De regreso en Rosario por una jornada de workshops, el animador Alexis Moyano se adentra en las experiencias que lo formaron y en el vértigo cotidiano del laburante detrás del fenómeno viral.
Los días de las últimas tres semanas trajeron agua, humedad y gris, mucho gris. Son semanas largas, demasiado. La ropa no se seca, no hay más toallas, la vitamina D no se fija ya que el sol hace rato que no asoma por ninguna grieta entre las nubes. La tarde de jueves no es la excepción. Dicen por ahí que son las últimas horas de lluvia pero luego de tantos amagues de alertas meteorológicos mejor no confiarse. Calle Mendoza es un peligro entre el agua que cae y los autos que pasan salpicando todo alrededor. Las veredas no zafan y menos los peatones que se atrevan a quedarse estáticos. Ni los empedernidos fumadores están en la puerta de Plataforma Lavardén.
Adentro, varias decenas de personas se aglutinan en la entrada principal. Entre todas forman un muestrario de colores urbanos que contrasta con el gris de las calles mojadas. Es un eclecticismo de tonalidades que invade remeras, cabellos, tatuajes, mochilas, cartucheras y algunas carpetas bajo el brazo. Acá hay vestuario de elección y no de resignación, ese al que hubo que recurrir buscando ropa seca.
De forma ordenada se va formando una fila frente al ascensor que conducirá al Gran Salón, espacio que hospeda la charla Me aburro rápido de Alexis Moyano. El ilustrador y animador estuvo temprano en la mañana dando un workshop en el mismo lugar y los resultados fueron óptimos para quienes decidieron participar. Para la charla abierta a todo público se esperan un lleno total.
Apenas abierta la puerta, las mesas disponibles se ocupan con gente que, sin mucho preámbulo, se pone a conversar y a dibujar. Para eso vinieron, además de escuchar al joven referente que siguen por MuyLiebre, su principal trampolín social mediático.
Durante 90 minutos, muñecas y pulsos articulan todo de tipo de ilustraciones mientras DJ Ese Beat ameniza con su selección. La sala está cubierta al ciento por cierto con brazos en plena acción de dibujar. La mayoría es gente joven, entre 17 y 23 años. Pero no es difícil detectar representantes de hasta tres generaciones. El éxito del encuentro es uno de los aciertos de lxs organizadorxs del Festival Furioso de Dibujo (también responsables de la jornada): generar un espacio de intercambio de ideas y de convivencia donde afloren las conexiones y se genere una escena que aune la diversidad para multiplicarla.
En Me aburro rápido Moyano propone un recorrido por sus orígenes y su evolución entre formatos, software y dinámicas de cada lenguaje. Moyano expone, con informalidad, su camino hacia una identidad propia donde reconoce influencias (y fanatismos) como Bill Plympton, Quino y John Kricfalus, entre otros.
En la niñez de Moyano, en los primeros esbozos del futuro animador, se revela una serie titulada “Historietas de Alexis”, que alcanzó los cuatro volúmenes y parece estar en poder de la familia. Viajando al pasado, el animador confiesa que “yo quería hacer cine pero como no podía salir a filmar Kickboxer 2 (Albert Pyun, 1991) empecé con esto”.
“Qué pensaría Bill Plympton” comenta, entre risas, mientras proyecta un corto donde su rostro se deforma y se adentra una y otra en sí mismo. “Este lo hice mientras trabajaba en un ciber, por eso tenía tanto libre para cosas así”, remata otra vez sobre su pasado.
Durante la charla el mensaje de Moyano es sencillo: debemos indagar en nuestra curiosidad; ir a fondo con nuestras obsesiones para desarrollarlas y a partir de ahí, crear una impronta propia. Esa experimentación, ese descubrimiento de los límites personales, se debe llevar a cabo jugando, aventurándose a la suerte de nuestro propio delirio.
II
Hay algo tentacular en la magia de Alexis Moyano. Concentrarse en lo que ofrece en una mano significa que pronto, en cualquier momento, otra de sus creaciones va a estar haciéndote cosquillas por la espalda, mientras que un tercer apéndice está preparando su próximo movimiento, tan impredecible e inclasificable como el anterior. Contando sólo esos tres, imaginen lo que puede venir de los cinco que faltan.
