A pesar de la alarmante situación que atraviesa el circuito independiente, 2021 ofrece una posibilidad real de marcar un nuevo comienzo en la concepción de la cultura autogestiva.
Con un frente unificado que busca aprender de los errores del pasado, se propone ante el Concejo un anteproyecto enfocado en lograr un marco jurídico apropiado.
Luego de años de pasividad ante circunstancias desfavorables, el circuito cultural independiente atraviesa una actualidad que es tanto angustiante como esperanzadora. Los 16 meses de pandemia impusieron un nuevo orden de prioridades que dejaron en evidencia la realidad de un circuito precarizado al borde del extremo.
El impacto del coronavirus llegó luego de una seguidilla de golpes (neoliberalismo+desidia+ hostigamiento municipal) que acercaron, de forma paulatina pero segura, a la mayoría del sector al borde de un precipicio que asusta.
No obstante el desalentador escenario de salas cerradas, espacios clausurados, talleres cancelados y miles de personas sin trabajo, hay una luz que no se apaga, brillando con mayor seguridad semana tras semana. Ante la situación apremiante, los diferentes sectores del circuito lograron una convergencia que finalmente entendió algo: la resistencia, al igual que la construcción, debe ser colectiva.
El último año, casi de manera inédita, nos encontramos con múltiples sectores de la movida cultural comunicándose abiertamente, generando puentes de entendimiento genuino, estableciendo una comunión sensible acorde al periodo histórico que atraviesa el mundo. Sin dejar de lado la preocupante situación sanitaria que golpea por doquier, lxs trabajadorxs de la cultura autogestiva de Rosario marchan hacia un gran frente común que busca cambiar su suerte apostando al diálogo y a la técnica legislativa.
Para los diferentes sectores de la movida cultural rosarina 2021 puede ser el año cero, el momento en que empieza a construirse otra historia, una más cercana a las necesidades de un sector largamente postergado; una historia que se piense a sí misma como contemporánea, que habite el paradigma de diversidad e información que arrasa por todo el mundo y no al de una ciudad que parece haberse estancado en normativas de hace medio siglo, o que prefiere vivir la ilusión de un imaginario construido a base de marketing y trazados hegemónicos.
Aún contemplando la contra de la pandemia, una intendencia que deja en claro que la cultura no es prioridad de gestión y un contexto económico desalentador, los resultados pueden ser positivos si somos capaces de potenciar lo generado en los últimos años. Ejemplos como la iniciativa del Movimiento Unión Groove (M.U.G.) o el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (CREC), son puntos de referencia.
En abril se anunció la Multisectorial de Trabajadorxs de Arte y Cultura, conformada por colectivos, espacios, productoras y actorxs de toda la ciudad. Contando con más de 400 personas involucradas, la iniciativa llamó a declarar la emergencia cultural y a marchar en diferentes ocasiones.
En nuestros tiempos convulsionados, quienes marcaron la vanguardia divulgadora del frente de cultura independiente fueron lxs integrantes de Micelio, Producción de Expresión, lanzando una serie de videos que lograron la viralización, apuntando con dinamismo, estadísticas y material de archivo, el proceso de pauperización que sufre el circuito cultural autogestivo en los últimos siete años.
Micelio es un espacio que desde 2018 alberga múltiples disciplinas artísticas, haciendo las veces de microsala de recitales, galería de arte, productora multimedia y, fundamentalmente, siendo punto de encuentro para diferentes hacedorxs de la ciudad.
Sin habilitación para trabajar de manera adecuada, la supervivencia a las olas covidianas obligó a Micelio a reinventarse todo el tiempo, buscando diferentes alternativas para generar ingresos. Entre subastar obras producidas en el espacio, organizar rifas y vender comida, tuvieron una idea prioritaria: adaptar sus realizaciones al streaming para mantenernos vinculados con nuestro público. Esa iniciativa fue fundamental para establecer un canal de transmisión que logre la atención de un público que no estaba enterado de los padecimientos del circuito.
