Bon Scott cumplió una década de actividad en un año signado por la incertidumbre pandémica.
Ante la imposibilidad de festejos acordes a su leyenda, repasamos la historia de un espacio imprescindible para imaginar los vínculos culturales en Rosario.
El primero de agosto de 2020 Bon Scott alcanzó los diez años de actividad en medio de un invierno enrarecido por la pandemia del coronavirus. El anuncio vía redes del cumpleaños fue discreto, pero un rato después los saludos y abrazos virtuales se viralizaron, generando emociones encontradas entre alegría, nostalgia y la frustración de no poder celebrarlo con un apropiado brindis en el lugar.
Detrás del ya mítico espacio ubicado en el barrio de Pichincha radica una historia de trabajo dedicado erigido sobre un basamento ético y fortalecido semana tras semana con corazón e ideas claras por parte de un puñado de personas que tomaron inquietudes generacionales.
Bon Scott es el logro de una de esas excepcionales ocasiones donde las cosas salen bien; donde lxs buenos tienen la chance de forjar un micromundo diferente, dándonos la oportunidad de imaginar algo más que lo previsible. ¿Es posible que un lugar humilde, discreto y pequeño pueda ejercer tanta iluminación sobre nosotrxs? Según las enseñanzas del maestro Yoda, el tamaño no importa cuando se trata de la Fuerza y la vida.
Huelga decirlo, pero El Bon no es simplemente un bar. Tampoco es un centro cultural. Su identidad va más allá, corre en una profundidad que atraviesa lo definible en una sola palabra.
Una encuesta sobre qué es Bon Scott entre las miles de vidas que fueron alcanzadas por su estela tendría infinidad de respuestas. Esas devoluciones varían de acuerdo a la experiencia de cada quien y con una década de actividad, la cosa podría ponerse picante, pero no hay que dejarse amedrentar.
Existen bandas que se conocieron hablando en la puerta, esperando que arranque un reci en el cuarto del fondo. Hay muchas bandas de afuera que hicieron pie en Rosario luego de una cálida primera experiencia allí. Sus siguientes paradas, ya en otros locales, resultaron bien, pero nunca tan especiales como en Bon Scott. Detrás de escena, no se encontraron con amor ni orgullo en el hacer. Era solo otra noche más, respondiendo a una dinámica comercial. Estaban rodeados de empleadxs y un jefe cuenta tickets que respondía a su lógica de calculadora Casio.
Hay gente que en ese recinto mágico de Pichincha se conoció de casualidad, se enamoró, formando una familia, cambiando su vida de manera inimaginable. Nunca podría haberlo imaginado o esperado. Simplemente sucedió una noche.
En 2019 una periodista mexicana me preguntó en qué galaxia vivía luego de ver una Storie de Instagram protagonizada por Naub interviniendo el Bon. Mi respuesta fue un sencillo “Galaxia Rosario, planeta Bon Scott” seguido de un link donde podía encontrar la magia de Buan/Naub/Bu.
Esa fue otra noche cualquiera, otra ocasión donde nada pasa desapercibido porque unx concurre a Bon Scott con el espíritu listo para ser permeado por lo que allí pueda acontecer: un recital, una intervención, lecturas de poesías que interpelan, algún mago haciendo su gracia, el Gato Moncholo empinando un porrón y sacándose fotos con sus fans. Todo puede ocurrir en una noche típica del Bon.
Pero volvamos a las respuestas sobre qué es Bon Scott. Probablemente mucha gente diría que es un lugar único, un ámbito de resistencia donde se construye de manera diferente. Esas respuestas que nos acercan a una definición del Bon también son claras razones por las que lo elegimos semana tras semana, año tras año. Excepto en 2020, porque pandemia.