Esa magia, un revoltijo de nonsense, acidez y paroxismo pop, ya constituye un pequeño fenómeno que es marca registrada o, al menos, un delirio registrado, que cobra vida según la propia inyección de sus seguidores, quienes replican el contenido por redes pero también en la vida real. Ese paso a las calles puede ser algo consciente como las remeras moyanistas que ya se ven por ahí. Pero el fenómeno puede ser inconsciente y anónimo. Por ejemplo, una señora que se ríe de Dame ese celular en la mesa de al lado, concentrada en su iPad, mientras se redactan estas líneas. Otra contundente muestra de la invasión surge unas horas antes de publicar esta nota con el último hit de Moyano, “El himno de Adrián Pallares”, dedicado al panelista de Intrusos. Otro crossover intergeneracional que salta a todas las pantallas, smartphones, monitores y televisores. Otro éxito más y van….
Moyano cultiva un imaginario que asimila la basura mediática para regurgitarla en líneas animadas y enfrentarlas al propio patetismo que las engendró en primer lugar.
Mientras que algunas de sus criaturas ahondan en un sinsentido de quiebres o finales intempestivos, otros exacerban lo grotesco de la comunicación de masas y la mentalidad violenta que se desprende desde allí.
En su niñez Moyano fue un niño alimentado por B Movies en VHS, libros de Quino, Caloi en su tinta, revistas Fierro, la crudeza de Akira y el colorido mundo de las Tortugas Ninjas. Su pubertad y adolescencia fue electrizada por la diversidad neurótica de la animación noventera (Shin-Chan, Dr Katz, Ren & Stimpy) hasta que finalmente la revolución digital llegó para desatar su cabeza y dejar libre al monstruo que experimentó hasta encontrar una voz propia en la pluralidad histriónica de Kaczkas, Forts, Fantinos y mucho más.
Su manera de responder a la presente sobreestimulación cotidiana es convertir las historias, los iconos del bombardeo diario, en un absurdo encualquierado que parece repetirse Ad infinitum como tantas otras formas mediáticas argentinas en estado de loop en los últimos cincuenta, veinticinco o quince años.
III
Temprano en la tarde, entre talleres matutinos y charlas vespertinas, Moyano se relaja en la residencia Plataforma Lavardén, un departamento en lo más alto del histórico edificio de Mendoza y Sarmiento. En el sexto piso el ilustrador/animador disfruta en soledad de su departamento de cuatro ambientes y de toda la terraza; una oportunidad ideal para aprovechar el cielo y el sol, de no ser porque es el último día de un largo mes de gris plomizo.
Al abrir la puerta de su guarida provisoria, Moyano invita a tomar asiento, a ponerse cómodos, él prefiere quedarse parado, si no hay problema; es inquieto y si no jode el audio del grabador prefiere quedarse tranqui frente a la mesa. Cuenta que estuvo almorzando hace un rato y que fue re lindo el workshop de la mañana, que quedó re contento. Explica que falta la charla de la tarde que también va a estar buena. Mañana se vuelve a Buenos Aires, bien temprano a la mañana. Lo esperan por unos proyectos que necesitan terminarse.
Antes del encuentro, Moyano estuvo chequeando Rapto con tranquilidad y halaga algunos detalles del diseño y de producción. Inmediatamente la charla informal deriva en sus trabajos previos como programador de sitios y el stress que venía aparejado a ese oficio. “Me hacía muy mal el CSS, me angustiaba”, confía agarrándose la cabeza y volviendo a sus días luchando con el afamado lenguaje de programación. Algo queda claro: más allá de la masividad de sus criaturas y la viralización que hizo de su nombre un referente en la animación, Moyano es un trabajador incansable. Parte obsesión, parte disfrute, total entrega.
Moyano se hizo laburando. Fue asistente de producción (“Che pibe del merchandising del Hard Rock Café”, según sus palabras), pasó por Perfil.com, siguió bajo relación de dependencia hasta que se largó a navegar el océano freelance para hoy contar con Nike, Brahma y Penguin Random House entre sus clientes. Las series Conocidos y Periodismo Total de UN3 también su suman a cualquier presentación de su carrera.
Los premios, un CV que suma chapa, la acumulación de reproducciones y los likes imparables, son laureles que no sirven para apaciguar la ansiedad de un trabajador freelance que busca el equilibrio entre estímulo, trabajo, autogestión, libertad, histrionismo y una capitalización real de la viralización que hoy le sonríe pero que mañana puede pasar a otra esquina. Por eso, su palabra oscila entre la pasión y el disfrute, pero también en la certeza de un riguroso laburo cotidiano que emprende varios frentes en el mainstream digipop.
“El miedo de no saber qué pasa mañana no se va nunca. Ese miedo convive en cualquiera de nosotros que trabaja así”, apunta. “El periodista, seguramente, puede identificarse”, agrega, cómplice. “Pero también hay que lanzarse, el miedo va a estar”, dispara en un tono entre la catarsis y la aceptación.