La iniciativa de Micelio se viralizó por Rosario, Santa Fe, Córdoba y Capital Federal, saltando de Instagram y Facebook hasta Twitter o TikTok. De hecho, el cimbronazo viral fue tan enorme que los medios hegemónicos, generalmente desinteresados en una problemática que consideran ajena, no quisieron o pudieron quedarse afuera, viéndose obligados a publicar sobre el fenómeno.
Los videos son dinámicos, atractivos visualmente y con una edición que permite acceder a la información sin el vértigo propio de las redes. Los clips fueron haciéndose lugar para divulgar el proceso involutivo de los espacios culturales, la desidia municipal y provincial, la compleja situación de lxs trabajadorxs, y también la criminalización de la actividad artística en diferentes encontronazos con la Guardia Urbana Municipal o la policía.
Los editados virales de Micelio tuvieron una virtud: lograron salir del circuito, exponiendo la compleja situación ante la atención de un público ajeno a la problemática. Se trata de un logro no menor puesto que una de las dificultades que aquejan al circuito independiente es su propia imposibilidad de abrir la discusión al resto de la ciudad. En ese sentido, hace años que la discusión no pasa de un estadio de frustración puesto que siempre se le predica al converso, manteniendo las discusiones, sin dudas constructivas, en un nivel endogámico.
La dificultad de elevar la problemática a otro nivel, aspirando a establecer un debate que involucre a los principales sectores municipales y privados, debería ser otro de los objetivos del gran frente de cultura independiente que se viene ensamblando en los últimos tiempos. Afortunadamente, las fichas empiezan a caer en su lugar, con la consciencia enfocada en una construcción a futuro.
Hay mucha lectura detrás de cada clip de Micelio. Detrás de cada uno de los videos emerge algo abarcativo: historia, resistencia, dolor y momentos inolvidables.
La visibilidad que logran los editados de Micelio van más lejos que un equipo de trabajo de comunicación o un espacio de cultura emergente, se trata de la punta de un iceberg formado en la última década, de la resistencia casi utópica de los espacios culturales independientes y de una lucha que, en ocasiones, literalmente supo ponerle el cuerpo a los palos.
Entre todo, además, hay un legado de historia, de lecciones aprendidas con cierta tristeza que, afortunadamente, no se tradujo en cinismo y conformismo. En uno de los más recientes clips encontramos un resumen con material de archivo que repasa la bajada de persianas de varias salas de la última década. De esa forma, la edición arroja recuerdos de los procesos de desgaste y consecuentes cierres de lugares como Bienvenida Casandra o El Espiral. Ante cámara aparecen Ignacio Gorriz, titular del centro cultural de calle Ituzaingo cerrado en 2017 luego de siete años, o la escritora Maia Morosano, una de las cabezas de Bienvenida Casandra, bar que supo albergar música, danza, poesía, talleres, teatro y otras disciplinas. Ambos puntos referenciales del circuito under de la década pasada cerraron por el asedio municipal en tiempos en que la política cultural de la gestión de Monica Fein había virado decididamente hacia el eventismo, teniendo en el otrora súper secretario de Control y Convivencia Ciudadana, Pablo Seghezzo, un héroe de la clausura.
Darle play a los videos desata decenas de recuerdos. Hay sensaciones de impotencia por todo lo perdido. También mucho júbilo por los momentos que dejaron enraizados espacios que ya no existen, que hoy son fruterías, minimarkets o edificios. Con todo, los clips dejan una certeza inevitable: la historia se va repitiendo una y otra vez.
Con el paso de los años, entre las sucesivas gestiones y contextos históricos, los cierres continúan y los puestos de trabajo se eliminan, de manera irremediable. Es claro que el sector cultural independiente debe aprender de sus propios errores, evitar repetirlos, lograr romper la inercia que lo condena a padecer una y otra vez el mismo destino. Apremia entender que la unión de los múltiples sectores es fundamental para dar una pelea significativa tanto en el Concejo como en el municipio; establecer un pragmatismo político que logre representación en los ámbitos donde se toman las decisiones debería entenderse como una prioridad.
