LO PRIMERO ES BAILAR: KUMBIA QUEERS & MUNDIALMENTE FAMOSAS EN REFI

Entre luces apagadas y corazones encendidos, el sábado se transformó en una trinchera contra la solemnidad y el desánimo. Fiesta colectiva y construcción afectiva para imaginar otro mundo posible.

 

Es sábado por la noche. Kumbia Queers está tocando en Refi, luego de seis años sin pisar Rosario. En la sala flota un hado de sudor y humedad, porque el público hace rato que entró en calor: bailando cumbia, saltando, cantando, gritando, agitando los brazos al aire, canción tras canción. Además, hay olor a cerveza volcada, producto de algún vaso derramado que ahora se seca entre las pisadas de la gente. Todo se marida dentro de la extrañeza térmica que es el otoño litoraleño.
El reloj apenas marca quince minutos pasadas las once de la noche cuando se corta la luz en la sala principal.
Nadie entiende bien qué pasó. ¿Cayó la Muni? ¿Es la policía? ¿Será algún vecino sacado? En la incertidumbre, la banda tampoco sabe nada. Sin perder tiempo, el público empieza a cantar «Nunca seré policía», de Flema. Parece el acto reflejo desarrollado en una Rosario donde casi ninguna fiesta ocurre sin episodios de control.
El cántico, creciente, pronto emerge de la oscuridad gracias a tres celulares que prenden sus linternas. Luego son dos más. De pronto, en la sala oscila una incandescencia blanca, mientras el coro improvisado de gargantas peladas repite el estribillo de la banda de Ricardo Espinosa.
Mientras tanto, el equipo de Refi corre detrás de bambalinas, tratando de resolver el inconveniente técnico. Sin embargo, nadie está prestando atención a eso. La gente canta, animada. Juana Chang se suma. Toca sus maracas de rosa fluorescente y marca el ritmo con el pie, pisando fuerte sobre las tablas del escenario, dirigiendo como una directora de coro.
Casi sin pausa, «Nunca seré policía» se convierte en «Plantala», porque mañana, ante todo, es 4/20.
Chang conduce de manera percusiva. Sus compañeras, iluminadas por las luces del público, permanecen en un segundo plano, entre sombras. Pat Pietrafesa abraza su bajo y canta. Pilar Arrese, con la guitarra colgada, mira hacia el margen del escenario, a ver qué sucede. Inés Laurencena, percusionista todoterreno —hasta con un brazo enyesado—, sonríe detrás de su octapad y sintetizador.
Toda la escena parece un elogio al situacionismo, con una organización colectiva que juega con los acontecimientos hasta borronear la separación entre arte y vida. Un suceso de lo irrepetible como respuesta a lo impredecible. Es apenas un momento: cinco minutos inolvidables para cada una de las personas presentes.
Desde temprano, con Mundialmente Famosas (La Negra Sonido en voz, La Otra Solange en teclado, Ana Lola Vélez en batería, Nahuel Osler en bajo, Sofía Pasquinelli en guitarra), la fecha se erige sobre una virtud que va más allá de lo artístico y lo ético: el carisma.
Ambos grupos están compuestos por músicas experimentadas, con la cancha suficiente para convertir un recital en algo superador.
La noche se vive con el goce extra del aquí y ahora. Se construye una burbuja saludable que escapa a lo exhibible: no todo es registrable; no todo tiene que ser compartido en la inmediatez de las redes.
La espontaneidad gana el espesor de aquello que es invaluable. La complicidad, las risas, la química en derredor, únicamente se encuentran en ese aquí y ahora.
En la era del recorte, donde la pantalla del teléfono ofrece una ventana infinita a contenidos donde hasta el más minúsculo de los gestos está desarrollado desde la prestidigitación, Refi ofrece pura vida.
Valen el momento y la diversión, la certeza de que ahora se disfruta en comunión, como mañana se seguirá construyendo desde otro lugar de la misma frecuencia.
Ambas bandas se fusionan en una fecha de musicalidad promiscua donde manda la resignificación queer.
Es una noche de comunidad y construcción afectiva. Una noche furiosa, divertida, irónica, paródica. Tremendamente política. (Des)dramáticamente seria. Deliberadamente informal.
¿Cómo suena tal? ¿Qué toca? ¿Quiénes son? ¿Cuáles son los instrumentos que usan? Qué importa responder esas preguntas de taller mecánico musical, según Mariana Enríquez, cuando el canal está sintonizado en el ruido confuso de los vínculos comunitarios; cuando lxs cuerpxs volátiles están atados a estribillos sobre deseo y diversión, sobre plantar y plantarse, sobre una revolución que jamás se olvide de bailar.
Mundialmente Famosas versiona a Screamin’ Jay Hawkins, J.Lo, Sumo y Daniela Mercury, en una clave de rock eléctrico, sostenido por el toque funky de Sofía Pasquinelli y el beat de Vélez.
La Negra es la frontwoman que rompe la distancia con la gente. Puede hacerlo por su carisma, su sensualidad y su voz poderosa, capaz de alcanzar y sostener notas altas, pero también de escupir rimas y presumir fraseos. Canta en tres idiomas, aunque es la primera en aclarar que no habla inglés.
“Che, anda afónica La Negra”, bromea Chang, al costado del escenario, cuando la escucha cantar.
Como maestra de ceremonias, La Negra aprovecha cualquier situación para potenciar la escena. Un grito se convierte en complicidad; los pasos de baile se vuelven combustible. El público, cerca, devuelve amor, y hasta vuela algún beso atrevido de una admiradora. Ella lo acepta porque, en sus palabras, “ay, hoy estoy terrible”.
Incluso antes de que concluya su tercera canción, la chispa se enciende con un vitoreo general. El movimiento está abajo, pero tiene un reflejo sobre el escenario, con una Negra Sonido que va y viene, micrófono en mano.
