El escritor pasó por la ciudad de Rosario, agotando entradas de Tragedias el recital de cuentos que comparte con Zambayonny, y conversó sobre autogestión, periodismo y la fórmula que más lo estimula.
Sobre la esquina de Mendoza y Sarmiento, el edificio levantado en 1927 como sede de la Federación Agraria, por estos días celebra noventa años con el constante movimiento cultural que en la actualidad se conoce como Plataforma Lavardén. En un 2017 que promete celebrar ese aniversario con nueve meses de festejos, los cincos pisos del edificio exhiben una nueva iluminación que otorga aún más distinción a la emblemática postal rosarina. En la noche del sábado, con una profusa lluvia que le presta oportunismo meteorológico a Shakespeare con un “Salir o no salir, esa es la cuestión”, las luces del edificio lucen difusas entre agua y humedad; un refugio escarlata en el cual las palomas tratan de dormir sin ducharse. Metros más abajo unas cuantas personas se agrupan sobre los escalones de la sala, algunos mojados, otros bajo paraguas o pilotos impermeables. Sobre la cartelera semanal una faja roja que atraviesa los rostros de Hernán Casciari y Diego Zambayonny advierte que las localidades están agotadas pero de todas formas, cuando todavía faltan más de noventa minutos para el comienzo de la función, más de treinta personas ya esperan en la puerta del teatro.
“No llegué a comprar las entradas en la semana” comenta Ivana, munida de un paraguas. “No sabía que se habían agotado”, agrega. Algunos escalones más arriba, Gonzalo detalla, “Sí, se acabaron el miércoles, creo, pero soy de San Lorenzo y no pude venir antes”. “Capaz que a último minuto queda algo libre”, concluye esperanzado. Mientras Ivana y Gonzalo están sin tickets, frente a la taquilla, se amontona gente demasiado desordena como para que sea una fila de ingreso. Tampoco es gente refugiada de las gotas gordas que arrecian sobre la calle. Es simplemente ansiedad por entrar y disfrutar, manija por tomar su ubicación.
Dentro de la sala, Zambayonny prueba sonido de manera sencilla sobre el escenario, rasgueando sus canciones en la guitarra y cantando con su tono grave. Al costado derecho de las tablas, Casciari se relaja en un sofá de un color marfil devaluado por mill sentadas, rodeado de un cálido ambiente familiar que apresta detalles a minutos de la función. Es un hombre dispuesto a charlar con amabilidad mientras sigue atento a que todo marche en orden mientras el conteo hacia la función se va agotando.
Al iniciar la entrevista es menester preguntarle al nativo de Mercedes si alguna vez se mojó en alguna fila bajo la lluvia o si persiguió libros por ahí, buscando nutrir un vínculo con algún autor o artista. Esas mujeres y hombres que ahora aguardan alguna posibilidad de conseguir entradas a último segundo son quienes van por los días de la vida rastreado librerías de usados o websites buscando encontrar los libros o revistas agotados de Casciari; son las mismas personas que agotan las funciones de sus distintas obras o las que sintonizan radios o le dan play a podcasts para escucharlo y conectarse con sus cuentos. “Sí, claro que lo hice, obvio. Me mojé mucho de pendejo” responde Casciari sin especificar por quién se empapó en su juventud e inmediatamente enfila para las páginas que lo formaron, “buscaba las revistas de finales de los 80, Cerdos & Peces, El Porteño, La Maga después. Yo no soy de Capital, soy de un pueblito chiquito, y con mis amigos que éramos muy curiosos de la literatura y de la música, si no podíamos ir a Buenos Aires teníamos que rastrear en Luján el disco de Spinetta que nos faltaba, tal revista. Soy consciente de ponerme muy contento agarrando algo que durante un mes y medio estuve rastreando por góndolas o en bateas de lugares. Soy muy consciente del placer que genera eso y me alegro que pase con algunas de las cosas que hacemos”.
