En una jornada repleta de color y disfrute, el primer volumen del BRODA Festival confirmó la relevancia del ciclo como el principal satélite magnificador de una nueva escuela musical rosarina.
After movie + cobertura exclusivas de RAPTO
Luego de meses de planeamiento silencioso y semanas de expectativas altas finalmente se realizó el BRODA Festival en el Anfiteatro Municipal Humberto de Nito. Fue una prueba de fuego para el ciclo que durante 2020 irrumpió durante el confinamiento proponiendo una ventana de diversidad estética. En una jornada repleta de color y disfrute, el maratón audiovisual congregó artistas, realizadorxs y público en una postal de cercanía que rompió los protocoles virtuales. La impecable realización ratificó la relevancia ganada a lo largo de 18 meses de trabajo dedicado y confirmó que se trata del principal satélite magnificador de una nueva escuela musical rosarina que se nutre de heterogeneidad, deseo, camaradería y aprendizaje.
El festival fue el martes 7 de diciembre en un anfiteatro customizado para la ocasión. El line up estuvo integrado por Joako22, Manu Piró, Chulimane, Shanti, Kavará, Fasciolo + Nasir Catriel, Mutu, Señores Vuelan, Agustín Perez, China Roldán + Ana Lola, Cinturón de Bonadeo, Fermín Sagarduy + Dez Moabit y Amaru. Además hubo apariciones sorpresas de Ayelén Beker, Nico Chiocca (Groovin Bohemia) y Pano Benicasa (Joystick), entre otrxs.
El festival funcionó como una prueba piloto que, a priori, sugería varios interrogantes:
-¿La robusta comunidad generada a partir del canal de youtube de BRODA podría traducirse en un reflejo tangible y palpable en la vida real?
-¿El disfrute en repeat desde la comodidad del smartphone, la televisión, la tablet o la computadora podía plasmarse en venta de tickets?
-¿De qué forma se trasladaría la apuesta estética característica del ciclo hacía la enormidad del anfiteatro?
– ¿La heterogeneidad musical podría salir airosa en una jornada extensa con 35 artistas pasando por el escenario?
-¿Cuán real es la previamente mencionada comunidad que se construyó alrededor de BRODA y cómo funcionarían los lazos tendidos hacia la escena groovera, electrónica, trapera y popera?
Las respuestas aparecieron. Algunas se manifestaron de manera contundente. Otras llegaron de formas casi conspicuas, zigzagueando entre tanta información y desfile de nombres y propuestas.
El rango del festival permitió un maridaje entre el virtuosismo de China Roldán, Ana Lola y toda la banda de Agustín Peréz con la experimentación instintiva de Dez Moabit, el perfeccionamiento lírico (siempre sobre el papel) de Joako22 y el ímpetu espontáneo del Barfeye guitarrista. Además, el festival cobijó la sensibilidad neo soul de Kavará, posibilitó la crudeza abrasiva de Chulimane y permitió a Fasciolo seguir escalando hacia ese lugar que pronto lo verá estallar.
Entre tanto, algo es seguro: el festival ratificó a BRODA como la principal antena amplificadora de una nueva escena regional que rebosa de diversidad y elude cualquier intento de encasillamiento prejuicioso basado en lenguaje, sonidos, edad o corriente formativa.
El romance que comenzó el año pasado, en plena época de encierro y distanciamiento, pasó la prueba presencial, rubricando su relevancia. Fue algo más que un encuentro: demostró que la calidez humana que posibilita cada una de las sesiones podía transmitirse en directo, ante la mirada de la gente. Asimismo, la música (esa data tan mentada que se transformó en sinónimo del ciclo) confirmó ser todo lo que emergía por los dispositivos móviles por los que viaja BRODA. Llegado el momento, músicos, músicas y músicxs probaron estar a la altura de las circunstancias, entregando un desempeño impecable con emociones que irradiaron desde el escenario. En gateras para un 2022 que promete mayores aventuras, el ciclo creado por Nymbus, Fango Films y Mariscal Media, acepta el desafío que está por llegar.
