Silvio Astier presenta Matadero un EP que toma inspiración en los tiempos desesperados de la fiebre amarilla en Buenos Aires.
A principios de 1871 la fiebre amarilla llegó a Buenos Aires y tomó por sorpresa a la Argentina presidida por Domingo Faustino Sarmiento.
La peste -como se dijo en las calles y luego se replicó en los periódicos- golpeó fuerte en los barrios populares de la ciudad hasta doblegar todo.
Junto a la muerte, estalló la paz social de una Buenos Aires que ya exhibía fuertes contrastes sociales. Ante la histeria popular se desató la xenofobia que anidaba fuerte bajo el frágil pacto de convivencia de un país que decía ser un crisol de razas. Los pobres fueron el objetivo discursivo de las clases dominantes, pero especialmente de los agentes del verdadero poder: terratenientes, políticos, dirigentes, representantes y ciertos medios de comunicación.
A los pocos meses, los hospitales agotaron sus recursos. Los cementerios no se quedaron atrás. La ciudad era un hervidero de muerte, desesperación e incertidumbre. Mientras tanto, una ola de persecución racista se fijó sobre la inmigración italiana, que además de padecer la epidemia en sus conventillos soportó la campaña del odio en calles, periódicos y fábricas.
Con el desamparo tomando protagonismo en las calles, la poderosa Buenos Aires vio cómo sus habitantes buscaron otros horizontes, bien lejos, a salvo de todo.
En los conventillos la muerte golpeó con ferocidad. La inmigración italiana, entre la fiebre, la xenofobia, los recursos nulos -ni siquiera manejando el idioma- no encontró respuestas en el consulado del país donde nacieron y del que decidieron emigrar. Sin que tuvieran conocimiento, la Comisión Popular los había elegido como el chivo expiatorio de la terrible enfermedad de la que nadie podía dar respuestas y, mucho menos, soluciones.
Muchos conventillos fueron clausurados por la ley. Sus habitantes, en completa desidia, fueron expulsados a las calles.
La fiebre amarilla arrasó con casi el diez por ciento de los habitantes de Buenos Aires. Según los registros nacionales la cifra oficial de muertos fue de 13.614.
Desidia, xenofobia, incertidumbre y desesperación. Medios que desinforman. Muerte, pobreza, tensión social y más desesperación. Fue 1871, pero podría ser 2020. Las señales están allí, poco escondidas por la superficie. Es una tensión que se mantiene, lista para aflorar.
Silvio Astier compuso, interpretó y produjo Matadero a partir de una investigación histórica que nos traslada a ese año en que la fiebre amarilla se ensañó con la ciudad capital. A través de una inmersión percusiva, Astier nos guía por el complejo imaginario auditivo que aborda la instancia del carnaval, integrando sonoridades asociadas a lo afro, el candombe, la murga, y una musicalidad asociada a la época.
En la última década, desde México a la Argentina, surgieron artistas de diversas generaciones y corrientes estéticas interesados en pensar al territorio como espacio apropiado desde donde alzar interrogantes sobre pasado, presente y futuro. En nuestro país podemos hablar de Nicola Cruz, Pommez Internacional, Pol Nada, Fede Leites, Lauphan, Los Codos, por solo nombrar un puñado de propuestas. Las canciones llegaban desde ámbitos bien diversos, folklore, indie, post rock, experimentación, cumbia, electrónica, etcétera.
Las etiquetas que pasaron fueron muchas, dependiendo del país, del medio o de la propia discursividad de los artistas. Sin embargo, entre la correntada que iba sin escalas del norte al sur y viceversa, cada propuesta -desde una latitud e impronta diferente- utilizó una yuxtaposición de elementos sonoros que partían de la raíz, combinados sobre tecnología digital y pulso analógico. Además, todos apostaron fuerte a desarrollar una música libre que al mismo funcionaba como una especie de antropología sonora del territorio. Así, el tiempo entregó discos que entablaron un diálogo con el presente más rotundo en una Latinoamérica que a veces se siente en loop constante.
