Quiz > Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala
Cristian Wachi Molina nació en Leones en 1981. Es escritor, poeta y performer.
Escribe e investiga sobre literatura. Es docente en la Facultad de Humanidades y Arte.
Publicó los libros Blog (2011), Relatos de mercado en el Cono Sur (2013), Un pequeño mundo enfermo (2014), Wachi book (2014), Sus bellos ojos que tanto odiaré (2017), Tengo un tía policía (2018), Machos de Campo (2017) y Gerarda, la mutante (2019).
¿Cuál es tu humor por las mañanas?
Lo más parecido al silencio de las rocas y al rugido de una Bestia mitológica ante la presa si la obligan a hablar. Y con la percepción de una marmota que no puede regresar al plano de lxsdespiertxs por inercia corporal.
¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?
Fue como sodero con mi tío Gustavo. A eso de los nueve o diez años. Lo ayudaba a repartir en Leones, Córdoba, y a descargar bebidas de los proveedores en su galpón. Aprendí dos cosas: que los varones podían ser amables, como era mi tío, aunque muy bromista, y que ese trabajo no lo quería hacer toda mi vida. Ni nada relacionado.
¿Quién es tu héroe/heroína? ¿Por qué?
Storm, de los X-men. Siempre me encantó su condición afro y el poder asociado, que es el del control del clima. Además, Tormenta, ese nombre es, de por sí, mágico. Yo creo que ella existe en algún lugar del planeta y alguna vez nos vamos a conocer. Me encantaría tener sus superpoderes también.
¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a la poesía?
Yo me dedico a escribir, entre otras cosas, eso que seguimos llamando poesía sin saber qué es o, por lo menos, sin ponernos de acuerdo, por suerte, sobre qué es. Fueron varias cosas, pero siempre rescato dos. Una ligada a un recuerdo de infancia: mi madre encontró cartas de amor que le había escrito a mi vecina, mayor, de más edad que mi mamá, y ella no podía creer que yo las hubiera escrito. Estaba entre emocionada y en shock por lo que había leído. De alguna manera, siempre quise escribir para encontrarme con esa experiencia en los demás, entre el shock, el descreimiento y la incredulidad sobre lo que había escrito. Por otro lado, fueron las primeras lecturas de la adolescencia, impulsadas por una profesora a la que queríamos mucho, María Isabel Fruttero, de una escuela pública, las que me impulsaron aún más. Ya escribía para entonces, pero esas lecturas recomendadas por María Isabel, realizadas en las bibliotecas municipal o de la Escuela, fueron mis primeros encuentros dichosos con la literatura y la escritura, y la confirmación de que eso que hacía, era lo que quería hacer para siempre. Entre esas primeras experiencias, encontrarme con Sor Juana, Rubén Darío y con la mayoría de lxs modernistas latinoamericanxs y españoles también, fue algo que me enamoró de la poesía, como si esta fuera una energía que nunca dejó de fluir en mí, hasta hoy.
¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?
En los últimos tiempos cada vez más y, por eso, cada vez escribo menos allí lo que me interesa de verdad. Hay varias cuestiones que me abruman. Una, que la mayoría de lxs escritorxs en una red social, solo se quieran hacer lxs escritorxs para distinguirse del resto de la humanidad, nada nuevo, como siempre, jerarquizándose bajo un idealismo donde el hecho de escribir o considerarse artista, creen que lxs hace más importantes; es decir, como si usaran las redes para hacerse los diferentes. Entonces, tenés perfiles de escritores donde son las 24 horas escritores. Me aburre terriblemente y, además, me da miedo. Mirá si me convierto en eso. Hay que cuidarse de creernos seres especiales todo el tiempo, porque ha sido un mandato que está excesivamente internalizado en las artes, en la idea de artista y de escritor; y marca una posición verdaderamente elitista y aristocrática con la que no quiero estar involucrado; no escribo para eso ni por eso.Otrxs podrán hacerlo sin cuestionarse nada y no me opongo a que lo hagan. Lxs felicito si quieren sostener esa religión, porque mi agnosticismo lo impide.