EL CAMINO
“¿Piedras en el camino? Las guardaré todas. Un día construiré un Castillo”, escribió hace más de cincuenta años Fernando Pessoa. Viajando a través de las décadas, la sensibilidad del poeta portugués parece definir una virtud que supo desarrollar la escena independiente rosarina luego de décadas de supervivencia, frustraciones y un maravilloso empecinamiento en decir acá estamos y no vamos a desaparecer. En los últimos diez años la supervivencia y la frustración evolucionaron hacia algo más preciso: una lucidez que dejó de lado el acto repetitivo de chocar la cabeza contra la pared, optando por organización colectiva, horizontalidad y gestión.
Principalmente, lxs protagonistas actuales tuvieron perspectiva de los errores del pasado, optando por generar senderos diferentes: aprendiendo sobre gestión y enfocándose en los engranajes del sistema para entenderlo, abrazaron un entendimiento del artista como un trabajador más. Desde ahí, lentamente, construyen. No buscan erigir un castillo, más bien esperan lograr un circuito más equilibrado.
El mapeo de construcción y resistencia del 2021 tiene varios puntos destacados que deben precisarse en la bitácora antes que se pierdan en la vorágine informativa de cada día. Temprano en el año, el MUG se despachó con un anfiMUG, el primer copamiento independiente del 2021, la bandera que llegó y avisó que los de atrás vienen conmigo.
También durante la temporada de verano, hubo fiestas con música en vivo que se repartieron entre el parque Scalabrini Ortiz (ya rebautizado ScalaBritney) y el parque Urquiza. También los hubo cerca del Monumento y el MACRO. Con avisos casi espontáneos, los encuentros combinaron lectura de poesía, DJs y bandas. La gorra fue suficiente para solventar los gastos técnicos y hasta dejar alguna ganancia para las almas responsables de la movida.
La modalidad espontánea fue prendiendo. De repente, otras iniciativas se arriesgaron logrando algo similar en otros puntos de la ciudad. Con las olas pandémicas yendo y viniendo, hubo que encontrar la forma de seguir. No solo por la necesidad vital de parar la olla: la expresión artística como sustento de salud mental en tiempos complejos se volvió fundamental. Si Jurassic Park le enseñó a cuatro generaciones que la vida se abre camino, el periodo 2020-21 nos dejó saber que el arte hace lo mismo.
Los correderos espontáneos y clandestinos se volvieron fundamentales para mantener el fuego vivo. También para salvar unas cuantas vidas peligrosamente cerca del corchazo. Por supuesto, se torna difícil echar luz sobre el circuito de clandestinas: sobran vigilantes en la Rosario actual. Por eso, pasemos a otro punto.
En el invierno, Gay Gay Guys y Jimmy Club, dos bandas de música rock, metieron un sold out del Galpón de la Música simplemente valiéndose del boca a boca. Sin productoras privadas de su lado. Sin managers a cargo de los detalles. Casi sin prensa. Mientras muchos se apresuran a enterrar al rock, dos bandas laburantes metieron una patriada que obligó dos veces a sumar ubicaciones.
Con el arribo de la primavera, el panorama fue algo más estimulante. Volvieron a proliferar los encuentros al aire libre. Algo había cambiado: el Estado se sumó a la tendencia proponiendo (tanto Muni como Provincia) actividades varias.
Orgullosa Itinerante fue otro ciclo que salió al ruedo logrando encuentros donde poesía, performance y música (DJ y bandas) se combinaron junto a una respuesta contundente de la gente. Micelio logró una visibilidad rotunda tanto como colectivo agitador como espacio posibilitador. Además de las múltiples actividades que albergaron salieron al encuentro, poniendo manos a la obra, acercando al Concejo un anteproyecto para la Ordenanza de Espacios de Trabajo Cultural.
Bien entrada la primavera el MUG volvió al anfiteatro proponiendo psicodelia para el pueblo. De nuevo, la empresa resultó satisfactoria. En los primeros días de diciembre hubo otra parada importante: Groovin Bohemia en el hipódromo, un ritual único que dejó en claro que la mística del grupo no se corroe con el tiempo ni por la inactividad. Golazo.
