PABLO BILSKY: CUADERNOS DEL ENFRENTAMIENTO

El escritor y periodista Pablo Bilsky presentó China, un libro de crónicas de viajes por un mundo en el que las microhistorias resisten los embates de un modelo globalizado.

Luego del celebrado Herodes (Yo Soy Gilda, 2015) y apenas unos días antes de la llegada de Sfruttatori (Editorial Municipal de Rosario, 2018), el escritor, periodista y profesor universitario Pablo Bilsky presentó China (Baltasara Editora), un libro que, desde una formalidad protocolar, debería describirse como crónicas de viajes por distintas ciudades y acontecimientos de la historia reciente. Tal introducción al nuevo trabajo de este rosarino nacido en 1963 sería una injusticia para la agudeza y la sensibilidad de un Bilsky que retrata un mundo donde los contrastes culturales son protagonistas secundarios ante la preponderancia violenta de un sistema que entumece los sentidos y trata de estrangular la humanidad de los individuos.
En China, Bilsky entrega microbestiarios de un planeta con algunos muertos que no conocen el descanso y ciertos pueblos que se rebelan a la tregua traicionera de un sistema financiero asfixiante desde la hegemonía del orden mundial. En las páginas de sus crónicas hay violencia, humor, anhelo y humanidad. Esa humanidad brota de un pulso que no se permite perder capacidad de asombro cuando lo inverosímil se planta ante los ojos del autor. Manifestantes griegos que se resisten a ajustes brutales con piedras ilustradas; dolor, paranoia e incertidumbre en una Londres para siempre trastocada en su concepto de paz. Oslo, Berlín, Praga, Varsovia, La Habana, Los Ángeles, Chicago, Londres, Atenas y París. Ciudades que revelan su inercia intestina ante un cronista que deambula perceptivo encontrando lo manifiesto así como también lo minúsculo. El otrora ejemplar modelo escandinavo cede paulatinamente al hastío del confort hasta pretender negar los sentidos ante un pedido por comida. Ciudadanos imperturbables ante el hambre y una escena que reclama al Gramsci de “La indiferencia es el peso muerto de la Historia“. La capital polaca evidencia un pasado de heroísmo, horror, lucha y muerte que todavía vela por una memoria que no parece corresponderse con un presente de cercos y xenofobia que no admite ningún tipo de discusión con el resto de Europa.
Paseando por las colinas de los finales felices, Bilsky rompe los límites del género cuando  se topa con la explotación ad infinitum de figuras estelares; una absurda condena a la repetición eterna donde los tótems de la cultura pop se alinean en una aventura que traza paralelismos con el Hello America, de J.G. Ballard.
Lejos de relajarse en el dominio de la crónica, por momentos, el autor se apropia de recursos como la poesía y la ficción llevando la experiencia hacia lo instintual, otorgando otro vértigo al lector mientras que él busca superarse, pelearse con sus propias limitaciones, queriendo ir un poco más allá para, como dice su prólogo, “escribir lo que no se entiende”.