Por otro lado, sobre todo en pandemia, hay un crecimiento exponencial del odio en las redes sociales. Y me angustia mucho. Ver cómo se agreden o atacan entre personas tras un usuario, no lo soporto más. En una charla con Gabi Cabezón Cámara, ella nos decía que había algo que las redes implicaban de por sí y es que te llevan a reaccionar todo el tiempo: lo primero que te piden es que reacciones con un me encanta, me gusta, me enoja, etc. Bueno, creo que algo de eso se acentuó cada vez más y que el poder político, pero también económico, saben aprovecharlo. Por eso cada vez replico menos cuestiones de política o entro en polémica por las redes; hubo un tiempo en que lo hacía con cierto fervor y hasta convencido. Ya no más. Entiendo que así no se lucha por nada, porque las redes son círculos de amigos que se leen entre ellxs, y que te hacen responder a una agenda que no es la que verdaderamente importa, la de nuestra vida. Entonces, si tengo que escribir algo, lo hago en mis textos, no en las redes sociales y, por supuesto, si tengo ganas. Ahí, cada vez menos. Porque han llegado a agobiarme en estas dos direcciones: en la consolidación de imágenes de escritores como seres superiores o distinguidxs de lxs demás; o por la reacción repetitiva a lo que los poderes de todos los estilos proponen como lo único pensable y, por ende, vivible. Hay que estar muy atentos para construir otro campo de intereses y deseos ahí, y es muy difícil. Sin embargo, creo que a los fines de sostener algunos lazos e intercambios sociales, las redes ayudaron a que mucha gente que está lejos pueda mantener el contacto. Y eso sí me interesa mucho, y no me abruma. Por ejemplo, gracias a las redes, mantengo una amistad diaria con Nadia Prado, o con Luz Rodríguez Carranza,que viven fuera de Argentina, o con mis amigxs de Buenos Aires, o de Córdoba o de Pueblo Esther, a quienes amo. Y también para promocionar mi trabajo es una herramienta muy útil, y no tengo ningún idealismo moralista ni purista con eso, como sí pueden tener otrxs, con todo su derecho. Yo no. Todo esto es lo que me importa de las redes sociales ahora. El resto es “pura” literatura y abruma.
¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?
Es algo inmanejable, en cierto sentido, la futuridad, aunque como plantean las teorías de la relatividad, si el presente es el punto cero del observador, es desde allí donde se proyecta un cono de futuridades. Tenemos una cultura construida en torno de la mesiánica idea del futuro que espera el advenimiento de Cristo, o la revolución, o el arte nuevo. La verdad es que esa temporalidad pre y moderna, tan dirigida hacia adelante, no me ocupa. Sí me preocupa cómo somos incapaces de construir un cacho de comunidad, de tener un poco de empatía entre todxs, de garantizar una vida más dichosa y amplia para todxs, en el mientras tanto, y no estas migajas de consumo redistribuidas que tenemos como sinónimo de placer, felicidad, goce, que nos conducen cada vez más a un apocalipsis. Me preocupan mucho nuestras imposibilidades de relacionarnos más afectiva e igualitariamente con lxsotrxs. En este sentido, se trata de cómo vivir juntxs, sin dañarnos, ahora, desde siempre y para siempre; es decir, en todas las posibilidades del tiempo, que afortunadamente no es lineal.
¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?
Enamorarme de heterosexuales. Nada me hace más culpable, pecador y merecedor de todo mal.
¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?
