El clásico festival marplatense celebró su decimocuarta edición con una fusión generacional entre vanguardias, posturas políticas y la contundencia de una escena encendida.
¿Qué hace exitoso a un festival? ¿Qué lo hace diferente? ¿Qué decide su continuidad? ¿Qué lo arraiga a la comunidad?
Evaluar el éxito de un festival de música es mucho más que analizar solo el desempeño ticketero, las cifras de asistencia o el conteo de likes en redes sociales. Es necesario observar una confluencia de factores, elementos, personas y hasta energías.
Podemos hablar de la música, las actuaciones, el lugar, el sonido, la ocasión, la hora del día o de la noche, el público, el estado anímico de los asistentes; de cómo la música puede impactar tanto a los intérpretes como a los oyentes en un momento dado; del efecto de todos estos factores entre sí, de las excentricidades que hacen que este concierto sea diferente de cualquier otro similar y de las similitudes que esperamos que nos unan.
Finalmente, un festival debe capturar algo del sentido de su tiempo, un entendimiento de su contexto más allá de lo meramente estético.
Durante tres días, Mar del Pop celebró su decimocuarta edición con una propuesta que integró cuatro generaciones de artistas, desde la escena emergente hasta los clásicos de la cultura nacional.
Con dos jornadas en el Brewhouse Puerto y una clausura dominguera en el CCAVE, Mar del Pop reafirmó su vigencia como un polo musical del verano marplatense, atrayendo tanto al público general como la atención de la escena independiente de la provincia de Buenos Aires.
Más importante aún, el festival consolidó su rol como faro de convivencia y posibilidad, presentando nuevas generaciones de bandas ante un público diverso que llegó buscando algo más allá de lo ya reconocido.
Mar del Pop 2025 ofreció una variada propuesta musical que incluyó synthpop, punk rock, indie pop, goth, grunge, dream pop, post-rock, hardcore y tango.
La grilla del viernes estuvo compuesta por Mi Amigo Invencible, Mujer Cebra, Las Tussi, La banda del Nota, Maniobras, El Club Audiovisual, Este Verano No Fui a la Playa, Trágico Romance y Placeres. La musicalización corrió por cuenta de DJs como Polett, Franco Galán, NA*W*E & LØBÖ y Dr Low.
El sábado estuvo protagonizado por Buenos Vampiros, Daniel Melero, Melingo, Fin del Mundo, Nenagenix, Tomates en Verano, Marchitorial, Baja Killa, Ficciones y Cartas a Mí. En las bandejas estuvieron Lisa Cerati, DJ Rorro, Romina Lee y Ramiro.
La fecha clausura, una especie de after chill de domingo, ofreció DJ sets de Irina Vampi, Migue Castro, Panchito Villa, Facu Inigo, Bruno Albano y Pedro Moscuzza.
Repasar lo que dejó el festival requiere un recorrido que se aleje de lo lineal. En esa misma sintonía, dejando de lado la dispersión propia de una época marcada por el vértigo de TikTok, los sucesos merecen una mirada más contemplativa.
Mar del Pop fue un punto de encuentro que cruzó barreras generacionales y estéticas.
La convocatoria a grupos emergentes de la escena marplatense resultó eficaz, demostrando la amplitud de la escena y dejando en claro que el circuito se renueva constantemente con propuestas de músicos experimentados que se suman a proyecciones nacientes.
Grupos como Ficciones, Marchitorial, Cartas a Mí, Trágico Romance, Placeres, Este verano no fui a la playa y Maniobras, se complementaron, ofreciendo distintas sonoridades y energías sobre el escenario principal.
Marchitorial, si bien jóvenes, sostienen una constancia desde su debut a mediados de 2022, lo que se evidencia tanto en su forma en vivo, como en el material publicado.
Cartas a Mí, con canciones de rock alternativo, exhibiendo un lado cancionero sónico y una neurosis introspectiva poética, poseen identidad que se corre de cualquier aproximación facilista. Sus composiciones anticipan algo importante.
Maniobras tiene un potencial popular que tiene base en la música new wave. Además de ser animados, el grupo suena ajustado y conecta bien con el público, desatando el primer remolino de cuerpos del festival. El público presente, fundamentalmente veinteañeros, corea sus temas con sentimiento de cancha y hasta alguna camiseta revoleada al aire. ¿Qué pasa si esas canciones reciben una difusión apropiada? Hay algo ahí.