Algunas semanas más tarde de la presentación en sociedad de China, Bilsky responde sentado frente a un cortado en la tradicional esquina de Buenos Aires y Rioja, calles que diariamente lo ven caminar empezando o terminando sus jornadas. Estamos en su barrio, en las calles que son testigos de los paseos sin reloj y sin destino que funcionan como escapatoria momentánea a la rutina.
Bilsky se mueve con sencillez y ligereza. En virtud aerodinámica apenas carga unos lentes oscuros, cigarrillos y un teléfono que inmediatamente es silenciado en pos de la conversación. Su presencia no dista de la foto que acompaña la solapa de China: un tipo de chomba, lentes y mochila al hombro; un hombre listo para desandar caminos desconocidos y registrar sus vivencias en su bitácora retinal.
El hielo se rompe saltando al pasado, recordando sus primeras incursiones en la crónica sobre ciudades. “Trabajé en El Ciudadano desde que arrancó, a fines de los 90. Trabajé, fundamentalmente, en la sección Ciudad. También hice Policiales. Siempre me gustó hacer un poco de todo”, explica Bilsky, que hoy escribe sobre política internacional en el semanario El Eslabón y colabora con Página/12. “Cuando viajaba escribía. también. Ahí empecé haciendo crónicas de viaje. Junto con Horacio Çaró hicimos durante un buen tiempo un suplemento de Turismo. Fue una experiencia realmente alucinante, maravillosa. No fue un suplemento tradicional, nosotros usábamos la imaginación y la ficción literaria para describir lugares. Eran lugares donde no habíamos ido, no los conocíamos”, recuerda.
“Fue una experiencia muy divertida y muy creativa, creo que para nosotros y para los lectores. Con Horacio lo disfrutábamos, era realmente una fiesta hacerlo. Lo hacíamos después de nuestro horario de trabajo. Era aparte de las otras actividades. Después de cumplir con nuestra rutina diaria de periodistas, insisto, de periodismo duro, de día a día, de la sección Ciudad, de salir a hacer crónicas de lo que pasaba, con los tiempos del periodismo, con los tiempos de la noticia, cerrábamos pasada la medianoche, pedíamos algo para comer ahí en la redacción, nos relajábamos y ya entrábamos en otra dimensión. Se trataba de una dimensión más lúdica, más de disfrute. Creo que eso se reflejaba en el suplemento. Nosotros los disfrutábamos y creo que lo hacían los lectores. Esto lo digo por la recepción que tuvo el suplemento. Además había mucho mérito de los diagramadores, de la fotografía. Estéticamente eran muy cuidados los detalles de cómo se elegían las fotos. Era realmente un gusto hacerlo pero sobre todo cómo desplegábamos la imaginación y una actitud artística y estética para tratar el turismo, que a veces no es lo uno suele leer. Yo no sé si te daba ganas de viajar pero te daba ganas de leer y te divertía mucho. Ya viajabas en varios sentidos. Nosotros también viajábamos, nos pegábamos un viaje bárbaro escribiendo eso”. Luego, reflexiona: “Creo que el lector viajaba por el sólo hecho de leer ese suplemento sin tener que sacar un pasaje a ningún lado”.

El otoño vino aparejado con novedades y presentaciones para El Profesor -según se lo conoce entre sus amigos del palo de las letras-. Primero, con el lanzamiento de China, a mediados de abril, en la Facultad Libre de Rosario. Esa noche de humedad y fresco engañoso fue acompañado por su compinche Çaró y por Liliana Ruíz, de Baltasara, para presentar sus crónicas ante colegas, estudiantes y para aquellos medios que quisieron enterarse. La segunda buen nueva otoñal es Sfruttatori, que integra la colección Aldana de poesía de la Editorial Municipal. Desde adentro de la editorial alguien sopla que “Sfruttatori es una maravilla”.
Según el autor, los poemas que integran al libro, “describen el mundo del trabajo, más precisamente de las trabajadoras y los trabajadores explotados. Y de los grandes magnates y explotadores. La mirada se posa en Estados Unidos como símbolo del capitalismo globalizado y de un momento particular de la explotación capitalista. Describe escenas, microhistorias observadas durante un viaje a ese país. Pero a la vez describe lo que pasa aquí y ahora, en la Argentina saqueada por cínicas hordas oligárquicas. Lo hace utilizando citas de autores del Siglo de Oro español, de Ramón del Valle Inclán, Leopardi, Dante, entre otros. Y el poema Cadáveres, de Néstor Perlongher, aparece una y otra vez, como una música de fondo que suena todo el tiempo”.
Volviendo a China, se reconoce en el autor una sensación de expectativa y curiosidad acerca de su trabajo. Bilsky descubre y redescubre recovecos de su propio libro en las lecturas de los demás. A la fama de lector desafiante de los horarios establecidos para el resto de los mortales que acompaña a su leyenda, se le debe sumar una sincera curiosidad para escuchar devoluciones y preguntas acerca de su más reciente trabajo y, por supuesto, sus otras publicaciones.
El tipo parece disfrutar de la etapa post lanzamiento. Sin presiones ni apuros, se predispone a escuchar y entregarse a la charla. Será cuestión de empaparse de todo aquello que brote de los lectores comprometidos para tomar nota -y consideración- para futuros proyectos. Porque con Bilsky siempre hay un nuevo nuevo proyecto. Por eso, a su alrededor, entre sus cómplices y amigos, siempre flota la pregunta “¿En qué anda el profesor?”. Siempre está con una nota, en una nueva corrección, viendo de algún libro, pensando en una alguna incursión a ciudades -porque se viaja a ciudades, no a países- hasta ahora desconocidas.

