Cuando las calles se hacen feministas
En el primer aniversario de #NiUnaMenos, la consigna y las movilizaciones se vuelven en masivas. En Rosario, la amplia convocatoria evidencia la urgencia del reclamo contra la violencia machista.
En la plaza Montenegro la mixtura se hace evidente. De a dos o tres van llegando y el espacio entre los cuerpos es cada vez menor. Una pareja de amigas con sus carteles hechos para la ocasión. Un militante con bandera de su agrupación buscando a sus compañeros. Una señora que por teléfono le da pistas de su ubicación a su interlocutor. Todos y todas. La frase repetida que se vuelve carne, se vuelve diez o quince cuadras de marcha que pronto avanzarán hacia el Monumento a la Bandera.
En apenas un año, lo que en junio de 2015 empezó como una consigna a través de un hashtag en las redes sociales ante la multiplicación de los femicidios, se transformó en un imperativo social. Incluso en el colectivo de ida a la marcha, las miradas se cruzan: una chica sube con un pañuelo verde de la Campaña Nacional por la Legalización del Aborto, otra porta un cartel que dice ”Basta de violencia machista”, y saben que están en la misma. Otras personas no muestran señales visibles de participación, pero bajan en la misma esquina y caminan hacia la plaza. En el aire compartido se palpa un juicio a lxs que encontraron alguna excusa para no ir, a lxs que miran sin entender a qué vamos.
Las cámaras se reproducen por todos lados. Algunas están en manos de asistentes con ganas de llevarse un documento propio de ese momento que se percibe histórico, otras materializan la presencia obligatoria de todos los medios de comunicación locales. Una muchacha acepta la invitación a dar una declaración y observa, con destreza: ”Me parece que esta masividad habla de un avance claro, al menos a nivel conciencia. Pero nos siguen matando”. Y en una frase da en la tecla: son esos avances y contradicciones los que también están presentes, y que llenan de complejidad y de sentido la lucha.
Sin dudas, muchas cosas cambiaron. Algunos años atrás, ni a la feminista más optimista se le hubiera ocurrido que una marcha por los derechos de la mujer estaría en boca de todxs ni en las tapas de todos los diarios. Nadie hubiera pensado que los debates en torno a la violencia machista se reproducirían por las redes sociales como los memes de moda. Ni mucho menos que después de años de insistencia, los medios de comunicación finalmente hablarían de femicidios y no de crímenes pasionales, o que la palabra femicidio aparecerían en boca de abogadxs y jueces. Claro, las excepciones y los ”peros” están por todas partes. Sin embargo, las palabras de aquella chica son insoportablemente reales: nos siguen matando.
La marcha se encolumna de a poco y empieza a moverse. Da la sensación de que efectivamente, estamos todos y todas. Lxs que llevan años en las filas feministas y lxs que se suman para la ocasión. Sindicatos, agrupaciones políticas, centros de estudiantes, organizaciones civiles y no gubernamentales, colectivos artísticos, colegios de profesionales y ientos de autoconvocados que, por no afiliarse con ninguna bandera, llevan su propio cartel. ”Para decir Ni Una Menos hay que dejar de preguntar cómo estaba vestida cuando la violaron”. ”El aborto clandestino es el femicidio del Estado”. ”Sin travas no hay Ni Una Menos”. ”Basta de trata de personas”. ”Libertad a Milagro Sala”. La multiplicación y la diversidad de las consignas visibiliza la complejidad de la cuestión: no se trata sólo de que dejen de matarnos ni de golpearnos, se trata de interpelar y desmantelar una trama social que en todos sus espacios legitima la violencia machista y que afecta a mujeres y hombres. Como nadie está exento, todxs vienen a la marcha.
Cada quien lleva su voz a la movilización de la manera en que mejor puede expresarla, y todas son válidas. Algunxs se contentan con portar la tan famosa imagen de la Enriquetta de Liniers con el hashtag correspondiente. Otrxs aportan frases creativas de autoría propia e incluso poesías. En algunos casos, la manera es una performance: un grupo de mujeres y niñas vestidas de brujas entona un cántico alusivo, retomando la imagen de aquellas brujas perseguidas hace varios siglos que en realidad eran abortistas. Un hombre lleva atada con falsas cadenas a un grupo de mujeres manitadas y con golpes maquillados. Él repite a través de un megáfono distintas formas de violencia machista. Ellas las sufren en silencio. La metáfora se vuelve espejo de la sociedad. Otra vez: el contenido que le da pelea a los riesgos de frivolización que varixs acusan.
Claro, para muchxs no tiene sentido sumarse a una movilización que parecería ser sólo políticamente correcta. ¿Cómo voy a adherir a una consigna que replica hasta Marcelo Tinelli, una de las figuras públicas que más rédito económico obtuvo y obtiene de hacer de las mujeres un objeto? Sí, hasta lxs más hipócritas se hacen eco del Ni Una Menos. Es imposible saber cuántxs de lxs que están ahí ejercen y encarnan esa violencia, sabiéndolo o ignorándolo. Esta aparente contradicción sólo hace más necesaria la movilización: la presencia contagia, educa, visibiliza. Cuanto más hablemos y nos comprometamos con esto, más cerca estaremos de destruir estereotipos, de desaprender los modos opresivos de nuestra cultura, de comprender cuánto de lo que hacemos y decimos son formas de violencia.
La marcha avanza sin pausas hacia el Monumento a la Bandera. De a poco ocupa cada escalón y cada tapial de la estructura y pareciera que nunca termina de llegar. Al pie de la torre, la cabeza de la marcha, que agrupa a varias organizadoras con una bandera gigante con el Ni Una Menos, se pone de frente a las columnas. Cuando el Monumento parece lleno, aunque todavía hay cuadras afuera, empieza el acto. Se lee un documento –un único documento consensuado- que parece resumir todo lo que ya se podía leer en lxs asistentes: se pide el aborto legal, seguro y gratuito, la reactivación de los planes de asistencia a las mujeres congelados por el gobierno, la declaración del estado de emergencia nacional por violencia de género, se pide que se deje de invisibilizar a las travestis, trans y lesbianas, se pide justicia por todas las víctimas y, sobre todo, se pide que dejen de matarnos.
Los carteles que recuerdan a las víctimas fatales de la violencia machista que se alzan en el aire son los mismos que se pegaban en las paredes a medida que la movilización se adelantaba, a modo de huella o de semilla, de recordatorio visible de la impunidad y los vacíos que dejan los femicidios. Algunos nombres son tristemente célebres y atraviesan las décadas: Chiara Páez, María Soledad Morales, Ángeles Rawson, Melina Romero, Micaela Ortega. Otros emergen del anonimato de esa cifra nefasta: una menos cada 30 horas. Al final del documento, se enuncia cada nombre y todxs responden: ”¡Presente! ¡Vivas nos queremos!”. El acto se da por finalizado y la concentración se disuelve progresivamente. El Monumento queda casi vacío pero el grito todavía resuena. Vivas nos queremos. Vivas marchamos, vivas nos acompañamos, vivas resignificamos, vivas luchamos. Vivas nos queremos.