Emily And acaba de publicar En vivo en La Tangente un registro patente de su actualidad: divertido, ruidoso y fuera de la norma cool reinante. Respaldada por una banda completa, la norteamericana devenida porteña recorre el derrotero de su folk deforme y su protopunk repleto de sentimientos.
Robert Allen Zimmerman nació en mayo de 1941 en Duluth, una ciudad portuaria del estado norteamericano de Minnesota. Poco antes de alcanzar los veinte años de vida Robert Allen Zimmerman devino en Bob Dylan. Entre los veinte y los treinta Bob Dylan se transformó en un dínamo poético-musical transversal que sacudió la cultura y contracultura de forma irreversible tanto en Estados Unidos como en Europa. El resto es historia casi universal.
Cuando Dylan cumplió sesenta años, en 2001, el sello independiente de folk y americana Red House Records, nativo de Minnesota, decidió publicar un disco tributo a Bob Dylan con versiones que saludaban la primera fase de su carrera. Con quince canciones a cargo de artistas como Eliza Gilkyson, Rosalie Sorrels, Ramblin’ Jack Elliot y Lucy Kaplansky, entre otros, A Nod to Bob: An Artists’ Tribute to Bob Dylan on His 60th Birthday fue editado en disco compacto y cassette. Si bien el disco logró un desempeño modesto en las listas de discos independientes más vendidos, el esfuerzo pronto fue olvidado por la industria. Sin embargo, como planteó Juana Molina, nunca se sabe el viaje que hacen los discos en formato tangible, o la cantidad de reproducciones que surgen desde esa impredecibilidad. Por aquel entonces Jeffrey McKelvey compró un cassette con la idea de regalárselo a su hermano. Jeffrey siempre tocó la guitarra. Sabe adentrarse en el bluegrass, el folk y el country. Domina la guitarra con cintura. Además, en su momento supo componer algunas canciones. Apenas un puñado.
En 2001, mientras el Mp3 se abría camino furioso simplemente por el gesto colectivo de compartir música, Jeffrey hizo lo mismo aunque desde un hábito generacional: le regaló A Nod to Bob a su hermano y luego copió el cassette. Pronto ese tape estaría en manos de la hija de Jeffrey.
“Tenía un Walkman y ese cassette”, dice Emily. “Eran todos artistas under del folk”, recuerda. Ella lo escuchaba mucho, casi en loop. Tenía apenas unos siete años. Fue su primer acercamiento a la música y a la poesía. La pequeña Emily escucha, paraba el Walkman y se ponía a escribir en los papeles que tenía a mano. No era demasiado consciente, pero ya estaba intentando escribir canciones.
Las canciones quedaron para quedarse. El folk probó ser un lenguaje para direccionar tanto el caudal emocional como el verborrágico para una Emily que pronto sería una joven con mucha energía para transmitir.
Emily es Emily Ann S. McKelvey, nacida en Carolina del Norte, EEUU, radicada en Buenos Aires desde 2017. Actualmente encabeza el proyecto musical Emily And que acaba de publicar el disco En vivo en La Tangente. McKelvey es ciento por ciento naturalidad. Se torna complejo imaginarla careteando. Cada una de sus respuestas tiene algo de viaje confesionario. En ese transcurso aparecen experiencias en Estados Unidos y Argentina, o construcciones culturales como el amor romántico, el sexo, los géneros o la amistad. Salta como un animal inquieto y ágil, yendo hacia la música así también a la vida misma.
En vivo en La Tangente funciona como una entidad gestáltica: el todo es mayor que la suma de sus partes. Las canciones sueltas y apartadas seguramente pueden resultar desprolijas (en lo técnico) o desparejas (en su terminación), sin embargo, en la escucha total, este tendal eléctrico genera una sensación de energía satisfactoria. Se trata de la experiencia de una banda que despega y nunca tiene claro cómo o cuándo aterrizar aunque tiene la suficiente química y capacidad musical para saber que podrá hacerlo.
Este registro en directo podría ser el disco primerizo de alguna banda norteamericana de principios de los 80, un grupo adolescente sudoroso rebosante de energía que entrega una canción detrás de otra haciendo canciones de tres minutos en los resabios del punk mientras se encaminan hacia el college rock que abrió la posibilidad de hacer canciones ásperas (en todo sentido) enfocadas en tóxicos, sexo, confusión y otros avatares de una vida post adolescente.