“Yo estoy ahí, trabajando para algunos clientes, haciendo los book trailers y con mi eShop”, detalla el creador de Labola Disco, Bobby y Casi Hacker. Además, Moyano, contempla la idea de un posible libro para 2019.
La capucha lo acompaña durante casi todo el encuentro. “Estoy atravesando un desastre capilar, no sé qué es ésto” comenta señalando su cabello. Todo lo hace parado, impaciente sobre sus dos pies, sonriendo con complicidad y respondiendo con franqueza.
– Por un momento, antes del cambio de gestión, fuiste docente en la universidad. Siento que te entusiasma mucho ese intercambio con nuevos creadores. ¿Esa experiencia cómo fue? ¿Te gusta la idea de la docencia?
Me re gusta. Tuve buenas experiencias así, pero justo esa no era de docencia, fue para un proyecto que era parte de la universidad. En realidad, la idea era, en un futuro, empezar a formar gente, pero no se llevó a cabo. El laburo en sí, era de animación y foto. Había una segunda etapa del proyecto que era armar talleres pero no se pudo llevar a cabo.
– Siendo tan inquieto, ¿la faceta de docencia no se siente como tiempo robado a tu propio trabajo?
Sí, me lleva laburo. Aparte me di cuenta que es difícil acortarlo para armarlo. En el caso de lo que hicimos hoy fue un workshop de tres horas y es un laburo que, incluso en mi día a día, en mi laburo normal, en tres horas no hacés nada. Acotar encima toda la actividad a eso, es jodido. Editar todo e ir directamente al hueso y que quede algo copado es la parte difícil. Además de que me gusta, me lo pedían mucho. Me interesa, me gusta.
– Encontrarse con las ideas crudas de los nativos digitales debe ser algo estimulante ¿Qué te pasa cuando te encontrás con toda esa ebullición?
Me da mucha esperanza. Me encanta la gente joven que comparte inquietudes conmigo. Me gusta, siento una empatía automática cuando encuentro gente así, que se copa y se obsesiona con las cosas. Eso fue algo que hablamos en el workshop, de obsesionarse y hacer las cosas con pasión, si son cosas que a vos te mueven y tenés ganas de hacerlas, hacelas de esa manera. Me parece que esa es la mejor forma, para piloto automático ya hay otras mil cosas que no requieren tanta pasión.
– Con 35 años sos parte de una generación que vivió la animación bajo el paradigma anterior y el actual, donde la información de unos sesenta años se transformó en un lenguaje de segundos ¿Cuánto costó encontrar el timing perfecto para narrar? ¿Hubo momentos de frustración hasta dominar el punch justo?
No sé si frustrados pero sí fueron cientos de intentos, un proceso que hoy puedo usar a favor. Me divierte mucho el absurdo, me parece que esa cosa de la duración, algo cortito entra perfecto. Te quedás como ¿eso pasó o no? Encima ahora hay mucho loop, el video de Instagram vuelve a empezar, el GIF animado vuelve a empezar, es un recurso super válido y que calza perfecto para el tipo de humor que me divierte y me divirtió siempre. En ese sentido, lo viví naturalmente. Yo animación hice cuando era muy, muy pibe, después hubo un momento donde dejé de hacer para dedicarme a otro tipo de laburo. No llevo el proceso de toda la vida y su evolución, hubo un parate. Recién hace relativamente poco estoy retomando. También por ahí, ese parate, me hizo crecer o avanzar de otra manera.
– A veces los ilustradores se sorprenden al ver el cúmulo de libros o revistas que llevan editados. ¿A vos cuándo te pega eso de mirar toda tu producción y sorprenderte ? ¿Contás los discos rígidos?
Hace relativamente poco me pasó algo de eso. Yo tengo todo relativamente bien ordenado. Bah, tengo muy bien ordenadas las carpetitas con las colaboraciones que hago para MuyLiebre y en un momento tuve que empezar a agruparlas tipo de tal a tal, porque sino me quedaba una lista tan larga de cosas. Entonces tengo todas numeradas y en un momento tuve que poner tipo “de cero a cien, de cien a doscientos” y cuando uno empieza a ver esos números cae en que son un montón. En un momento los puse en una playlist y tiró el tiempo total, dos horas y media o tres horas de material, ¡es un montón en animación! Para la animación es como una película entera y mucho más. Son horas y horas de cosas distintas de laburo.
-¿Te tienta la idea de ver tu trabajo en un soporte tangible? Un libro, por ejemplo.
Tengo ganas de algo así. Hay una punta para hacer algo, más precisamente un libro. Pero lo más probable es que sea el año que viene. Tengo ganas de que así como encontré un estilo en animación, un aporte especial, tengo ganas de que el libro tenga un lógica así. No sé si nueva, eso suena muy pedante, tipo “vengo a romper todo” (risas), no, no. Me gustaría que sea algo que me deje lo más conforme posible. No creo que nunca me conforme pero algo que me divierta.