Es menester atender los episodios que anteceden al BRODA Festival en 2021. Por supuesto, existieron muchas iniciativas que aquí no fueron mencionadas porque no se trata de un relevamiento sino de apuntar como la gesta independiente sobrevive mientras va adaptando nuevos hábitos de consumo cultural y de ocio.
Es innegable que un conjunto de procesos socioculturales (crisis económica, pandemia, desempleo, bajón generalizado) marcaron una tendencia de cambio en la cultura rosarina.
Mientras que en comparación con la industria hegemónica del entretenimiento siguen siendo expresiones minoritarias, las nuevas corrientes autogestivas empiezan a forjar poderosos canales propios, demostrando la posibilidad de un circuito cultural sustentable que genere cientos de puestos de trabajo en la región.
2022 llegará con la confirmación que la producción local encontró sus canales amplificadores, algo largamente esperado en una ciudad que alcanza el millón de habitantes, pero que tiene una falencia en medios de comunicación especializados que sepan capturar las expresiones emergentes desde una misma frecuencia.
CERO
Dez Moabit + Sagarduy inauguran el escenario pasadas las 19hs. Salen al ruedo cuando el sol todavía está arriba. Su propuesta es entablar una diálogo midi. Encorvados sobre sus maquinitas, el set experimental responde únicamente a sus caprichos. La música se deja disfrutar mientras las ubicaciones se van ocupando de manera cansina.
La dupla casi no levanta la mirada de sus instrumentos. Están en su viaje. Lo disfrutan mientras, a sus espaldas, su inmersión sintética se proyecta para el público.
Además de la parafernalia de iluminación especialmente reforzada para la ocasión, la producción de BRODA imaginó una vuelta a la típica pantalla cuadrada, montando cuatro tótems. La intención fue que luces y pantallas jueguen en conjunto, usando las pantallas como fuente de luz y color, generando siluetas en lxs artistas.
Luego de la dupla, empieza un desfile de músicos y músicas que componen la extensión del universo BRODA. Hay dos backing band preparadas para acompañar actos de rap, R&B, neo soul, trap y algo de jazz. Son la espina dorsal de un puñado de músicxs que combinan diferentes sensaciones. La idea es potenciar lo mejor de cada propuesta.
Los grupos están integrados por talentos que le pusieron data a diferentes temporadas del ciclo. El primero cuenta con Coti Sheridan en teclas, Cofran Olima en bajo, Lautaro Canals en batería y Guille Petracco en guitarra. Más tarde llegarán Valentina Solé en viola, Maite Belén en bajo y dos jefas todo terreno: China Roldán en teclado y Ana Lola Vélez en batería, quienes hacen sus propias canciones, además. En el sonido dos autoridades: Guille Palena y Jorge Ojeda.
Kavará y Shanti son casi unas pioneras de la jornada: salen al escenario irradiando complicidad entre ellas, pero tienen el deber de trazar un vínculo con el público, de acercar. Entre rimas y R&B, se lucen de manera individual con sus canciones para después ir tirando paredes (en inglés y en castellano).
Las cadencias las acompañan bien: son el ropaje necesario para dos cantantes y MCs con la capacidad de ser tan picantes como vulnerables. Ambas te energizan con la misma facilidad con la que te desarman.
Si de rimas se trata, el jovencito Joako22 llega con munición gruesa y espíritu de escritor. Cada palabra que sale de su boca tiene una finalidad. Es rap consciente de su lugar en el mundo: evitando la obviedad de la literalidad, presta palabra de un mundo que corre demasiado veloz sin demasiada posibilidad de disfrute.
Con la banda nunca bajando el pulso, la tarde va oscureciendo. Con el inminente arribo de la noche, toda la puesta se vuelve de un azul peligroso, anunciando la llegada de Chulimane.
De negro profundo y maquillaje de thunder eyes, Chulimane es recibida con el agite de la gente. Camina con la actitud de una frontwoman consumada y bien segura de quién es. Paradójicamente, es la primera vez que toca en el anfiteatro y su debut junto a una banda.
“¿Vamos a pudrirla un poquito?”, desafía frente al micrófono. Tiene poder y lo sabe.