En esa continuidad se ubica Silvio Astier, joven músico argentino que acaba de publicar Matadero, EP de doce minutos que lo encuentra paseando por los sucesos históricos que hoy se sienten como un eco de cuidado.
Con “Ruinas de San Telmo” y “Carnaval de 1871” Astier logra su propia forma de aguafuerte musical: breves pero potentes inmersiones que capturan clima, atmósfera y detalles que (no vamos a spoilear). Astier va más allá del rigor investigativo, apostando a una visión propia que se siente inquietante y corporal.
De acuerdo a Astier la producción de Matadero demandó alrededor de tres meses. La idea general apareció poco tiempo después del comienzo de la pandemia de COVID. Luego de su desarrollo y evolución, la idea cobró forma de manera casi definitiva, pero sin un cierre final.
“La investigación sobre la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires en 1871 y cómo se dieron los contagios durante los carnavales de Febrero me llenó de las imágenes y sonidos que confluyen en Matadero”, explica Astier pocos días después de la publicación vía el sello New Latam Beats.
Matadero supone un EP conformado por canciones, sin embargo, el trabajo de Silvio Astier es partes iguales de música, investigación, viaje histórico e hibridación. Se trata de un sincretismo envolvente cortesía de una mente minuciosa y curiosa.
“El grueso del material sonoro que se escucha en Matadero corresponde más al presente que al pasado”, explica Astier. “El candombe y la murga, que son los ritmos predominantes en el disco, existen desde aquella época pero naturalmente han ido mutando y nunca han dejado de ser una parte sustancial del sonido del Río de la Plata”, puntualiza.
Para viajar hacia el pasado, el Silvio Astier de nuestros días cuenta con las herramientas necesarias para lograr un riguroso basamento. Sin embargo, llegado el momento de las canciones, opta por partir desde un imaginario. Al igual que Tony Wilson, Astier prefiere la leyenda a una verdad específica. Según comenta: “intento situarme en el presente para indagar lo sucedido. Me interesa más el imaginario y las ficciones que se construyen con los saldos de la historia que el relato de hechos históricos”.
Ni Matadero ni el resto de la joven obra de Astier son un paseo histórico-didáctico obvio hacia el ayer. Sus canciones están enraizadas en el ahora, trazando líneas con un pasado que sigue ejerciendo lecciones sobre el presente y el futuro. “Trato de no caer en la lógica del museo musical. Busco sonidos que pueden escucharse en la calle ahora mismo, y que tienen un lazo misterioso con el pasado”, revela.
“La presencia de los sonidos más electrónicos también establece una relación con lo presente y lo futuro. Por ejemplo, en el carnaval de 1871 en algún momento suena una de las primeras grabaciones hechas en el país, que es un payador diciendo algo inentendible”, cuenta.
Astier
Francisco Miguel nació en 1995 en Rosario y creció cerca de Pichincha, en una casa de pasillo. Alrededor de los doce años empezó a involucrarse en el mundo de la música. Todo comenzó a partir de algunas clases de guitarra en el barrio.
En Rosario participó en varios proyectos mientras crecía, siempre teniendo un oído -y un instrumento- en una diversidad de géneros. Tocó la guitarra en bandas de rock, reggae y dub hasta que hubo un cambio significativo que, mirado a la distancia, sería un quiebre: Miguel empezó a curtir el folklore y una nueva generación de productores de música folk digital. En un par de años, el todavía adolescente absorbió a Atahualpa Yupanqui, Lágrima Ríos y Nicola Cruz.
A los veinte años de edad, luego de pasar por la UNR, Miguel se fue a Capital Federal a conocer las movidas de allá y empezar su propio camino musical. Por un año compartió una habitación de una pensión con Fermín Sagarduy, otro talento rosarino.
En Buenos Aires, al poco tiempo, se manifestó Silvio Astier. En sus palabras, “el nombre se lo robé irrespetuosamente a Roberto Arlt”, comenta a propósito de la creación del antihéroe definitivo de la literatura argentina.