Para mi, Bon Scott define buena parte de la ciudad que me gustaría habitar: un ámbito humano que combina (y potencia) posibilidad, encuentro y acción desde una base afectiva. En una ciudad que carece de visión de futuro desde hace tiempo, no me molestaría que el Gato Moncholo se lance a la política, arrase con los votos y llegue a la intendencia imponiendo un modelo Bonscottista en el Palacio de los Leones. Claro que flasheo, pero últimamente los personajes dibujados (por paint) tienen más ideas, profundidad y humanidad que quienes se dicen preparados para gobernar.
Diez años de un espacio cultural independiente en una ciudad que oscila entre la desidia, el securitismo hipócrita y el afán clausurador es motivo de celebración. Cuando a esa ecuación intimidante le sumamos un contexto de diez meses de pandemia e incertidumbre mundial, el logro es todavía mayor.
En un momento donde las distancias imposibilitan la combustión del encuentro físico, este recorrido parcial por la vida del Bon pretende ser un humilde abrazo que una a toda su gente en una lectura que, al menos por un rato, vibre bajo un mismo pulso. Es claro que el contexto covidiano impide lo que realmente debería suceder: cortar la calle de esquina a esquina con un maratónico festejo de colorido pagano entre bebidas, música en vivo, DJs y una sincera alegría Bonscottiana.
Por ahora habrá que tomarlo con calma y esperar la señal para un reencuentro masivo. Mientras tanto, aquí va un compendio de momentos que atraviesan el tiempo desde el presente más urgente hacia los primeros bosquejos del que quizás sea el bar más estimado de la ciudad de Rosario.
II – Pero pandemia
Bon Scott alcanzó diez años en medio de un invierno signado por la pandemia del COVID-19. El tan significativo cumpleaños llegó, además, luego extensos periodos de embates burocráticos en forma de controles municipales e inesperadas visitas de la GUM. Situación que se vio aún más agravada con el cambio de autoridades municipales en diciembre de 2019. Con multas, clausuras, inflación y un neoliberalismo desatado, los últimos años vienen siendo una especie de calvario laico para cualquier persona que quiera dedicarse a la cultura independiente.
El gran año de la pandemia repitió otra vez los gritos de emergencia cultural por la Argentina y todo el mundo. Sin embargo, no es exagerado afirmar que Rosario está en emergencia cultural desde 2017, con trabajadorxs en negro, proveedores que reclaman pagos atrasados, espacios culturales bajando definitivamente sus puertas y con las inmobiliarias colgado el cartel de “SE VENDE”. Ante la emergencia cultural que propone edificios, tanto el Municipio como el Concejo ofrecieron cero respuestas reales. Por supuesto, para las cámaras y micrófonos de los medios masivos con poco interés por indagar siempre hubo sonrisas.
En ese panorama golpeado, Bon Scott sopla sus velas. Distanciado, apelando al Take-away, abriendo sus puertas cuando hay luz verde. Por supuesto, Leandro Chino Macías, alma mater del Bon en estos diez años, no pierde las mañas y la aventura sigue su curso a pesar de los moretones.
“El 2020 estuvo re complicado. Ya a finales de 2019 con los cambios de gestión en la Muni nos empezaron a prohibir programar eventos culturales de cualquier tipo, así que eso nos complicó bastante. Pusimos DJs pasando vinilos, pero ahí medio escondidos en la barra, o hicimos algún reci pero siempre con miedo a que caigan y nos hagan levantar todo o nos clausuren”.
El arribo de la pandemia y la subsecuente cuarentena agravó la complicada situación para la totalidad de los espacios culturales independientes que luego de cuatro años de frenesí neoliberal combinado con regulaciones arcaicas sobre la nocturnidad está sobre un punto límite. Mientras estas líneas se cierran, Oui, la clásica esquina de Mendoza y Sarmiento que supo albergar ciclos de poesía y donde el Colectivo de Mujeres Músicas de Rosario se hizo fuerte, anunció su cierre definitivo. Mientras tanto, en esas mismas horas Provincia, Municipio y las productoras de espectáculos largamente asociadas al eventismo sustentado por el Estado anunciaban el feliz regreso de la actividad. Un triunfo para la cultura, dijeron.