Sus rimas son explosivas y están listas para cualquier formato. Acompañada de su socio Dagger o con banda, siempre ataca. El festival no es la excepción: la descarga eléctrica bajo las luces azules es pura potencia y en menos de 12 minutos deja el escenario encendido. Es un fuego excitante que desafía la clasificación fácil: es punk, es trap, es death, todo eso y más.
El primer bloque con backing band se prueba exitoso. Tanto ensayo y perfeccionamiento valió la pena. Hay piel. “Me sentí más lista que nunca al momento de salir”, cuenta Kavará -aka Agustina Bravo- luego del show. “Estuve feliz y sigo extasiada de ver la devolución de la gente. Nunca había sentido tantas voces al unísono. La respuesta del público era tanta que se sentía en el cuerpo. Mágico”, señala.
Shanti Bustos, por su parte, comparte: “Cuando subo al escenario del anfi y encuentro que la gente me hace el re aguante pienso ́GRACIAS´. No dimensiono en ese momento, pero sí después cuando los escucho y me escriben, quedo impactada por lo que sucede. Qué hermoso contagiarse de eso”.
“Estuvimos un mes preparando los temas”, explica Kavará. “Lo bueno que ya nos conocíamos con algunxs músicxs, previo al festival. Además se sumaron nuevos. Eso es lo bueno de BRODA, te saca de lo tuyo, te ubica en un lugar distinto. Son todos unos animales. Te dan seguridad de tan estudiosos que son”.
LA NOCHE
Agustín Peréz mete un mood inmersivo con toda su banda. Cantando acompañado de su teclado setea todo para lxs amantes del virtuosismo presentes. Hay una sensación especial para con Pérez: se siente que juega de local ante tantos buscadorxs de data. Su banda no lxs decepciona, especialmente con un Diego Piwi Savioli finísimo en la guitarra.
Del virtuosismo de Peréz al de China Roldán, hay un cambio fundamental: la canción toma un protagonismo central. La China cuenta con hinchada propia que reclama canciones. Piden las nuevas, también las viejas. Ella se ríe, dándolo.
Cuando sus compañeras Valen Solé y Maite Belén toman su lugar en el tablado se forma el segundo Megazord de la jornada. Además se une Milo, beatmaker y productor.
La China anuncia a Mutu, que es recibida entre aplausos. De vestido y guantes blancos, uno de los talentos más jóvenes de la grilla, no pierde el tiempo en sentirse intimidada ante el público. “Alta backing band, cheee. Aguanten las pibas”, agita ante el mic. La respuesta es inmediata y Mutu arranca. La impronta sorprende por ser más rockera de lo esperado. Con la base de Ana Lola golpeando el pecho y la viola de Solé subiendo el volumen, Mutu despacha rimas y canta con autoridad. Bajo las luces cruzadas y el humo que asienta la atmósfera sus guantes blancos acompañan cada palabra, cortando el aire, poniendo los puntos.
Sobre la derecha, al costado del escenario, Fasciolo y Nasir Catriel toman nota con la mirada. Van preparándose para retomar el fuego que les deja Mutu. La dupla maneja un contraste perfecto: trap armónico que encuentra su gancho en pasajes algo más graves. Ambos manejan sus tiempos al dedillo frente a un público que los sigue en cada vuelta. Son locales porque tienen la mecha. No falta nada para que estallen.
Pasadas las 22 la afluencia del público se va cortando. Con la luna bien alta, algo más de 1.300 personas ocupan sus lugares en las gradas. Por supuesto, la idea de quedarse en sus respectivas ubicaciones representa un desafío que pocos aceptan. La mayoría del público está de pie. Mucha gente elige migrar, acercarse al escenario. Hay quienes optan por encontrar el spot perfecto para poder bailar. Como sea, entre tanta dispersión, más de la mitad del recinto está ocupado.
Cuando Amaru aparece sorpresivamente en las gradas superiores, entre la gente, la relación espectador-escenario se disuelve. La performance vuelve protagonista al espacio, que se torna tanto vertiginoso como estático mientras Amaru desciende lentamente escupiendo palabras a una velocidad que desafía cualquier record de dicción. Lo hace caminando majestuosamente, atravesando las ubicaciones del público que, sin saberlo, se vuelve parte de la intervención. Los celulares aparecen, dando rienda suelta a las fotos, videos e stories. Inmediatamente, todo se viraliza en redes.
