Princesa Tetrabrik y Muerte en Vivo encendieron el jueves de Bon Scott entre adrenalina y fantasía. Anotaciones desde una noche de luces calientes.
Drink drink drink drink drink new blood.
Iggy Pop, 2001.
Me resulta difícil transmitir la magia absoluta de la música en vivo cuando se trata de bandas recién formadas. Es una sensación única. No hay tapujos ni barreras en la explosión de su búsqueda. Los sentidos de cada integrante están encendidos, en una percepción que se vuelve mayor cuando se sintoniza con un núcleo colectivo.
Hacia afuera, ese proceso se siente como franco y atrevido: poético en su expresión imperfecta, además de estimulante en lo impredecible. Lo mejor siempre está por venir, pero el estadio embrionario de curtirse en vivo, mostrarse en su forma genuina, con las asperezas y los aciertos de crecer, afianzarse, encontrarse, es una fase de júbilo inconsciente.
Las etapas iniciativas, asimismo, tienen una sensación particular puesto que albergan algo de entramado colectivo: bandas y público se complementan en esa exploración; un acompañamiento seductor, donde ambas partes confían en dejarse llevar de manera mutua.
Por momentos puede ser incomparable. ¿Qué podría superar el estar en una sala con decenas de personas, bailando y cantando canciones que tienen un significado profundamente personal para cada unx de los presentes? Todo es confuso, estimulante, enigmático, (im)perfecto, hermoso, veloz, luminoso.
¿De qué tratan estas canciones que apenas conocemos y, sin embargo, nos convocan e interpelan? ¿Por qué nos atraviesan? ¿Qué siento yo? ¿Qué sentís vos? No quiero descubrirlo. Me basta saber que estamos compartiendo.
Este tipo de fechas constituyen el alma del circuito underground. Las salas pequeñas se convierten en escenarios donde lxs artistas emergentes pueden mostrar su talento ante público tan curioso como permeable.
A pesar de tener todo en contra, especialmente en la avanzada conservadora que asola a la ciudad desde hace una década, acelerándose con la gestión javkinista, la escena under todavía representa un bastión de autenticidad, impoluto de lores narcisistas y falocéntricos, y la toxicidad de los espejitos de colores de “la industria”. Esta autenticidad resuena con los oyentes que buscan conexiones emocionales genuinas a través de la música, ofreciendo una alternativa a la naturaleza pulida de los proyectos establecidos y ya encauzados en su propia seguridad.
¿Qué es la industria para cualquier artista promedio de Rosario? Algo que pasa por al lado y nunca saluda, ni pide permiso. Hay quienes se obsesionan con esa indiferencia. Otros que compran su ticket de delirio, utilizando el término cada vez que pueden; que flashean mismas estrategias de quienes “la pegaron”; que copian determinados templates, pensando que es por ahí. O que pagan influencers. La lista podría seguir. Al final, se trata de la fiesta a la que nunca te van a invitar. Comprender esto es liberador: llega un sentido de independencia absoluto; una claridad ideal para encarar hacia donde el capricho o la curiosidad o el instinto quieran llevarte.
Las escenas underground desempeñan un papel fundamental en la innovación expresiva, fomentando la libertad creativa y borroneando fronteras protocolares de los géneros musicales. Sin deseo de ponernos gore, la sangre nueva es necesaria para activar nuevos patrones cognitivos en la escena.
Sangre nueva funciona tanto de manera literal como metafórica, considerando que la efervescencia de la escena rosarina no limita la idea de nuevos proyectos a ser. En ese sentido, la noche del jueves en Bon Scott viene a ejemplificar ambas interpretaciones de nueva sangre: por un lado, Princesa Tetrabrik, fundada por un núcleo de jóvenes, entre 17 y 30, y Muerte En Vivo, integrado por dos partes bien experimentadas y una recién llegada.
Ambos proyectos se formaron recientemente, cuentan con menos de 10 shows encima, además de no tener nada grabado. En pocas palabras, están en ese estadio de preciosismo que los espíritus románticos aprecian por la unicidad de cada una de sus apariciones.