A medida que la lista avanza, algunas manos se acercan a La Negra. El juego se descentraliza cada vez más. Mundialmente Famosas no abre la noche: la enciende. Cuando el cuarteto tropi-punk toma el escenario, la llama ya está ardiendo con mucho más que música.
Juana Chang no necesita entrar en calor. Llega al escenario ya habiendo bailado junto a la gente. Amén del corte entre bandas, hay un paso de postas. El espíritu se sostiene. Solemnidad, no, no.
Maracas en mano, Chang guía la noche hacia una corriente de cumbia que tiene distintas latitudes: Perú, Colombia, Argentina, México. Más allá de las coordenadas precisas, los graves del bajo profundizan sobre la sala, en una cadencia sostenida, para que Juana y Pilar hagan su magia.
Verbales y gestuales, lo suyo es la complicidad de un código tácito: estamos mal, pero estamos juntxs; tenemos rabia, pero está direccionada; tenemos dolor, pero tenemos sublimación; tenemos alegría y no necesitamos ningún “pero” más.
La espera fue larga y el reencuentro no decepciona. Suenan clásicos y novedades. Hay vino y agua. También, recordatorios a Caputo. Si se olvidan de alguien, alguien lo apunta con un grito. Todo se potencia.
En ese escenario reconfigurado, se anula la ecuación emisor-receptor, permitiendo una polinización cruzada de ideas y actitudes que fluyen en direcciones indefinidas, al igual que la música. La banda propone mientras el público recibe y devuelve, subiendo la apuesta. Es algo más que corear las canciones o rematar algún chiste con un comentario extra: se trata de la energía, de las miradas en derredor, de las risas y los abrazos.
Cuando aparece una bandera de Palestina entre la gente, inmediatamente encuentra un lugar en el escenario. Cuando Arrese y Chang, sin dejar de tocar, la extienden, aparece la bandera arcoíris, que suman al instante. Bailando, casi enredada, termina embanderada, abrazando sin miedos la espontaneidad de un vivo horizontal encendido. Todo es tan espontáneo como contagioso.
A medida que la música se desenvuelve, no sabemos qué nos deparan los próximos movimientos porque, más allá de la estructura lógica de las canciones, siempre hay un factor que suma. Esa es una de las ventajas que diferencia cualquier fecha de Kumbia Queers: hay que prepararse para la fluidez irreprochable del momento.
Con todo, incluso esta espontaneidad necesita algún tipo de estructura. La música, por supuesto, es la clave y la razón. Sin embargo, Chang y Arrese son dos maestras de ceremonias que muestran su capacidad para potenciar y conectar. Ante todo, las Kumbia Queers son músicas de oficio que manejan la flexibilidad, logrando adaptar el ánimo, el color y las formas para que la situación esté en constante evolución.
El cuarteto descoloca cualquier intento de formalizar su narrativa. No les interesa protocolizar lo discursivo. Su narrativa pasa por su militancia contracultural y la construcción afectiva que sostienen desde hace veinte años. Ahí, siempre, el humor está presente: para descomprimir, para respirar, para luchar.
Desde el principio de su camino, dejaron que el humor lo impregne todo. La solemnidad nunca fue opción. En la banda, funciona como un mecanismo crítico de resistencia, subversión y reconfiguración de existencias demasiado reglamentadas.
La música, el humor y la espontaneidad son maneras de generar comunidad, agencia y poder simbólico. Cuando se combinan la gente y la banda, se construye un espacio de reconocimiento y afectividad compartida. En ese terreno, además de crítica y creatividad, se posibilita la reinvención de lo posible, al menos por unas pocas horas. Un combustible anímico necesario para seguir adelante, mirando hacia adelante.
El humor ocupa un lugar central en las estrategias discursivas y políticas de la contracultura queer. A través de la sátira, el camp, el drag y la parodia, las expresiones queer han utilizado el humor para desarticular estructuras hegemónicas de género, sexualidad y poder. En ese sentido, las Kumbia Queers son representantes de una tradición histórica que, como se dijo, parte desde su militancia cultural y afectiva.
“No son cosas que hayamos pensado conscientemente, pero sí, la banda es algo completamente afectivo”, considera Arrese. “Nuestros proyectos de She-Devils y Kumbia Queers, todo lo que hicimos en nuestra vida siempre fue muy afectivo”.
“En lo personal, no es que quise tener una banda porque me gusta este tipo de violas, me gusta este tipo de rock, voy a hacer una banda de este género. No. Siempre para nosotras fue más importante lo que buscábamos. La música la vamos descubriendo, vamos cambiando de intereses, de gustos. Lo que sí es algo que nos pareció fundamental es llevarnos bien, admirarnos, querer un mundo similar. O por lo menos, estar en contra de las mismas cosas”.
“Ahora es re loco, porque se habla mucho de la separación entre obra y artista. Para nosotras, siempre fue todo. Vino muy junto e inseparable. Está relacionado con con quién nos gusta trabajar, con qué queremos cambiar de esta sociedad. Un poco es la punkitud en ese sentido: tenés un ideal y vas apuntando hacia las cosas que lo componen. Por eso también estamos acá, en el Refi, que es un lugar como lo mismo que hacemos nosotras”.
Más allá de la escala que maneje cada proyecto, como una banda o una sala, es fundamental lo afectivo, es fundamental lo social, es fundamental lo crítico al sistema. Nos parece que nada de eso puede estar fuera del deseo del proyecto cultural”.