– Previo a un nuevo viaje te ponés a estudiar países y ciudades a visitar,  te metés de lleno en su historia y en su actualidad sociopolítica. Sin embargo, también te estimula la idea de sumergirte solo en el territorio desconocido, como un paracaidista. ¿Cómo funciona ese contraste entre la preparación detallada y lo impredecible de un caminar espontáneo?

Uno va con todo ese background y después entrás en shock en el momento de estar en el lugar. Los datos tienen una pertinencia bastante relativa. En algún momento te los olvidás y ves qué pasa, describís lo que te pasa, describís ese shock, ese encuentro, ese choque entre una realidad, que por más datos que vos busqués ahora que tenés cada vez más formas gracias a la tecnología, podés ver, podés escuchar, no podés oler. Hay varias cosas que la tecnología no te puede acercar: los olores son una; el viento; hay cuestiones que faltan. El estar ahí sigue siendo una experiencia que no se puede transmitir a través de otros medios. Vos llegás y todo ese respaldo que vos estudiaste, todo ese esfuerzo que vos hiciste en tratar de acercarte al lugar antes de llegar, parece que no sirve de nada. Entonces arrancás de cero. Cuando escribís, arrancás de cero. Pero después, en otra etapa posterior, esos datos aparecen, eso que vos estudiaste rinde. Imaginate que algunos de los textos que aparecen en China fueron elaborados a través de varios años, en muchas etapas. Hay una primera etapa en que uno llega, hay una confusión, ese choque con la realidad. Nosotros podemos hablar de Japón, lugar en el que nunca he estado. La propia palabra Japón dispara en la cabeza un montón de imágenes. El sonido de la palabra Japón, en otro idioma es otro sonido, Japan, por ejemplo. En castellano es Japón, con acento en la O. Por las películas que vimos, por los libros que leímos, si conociste a una persona de Japón, ahí hay una cosa muy personal, un imaginario que es social, pero también es bastante personal porque depende de los libros que uno leyó, si te gusta el manga, si te gusta qué sé yo que esté relacionado con Japón. Cada uno tiene una imagen mental. Ni hablar de lugares autopropagandizados, Europa, Estados Unidos, lugares muy turísticos que han sido o son imperios o grandes centros de poder, todos antes de ir a París conocemos. Antes de ir a Nueva York tenemos muchísimas imágenes de esos lugares. Se produce siempre un conflicto entre la imagen mental que nosotros tenemos de ese lugar, un choque, porque nunca pueden coincidir la realidad. Aunque vos seas un especialista en Japón y hayas estudiado toda tu vida o que hayas visto dos películas y leído un manga, hay un enfrentamiento entre una imagen mental, el imaginario de Japón y el Japón real. Siempre entre comillas porque el Japón real no está en ningún lado, ni ellos son los dueños de Japón. Quizás es más dueño de Japón el pibe que está leyendo manga en un barrio y se está imaginando Japón, que no va a ir ni quiere ir. Él es tan dueño de Japón como el Emperador (risas). Hablamos de ideas y de construcciones imaginarias. Por eso la realidad entre comillas. Se da ese enfrentamiento porque nunca puede coincidir. A veces, esa coincidencia, puede producir decepción, también. Según con qué idea vaya cada uno, puede producir decepción. A veces la decepción no tiene lugar porque uno ya tiene como naturalizado esta falta de concordancia entre el imaginario y lo real. Son de dos órdenes diferentes y sería horroroso, incluso, que fueran a encontrarse. Si llegarán a encontrarse yo creo que se caería el avión (risas). Si pasó es porque estás muerto, se cayó el avión. Si vas a un lugar y es como vos lo imaginaste, estás muerto. En algún momento ese background que estudiaste, brota. Todo lo que estudié me puede servir para otra cosa, para charlar, para ser un remedo de Wikipedia (risas). Hasta para burlarse de uno mismo, que siempre es muy importante, los viajes tienen que servir para eso, para aprender a burlarse de uno mismo. ¿Por qué? Para encontrar nuestros límites y encontrar nuestra ignorancia. Viajar está bueno para reconocer nuestra propia ignorancia, nuestro propio absurdo, para hacer el ridículo todo el tiempo.