Bon Scott, al igual que sus homólogos, entró en un plan de supervivencia para surfear la malaria y atravesar las etapas de aislamiento. “Estuvimos haciendo delivery de comida por un tiempo para ir zafando”, comparte Macías. “Ahora por suerte tenemos el bar abierto y de a poco nos vamos recuperando”, concluye algo esperanzado con miras a la (a)normalidad que está por venir.
La pandemia demandó una reorganización masiva de las agendas de todo el mundo, sin importar disciplina o lenguaje. Bon Scott no fue la excepción, debiendo reimaginar con rapidez el calendario de actividades. Los recitales tuvieron que cancelarse o patearse hacia un estadio de incertidumbre todavía sin fecha de regreso.
Sin embargo, entre cuarentena, danza de fases y aislamientos, El Bon pudo encontrar la forma de volver a ser un espacio de encuentro más allá de la propuesta gastronómica. El ciclo Explorar el azar, creado e ideado por la escritora, ilustradora y música Pauline Fondevila, tuvo su primera fecha en julio y desde entonces sumó otros tres episodios. Detrás de la iniciativa hay dos premisas fundamentales: llenar las paredes con dibujos y el día previo a la renovación de la muestra la gente puede llevarse el dibujo que quiera.
Explorar el azar montó muestras con ilustraciones de Lena Cerrato, Francisco Castells, Federico Toscano, Nineo Zoom, Germán Gentile y Candela Roselló. La penúltima muestra del año arrancó el jueves 12 de noviembre con ilustraciones de Conti Scelfo, Ale Goma y Virginia Pontelli. En diciembre, ya clausurando 2020, será el turno de una dupla de cuidado: Feli Punch y Pein.
La iniciativa es un devenir de una muestra colectiva ideada por Fondevila en 2019 titulada Trabajar nunca. Para esa ocasión, la también tallerista reunió una docena de artistas de la ciudad para que trabajen desde la fotocopia, permitiendo un dispositivo sencillo y barato. “A veces está bueno adaptar el arte a la vida nocturna. Me gustaba pensar en algo que se pudiera romper y ensuciar. Lo lindo era que al final había un saqueo donde toda la gente se llevaba los dibujos”, declara.
Según Fondevila el hecho que los dibujos puedan llevarse gratis al final de cada muestra le permite rozar una idea un poco subversiva: el arte no necesariamente se paga, así como tampoco está hecho para decorar las casas de los burgueses. El arte puede ser otra cosa.
La estrecha relación de Pauline con el espacio de calle Pichincha atraviesa todas sus pasiones y data de años. Además de las distintas muestras, proyectos musicales como Los Normales, Guerrilla Espiritual y Perro Fantasma encontraron en Bon Scott una sede tanto para recitales como ensayos varios.”Bon Scott es amistad y encuentro. Gran parte de mi relación musical con el mundo rosarino viene de ahí. Estoy atenta a lo que se propone” comparte Pauline algunas horas antes de intervenir el bar con las nuevas obras de Explorar el azar.
“Me gusta que las muestras no sean siempre en lugares consagrados. Lograr una muestra de alta calidad con gran exigencia en un bar, saber vincular lo recreativo con la nocturnidad, que el arte se meta en esa instancia más relajada” , reflexiona a propósito de la apuesta del 2020.
III – Pichincha (o Ricchieri) 131
Bon Scott abrió sus puertas en el año 2010 en Pichincha 131, confirmándose como el único vecino del mítico El Levante, por entonces la tanguería definitiva de la ciudad.
Quienes escribieron las primeras páginas de esta historia fueron Julio Uri Payaro y Franco Pané, dos amigos jugando al sueño adolescente de tener un bar propio.
