MARILINA BERTOLDI EN ROSARIO: EL DESEO SOBRE TODAS LAS COSAS

Marilina Bertoldi comenzó en Rosario la gira presentación de Mojigata, su nuevo disco.
Con un show de impacto rockero, los problemas técnicos no lograron empañar una noche que confirmó el gran momento que atraviesa.

 

Marilina Bertoldi volvió Rosario para presentar Mojigata, nuevo álbum que cierra una primera etapa de su vida y la encuentra abrazando su deseo. Tiempo de disfrute, el disco parece hecho a la medida de una época de reencuentro. Una semana atrás entre público y artista pasaba exactamente eso.
Desde temprano, el día arrojaba indicios de la ocasión especial. Bajando por Avenida Francia, algunas pibas caminaban con una bandera arcoíris a sus espaldas. Dos horas antes del horario estipulado la gente empezaba a congregarse afuera de La Sala de las Artes con el objetivo de ingresar temprano y lograr ubicación bien cercana a Bertoldi. Para las 19:45hs el fandom ya se contaba en metros, con una fila que doblaba por la esquina hacia Francia, casi llegando a Brown.
La fecha en la tradicional esquina de Pichincha contaba con un puñado de ingredientes que la consagraban como especial: La gira presentación de Mojigata comenzaba en Rosario; las entradas volaron, oficializando el sold out día antes; la vuelta de Bertoldi tenía otro sabor en un espacio ideal para entregarse al movimiento, luego de lo constrictivo de su última visita en el centenario teatro El Círculo; la curiosidad estaba puesta tanto en las nuevas canciones como en su banda. Finalmente, una sorpresa inesperada: el miércoles 20, el gobierno de la provincia de Santa Fe comunicó que dejaba de ser obligatorio el uso de barbijos en lugares cerrados. Ese detalle sumó una cuota extra de innegable alegría para una jornada ya rebalsada de razones para celebrar.
Cuando las puertas se abrieron, la gente colmó La Sala de manera ordenada pero bien consciente: bendecidas aquellas almas que apelaron a la paciencia de la espera puesto que encontraron lugar bien adelante, a centímetros de la estrella. Arriba, en los balcones, la situación fue similar, generando un palco de vista privilegiada. La repartija de ubicaciones era clara: abajo, reinaba una juventud apretujada lista para saltar, gritar, rockear y delirar con Bertoldi; arriba la edad escalaba unos años, con un público +30 buscando algo más de calma. 
Entre los claroscuros se advertía que la lista pegada sobre el piso del micrófono era larga. Tan larga, de hecho, que eran dos hojas con veinte canciones. Un show extenso que rebasaba la hora y pico. El concierto era algo más que Mojigata despegando hacia el resto del territorio nacional: se trataba de Bertoldi y su banda tomando una nueva dimensión de las cosas. El nuevo disco se propaga mientras que atrás tiene un historial. Hay cuatro discos publicados, clásicos del vivo, hits masivos, público de cada etapa. El equilibrio es todo. 
Cuando las luces se apagan por completo, dejando al escenario bajo una estela de color rojo ocre, todo estalla en un delirio, especialmente el sector joven, que, por supuesto, conforma el noventa por ciento del público. En la oscuridad de la espera, con una escena estática que genera impaciencia, hace aparición el primer “Olé, olé, olé, Maruuu, Maruuu”.
Entre cánticos, gritos y celulares ansiosos por compartir stories se insinúan las siluetas de les integrantes de la banda, quienes toman sus respectivos lugares. Con la intensidad del público incrementándose, se larga una extensa introducción ambient. Cuando Marilina aparece, estallan los aplausos mientras la intro deviene en «Es poderoso». 
Bertoldi, combinando minifalda, crop top y sacón de cuero en tono chocolate además de unas botas texanas bajas, eleva su pandereta conduciendo el movimiento de brazos en alto del público. La banda, compuesta por Ivanna Rud en guitarra, Juan Manuel Segovia en bajo, Luciana Torfano en guitarra y Eduardo Tito Giardina en batería, está tan lookeada como Bertoldi, preparada para el show.
El quinteto se complementa de forma orgánica, para estallar desde una base gruesa que va menguando según la ocasión. Mientras que el objetivo es sacudir al público presente a puro tesón musical, hay otra resolución subyacente: contagiar disfrute. El quinteto derrocha musicalidad, pero especialmente deja saber que hay un goce sobre el escenario. En ese disfrute, puede que el regresado Tito sea quien más se entregue, potenciado por la química junto a Bertoldi. La plegaria de Prender un fuego funcionó puesto que, efectivamente, Tito volvió. El cruce de miradas entre líder y baterista destila alegría por estar compartiendo la adrenalina del concierto otra vez. 
Tras el arranque, llegan «Vivo pensando en ayer», «La cena», «Cosa mía» y «Claro ma», respetando el orden formal de Mojigata. El público sigue cada canción, palabra a palabra, con el dedito arriba: no cantan, se la cantan a Marilina, dejándole saber que ya memorizaron cada una de las canciones de la cosecha reciente.
El primer descontrol llega cuando la tensión pendenciera de «La cena» estalla. Junto al “Te falta mucho para hablar de mí como hablás” todo se multiplica en saltos que desordenan el frente.
Antes de colgarse la guitarra, Bertoldi usa la pandereta. Cuando canta “A mí me gusta jugar” de «Claro ma» la combinación sombrero y pandereta se convierte en instrumento de provocación mientras se pavonea para las pibas de la primera fila, que inmediatamente hierven de delirio.
«Correte» pausa la seguidilla de Mojigata, abriendo la lista hacia trabajos anteriores. Aquí el bajo de Segovia planea por encima de La Sala, marcando algunas palmas tenues que quedan relegadas cuando todo el público entona el estribillo al unísono.  Apenas Giardina marcá el beat de «La casa de A» se escucha un “Uuuhh” entre la gente.
Con «China» Bertoldi setea todo en otro mood. La intro baja varios niveles de intensidad, con el público dejándose llevar. Una bocanada trip-hopera envuelve a todo el lugar.
A
medida que la lista avanza Bertoldi conduce La Sala por un viaje de sensaciones imposibles de definir. Su cancionero pertenece a la generación que le pone vértigo físico a todo el lugar. Allí se evidencia un contraste: mientras los más jóvenes están completamente entregados, quienes cuentan más de 35 primaveras disfrutan con cierta distancia. Hay una barrera que no pueden franquear ni siquiera adueñándose del DeLorean del Doc Brown.  Marilina le pertenece a les jóvenes. Es la artista más relevante de su generación; la que tuvieron tocando bien cerca, la que vieron estallar, la que crece y evoluciona a la par de sus propias vidas.