No puedo vivir sin ocio. Es fundamental. En cierto sentido, trabajo con el ocio y eso supone mucho tiempo para poder funcionar. La pandemia ha complicado todo nuestro mundo de una manera que pocxs pueden advertir aún. Tuvimos que dejar todas las actividades culturales ligadas al ocio en un segundo plano, siempre menospreciadas por la lógica de la productividad capitalista que no para de asfixiarnos, incluso, en medio de una experiencia tan horrorosa como esta. Y para nosotrxs que hacemos ocio, que vivimos el ocio y del ocio, se ha vuelto una realidad muy plana y dolorosa, angustiante, incluso, esta, donde lo esencial parece ser mantener la economía y la vida biológica, y nada más. La cultura se puede morir o esperar a que el capitalismo esté a salvo. Lamentablemente, el Elogio de la pereza de Lafargue no le ganó a El Capital de Marx, y seguimos pensando que el trabajo es lo importante, y en cierta medida lo es; pero no es lo central, salvo para la explotación capitalista. En realidad, lo que hay que repartir es el ocio y el derecho a la pereza también. Es decir, a tener una vida sin tantas preocupaciones y ocupaciones y plausible de poder ser disfrutada de otra manera, en ocupaciones no productivas. Quizá eso suponga menos horas de trabajo para todxs, que puede ser un modo de generar más puestos de trabajo, de repartirlos más y, en paralelo, aumentar nuestro tiempo de ocio.Sería un modo de salirnos de la lógica del sacrificio capitalista, para sumergirnos en otra más distendida y amena: en una comunidad dichosa, ociosa.
¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?
Nunca tuve una posición negativa respecto de la industria cultural ni de la cultura masiva. Por ende, no considero que realice consumo irónico. Hay productos de esa zona de la cultura que me interesan mucho, como las telenovelas, las series, los reality show y los programas de espectáculos. No existe esa división tajante entre cultura masiva, popular, o artística. Al contrario, están todo el tiempo cruzándose, incluso aquellxs que requieren sostener esas divisiones, no pueden eludir tratar de diferenciarse sobre lo que miran con desprecio. El consumo irónico, si bien no descarta lo masivo y popular, tiene el límite de ubicarse todo el tiempo como superior de aquello que consume y habla; y presupone sostener las diferencias culturales de modo rígido y estereotipado, aunque sea en chiste. No me interesa mucho, a mí, ese modo de pensar las cosas y, por ende, de vivir.
¿En algún momento sentiste paranoia sobre los algoritmos?
Nunca. Soy consciente desde siempre que la inteligencia artificial, en que se sostienen las redes o los consumos de Internet, está mediada por un velo que te encierra en un círculo. Nada muy diferente a lo que ha hecho el arte encerrándote en un grupo de pertenencia único. El problema grave que veo ahí es confundir eso con la realidad. Espero que no me suceda.
¿Cuáles eran tus principales desafíos cuando empezabas a escribir?
Entregarme a esa experiencia, pero sin someterme a la lógica de lxs maestrxs – discípulxs, que terminan armando cortes alrededor, ni a las hegemonías culturales situadas en los espacios donde interactué. “Sin someterse” no significa no leerlas, rechazarlas, ni alejarse, ni siquiera oponerse ni resistirlas. Implica poder tomar distancia crítica sin fascinación y, sobre todo, atender al deseo y a la escritura que es en vos, sin dejarte absorber por la maquinaria cultural poderosa de las coyunturas y sus grupos. Supone una posición escéptica ante lo que te proponen esas hegemonías, y nunca de discípulo, aprendiz o estudiante que debe incorporarlo todo, seguir todos los mandatos con el objetivo del éxito seguro,si no atender si hay algo de allí que tiene que ver con tu escritura, o no. Tampoco asumir la posición de maestro, que no es simplemente dar clases, se pueden dar clases sin ser maestro; es decir, encarnar un modelo virtuoso a seguir. Nada más horrendo que disponer tu vida a formar cortes alrededor que se inclinen y te alaben, otorgando premios y castigos paternalistamente. Desde siempre me interesó garantizar un espacio lateral, el cuartito del fondo, aunque eso implique más pérdidas que ganancias, en términos simbólicos y económicos, porque toda nuestra cultura está jerarquizada. Si lo pudiera resumir sería: cuidarme de lo que parece el boom del momento siempre, de lxs maestrxs y estudiantes,de las cortes del arte, de los grupos con intereses de poder y ver qué hacer con eso; en todo caso, lidiar con eso sin reproducirlo y apostar por comunidades (y no grupos). Es decir, formas transitorias de estar en común, sin ser comunes, en una tensión que no permita lógicas binarias de poder del tipo Amo-esclavo; Maestro-discípulo.