Amaru pronto está sobre el escenario, invitando a Ayelén Beker, quien aparece, imponente, sosteniendo un teclado intervenido y convertido en cartel que reza PUTA.
Lo de Amaru fue tan solo un momento, sin embargo, su presencia marca un quiebre en la noche. No todxs pueden articularlo en palabras precisas. ¿Qué pasó realmente? De eso se trata exactamente: de quedar reverberando tanto en la cabeza como en el corazón, que bombea sangre producto de un éxtasis que escapa de lo predecible. Es un vértigo rupturista todavía indomable.
LA PISTA
Desde su fundación en Santa Fe en 2017 Cinturón de Bonadeo (CDB) siempre fue algo más que una simple banda musical: el trío funciona como una convergencia audiovisual que experimenta con los elementos de la música electrónica para direccionarlos hacia lo sensorial. No debería sorprender a nadie que su asociación con el universo BRODA haya resultado, tanto en su episodio como en el festival, en algo magnético. Quizás su condición de discretos visitantes haya jugado a su favor en la grilla de la jornada: con un nombre llamativo pero relativamente desconocido para el circuito local, fueron la sorpresa que prendió inmediatamente en el público presente.
Disparando altas dosis de house y psicodelia CDB sumió al anfiteatro en un quiebre liberador: si la fiesta había empezado hacía rato, el grupo santafesino decretó que la pista estaba abierta. La escalada audiovisual confirmó un giro raver que la gente agradeció con movimiento desatado. Otro level se va destrabando.
Durante el set de CDB el anfiteatro se activa bajo una nebulosa roja envolvente de principio a final. Sin mediar palabras entre canciones, no desaprovechan un segundo, dejando que hable la música comandada por los KORG, los Midiplus y los Novation. La banda demuestra una particular astucia con los matices: suben y bajan potenciando subidones químicos que refuerzan lo sensorial. La música dirige, las luces potencian, el viaje es redondo. El tiempo se esfuma.
Señores Vuelan toma la posta. La curva vuelve a encenderse arrojando una realidad: cuando las bandas alcanzan una velocidad crucero se termina el set, casi de manera abrupta. Los minutos se escurren demasiado rápido.
Allí se apunta un aspecto para trabajar en las próximas ediciones: la cantidad de proyectos que dieron forma al line up garantizaron multiplicidad de texturas, no obstante, para cumplir con los horarios cada set mantiene una duración limitada (de 20, 25, 30 minutos) que atenta con la continuidad rítmica. La próxima debería lograrse un equilibrio que mantenga heterogeneidad y posibilite explayarse a cada número.
Bernardo Herrera toca el sinte en Kif 4 Kroker, banda pistera que conoce en detalle aquellos rincones santafesinos donde electrónica e indie rock se fusionan en una misa que manda el ritmo y el baile.
La noche del martes, Berni está solo, sentado a unos cinco metros del mangrullo donde se controla el sonido, las luces, las proyecciones y mucho más. Para muchos oídos atentos se trata del punto ideal para el disfrute completo: el punto justo donde la técnica se combina con una excelente perspectiva del terreno de acción. Sentado en su ubicación, quieto, Herrera está completamente absorto en la situación. Recuerda a los animales de la sabana africana que, desde la quietud absoluta, maximizan sus sentidos tratando de absorber todo -sonidos, aromas, movimientos ajenos- procurando mantenerse a salvo de depredadores sigilosos. Berni, por su parte, está completamente sumergido en la experiencia BRODA, sensibilizado por lo artístico y atento a la sucesión técnica del festival mientras Señores Vuelan + Malena Greco inyectan disco etéreo a la noche.
“Vine solo porque tenía muchas expectativas y quería absorberlo todo”, confía unos días después. “A nivel audiovisual me encantó”, cuenta. “Disfruté de todo. Puntualidad, puesta en escena, el paso entre artistas”.
