MONTE PALOMAR: “BUSCAMOS ARMAR COMUNIDAD”

Desde Rosario para el mundo Monte Palomar genera un culto de seguidores que los convierte en el secreto mejor guardado del circuito local.
Mientras prepara nuevo material, el quinteto stoner vuelve a los escenarios en una fecha explosiva junto a Aguas Tónicas en el Galpón de la Música.

Como una virtud de un orden superior, con un valor de supervivencia a prueba de todo, el espíritu resiliente de la música rock parece fortalecer su coraza a medida que la cuerda aprieta cada vez más. Como un fallo en la Matrix, Monte Palomar surge como una anomalía extraña en una Rosario que progresivamente va cerrando sus puertas para propuestas de sonidos poderosos.
La ciudad va cambiando su musicalidad como un reflejo de lo que acontece socialmente. Mientras los espacios para tocar van desapareciendo por distintas circunstancias (desidia, inoperancia, desinterés, burocracia) y otro se amoldan para seguir adelante, evitando cualquier propuesta que genere incomodidad, las calles se tornan ruidosas por invasiones nocivas: cervecerías que usurpan el espacio público, presencia creciente vehículos a combustión como motocicletas, construcciones que se multiplican por todas las cuadras, generando ruidos hostiles de lunes a lunes; autos, camionetas, patrullas, gendarmería, etc. En pocas palabras, la contaminación sonora de Rosario es inversamente proporcional a la proliferación sonora constructiva del arte.
Entre tanta hostilidad para los sentidos, Monte Palomar se erige sobre un tridente de psicodelia inmersiva, esferas astrales, humanismo y fábulas de mortalidad. Su música parece proponer una burbuja salvadora: mientras que afuera hay demasiado hostilidad dentro de sus canciones la onda es arrulladora, viajando entre algodones enhebrados entre tempos lentos-medios, drop D y fuzz.
¿Stoner rock e influjos doom como bálsamo? ¿La nube de humo intoxicó a quien escribe estas líneas? Claro que no. Con canciones que oscilan entre los 5 y 8 minutos Monte Palomar propone cápsulas de rescate para embarcarse en viajes sanadores donde la música está bien tocada y mientras que la intensidad es declarada, siempre es cuidadosa para los oídos. Allí donde algunos quieren vivir la fantasía de los amplificadores de Spinal Tap (“turn it up to eleven”) este quinteto se diferencia entendiéndose como músicos que buscan expandir el género más dulzón del rock and roll.
Un rastreo genealógico en los sonidos locales debería ubicarlos, honrosamente, acompañando la experiencia psicodélica de la última década junto a JellyHead y a los jovencitos de Jimmy Club. Pero mientras que JellyHead se propone como una banda de concepto constante que rebasa lo meramente musical y Jimmy Club busca evolucionar desde un post rock que no olvida su sensibilidad pop, Monte Palomar se hace carne en una paleta stoner extensiva con elementos psicodélicos y progresivos.
El quinteto marcha en una misión astral que parece salida de aventuras gráficas de antaño: soles negros, algo de malditismo, una mortalidad arrogante de quienes se saben demasiado humanos, advertencias ambientalistas y cierta dialéctica politeísta.
La experiencia de Monte Palomar es global: sonido, letra, estética, nada queda librado al azar en lo que todavía se representa con apenas un puñado de canciones que tienen suficiente poderío para calentar inviernos varios.
Por momentos Monte Palomar baja su pulso descendiendo hasta volverse lento. Entonces el sonido evoluciona progresivamente en una curva descendente que los lleva del Stoner Rock al territorio del Doom. La hipnosis, por supuesto, no se corta.
Los matices enriquecen al viaje, proponiendo detalles que revelan cinco músicos interesados en mostrar una virtud cohesiva pero que no deviene en onanismos individuales. En ese sentido encontramos una revelación: Monte Palomar es un organismo gestáltico. El principio básico del grupo es que el todo es más que la suma de las partes. Es decir, al sumar las partes emergen elementos que por separado no se percibían. La observación no parece impropia al experimentar a la banda en vivo. Tampoco al darle play a su música en las plataformas. La confirmación llega cuando uno va al encuentro del grupo: deciden responder todas las preguntas en forma de unidad.
De acuerdo a sus palabras, la mayoría de las canciones se construyen de manera colectiva. Surgen a partir de un primer riff, idea melódica o rítmica que sugiere algo interesante. Desde allí comienzan a improvisar, zapando, desarrollando.
“Dejamos que el mismo fluir nos lleve a las posibles variaciones que luego van a conformar el tema”, apuntan.
Cada integrante de la banda viene desde un background individual muy rico, a veces hasta contrastante. La información que manejan es amplía: folk, fusión, canción, funk, metal. Todas esas ramificaciones artísticas-humanas confluyen directamente en el núcleo que es Monte Palomar. Según las palabras de la banda, “eso genera un plus”.

