Marcelo Moreyra presenta La Sonrisa de Los Huesos, segundo álbum de su proyecto solista Envidia.
Entrevista desde Buenos Aires.
La Sonrisa de Los Huesos es el segundo disco de Envidia, proyecto solista del músico y escritor Marcelo Moreyra, conocido por integrar Mujercitas Terror, trío que camina el lado oscuro de la fuerza desde que emergieron del under porteño hace veinte años, como la última gran banda surgida de Cemento.
Moreyra es un tipo talentoso y discreto. De eterno perfil bajo, apenas rompe su silencio para comunicar sus diversas acciones: fechas, nueva música de Mujercitas Terror, participaciones en muestras, ciclos de cine, lecturas de poesía o la organización de algún festival.
En la primavera de 2019 publicó el libro Mañana memorial (Milena Caserola) un botín poético que sirve como complemento fundamental para triangular con exactitud el imaginario de su obra.
Las seis pistas que integran La sonrisa de los huesos son poemas que Moreyra convirtió en canciones cuando la pandemia obligó a Mujercitas Terror a tomarse un descanso obligatorio de fechas, festivales autogestivos y una ansiada gira por México que se vio cancelada luego de la primera presentación debido a la expansión frenética del COVID-19.
De regreso en Argentina, durante el parate absoluto de la cuarentena, las canciones fueron tomando forma sin necesariamente tener en mente la posibilidad de un nuevo trabajo de Envidia. Tocando para disfrutar del momento, los temas fueron avanzando, con Moreyra eventualmente calculando la posibilidad de grabarlas.
Las calles estáticas, el frenesí pandémico y la incertidumbre reinante hicieron de La sonrisa de los huesos un refugio de resistencia. Más que celebración de vida o catarsis existencial, para Moreyra este segundo trabajo de Envidia simplemente significó tocar las canciones con las que se sentía bien durante el encierro.
Labrado a partir de la quietud y la soledad, La sonrisa de los huesos es un trabajo de naturaleza áspera: hay hastío y resignación en las canciones de Moreyra, pero también una cierta paz de conocerse para no engañarse con sorpresas inesperadas o redenciones impropias de una vida real.
Desde el silencio del encierro Moreyra toma vuelo como paisajista que diseña con guitarra y voz: puentes, calles, ciudades extrañas, callejones y cementerios. Entre esa geografía, niños solitarios, noches y criaturas varias son los protagonistas de un cantautor que maneja como pocos el delicado arte de contar historias.
Las canciones de Envidia pueden ser historias ficticias o estados mentales inevitables. Moreyra hace lo posible para sacarse de encima todo ese bagaje interno, ligándolo a las canciones, tal vez caminando más ligero una vez concluido el proceso. De alguna manera, Moreyra entierra su peso introspectivo en las canciones. Luego sigue adelante.
Con la guitarra acústica, pisando insinuaciones folk, bluseras y algo de country goth, Moreyra corre profundo con su espíritu romántico de ironía austera. El formato es sencillo y abordable, sin embargo, se trata de canciones que han sido perfeccionadas luego de repetirlas una y otra vez.
Moreyra disfruta del halo de misterio que lo acompaña. Con Mujercitas Terror, el grupo que integra junto a la bajista Daniela Zahra y el baterista Federico Losa, supieron construir una identidad única dentro del escenario porteño: conjugaron elementos neo-románticos y poesía con discos contundentes y brillantes. Con Envidia, el misterio minimalista que acompaña a Moreyra cruzó a un terreno netamente personal, generando mayor curiosidad sobre su obra.
Lejos de la compulsión y la necesidad de validación contemporánea, Moreyra hizo de Envidia algo delicado y cuidado. Quebró el silencio cuando hubo algo para decir. El resto del tiempo estuvo dedicado a la banda, la poesía y otras inquietudes.
Con La voz mala, su disco debut de 2013, Envidia logró una atención reducida que fue corriendo de boca en boca, logrando cierta devoción en oyentes de varias latitudes. Con la Internet acercando las distancias, el disco llegó a oídos inesperados que nunca olvidaron. Otro proyecto de culto para un artista de culto, Envidia cosechó muy buenas reseñas en los pocos medios especializados que se mostraron interesados en su música.