Rosario siempre estuvo cerca. Si bien un lugar común de la cultura popular argentina, sirve como punto de partida para tomar perspectiva sobre Rosario como ground zero.
Mientras que ser el punto de salida para presentaciones de disco o giras constituye un verdadero honor, esa distinción siempre está atada a una carga extra de nervios, exigencias técnicas, detalles por ajustar y desafíos varios.
Gran poder conlleva una gran responsabilidad. La observación del tío de Spiderman nos deja saber que el estreno de gira/show/obra en nuestra ciudad siempre corre ciertos riesgos. Gajes de un oficio que siempre esconde imprevistos, a veces se paga el precio de ser punto de partida.
A veces la situación puede invertirse: en junio de 2007 Cerati inauguró Salón Metropolitano con el cierre de la gira internacional de Ahí Vamos. Esa noche, un Gustavo elevadísimo tras más de veinte fechas por toda Latinoamérica, padeció el “cuidado sistema de acustización” que había sido tan anticipado en la prensa rosarina. Gajes de un oficio que siempre esconde imprevistos. 
Marilina conoce a Rosario y Rosario conoce a Marilina. A través de los años, tanto Connor Questa como la Marilina solista, fueron recorriendo los escenarios de la ciudad, conociendo cada rincón, probando posibilidades y límites. Desde antros ya cerrados a venues de escala enorme o espacios municipales festivaleros, Bertoldi pasó por casi todos lados. Rosario es una escala especial desde sus primeros días. En ese sentido, cada una de sus llegadas deparó siempre un paso adelante que dejaba saber su progreso sónico además de su evolución estética.
La presentación de Mojigata en Rosario estuvo marcada por un éxtasis musical refrescante. Como dijo un afamado guitarrista presente entre el público, “fue una cátedra de rock”.  Al mismo tiempo, la fecha sufrió los desbarajustes propios de cualquier arranque. Allí aparece el karma de arranque de gira.
El concierto del jueves estuvo marcado por desperfectos técnicos que la banda, en especial su líder, padecieron desde temprano. Unos cuantos pasaron desapercibidos entre la descarga rockera de una banda contundente. Sin embargo, a medida que el show avanzaba ese malestar técnico se evidenció en varios tramos. Desde el principio Bertoldi parecía algo incómoda, acercándose con frecuencia hacia el control de sonido. El pedido fue que cortasen los micrófonos que toman al público, puesto que había mucho ruido. Más tarde, las guitarras sufrieron problemas, con un desnivel de volúmenes. Otro punto extraño fue el de la batería, por momentos clipeando con una señal saturada.
Los problemas persistieron por un rato causando incomodidad para quienes estaban sobre el escenario. A pesar de ello, Bertoldi y su banda salieron adelante con maestría musical. A medida que el monitoreo se fue acomodando, la situación se relajó.

