SUEÑO SIEMPRE LAS MISMAS COSAS: LA PERMANENCIA DE CURSI NO MUERE

Cursi No Muere volvió a Rosario en una gira compartida con Fin Del Mundo. El derrotero de una banda con canciones urgentes que propone otras formas de alcanzar la trascendencia.

 

El equilibrio es algo que se crea; se logra de manera orgánica con los elementos de los que uno mismo dispone.
En el caso de Cursi No Muere, su equilibrio surge desde una economía de recursos, además de algunas ideas claras respecto a su arte: palabras justas para emociones desbordantes; música en la medida ideal; drama infringido sobre corazones llagados. Por último, cuentan con una afirmación de tres palabras escritas en el pantalón de un adolescente que se convierte en acción, estandarte y trinchera.
La ecuación es simple. El resultado es algo vivo.
En Refi, lejos del pueblo (ciudad, técnicamente) donde se formaron, una pequeña congregación de personas canta sus canciones el viernes por la noche.
A priori, es difícil cantar a la par. Excepto que tengas en claro la velocidad que toma su música en vivo.
También es complicado cantar de esa forma, haciendo de la nariz, la garganta y la boca una caja de resonancia de tormentos emocionales. No obstante, aquí adentro, la compenetración de dichas personas es completa.
Desde el escenario flotan versos como filos circulantes. Cada quien elige su corte favorito.
“Cuando me venga a buscar la esperanza, espero no poder escucharla.”
“Las distancias que hoy conservamos son lo mejor que encontramos.”
“Cuando estemos muertos, vendrán a dejarnos flores en las manos.”
“Mi lugar favorito no es un lugar, es un recuerdo.”
Algunas de las personas presentes saltan, otras cantan. Hay quienes agitan sus brazos en el aire. Es júbilo. Es disfrute. Es sublimación. Es necesidad de todo eso.
Son canciones que exigen atención. No son fáciles. Cada línea es un grito de supervivencia que obliga a los oyentes a enfrentarse a verdades incómodas sobre sí mismos, la naturaleza que los hace y el mundo que los rodea.
Aún cuando el tamaño de Refi se siente impersonal, la atmósfera se desdobla por sí sola, asentada por pasajes melódicos, letras desde el pecho y una voluntad consciente de explorar la vulnerabilidad junto con la tristeza y la frustración.