Las canciones son directas y sinceras. Pueden ser graciosas, costumbristas, desamoradas, cachondas, tiernas, melancólicas y contradictorias siempre marcadas por algún plot twist que las separa del millón de canciones similares que andan dando vuelta por ahí. La diferencia radica en el factor de carisma impredecible de McKelvey que acá encuentra un soporte justo en una banda sólida que la sostiene y la potencia. El esfuerzo se comprende mejor en YouTube donde el concierto está filmado de forma completa en clave guerilla: la adrenalina de la frontwoman desarticula lo protocolar y lo rutinario. Asumir algún movimiento de McKelvey es encontrarse con la frustración porque siempre tiene otra carta bajo la manga. ¿Divertido? Claro. Pero fundamentalmente necesario.
Mientras los discursos del under cooptado venden supuesto rock feroz ya sobre un marketing montado en pocas horas, el disco de Emily And irradia una sensación de inseguridad y caos que no puede preverse ni construirse desde el confort del estudio. A medida que las canciones transcurren hay una sensación de peligrosidad que en varios momentos está por estallar, sin embargo, la banda sostiene al factor impredecible de la frontwoman para llegar siempre a una entrega certera. No es rock and roll de productores, es rock sucediendo. Porque, en definitiva, mientras se cargan las tintas sobre nueva escena under y lo que está volviendo, la mirada nostálgica termina confundiendo todo hasta el punto en que, recurriendo a la frase maradoniana, se les escapa la tortuga. Para ponerlo de forma puntual, mejor citar a Neil Young: “apenas empezás a hablar de mística, la perdés”.
-En el disco escucho tu espontaneidad que atraviesa varios géneros musicales. En ese sentido, el disco tiene una cosa caótica contenida por una banda sólida que te respalda en todo. ¿Te gusta jugar con los límites para generar algo impredecible para el show?
¿Para atravesar tantos géneros con cierta comodidad cuán importante el respaldo de tus compañeros de banda?
Muchos proyectos musicales nacen de una búsqueda sonora. Quieren tener cierto sonido, buscando sonar como tal otra cosa. Lo mío no es tratar de buscar un sonido en particular, intento transmitir mi mensaje. Yo vengo de tocar y cantar sola con la guitarra. Para mí se trata de la interpretación y lo que se genera en cuanto sentimiento y pensamiento. No intento buscar una sonoridad o jugar con los géneros para correr los límites, simplemente sucede. Por momentos buscó elementos, puedo necesitar algo para un momento particular. Quiero algo ska para tal estribillo, lo meto. Es eso, cosas puntuales. Fundamentalmente quise formar una banda de rock. Por supuesto, la cosa va mucho más allá del rock. Quiero que el mensaje tome impacto. Me importaba la intensidad.
Ahora que salió el disco, me gusta esto que vos mencionás, la gente se pregunta qué es. Me divierte que se lo pregunten. El género, tanto de mujeres u hombres o música o películas, tiene límites que no deberían estar. Respecto a mi banda, olvidate, todas las personas ahí son gente de diversos ámbitos, lo suficientemente virtuosas para entender mis necesidades. Con la guitarra solista no puedo variar tanto, con la banda hay una posibilidad enorme.
-Siguiendo con la espontaneidad: hay situaciones cotidianas (el barrio, el amor, las mascotas, la calle, el transporte) que surgen de forma inesperada y terminan siendo canciones. Te imagino tomando nota mental y diciendo “esto re sirve para un tema”.
¿Cuánto de esos disparadores inesperados hay en tus temas?
En toda mi música hay mucha espontaneidad de lo cotidiano. En Spilling the porotos, especialmente, creo que hay cuentos. Salen de la vida real. La canción del gato sucedió realmente. Sucede tal como lo conté en el tema. De esa secuencia viviendo en plaza Mackenna hice una canción en veinte minutos antes de irme al laburo. Eso fue 2018. Cuando voy en el transporte me inspiro mucho. Juego con lo autobiográfico pero también con la realidad de la vida donde la fantasía y la poesía se entremezcla con lo cotidiano.
Suelo componer muy rápido. El mensaje tiene que ser claro. Es algo del momento, capaz que una hora y me sale. O puede que la cierre en un día. Puedo ser detallista, acompañando mis procesos internos. Puede pasar eso, sin embargo, siempre largo todo rápido.
Emily llegó a la Argentina en 2017. Vino con intención de probar. Un año, mínimo. No importaba si la pasaba mal por no conocer a nadie en un lugar extraño. Fue un nuevo idioma, una ciudad por descubrir. No tenía amigos. No había nadie cercano alrededor. De todas formas, le metió. La movida la enganchó. El idioma más directo, la urgencia de lo coloquial, la sedujo. Era un dialecto diferente. No se trataba simplemente del español o el castellano: la enganchó el lunfardo. Eso se refleja en sus canciones, pero también en su oralidad. Habla de laburar, de faso, de estar al pedo, de porrones, de boludear. Evita cortar caminos mediante la utilización de un spanglish utilitario, prefiere argentinear, brillando desde las acepciones callejeras.