– Una de las paradas de China es Cuba. Generalmente cuando hay que escribir sobre la isla es inevitable el lugar común de querer mostrar la Cuba real, entre comillas. En esa crónica vos no trataste de explicar o desentrañar esa idea de la Cuba real. Pareciera que dejaste que el sudor y la misma piel de sus habitantes tomasen la dirección.

Cuba es uno de esos países que está bajo examen. Está en situación de examen, diríamos. Hay que juzgar a Cuba, incluso. Más que examen, hay que juzgarlo. Está casi en un tribunal, no de examen, sino directamente judicial. Hay que argumentar a favor o en contra de Cuba y siempre con varas muy diferentes a las que se usan con otros países. Algo similar pasa cuando hoy se habla de Venezuela, se cambian todas las varas que uno utiliza para otros países y se utiliza una vara muy particular para hablar de Venezuela. Es una vara que no es propia, es una vara que te dan otros (risas). Como vos bien decís, es muy difícil escribir, sobre todo en estos tiempos que se ha escrito tanto de todo, sobre ciertos lugares. Los lugares de los que yo escribo son lugares tradicionales de los que ha escrito todo el mundo desde hace siglos, no pretendo escribir algo distinto u original, simplemente uno escribe lo que puede y como puede, nada más, yo me quedo tranquilo, me relajo, y si a alguien le gusta, mucho mejor, trato de disfrutar lo que hago. Si disfruto yo y alguien disfruta leyéndolo creo que está muy bien como experiencia. Hay determinados lugares que generan más escozor. Si hablás de París, no está bajo examen, no hay que argumentar. Sobre Francia no hay que argumentar, como si no hubiera problemas. Sobre Estados Unidos no se pone un discurso argumentativo. De Cuba o de Venezuela, ya se pone otro tono, otra vara. Creo que la experiencia en Cuba fue como cualquier otro país. Para mí, sí es un lugar especial, el pueblo cubano es muy especial pero yo no me creo con la capacidad, ni con el conocimiento, ni con nada, ¿desde qué lugar voy a juzgar yo? Menos algo que nunca voy a llegar a conocer, como es un pueblo de otro país. ¿Desde dónde voy a juzgar? Lo que sí denuncio con mucha claridad es como con determinados países y pueblos se usan varas diferentes. No es casualidad, son procesos políticos y sociales que se han opuesto a los imperios de turno, evidentemente Estados Unidos, y a partir de ahí se los ha estigmatizado y es increíble como mucha gente se convierte en voceros de un imperio e incluso, creo, que algunos ad honorem (risas), otros no.

– En la mayoría de las páginas que integran el libro estás en silencio. Sos un observador que se permite vivenciar. En momentos precisos entran las palabras de entrevistados. ¿Cuándo se rompe ese silencio? ¿Qué te decide a romperlo?