– Tenés una exposición enorme de hace años, mientras sumás seguidores, likes y reproducciones tu nombre ya es una referencia inobjetable. Las marcas te buscan, también las productoras, sos referente y acá estamos en la cima de un edificio histórico con un super departamento para vos solo.
Acá arriba con los millones de dólares (risas)
– Exacto. Ahora bien, más allá de todo eso que se genera alrededor de tu nombre, seguís siendo un laburante, un freelancer que busca desarrollar una carrera que trascienda el momento. ¿Cómo se logra eso?
Creo que el miedo ese del freelance no se va nunca. Es tipo, bueno, hoy tengo laburo, mañana por ahí no, pasado se me van a ir los likes y nadie me va a llamar, se van a aburrir. Este tema de la masividad suma otra capa más a ese tipo de angustia. Trato de no enroscarme con eso. No sé…no creo que exista una fórmula para quedarse tranquilo y capitalizar eso de alguna manera. Por suerte me están saliendo cosas, salen laburos con marcas a las que les interesa lo que hago. En general los laburos que salen me permiten tener mucho mi estilo, no es una cosa de “ah, tenés muchos seguidores, ¿podés subir mi logo gigante a tu cuenta o que un personaje tuyo lo señale?”. No. Nada de eso. Me convocan y hacemos videos que terminan quedando copados y generalmente nos funciona a todos porque yo no me vendo, la gente que me sigue no me putea, la marca puede vender sus cosas, es un alcance ideal. Por ahora me viene saliendo bien, espero que siga así.
– Algo que se da siempre en el salvaje mundo de la vida freelance es que todos quieren pagar menos.
Y si incluye algo medio artístico en el medio, olvidate.
– Siempre se da esa subestimación de la otra parte de tirarte un “Bueno, pero qué hacés al final? Es re sencillo lo tuyo”.
Sí, eso lo viví. Antes de contaba sobre ese tiempo en que no estuve haciendo animación, me dediqué más a interactivo y web, cosas así. Me pasaba que como diseñador gráfico o web, siempre te pichuleaban (poniendo voz de oficinista) “Bueno, a ver qué hacés vos, flaqui?”. También se da eso de que todos pueden opinar y en diseño web compartís mucho con programadores y como la gente común no entiende programación no le discuten nada. Entonces el chabón era un Ctrl C o Ctrl B y “Bueno, ¿cuánto sale?” Sesenta mil pesos. Y nadie le discutía nada (risas). Y lo otro, como tiene una base medio de apreciación, donde todos sienten que pueden opinar y apreciar, es más complicado. Por eso te digo que cuando hay algo medio artístico en el medio parece ser más opinable y se le suele dar menos valor a la palabra y al profesional.
– Antes dijiste que tus seguidores no te putean y es cierto eso, no tenés que soportar trolls ni haters. Lo que pasa esporádicamente es que tenés comentarios del tipo “Me encanta lo que hacés pero me no gusta cuando bajás línea”. ¿Te sorprende que todavía aparezcan comentarios así? Porque el humor toma postura desde el arranque.
En algún punto lo puedo entender. Igual es medio raro. No sé, yo tampoco se los vendo individualmente a cada uno, no tengo una responsabilidad sobre la persona que está viendo. Eso, en general, es raro en Internet. Tipo tenés que dejar un comentario negativo sobre lo que estás viendo. Tenés millones de cosas distintas que apuntan a distinta gente, no es la tele, no te están obligando a mirar nada. Medio que si viene por eso lado, lo acepto, está todo bien, pero no me afecta.
– ¿Aceptarías un product placement entre los personajes más exitosos?
No. Le trato de escapar a eso. De hecho, cuando me piden de repetir personajes, me cuesta. Pienso todo en función de que me dé gracia, entonces si no me hace reír, no le voy a hacer. Me piden mucho el Bobby, más Bobby, hacé más, dale, dale. Hacer algo por hacerlo me frustraría.
– ¿Qué lectura tenés sobre la popularidad de ciertos personajes?
Leo mucho los comentarios, eso sí. Con el caso puntual del Bobby, no me espera ni en pedo, no entiendo la razón por la cual se engancha tanto la gente con ese personaje. A veces me da un poco de miedo porque me mandan dibujos de nenes chiquitos del Bobby, la hoz con el martillo y la bandera soviética (risas) ¿Qué entenderán? Eso es medio una sorpresa. ¿Qué les estoy metiendo en la cabeza a los pibes?