Como unas de las pioneras del punk rock de Los Ángeles, Alice Bag sostiene una vida dedicada a la contracultura mediante música, libros y docencia.
Con su ferocidad escénica y franqueza intelectual, encarna la ética del DIY mientras estrecha vínculos comunitarios para repensar el horizonte político y social en la era de Trump.
En mayo se publica en castellano su libro Violence Girl – Historia de una punk chicana, a través de la editorial española Liburuak.
Entrevista exclusiva desde EEUU.
Alice Bag habla con frugalidad de detalles, sosteniendo un tono decidido y cargado de modismos de las calles de Los Ángeles. Los you know aparecen seguido, al igual que las dos letras que marcaron su vida: LA.
En sus palabras, los escenarios tienen tanta importancia como las aulas. El punk y el proto-hardcore de su juventud fueron una enseñanza clave, al igual que su formación como docente en escuelas públicas. Desde su perspectiva, el futuro encuentra claves de resistencia y construcción en los aprendizajes del pasado: los adquiridos en la calle, en la universidad y en los viajes hacia realidades distintas, buscando experiencias en primera persona.
De niña, fuera del hogar y en la escuela pública, entendió que era diferente. El entorno le hizo saber que tenía una historia distinta por venir de una familia de inmigrantes. Todavía no sabía qué significaba ser chicana, pero las lecciones no tardarían en llegar.
Ya de adolescente, el punk rock le dio un marco desde el cual tomar control de su propia vida, entre velocidad personal, calles salvajes y un entorno familiar que ofrecía partes iguales de cielo e infierno.
La ética punk la ayudó a definirse y reclamar su lugar en el mundo.
Ese fuego ardió de forma salvaje durante varios años, hasta que derivó en otros horizontes. Sin embargo, el núcleo de Bag mantuvo intacta aquella llama, conduciendo con determinación las que serían otras formas de sublimar.
Aunque muchxs en la escena punk temprana brillaron y murieron jóvenes, Alice parece estar hecha de un material más resistente. Sobre todo, tiene la mirada puesta en el futuro, siempre con los pies sobre la tierra. En ese sentido, su supervivencia responde a un compromiso con el escenario mayor: la vida.
Como madre, es atenta y presente. Como artista, sensible, irónica, divertida, audaz y honesta. Como activista social, su presencia es comunitaria, atravesada por el feminismo, el orgullo queer y el legado cultural chicano.
Alice y Alicia son muchas en una sola. A lo largo de las décadas, sus distintos roles se profundizaron, aceptando los desafíos que fueron llegando.
Su atrevimiento feroz sobre los escenarios le enseñó sobre coraje y furia, pero también sobre inteligencia y sensibilidad. Con esos matices, Alice Bag sigue desarrollándose hasta hoy, aceptando que la experiencia de toda una vida todavía puede enriquecerse con iniciativas que la saquen de lo seguro.
Hacer música y salir de gira es parte de su presente. Igual que escribir, dar entrevistas, y permitir que nuevas luces entren en territorios que todavía necesitan visibilidad.
Una página al día puede ser lo suficientemente poderosa para componer algo mayor. Una canción sobre lo que todavía no sana tiene el potencial de la sublimación. Cruda y atrevida, Bang propone atreverse a algo diferente cada día.
En 2018, la ciudad de Los Ángeles reconoció oficialmente a Alice por su “profunda influencia en la música y la escena punk rock en Los Ángeles y su activismo a favor de la comunidad LGBTQ y su denuncia de la injusticia social”.
Ni las distinciones, ni los laureles, ni la nostalgia detienen su camino. Alejada del mainstream y de los paradigmas de la industria, Bag sostiene una actividad contagiosa que, hasta el día de hoy, la encuentra en la ruta, tocando material nuevo y refrescante, demostrando que siempre hay otras historias por contar.
¿Llegará el día en que Alice detenga su andar? Nada parece indicar algo semejante. Por lo pronto, sueña con volver a Argentina: para tocar, para pasear, para seguir trazando vínculos.
Cuando se le menciona la cantidad de veces que la titulan como leyenda viva, ícono o pionera, Bag se ríe, algo incrédula. Según dice, los halagos siempre vienen bien, por eso los acepta sin quejas. De todas formas, aclara que la abrumadora mayoría del público no tiene idea de su nombre ni de su trayectoria.
“Esa realidad te mantiene humilde. Tener que presentarte una y otra vez, al final, te pone los pies sobre la tierra”, afirma.
