dimensión. Casi tanto como estos árboles que tapan las luminarias de Pichincha.
Responsabilidad. Esa es la cuestión. La palabra aparece, pesada. Y sin embargo, la respuesta no se hace esperar. Se exterioriza de varias maneras. Sus pupilas se contraen. Ambas abren la boca para pronunciarse, pero se miran, como cediendo la palabra, amablemente. Contestan con una fluidez propia de una conversación que mantuvieron en reiteradas oportunidades: tanto dentro de su cabeza, cual pensamiento rumiante, como afuera, en voz alta.
“Sí, es un montón esa responsabilidad”, afirma Juana, en un tono sincero. “Lo pensamos un montón, te juro. A veces da un poquito de miedo, un poquito…o un montón, ponele. Como que decís, guau. No sé, si Lucy no canta, yo no toco, ¿qué pasa?, digamos, en todos los sentidos. Es grande, ¿no?”
“Todo esto medio que se transformó en una bestia. Se siente así. Creció todo, como decís. Somos la cabeza de un equipo. Desde adentro también se siente así: es una bestia, ya fue, hay que subirse. No queda otra”, considera Lucy.
“Que pase lo que tiene que pasar. Nosotras corremos con eso”, concluye Juana.

Súper Premium Ultra es un paso adelante para Dum Chica. La banda logra un sonido robusto para 35 minutos que enganchan a base de riffs, fraseos, jadeos, aullidos y maullidos.
El disco está pensado. Es conciso y divertido. Sabe provocar, siendo picante para quien quiera escuchar frases construidas desde una mirada-de-ojos-como-dardos hacia la escena que ellas habitan, pero que no les pertenece…todavía. Provoca, además, baile. Mucho.
De todas formas, lo más importante no es el disco, sino el lugar donde las ubica: luego del esmerado trabajo dentro del estudio, capa por capa, Dum Chica arranca la etapa Súper Premium Ultra con el desafío enorme de plasmarlo en directo.
Aceptan la responsabilidad casi como un gesto arrogante de así se hace, tomen nota. Tienen que encontrar la manera de tocarlo en vivo, sin modificar sus propias reglas mientras siguen cautivando al público fecha por fecha, justo cuando el proyecto escala hacia otra dimensión.
En pleno proceso de evolución, están lanzadas a encontrar su nueva piel. Seguramente era más fácil lucrar con la etiqueta de post-punk, exprimiendo los titulares que quedaron del estallido under. Eso ya pasó. Dieron vuelta la página. Están en otra.
Lo que solía ser un bajo que hacía las veces de guitarra y bajo, ahora se multiplica cubriendo ambos instrumentos y sumando capas logradas en el estudio. Juana sostiene el ataque frontal. La batería cavernosa queda atrás, privilegiando el dinamismo. Al final, no se trata de recrear Súper Premium Ultra en vivo sino de encenderlo para que arda.
Varias de las canciones del disco están destinadas a aquellas de pistas de baile que entiendan a la convergencia estética como una forma de construcción. De esa manera, Dum Chica enlaza su presente con períodos pasados, donde el dancefloor fundía elementos de múltiples subculturas.
Temas como «DTBD», «El hit» y «Such a witch» son una amalgama de post-punk funky que se mete en tu cerebro y hace que el cuerpo se dispare. El sonido se rastrea a Inglaterra sobre finales de los 70, vía PIL, The Pop Group, Gang of Four y Delta 5; además de dos periodos neoyorkinos irresistibles: la No Wave de Mars, DNA y Contortions que décadas más tarde tuvieron su segunda venida -en una ciudad gentrificada- con LCD Soundsystem, The Rapture, Yeah Yeah Yeahs y Le Tigre, entre otras.
Lucy, Juana y el productor Santiago De Simone revuelven su pócima, mezclando arrimadas Stone, la plasticidad onomatopéyica de Sumo, el Iggy Pop de Arista Records, el post-punk funky de la No Wave y el Dance Punk para encontrar resultados de bajos elegantes, agresión chic y breaks que detonan la pista. Ahí radica el cambio de página para Dum Chica: si el escenario antes era trampolín para el vértigo vertical, ahora la ecuación se vuelve horizontal, siendo un club elegantemente trasheado, con una pista extensa que alberga tanto el aleteo de Jagger como los espasmos vocales de Luke Jenner o el desmadre físico-sónico de Karen O. Sin lugar a dudas, Pablo Memi de Ratones Paranoicos también es bienvenido.
No debería sorprender a nadie este plot twist que metió Dum Chica. En 2022, en su debut rosarino advertimos que Lucy era una performer en la (gloriosa) tradición de James Chance. La naturaleza evolutiva de Dum Chica está marcada por un tendal de influencias subyacentes. Su voracidad hace la diferencia. También sus nuevas compañías.
Pero el sacudimiento tiene una contraparte fuerte, de reverberaciones densas y climáticas. Dum Chica apela a la inercia. Velocidad. Acelere. Freno. Resistencia.
Al final, todo lo que pueda desgranarse sobre las influencias y el entramado estético de Súper Premium Ultra, termina siendo innecesario. El disco está cumple. Storino & Gallardo logran imprimir una identidad propia para dejar en claro que quieren cortarse solas, sin atarse a etiquetas ajenas ni a titulares de la prensa especializada que necesita hypear para seguir generando clicks. No les interesa ser portavoces de su generación. Ni jugar a la revolución. Son dueñas de sí mismas.