“Más allá de algún acople que se coló, hubo gran prolijidad montando a cada banda y entre el armado”, apunta para inmediatamente observar el detalle de las transiciones: “fue muy ameno ese momento, con los clips musicales y música de bandas independientes. Eran divertidos los backstage”.
Cuando Señores Vuelan intensifica el ritmo, las filas superiores hacen caso omiso de las sillas, optando por pararse, formando pequeños grupos de baile. Si un rato antes Cinturón de Bonadeo había convertido todo en una warehouse, ahora el anfi prueba suerte como discoteca. El patrón irregular de juntadas de baile se repite. La mayoría opta por bajar, buscando un lugar de mayor comodidad, otras bandadas prefieren los laterales, copando la parada con mochilas y ropa.
La temperatura va descendiendo mientras la medianoche se aproxima. Al final, los tips que emitieron temprano en la jornada desde los headquarters de BRODA estuvieron en lo cierto: traer abrigo. Pero mientras la música persiste bajo una puesta lumínica envolvente, basta con el movimiento para mantenerse en calor.
Una pista de baile se forma inmediatamente frente al escenario, en lo más bajo de las gradas. Es el punto cero, un dance floor como una solución ad hoc que recibe cada vez más gente. Allí, hace rato que la mayoría de lxs músicxs que tocaron se mezclan con el público, siguiendo la instancias de sus colegas desde el disfrute.
Con el último aliento de Señores Vuelan la gente responde con aplausos que atraviesan las filas. La banda se despide para dejar paso al siguiente y último acto. En minutos llega Manu Piró. Es la oportunidad precisa para lo que haga falta: trasladarse hacia adelante, procurarse una cerveza, mandarse al baño, comprar alguna remera.
BESOS
En el backstage, el trabajo se incrementa enfrentando el tramo final del evento: hay un armado fugaz; salen equipos, entran equipos; la stage manager se ocupa de que haya un camino despejado para que la banda pueda acceder sin obstáculos.
Los vientos que acompañan al artista más popular de Río Rosa entran en calor soplando sus instrumentos. Lucen concentrados. Rámiro Hernández AKA Barfeye, siempre inquieto, nunca quieto, baila con su guitarra, estirando las piernas, ya canalizando la adrenalina de salir a escena. Manu luce concentrado. También sintiendo el subidón del vivo, gira sobre su lugar, sonriendo a su compañera Mai Robledo.
Mientras el grupo va tomando sus ubicaciones sobre el escenario, ambos cantantes se ríen con complicidad y entran en calor. Por encima de la música ambiente que marca la espera se filtran gritos impacientes. Además ya se escucha algún pedido de tema.
Cuando la banda empieza a sonar Manu activa el movimiento con unos microsaltos casi imperceptibles sobre su lugar. Robledo toma agua. Se arengan entre palabras y un abrazo que se transforma en baile mientras la banda arranca con la introducción de «Vacaciones en mi habitación» a partir de un golpe de batería y la electricidad de las cuerdas de Barfeye.
Piró toma el escenario apenas un minuto después de la medianoche. Tirando un “uhhh” ante el micrófono, no pierde un segundo, liderando la descarga de una catarata de hits poperos anti-snobs. La presencia de los vientos le suma un cuerpo considerable al show dinámico perfeccionado por toda la ciudad en los últimos seis meses. Con trompeta, un saxo tenor y otro menor, «5AM (El peligroso)» adquiere vocación de estadio, con la gente coreando los “uoo, uoo”.
Desde el primer acto de la jornada hasta el final, bien pasada la medianoche, se repite una conducta en todos los números que pasan por el escenario: agradecimiento al público, al igual que a BRODA; ninguno de los grupos fuerza la situación repitiendo su nombre o tratando de venderse de manera redundante; todxs hacen hincapié en la producción cultural autogestiva de Rosario.
En el anfiteatro, al igual que en la cartelería en la vía pública y la campaña de prensa, todas las propuestas gozan de la misma preponderancia. El cartel, los egos, la chapa, quedan relegados a otro plano. Parece haber un entendimiento tácito entre todxs lxs participantes: El todo es más que la suma de las partes. Esa certeza gestáltica probablemente sea lo más contundente del festival para quien sepa observar.