Uli y Pané recibieron la habilitación encarando el emprendimiento con un nombre que era directo, simple y con mística: Bon Scott, en memoria del fallecido frontman de AC/DC. La idea original era un bar rocanrolero. Desde esas tempranas noches rockeras se empezó a gestar todo lo que habría de venir.
“Me llamaron cuando recibieron la llave del local porque yo estaba sin laburo”; comenta Joaquín El Chan Maidagan, tercer implicado en las etapas iniciáticas.
Con las puertas abiertas, los emprendedores empezaron a imaginar el bar que querían. “Flasheamos los colores que iba a llevar, todo esa clase de detalles. Por ejemplo, yo también diseñé el primer logo”, recuerda Maidagan.
Con todo el equipo analizando el nuevo emprendimiento, tomaron conciencia que había múltiples oportunidades sobre el espacio. Vislumbrando la totalidad del local, el equipo imaginó una clara inclinación hacia el arte. “Desde allí empezamos a gestionar la primera agenda cultural de Bon Scott”, sostiene Maidagan.
En un principio la actividad cultural llegó en forma de talleres. Con el arribo de lxs talleristxs el bar fue pensado como un espacio a puertas abiertas. Se destacó ese sentimiento familiar con una dinámica de construcción colectiva, valorando a Bon Scott como un espacio de todxs. “Tanto la gente que trabajaba, lxs talleristas, lxs dueños o la gente que llegaba a tomar birra se encontraron con esa impronta familiar abierta, de casa. Esa fue la columna vertebral que continúa hasta hoy”, señala El Chan quien se despidió del bar hace unos cinco años.
La curaduría del bar se formó a partir de la suma de las individualidades que gestionaban Bon Scott. La identidad pronto encontró un equilibrio entre música, cine, talleres, arte plástico, ilustración y alguna performance.
Se empezó a formar una columna vertebral que cubría todas las áreas. Cuando el bar logró una constancia semanal con propuestas refrescantes y atractivas para el público, empezó a dimensionarse que el trabajo dedicado ya tenía una llegada que sobrepasaba el círculo más inmediato.
La apuesta cultural era un conjunto pensado para potenciarse. Una noche cualquiera de Bon Scott contaba con una banda más la sumatoria de una muestra montada en la sala, además de alguien que proyectaba algún corto: cada una de esas propuestas acarreaba su público específico o un círculo social. No pasó demasiado tiempo hasta que el bar se transformara en un hervidero que potenciaba el encuentro interdisciplinario mientras el resto de la ciudad caminaba hacia las microescenas. “La clave fue pensar al Bon como un espacio para todxs”, remarca Maidagan. “La gente lo hizo propio, sintió que era un lugar donde se podía decir algo. Creo que el eje fue ese”.
Volviendo el timeline aún más atrás, El Chan observa un detalle generacional que no pasa desapercibido: “como adolescentes nosotrxs veníamos de una agenda cultural donde nos imponían todo tipo de condiciones. De eso pasamos a tener un lugar donde nos sentábamos en la mesa con lxs artistas y le decíamos ´tenés el espacio, qué querés hacer´”.
Tiempo después, ya con Bon Scott estructurado, los propietarios originales estaban algo cansados, comunicando al equipo su intención de vender el bar. Maidagan tomó la posta a partir de ese punto de quiebre. “La realidad es que sentí que habíamos puesto en marcha un lugar que tenía un potencial enorme. Principalmente sentía que el perfil cultural no había llegado al punto máximo”. En su cabeza no había otra opción más que seguir adelante. Lo mejor estaba por venir.
Recordando aquellas instancias Maidagan va de un detalle al otro. Cada recuerdo puntual gatilla más fragmentos de la historia. “Pará que estoy recapitulando”, comenta, mientras todo empieza a fluir con lujo de detalles. “Un día armé una suerte de reunión entre amigxs en el bar para plantearle la situación que se estaba dando y poner sobre la mesa si alguien tenía la intención de sumarse al proyecto. Ahí fue que El Chino y El Javi propusieron sumarse a la aventura al mejor estilo cooperativa”.