Es cierto. Hay dos momentos muy marcados que son dos experiencias muy específicas en los viajes. Por un lado, el viaje te da la posibilidad de estar días en la más absoluta soledad y si querés no hablás con nadie. Eso yo lo exploro. Te permite una experiencia de introspección y de relación con el lugar desde una ubicación de observador que no intercambia contacto. Después, pasar a lo otro, porque los lugares no son lugares sin la gente, obviamente. Rompés el silencio en el momento en vos necesitás tener la mirada del otro y completar el lugar con la palabra del otro y de la gente. Lo ideal es cuando vos podés conocer a alguien del lugar y podés meterte. A veces, es un contacto que se da circunstancialmente. Como por ejemplo ahora que estamos en un bar, te encontrás con alguien y trabás una conversación. Es re valioso eso. Con gente en bares me han pasado anécdotas alucinantes. De alguien que también está tan solo como uno pero que no es un viajero es de alguien que está en el bar pero es del barrio, que te cuenta sus penas. Te metés en la vida de una ciudad. Uno viaja más a ciudades que a países. Yo titulo con ciudades. Lo países son ya abstracciones demasiado inabarcables. Una ciudad tiene una cierta entidad que siempre es abstracta pero es más asible. Vos decís “viajé a Brasil”. Mirá, viajaste a Río de Janeiro, en todo caso, o a Copacabana. Estás en un bar de Copacabana y hablaste con un flaco de ahí y te contó que vive ahí a la vuelta y está en un barrio, etcétera. Lo demás ya es como una abstracción. Tomo el ejemplo de Brasil porque es un país con un tamaño continental. Es una gran abstracción. Lo mismo Rusia, Estados Unidos. China mismo, adónde no fui. ¿Cuantas etnias hay en China? Pensamos que son todos chinos y chinas y que son todos muy parecidos. No, no, es una locura eso. Hay una mirada que homogeniza. ¿Por qué romper el silencio? Es una forma de romper una barrera y entrar en la historia, en lo que llaman las microhistorias, las historias personales que hacen a la historia del lugar. La historia de tal persona, de tal mujer, de tal hombre, que te cuenta tu cotidianeidad, sus temores, sus angustias. Poder acceder a eso, a la palabra del otro, ni hablar si podés acceder a la casa de una persona, a lo cotidiano de una familia, sentarte a comer, salir a comprar donde compran ellos todos días. Ahí entrás a otra dimensión que nada tiene que ver con ese observador que no le habla a nadie y nadie le habla y que también es otra experiencia. Mudo, sordo, pero no ciego. Que huele, sí escucha, ve, pero es algo exterior. Son dos cosas que se combinan y que en la crónica está bueno que se combinen y que se fundan.

– El capítulo de Los Ángeles sorprende porque das un paso hacia la ficción. En otros momentos te valés de la poesía. ¿El salto a la poesía o a la ficción cómo llega? ¿Surge por una cuestión emocional y el formato crónica se ve abrumado?

El caso de Los Ángeles es muy paradigmático porque hay un toque de ficción que tiene que ver con un lugar donde la realidad y la ficción se confunden todo el tiempo. Donde juegan todo el tiempo, ocurre en todo Estados Unidos, pero Los Ángeles es el colmo de eso. Es la industria del cine y eso es un remedo de la industria del cine. Una imitación de una imitación de una imitación infinita. Esa vorágine me llevó a romper los límites. Siempre me gusta jugar con los límites genéricos. No es una decisión programática. El mismo texto te va llevando. Te puedo dar dos casos puntuales. Uno, el de Los Ángeles, que sí es ficción, porque justamente estaba tan metido en ese mundo, por el propio objeto de mi observación, que me fue impregnando de esa locura semiótica, de ese juego de espejos que va rompiendo los límites permanente, es como una ficción de una ficción, el remedo de una ficción, una vorágine semiótica. Después viene la reflexión, esto yo te lo puedo hacer ahora, no es que yo parto de esta reflexión. A veces, la manera más veraz de dar cuenta de un hecho es recurrir a la ficción. Pero no es que yo parto de esa idea, que tampoco es algo muy original, sino algo obvio cuando vos tenés que enfrentar con el lenguaje esta realidad que siempre pongo entre comillas que es de otro orden, que no es del lenguaje. Vos salís a la calle y no son hechos del lenguaje los hechos de la realidad, pasan muchas cosas al mismo tiempo, el lenguaje tiene sus normas, sus reglas, no podés contar varias cosas al mismo tiempo. La ruptura de determinados límites genéricos y de meterte a contar ficción tiene que ver con una realidad que te desborda y tiene que ver con cierta incapacidad cuando vos encontrás los límites del lenguaje. Creo que esa incapacidad cruza todo el libro. Otro caso, que no es ficción pero va a la poesía, es en la crónica de Varsovia, ahí hay algo emocional, un sentimiento de enorme derrota y de incapacidad de contarlo. Es un sentimiento de falta de palabra. Cuando busco la palabra busco la de un poeta como Paul Celan, que es justamente el poeta que dijo lo indecible, el Holocausto, Auschwitz. Tiene que ver con eso, con los límites del lenguaje y tiene que ver con algo en principio emocional y que después, mucho después, de haberlo racionalizado con otros entrevistas que me han hecho, con otras buenas preguntas que me han hecho, gracias a los aportes que el lector hace, que completa el texto y que le explica a uno qué hizo. Uno no sabe qué hace. Cuando uno escribe sabe una medida de lo que hace: Qué quiere, sus intenciones, todo muy lindo pero eso no explica todo el texto. Las otras explicaciones la dan los lectores, los lectores atentos, los lectores que se ponen a leer con ganas el texto y que te hacen el enorme favor de decirte que vos hiciste esto y aquello. Ahí es cuando uno termina de entender lo que hizo. En este sentido, sí, tiene que ver con una incapacidad que uno trata de buscar, tratar de encontrar una lengua, de inventar, de crear, ahí está la poesía, ahí está la ficción.