“Caí de forma muy random. No es que tenía una fascinación por su cultura. Quería estar en una ciudad grande en un país hispanohablante. Creía que acá podía pasar desapercibida. Me encontré con un montón de cosas. Había una libertad de expresión que no encontraba en la sociedad donde me crié yo. Por otro lado, llega una sensación de libertad al componer usando una canción en lunfardo argentino”, señala. “Está bueno estar tan alejada de aquello que me formó en la infancia”, agrega.
“Se siente piola abordar una escena siendo extranjera”, afirma hablando sobre un circuito que ahora conoce desde otra perspectiva. “Lo ves todo con otros ojos. De alguna manera es como la mirada de una niña: tengo que ir aprendiendo todo el contexto sociocultural de donde me muevo. Eso es enriquecedor. Es un desafío extra. Mudarte a un lugar donde no conocés a nadie y terminar haciendo un camino diferente, casi inimaginado. No tenía idea de algo así. Todavía no tengo idea”.
El oficio musical de Emily And tiene muchos apartados. La alumna del folk puede confundirse con una autora de pop deforme o una punk urgente. Una Emily según la ocasión o según dónde caiga el cursor del mouse al googlear su música.
Mom, are you a robot? y otras dudas existenciales falopa de cuarentena (2020), Spilling the porotos (2021), Sunshine, doubt and the water spout (2017) son algunos de los títulos de Emily And que están colgados en la red. En Bandcamp el material se multiplica entre demos, sencillos, álbumes, fotos y gatitos.
Tras años de recorrer los escenarios sola con su guitarra, mixando sonoridades de folk y pop, el proyecto fue tomando una identidad personal. Emily And tenía música, pero también un componente lúdico que orillaba lo performático. Con el tiempo, McKelvey sintió la necesidad de ampliar ese universo, incorporando nuevas texturas e influencias, liberando otra faceta.
El nuevo capítulo llegó con una banda integrada por seis músicos venidos de diversos ámbitos: Lola Grosz haciendo coros, Prissalida Ripoll en batería, Julián Alejo Sosa en las cuatro cuerdas, Enrico Ariel Russo tras los teclados, Matías Figueredo y Lucas Monastirsky en guitarras. La presentación del grupo y el nuevo sonido de Emily And fue en abril del 2022 en La Tangente con un show a sala llena. Luego de ese paso decisivo, Emily quiso repetir la experiencia en diciembre del mismo año, registrando ese furor en vivo.
“En 2022 pensé bastante en armar mi banda. Cada integrante es brillante. Busqué eso. Quería ofrecer un poco de todo, revolver todos los géneros. La banda la pensé nombre por nombre”, comparte Emily. Con sincera admiración, se explaya sobre el talento que la acompaña en cada movida. De esa forma, también se refiere al productor Franco Dolzani, o a la cantante y compositora Malena Greco quien aparece como invitada en En vivo en La Tangente. El amor con Greco corre profundo desde hace un tiempo. De hecho, Mona Bondage, banda rosarina que integra Greco, fue la encargada de abrir aquella fecha que resultó en el disco en directo.
La manija de Emily por sus colegas aparece de forma espontánea y en cantidades considerables. Puede mencionar talentos de la escena rosarina como Amelia o Gladyson Panther así como referirse a El Doctor (“Mi mayor inspiración en la escena argentina”), su amiga de la vida Penny Peligro, Nahuel Briones, Didi Leonelli y María Pien. La gana el entusiasmo también para hablar de Shis de Pelopincho y Plenamente: “Re tenés que escuchar su nueva banda Los Martes Orquídeas”.
-Al repasar tus discos, encontramos la intimidad del folk para luego pasar al pop y un ruido más desenfadado. ¿Qué te atrae de explorar esos contrastes?
