CAMILA TORRE NOTARI: “ME DIVIERTE MOSTRAR LO ABSURDO”

 

Domingo a la tarde es la nueva novela gráfica de Camila Torre Notari. Apostando por la aventura, la historietista logra un relato de amplitud coral a partir de anotaciones dispersas y anécdotas orales.
Entrevista desde Angoulême, Francia.

 

Carmen irrumpe en un velatorio. Nelly festeja el casamiento de dos desconocidos. Mateo va a una feria de fanzines por primera vez entre sueños y pesadillas. Tres adolescentes discuten el final de Evangelion entre cervezas. Los caballeros del Zodiaco se filtran entre la realidad y la oniria. Un vecino que descuida a su perro territorial. Alguien llora cuando se entera que los caramelos Media Hora no duran precisamente eso. Una criadora de palos de agua con normas estrictas para regalar sus plantas. La tarde del domingo tiene infinitas posibilidades. Cada persona elige cómo pasarla. Mejor aún, hay quienes se atreven a inventar esas tardes.  Bienvenidos a Domingo a la tarde.
Camila Torre Notari nació en Buenos Aires en 1987.  Es historietista, ilustradora y diseñadora gráfica.
Sus cómics aparecen en decenas de fanzines autoeditados y en grandes antologías como Informe (EMR, 2015), Distinta (Sudamericana, 2017), Capisci? (Mafia, 2017) y Morir a los 27 (Loco Rabia, 2019).  Su primer libro es El Tiburón Diablo (Burlesque, 2013).
Con Maten al Mensajero publicó El ángel negro (2018), Gira de pizzerías (2019) y El año que conocí a Naritzutis (2021) y Domingo a la tarde.
Por estos días Notari se encuentra en Francia, más precisamente en Angulema. Hace dos meses reside en La Maison des auteurs, donde está abocada a diferentes proyectos de historieta junto a colegas de todas partes del mundo.
Luego de un descanso pertinente y con Domingo a la tarde en las librerías, la autora prepara lo que habrá de venir. Los rumores no oficiales señalan que su próximo paso sería una historia de ciencia ficción.
Desde la orilla del río Charente, Notari responde las preguntas de RAPTO, compartiendo los procesos creativos de su nuevo libro, además de repasar aprendizajes de su oficio a través de los años.

Domingo a la tarde cuenta con un total de 128 páginas en blanco y negro, con portada y contraportada rústica a todo color. En las librerías desde agosto, Rosario casi tuvo la primicia -o algo así- cuando la novedad llegó directo a la pasada edición de Crack Bang Boom y fue recomendada por colegas de Torre Notari ante la prensa.
¿De qué trata Domingo a la tarde? Más que definirlo de manera lineal, el libro acepta un entendimiento entre sus procesos y sus resultados.
Domingo a la tarde plasma años de anotaciones dispersas en un tendal de cuadernos de la inquieta autora. Notari se corre de lo autobiográfico, logrando una narración de amplitud coral. Las historias estaban dando vueltas. Hacía falta bajarlas al papel, ordenarlas y encontrarles una dirección. La otra parte de la empresa, claro, era encontrar a los personajes protagonistas.
Las anécdotas familiares (las propias y las ajenas) se funden en un collage que tiene varias direcciones. 
Si bien nos encontramos con cuatro protagonistas: madre, abuela, hija e hijo de una misma familia, la narrativa se multiplica.
Profundizando más allá de la cohesión narrativa que logra la autora, el libro parece una bitácora de experiencias observadas, curioseadas, chusmeadas tanto en la vía pública o desde el relato oral de conocidos sobre desconocidos.
 Algo de flânerie se entremezcla con Manuel Puig para un libro de aventura a priori costumbrista, aunque con dosis oníricas considerables.
Domingo a la tarde está dividido en cuatro capítulos, cada uno protagonizado por los mencionados integrantes de la familia. Notari construye la calidez y empatía de cada personaje a través de todo el libro, sin limitarse a cada capítulo específico, haciendo un despliegue afectivo paciente.
La lectura del libro revela una misión particular:  la búsqueda de homogeneidad narrativa desde las anotaciones dispersas. Notari cumple su cometido, logrando un espesor particular. Alrededor de cada protagonista se vislumbra un universo propio; el micromundo particular que hace a cada vida individual y que, al mismo tiempo, está hipervinculado con un plano mayor.
Lo improbable del anecdotario disperso toma gran forma, probando que la oralidad sigue siendo una fuente energizante. Mientras que los hechos concretos son finitos e irrevocables, la oralidad de aquello contado de boca en boca, funciona como suministro de la imaginación libre. Notari lo pone en uso para construir gran parte de este libro. Decía Puig que de su pueblo natal General Villegas (ubicada al noroeste de la provincia de Buenos Aire) se llevó el tesoro más valioso, “la lengua de las tías”, una capacidad extraordinaria para dejarse permear de todo lo comentado, creando entramados delirantes, absurdos y dramáticos. Notari parece aplicarlo para jugarse por lo gracioso, apostando por entretener, igual que el autor de Boquitas Pintadas.
A través de la totalidad de las páginas se manifiesta una constante de la autora: se divierte a lo grande dibujando y guionando.  Luego de años de constancia entre libros y fanzines, esa constante ya es virtud en Notari.
Cada domingo, además de su propia aventura, los protagonistas sueñan, oportunidad de Notari para jugar con lo onírico, sublimando lo propio.
La dedicación de cada cuadro evidencia un espero particular por los detalles que componen al todo: la arquitectura de la ciudad, en sus distintas locaciones; los ambientes de casa, hoteles, teatros y hasta el interior de los autos. 
Además, Notari busca diferentes encuadres casi como una meta en pos del dinamismo narrativo. Sale airosa y se permite seguir jugando.