Una característica de Monte Palomar que no pasa desapercibida es su discreción. Si bien activo desde hace seis años, el proyecto encontró una saludable respuesta con movimientos muy puntuales al margen de casi todo. Trabajando de manera autogestiva y distantes de sellos, managers, productoras y agentes de prensa, cada acción generó reacción, logrando un feedback sostenible.
Mientras que hoy la demanda constante de información vía redes exige estar siempre agitando algo (aún cuando no hay nada real para mostrar o presentar) Monte Palomar únicamente irrumpe su silencio cuando tiene algo significativo para contar: un simple, un disco, una fecha, un video. Cuando están trabajando optan por el silencio.
Esa estrategia sincera de salir de la cueva para conectar podrá parecerle un suicidio laboral o puro aislacionismo a muchos vendedores de humo que predican el marketing digital como salvación de la música, no obstante, el grupo logró establecer un dialogo perdurable con una audiencia que se cuenta por varios puntos del planeta: mientras que en Rosario el circuito está conformado por un nicho resistente, la música de Monte Palomar se reproduce en la rocola infinita que es YouTube. Más allá de su propio canal, sus canciones se ven replicadas por cultores del género de Argentina, Brasil, Estados Unidos y otras latitudes del viejo continente. Su perfil de Bandcamp encuentra support de usuarios que manifiestan su gusto por la banda en castellano, inglés y francés.
“Desde que subimos el disco a Bandcamp y Youtube nos flasheó la gran respuesta que tuvimos desde lugares muy lejanos del mundo, pero también a nivel nacional” comenta el grupo. “Sin duda ese feedback positivo nos impulsó muchísimo y nos dio ganas y confianza de seguir componiendo por este camino”, agregan.
“La idea de, en un futuro, aventurarse fuera del país es algo que nos motiva mucho”, comparten a propósito de la respuesta internacional. “Ganas nos sobran”, confirman sin perder perspectiva real: “pero vamos paso a paso”.
De forma silenciosa el quinteto elabora un nuevo disco. La expectativa está puesta allí. “Esperamos que nos abra aún más puertas que el anterior. Quién sabe, ojalá se dé”.