Este verano no fui a la playa fue la propuesta más abiertamente poptimista del festival. Felices de participar, desde el micrófono comentan que “Mar del Pop fue nuestra escuela” y recuerdan algunas de las bandas que vieron cuando eran chicos, como Indios.
Además de la hinchada de cada banda y del público compartido, propio de una misma ciudad, se percibe una localía expansiva que deja en claro el saludable presente de la movida marplatense.
Por un lado, el festival permite una polinización de la escena, tanto la actual como la que está por venir en el futuro; mientras que, por otro, funciona como un faro de la ciudad hacia afuera: deja saber que aquí están pasando cosas. Esos sucesos trascienden tanto la marca del festival como el roster del sello Casa del Puente. Puede que la totalidad de la movida marplatense no esté reflejada en Mar del Pop, sin embargo, el festival cumple un rol fundamental al anclar a la ciudad en un mapeo nacional, algo muy difícil en un país donde el federalismo es prácticamente nulo.
Mar del Pop arranca seis días después de marcha federal del orgullo antifascista y antirracista que, el sábado 1 de febrero, convocó a cientos de miles de personas en toda la Argentina contra los discursos de odio de Javier Milei en Foro Económico Mundial, en Davos.
Dos días antes del festival, hubo un ataque a una pareja de lesbianas en Balvanera, Capital Federal.
El complejo presente sociopolítico de nuestro país estuvo presente en esta edición.
¿Baja línea Mar del Pop? No, pero varios de sus artistas se posicionaron en viva voz frente al micrófono.
El viernes, los primeros en expresarse fueron lxs jovencitxs de Placeres quienes, además de brindar un show de creciente clima abrasivo, se retiraron anunciando que pronto salen sus dos primeras canciones y deseando que “se muera el presidente de mierda que tenemos”.
Baja Killa, que abrió el sábado, brindó un show contundente, conducido por la SG de Micaela Baeza y la ferocidad vocal de su hermana gemela Pilar Baeza. Ya sobre el final, la cantante -también profesora de historia- recordó que “el único fascista que sirve es el muerto”.
El cuarteto Cartas para Mí dejó todo claro apenas subió al escenario: Jaco, cantante y guitarrista, viste remera que reza antifaschistiche aktion en su pecho. Sobre la correo de su guitarra tiene un prendedor antinazi.
En plena clausura del festival, Buenos Vampiros reiteró su compromiso “siempre anti fascista”, con completa adhesión del público.
Aparte de las expresiones más explícitas, hubo acciones concretas que no pasaron desapercibidas.
El viernes, el DJ set de la intrépida Dr Low, se caracterizó por una impecable sutileza, con una selección idiosincrática de artistas de la escena queer como Ciudadano Toto, Fus Delei y Juan Alemán.
Ya en las puertas de la masividad, Mi Amigo Invencible sostiene una militancia poética que se siente como afectiva, en canciones sensibles que, sin bajadas directas, reflejan parte de la desazón y la angustia de estos tiempos marcados por el alineamiento digital.
La banda mendocina radicada en CABA, marcó el punto más convocante del festival. Además de su producción musical delicada y una propuesta en directo que brilla, Mi Amigo Invencible sostiene cierta batalla contra la solemnidad del indie nacional. Sus canciones tienen cada vez mayor alcance en una época cruzada por la violencia discursiva. Ahí radica una trinchera considerable, potente y corrida de la obviedad. También es una de las razones de su creciente llegada transversal.
Mujer Cebra clausura la primera noche ante una sala encendida.
Tocan sin pausas. Son directos porque la música habla por ellos y el fuego es para quemar.
Suenan «YYY», «El veneno», «Invisible» y «Fantasma», entre otras.
El trío tiene una templanza vieja escuela. Son una banda hecha para tocar y tocar, incansables, en la mejor tradición de rock. Su lugar es el escenario.
Con una espalda importante que carga un reciente cúmulo de fechas propias, giras y festivales, los tres integrantes mantienen un nerviosismo importante previo al show. Tienen los pies sobre la tierra.
Concentrados, apenas emiten una palabra entre ellos. El silencio les pertenece, cada uno en su lugar. Cuando están arriba del escenario, demuestran un nivel superlativo.
Los Cebra fueron precedidos por Las Tussi, una gloria marplatense que desde 2019 cosecha canciones pegadizas, de impronta punk y asperezas propias del noise.
Si bien Las Tussi lucen tensionadas porque no se escuchan dentro del escenario, hacia afuera el sonido no demuestra problemas mayores.