Hablar con el resto de la gente, entablar un diálogo genuino con la ciudad que mira a otro lado o simplemente está desinformada, es otra parte necesaria. No puede haber una construcción orgánica real si continuamos alimentando a las dos ciudades que hacen a la Rosario actual. La cultura independiente, con sus códigos y urgencias éticas y estéticas, debe dejar de considerarse una criatura diferente y especial para comenzar a pensar cómo integrarse al resto de la ciudad, imaginando una relación mutualista que logre una sustentabilidad.
Finalmente, se debería madurar y salir de la queja abstracta a través de las redes sociales. Dejar de lado el cliché (“La GUM, la Muni, la yuta”) y empaparse de la problemática, entender la gestión municipal así como también los nombres que toman las decisiones detrás de las políticas (o las no políticas) culturales y securitistas que padecemos.
Son puntos esenciales para que el sector vaya encontrando un camino más certero y real. Afortunadamente, los últimos 20 meses demostraron que los esfuerzos tienden hacia la convergencia. Con un frente unificado y dispuesto a sostener discusiones intestinas urgentes, el cambio va a llegar tarde o temprano.
Exactamente hace una semana, los colectivos que integran la Campaña por la Ordenanza de Espacios de Trabajo Cultural Independientes presentaron en el Concejo Municipal un anteproyecto que propone un marco jurídico apropiado para la actividad. La nueva propuesta hace especial hincapié en la necesidad de un marco actualizado para un circuito históricamente relegado.
El anteproyecto Ordenanza de Espacios de Trabajo Cultural Independientes llegó al Palacio Vasallo el miércoles 7 de julio luego de un periodo de desarrollo donde se conjugaron varios esfuerzos.
La Campaña por la Ordenanza de Espacios de Trabajo Cultural Independiente está integrada por trabajadorxs de la cultura. En su composición orgánica se cuentan productorxs, gestorxs, formadorxs y artistas de diferentes disciplinas. Estos actores, además, forman parte de otros colectivos como C.R.E.C. (Colectivo Rosarino de Espacios Culturales), M.U.G. (Movimiento Unión Groove), Micelio, NÚCLEO y Planeta Cabezón, entre otros.
En primer lugar, entre los colectivos involucrados se buscó un proyecto que contemple a todas las disciplinas y actorxs. Eso significó un tiempo considerable de acercamiento, de entablar un diálogo entre partes algo distantes que devino en una confianza común para un frente de construcción fortalecido.
Concluida la primera etapa de unión se emprendió un trabajo de campo sobre el proyecto que habría de venir. Se tomó una perspectiva de la ciudad, revisando de cerca diferentes problemáticas que también padecieron otras ciudades de nuestro país.
Quienes explican el proyecto son Lucía López (técnica y gestora), Lucas Roldan (músico, sonidista y gestor), Paula Montes (productora, gestora y coordinadora), Marcos Barea (técnico y gestor), Federico De Batista, integrantes de Micelio y también de la Campaña por la ordenanza. “Hubo investigación y lectura de ordenanzas similares que se encuentran vigentes actualmente en ciudades del país: Capital Federal, La Plata, Mercedes, Comodoro Rivadavia y Bahía Blanca”, detallan.
La iniciativa también llevó a revisar el proyecto de ordenanza de ‘Club Social y Cultural’ presentado por el ECUR en 2015, al igual que normativas vigentes en Rosario, como la de ‘Espectáculos Públicos’ y la de ‘Bar Cultural’.
El anteproyecto propone una ordenanza se compone principalmente de tres ejes:
-La creación de la categoría Espacios de Trabajo Cultural Independiente, (E.T.C.I), que responde a la necesidad de lograr salir de la ilegalidad en la que se encuentran los espacios culturales hoy.
-La creación de una comisión que acompañe el proceso de habilitación y que genere articulación entre el estado, los espacios, sus gestores, productores y la comunidad.
-La creación del Registro Municipal de Espacios de Trabajo Cultural Independiente (Re.M.E.T.C.I.) como la base de datos que sirva para generar redes, nuclear y articular entre los espacios, fomentando un circuito que se retroalimente.