Sin deseo no hay poesía: ¿cuándo tuviste claro tu deseo?
El deseo se impone. No sé si hay un momento. Creo que hay varios. Pero en mi caso, la poesía es algo que hinca en el cuerpo, en la carne, con una energía desbordante que no se puede manejar cuando sucede, sino que te maneja. Eso me pasa. Eso es lo que llamo deseo. Después uno puedo trabajar sobre lo que salió de ese cuerpo, de esa energía punzante. Pero sin eso, no escribo. Y es lo único que puedo tener claro en relación con esto.
Para la mayoría de lxs poetas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu propio desarrollo como artista y la transición hacia tu propia voz?
Como les decía antes, el primer contacto con la poesía fue en las bibliotecas de mi pueblo, Leones. Y de ahí seleccioné, muy particularmente, los poemas de Sor Juana y de los modernistas. Incluso los poemas de Borges, de Lorca y de Machado. Nada más irreconciliable que esas poéticas. Me gustaba mucho, también, Juan Ramón Jiménez. No conocía autores del presente, ni contemporáneos. Más que dos poetas del pueblo, Ardiles y Rescia. De este segundo sigo leyendo su obra como una voz singularísima en la poesía argentina. Así que mis inicios fueron, no con la poesía contemporánea argentina, si no con la modernista y la latinoamericana, así como la española, y la poesía de los escritores de Leones. Por esos años estuve muy obsesionado con aprender métrica y formas de la poesía tradicional. De hecho, escribía con formas métricas y hasta componía sonetos. Partí de ahí, de ese repertorio pobre y escolar del campo, en el que hacía poesía desde el closet, usando una segunda persona neutra cuando se trataba de algo relativo al amor, donde el género del amado no estaba claro. Lorca había sido clarísimo en esta poesía del closet. También había en esas lecturas una idea muy pequeña de la poesía que, advertía, había que desarmar.
Luego, cuando llegué a Rosario, se me abrió un mundo absolutamente desconocido. Uno de los primeros contactos hermosos fue Mercedes Gómez De La Cruz. Esa poeta-vedette que en ese momento estaba presentando Soy Fiestera. Una performer increíble, ineludible. Empecé a leer mucha poesía argentina, al tiempo que rodaba por todos los ciclos de lectura que podía. Yo no leía ni quería participar mucho en esos espacios; de hecho, fue recién en 2007 que empecé a leer en ciclos con cierta frecuencia. Es decir, siete años después de que llegué a Rosario. En ese tránsito, había leído una biblioteca más contemporánea, compuesta por poetas de las vanguardias argentinas, así como por esos otros con los que me iba cruzando en ciclos y que me empezaban a encantar. Al principio, al festival no iba, porque siempre me parecía un evento demasiado importante para el cual no estaba preparado. Y al mismo tiempo, observaba que, en los años 2000, con raras excepciones, poetas de Rosario que se hicieran cargo de la cuestión disidente en su poesía, había pocxs, y no estaban invitadxs al festival tampoco. Entonces sentí que era imperioso salir del closet de la escritura. Y me acerqué a quienes pude, como a Gabby de Cicco o Maia Morosano. Ahí creo que empezamos a armar una pequeña comunidad de amores escriturales. Y le niñe que escribía poesía con metro, fue probando nuevas variaciones en ese derrotero. Que son eso, variaciones poéticas las que escribo, más que pensarlas dentro de la idea de un proyecto unificador hacia el cual dirigir toda la escritura. Al contrario, una escritura viva y en vivo se fue imponiendo, creciendo acá, largando unas ramas para un lado, otras hacia la dirección contraria, volviendo a descender al suelo y decreciendo en otros momentos. El aprendizaje más cabal fue desarmar –de mi cabeza– esa idea del proyecto tan omnipresente en la poesía de esos tiempos, hacia el cual se suponía que debía reconducirse toda una escritura. Lo fui descubriendo en su devenir y me dejé ser por la escritura. Por último, mi voz no es mía, sino un entramado de voces que se dejan oír en ellas, y que van desde estos derroteros a otros que sigo o/leyendo actualmente, como las escrituras queer contemporáneas, hasta los programas de tele, canciones, películas y series que sigo con entusiasmo.