Cursi No Muere es una banda de emocore, formada por Luca Daniele (voz), Federico Torres (bajo), Matías Gigena (batería) y Sebastián Vásquez (guitarra) en 2015, en la ciudad de Tortuguitas, Buenos Aires.
El cuarteto se encuentra en Rosario para el comienzo de una breve gira junto a Fin Del Mundo. La primera parada es la cuna de la bandera, luego Córdoba.
Ambas bandas toman la ruta con la idea de celebrar tanto sus lazos musicales como amistosos, en una apuesta conjunta de dos proyectos que trabajan de manera autogestiva y se conocen desde hace años.
¿Qué decir sobre las canciones de Cursi No Muere? Confesionales, dramáticas, sensibles, melódicas, hardcore y punk. Elementos que se consagran a la ausencia o la pérdida; al aprendizaje que arde sin cesar; a la nostalgia de todo aquello que pudo haber sido pero no fue.
Daniele escribe letras que circulan hacia una vulnerabilidad que trasciende lo individual y marca una diferencia dentro del rejuvenecido hardcore bonaerense.
Desde siempre, la vulnerabilidad es un anatema para la masculinidad tradicional. El cuarteto la convierte en trinchera política y estética.
Esa vulnerabilidad, expuesta o expresada, los hace diferentes en un circuito que sostiene verdades y dogmas que pesan como totems. Cursi no hace alardes de certezas demasiado sabidas porque entiende que lo único definitivo es la pérdida.
Su sensibilidad no es algo nuevo: es una continuidad del legado de The Smiths en la década del 80, además de la escisión gay antifascista de Fun People en los 90, un quiebre idiosincrático que marcó lo que habría de venir para el hardcore punk argentino del futuro. 
Cursi No Muere continúa una senda HC argentina iniciada hace tiempo, en la que deberían mencionarse antecedentes como Mofa, Whisper, La Última Canción del Mundo (la primera etapa) y Las Armas, dentro de una lista que podría seguir.
Las letras introspectivas, aunque confesionales, de Daniele narran conflictos y procesos relacionados con la identidad, el amor y la desilusión social.
La negativa de la banda a adherirse a la corriente dominante conecta con almas inconformistas y apartadas del montón, fomentando un sentimiento de pertenencia a lo diferente.
Más cerca de la poesía que de la canción, Daniele escribe desde un lugar sentido. Su exploración de temas como la alienación, la frustración, el amor no correspondido y la desilusión social conmueve a sus oyentes, haciendo que su música logre una identificación terrenal, desde esa angustia que arde en la carne y que nos recuerda nuestra fragilidad.
Desde sus letras, Cursi No Muere tiene la capacidad de capturar la esencia agridulce de la condición humana, tejiendo historias de anhelo y añoranza, pero también de las falencias que nos hacen humanos. No todas las lecciones tienen aprendizaje. No todos los errores son edificantes. El amor no es suficiente. No todas las heridas cierran. El tiempo no lo cura todo; en algunos casos, al contrario, se vuelve una roca pesada que cargar, una y otra vez.
Esa belleza melancólica de Cursi no ofrece paisajes de belleza ficticia; se basa en la realidad, haciendo gala de una escritura precisa que permite entender otras formas de precisar el dolor.
En Refi, el cuarteto toca catorce canciones. Entre ellas, «De un momento a otro podemos perdernos», «Julio», «Donde todo termina», «El futuro», «Valientes quienes corren», «Fotografías», «Ambivalencia» y «Canciones tristes».
En vivo, lo melódico sigue presente, aunque la urgencia gana terreno, mientras se descubren costados más afilados que remiten a sonidos de finales de los 90, en distintas latitudes. Hay un atrevimiento por salirse del protocolo hardcore, sin desesperarse por meterse en la nueva ola del imaginario post-hardcore, ni tampoco en la nueva generación de bandas argentinas que ostentan un sonido más agresivo basado en la testosterona.
¿Emocional? Definitivamente. Pero lejos del arquetipo emo de EE. UU. o Canadá de décadas pasadas, o de otros proyectos vernáculos, aquí la propuesta se completa con influencias estéticas que superan los géneros o subgéneros más obvios. La guitarra de Cursi puede ser melódicamente amable. La voz desgarra las palabras hasta insinuarse en las fronteras de un screamo que no termina de concebirse. El bajo suena desde un dinamismo confortable y hasta amigable. La batería sostiene todo, posibilitando esos permitidos.
Al ceder a sus inclinaciones melódicas naturales, la banda parece hacer su parte hacia una evolución de la movida, demostrando la flexibilidad del género, agudizándolo a partir de sus propios elementos, obsesiones y hasta limitaciones.
A un costado de los postulados restrictivos, la banda apuesta ciento por ciento a las canciones que perduran. No hay efectismos. Tampoco ganchos. Hacen de tripas corazón en canciones que conceptualizan el dolor, encontrando desahogo para el desamor y para la pérdida.
Escapando de la literalidad, varias de las canciones de Cursi son algo más que la simpleza del amor romántico: aquí la pérdida tiene el espesor de la vida.
“Si mi vida se resume en una foto / Quiero poder estar al lado tuyo” cantan en «Fotografías». Esas líneas podrían estar dedicadas a cualquier instancia de nuestra finitud, en una nostalgia que, tal vez, siempre estará desatada.
La banda maneja una cantera de canciones que interpelan, logrando sumergir a su público en un tipo de energía que hasta parece demasiado abrumadora para sublimar de inmediato. Son emociones e interrogantes que reverberan más allá de las notas finales tocadas en el escenario.
El revoltijo de emociones es visceral y anímico. Corazón y mente necesitan un rato antes de volver a sincronizarse.