¿Y por dónde comienza una presentación formal de Alice Bag? Es imposible definirla en pocas palabras. Ante todo, Bag anula cualquier clasificación estrecha o unidimensional.
Alice Bag es cantautora, música, autora, educadora y feminista. Nacida como Alicia Armendariz en 1958, en California, Alice fue la cantante principal y cofundadora de The Bags, una de las primeras bandas que surgieron durante la ola inicial del punk en Los Ángeles.
The Alice Bag Band apareció en el influyente documental sobre punk rock The Decline of Western Civilization (Penelope Spheeris, 1981), junto a X, Black Flag, Germs, Circle Jerks y Fear.
Desde entonces, Alice tocó en una docena de bandas, viajó por el mundo, se convirtió en profesora, escribió libros y varios ensayos académicos.
Recientemente, unió fuerzas con el mítico Kid Congo Powers para un nuevo proyecto llamado Juanita & Juan, que ya editó editado dos sencillos y un LP titulado Jungle Cruise.
Inquieta por naturaleza, su camino errante, aunque constante, la llevó a vivir experiencias que siempre complementaron su música y activismo social.
Bag formó parte de otras bandas pioneras como Castration Squad, Cholita y Las Tres. Es autora de los aclamados libros Violence Girl y Pipe Bomb for the Soul. También desarrolló una faceta solista en la última década, siempre trabajando desde el plano independiente.
Su álbum debut homónimo de 2016 recibió elogios de la crítica y fue nombrado uno de los mejores discos del año por AllMusic. Su segundo disco, Blueprint, fue incluido entre los mejores álbumes de 2018 por NPR y el Los Angeles Times. Su tercer trabajo, Sister Dynamite, se lanzó en abril de 2020, durante el auge de la pandemia de COVID-19.
En mayo, Violence Girl será publicado en castellano por primera vez de forma integral, a través de la editorial española Liburuak.
El libro es la crónica de una época y una escena construida a base de energía, sudor y confrontación. Es un viaje visceral, eléctrico y ferozmente honesto; sin censura, sin concesiones. Pero, sobre todo, es el retrato genuino de la mujer que hace a la artista.
Encontrarse con su libro en español saca una sonrisa en Bag, quien había esperado este momento por mucho tiempo.
“La alegría es considerable. Me gusta saber que, finalmente, en México y países de Sudamérica podrán acceder al libro. Para mí significa muchísimo, porque tiene que ver con mi identidad. Además, escribir es una arista que disfruto desde el atrevimiento. Lo hago sin permiso de nadie, tampoco esperando aprobación”, señala.
Violence Girl refleja la escena punk de primera ola en Los Ángeles, de la que Alice fue parte integral, pero también retrata sin tapujos sus vínculos familiares; su crianza entre la escuela y las calles, siendo la primera integrante de la familia Armendariz en hablar inglés; el proceso de encontrarse a sí misma y de poner a prueba los propios límites.
Se trata de un libro discursivo escrito en capítulos cortos, de lectura ágil a pesar de tener más de 300 páginas. La voz de Alice brilla por su sinceridad transversal: una mujer reflexiva, confrontativa, a veces confundida, pero rara vez intimidada.
Alice pasa de ser una adolescente torpe, obsesionada con Elton John, a convertirse en la cantante principal de una banda seminal de proto-hardcore. En el camino, se hace amiga de varios personajes de la escena angelina. Por sus páginas desfilan nombres como el productor Kim Fowley, Darby Crash de The Germs, y Patricia Morrison, cofundadora de The Bags, quien luego formaría parte de The Gun Club y Sisters of Mercy.
El libro es más que un viaje a través del vibrante y trágico paisaje de LA de finales de los años setenta. No se trata de otra memoria de rock escrita por manos contratadas: Bag vuelca en el papel los aprendizajes de sobrevivir a la violencia familiar, así como también las frustraciones propias de intentar reconciliar la ambición con la realidad.
Las páginas dedicadas al espectro de violencia que ensombreció su hogar y su infancia demuestran que el coraje de Bag va más allá de su personaje punk.
Un capítulo describe el abuso físico que sufrió su madre durante una parte importante de su matrimonio. Pero Alice también es la “nena de papá”, y Manuel Armendariz es, al mismo tiempo, “un villano” y “un buen tipo” que la convence de que puede ser lo que quiera: piloto, doctora, presidenta de los Estados Unidos. Incluso cuando Bag elige liderar una banda punk en lugar de seguir caminos profesionales más tradicionalmente respetables, su padre vacía la cuenta de ahorros familiar para comprarle un teclado.