El riff inicial y ascendente de «Russia», una aproximación stoner que se cruza con el ignorant punk para volverse enorme y atrapante, luego deviene un estribillo heredero de The Shangri-Las. «Cuchillito» funciona en una dinámica similar, por eso ambas canciones aceleran el pulso de sus fieles, quienes vuelan entre saltos adolescentes, a los costados del escenario.
Pasadas las diez de la noche, La Banda del Nota marca un quiebre.
Parece que TODO el mundo está en la sala, apreciando cada segundo del grupo liderado por Nazareno Nota, mejor conocido como El Nota. El público está al frente, intentando ganar un mejor lugar, mientras que sus colegas de otras bandas dejan el camarín para no perdérselo.
Las canciones son bandera. Hay estribillos y puentes, entre verdades rotas y decepciones que enseñan pero no matan. Se trata del derrotero del último gran antihéroe nacional.
La gente entona cada verso, encontrando en El Nota un campeón generacional de la canción para un tiempo de sueños percudidos y golpeados por la realidad. Quizá por eso aparecen trapos de hinchada fiel y cuerpos que viajan, surfeando por encima de la multitud, impulsados por un fervor popular.
La Banda del Nota toca con autoridad, sin olvidar la génesis lofi de sus temas. En ese sentido, tanto la banda como su autor e intérprete privilegian esa esencia.
Un rato antes, El Club Audiovisual toca ocho canciones, haciendo gala de un ataque de pop sónico, demostrando que tiene claro su concepto de banda. Sin dejarse tironear por las tendencias del mercado, ni tampoco cediendo a los etiquetadas endilgadas por los medios referentes, el grupo avanza hacia una identidad propia, entendiendo lecciones del rock argentino, así como también lecciones gazers contemporáneas. Les toca crecer y desarrollarse expuestos ante un público atento. Eso tiene sus beneficios y sus contras. Con todo, parece que eligen su propia velocidad, pasando de las demandas externas. Enhorabuena.
El sábado arranca con cierto retraso, un detalle que, con el paso de las horas, obliga a realizar cambios inesperados en la grilla y a extender la jornada.
Fin Del Mundo sube al escenario alrededor de las 23 horas, casi tres horas más tarde de lo estipulado en el cronograma anunciado.
La experiencia festivalera del cuarteto es evidente. Los últimos tres años de giras constantes, tanto en Argentina como en el exterior, han fortalecido el núcleo de la banda. En ese sentido, se puede afirmar que están preparadas para todo.
Eso queda claro cuando salen al escenario, presentando una lista con éxitos y algunas canciones de su reciente disco Hicimos crecer un bosque. Por otro lado, la banda sabe refugiarse en su interior, concentrándose en lo esencial: su fortaleza colectiva. Así, las cuatro se vuelven hacia ellas mismas y despliegan su poderío de post-rock, sumando al público a ese interior tan único, tan de ellas.
Lucía Masnatta, cantante y guitarrista, se muestra cada vez más cómoda en su desempeño vocal. Además de tener un gran timbre para el pop, que sigue evolucionando, se muestra segura en la exigencia física y respiratoria que implica cantar, tocar la guitarra, saltar, mirar con complicidad a sus amigas y, especialmente, lanzarse al ataque combinado de guitarras y pedales, arrodillándose, parándose y saltando en cuestión de segundos.
Sin embargo, no se trata únicamente de ellas cuatro: la banda encuentra una seguridad considerable al trabajar con un sonido propio. Otro de los secretos de su presente ha sido saber conformar un equipo de trabajo sólido y confiable.
Quienes también atraviesan un proceso de cambios y están buscando estabilizar su equipo de trabajo son Nenagenix. La banda, fundada por Victoria De Biasio (bajista) y Martu Sampietro (voz), tuvo un 2024 de mucha actividad e incorporación de nuevos integrantes. Desde la primavera pasada, la formación actual está ganando confianza.
Sampietro, alias Cheman, entiende su rol como frontwoman, ejerciendo una creciente seguridad escénica a medida que crece como vocalista.
Como se destacó con El Club Audiovisual, Nenagenix supo correrse de la velocidad imperante a su alrededor, optando por fortalecerse internamente. La tarea no ha sido fácil, dado que los últimos años fueron de crecimiento continuo, logrando cierto protagonismo ante las audiencias jóvenes. En lugar de acelerar y desesperar, parece que han tenido la madurez suficiente para encauzar el proyecto y comprenderlo en su totalidad: tanto en el concepto artístico como en su actividad en vivo.