Cursi No Muere se formó en 2015, en Tortuguitas. Tras un periodo de actividad constante que sentó las bases, tocando por todos lados y publicando material, lograron un primer capítulo fructífero, no sin cierto agotamiento. Alrededor de la pandemia, la banda decidió poner una pausa, privilegiando su amistad.
Ese hiato resultó ser fundamental en dos aspectos. Primero, porque la banda retomó energías para un segundo periodo de actividad. En simultáneo, sus canciones tendrían rodaje consciente a través de su primer público, que diseminó el mensaje en una escala humana que lentamente permeó en otras generaciones de público.
Por debajo de los espasmos pandémicos, Cursi No Muere tendría otra llegada, mientras una nueva ola de hardcore tomaba fuerza, teniendo al cuarteto como influencia catalizadora.
Luego del colapso de angustia que trajo el confinamiento, la banda se sintió preparada para retomar la actividad: canciones nuevas, toques, reencuentro con fans y el abrazo con una camada recién llegada.
No es casualidad que la desesperanza, la soledad y la alienación estén presentes en las salas que colman las generaciones más jóvenes, así como también los +30.
Relaciones rotas. Aislamiento. Salud mental que pende de un hilo. En un planeta en llamas, donde el colapso ambiental es palpable al punto tal que dejó de ser una distopía propia de la ciencia ficción, donde la tensión bélica escala silenciosamente, donde las clases trabajadoras quedan relegadas ante el capricho celebrado de los billonarios que moldean nuevos episodios de capitalismo embrutecedor.
A la antigua sensación del no future se le suma algo peor: el capitalismo tardío permanente. La certeza cotidiana de no ir a ninguna parte aísla, angustia y paraliza.
Aunque la música de Cursi No Muere no cura esos sentimientos, sí establece un vínculo que arraiga ante la tormenta, logrando una conexión terrenal-emocional, que deja saber que nadie está solo.
En un mundo que anima permanentemente a las personas a mostrar alegrías para los likes, a reprimir sus sentimientos, los artistas que exploran las emociones de manera abierta tienen una llegada franca sencillamente por su humanidad.
“Hay una vertiente con chicos de 18 que, por ahí, vieron que el mainstream no te estaba proponiendo nada.  O lo que te estaba proponiendo no estaba dentro de una realidad que ellos capaz estaban viviendo. Tienen una necesidad más profunda. Había pibitos con hambre de guitarras eléctricas y que su realidad no es guita, Ferrari y cosas. De repente, la estoy pasando como el orto. Y acá había cuatro personas que también lo estaban pasando como el orto y hacían canciones, nada más“, explica Fede sobre la actual llegada de Cursi.
Desde el vínculo afectivo que une banda y público se fue formando una pequeña comunidad. Es algo distinto a la propia comunidad del hardcore. Un público que se cuida a sí mismo mientras conecta con lo catártico del vivo. También una comunidad que propone más encuentros, entre fechas, ferias y bandas nuevas que surgen desde la inquietud.
El gran presente de la banda se refleja tanto en su gran forma para el vivo, las canciones sólidas y el sentimiento comunitario que crece a su alrededor. En ese sentido, la idea de pegarla es ajena. Cursi No Muere se concibe desde otro lenguaje.
El sentimiento de comunidad de la gente que sigue a Cursi es maravilloso”, considera Sebastián. “Creo que nunca nos interesó pegarla. Nos interesó que a la gente le guste la banda. Yo siento que hay una diferencia semántica ahí”.
No hay una búsqueda por pegarla. El hecho de que haya gente que cada vez se está acercando más a nuestros recis te hace creer un poco también que hay algo ahí”, comparte Fede.
“Somos sembradores nosotros. Sembramos y cosechamos. Nos pasa que vemos gente que nunca vimos y nos pasa cada vez más. Siempre hay un grupo de gente que conocemos y después aparece gente que no sabemos dónde salió. Está buenísimo. Creo que no hay un fin concreto en sí, pero el resultado que vemos está bien”, afirma el bajista.
El cariño es palpable y es inevitable que eso nos conmueva”, señala Luca. “Aparte, el lugar que nos damos para hablar entre canciones, eso también es importante. Marca una diferencia porque nos acerca mucho con la gente y es re importante eso. Entre canción y canción escuchás a alguien que te dice algo, que te grita algo”.
“En el último recital del año pasado, en Matienzo, habré visto a cinco personas llorar y fue muy fuerte, ¿entendés? De repente, yo estaba abrazando a uno, Luca estaba abrazando a otro… es ese momento catártico que te dice que algo sucede”, concluye el bajista.