La relación no resuelta de Bag con su padre es compleja. Tanto en el libro como en entrevistas a lo largo de su vida, Alice le atribuye gran parte de su resiliencia adulta y su sentido de confianza en sí misma ante las circunstancias inesperadas de la vida.
A través de sus páginas Violence Girl se descubre como una criatura diferente a lo esperado. Sí, es la memoria de una infancia violenta en un entorno difícil, pero también es una historia profundamente humanista y política. Es un camino de transición desde la furia, la lucha y la desesperanza hasta ayudar a otros a crecer.
– Cuando veo registros de tus recitales de hace cuarenta años, además de la ferocidad, encuentro a una mujer muy determinada ante el peligro.
¿Hay una Alice Bag que es un personaje de escena? ¿Podés ser Alice Bag todo el día?
No, no soy Alice Bag todo el día. Es imposible sostener ese personaje todo el tiempo. No sería saludable, para nada. Creo que Alice Bag es la parte de mí que era una niña sin ayuda cuando mi padre golpeaba a mi madre, que quería ser una supermujer y salvarla. Es otra parte de mí. Y siento que Alice Bag aparece cuando necesito fuerza. Entonces, de alguna manera, es casi como otra personalidad que viene a defenderme y a defender a otros cuando es necesario. En el escenario, a veces, cuando canto con Kid Congo, nuestra música no es agresiva en ese sentido punk. Así que Alice Bag no aparece. Es Juanita. Es Juanita y es una persona diferente sobre el escenario.
Alice Bag es: “salí de mi camino porque voy a romper todo”. Cuando estoy en el escenario y canto, hay muchas cosas que me hacen enojar, cosas que me hacen sentir poderosa. Y cuando canto sobre esas cosas, no se trata de cantar ni de performar. Se trata de conectar energía y mover energía, darte energía, obtener energía, interpelar a la gente. Vamos a hacer algo. Vamos a mover esta tierra. Vamos a hacer que la gente resuene con ese mensaje en sus cuerpos. Que se lo lleven a casa después. Enseñale a tus hijos. Hagamos seres humanos mejores.
– Siempre fuiste muy sincera sobre los sentimientos encontrados que tenés con tu padre. ¿Tuviste la oportunidad de curar heridas familiares?
Lo hice con las herramientas que tenía disponibles. No podía afrontar hacer terapia. El punk rock fue mi terapia. De grande intenté hablar con mi padre antes de que muriera. Ahora mis padres ya están muertos. Intenté hablar con él y nunca admitió haber hecho nada malo. Nunca dijo que hubiera golpeado a mi madre. Creo que simplemente no podía admitir lo que había hecho. Así que eso fue difícil para mí, pero afortunadamente tuve a mi madre para guiarme a través de eso y decirme que el perdón hacia mi padre tenía más que ver conmigo, con curarme a mí misma. Tengo que ser yo misma. Si perdono a mi padre y sigo adelante, puedo ser libre. Pienso que tengo que escribir una canción sobre esto.
– Con tus discos solistas y tus videos, siento que la Alice Bag de la última década es más divertida, más relajada. Es punk, pero también pop, sin problemas con esa convivencia.
No hay ningún problema en ser todo eso. Son cosas muy intensas, cosas divertidas, porque una vez que Alice Bag entra, está fuera de mi control. Cuando era más joven intentaba contener mi locura en el escenario, pero me di cuenta de que no es algo que pueda hacer.
Si no me hubiera permitido que esas sensaciones salieran, sería una persona muy aburrida ahora. Podría ser una criminal, porque iría a un lugar oscuro para lidiar con mi angustia, frustración, emociones irresueltas. Así que el punk rock me dio un espacio para expresar todo eso y permitir que otras personas compartieran eso conmigo y exorcizaran sus propios demonios.
Lo hacés sobre el escenario, lo sacás de tu sistema y lo dejás ahí. Siento que es como la terapia de la gente pobre, la terapia punk rock. Llegás al lugar, lo sacás de tu sistema, lo limpiás. El tema es que, a veces, está en tu subconsciente. Por eso, cuando estás en el escenario, te caés y te rompés algo, no lo sentís hasta más tarde, porque estás ahí, en modo subconsciente.