Buenos Vampiros clausura Mar del Pop cuando la medianoche ya quedó lejos. Es apropiado para una pandilla de nosferatus que juega de local, con un público enfundado en sus remeras.
La banda cumple con las expectativas de la espera. Suenan «El perro», «Paranormal», «Puedo ver el mar en tus ojos» y «No tengo idea», con la gente en un estado de júbilo. Las horas no pesan en los cuerpos posesos de adrenalina.
La presencia de Buenos Vampiros en Mar del Pop es algo más que el primer paso de un 2025 que promete emociones de alto vuelo: si bien aún en sus veinte, el cuarteto integrado por Irina Tuma (guitarra y voz), Ignacio Perrotta (guitarra y voz), Luana Giobellina (bajo y coros) y Mora Murguet (batería) ya es una referencia obligada para una nueva camada de bandas marplatenses que tuvieron sus primeras experiencias recitaleras en fechas vampíricas.
El futuro de Buenos Vampiros apenas se vislumbra, porque todo está sucediendo en este mismo momento. Entre sombras, su disco de 2024, acaba de ser editado en Europa por el sello andaluz Spinda Records, también casa de Las Nubes y Fin Del Mundo. Mientras tanto, la banda encara un calendario de fechas que incluye una gira por el interior del país.
Pero por encima de los títulos y anuncios rutilantes, el cuarteto también está en proceso de crecimiento interno. La banda busca asentar una estructura de trabajo independiente, aprendiendo a manejarse con la bandera del DIY, y sabiendo que la música puede ser un oficio.
Uno de los aciertos del festival es su tendencia hacia la integración, tanto estética como generacional. Durante el viernes y el sábado, el flujo de personas es constante, abarcando un amplio rango etario. Hay amantes de la música de todas las edades: algunos adolescentes, otros que superan los cincuenta.
Este detalle etario no pasa desapercibido. Mientras que, en general, el marketing de la nueva escena underground se enfoca exclusivamente en la novedad como sinónimo de vanguardia, sin fundamentos sólidos ni razones consistentes de disrupción, en este caso la situación demuestra que la relevancia artística y las expresiones rompedoras no están confinadas a la juventud ni a una edad específica.
Si la edad no es más que un número, lo que realmente importa es el espíritu. En Mar del Pop, quienes lideran la vanguardia parecen ser las generaciones más experimentadas, que se entregan a su búsqueda con total vehemencia.
Sin pretensiones ni arrogancia. Sin nada que probarle a nadie. Con la convicción de seguir creciendo como artistas, de seguir experimentando en el oficio y, sencillamente, de seguir divirtiéndose, son Melingo, Melero y Tomates en Verano quienes marcan la diferencia en el festival.
Daniel Melingo y su banda de tres piezas tomaron el escenario con su encanto. Entre movimientos bucólicos de compadrito etéreo, encaran unos tangos minimalistas que ponen su canto por encima de todo. La tensión narrativa se vuelve tan áspera como fascinante.
Lo impredecible de Melingo, seductor y cómplice, gana la admiración de la sala que, antes del final, rompe en la primera ovación futbolera del festival. “¡Melingooo, Melingooo!” canta la gente, a viva voz, con los brazos arriba. Sobre el escenario, el otrora integrante de Los Abuelos de La Nada y Los Twist sonríe.
Cuando Melero toma el escenario, la sala ofrece una idea de totalidad. No tiene que ver con estar colmada ni llena. En realidad, el público está presente en su totalidad, compactando la escena, queriendo encontrar un lugar adelante, sin querer perderse nada.
La gente abraza la valla de contención frente al escenario, con la mirada atenta. ¿Qué va a hacer Melero? Con su tocayo Melingo comparten nombre y generación. También ciertas mañas. Hacen lo que quieren. Llegan para sorprender.
Su set propone un viaje envolvente, en un lenguaje experimental que, sin embargo, no olvida su raigambre pop. Suenan «Club de músicos», «MK Ultra», «Sagrado Corazón» y «La madre de Godzilla», entre otras.
Durante todo el show flota un aire devocional. Melero profundiza su modelo y la gente viaja a la par. Entre canción y canción, no omite una palabra, aunque desde abajo alguien lo dice todo: “¡Melero te amo!” El grito se repite una y otra vez. Se trata de una voz aguda, ascendente, que no cesa.
Melero se retira con una lluvia de aplausos. Baja del escenario con dos certezas. La primera es que el público estuvo atrapado. La segunda es que él la pasó muy bien.