– En Varsovia, Berlín y Los Ángeles hay una presencia muy importante de los que no están. Tampoco siento correcto referirse a ellos como los muertos porque precisamente están habitando un estadío diferente. Tiene que ver con la memoria, a veces una memoria relacionada con la justicia, otras con la culpa, también con mantener un sistema explotador. Hay una presencia de los que no están que habla elocuentemente. Esa presencia golpea fuerte cuando uno termina de leer el libro completo. ¿Cuándo caíste en eso?

Es cierto. Caí a partir de las lecturas. Es estrictamente así. Los vivos, los vivos muertos. En función de la pregunta lo relaciono con dos cosas. Tiene que ver con la memoria histórica. Los fantasmas pueden ser la memoria histórica, el pasado que no es tal que está presente. La cuestión de pasado, presente y futuro sirve para ordenarnos, evidentemente no lo podemos negar. Pero el pasado está presente. La historia no sólo es hoy sino es mañana. Sin la historia no tenemos futuro. La otra visión de los fantasmas, tiene que ver con la explotación. Es el extremo de la explotación, un sistema capaz de explotar hasta a los muertos, sobre todo a los artistas. Casi no hay metáfora. Siguen saliendo discos y libros de los artistas muertos muchos años después. Lo que sucedía particularmente en las calles de Los Ángeles es que seguían dando recitales, eran hologramas de artistas, me resultó completamente terrorífico. Lo tomé inmediatamente, no como una metáfora, ni siquiera había distancia metafórica, es la explotación infinita. Podemos explotarte y venderte como que estás vivo. Eternamente así. Hay empresas que siguen haciendo mercancía de Billie Holiday. Pero también está la otra parte, la del fantasma como la memoria histórica.

– ¿A quién están destinadas las crónicas de China? ¿Cabe preguntarse eso en el proceso de preparación del libro? ¿O realmente escribís buscando exorcizar estas historias y no se piensa tanto?

Sacarse de encima el texto y exorcizar esos fantasmas que te acechan sobre los textos no publicados es muy importante, muy. Pero siempre está el otro. Está el otro en el proceso de producción que, si bien tiene una instancia muy solitaria, nunca es individual, siempre es colectiva por todas las experiencias que uno canaliza, de toda la gente, todas las cosas que uno compartió, después uno tiene que sentarse a escribir. No es que piense para quién es, trato de imaginar un tipo de recepción. Es medio difuso. Es del orden del deseo. Lo que yo deseo es que tenga una recepción, obviamente quiero que les guste, no es que me da lo mismo que guste o que no guste. Me gusta que guste, que se lea, que tenga buenas críticas, pero sobre todo que tenga lecturas productivas. Me gusta el tipo de lecturas que genere las preguntas como las que vos me hacés, preguntas que me hacen ver cosas que yo no vi. Me interesan ese tipo de lecturas. Obviamente son lecturas de que te gustó el texto, si vos lo hojeaste y no te gustó no me vas a hacer ninguna de las preguntas que me estás haciendo ahora. Lo que no me sirve es: “Che, qué bueno lo tuyo”.

– Palmadita en la espalda y un “seguí así”.