Igual que el reciente Callecitas y Pasajes de Federico Grabina, Notari mueve el timeline hacia una época predigital, lo que quizá evidencia una fatiga a la era de la información que transitamos.
Los personajes habitan el espacio que caminan, con la imperiosa necesidad de moverse y salir al mundo para encontrarse y dejar que las cosas les pasen o los encuentre.
En un cotidiano libre de ansiedad digital, FOMO e inmediatez, gestos y acciones se interpretan de otra manera. La complicidad signada por acontecimientos inesperados, por las risas que únicamente se registran en la memoria emotiva, por lo desconocido que no representa amenaza.
La seguridad de los objetos se percibe con la certeza que los artefactos eran ventanas de escape y no apéndices todopoderosos. Acá el Walkman aparece como una burbuja cómplice para escaparse por un rato; la mochila como accesorio fundamental de subjetividad adolescente, cargando lo imprescindible para una vida fuera de casa; el fanzine como portal hacia información revolucionaria; la fotocopiadora amiga es una cueva imprescindible para la vocación adolescente; el teléfono de línea una herramienta de uso familiar que enlaza vínculos por encima de lo casual.
El contexto predigital no constituye una subtrama en sí misma. La elección de ese periodo -que tampoco está explícitamente señalado- nos hace pensar que la autora precisa de una conexión emocional con una época más sencilla y genuina. El encanto que generan los objetos tangibles así también como la necesidad de desconectar del presente son factores que contribuyen a la historia.
Notari elude la mirada nostálgica. La autora se concentra en sus historias, dejándose llevar por ellas. Esa soltura parece liberadora, despejando el objetivo final: un libro de aventuras y posibilidades que propone borronear el imaginario concebido sobre una parte de los domingos.

 

Domingo a la tarde, ante todo, propone una reinvención del imaginario del día domingo. Nos encontramos con que el domingo puede ser fuente de aventuras y aprendizajes, viajes, alguna corrida, y mucho más.
¿Cómo surge la idea inicial para el libro?

Durante un tiempo estuve juntando ideas de historias para dibujar y anotándolas en varios cuadernos. Ideas de todo tipo, desde palabras graciosas, frases que escuchaba por la calle, anécdotas que me contaban amigues o parientes, sueños propios, lo que sea. Algunas de las cosas que pasan en el libro están inspiradas en historias que me contaron mi hermana, mi tía abuela, mis amigas, sus hijos, algunas cosas que me acuerdo de mi propia infancia. Una vez que junté bastante material empecé a darle forma. Creé esta familia con cuatro personajes principales para que cada uno, según su edad, pueda contar una historia diferente. Originalmente, Domingo a la tarde era el nombre del primer capítulo nada más, pero necesitaba algo más fuerte que los vincule entré sí, más allá del lazo familiar. Así que ese primer capítulo fue el que marcó a todos los personajes y definió la estructura de cada capítulo.

El libro tiene algunos puntos que me hicieron sentir nostalgia. En primer lugar, recordar cuando la mochila era un mundo propio que llevabas a todos lados. Pero lo que te impacta, de manera orgánica, es que estamos en un mundo “analógico”, disfrutando la vida real.
¿Contar la historia desde ese timeline pre digital fue una decisión consciente? ¿Tenías la idea de narrar un periodo particular? 

Creo que algunas de las situaciones que pasan en el libro hubieran ocurrido de una manera distinta si los personajes hubieran tenido un celular con datos. Hoy en día usamos el celu para todo, para escuchar música, para avisar que estamos llegando, para ver la hora, despertarnos, ver dónde estamos parados, dónde queda el kiosco más cercano, todo… Si hubiera puesto celulares me hubiera perdido la oportunidad de dibujar relojes, cables y cabinas de teléfono, mapas gigantes, álbumes de fotos, cassettes, incluso quizás los libros de Loomis hubieran sido innecesarios. ¿Te imaginás todas esas viñetas, que ahora son tan diferentes entre sí, homogeneizadas por un solo instrumento rectangular negro? En su momento me pareció aburrido dibujar eso, así que opté por dejarme llevar y dibujar lo que más me dieran ganas, sin pensar tanto en una época específica. Así apareció este imaginario noventoso.