-En casa toda tu familia hablaba español, pero afuera, en las calles, en la escuela, tenías que hablar inglés. ¿Cómo fue crecer entre estas dos lenguas?
Bueno, fue difícil cambiar todo el tiempo, de un lado a otro. Al principio fue complejo. Después se volvió muy normal para mí. Lo hago ahora, incluso cuando hablamos nosotros. Cambio de lengua cuando sé que la gente que tengo alrededor es bilingüe.
A veces es más cómodo hablar en español. Otras veces, es más fácil para mí hablar en inglés. Mi vida en casa fue en español, así que siento que muchas de mis emociones personales y recuerdos me vuelven en español. Pero también fui a la escuela y a la universidad en inglés, así que mucha de mi educación académica es en inglés. Por eso, si tengo que expresar ciertos conceptos que son más complicados, mi español me falla. Incluso intenté leer libros en español que no tendría ningún problema en leer en inglés, y me di cuenta de que, ¡Dios mío!, no tengo la lengua para esto. Así que es un poco frustrante. Puedo comunicarme en español, pero no creo que pueda leer filosofía en español.
-¿Cuándo fue la primera vez que abrazaste tu herencia chicana? ¿Cómo fue que te volviste una representante orgullosa?
Es que, la verdad, hasta cierta edad no entendía que tenía una herencia chicana. Me sentí extraña cuando descubrí que había un nombre para lo que era. Me sentí emocionada por ello. Recuerdo ir a la Moratoria Chicana en 1970 y sentirme libre, como si entendiera que era todo eso. Estaba emocionada por ver a las personas unidas, queriendo igualdad, reclamando ser tratadas de la manera correcta por el gobierno y queriendo que se reconociera nuestra cultura.
También, siendo chica, todo era un poco extraño. Incluso cuando era muy joven, fui a la escuela e intenté unirme a una organización chicana local. Me miraron como algo extraño, como que no pertenecía. “Tal vez deberías estar en Hollywood, con todos los raros”, era la actitud. No me aceptaron en mi escuela. Era demasiado extraña para ellos. Unos años después, encontré el punk. Fui aceptada con todas mis rarezas y no fue un gran problema. Fue liberador.
Mi etnicidad no se sintió como un gran problema en el movimiento punk en Los Ángeles, a mediados de los setenta. Pero aún me identificaba con mi identidad chicana por lo que pasaba en otros ámbitos. Aún me sentía conectada con el movimiento chicano y reconocía que los chicanos estaban luchando por algo justo.
Cuando ya estaba inserta en la escena punk, siendo adolescente, me di cuenta de que solo tenía que hacer un espacio para mí misma, y que debía haber otros chicanos extraños que fueran queer, o se vistieran de forma graciosa, o fueran artísticos, o simplemente fueran distintos, que también creían en el movimiento, pero que tal vez sentían que no eran bienvenidos. Así que pensé: ahora mi rol es entrar y mostrarles a los demás chicanos —que tal vez fueran más conservadores— que podés ser una persona rara y que todavía podés estar comprometida con la causa. Así que creo que, tal vez, de algún modo ayudé a abrir un poco esa puerta.
-A propósito de esa escena punk de Los Ángeles, siempre sentí que fue erróneamente retratada a partir de la película The Decline of Western Civilization. Aquella movida era muy diversa y tenía muchas mujeres fuertes en roles clave. También disidencias. Me refiero a músicas, fotógrafas, gestoras, artistas gráficas, fanzineras.
Sí, absolutamente. Siento que todas esas mujeres que crearon esa escena fueron dejadas fuera de la historia. Y siento que es una decisión deliberada. Quienes escribieron los artículos o perfilaron a las personas, durante siglos, han sido hombres blancos. Tienden a escribir sobre personas que reflejan sus valores, que tal vez se parecen a ellos mismos o tal vez aspiran a ser como sus héroes. No sé, si tu héroe es Bruce Springsteen, tal vez es porque se parece a vos o te podés identificar con lo que canta. No hay nada malo con eso, excepto que hay muchos otros puntos de vista, y muchas otras personas que se identifican con mujeres, con gente de color, con géneros diversos, cuyas historias no están siendo contadas.
Porque los libros o películas que se hicieron sobre el punk retratan una historia validada por esa perspectiva de hombres blancos. Las personas racializadas o las disidencias no tuvieron la oportunidad, sencillamente porque no hay diversidad en quienes construyeron esa narrativa.