Bertoldi, munida únicamente de guitarra y su micrófono, sola frente al público funcionó como la chance justa para reagruparse. Cargando con todo su microuniverso, «Remis» pone las cosas en su lugar. La gente se acopla, palabra por palabra. Sin mediar palabras entre canciones, llega «Enterrarte». La banda toma su lugar desde una magia discreta. No hacen falta palabras ni miradas. Tampoco fanfarronear desde un virtuosismo onanista.
En «Amuleto», toda la intensidad sintética del hit junto a Javiera Mena se ve transformada en intimidad, con Bertoldi otra vez cargando todo sobre su voz. Se trata de la calma antes de la tormenta, puesto que «Tito volvé» vuelve a desatar el rock.
Fernet mediante, la escalada se acelera. Ante el furor desatado de saltos, gritos y brazos en alto, Marilina bromea con que “en el interior somos todos metaleros”. Luego liquida su Fernando y la emprende con «O no» seguida de «Y deshacer».
Largan los primeros mosh en el centro de La Sala. Intensos, sí. Violentos, para nada. Pibas, pibes y pibis meten el cuerpo en un revoltijo mientras la banda descarga. El funk grueso de «Pucho» avisa que la noche se va terminando.
Antes de la primera despedida, «Junto boludeces» propone una salida amigable, bajando el vértigo, pero dejando ganas de más. 

Mojigata es el final de una época, la conclusión de una primera etapa de la vida de Marilina. Se inicia un capítulo en blanco que tiene una certeza ineludible: Marilina aceptando por completo su deseo de ser música. Si años atrás todo parecía una aventura casual, la de la piba interesada en la música siempre habitándola desde una tangente, la que hacía discos y recitales, pero también podía retirarse en cualquier momento para abrazar el campo audiovisual, Mojigata es la declaración definitiva de aquí y ahora, quizás mucho más que Prender un fuego. Luego del quiebre que significó ese disco, Mojigata confirma que deseo y disfrute pueden convivir de forma armónica dentro de Marilina, logrando progresar en un camino saludable. A priori, puede que la polifonía de voces -internas- que componen a las canciones del disco alerten sobre cierto frenesí neurótico dentro de Bertoldi, sin embargo, la empresa llega a buen puerto, sublimando lo interno en un vómito rocker de tenor grueso.
Si bien en los últimos años cada visita Marilina dejó en claro ese deseo (de saberse música, de aceptar serlo), la noche del jueves, presentó una reimaginación de gran parte de su repertorio, abrazando por completo la arquitectura de sus canciones y su imaginario. De allí se desprende una conclusión tácita: Marilina acepta cuál es su oficio, entiende su lugar de liderazgo, abraza su rol como jefa sobre el escenario. El “Jefa” ya era parte de su vida, un apodo que rápidamente se instaló entre su público masivo para designarla definitivamente, sin necesidad de aclarar sobre quién se hacía referencia. El devenir de los años trajo otro peso para esa palabra: Marilina finalmente está al control, aunque ella diga lo contrario, por momentos.

«Enterrarte» llega en una versión más armónica, con la banda completa bajando mientras Rud dispara sus punteos. La gente corea palabra por palabra, consagrando el momento como el más logrado de la noche.
Bertoldi prospera en el cambio constante. Puede que sea manija musical o simplemente la ansiedad detrás de una hiperactividad que la lleva a hacer y deshacer. Tales cambios representan las emociones en constante fluidez. Cada acorde iguala una emoción, cada arreglo responde a una emoción, cada quiebre escupe una emoción. Algunas canciones llegan en clave completamente diferente, generando un desfasaje entre lo que baja del escenario y lo que canta la gente. Sin embargo, el público está empecinadamente entregado a cantar absolutamente cada vuelta, aunque eso signifique comerse la curva, a veces. 
Entre tanto, viene a la memoria el fallecido Dimebag Darrell, quien decía que los músicos tienden a aburrirse tocando lo mismo una y otra vez, entonces experimentar es fundamental porque el fucking job necesita vitalidad. Rearreglar los clásicos vuelve loca a algunas personas, pero sin dudas es tan necesario como refrescante. Al fin de cuentas, Bertoldi ya lo advirtió hace rato: “entrar, ver tus muros y deshacer”. 

Los bises piden energía. Demandan la entrega final porque ahora sí se acaba todo. «Racat» transforma La Sala en un antro bailable con una batería de luces que estimulan los sentidos. Cantando palabra por palabra, la gente no suelta a Bertoldi en ningún instante.
“Un pogo violento y nos vamos”, declara antes de saludar y disparar una versión atronadora de «MDMA», El volumen crece con el público haciendo énfasis en “Ya no pega más”. Los cambios dinámicos que alternan entre lo suave y lo pesado, ahora suenan más intensos, las guitarras más densas.  Girando sobre su lugar, Marilina sostiene el mic con una mano mientras que la otra se ocupa de no perder el sombrero.  Bajo las luces y los giros, está sonriendo. Finalmente lo está disfrutando. Se trata de eso. 

Por Lucas Canalda + Renzo Leonard

 

Si te gusta lo que hacemos invitanos un Cafecito para poder seguir produciendo ☕

 

comentarios