Javier Reynoso, Joaquín El Chan Maidagan y Leandro Chino Macías emprendieron una nueva etapa bajo una dinámica cooperativista. La decisión del trío fue orgánica y no cabían dudas: querían tomar la posta de lo que habían arrancado sus amigos.
“Estábamos siempre bien cerca del bar, de alguna manera u otra. El Chan estaba haciendo la agenda ya; El Chino estaba con las pizzas; yo pasaba mucho tiempo ahí, también”, recuerda Reynoso, quien dejó Bon Scott el año pasado para fundar la librería Craz, un nuevo punto de encuentro de la ciudad, ubicada en el Pasaje Pan.
“Teníamos la inquietud por hacer cosas, de hacer algo en común los tres. Con El Chan lo hablamos en un par de reuniones informales. Con El Chino lo hablamos una tarde que estábamos reunidos en su casa, grabando unas cosas. Existía esa inquietud por seguir con el bar. Nos pusimos de acuerdo y arrancamos”, detalla Reynoso.
El Bon Scott cooperativo tenía una formación preparada para llevar la propuesta a otra dimensión: Carla Colombo, Maidagan, Macias, Reynoso y Natalia Coca Cantón. Entre lxs cinco trazaron los planes para la nueva etapa. Con la renovación llegaría la identidad definitiva que hoy conocemos, ya alcanzando la condición de espacio fundamental para entender el entramado cultural local.
Según Maidagan fue como el resurgimiento del ave Fénix. “Renacimos desde la cenizas de los puchos de los ceniceros del bar”, recuerda entre risas. “Todo lo que era Bon Scott se potenció enormemente. El Chino explotó la gestión de bandas en el bar. Tomó otra dimensión todo. Javi sumó espacios para lo audiovisual, invitó a mucha gente del cine. Carlita, con toda su experiencia artística, empezó de lleno a ser curadora de las muestras. Ahí fue el momento en que pintamos todo el bar. Lo reimaginamos desde la imagen y el logo. Eso fue parte del trabajo de Carlita. La Coca le dio una vuelta de rosca super importante en lo gastronómico, la gente elegía venir a comer al bar, siempre”.
Colombo recuerda un entusiasmo declarado en el renovado bar. Con mucha energía, las decisiones llegaban entre todxs mediante reuniones semanales. “Desde el principio estuvo ese espíritu cooperativista sin serlo en los papeles. Cada uno cobraba en función de lo que trabajaba, aunque en general trabajamos bastante parejo. En principio hacíamos de todo un poco. Con el tiempo fuimos adquiriendo distintos roles”, señala.
“Soy artista plástica, me dedico principalmente a eso, al dibujo y a la pintura. Pensé algunas cosas desde ese lugar, por ejemplo, el mural del patio y las pinturas despliegan mi mundo estético, se relacionan directamente con mi obra y se mezclan con elementos propios del bar”, comenta Carla, que además es una experimentada música integrante de Perro Fantasma y Densha Gogó, también habiendo sido parte de San Dimas. “Otras decisiones las tomé tratando de correrme de ahí”, agrega para inmediatamente precisar uno de sus aportes más relevantes para el bar: “al principio tenía la idea de club, de los bares que funcionan en los clubes chicos, por eso las rayas y el color bordó. Quería lograr un diseño llamativo, pero que no moleste porque le tenía que gustar a mucha gente. Creo que funcionó”.
Todo el equipo se potenció para mejor. Por su parte el público respondió con entusiasmo. Si mucha gente ya mantenía una especial predilección por el amable espacio de calle Ricchieri (o Pichincha, sabemos que no hay quórum sobre eso) con las múltiples propuestas que acontecían regularmente la atención se multiplicaba.