Temprano el sábado, Muerte en Vivo abre la jornada, calentando el escenario, con sus canciones sintéticas de pop ácido. Gladyson Panther, por su parte, arriba al Güemes dejando en claro que están en su mejor momento. La apuesta es sacudir al público presente que, en parte considerable, es también el suyo. Tal vez por eso mismo la escena se sacude una, dos, tres veces, antes que se despidan.
Dum Chica desata la insinuación de una leve histeria. Lo hace, en plan sugerente, arrancando a toda potencia, pero marcando el espacio de acción: entienden que será una fecha de entrega, aunque también de apelar a la carta de distancia. Lucy se acomoda inmediatamente en su rol. Al ataque áspero, entre saltos, le sigue una pose poderosa, casi rígida. Se mueve como en cortocircuitos, esperando que la gente la desate, aunque también midiendo. Gallardo cabalga en sus cuatro cuerdas, dueña de todo. Luke, en batería, aporta una musicalidad necesaria para que el nuevo ciclo del grupo se afirme y crezca. El tipo se concentra en su instrumento. No necesita más.
Las canciones de Súper Premium Ultra  reverberan entre los gritos del público. Muchas cosas habrán cambiado, pero algo está claro: la manija no se negocia.
Suenan «Ra», «Figuritas», «Sangre buena», «Paco» y «El del mar», entre otras. La gente corea, manos arriba, bailando, saltando. Adelante jóvenes. Atrás, un público que se insinúa + 35.  Hay quienes están presenciando a la banda por primera vez. La audiencia, al igual que las artistas, se va transformando. Se llama crecimiento.
Lucy lidera, moviendo el eje, de forma continúa. Habiendo estudiado el escenario en la prueba de sonido, sabe qué puede potenciar. Por ejemplo, aprovechando la profundidad lumínica que proveen las bolas espejadas del Güemes, se erige, estoica, para clavar las notas más agudas, agigantando su figura.
Casi en puntas de pie (¿es posible hacer eso con unas Doc Martens?) se acerca a Juana. Reclinadas una sobre la otra, reflejan un vínculo que les encanta: ser socias. La postal es fuerte. Lo saben.
La voz de Storino se arrastra hacia abajo. Choca contra una pared de sonido mientras juega con el cable de su micrófono. Se lo coloca alrededor del cuello, por un instante,  luego lo azota como una dominatrix. Finalmente, mete una alta aguda, afilada. Su socia, inmediatamente, escala hacia abajo, metiendo un riff voluminoso. La gente grita.
Entre las canciones casi no hay palabras. Contar que tienen un disco recién salido o que lo están presentando sería redundante.