A diferencia del proyecto presentado por el ECUR en 2015 (aquel de “Club Social y Cultural”, que no prosperó por internas partidarias) la nueva propuesta piensa a los espacios autogestivos por encima de la nocturnidad. Ese detalle no es menor puesto que en el ojo público, la construcción discursiva que se erigió entre municipio y medios hegemónicos en los últimos años siempre omitió diferenciar actividad cultural de nocturnidad. De esa manera, la pelea por una regulación acorde a los espacios culturales quedó enredada, desde finales de la década del noventa, con la problemática propia de los mega boliches y su constante conflicto con los vecinos.
Con esa confusión, hace tiempo que el vecino está en pie de guerra con cualquier cosa que se relacione con la nocturnidad. El crecimiento de la inseguridad por toda la ciudad no hizo más que echar nafta al fuego.
Hace tiempo que la discusión pública (si es que existe algo semejante) relaciona o iguala el trauma de los boliches masivos (que pasaron su época dorada y los propietarios fueron alimentando el auge de las cerveza artesanal) con cooperativas como Bon Scott, El Espiral o La Bartolina. Parte de la enorme tarea que tienen por delante lxs trabajadorxs de cultura es lograr quebrar ese discurso que resuena desde hace años, estableciendo un acercamiento real con la comunidad, presentándose, dejando ver cuáles son sus actividades, demostrando que lo suyo es algo diferente a lo que propone la agenda mediática que bombardea de forma constante.
“Pensamos en los espacios culturales más allá de la nocturnidad, algo que hoy en día se está poniendo mucho en cuestión”, cuentan desde lxs trajadorxs. “Por eso venimos a traer nuevamente a la agenda este debate de un sector que supone mucho más que actividades nocturnas: en un espacio cultural se crea íntegramente el hecho artístico, se investiga, se produce, se gestiona, y por último ,se presenta”, apuntan.
Volviendo sobre las diferencias sobre la propuesta de 2015, observan: “Si bien hay mucho acuerdo entre los dos proyectos como en horarios y exenciones de tasas, creemos que al ser generados en diferentes contextos las contemplaciones son otras. Existe un cambio de paradigma importante, ahora la búsqueda es ser reconocidxs como trabajadores porque así nos identificamos. Hay una diferencia clave: “nosotrxs nombramos a la categoría como ‘Espacios de trabajo cultural independiente’ haciendo énfasis en lxs trabajadores que habitan estos locales. El proyecto del ECUR hablaba de ‘Club social’, haciendo foco en quien consume”.
Luego de años de embates burocráticos, impuestazos, inflación sin control (que sigue hasta el día de hoy), bolsillos flacos, clientes que iban perdiendo su trabajo, recesión y crisis financiera, llueve sobre mojado: la pandemia genera un periodo de confinamiento que se extiende por meses. Todas las actividades vinculadas al arte y la recreación quedan suspendidas, ajustando aún más la soga sobre el circuito cultural autogestivo. Sin una asistencia real por parte del Estado, diez de los setenta espacios culturales registrados formalmente bajaron la persiana de forma definitiva.
La realidad del COVID-19 expuso la situación de precariedad en la que funciona el circuito cultural independiente desde hace más de una década.
Esa precarización en contadas ocasiones se abordó desde una organización formal del sector. En 2021, tal vez retomando el impulso de construcción/resistencia colectiva que había despuntado en 2019 con varias agrupaciones, finalmente se dieron las condiciones para que el debate vaya ganando fuerza. Ese debate, por supuesto, todavía está en un estadio primigenio y dista mucho de tener una visibilidad pública. Sin embargo, las cartas están sobre la mesa.
Con un circuito cultural en clara emergencia desde hace meses, miles de actores de diferentes sectores artísticos pusieron a rodar la bola, empezando una discusión de fondo.
En encuentros presenciales de capacidad reducida, saturando la capacidad del Meet o haciendo de Zoom o Dischord un punto obligado, la conversación se entabló finalmente y eso, sin dudas, es una gran noticia.
Entre idas y vueltas, debates extensos y algún que otro encontronazo, los interrogantes que los diversos colectivos se formulan son varios:
-¿Qué somos?
-¿A dónde vamos?
-¿Cuál es nuestro espacio dentro de la sociedad que habitamos y ayudamos a construir?
-¿Cómo resistir?
-¿Cómo construir por encima de las diferencias políticas, estéticas y generacionales?