Claro, que no sabés si son sinceras. Además pueden venir de un amigo o alguien que te quiere y por ahí no le dio bola al libro. Ahí sí quiero una fundamentación. ¿Te gustó? No quiero que me digas porqué, si te gustó haceme algún comentario, decime algo que yo no sepa del libro. Ese tipo de recepción busco. Decime a ver qué carajo escribí. Decime algo que yo no sepa del libro. Convertite en el coautor de mi libro. Esa es mi idea de un receptor. Busco ese receptor, si tengo que responder a tu pregunta. No es una búsqueda consciente, no es que en el momento de escribir pensás eso, no.  Al escribir uno hace lo que puede. Me gusta escribir algo que me estimule, que sea como una experimentación. Yo tengo muchos textos y ¿me pregunto por qué elegí estos trece? Es como el químico que va mezclando cosas. Encontré que esto tenía una buena efervescencia. Puesto a posteriori a reflexionar, lo que uno busca es una devolución creativa; el otro ve cosas que vos no viste. No concibo el receptor pasivo, el lector es activo, es quien completa la obra. El lector tiene muchas que decirme a mi, escritor, cosas que no sé, cosas que me superan sobre lo mismo que yo escribí. Me ha pasado, ¡por suerte me ha pasado eso! Es lo mejor. Ahí es cuando me digo que todo vale la pena.

– Sin apuro por publicar, te tomaste el tiempo necesario para corregir y desarrollar estas crónicas. ¿Cuánto cambiaron desde la primera vez que te metiste en ellas? Lo pregunto sabiendo que algunos días después de lanzar y presentar el libro, la misma realidad de nuestro país le metió otra perspectiva a lo vivenciado en Grecia.

Fijate cómo, a veces, los textos cobran una actualidad. Muchos de los textos que quedaron afuera tenían que ver con viajes y coberturas que fueron específicamente a países y movilizaciones o disturbios, algunos muy graves, como los de Grecia pero también en otras países. Era la resistencia de los distintos pueblos de Europa contra los planes de ajuste del FMI. Ahora que Argentina vuelve al Fondo Monetario Internacional sale el caso de Grecia que es el más reciente y, quizás, el más terrible, por todo lo que allí hizo el Fondo, el Banco Mundial y la Comisión Central Europea, la llamada Troika. Como experiencia personal, la de Grecia fue muy conmovedora, por eso no la dejé fuera. Fue muy conmovedora para mí, habiendo vivido en El Ciudadano la experiencia de la Argentina. 98, 99, 2000, 2001, El Ciudadano, barrios de la ciudad, piquetes, cortes de ruta, remates de vivienda; toda esa crisis social primero la viví en la Argentina y después la llevé como cronista en Europa. En Grecia, cuando nosotros ya habíamos salido del Fondo Monetario, me preguntaban cómo era la experiencia de salir, si convenía, si era tan grave, qué pasaba. ¿Qué siento yo ahora? Como periodista me siento en la necesidad de argumentar sobre qué es el Fondo Monetario Internacional. Pensé que era algo sobre lo que ya no había que argumentar o discutir. Es algo que me viene pasando en estos años y medio del gobierno de Mauricio Macri. Estoy confesando una gran ignorancia de mi parte, una falta de comprensión de los procesos sociales, y una gran ingenuidad, pero, por sobre todo, ignorancia de mi parte. Pensé que algunas cosas ya formaban parte del sentido común, que eran autoevidentes. En algún momento se pensó que la Tierra era el centro del universo hasta que se inventó el telescopio. Hubo una gran resistencia por parte de la Iglesia de aquel momento, porque no condecía con lo que decía la Biblia. Cuando se inventa el telescopio se observa que el Sol era el centro del universo y que la Tierra giraba en torno al Sol. Se discutió algún tiempo más y después ya no. Eso te da lugar para poder discutir otras cosas. Yo pensé que este tema puntual ya no se discutía más, que era autoevidente, algo que forma del sentido común. Todas las sociedades necesitan discutir muchos temas, pero a la vez, tiene que haber algunos consensos sobre determinadas cosas para avanzar sobre otras. Pensé que al Fondo Monetario lo defendían sus mismos integrantes, los banqueros y la elite que se beneficia  con eso. El que vive de eso está bien que lo defienda, obviamente, pero nadie más. Nadie más. Ni siquiera dudar, ni siquiera la pregunta. No cabe la pregunta. No cabe la discusión. No cabe la argumentación. Y ahora hay que hacerlo, las discusiones hay que darlas. Pero observar qué se está discutiendo es siempre un síntoma de una estado de las cosas. Creo que estamos discutiendo cosas que como síntoma indican que ha habido un arrasamiento cultural en estos dos últimos años y un avance de posiciones de la derecha más retrógrada. La crónica de Grecia hoy va cobrando un sentido distinto, el contexto histórico lo va cambiando en pocos meses o días. Una misma crónica tenía un valor cuando presentamos el libro y tiene otro valor ahora. Hoy ya es titular de diario. Todos los periodistas que tienen que salir a argumentar sobre el FMI salen a hablar de Grecia. Porque si el argumento es que el Fondo ahora es bueno hay que preguntarse qué pasa en Grecia hoy. ¿Cuál fue el último paquete de medidas que se aprobó ahora en 2018? Porque Grecia tiene que hacer el pago ahora en julio de 2018. Fijate cómo el texto está vivo.