Más allá de la fantasía, Domingo a la tarde remarca algo muy característico en tus libros: los detalles que hacen a lo cotidiano.
¿Cómo se construye un guión rico en detalles cotidianos? Porque siento que es algo más que escribir: es una condensación de anotaciones dispersas; de saber escuchar conversaciones, tanto ajenas como propias; de observar en silencio. 

En el caso de Domingo a la tarde, primero apareció el conflicto principal de cada personaje. Para llegar a ese punto, fue necesario armar la situación, es decir, mostrar un poco de contexto que explique la personalidad de cada uno y por qué toman sus decisiones. Por eso es que siempre cuentan qué hicieron anoche, qué van a hacer mañana, de dónde vienen a dónde van. Además, así se distinguen entre sí, para diferenciar un personaje de otro está bueno que hablen de cosas muy diferentes cuando se juntan con sus amigues, como plantas o animé. Con el dibujo es lo mismo, me divierte un montón pensar en la decoración de cada entorno, hacer la casa de la abuela completamente diferente del bar donde tocan las bandas. Para mí, esos detalles van presentando al personaje y crean expectativa y a veces algo de suspenso. También hace que los personajes sean más creíbles y así es más fácil identificarse con ellos, no verlos solo como dibujos sino como posibles personas reales.

-El domingo toma diferentes formas en nuestras sucesivas etapas de la vida. Por ejemplo, cuando somos chicos es un día libre, de plenitud; más tarde pasa a ser el último día libre antes de volver al colegio o a cursar; puede ser el día de descanso o para resaquear. La lista podría seguir.
¿Cómo es tu relación con los domingos en la actualidad y cómo fue en épocas anteriores?

En los últimos años adopté una rutina bastante estricta que me ayuda a organizar el día a día como trabajadora independiente. Por eso, trato de trabajar solamente de lunes a viernes y salir, pasear, descansar, cocinar o jugar videojuegos los fines de semana. Eso (y algo de yoga) me ayuda a mantener a raya el estrés y la ansiedad. Así que actualmente los domingos los espero con muchas ganas, son sinónimo de caminatas, comilonas, mate y videojuegos, jaja. En las épocas en que trabajaba en una oficina eran un poco más duros los domingos, vivía en el oeste de Buenos Aires y tomaba el tren todos los días para ir a la Capital. Pude cambiar eso y, desde que trabajo en mi casa, los lunes ya no son tan tremendos. En las épocas que estudiaba diseño gráfico los domingos eran para atravesar la resaca pero también para preparar los trabajos que había que presentar el lunes en la facu, así que me mantenían ocupada.

-Para la mayoría de los artistas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos?

Mis historietas están muy influenciadas por el trabajo de Ángel Mosquito y Cristian Mallea, que fueron mis profesores durante casi nueve años en la escuela Zoppi de Morón, en la Provincia de Buenos Aires. La forma de contar, de entintar, de armar una página, de pensar las historias, todo eso viene de ellos, sin duda. Además, siempre estoy mirando el trabajo y la forma de crear de las personas a mi alrededor. Me inspira mucho ver los trabajos de Power Paola, Sole Otero, María Luque, La Watson, Gabi Coco, Titi Hoon, Júlia Barata, Nacha Vollenweider, Ernán Cirianni, Nahuel Amaya. Me gusta ver cómo otras personas resuelven la dinámica de trabajo, cómo se rebuscan para tener tiempo para dibujar, cómo se les ocurren las historias, aprendo mucho de esos procesos. Pienso que cuántas más influencias tenga mejor, mezclar un poquito de cada uno de los que me inspiran y mantener viva mi propia curiosidad va definiendo mi estilo.

 

-¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?

Últimamente vengo notando que aunque escriba historias de ficción siempre hay un alto grado de inspiración en la vida real en mis dibujos. Los diálogos, la forma de pensar de los personajes y hasta sus características físicas siempre están inspiradas en gente que conozco o conocí, como algún vecino o vecina, amigues de amigues y así.

-¿Alguna vez sentiste que la historieta resultó un método de supervivencia?

Sí, totalmente. Desde que empecé a hacer historietas, en mi adolescencia, encontré en el dibujo una especie de refugio, un lugar donde podía hacer lo que quisiera, como quisiera y cuando quisiera. Especialmente en esa época donde cualquier problema parecía ser el fin del mundo. Conocí otros dibujantes como Martin Lietti, Juan Caminador, Martín Méndez y fue muy lindo junto con ellos y otres encontrar una forma de pasar el rato creando. Me gusta pensar en el dibujo como el acto de crear algo nuevo en contraposición al acto de consumir. Hoy en día, dibujar me calma, me hace sentir más tranquila; pensar nuevos personajes o detalles de un fondo me relaja, funciona como una meditación. Además, es una forma de expresarme y transformar situaciones raras de la vida. Me divierte contar algunas situaciones de mi vida que me hacen sentir mal y buscarles un lado gracioso, mostrando lo absurdo como para sacarle peso a los problemas.

Por Lucas Canalda
Fotografía Instagram de la autora

 

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