Mundialmente Famosas, una de las bandas más activas de la ciudad, siempre dice presente en ocasiones vinculadas a lo social y lo político. Su compromiso las encuentra en escenarios como el del Día de la Memoria —el mes pasado en el Monumento a la Bandera— o en la Marcha del Orgullo. También en manifestaciones, festivales independientes, centros culturales y hasta en alguna casa fuera del radar.
Su militancia es racial, gordx y cultural, considerando el valor de la diversidad como fundamento de la individualidad. El abordaje activista de la banda, liderado por La Negra, es popular.
Al igual que las Kumbia Queers, las Mundialmente Famosas evitan los protocolos, priorizando la acción por sobre los discursos de claustro.
De acuerdo con La Negra: “Nos consideramos una banda de construcción afectiva, por supuesto”.
“Me encanta la denominación. No la había pensado así, pero sí. Imaginate que nosotros nacemos en la calle, o sea, nosotros somos la movida del Orgulloso Itinerante, tomando el espacio público, abriendo un espacio para la diversidad”.
“Todos los que tocamos ahí tenemos una fuerte convicción, un fuerte deseo de construir una sociedad mejor, si se quiere”.
“No sé si es muy utópico todo lo que te estoy diciendo, pero sí creemos en la construcción colectiva. Esto que siempre planteo desde el micrófono: que la construcción es con todes, que no queda nadie afuera. Excepto la derecha, que no quiere construir. Del barro venimos, del barro somos y al pueblo nos debemos”.
“Para nosotras es fundamental que, como banda que hace música —y sobre todo como banda que hace covers—, podamos tocar en todos lados, sean espacios públicos o privados. Pero también, con la convicción en alto, siendo eso lo que primero nos mueve. Por eso, cuando decidimos no tocar la otra vez en el Faro, después de la represión en Plaza de Mayo durante la ronda de las Abuelas, fue claro: si nos teníamos que bajar, nos bajábamos. También es eso, ¿no? Primero la convicción, y después el dinero. Mientras se pueda. Vamos bien: viene ganando la convicción”.