– Tus primeras crónicas fueron en El Ciudadano y estaban dedicadas a las calles de Rosario. ¿Cómo cambió la ciudad desde entonces? Lo pregunto porque vos siempre fuiste un cronista de la violencia real. Tu perspectiva abarca la verdadera violencia, la de un modelo que fabrica desigualdad con megatorres, edificios de cartón y contrastes apabullantes en un radio de pocos kilómetros. En los últimos años se habla constantemente de cómo cambió la ciudad, sin embargo, es una minoría la que apunta al modelo.

Claro. Las otras violencias. No es precisamente la violencia física. El mismo sistema genera violencia. En principio el cambio en el paisaje de la ciudad; la proliferación de edificios que da lugar a un negocio inmobiliario y que hace que una ciudad sea poco sustentable, que pierda la escala humana, además de la belleza de determinadas fachadas antiguas. Se pierde lo estético en función del negocio. Se pierden edificios de valor estéticos por el negocio de unos pocos. No sólo es una cuestión estética de fachadas, de pasar y mirar algo lindo, no, se pierde calidad de vida porque no están pensadas las nuevas construcciones en función de la prestación de servicios. Agua, luz, gas, no se condice la red de servicios con los edificios que van apareciendo. Vos decías muy bien en la pregunta, tiene que ver con el modelo sojero y con un sistema de transferencias de riquezas de un sector a un otro mientras crecen los barrios más carenciados y las villas crecen en el centro de la ciudad edificios suntuarios. Aparecen emprendimientos con grandes edificios muy localizados y como modelos de gueto. Tampoco soy tan viejo, tengo poco más de cincuenta, y buena parte de mi vida he vivido en el centro de la ciudad y el microcentro no era como es ahora. No era el modelo del downtown de las grandes ciudades donde el microcentro queda vacío y es un lugar financiero oscuro y peligroso. Antes la peatonal Córdoba era un lugar donde estaba todo abierto a la noche, como Pellegrini ahora. Era Pellegrini y la peatonal Córdoba, lugares para la clase media que podía ir caminando. Ahora tenés guetos. Tenés que ir a Pichincha, a Refinería, eso es el modelo europeo o de Estados Unidos, antes no era así en Rosario. No estoy hablando de cien años atrás, sino de treinta o cuarenta. Uno iba por Córdoba y San Martín, donde tenías todos los cines, ahora tenés muy poco, tenés todo cerrado. Es medio zona de nadie, andá a las doce de la noche por ahí. No está mal que esté Pichincha, pero es otro modelo. Está bien que estén Pichincha, Refinería, que haya más. Pero también hay que observar que hubo un cambio de modelo que tiene que ver con pequeños guetos, pequeñas zonas, muy recortadas socialmente. No cualquier clase social va a cualquier lugar. No se mezclan, no hay mezcla. En los periodos que hay mezcla, periodos de gobierno populistas, por cada año de gobierno así, donde se mezcla, son cien años de odio y de venganza por parte de la oligarquía (risas). Cuando hay alguien que es de de otro lugar, que no tiene que estar, los vecinos consideran que este hombre, que esta mujer, no tiene que andar por acá. Eso es lo grave, este espacio es nuestro. Hay una cosa territorial que tiene que ver con la lucha de clases, cada vez más vigente ese concepto.

Texto – Lucas Canalda
Corrección: Daniel Rand
Fotografías – 
Renzo Leonard

 

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