Se trata de la segunda llegada de la banda a Rosario. En 2024 debutaron en nuestra ciudad, en una fecha en Puerto de Ideas junto a Figura Imposible y Fingir Demencia.
Ahora, el cuarteto aprovecha la visita para recorrer un poco, en una tarde marcada por el otoño inminente. Entre paseos y fotos, temprano en la tarde, la banda charla, relajada.
Hay una calma inmanente en los integrantes de Cursi No Muere. A priori, quizá no pueda advertirse en su música; sin embargo, hay una armonía que fluye de manera orgánica dentro de la banda. Ellos mismos bromean al respecto: “Es que somos de pueblo”.
Tortuguitas parece significar otra velocidad personal. Una pausa que hace una diferencia significativa, tanto en lo ético como en lo conceptual. Canciones furiosas y ruidosas que, por dentro, contemplan el desahogo desde una urgencia contemplativa.
La entrega de la banda, siempre necesitada de tocar en vivo, encuentra un equilibrio natural en lo referido a su producción musical. Mientras la mayoría de la música contemporánea se rige bajo el paradigma de la novedad constante, Cursi No Muere sostiene una discografía que podría parecer escasa para los años que llevan en actividad.
La carrera por la novedad obligada está desterrada del grupo. Adentrarse en su material advierte una poderosa verdad: tienen una medida justa. De nuevo aparece eso del equilibrio para el cuarteto.
Mientras sus contemporáneos pujan por tener siempre algo en el tintero, tanto para las plataformas musicales como para las redes, corriendo detrás de una industria rehén de los algoritmos, Cursi No Muere cuenta con un álbum, Valientes quienes corren (2019), y tres EP: De canciones tristes (2023), Perdidos en traslación (2017) y Robar flores del cementerio (2015).
En Spotify, la banda tiene una lista titulada TODO CURSI, con la totalidad de las canciones publicadas hasta la fecha. Escuchar con atención esos 42 minutos de música nos deja saber que, otra vez, el equilibrio es el correcto, con canciones a las que no les sobra nada, entre música precisa y una escritura poética cuidada.
Las canciones se sostienen ante el paso del tiempo y de las tendencias porque hay una identidad definida y la decisión de correrse de lo esperado. Es un material que envejece bien, sin sobrantes descartables ni rellenos.
42 minutos podrá parecerle poco a alguna gente habituada al consumo cultural continuista; sin embargo, el magnetismo poético de las canciones es suficiente para seguir capturando nuevos espíritus.
Nosotros nos tomamos nuestro tiempo para todo. Estamos en contra de la novedad, además de encajar de esa forma. Ahora estamos componiendo sin que nos corra nadie. Hasta que no logramos sentir una canción, no la terminamos. Y capaz que nos tomamos un buen rato de verdad”, dice Luca.
En esa cosa de la novedad todo es descartable. Yo no quiero que mis amistades sean descartables, no quiero que mis relaciones sean descartables y Cursi debe ser lo más importante de mi vida. Si lo más importante de mi vida va a ser algo que tiene que estar apurado, mejor lo dejo ahí”, afirma el cantante y responsable de las letras.
Sebastián escucha a su compañero con atención y aguarda su turno para hablar. Contemplativo, el guitarrista sostiene que “Antes que sorprender, nosotros buscamos conmover. Por eso nos tomamos tanto el tiempo: porque sorprender a veces puede ser más fácil”.
“Para sorprender, puedes tener cualquier hook de cualquier cosa que llame un poquito la atención, pero ¿cuánto dura eso?”, plantea Vázquez.
“Las canciones de Cursi trascendieron la pandemia porque había algo que iba más allá de lo que pasaba. Hubo un momento de tristeza profunda, pero en realidad también ese momento nos hizo dar cuenta que teníamos más momentos de tristeza profunda de los que éramos conscientes antes”.

En algún momento de 2024, charlaron que sería interesante empezar a hacer canciones nuevas. La idea está y avanza. Lo hacen a su tiempo. Se conocen.
Hay una apuesta que tiene que ver con tocar, sostener la comunidad, sembrar y asomarse en nuevos lugares. Cuando alguien les sugiere ir a tocar a tal o cual sitio, buscan la manera de hacerlo posible. Esto pasó con Rosario y con otras ciudades.
Trabajan siendo cuidadosos con ellos mismos. Cuando hicieron una pausa en su momento, fue porque se conocían bien y sabían que era necesario. De la misma forma, ahora saben que quieren canciones nuevas.
“Nosotros disfrutamos la música que hacemos, y también por eso no nos cansamos”, dice Luca. Ahora quieren seguir disfrutando con las canciones que habrán de venir en algún momento.
No se desesperan por aprovechar el gran momento de convocatoria que disfruta el hardcore. Tampoco se inquietan por subirse al under de los titulares virales. De nuevo, apuestan a lo suyo.
Es la vida de pueblo, literal. Tiene que ver con eso. ¿Correr para quién?”, apunta Fede, encendiendo un cigarrillo. “Nosotros queremos lograr algo que perdure. Para eso tenemos que respetarnos. No se pueden forzar las emociones.”

 

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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