En Refi, antes y después de las bandas, muchxs de lxs presentes comentan distintas fechas de Kumbia Queers en Rosario. Se intercambian recuerdos y anécdotas sobre Café de la Flor, Pugliese, el Anfiteatro, la Asociación Japonesa.
Nadie lo dice en voz alta, quizás para evitar acusar el paso del tiempo, pero cada sala, cada recital, cada formación, cada disco, cada etapa suma años y traza un timeline. No solo para la banda, sino también para cada persona que comenta.
Kumbia Queers se acerca a los veinte años de vida.
El año pasado celebraron su aniversario número diecisiete con una muestra compuesta por volantes, discos compactos, mails impresos, remeras, afiches, fotos de giras, calcos y mucho más.
El tiempo vuela cuando estás haciendo cosas jamás imaginadas, ni siquiera en los sueños más profundos o en los viajes lisérgicos más flasheros.
La banda se formó en la época de MySpace, desde donde anunciaron el proyecto al mundo. Esa plataforma quedó atrás, pero Kumbia Queers sigue adelante, habiendo girado por América y Europa.
Hoy acumulan pasaportes trajinados, miles de kilómetros recorridos, cinco discos, algo más de una docena de simples, colaboraciones varias y una bitácora de recitales que atestigua cientos de fechas.
La banda que supo ser una novedad absoluta —incluso para ellas mismas— creció desde su estado primigenio para trascender en una aventura suprema.
“Pienso en esas cosas que trae el tiempo y me resulta increíble todo”, afirma Arrese. “Decir que pasó volando es cierto, pero a la par de la banda, todo fue igual de sorprendente. La vida misma es eso”.
“Pasaron cosas a toda velocidad. Cuando hicimos la muestra de la banda, lo principal fue darnos cuenta de eso: pasaron los años a toda velocidad”.
“Con la muestra empezamos a sacar cosas y también a hablar mucho. Ahí empezamos a caer. Tipo: ‘ah, qué loco’. Mirá lo que eran las fotos de los primeros recitales. Mirá las de ahora, o los lugares a los que fuimos, con qué bandas estuvimos tocando. Recién el año pasado empezamos a tomar conciencia”.
Además de la muestra, en 2024 el cuarteto se vio obligado a sentarse y recapitular sobre su propio camino. Armando el cronograma de gira para 2025, desde una ciudad les pidieron la historia detallada del grupo. Abocadas a la tarea, el sumario puntual las dejó sorprendidas, volviendo sobre pasos olvidados o logros que, pensados en frío, siguen siendo increíbles.
“Lo fuimos haciendo todo año por año, y decíamos: ‘a la mierda, chau’. Pero a nivel de, ponele, hacer una gira por Cuba”, comparte Pilar. “Nos decíamos: ‘fuimos de gira a Cuba’. Fue una locura total. Bueno, cosas así. Tomamos conciencia de hitos importantes para nosotras”.
La palabra carrera resulta impropia para las integrantes de Kumbia Queers. Sin embargo, hablar de camino las convoca, tanto en lo poético como en lo literal. Cada paso de la banda las hizo crecer, tanto en lo colectivo como en lo individual, sin olvidar lo artístico.
Aprendieron. Se dejaron llevar por las sorpresas del camino. Se soltaron.
El principio de ese camino, claro, está en Buenos Aires.
“La primera vez que tocamos fue en nuestra casa, en una fiesta. No existía que el rock y la cumbia sonaran en el mismo lugar. O sea, no sonaba una cumbia donde sonaba algo de punk rock. El año pasado también decíamos: ‘¿cómo cambió todo eso?’ De hecho, en nuestros recitales muchas veces pasa que un montón de pibas y pibis se sacan las remeras. Y nosotras venimos de tocar en épocas donde, siendo una chica, ir a un pogo era que te re manoseen. Era horrible la experiencia de ir a bailar y que todos los chabones te manosearan. Algo cambió. Cuando caés en cuenta de eso, es tremendo. Fue un ejercicio”.