Tomates en Verano ejerce una pequeña cátedra de la sorpresa sobre el escenario de Mar del Pop. Su melancolía tiene ciertas rispideces que, por momentos, giran hacia el júbilo. ¿Alegría? No precisamente: hacen una música que encuentra catarsis expansiva.
El trío marplatense, conformado por Carina Monjeau (bajo y voz), Ignacio Giobellina (guitarra) y Pedro Moscuzza (batería), fusiona elementos de shoegaze y goth con ganchos poperos. A priori, su música podría ser pura introspección, pero la banda invita a la fisicalidad del movimiento.
Con Monjeau como maestra de ceremonias, paseando con autoridad por todo el tablado, munida de sus cuatro cuerdas, pronto incita a un baile acompasado que, abajo, termina en un remolino celebratorio. Es una pequeña fiesta donde lo etario se difumina, sin saber quién es quién. Hay gente que pide canciones a los gritos. Se siente la localía y la influencia que supieron condensar sobre el robusto presente de la escena marplatense.
A propósito de bandas marplatenses insignia, para el viernes estaba anunciado Luzparís, que, lamentablemente, tuvieron que ausentarse por razones personales.
Finalmente, quienes sostuvieron la responsabilidad de abrir el festival fueron los Trágico Romance, cancionistas spinetteanos y alternativos, que, si bien son una banda nueva, están conformados por músicos y músicas de amplia experiencia.
Mientras el escenario acapara todas las miradas con las bandas, y la pista exterior se encuentra casi colmada a toda hora, con gente bailando diversas sonoridades, Mar del Pop ofrece vivencias protagonizadas por quienes hacen posible el festival. Músicxs, sonidistas, DJs, iluminadorxs, VJs, stages, se dejan llevar sin olvidar sus tareas, entre las largas horas que conforman cada jornada.
Dichas vivencias pasan aquí y allá, de forma envolvente. En la puerta, al aire libre, o en el sector de camarines, donde reinan las risas y cierta fraternidad respetuosa. Detrás de escena, o de forma discreta, entre la audiencia.
Mucha de esa química pasa desapercibida, lejos de los registros, las cámaras y los celulares. Sucede desde la espontaneidad. Son apenas instancias. Sin embargo, quizás sean razones poderosas para que, casi todas, las bandas tomen el escenario desde un lugar de disfrute.
En ese desprendimiento de momentos puntuales, tanto el viernes como el sábado regalan postales instantáneas que pasan desapercibidas en la escala mayor, entre urgencias técnicas, el bullicio del público y el estruendo musical.
Gestos. Sutilezas. Afectos. Respetos. Sonrisas. Abajo del escenario pasan cosas que hablan elocuentemente.
Pato de Mujer Cebra, arremolinándose entre la multitud cuando Buenos Vampiros cierra el festival bien entrada la madrugada del domingo. Luca Ludueña y Milton, responsable de catering, charlando sobre camisetas del ascenso con erudición pictórica. Melero y Melingo, sentados en un mismo sillón, riendo en complicidad, sin confesar ni admitir nada. Jaco Simón de Cartas a Mí, prendido de la valla, hipnotizado por el show de Melero. Aku Almada de Loquero, feliz por llevarse una foto junto a Melingo. Irina Tuma, bailando a un costado del escenario, también hipnotizada por el ex Encargados. Ignacio Perrotta cantando los temas de El Club Audiovisual, a los gritos, en medio del público. Un abrazo casi devocional de Arturo Martín (Mi Amigo Invencible) al Nota, con el camarín repleto de gente, el viernes. Mora Murguet hinchando por Maniobras, el viernes, cual campeones del torneo. Martín de Placeres, agradeciendo consejos para ubicarse en la fila correcta y, finalmente, encontrarse con su merecida hamburguesa.
¿Qué tiene que ver esto con un festival? Todo, puesto que significa parte de la química que hace a un festival ser parte de la comunidad y no una franquicia corporativa de escala impersonal.
En el encuentro amigable y afectivo se fundan muchas de las cosas que habrán de venir. Podrán ser en futuras ediciones de Mar del Pop, o en otros eventos o fechas. Tal vez en Mar del Plata, Capital Federal o alguna otra ciudad. Será entre bandas recién nacidas o consagradas, o desde la integración generacional y estética. Lo fundamental es que sucederá. Puede que allí radique el logro más importante de Mar del Pop: ser catalizador del futuro
Texto por Lucas Canalda
Fotografías por Florencia Couto