Silvio Astier, nombre del personaje ficticio de la novela El Juguete Rabioso de Arlt, es un proyecto musical que evoca figuras y signos que conforman el imaginario cultural de un territorio particular de Argentina: la Pampa y la cuenca del Río de la Plata.
El primer proyecto de Silvio Astier fue Pampa, EP que en 2019 fue editado por Boomarm Nation, sello de Portland (EEUU). Ese fue el principio de las incursiones de Astier, quien paulatinamente comenzaría un entramado colaborativo desde Buenos Aires-Rosario hacia el exterior.
Pampa, Civilización y Barbarie, Matadero son los trabajos que Miguel/Astier lleva publicados desde 2019. En la actualidad el proyecto forma parte del roster de New Latam Beats, una plataforma de difusión chilena, que agrupa y trabaja con distintos artistas latinoamericanos y del mundo, haciendo foco en el rescate de las sonoridades de la música popular y de origen.
“Es una persona muy interesada en la historia”, comenta Federico Leites quien conoce a Miguel desde hace algún tiempo. Desde sus primeros contactos encontraron una química dinámica que juraron plasmar en la primera oportunidad. En 2020 esa oportunidad llegó con Montarax, el disco de remixes de Montaraz. Allí el remix de “Yang” a cargo de Astier tuvo la doble apuesta de servir como primer sencillo del disco y como track de apertura.
De acuerdo a Leites, entre Rosario y Buenos Aires Silvio Astier supo enlazar el criollismo, encontrando la verdadera importancia a la hibridación del gaucho con el hombre de puerto. “Él se enclava sobre esos tabiques, le interesa la ciudad, la Pampa, el puerto”, observa Leites desde su guarida rosarina de zona norte.
Consultado sobre su amigo, colega y ex roomie, Fermín Sagarduy se entusiasma. Recordar la incursión iniciática de ambos a Buenos Aires abre una ventana hermosa que involucra crecer, aprender y vincularse con el mundo desde el deseo de hacer música
Para Sagarduy, el traslado a Capital Federal fue fundamental para Francisco. Allí pudo encontrar una dirección justa, absorbiendo la ciudad, el barrio de Almagro y las calles, en un rol de observador pasivo y activo. “Se pasaba el día en el balcón, tomando mate. Podía estar ahí, en la ciudad, mamando todo el barrio”.
Investigando sonoridades, herencias culturales, conectando con el presente mientras recorría los barrios porteños, Astier se fue sumergiendo en una formación transformadora. Todo fue encontrando una traducción en la producción musical. “Ese mambo de investigación en primera persona, de estar ahí, luego puede sufrir cuando se traslada al mundo digital” reflexiona su colega y amigo. “Pero creo que Pancho siempre pudo lograr eso. Hay elementos técnicos, texturas, percusiones rotas y ruiditos; a todo eso Pancho le pudo dar un sentido bien humano”, añade desde su propio estudio, en algún lugar del centro rosarino.
Por último, Sagarduy destaca que en la obra de su otrora compañero de habitación prevalece la sensibilidad por encima del detalle técnico y el rigor investigativo. Esa sensibilidad se representa como punto de partida creativo, pero también como un involucramiento real en la causa, corriéndose de ciertos patrones de apropiación -y descarte- cultural que a veces pueblan las corrientes de world music con frivolidad y desapego.
No cuesta demasiado imaginar al joven rosarino establecido en Capital Federal enfrascado en su estudio, bajo las luces frías de las lámparas y el azul pálido del monitor de su computadora, leyendo libros viejos y gastados, indagando en publicaciones raídas y surfeando la profundidad de la web en busca de material de archivo, yendo al encuentro de algo todavía sin definir, pero que sabrá reconocer apenas aparezca.
Allí radica parte de la curiosidad que despierta Silvio Astier: ¿Qué determina la dirección de cada nuevo proyecto? ¿Cada uno de sus pasos debe leerse como una pieza de una idea global de la que tendremos perspectiva real con los años?