Kumbia Queers y Mundialmente Famosas tienen mucho en común. Entre todo, hay un aspecto fundamental: se adueñan de cualquier lugar hasta convertirlo en un espacio seguro de fiesta, protesta y orgullo.
No hay duda del gran poder de Juana como anfitriona de la fiesta. Relajada e ingeniosa, su presencia contagia.
Las canciones te hacen bailar como si no hubiera un mañana, mientras Chang lanza ocurrencias que Pilar sabe rematar. Entre las dos ensayan unas muecas socarronas que rozan lo camp. No se trata de una performance ni de stand-up: son ráfagas de espontaneidad que suman matices y desestabilizan. Como punto de partida, estamos en un recital, pero todo puede ser otra cosa, porque hasta un recital se puede transformar.
La apuesta de Kumbia Queers se sitúa en un lugar indefinido entre recital y happening. Nadie aquí quiere ser clasificadx. La banda tampoco. Si se trata de romper con las estructuras binarias, su accionar artístico es la herramienta principal.
Su música desfachatada usa lo exagerado como herramienta de crítica social, desafiando las nociones normativas de lo que se entiende como serio o natural.
En la sala, el ambiente se acerca a lo eufórico, con canciones que interpelan desde el humor. Son grageas necesarias para procesar y responder al trauma colectivo en un contexto marcado por el individualismo feroz, la violencia institucional y un capitalismo tardío embrutecedor.
Juegos de palabras, dobles sentidos y resignificaciones: Kumbia Queers propone y dispone su uso para la canción. El resultado es pegadizo y coreable, necesario como una declaración de principios que nos represente ante el resto del mundo.
La risa, en un contexto nacional complejo, se convierte en una práctica política: no se trata solo de burlarse de lo establecido, sino de proponer otras formas de vida, de subjetividad, de resistencia.
Esta burbuja dura tres horas. Luego, habrá que seguir adelante, con el aliciente anímico que deja una noche humedecida por la transpiración y la alegría.
Afuera aguarda la realidad, áspera.
“Siento desazón por lo que está pasando, luego de tantos años de militancia, resistencia y construcción”, confía Arrese.
“Me gusta leer. Leo bastantes revistas, diarios. Me informo. Lo que me está pasando es que no estoy queriendo informarme mucho. Cuando noto eso, me preocupo. Digo: chau, qué loco. No puedo informarme porque me angustio, porque me inmoviliza. Entonces, en un punto, prefiero no estar tan informada para no estar inmovilizada”.
“El nivel de crueldad que estamos padeciendo y manejando me parece increíble. Creo que, igual, no lo pienso mucho. Lo único que queda es seguir en la que andábamos: resistiendo, y también dejando por sentado muchas cosas. ¿A vos te parece que tengamos que volver a explicar ciertas cosas? Hay cosas que decís ‘ah, sí, esto ya lo leí, esto ya lo sabía’. Bueno, hay un montón de gente que no. Es la primera vez que mucha gente piensa sobre qué es ser una persona intersex, o hasta qué es ser lesbiana, qué es ser gay. Hay cosas que ya dábamos por sentadas, que asumimos que se sabían. Me estoy dando cuenta de que no hay que dar por sentado nada”.
“Tenemos que retroceder casilleros y volver a empezar, a tirar algo que parecía primitivo, que parecía que ya habíamos pasado… bueno, ¡no! Es volver a foja cero, como si fuera hace 25 años. Tal cual. No hay que deprimirse, tampoco engancharse en la agresión. Tenemos que volver otra vez a plantear un mundo posible”.

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

¿QUERÉS MÁS RAPTO? CHEQUEÁ NUESTRA CRÓNICA DE FÁNATICA VICIOSA

comentarios