Pasaron ocho años desde La voz mala y ahora La Sonrisa de Los Huesos confirma que el proyecto todavía conserva su magia oscura mientras la mística sigue creciendo.
En las letras del disco hay mucho paisaje. El imaginario es diferente al de Mujercitas Terror. Es claro que construís desde otro lado.
¿Desde dónde fuiste armando las letras?
Se da naturalmente en las historias que escribo para Envidia, por momentos soy como un observador y en otros parte de ellas.
Para un tipo que escribe constantemente, ¿cómo se define qué se usa para una canción o para un poemario? ¿Hay un proceso o son planes diferentes el Marcelo poeta y el Marcelo músico/letrista?
Muchas veces las letras disparan algo que no se puede concretar como canción y a la vez las palabras tienen una forma propia, una imagen visible que las separa. En una canción escribís algunas partes en cualquier papel, teléfono, donde sea y al final se acomodan con la música, después te reencontrás con la letra completa y te sorprende lo que quedó, ahí te das cuenta que lo que no está escrito está en la interpretación
¿Cómo influyó el aislamiento y la cuarentena en la composición y grabación de este disco de Envidia?
El silencio de la cuarentena fue buenísimo para eso, había grabado mucho acá anteriormente pero siempre una moto o un auto arruinaban todo, así que esto vino bien.
La pandemia y cuarentena golpearon justo al inicio de una espera gira por México: ¿Qué fue de eso?
Vimos un México distinto, bastante apagado por la situación desde que llegamos. Creo que lo mejor fue una mañana que nos fuimos por el centro con Dani (Zahra) y desayunamos en una plaza con el canto de unos pájaros muy extraños.
¿Cuáles son las principales ventajas de manejar un proyecto personal donde todas las decisiones pasen por vos? ¿En algún momento hacen falta devoluciones desde afuera antes de cerrar las canciones?
Dani y Fede (Losa) me ayudan siempre, él tiene un oído al que no se le escapa nada a veces te pone mal porque hasta escucha cosas que ni imaginabas que afectaban la toma y hay que empezar todo de nuevo.
El disco tiene un acabado crudo. Se escucha tu voz contando, la guitarra se siente áspera, no parece haber demasiado interés en que suene pasteurizado para Spotify u otras tiendas digitales.
¿Cómo lo grabaste? ¿Cuánto trabajo de post-producción hiciste?
Este es un disco casero pero me gustó mucho hacerlo así, es la primera vez que lo hago de esta manera, lo que quería lograr era la crudeza de la toma, en eso se basa un poco la idea, todo de una sola toma sin corrección, ni overdubs. El formato casero es algo que siempre admiré. La cosa externa que le dio muchísimo a la grabación fue el máster de Demian Vizgarra, otro gran oído y alguien en quien confío.
Envidia es un proyecto personal con tiempos muy puntuales: hacés canciones y sacás algún material cuando lo sentís. En todos estos años, siempre se habló muy bien de Envidia, la gente que lo escucha siempre recomendó, la prensa tuvo muy buenas devoluciones sobre el proyecto.
¿Para vos qué es Envidia precisamente? ¿En algún momento quisiste que fuera algo más constante?
Es un formato bastante simple como para tocar en cualquier situación, esa fue la idea de armar algo distinto . Toqué mucho en inauguraciones y cierres de muestras, también me imaginaba tocando en un bar para borrachos o un geriátrico. Tocar con Envidia es como un viaje por muchas cosas que ya no están, es como una resurrección.
¿Qué planes hay para La sonrisa de los huesos en vivo?
Cuando salga algo voy a tocar, estuve a punto de hacer un vivo por Instagram pero me interesaría más tocar en vivo, igual voy a hacer uno como despedida del encierro.
Este fin de semana vuelven a la acción en vivo con Mujercitas Terror. ¿Qué sensaciones tenés con ese regreso?
Va a ser una gran fecha junto a Re Signados este sábado a las 22hs en Strummer, tenemos varios temas nuevos que vamos a tocar y que serán parte del próximo disco de Mujercitas Terror. Un año sin tocar fue demasiado, pero todo sigue.
Por Lucas Canalda
Foto de Renzo Leonard