También es importante observar otros detalles sobre cómo se crea esa narrativa: en los últimos años, vengo siendo entrevistada por más hombres que mujeres. Estoy contenta de que me estén entrevistando, contenta de que mi historia salga a la luz ante nuevas generaciones, pero me gustaría ser entrevistada igualmente por hombres y mujeres. Me gustaría ser entrevistada no solo por gente blanca, sino también por gente de color. Me gustaría que el acceso se ampliara para que la narrativa pueda ser completa.
-Esta es una casi pregunta existencial. Sos parte de una generación que atravesó golpes enormes: guerra, violencia policial, persecución racial, epidemia de heroína, luego el HIV y Reagan. Muchos de tus amigos y colegas no están aquí. Vos sí. ¿Alguna vez te preguntaste por qué ellos no y vos sí? ¿Por qué seguís aquí? Porque no se trata únicamente de estar viva: seguís adelante con la música y una idea de contracultura.
Es cierto: sigo aquí. Pasamos por muchísimo. Sé de gente de mi edad que decide hacer otras cosas. Y a veces, en mi vida, también sentí que ya está, que eso era todo, que iba a quedarme en casa y dedicarme a otra cosa. Pero la música nunca me deja. Surgen cosas en el mundo que siento que necesito responder, necesito reaccionar. Y la música es la forma en que respondo al mundo, la forma en que comparto mis ideas. A lo largo de mi vida, creo que siempre voy a tener eso. No sé cuán posible es alejarme. Creo que, como artista, nunca realmente te dejás ir. No creo que puedas dejarlo atrás. Esto te sigue.
-¿Qué sería esto, precisamente?
La música. La necesidad de reaccionar y decir algo. De tomar una postura. De escribir. De recordar y ponerlo en palabras.
-La prueba de que nunca te vas a quedar quieta, ni en silencio, es que siempre estás desarrollando alguna novedad musical. En estos días, junto a Kid Congo Powers, están girando con el proyecto Juanita y Juan. ¿Qué podés decirme sobre estos tours que han estado haciendo?
Bueno, es algo inusual para nosotros porque estamos tocando con pistas que ya grabamos. Tuvimos un show… Déjame contarte desde el inicio, para que entiendas el proyecto. Juanita y Juan en realidad no era algo que Kid y yo hubiéramos imaginado. Nos conocíamos desde mediados de los setenta, pero vivimos en distintas ciudades y no nos veíamos hacía años. Pero estamos en el mismo sello discográfico. Resulta que un productor de televisión estaba buscando a alguien que escribiera una canción para un show llamado The Resort, para la plataforma Peacock. Llamaron al sello y dijeron que estaban interesados en tener a Alice Bag o a Kid Congo para escribir una canción.
Kid y yo estábamos en el mismo correo, así que dije que estaría contenta de escribir y cantar la canción, pero que si Kid quería hacerla, él debería escribirla. Y Kid respondió lo mismo. Así que pensamos: ¿por qué no hacerlo juntos? Entonces nos contrataron a los dos. Escribimos una canción y fuimos a The Resort. Nos llevaron a Puerto Rico, donde teníamos que actuar como si estuviéramos en una playa mexicana y tocamos nuestra canción.
Pasamos tres días solos en Puerto Rico, disfrutando. Ahí fue cuando pensamos: esto es maravilloso, podemos seguir tocando juntos.
Venimos a la música desde direcciones distintas, pero somos muy complementarios, como los colores opuestos. Esas diferencias nos empujan a explorar nuevas direcciones. Yo tiendo a escribir cosas pop, y él hace cosas más ruidosas. Cuando combinamos nuestra música, mi pop se vuelve un poco más experimental y ruidoso, lo cual es bueno, y su sonido experimental se vuelve un poco más pop, lo cual también es bueno.
-Desde hace décadas sos maestra de escuela. Entiendo que tu formación en la docencia tiene influencias de Paulo Freire.
¿Cómo fue que llegaste a su obra?
Sí, recuerdo haber leído Pedagogía del oprimido cuando estaba en el colegio, recién comenzando a enseñar. Me habían adoctrinado para llenarme de la cultura de Estados Unidos: el saludo cada mañana, el himno, los feriados bélicos… pero sin pensar realmente en qué significaba eso. También me enseñaban a leer los libros sin cuestionar nada.