“Creo que hasta ahora en el recorrido de Silvio Astier hay un común denominador que es la cuestión del territorio y su historia, su mitología”, señala Miguel sobre los primeros capítulos en la trama del proyecto. “Al mismo tiempo me interesa que los planteos tengan vigencia en la actualidad, como en el caso de Civilización y barbarie, que es un contraste que toma diversas formas a lo largo de nuestra historia. La indagación de los hechos y la representación que se les da en el ámbito popular son la base desde la que proyecto la música”, agrega. “Y ahí se cruza lo real, las ficciones, pasado, presente y futuro. La palabra Matadero es como un loop de la región: Desde El Matadero de Echeverría hasta cuando en Buenos Aires prendían fuego los mataderos y conventillos a orillas del Riachuelo para frenar la peste. Hoy volvemos a hablar de fuegos, mataderos y pestes”.
Calzarse unos auriculares decentes y cómodos para entregarse a lo expansivo del viaje sonoro de Silvio Astier reconforta en épocas de fugacidad y atención deteriorada. Cada pista es un entretejido de elementos, spoken word, capas de arreglos, texturas y detalles revelados con cada nueva escucha. Entre semejante esfuerzo, es tan difícil como irresistible tratar de descubrir cuál es el primer paso hacia semejante construcción. Lo mismo sucede con la raíz de la inspiración: ¿de dónde surge la iniciativa?
“Suelo tener puntos de partida que marcan el rumbo”, confía Astier acerca del proceso que conllevan sus canciones. “A veces unos dibujos en guitarra, unas percusiones, algún planteo que me interesa plasmar en la música. Muchas veces sucede que hay disparadores musicales que me revelan algún tópico y a partir de ahí intento narrar con sonidos lo que merodea en la imaginación, lo cual termina derivando en una música bastante visual”.
Como un equilibrista de elementos, Silvio Astier tiene que encontrar el balance correcto. Demasiado puede hundir todo el proceso y a la misma canción. Una herramienta incorrecta o un elemento fuera de lugar pone en riesgo todo el armado. La apuesta de Miguel, además de un destacable trabajo de investigación, viene aparejada con un significativo aprendizaje sobre cómo manejar -y tolerar- la frustración, el reseteo y el saber barajar de nuevo. “El descarte es una constante del proceso, quizás comienzo un tema con una idea y resulta que termina disparando hacia otra dirección completamente distinta, y el residuo lo utilizo en otra parte u otro tema. Funciona de una manera bastante incoherente, pero en algún momento los sonidos que vienen de distintas fuentes se conectan y eso me encanta”, admite, ya conociendo las mañas del oficio.
Entre tanta dedicación por el detalle cuasi milimétrico (de nuevo: con auriculares, mejor), la música se siente orgánica, con un tono vivo. Detrás de las canciones hay una clara intención de sentir. Lejos de ser un proyecto cerebral y de onanismo técnico-intelectual, la apuesta de Miguel es transmitir.
“Creo que eso lo determina la presencia de la corporalidad”, explica Astier acerca de lo orgánico de su producción. “Ya sea con guitarras, la voz o una comparsa de candombe, el hecho de que el sonido lo produce un cuerpo configura una base que está más en el movimiento que en la quietud. Incluso si después con eso se realiza un trabajo de laboratorio y producción minuciosa”.
Astier admite que reconoce cuando aparece la idea y hasta el momento preciso en que empieza a tomar forma. El cierre, sin embargo, es otra cosa: “Nunca sé muy bien cuando está terminado. Muchas veces me planto una fecha límite e intento ir dándole un cierre.”
Abriendo el juego hacia afuera, buscando el final, poner etapas sirve para clausurar la etapa de enrosques. Entonces, con el trabajo terminado y la sesión apagada, seguramente Silvio Astier sale a caminar sin dirección, buscando la próxima aventura.