El crecimiento de Bon Scott parecía ir al revés de la ciudad: mientras el espacio público estaba siendo atravesado por el securitismo, la gastronomía invasiva y las demoliciones, sobre calle Ricchieri se proponía una dinámica alternativa donde la gente se apropiaba afectuosamente del espacio y los vecinos agradecían el movimiento revitalizante de la cuadra.
El desfile de sorpresas era constante. Música en vivo, DJs, presentaciones de libros, muestras, proyecciones audiovisuales y ferias; la gente concurría por un fin específico o simplemente caía al bar para dejarse permear por lo que acontecía alrededor.
Por su parte, lxs artistas que llegaban encontraban una relación de pares en todos los aspectos. No existía la distancia de otros lugares. Bon Scott corría la pared protocolar y fría de los centros culturales solemnes al mismo tiempo que echaba por tierra los vínculos mercantiles de la gastronomía enfocada en cifras o de los locales de música que cobran alquiler y exigen porcentajes explotativos. La dinámica laboral bonscottiana se percibía en un accionar conjunto donde todas las partes apostaban a lo mismo: multiplicar el encuentro, generar un feedback beneficioso para todxs, construir en comunidad.
Colombo sintió la apropiación del Bon por parte de la gente desde un principio. “Aunque el bar en su primera época fue más ecléctico, ya entonces había gente que lo apreciaba”, declara mirando hacía esos días en los que formaba parte de Bon Scott. “El porqué de la magia tiene varias aristas, supongo que el espíritu cooperativista de los inicios se notaba, había gente que supo apreciar el trabajo ético y afectivo, se identificó”, añade.
Por último Carla destaca que los recorridos previos de cada unx de lxs integrantes fue un factor considerable. Conocer a lxs artistas, mantener vínculos reales entre colegas, amigxs y conocidxs fue fundamental para ir generando otros lazos: “Bon Scott es un espacio hecho por artistas, músicos, gente cercana al arte que no es empresaria sino que está del otro lado, está del lado del artista. De base hay otra sensibilidad que entiende cómo funciona el ambiente, hace buenos arreglos con las bandas, atiende bien a la gente, la comida es rica y casera”.
“El gran secreto del bar es una dinámica diferente, desde quienes trabajan para quienes vienen a mostrar lo que hacen”, asegura Reynoso. “Todo está muy ligado con el punto de vista del Chino. Hay algo donde él gravita que se fue acomodando alrededor de todo”, agrega destacando la labor de gurú silencioso de Macías. “Desde mi parecer, el alma mater del Bon siempre fue El Chino. Él ya tenía experiencia con sus bandas y un trato muy cercano con Planeta X. Había una lógica alrededor de eso. Desde allí se fue armando todo. Nos corrimos de la idea tan rajatabla del trato del bar, pero tampoco nos convertimos de lleno en un centro cultural”, señala el ahora librero.
El trato afectivo y ético característico del lugar llegó de manera natural. No hubo conversaciones específicas sobre ese aspecto. En todo caso, se dio como una manifestación orgánica de cinco personas que crecieron padeciendo destratos o indiferencia en sus respectivos ámbitos. Cuando tuvieron la oportunidad de hacer las cosas de manera personal, lo ético afloró como un acto reflejo.
Las buenas vibraciones pronto evolucionaron en una especie de militancia afectiva por parte de toda la gente que pasaba por el bar. En un tenue sotto voce Bon Scott se expandió por la ciudad desde la recomendación de la gente, pronto llegando a otras ciudades. De esa manera, grupos de Córdoba, Paraná, La Plata, Villa María, San Pedro, Capital Federal, Mendoza, Montevideo, Santa Fe y otras tantas ciudades empezaron a gestionar fechas en Pichincha 131.