De repente, surgieron cientos de preguntas: ¿Dónde está mi gente en todo esto? Estábamos aquí, en este continente, antes de que los europeos vinieran y empezaran a escribir nuestra historia por nosotros. Entonces, ¿dónde me encuentro yo en todo esto? Como persona, como docente, como ciudadana, como mujer.
Creo que todo eso se unió cuando leí Pedagogía del oprimido y realmente me di cuenta de lo que estaba pasando. Tomé conciencia de que no quería hacer eso con mis estudiantes. No quería ser otro eslabón en la repetición. Así que lo más importante para mí fue enseñarles a mis estudiantes la creación crítica.
Y honestamente, la creación crítica es también la forma en la que me crió mi padre. Él fue un personaje muy difícil en mi vida, porque a veces fue abusivo con mi madre, y tengo una relación de amor-odio con él. Pero también era muy riguroso en cuestionar todo lo que yo decía, todo lo que hacía, de una forma que me desafiaba y me fortalecía.
Así que quise dar ese mismo regalo a mis estudiantes. Terminé viajando a Nicaragua, vi su campaña de alfabetización y hablé con personas que habían estado realmente involucradas. Gracias a ese viaje pude ir entendiendo lo que esa experiencia significó, porque creo que muchas veces el profesor hace algo por el estudiante, cuando en realidad es un proceso interactivo.
Lo fundamental no es tanto enseñar como permitir el crecimiento, interpelar al estudiante, tener una interacción que le permita ver otros puntos de vista y tal vez llegar a su propio conocimiento de una forma más orgánica, en lugar de mediante el adoctrinamiento.
-¿Cómo fue esa experiencia en Nicaragua por entonces? Porque viajaste a Managua justo durante los años ochenta, cuando Reagan estaba en su cúspide como sheriff global persiguiendo al comunismo. A la distancia, ese viaje en ese preciso momento de la revolución sandinista fue casi una declaración de principios.
Estaba muy inspirada por Paulo Freire. Entonces viajé inspirada a Nicaragua, pero lo que realmente quería era sentarme en las clases donde se llevaba a cabo la campaña de alfabetización y ver cómo se había hecho. Luego volví a Estados Unidos e incorporé algunos de esos métodos en mi clase, hablando con mis estudiantes sobre sus propias experiencias.
Muchos de mis alumnos eran inmigrantes de Centroamérica, así que hablábamos sobre cuál había sido su experiencia. En clase hacíamos frases en la mesa sobre lo que les estaba sucediendo, y después usábamos eso como base para incorporar herramientas. Estoy hablando de niños pequeños que estaban aprendiendo a leer y escribir, que venían de otros países o eran la primera generación de su familia nacida en Estados Unidos.
Fue muy emocionante para mí, porque sentí que los estudiantes se involucraban en aprender cómo plasmar sus pensamientos, cómo compartir sus propias ideas, no solo cómo leer las ideas de otros. Es importante intentar romper ese círculo vicioso que puede ser el adoctrinamiento elemental en las escuelas. Son elecciones cotidianas.
Podés ver que todavía estoy muy apasionada por eso. Estoy retirada, tengo 66 años, ya no estoy en el aula, pero muchas veces siento que extraño trabajar con niños. Extraño ver sus caras cuando se encienden sus luces interiores y, de repente, entienden qué significa algo, cómo puede usarse en sus vidas.
-Antes mencionabas el periodo de Reagan, aunque la situación actual también tiene lo suyo. ¿Cómo vivís el regreso de Trump y el avance de una nueva derecha global?
Estoy asustada. La verdad es esa. A veces estoy muy preocupada, porque siento que es terapia de shock todo el tiempo. Me siento bombardeada con cosas nuevas y terribles todos los días. No es solo algo nuevo que dijo Trump o que dijo Elon Musk. Son muchas cosas sucediendo al mismo tiempo. No tenés tiempo de procesarlas. Por supuesto, eso es intencional.
Volver a Juan y Juanita es como un respiro. Es preciso encontrar lo que te da alegría. Necesitamos aquello que nos mantenga conectados y completos. Tocar música para la gente y sentir que estamos todos juntos en esto, acercarnos a un sentido de comunidad. Me resulta fundamental sentir que no estoy sola.
Esa es la importancia de encontrar fuerza en tu creatividad, en tu familia, en tus amigos y en tu comunidad, para que puedas regresar allí y marchar, o firmar una petición, o expresarte de la manera que elijas. Tenés que recordar tomarte el tiempo para alimentar tu alma.
Por Lucas Canalda
Fotografías del archivo de Alice Bag
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