El folk era lo que había. No tenía más recursos para grabar. Era simplemente mi voz y la guitarra. Era eso para grabar. Tampoco tenía más conocimientos del mundo de la grabación. En 2013 empecé a compartir discos. Ahora siento que estoy más metida, donde puedo llegar a pensar en algún productor para tal canción, pero ni siquiera hago eso. En ese momento me pintó eso porque manejaba pocos recursos. Era lo que había. Sí quería tener una banda más punki, claro. Es un sonido de aquel momento. Cuando apareció el pop, pintó un conjunto de canciones distintas a lo anterior. Si antes era un flash spinetteano re deforme acá flasheé amor, verso, estribillo, puente, re pop, más liviano, no tan deprimente o oscuro. El pop resulta un vehículo apropiado para llegar a otros. Todo entre comillas, claro. O me hago popera o me hago trapera para llegarle a otros. De nuevo, todo bien con comillas. Me pintó el pop. Bien grabado, bien producido, bien tocado, bien sacado. Lo pensé como algo bien producido. Antes no hubo nada tan pensado: no había masterizado nunca lo anterior.
La decisión de hacer un disco pop marcó un camino estético. Hubo un proceso ahí que sigue hasta ahora: habitar una nueva interpretación de mi identidad. Cuando escuché el resultado de ese primer pop, ¿sabés el cringe que me dio? Yo tenía un concepto más punki y, de repente, escucharme haciendo Flasheando amor fue tremendo. Cringe. Tuve que entender ese cambio. Poder habitar esa manifestación de mi identidad artística fue un trabajo de deconstruir lo que yo tenía en mi cabeza sobre mi misma. Tuve que buscarme y encontrarme en esa nueva expresión. Me encantó ese proceso. Busco eso ahora: trabajar con alguien que me sorprenda, que haga cualquier otra cosa que lo que yo imaginaba.
-Sos una figura rara en el circuito porteño. Eso, por supuesto, es una virtud. Hacés desde un lugar de disfrute, divertida y riéndote del estado de “ser cool todo el tiempo” que vende la industria musical. En Bandcamp, por ejemplo, decís “tengo muchos sentimientos y muchos discos con pocas reproducciones”.
Sí, soy un bicho raro en el circuito porteño. Definitivamente. Me doy cuenta de eso. En los últimos meses, con la repercusión de lo que venimos haciendo, me doy cuenta que es una virtud. También claro, han sido muchos los momentos de sentirme mal por no encajar, o que no me inviten. Ser cool, no, no. Ahora estoy en un momento en que llega onda de varios lados. Tengo amigues ya re metidos en la industria o gente re under. De ambos lados me llegan consejos. Tenés que ser más chill, tenés que hacer las cosas más así. Yo creo que la idea de ser cool es ser real, no encajar en la idea ajena de ser cool. Soy cool por no ser cool. La paradoja de cooledad. Muchos discos con pocas reproducciones fue mi descripción por mucho tiempo. Una muletilla que me sigue describiendo. Supongo que algún día tendré muchas reproducciones y dejaré de decir eso, pero andá a saber cuándo va a pasar eso.
-En los últimos quince meses el circuito emergente volvió a vibrar fuerte con bandas que proponen guitarras ruidosas, shows divertidos y canciones rápidas con ironía. De alguna manera, vos ya estabas indagando en ese espíritu desde hace rato. ¿Cómo estás viviendo ese pequeño estallido que crece?
Es tremenda la movida que están haciendo la gente involucrada en todo eso. Mucho laburo. Lo respeto. Yo también estoy creciendo en todo este tiempo. Hay mucha movida bien organizada que está llegando a escenarios cada vez más grandes. Siempre anduve ahí. Fui creciendo en under de Buenos Aires más en los márgenes. Siempre anduve tocando con lo mío ahí. Toqué muchas veces solistas en fechas de rock porque hubo gente que se copó con mi propuesta. Hace quince meses que estoy por los mismos espacios, organizando cosas en Moscú, por ejemplo. Siempre estuve haciendo cosas, pero siempre desde los márgenes de eso. Siento que tengo una movida propia más allá de las nuevas olas.
Con En vivo en La Tangente recién publicado, McKelvey se concentra en promoverlo a través de sus medios, tomándose las cosas con calma. Planea su próximo movimiento para más adelante. Antes quiere descansar, bajar la velocidad. Piensa volver en junio con este proyecto y un puñado de canciones frescas.
A propósito de bajar la velocidad, la voz de McKelvey encuentra otro tono. Su naturalidad también la alcanza cuando se refiere al descanso. A veces, simplemente, hace falta darle STOP al Walkman para pensar las ideas, para bajarlas al papel, al igual que cuando era una niña: “Salió este material que creo está bárbaro. Hay mucha gente laburando para que algo así exista. El esfuerzo es enorme. Pienso desaparecerme un tiempo. Quiero volver organizada. Ahora necesito un poco de paz mental”.
Por Lucas Canalda
Fotos de prensa: Leo Giachero y Luna.
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