“Está pasando algo re zarpado. Entendimos que no se puede hacer nada estando solos”, comparte Shanti. “Nos estamos arengando entre todxs para seguir adelante. Está re bueno confiar en la calidad del otrx”, cuenta la joven música que en los últimos 15 meses activó una agenda de presentaciones constantes tanto junto a su coequiper Blas Urruty y otras movidas colectivas junto a la Concha Gorda Crew, grupa de MCs que supo copar varias noches de 2021 cuando tuvo la oportunidad.
Kavará también forma parte de La Concha Gorda Crew y disfruta de conectarse con sus colegas, tanto para emprender aventuras como darse a colaboraciones de las que siempre se lleva algo porque, ante todo, se considera una aprendiz: “somos personas apasionadas, tenemos visión en lo que hacemos, creo nos une eso. Andamos buscando algo concreto, estamos trabajando, estudiando, poniendo el cuerpo para materializar nuestro deseo”.
Para sobrevivir a la complejidad de los últimos cinco años con su fórmula casi letal de tarifazos, desidia municipal, desentendimiento del Concejo, gentrificación y pandemia -todo re tranqui, eh- el circuito rosarino demandó un rearmado mental y emocional, pero fundamentalmente organizarse para entender vericuetos del sistema y aprender para revertir los embates que llegaron de manera sucesiva.
La organización fue fundamental así como también tomar conciencia de los recursos disponibles y los números modestos pero confiables que genera cada movimiento independiente. Ordenarse en colectivos y asociaciones civiles, compartir información, sentar un precedente de unión y exigir tratos igualitarios tanto al Estado como a privados, fue fundamental para mantenerse a flote en tiempos de persianas bajas, restricciones y especulaciones varias por parte de productores, managers y venues. Así asoman fuerzas imprescindibles para entender los movimientos más recientes: Movimiento Unión Groove y Micelio, entre otros.
“Estamos construyendo nuevas maneras de expresarnos y salir a tocar, de mover las fechas a nuestra manera. Hay una idea de autogestión que nos salva del criterio que escasea en sectores privados o estatales”, dice Shanti. “Al organizarnos nosotrxs y cubrir esos espacios donde hay destratos o ignorancia de quienes promueven, las cosas adquieren otro tenor. Lo que pasa en BRODA, al igual que el MUG, es que quienes producen son gestores, músicos, técnicos, cineastas: colectivas de gente organizada para que las cosas salgan bien”.
Herrera, por su parte, observa algo similar pero elige mostrarse cauto: “la escena rosarina está encontrando sus propios canales luego de muchísimo trabajo. Eso pasa cuando también hay disponibilidad de espacios. Falta mucho, hay pocos lugares todavía. Los que abren se aprovechan al máximo. Creo que hay una consciencia de la oportunidad que surge”.
La noche cierra con «Besos en el ascensor», EL HIT primaveral de Manu Piró que se transformó en una sorpresa crossover que saltó de acumular reproducciones en YouTube (con un video powered by BRODA) a la televisión rosarina para finalmente colarse en las radios. Con el público cubriendo las partes de estribillo de Mario Pájaro Gómez, de Vilma Palma, la canción fue la clausura ideal para una jornada que celebró la convivencia y el ahora urgente de una camada que apura un recambio estético mientras toma las riendas de lo que está por venir.
“¿A dónde vamos ahora? ¿Qué sigue después de todo esto?”, se pregunta Kavará luego del festival. Mientras se retira para descansar luego de una jornada agotadora, no alcanza ninguna respuesta. Al otro día, no obstante, se levanta y se va al estudio a trabajar en su inminente nuevo EP. Califica como respuesta, claro.
EL AFTER
Luego de una jornada inolvidable que ingresó en los anales del 2021 como una de las vivencias más apasionantes y estimulantes, llega el momento de procesar todo lo ocurrido.
Las decenas de personas responsables de escribir el capítulo de BRODA Festival merecen estrecharse en un abrazo enorme. Eso significa abrazotes entre toda la crew, al igual que la merecida gratitud de parte de quienes valoran una aventura que empuja hacia adelante y allana el camino para oportunidades que están por venir.