El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?
Hubo dos momentos de tal devenir en que eso que no es un propósito en sí mismo, me atravesó. No pienso en términos sartreanos de compromiso; no es lo que me interesa de la escritura: que la y me comprometa a algo. Pero si eso adviene hincando la carne, no me niego con una ética del control télica que obture una potencia. Y ocurrió. La primera vez fue en la escritura de Un pequeño mundo enfermo. Ese libro es el resultado de una lucha histórica que se dio en Leones por las cerealeras que atraviesan toda la ciudad de este a oeste y por las fumigaciones agrícolas que estaban sin reglamentar por entonces. En 2010, lxs vecinxs de Leones coparon durante tres meses las sesiones del Consejo deliberante, exigiendo el traslado de las cerealeras de manera urgente por una serie de problemas generales de salud. Era algo que, con unos amigos de un periódico local, nos venía preocupando desde hacía un tiempo. Entonces se dio una articulación ahí con Mariano Garrone, Julio Llabrés, a partir de la cual intervinimos de distintos modos. En mi caso, a partir de cartas al lector o al intendente: en una de ellas le envié al Intendente una caja de salbutamol para que entendiera el problema en concreto que nos había afectado la salud a muchxs. Y en paralelo escribí Un pequeño mundo enfermo, que fue un modo de dar respuesta en la escritura a eso que nos estaba pasando. El libro fue editado por la Bola Editora y, además de una proliferación de palabras que se van apoderando del libro como el cáncer, lo acompañamos con postales del campo y de las cerealeras. Esa experiencia fue corporalmente arrasadora porque en ese librito estaba todo en juego lo que en el presente sigue siendo una lucha política: el ecocidio en diferentes frentes que se viene llevando a cabo en democracia. Lo que me llevó a pensar y a escribir sobre nuestras siniestras articulaciones con lo viviente. Algo que aún no termino de procesar e imaginar. Por ende, no se trata de compromiso esa ética, sino de una entrega a la experiencia y a la lucha política cuando estas se convierten en intempestivas.
La segunda vez fue en las performances que se fueron dando con la aparición de Machos de Campo y de Poesía Molotov. Ahí, la escritura, entiendo, problematizó la cuestión de la disidencia sexual en el campo, por un lado, y la irrupción y explosión de los feminismos y disidencias de los últimas décadas como un proceso de proliferación incesante que, si bien tiene sus precedentes, hoy no para de multiplicarse, resistiendo a una idea de la poesía meramente centrada en la persecución de una novedad estilístico-retórica, solo de orden esteticista (esto no implica que lo estético no importe, si no que no es el centro que motoriza una escritura, lo único que importa). Y eso es lo distinto: de lxs disidentes aisladxs a la emergencia de comunidades disidentes que no paran de escribir y multiplicar los modos en que la poesía puede pensarse y definirse, no centrados en las hegemonías formalistas, lingüístico-comunicativas, esteticistas, sexoafectivas o retóricas que sostuvieron la escritura hasta no hace mucho tiempo.
¿En todos estos años pudiste aprender ejercicios o formas para lidiar con la procrastinación? ¿Qué haces cuando te sientes atrapado?
Para mí es fácil. No escribo. No lidio en contra de la procrastinación. La dejo ser. Si la escritura es también deseo, no hay posibilidad para ella si no tenés ganas. No terminar un trabajo, prolongarlo, o dejarlo inconcluso, no es un problema para mí. Como dice Camila Sosa Villada en El viaje inútil, si no hay deseo, no hay deseo y, por ende, lo que salga será algo apagado, sin potencia, si me obligo a escribirlo. Si no tengo ganas de escribir, duermo, o me voy al parque a jugar con mi perro, y chau.
Como lector identifico a Wachi Molina con la poesía pero también con una fuerte tonalidad perfomática que fue ganando protagonismo en los últimos años. ¿De qué forma empieza esa evolución? ¿Hay una idea u objetivo consciente en ese tono performático o es un riesgo siempre abierto?