Monte Palomar es una banda nacida en 2015 en uno de los tantos subterfugios que ofrece el circuito subterráneo rosarino. Está conformada por los hermanos Pablo González en guitarra y sintetizador y Alejandro González en guitarra, junto Leo Salani en bajo; Eric Flägel en batería y percusiones y Sasa Fontana en voz y letras.
Según su biografía, el quinteto surge con la idea de armar un proyecto de rock pesado con voz femenina, apoyándose fundamentalmente en estilos como stoner rock y doom. El eje central siempre está direccionado en mantener el espíritu del trance pesado y místico.
Monte Palomar publicó su primer material de estudio en 2018. Cénit es un caudal de electricidad y susurros doomy.  Firmes en su apuesta de claroscuros místicos, una identidad genuina encuentra cierta sensibilidad sensorial entre la contundencia eléctrica. En ese sentido, el material permite espacio para la ambivalencia: sus canciones deparan sesiones de intensidad abrasiva pero entre riffs enormes y matices de doble pedal, Monte Palomar permite que cada canción logre una hipnosis que arrulla mientras, riff tras riff, va levitando un poco más.
A priori, hablar de canciones que rebasan los cinco minutos, doble pedal, volúmenes altos y electricidad capaz de fundir metales, seguramente arroje ideas de resultados hostiles y machacantes, sin embargo las canciones son reconfortantes. Abrasivas, sí, pero como un bálsamo. Quizás en esa cualidad ambivalente anide el secreto magnetismo de Monte Palomar.
En vivo la intensidad de Monte Palomar crece sin nunca perder la prolijidad. La potencia se incrementa de manera evidente, pero la musicalidad no se diluye en esa escalada. Cada elemento de la propuesta se mantiene intacto.
Para el quinteto ese equilibrio se logra con trabajo y dedicación. Lo resumen en dos palabras: tiempo y ensayo. El trabajo, por supuesto, siempre demanda más. El proceso de perfeccionamiento nunca cesa, por eso, otra vez, tiempo y ensayo.
El acierto de su sonido, además, parte de tener bien claro el concepto fundacional que hace a Monte Palomar. En ese sentido, comentan: “el habernos dedicado primero a grabar el disco y cerrar el concepto de la banda antes de largarnos a tocar en vivo fue fundamental para generar ese equilibrio”.
Finalmente, las letras tienen una identidad basada en un enclave astral-catártico-hipnótico. Ese aspecto fue brotando naturalmente a medida que se afirmaba el sonido porque ciertos aspectos identitarios no pueden ser forzados. “Al comienzo había una idea de buscar una impronta oscura y astral”, confían. “La intensidad que se fue logrando con la sucesiva interpretación de los temas, fue lo que terminó de dar ese giro catártico, hipnótico y profundo del trance que creemos que nos caracteriza”.
“Sasa suele jugar con melodías vocales que después se convierten en palabras que van a dar forma a la estructura de la letra.  Generalmente los nombres surgen primero, en base al imaginario grupal que nos dispara la composición. A partir de eso Sa escribe las letras”, cuenta, siempre en unidad.

En agosto de 2020 el sello independiente Manicomio Discos lanzó una edición limitada de Cénit en formato cassette, un material tangible que ahora yace en manos de coleccionistas especializados y cultores recelosos de un subgénero que tiene microescenas fuertes en Argentina, Chile y Brasil.
En 2019 fueron invitados a participar en El Gordo – Homenaje Stoner al Flaco Spinetta, un compilado para reversionar canciones de la faceta más pesada o psicodélica de Luis Alberto Spinetta. Para ese lanzamiento grabaron una versión del mega clásico «Post-Crucifixión» de Pescado Rabioso. El compilado se puede escuchar completo en Bandcamp o YouTube.
Durante el 2020, buscando mantenerse en movimiento y adaptarse a la situación pandémica, grabaron de forma remota dos nuevos singles: «Caudal» y «En Llamas».

-¿Qué pasa cuando la vida real y la creación musical se entrecruzan en la vida real como la canción “En llamas”? El año pasado habrá sido extraño vivir algo así.

Ese tema comenzó a componerse pre pandemia. Habla sobre la necesidad de expresar lo que se tiene dentro, exorcizando el dolor a través de un ritual de fuego. El contexto global intensificó su simbolismo, y al momento del lanzamiento, era nuestra región la que estaba en llamas, y sentimos que no podíamos nombrar al Fuego sin destacar lo que estaba sucediendo con los humedales.

En los últimos cinco años la plaza para recitales en nuestra ciudad se fue achicando.
¿Para un grupo de sonido poderoso como Monte Palomar cuánta logística demanda armar una fecha?

Sabemos que por tocar rock pesado en Rosario, las posibilidades de mostrar lo que hacemos en vivo son reducidas, y más aún en el contexto que mencionás.
Desde que comenzamos a tocar nos movimos por el under que da techo a los proyectos alternativos, buscamos armar comunidad con bandas amigas y de géneros similares, tocando como invitados en ciclos del palo en centros culturales o lugares medianos, que  permitían armar buenos shows de forma autogestiva.