De acuerdo a Reynoso (también conocido como El Javin Scott) el equilibrio se fue encontrando sobre la marcha. Fue la propia realidad del trabajo donde hallaron una perspectiva concreta sobre lo que estaba sucediendo y lo que necesitaban específicamente. “En los primeros años fuimos más nocturnos. Le dimos más prioridad a los recitales. Fuimos enfocando qué tipo de recis queríamos, además de la frecuencia. Lo que siempre fue bien claro fue el trato ameno, cordial y de pares con quienes tocan en el Bon. Es un vínculo real”, indica.
IV – YouTube
Emprender un repaso por las redes sociales de Bon Scott significa un viaje en el tiempo. Recorrer las actividades de años anteriores arroja resultados abrumadores con respecto a la cantidad de actividades que albergó el bar semana tras semana.
Nombres, propuestas, actividades y encuentros únicos se entremezclan evidenciando una comunión entre la comunidad artística rosarina y el Bon. Volver sobre los rastros de diez años muestra una prepotencia del trabajo que contaría con la aprobación de Robert Arlt. Sin marketing, influencers, pautas o gacetillas, Bon Scott se convirtió en un epicentro expresivo que hizo las veces de hogar para más de 900 recitales, 120 Noches de Vinilo y más de medio centenar de muestras, ciclos de improvisación, presentaciones de libros, lecturas de poesía y proyecciones.
Macías no arriesga una cifra precisa sobre la cantidad de recis que tuvieron lugar en una década de actividad. Sí se atreve a un cálculo más aproximativo, que no deja de impresionar: “ponele que promediando en 8 recitales por mes, vamos camino a los 1000”.
Cada persona tiene su momento más preciado en lo que respecta a recitales en el Bon: hay noches olvidadas, bandas que ya no existen o que se volvieron enormes; también visitas de afuera o combinaciones soñadas que sucedieron únicamente en Bon Scott.
Por un tiempo El Chino manejó un canal de YouTube con registros ad hoc de los recitales del Bon. Inactivo desde hace tiempo, el canal contiene videos de un periodo de casi tres años de actividades. Grabado mediante una cámara estática o con celular en mano, el material se tornó un archivo histórico imprescindible.
Quizás el canal haya quedado olvidado para sus administradores, sin embargo, el depósito dinámico (y random) de YouTube lo está revitalizando constantemente. Con más de 40.000 reproducciones, los videos atesorados detendan tanto un valor antropológico como opio nostálgico de lo que alguna vez experimentamos en primera persona.
San Dimas, Serial, Michael Mike, Ponzonia, Transformador, Anticasper, Vuelven de la Derrota, Norma Pons, De mononinos, Chanta Carlini, Muten, Residual, Los Espantos, Banda en Orsai, Andrés Ruiz, Mi Nave, Colonikocolokio, Operativo Exposición Total, Päl Das Schutter, Navio Noche, Té de Indio, Las Chicatas, Lemon Pié, Thes Siniestros, Nacho y El Robot son apenas la mitad de lxs protagonistas de los videos. Detallar los géneros, los sellos, las bandas y las ciudades que se acumulan en el canal es una empresa para quien posea espíritu de archivista.
Macías y Maidagan coinciden en un punto fundamental: detrás de la agenda musical de Bon Scott no había una curaduría ciento por ciento consciente, lo que sí había era un deseo claro sobre las expresiones a las que le querían dar un lugar considerable. En ese sentido, otra vez aparece la aproximación generacional propia de una visión de su tiempo y lugar. “Arrancó como algo natural”, comenta El Chino al respecto a la estética de la agenda del Bon. “Qué bueno que estaría que toquen acá Sistema de Sonido Descontrol, Cursi y Melancólico, Los Codos, Aguas Tónicas, Juani, Matilda, San Dimas, El Berna, Nacho y El Robot y muchas más bandas que nos gustaban. Algunas eran de amigos cercanos, en algunas tocaba yo. Así fuimos arrancando”, detalla. “Después muchos se acercaron con proyectos muy buenos y se fueron sumando, como los Polvo Bureau, que empezaron a organizar recitales en conjunto con sellos de otras ciudades”.