Cuando las cosas salen de una forma que roza lo soñado es importante mantener un sentido de perspectiva y lucidez.
Es indudable que desde hace cuatro años Rosario vive una ebullición musical que estalla en diversidad estética y que, afortunadamente, va encontrando los canales que reflejen, contengan y potencien dicha ebullición. A la aparición de nuevos colectivos que se conciben desde la horizontalidad se le sumaron nuevos sellos y actores independientes que, aún sin nuclearse, acompañan compartiendo un horizonte ético.
Ahora bien, aún cuando los últimos cuatro meses trajeron contundentes manifestaciones de la resiliencia del circuito rosarino en fechas -la Sleepy Squad agotando el Galpón 15, el anfiMUG, Groovin Bohemia en el Hipódromo, el mismo BRODA Festival, las convocatorias cuasi espontáneas en parques que convocan a cientos- estamos refiriéndonos a un grupo reducido de proyectos. Se trata de menos de cincuenta artistas/bandas ante las miles de propuestas que pululan por la ciudad sin oportunidades reales.
Celebrar la seguidilla de dichas manifestaciones con pancartas que vitorean el mejor momento de la escena rosarina es apresurado, reduccionista y algo egoísta, cuando hay decenas de laburantes sin trabajo, locales cerrados o centros culturales que luchan por la supervivencia.
Los espacios culturales privados que lograron mantenerse a flote durante la marea pandémica aprovecharon el extraño contexto para generar (o continuar) con tratos desiguales y una considerable inclinación por monopolizar la movida.
Para grupos o sellos que se mueven sin manager o agencias de booking, o que no entran en el canon estético de programadorxs de dichos lugares, conseguir una fecha para tocar en los últimos 20 meses representó una misión tan difícil como sobrevivir a un velociraptor de la ya mencionada Jurassic Park.
En una ciudad donde miles de grupos se activan, semana tras semana, en cientos de salas de ensayo, son muy pocas las que tienen la oportunidad de salir a tocar. De los cientos de discos que se editan “oficialmente” cada año, apenas menos del 80% puede acceder a presentarlo en vivo. Es aún menor la posibilidad de salir a tocarlo para recuperar la inversión que significa grabar un disco, aún transitando un paradigma donde la tecnología simplifica los procesos.
Las chances de lograr un proyecto sustentable a largo plazo en una ciudad que actualmente registra su all time low de espacios donde tocar parece improbable para la mayoría.
Hoy habitamos una ciudad que existe en una especie de limbo indescifrable: los contados espacios culturales independientes que albergan música y teatro sobreviven gracias a un subsidio del Ministerio de Cultura de la Nación que llegó en tiempos de confinamiento, cuando toda actividad resultaba imposible. Mientras que Nación les da entidad, puesto que perciben un subsidio, para la Municipalidad no existen porque no se cuadran en ninguna figura. Paradójico, pero real.
La falta de respuestas del Municipio y el Concejo para actualizarse y permitir un proyecto jurídico apropiado sigue atentando contra el circuito cultural, generando mayor precariedad laboral y desempleo.
Debemos proceder con cautela. No es apropiado regodearse en chauvinismo triunfalista con titulares de “la escena rosarina en su mejor momento”. Seamos sensibles. Observemos alrededor. Tomemos conciencia, hagamos control de daños y apliquemos los aprendizajes adquiridos en este último periodo en pos de una industria cultural local sustentable. La intención de estas líneas no es bajarla. Tampoco quitarle a nadie el merecido subidón de felicidad luego de haber realizado un trabajo enorme y noble. Elijo la precaución porque no olvido que transitamos tiempos muy difíciles.
La forma ideal para construir un futuro mejor es lo que ocurrió hace exactamente una semana y en dichos episodios previos: una escena organizada, unida, consciente y versada en las problemáticas endémicas de Rosario y que desde hace 20 meses se vieron agravadas por el efecto dominó del COVID. La salida es colectiva y, por supuesto, a puro movimiento. Ya lo dijo Emma Goldman: “si no puedo bailar, no es mi revolución”.
Por Lucas Canalda
Fotografías por Ale Nannini + Ph Ferarte