Vino. Carpano. Cerveza. Soda. Pomelo. Agua. Mucho hielo. La mesa del camarín las espera, tupida. Ninguna de las dos se sirve nada a pesar de que bajan transpiradas, enrojecidas.
Lucy se desabrocha la camisa y respira profundo, bajando el pulso. Juana se apantalla. Se miran y sonríen. Reciben abrazos del equipo. Vuelven a buscarse. Quieren saber cómo estuvo. Primero se lo preguntan entre ellas. Se cuentan.  Se dan la mano. Se preparan algo.
El equipo se junta alrededor de la mesa. La sensación es familiar. Cercana a la sobremesa de un domingo amiguero.
Las pulsaciones descienden.
Comen. Beben. Se abordan diferentes tópicos. Las fechas que siguen. Las que pasaron. Lucy recuerda el reci anterior en Rosario, cuando tocaron en febrero en Casa Mona, junto a Daddy Rocks.
“Estaba colmado. El calor por todos lados. Casi me muero. Todos estaban re sacados. Estuvo increíble”.
La cantante afirma que esa fecha fue una de las mejores en la historia del grupo. Incluso, hasta sube la apuesta: dice que está entre sus top cinco de recitales de Dum Chica.
Juana escarba en su memoria. Apunta uno de los primeros shows, en El Portal. La entrada costaba 200 pesos, tira, como facto. “No sé cuál es el mejor, igual”, dice.
Ambas coinciden en algo: el Niceto de septiembre, presentando Súper Premium Ultra, está entre lo más grato e inolvidable.
Tocar. Tocar. Tocar. La gira sigue adelante.  Monte Grande. Hurlingham. Art Media. Konex. Quilmes. Córdoba. Mar del Plata. San Martín. La Plata. Están en Rosario. Anoche pasaron por Santa Fe. Mañana vuelven a Capital Federal.
Uno siempre está atento al calendario de Dum Chica. Esperando que presenten alguna novedad; que visiten la ciudad; que formen parte de un festival; que anuncien algún show sorpresa.
Lo mejor que tiene la banda es el vivo. Cuando llega una fecha, el disfrute es tanto que funciona como una especie de Teoría de la relatividad para Dummies: una hora de show se siente como diez minutos; un chute de adrenalina, baile y agite sónico que impregna el organismo. Por eso el público acompaña cada show, corriendo la voz, multiplicando. La gente encuentra júbilo. Es un montón en tiempos de mierda en que todo tira para abajo.
Para Juana & Lucy cada reci que se termina tiene una sensación paradójica: bajan agotadas aunque también rebalsadas de adrenalina.
“Es un subidón zarpado. No siempre pega igual”, afirma la bajista. “Depende del show y depende de la energía que emane toda la gente, pero sí, sí, sí, es una locura”.
“Salís muy en una para atropellar todo, o salís para irte a casa a tomar un té y a escuchar los Beatles”, considera Lucy. “Es random, pero siempre fuerte”, agrega.