-¿Cuál es el lugar de la cultura para la gestión municipal/provincial?
-¿Cómo llevar adelante la discusión acercando al resto de la ciudad?
Mientras se buscan respuestas, la lucha sigue adelante en un contexto pandémico que exige no bajar la guardia más allá del ritmo estable de vacunación.
Mientras tanto, el encuentro existe y continúa sus debates, una instancia por años demorada y que, lamentablemente, llegó como consecuencia de un contexto complejo en el cual la soga aprieta el cuello y va quemando muy lentamente.
Otra pregunta surge, irremediable: ¿Por qué tardaron tanto tiempo los actores del circuito en acercarse y formar un frente común aún cuándo desde 2014 los espacios culturales independientes fueron bajando la persiana ante la avanzada de securitismo y necesidad impositiva del municipio?
“La pandemia vino a poner en debate qué es indispensable y qué no, en ese contexto la cultura queda relegada a una actividad no esencial. Esta situación, a su vez, es un síntoma de que nunca fuimos reconocidxs como trabajadores, ni por el Estado ni por nosotrxs mismxs. En el sentido de la autopercepción, nos cayó la ficha en la pandemia cuando nos cagamos de hambre”, observan desde Micelio.
“Es por eso que pensamos este proyecto de ordenanza como una lucha contra el discurso establecido. Creemos que invita a toda la sociedad en su conjunto a formar parte del debate ya que plantea un cambio de paradigma de cómo nos vemos y cómo nos ven a lxs artistas independientes de nuestra ciudad”, apuntan de forma colectiva.
“Para nosotrxs este momento de crisis generalizada es el momento propicio para dar estas discusiones, pensando a futuro ser reconocidxs como un sector productivo fundamental de la sociedad”, observan.
Respecto a la distancia o desentendimiento que mantiene el grueso de la ciudad sobre la problemática de la cultura independiente, desde Micelio reflexionan con cuidado. Su devolución, en este aspecto en particular, deja saber que el camino es largo: no solamente se trata de hacerse escuchar en el Concejo o en la Municipalidad, para estxs laburantxs de la cultura, la meta definitiva es lograr integrarse a una ciudad tolerante que reconozca cada sector por encima de los prejuicios y diferencias.
“Creemos que esa distancia forma parte de un discurso que delimita lo hegemónico y lo alternativo, dándole supremacía a lo hegemónico sobre lo alternativo sin pensar que en lo alternativo nace ese semillero de donde surgen un montón de artistas que después se los considera consagrados. Como sociedad no reconocemos qué es arte hasta que no nos lo venden y, justamente, lo alternativo muchas veces surge fuera de los polos de lo capitalizable”, comentan.
“No hay un Estado que legitime y que esté dispuesto a articular, a generar una plataforma pública en donde lo alternativo sí tenga lugar, por eso cuando surge la presentación del hecho artístico en un espacio alternativo también surge la incomodidad de lxs vecinxs”, agregan.
“Por un lado, la única herramienta de lo alternativo para ser masivo es hacer mucha fuerza para estar en agenda. Por otro lado, lo hegemónico nace dentro de lo mediático y encuentra su nicho ahí”, concluyen.
En un año revuelto, con la pandemia dando vuelta todo y la campaña electoral ganando temperatura, lxs colectivos culturales independientes son un hervidero. Hay ansiedad y mucha angustia por los puestos laborales que se evaporan, por las iniciativas que se frustran, por las ideas que entran en un stand by perpetuo.
Una semana después de la presentación del anteproyecto, Micelio y el resto de los colectivos locales aguardan expectantes. Saben que está difícil el panorama. Se sienten fuertxs mientras que la luz al final del túnel está lejos. Sin embargo, la unidad se refuerza cada vez más en este periodo de pálidas y escasas alegrías.
Algo es claro: la historia no está cerrada, apenas está comenzando a escribirse. Con un frente multisectorial que crece semana tras semana, es cuestión de tiempo. La resistencia crece y corcovea cada vez más, rompiendo las postales hegemónicas. La infame ciudad de la cultura declara su emergencia y, más importante, declara su hastío.