Así como eso que no era meramente poético, la performance también me encontró. Cuando vine a Rosario, estaba ya pensando, de alguna manera, una rearticulación de lo poético con la puesta en voz y la teatralidad o, incluso, el espectáculo, algo que no era una novedad, pero que la lectura silenciosa de la modernidad nos había robado, confiscado o, por lo menos, pasado a un segundo plano. Había experiencias contemporáneas y previas en Rosario: Mercedes Gómez de la Cruz, Eveling, Poesía espectacular, las lecturas de Beatriz Vignoli o las performances que se organizaban en los noventa, entre las que participaron Marcelo Cutró o Andrea Ocampo. Ni hablar de las que se daban en el marco del festival, o las que se estaban dando a nivel nacional y que podíamos acceder por Internet pos 2001, que tenían una temporalidad más amplia. Sin embargo, por entonces, las desconocía a casi todas, excepto a las de Mercedes.
Recuerdo una presentación de La novela de la poesía, de Tamara Kamenzsain, en Oliva libros, creo que fue en el año 2013, en la que ella señalaba que para su generación, leer poesía era casi un pecado hecho sobre el texto escrito, una actividad cargada de valores peyorativos. Y que eso había cambiado en el presente, que poner en voz el poema se había ido convirtiendo en tan central como la escritura, o la lectura silenciosa. Creo que Tamara estaba indicando algo: cómo la puesta en voz del poema había sido durante mucho tiempo una actividad menor, desplazada, que ahora estaba comenzando a emerger con potencia. Es decir, mientras la lectura silenciosa hegemonizó durante una larga duración moderna las valoraciones relativas a lo poético, eso estaba moviéndose, cambiando. Y, de alguna manera, definía lo que yo venía intuyendo y trabajando y que quería, efectivamente, que fuera cambiando porque me interesaba, pero también porque entiendo que recuperar la puesta en voz, en todas sus formas, es un modo de hacer de la poesía una actividad fuera de los elitismos tradicionales que le permite hacer recorridos más transversales y no solo en los espacios encriptados en los que siempre estuvo. Es volver a hacer más público al poema, no solo algo íntimo en la lectura retraída, silenciosa. Y eso no implica que el libro haya perdido valor, al contrario, en esas puestas en voz, gana más valor, más allá de lo escrito y desde lo escrito que porta. Porque, entiendo, esa performatividad, al menos para mí, debe atravesar la escritura del poema y estar traspuesta por la escritura también, o si no carece de sentido. Hay una ida y vuelta entre escritura y puesta en voz que complejiza lo que puede entenderse por poema o poesía, y los redefine. Por supuesto que esto lo pienso ahora, mañana la escritura puede hacerme experimentar otra cosa. Estoy abierto a que suceda.
Siempre sentiste desconfianza del academicismo y supiste dejarlo en claro a través de tu obra. Pensando en este QUIZ me pregunté: ¿Se trata de una desconfianza para con la academia en sí o más bien es una reacción y distanciamiento para con el canon estético que se forjó en la ciudad y en la provincia por casi tres décadas?
No puedo afirmar tajantemente nada, porque no entiendo de política, diría Leandro Barticevic; así que niego todo. Soy inocente.