A partir de 2011 Bon Scott empieza a manejar una agenda con identidad en un periodo post Planeta X donde los nuevos sellos toman la posta empezando a multiplicarse bajo consignas estéticas diferentes pero bajo un mismo deseo independiente bien distante de los designios porteñocéntricos de camadas anteriores. Con Matilda tomando las rutas, Soy Mutante estallando desde su multiverso post punk, Polvo Bureau imaginando otra identidad para el pop rosarino y soñando en grande, los sellos independientes de La Plata y Córdoba intercambiando pasajes con las bandas rosarinas, Bon Scott se convierte en punto neurálgico para encontrarse con data imprescindible de un mapeo nacional estimulante.
Convertido en un bastión de expresiones minoritarias y vanguardistas, el bar siempre mantuvo una apertura hacia la diversidad artística. Lejos de atarse a una onda determinada, la puerta permanece abierta a las propuestas que están por venir, probando ser, por sobre todo, una base para actividades como la poesía, animación, música, historietas e ilustración.
En ese sentido, Bon Scott le dio la bienvenida a nuevas generaciones que llegaron con ferias de fanzines o arte impreso, además de jornadas de dibujo con performances o lecturas de poesía.
Abrazando la mixtura de las acciones que se construyen a medio camino entre la virtualidad y lo tangible, intervenciones, apariciones musicales ensambladas y lecturas hicieron base en la calle Ricchieri. Nueva sangre para nuevos tiempos, con el Bon era protagonista de un nuevo círculo generacional rosarino.
Talentos veinteañeros como Otros Colores y Suave Lomito además de algunos prodigios adolescentes como Amelia, Gladyson Panther, Mateo Fuertes, Afrikan Koalas o Cómo me gusta ser El Willy llegaron al Bon para hacerlo suyo como previamente hicieron otras propuestas musicales.
En 2019 Como me gusta ser El Willy se presentó una noche de viernes con el lugar repleto. Macías, operando el sonido, con la mirada atónita, sonreía y se preguntaba en voz alta de dónde había salido toda esa juventud renovadora. En esa ocasión, con un público adolescente en su totalidad, se agotó el stock de Coca Cola. Más allá del valor anecdotario, el suceso ejemplifica hábitos de consumo del público más joven que dista bastante de sus antecesores. De esa forma, mientras hasta principios del 2020 funcionaba el triángulo Club 1518-Bon Scott-Casa Brava apuntando a un público +25, el Bon ya había establecido vínculos que lo convertían en un refugio apto para que lxs jovencitxs propongan renovación y experimentación en un ambiente intimista, cálido y con arreglos favorables. Otra vez, el círculo estaba completo.
“Para armar la agenda lo que más me fijo es que nos llevemos bien con la gente que viene a tocar y podamos trabajar bien juntos” observa El Chino, quien inmediatamente apunta que “después, que me guste la música o me parezca interesante, pero eso es opcional”. Cerrando, sin darse cuenta, Macías vuelve sobre la magia fundamental de Bon Scott: La mayoría de las personas que se acercan al bar con una propuesta son amigxs; con lxs desconocidxs termina surgiendo una amistad a partir de lo que se arma en conjunto.
Bon Scott es un lugar de encuentro único en la ciudad de Rosario; un ámbito ideal donde la construcción horizontal aflora en vínculos humanos dados a partir de intereses en común. El Chino, por su parte, lo explica de manera perfecta: “el bar es un lugar de encuentro, donde podemos organizar las cosas que nos gustan hacer y estar juntos, mostrarnos la música o los dibujos que estamos haciendo; hablar de cosas que pensamos, hacer chistes o pelearnos; pasar la música que nos gusta, conocer gente, comer cosas ricas y emborracharnos”. Y sí.
¿Para vos qué es Bon Scott?
Por Lucas Canalda & Renzo Leonard