“Puede que estemos algo lejos, pero no sean tímidos, mis queridos”, invita Lucy frente al micrófono, antes de encarar «Nuevo ston», la tercera canción de la lista. La gente tiene una valla de por medio. Es un muro simbólico que debe derrumbarse. Puede que sea la principal misión de la noche en el Güemes.
Como se destacó anteriormente, Lucy mide y arriesga en una que estudia previamente, sin por eso tener resultados garantizados. Es parte de la velocidad del directo.
A dos meses de 2025, el vivo de Dum Chica encuentra matices. No es sólo vértigo y velocidad. Aparecen contrastes que funcionan como pasajes hacia otro lado.
La banda todavía está tanteando ese otro lado. Es la aventura del descubrimiento que conlleva su crecimiento como artistas.
El cambio es musical y físico. La corporalidad habla elocuentemente. Los movimientos de Storino se dividen entre lo patentado y lo fresco. Hay pasos cortos, histrionismo facial; una hipercinesia sobre el lugar, que se desvanece hasta lograr quietud. Entonces Lucy acude a su garganta. Su voz se alza, cortando la quietud.
Juana ya no fuma en cadena. Apenas prende un cigarro en todo el recital. Tampoco juega con riffs ajenos entre tema y tema, como solía hacer. Se la nota atenta a sus pedales. No se aleja demasiado del rack.
Nada se pierde. Todo se transforma. La regla se aplica en Dum Chica, por supuesto.
“Obvio. Nos damos cuenta de esas cuestiones. Así como vos las ves desde afuera, nosotros de adentro”, aclara Gallardo, a propósito del tránsito escénico actual.
“Hay algunos temas en los que no me muevo tanto porque estoy muy concentrada en tocarlos. Son temas que toqué poco en vivo y necesito más concentración. Si me muevo muchísimo, y salto y bajo, o subo, me distraigo. Necesito estar un poco más quieta para ver los trastes y seguir el movimiento de todo alrededor”, cuenta la bajista.
A Lucy le pasa lo mismo. Comprende que la exigencia de ese cambio también es oportunidad de sumar otra cosa. Paciente, explica: “está bueno eso. Ya venía maquinando mucho con la quietud sobre el escenario. Es interesante que exista un momento de pausa”. La inercia, otra vez. Acción, acción, pausa, choque.
“Hay temas cantados como «El hit», «Supersónico» o «Paco», donde tengo que afinar. Básicamente me tengo que quedar al lado del monitor. Es simple”, detalla.

Si la única verdad es la realidad, como dijo Aristoteles -luego reclamado por el pensamiento nacional y popular- se debe señalar que la creciente visibilidad de Dum Chica demanda fechas con mayor aforo.
La banda afronta ese cambio. Con la llegada de las salas más grandes se deben reconfigurar algunas cosas. Ponen a prueba su capacidad, tanto musical como performática. Esa exigencia genera una fricción que, a priori, se vuelve estimulante porque van apareciendo elementos nuevos.
“Creo que es acostumbrarnos a otro tipo de show, cuando está esa cierta distancia con el público. Pasan otras cosas, es más un show más visual, quizás como para verlo. Si yo tengo que elegir, me gusta tener a la gente cerca, pero no siempre vamos a tener esa oportunidad”, comparte Lucy.
“Son las mejores fechas esas, es obvio. También porque es un intercambio más cercano. Pero es otro tipo de show también puede ser una locura. Por ahora vamos bien. Hay noches en que pienso que me hubiese gustado estar un poquito más cerca”, agrega.
“Es lindo mirar a la gente a los ojos, ver qué está pasando. Ahora buscamos otro acercamiento. El desafío es estar, sin resignar”, suma Juana.
Si bien su tono es seguro, no significa que tengan todas las respuestas ni hayan encontrado la posta de la situación. Están en transición. Ellas lo saben mejor que nadie.
Algo es indudable: Dum Chica mantiene su velocidad crucero mientras busca equilibrio.
“Capaz que el proyecto es muy de la gente, ya no sea tan nuestro. Pertenece a la gente que lo hace posible. O sea, sigue siendo nuestro, pero hay algo superador”, observa Juana.
Storino coincide de inmediato. Asiente una vez. Y otra. Finalmente, precisa que “es verdad eso, es superador a nosotras. Se siente mucho en el equipo de laburo de Dum Chica. No funciona únicamente con nosotras. Necesitamos que un montón de personas viajen con nosotras, que hagan otras cosas. Es necesario al ciento por ciento. Está bueno eso porque te re lima cargar solas un proyecto que crece”.
“Igual, somos muy propias de lo que hacemos”, expresa, ratificando con la mano derecha arriba. “Esta bestia nos pertenece”.

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

 

 

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