De todos modos, sí quiero advertir algunas cuestiones. Yo trabajo en la Universidad pública, donde doy clases y donde formo parte de un Instituto de Investigación. Por ende, definirme antiacadémico es un poco complejo; yo nunca me defino en esos términos. Soy universitario. Sin embargo, no sé por qué lxs lectorxs me leen desde allí. Creo que lo académico y lo antiacadémico es una dicotomía que termina funcionando como clisé. Tenemos una academia de Letras de Buenos Aires que no corta ni pincha, más que para dar algún premio cada tanto, que no es la Universidad de Buenos Aires de calle Puán, donde se estudia Letras, ni la Facultad de Humanidades de Rosario; dos universidades que no tienen la misma perspectiva ni en sus planes de estudio ni en sus derroteros críticos sobre qué es la literatura. Y si identificamos la academia con la Universidad, creo que estamos en problemas: porque en la universidad pública acceden a la cultura hijxs de changarines y porteras, como yo, que no tenían ni biblioteca y que no podrían haber accedido a nada de otro modo, o a muy poco. La Universidad pública en Argentina no puede delimitarse como la academia, como si viviéramos en Europa, donde estas sí funcionaron como órganos de control de las monarquías y el Estado, persiguiendo a artistas durante un largo tiempo, trazando zonas de inclusión y exclusión. Por ende, decir académico, de modo peyorativo, y equipararlo a universidad pública, en Argentina, está flojo de papeles y es muy derechoso y europeísta. Por otro lado, en la universidad conviven perspectivas de las más diversas hoy, y hasta contradictorias entre sí. Ahora, si lo académico es un modo encorsetado de escribir, entonces quizá por eso me tilden de“antiacadémico”. Pero no sería el único en ese caso y muchxs de lxs escritorxs que pasan por la Universidad o que estudian allí deberían pensarse“antiacadémicos”también. De todos modos, insisto, esos términos no me convocan, siempre fueron dados por otrxs, y siempre los cuestiono. En todo caso, me interesa criticar esas dicotomías tan simplistas y tranquilizadoras, donde anidan diversas estrategias de poder convencional para enfrentar a unxs escritorxs con otrxs.
Respecto del segundo punto, en todo caso, no adhiero a algunas hegemonías de la Universidad, que son consonantes, a veces, no siempre, con otras sobre las artes y la escritura que se forjaron también en la ciudad, bajo la gestión socialista, con sus artistas y escritores gestores y promotores, que fueron cerrándose y cerrando la gestión de lo público cada vez más sobre estereotipos estéticos marcados.Y no me opongo, que quede claro, a la articulación entre el Estado y lxs artistas, que sí debemos reconocer como marca de gestión cultural fuerte de las últimas décadas. Pero quien no quiera ver ni cuestionar lo realizado, o se niegue, probablemente es porque haya sido parte de esa operación cultural. No hay ningún crimen en haberlo sido, pero negarla es parte de una estrategia desde una posición de poder. He leído notas recientes, donde algunxs no quieren que se hable de grupos y desacuerdos.Revisten la discusión de superada cuando siguen haciendo un juego de poder grupal que los deja en el mismo lugar privilegiado. Lxs disidentes sexoafectivxs no formamos partedurante mucho tiempo de esas políticas culturales. Ahora que son todxs deconstruidxs y diversxs, hubo algunos movimientos, por prepotencia del tiempo histórico; y a veces, nos convocan a algunas cosas aisladas. Pero esa cultura generó un estereotipo cultural de lo rosarino, que sigue operando, y donde nosotrxs no estamos, sino solo quienes responden a un modo estético de concepción de la cultura más o menos compatible. Y se dan paradojas. Porque, por ejemplo, en literatura, se oponen al Boom Latinoamericano,escudados en figuras de escritores prestigiosos, pero funcionan como tal desde la promoción de un canon rosarino que venden a nivel nacional, editorial,universitario e internacional; que se encargan insistentemente de promocionar y que responde a una idea restringida de lo cultural o relacionada con preocupaciones y criterios de grupo, bien estéticas. Desencajo de esa hegemonía que incluye a unxs y excluye a otrxs, en una gestión pública, no en la conformación de una literatura personal o de grupo, al fin de cuentas, cada unx puede hacer lo que quiera allí. Pero lo público es de todxs o debería aspirar a eso. Tiene que ver con esa ética del vivir juntxs de la que hablábamos antes. La ética de gestión cultural pública de los últimos años fue un vivir solo con algunxs elegidxs y ungidxs de pertenencia a una estética. Y aclaro, cuyos artistas nucleadxs no son un problema: por qué no van a estar ahí, si es un derecho que el Estado se ocupe de ellxs. Hasta que quieran mantener esa política, bajo promesas de paz y amor, no veo que sea un problema. La cuestión es que se hace de esa perspectiva grupal, una gestión pública, que debiera tender y ocuparse de casi todo lo que se produce, y no solo de una o dos líneas estéticas.Es decir, la línea estética deviene una línea de política cultural con sus exclusiones e inclusiones. Al menos, eso no es lo que sostengo como modo de gestión pública y cultural diversa. De modo que no voy a dejar de criticar ese tipo de gestión porque lo que se juega allí es la posibilidad de vivir una cultura no encorsetada en determinados parámetros, en la que entran algunxs y otrxs quedan afuera. Nos compete no repetir ese modelo tan común a las historicidades literarias. Ojalá lo logremos y podamos abrir el juego a otras posibilidades, no solo de literatura, sino de arte, de gestión y de crítica cultural. Tenemos que inventar ese modo; uno más generoso y amable, abierto a una pura potencialidad siempre, porque, al fin de cuentas, qué es el arte si no también una multiplicación incesante de lo sensible.