¿Qué posibilidades por fuera de Rosario encontraron en sus años de actividad?

A partir de estas experiencias, fue que decidimos armar nuestro propio ciclo, que se llamó “Sesiones Ocultas”, lo que nos dio la posibilidad de gestionar nuestros propios shows en la ciudad, compartiendo con bandas que nos gustan, locales y de otros puntos del país.
Estos intercambios nos dieron la oportunidad de tocar fuera de la ciudad y compartir con bandas que para nosotros son referentes, y llegar a públicos más grandes y más receptivos a nuestra propuesta.

-La pandemia significó un cambio de planes radicales para casi todo el mundo.
¿En su caso qué tipo de planes y acciones evasivas tuvieron que tomar en 2020?

El 2020 se proyectaba como un gran año para Monte Palomar, por primera vez teníamos una agenda de giras y fechas federales que, lamentablemente, quedaron en suspenso.
Ante la situación de aislamiento suspendimos los ensayos y, después de una pausa, pasamos a trabajar en forma remota en los nuevos temas que estábamos componiendo. Por suerte aparecieron propuestas, que nos impulsaron a experimentar con la grabación casera de audio y video, para presentarnos en Festivales online con participación nacional e internacional, que nos mantuvieron activos generando material y mostrándolo en lugares que de otra manera nos hubiera sido imposible.

La pandemia golpeó fuerte al circuito musical independiente. Por estos días, con la actividad buscando asentarse para entrar de lleno a una primavera robusta de actividades, la atención está enfocada en resistir mientras que intenta sentar pautas claras esa nueva anormalidad que no termina de definirse en algo demasiado evidente. Entre tanto, los grupos y sellos que trabajan de manera autogestiva buscan alternativas.
Monte Palomar, con una identidad ya forjada y una música que encuentra eco entre los cultores del género y oídos neófitos, al futuro incierto lo contempla haciendo lo que mejor sabe hacer: música.
Las reproducciones que acusan desde Córdoba, Buenos Aires, Santiago de Chile, Praga o las recomendaciones desde Estados Unidos, Inglaterra y Australia no desesperan al quinteto. Con pies en la tierra, esas buenas energías que llegan son estímulos, pero, afortunadamente, no se traducen en una necesidad desesperada de convertirlo en moneda corriente.
Actualmente el quinteto se encuentra trabajando en las maquetas de lo que será el próximo disco aún sin fecha de edición confirmada. “Desde que volvimos a la presencialidad estamos concentrados en seguir componiendo”, comparten. El desarrollo del nuevo material se pausó simplemente para enfocarse en la fecha junto a Aguas Tónicas.
Con entusiasmo por volver a la intensidad del vivo y reencontrarse con el público, la banda apunta a seguir caminando a paso firme, manteniendo el ritmo propio que los caracteriza.
“Hace muy poco cambiamos nuestro lugar de ensayo a uno donde estamos mucho más cómodos y distendidos, un poco por la cuestión pandémica y otro poco para poder darle energía renovada al proceso creativo del grupo”, comentan.
Por lo pronto, la próxima parada es imposible de resistir: sábado 4 de septiembre en Galpón de la Música.
Sobre el concierto sobre el clásico escenario junto al río Paraná la banda confirma que hay cierta ansiedad. Sin dudas la ocasión es una apuesta fuerte. Es tanto un reencuentro con el público como una vuelta a las arenas locales. Su último show fue en febrero de 2020 en Capital Federal. “Imaginate las ganas que tenemos de volver a tocar acá”, dicen.
“Para esta fecha estamos armando un show condensado y potente. Vamos a presentar por primera vez en vivo nuestro último single «En Llamas», repasando algunos temas de Cénit y otros inéditos que van a ser parte del nuevo material”.
Acerca del siguiente disco no spoilean nada sustancial. Fieles a su perfil discreto sencillamente aseguran que será un paso más en la evolución natural de Monte Palomar. “Estamos subiendo la vara en todo sentido así que ojalá se sumen a este viaje”, afirman.

 

Por Lucas Canalda

 

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