No cuentan las reproducciones; no integran listas de Spotify; no tienen pre-save para promocionar. Falta y está bien que así sea. Cada cosa a su tiempo.
Aquí y ahora el disfrute se confunde con el crecimiento y la exploración no tiene redes de seguridad. El valor está en vivir. El valor está en ser, una noche más.
Con entradas agotadas de antemano, el jueves del Bon Scott luce atareado. Adentro casi todas las mesas están ocupadas, con gente cenando. Afuera, la vereda celebra una primavera calurosa.
Poco antes de las 23hs, la gente ocupa la sala de atrás, de forma ordenada. Cerveza en mano, hay que hidratarse, como corresponde.
Muerte En Vivo está integrado por Pawla (30) en voz, Naza (40) en sintes y Santi (30) en bajo y guitarra. El trío enciende la noche, acompañado por las proyecciones de Nicolás Alongi.
La propuesta es envolvente, con sintetizadores polifónicos crecientes que establecen el marco para que todo acontezca, de manera singular.
La perfo manda, con Pawla liderando y proponiendo, siempre desde un patrón bastardo. “A relajar el papo, gente”, anuncia.
Las canciones no son canciones, en todo caso, son excusas narrativas para perfomear un personaje que todavía está evolucionando. Desde ahí, tanto la guitarra como el ocasional bajo, se sienten distorsionados y sucios, pero siempre a merced de la narrativa orgánica.
El gancho de la banda es atractivo: Naza, un guitarrista que supo distinguirse en Helena Nav, ahora se entrega a una trinchera de sintes, acompañado por Santi, un maese de los sintetizadores analogicos y el circuit bending -siendo IIICron una propuesta que tocó varias fechas en Rosario-quien deja todo de lado para agarrar guitarra y bajo. Los roles se invierten, resultando en algo atractivo. Pawla, por su parte, es maestra de ceremonias, la anfitriona que plantea la escena. Mientras que es la primera vez que integra de lleno un proyecto musical, algunos años atrás pudimos verla en apariciones performáticas junto a los mencionados IIICron. Desde esas primeras apariciones, su presencia marca la diferencia puesto que su entrega es clara: desenvolver un personaje, construir desde el feedback que la rodea inmediatamente. Canta de forma sostenida, pero se fortalece en un lugar entre el spoken word y cierto expresionismo vocal de susurros, gemidos y notas agudas.
La performance de Pawla aparece la poesía y cierta impro relacionada al flujo del vivo. Entre sintes crecientes y el calor de la gente subiendo la apuesta, Pawla se energiza para llevar adelante su plan. ¿Hay un plan? Probablemente sea elevar a la gente, sumarla a la experiencia, para compartir el éxtasis. Si las condiciones están dadas, la perfo toma lugar entre la gente, en medio del sudor y los alaridos celebratorios.
El mes pasado, Muerte En Vivo abrió la fecha presentación de Super Premium Ultra de Dum Chica en el Güemes. De acuerdo a las dimensiones de la salta, valla de por medio, la banda supo sostener la propuesta, sin verse afectada por la distancia. En esa ocasión, con sus compañeros sosteniendo la pared musical, Pawla transitó el escenario sin resquemores, apropiándose del momento.
En Bon Scott la propuesta deviene en una extraña envolvente: con la gente casi pegada a los instrumentos, la primera fila baila alrededor de Pawla, quien rápidamente se despega, para meterse entre la gente, rondando, incitando a más. Se desdibuja el centro, entre pasos celebratorios. Luego vuelve a su ubicación. Mientras la música escala, ella hace mutis, se silencia, impertérrita. Se queda estática. Lentamente, desciende hasta quedarse de rodillas. Toma el vaso de cerveza y bebe, con los ojos cerrados detrás de sus gafas.
Es el prócer de las fiestas animadas, Dami Paglialunga (Compressor), quien pone el broche, con un grito de goce que resuena en toda la sala: “¡Por fin sangre nueva divertida en este pueblo cementerio!”.