Como poeta vos conociste una Rosario donde la visibilidad queer en la poesía era casi nula. En los últimos años, una nueva generación apareció y encontró protagonismo en un camino que vos supiste transitar: laburo autogestivo, performance, una disrupción del canon político vigente, militancia.
¿De qué forma te relacionás con esas nuevas generaciones? ¿Qué se siente ver que ese camino que para vos fue resistencia hoy está poblado y con un deseo por cambiarlo todo?
Es cierto que cuando llegué a Rosario me costó mucho encontrar voces fuera del closet en la escritura y en una relación más autogestiva. A mí también me llevó años salir del closet, porque había morales literarias muy fuertes que cuestionaban que escribieras a un chongo, porque eso no le interesaba a nadie, según ellxs. Pero entendí que así no se podía seguir, y la cultura no siguió así, afortunadamente. Hoy estamos con lxs pibxs leyendo en las plazas, en los espacios del under, y también en la residencia del festival, o en una protesta de la universidad en la vía pública, o en un seminario de posgrado de otra ciudad. Con muchxs nos estamos cruzando todo el tiempo en ciclos y festivales, en espacios del centro y en otros absolutamente marginados y marginales, en las manifestaciones previas a la pandemia, en actos políticos, o donde me invitan y donde invitamos a otrxs, incluso a quienes son o fueron parte de la hegemonía cultural. Y cada día conocemos más y más escritorxs tortas, trans, gordxs, putxs, bi, heteros, no binaries, omni y pan sexuales, neoclasicistas objetivistas, pos objetivistas neoclásicos, barrocos, barrosos, pos barrosos, minimalistas, excesivos, epifánicos, culteranos, populares, inclasificables, queer, oficiales, disidentes, etceterita ,como diría Pizarnik. Me interesa esa explosión multiplicada porque entiendo que sí están –estamos haciendo- una diferencia cruzando todos esos espacios y desarticulando, conjuntamente, todas esas jerarquías y divisiones previas; algo que antes no sucedía de esta manera tan efervescente y donde lo rosarino era un estereotipo esencialista insalvable (en algunos casos sigue siéndolo). No dejamos de cruzarnos fuera de la ciudad con otrxs en otras coordenadas que ya no implican ninguna barrera ni delimitación territorial o de pertenencia dura, salvo algunxs que quieren seguir funcionando como grupo cerrado y no en permanente devenir y apertura hacia lxsotrxs. Ojalá cuando termine la pandemia podamos encontrarnos a tomar algo en un bar o en la calle, o en un viaje. Recuerdo que en algunos encuentros en un ciclo de la Casona Yiró, unas poetas hasta llevaban licores artesanales que terminábamos tomando ahí, en la plaza o en la calle. Eso se extraña. Pero ahí está parte de lo que la comunidad de disidentes queer que emergió en estos años puede afectiva y poderosamente: inventar poesía y licor, y compartirlos. Están invitadxs a beber y a escribir o leer con nosotrxs, siempre, incluso aunque no estemos de acuerdo. Los prejuicios nunca fueron nuestros, sí las diferencias, con las que aprendimos a convivir.