Fantasía, esa capacidad que tenemos de imaginar distintas posibilidades. De crear otros mundos que puedan parecerse a lo que pensamos o sentimos; o de trazar rutas de escape momentáneas. La fantasía es trinchera de resistencia, plataforma de despegue, cimientos de construcción, de huida de la realidad y hasta de oasis.
La fantasía es una droga a la que Princesa Tetrabrik apela, abriendo el juego a su público.
La banda se compone de Mery (22) en voz y guitarra, Lush (30) en guitarra, voz y diyeridú, Cass (24) en batería, Claru (17) en bajo y Theos (35) en sinte y live. El eclecticismo podría asumirse, pero no hay nada seguro ni declarado en la banda.
Con su formación completa, el quinteto es hibridación pura: performance, punk, un desborde combinatorio de pistas y distorsión garagera, algún juguete sonoro, el diyeridú y sampleos nacionales y populares. Además de todo eso, una batería de cuidado. Cuando todo se combina se logran tonos de ruidisimo. ¿O simplemente será art-punk?
Cuando Princesas aborda el arte performático, la apuesta es desfachatada y carismática. El núcleo de Mery y Lush, lidera el frente, estableciendo una pauta constante de espontaneidad y parodia. ¿De qué? De una contemporaneidad retrógrada, violenta y chata. ¿Bajan línea? No. Resignifican y reordenan los golpes. Cada quién sabrá escuchar.
La naturaleza cambiante de la banda va más allá de lo musical: la plasticidad de sus formas es el signo de una generación que supo criarse desde los márgenes alternativos de la cultura normie, entendiendo que biología, identidad, género y pronombres no son destino ni tampoco clasificación. De este modo, la fluidez parece ser virtud para este grupo que recién comienza. Podemos ir hacia donde nos pinte, parece ser el lema subyacente del quinteto.
Luego de su debut como banda en Casa Mona, y alguna insinuación solitaria de Mery en ocasiones anteriores, el mes pasado la banda tocó en Puerto de Ideas, en formación reducida y con Gio (Alto Drama) en bajo. El toque fue rápido y ruidoso, aunque en una clave directa que dejó saber la osamenta sencilla de sus canciones.
En Bon Scott tocan ocho canciones, más una introducción que setea el mood. Suenan «Angustia calefón», «Lirios», «Yo con todas» y «Peluca HDP», entre otras.
Toda la grupa cuenta con un vestuario impecable de inspiración renacentista y algunos detalles intervenidos que hacen la diferencia. Podrían ser parte de la crew del Guasón de Tim Burton, asaltando un museo de arte moderno, bailando Prince. Pero no: están acá, tocando y pidiendo alguna cerveza fría para refrescar la garganta.
Sudando el maquillaje Mery lucha toda la noche con su micrófono, alternando con uno cercano. Luego reniega con sus pedales hasta que se zambulle, de rodillas, y toma el asunto directamente en sus propias manos.
Cerca del final, dos figuras a priori salidas de la orden Bene Gesserit si bien no tan siniestras, aparecen desde camarines portando la bendición del rito: un vino Toro y una bolsa de ostias. Toda la banda se arrodilla para recibir el sacramento. Luego se extiende hacia el público. La situación ocurre sin remates ni sorpresas. Por un segundo entra en ejercicio la suspensión de la incredulidad. Son minutos de fantasía; una burbuja de sin sentido. Esos minutos son poderosos en una época donde reina la literalidad y la metáfora está tan apaleada como la clase trabajadora.
Además del atractivo sónico que manejan, Princesas tiene un pie en lo alterado de la fantasía: proponen un escenario de criaturas extrañas, pasajes misteriosos y costumbres desconocidas que se insinúan bien argentinas. Estimulan nuestra curiosidad y le dan F5 a nuestro sentido de asombro. ¿Quién sabe qué tipo de aventuras nos esperan en su próxima aparición?
Como se mencionó previamente, ninguna de las bandas tiene material grabado para escuchar en plataformas. Acá podés seguirlas en Instagram, tanto a Princesa Tetrabrick como a Muerte En Vivo. Para conocerlas tenés que ir a sus próximas fechas. Nos vemos ahí.
Escribe Lucas Canalda + Fotea Nacho Abstract