Hablando de movimiento y de correr, aunque sea tras libros o discos, ¿cuál es el ritmo de Casciari luego del infarto que lo sorprendió en Montevideo en 2015? De repente, el noctámbulo errante que iba y venía entre Buenos Aires y Barcelona por familia y trabajo, decide quedarse quieto en Argentina. ¿Estarse tranquilo es parte integral del contrato postinfarto? ¿Un culo inquieto de escala en escala finalmente encontró la paz? “Al revés. Antes del infarto yo era extremadamente sedentario, no me movía. De hecho, una de las razones por las que tuve el infarto fue por no moverme” explica el autor de Charlas con mi hemisferio derecho. “Si bien viajaba un montón, hacía viajes interoceánicos era para estar acá, de este lado pero ahora estoy viajando mucho más y soy más nómada ahora en el sentido de ir a caminar, levantarme temprano” apunta sonriendo y antes de continuar, se silencia, casi reflexivo, sin perder la sonrisa: El infarto me generó convertirme en una persona sana y dejar de pensar en la salud. Yo pensaba muchísimo en mi salud por las noches cuando no paraba de fumar. A la noche con culpa pensaba “Uhh, me estoy re muriendo, boludo”. Pensaba eso todas las noches, me iba a dormir con esa sensación. Y ahora no pienso más en eso así que fue una muy buena decisión infartarme.
Dupla, lecturas y un cuervo
“Casciari & Zambayonny se visten de traje para contar muertes, traiciones, dramas amorosos, accidentes mortales y otras historias que terminan para el orto. El cantautor canta sus peores dramas y el escritor relata sus cuentos más oscuros en una noche de grandes Tragedias” rezaba la gacetilla que en pleno enero anunciaba la llegada de este Recital de cuentos. Tanto el bahiense como el mercedino son caras conocidas para el público rosarino, la novedad ahora reside en la propuesta que la dupla trae a la ciudad; un cruce de creaciones propias, un baile de pugilistas que giran mientras se torean con canciones y cuentos. Una sociedad artística fresca que arma el bolso, toma la ruta y busca conectar con su audiencia.
– Si bien con Zanbayonny se conocieron no hace tanto, hicieron buenas migas y terminaron saliendo de gira juntos. Es raro lograr esa onda cuando uno ya tiene sus años, se pone mañoso, sabe cómo quiere las cosas y no cede tanto para darle lugar al otro.
Yo ni en pedo haria nada con otra persona si no supiera que puedo hacer un viaje de tres horas en silencio en el auto sin tener que caretear que me causa gracia un chiste. No nos conocemos mucho y siempre nos tuvimos un respeto mutuo. No nos conocíamos, porque yo vivía afuera, más que nada, pero sabíamos que si algún día nos conocíamos íbamos a ser amigos y todo bien. Y estamos, justamente, haciendo eso, viendo cómo funciona. Y funciona bien, con una naturalidad muy grande y por eso estamos haciéndolo. Pero es eso mismo que vos bien decís, después de los cuarenta a mi cuesta muchísimo compatibilizar y Diego es un tipo muy tranqui, todo le chupa un huevo y eso está bueno.
– ¿Por qué se decidieron por “Tragedias” como título de la obra?
No hay una razón ni estratégica ni poética. Yo me compré un traje para un casamiento y para amortizarlo dije “vamos a hacer algo con traje” y nos ponemos con traje, traje, tragedia. No hay nada interesante al respecto. No ensayamos. Empezamos a hacerlo sin ensayos en Buenos Aires, sabiendo que las seis o siete canciones que Zamba eligiera estaba bien y que mis cuentos le iban a gustar a él. No hay muchas vueltas.
– Me plantea cierta curiosidad el título de “Tragedia” por la posibilidad de llegar a emociones un poco más cercanas al hueso en un contexto nacional donde se propone una alegría banal como un norte. ¿Hay algo más ahí?
Es posible que de atrás de todo siempre haya una cuestión ideológica pero si ocurre de esa manera es más bien de carambola. Yo estoy haciendo un espectáculo con mi familia – Una obra en construcción – que es muy de comedia. Cuando se termina la función yo me quedo firmando libros y como me escucha por la radio, a veces, hacer textos tirando a llorones, no trágicos pero llorones, me dice “ay, me cagué de risa pero yo venía a llorar” y te reclaman algo más oscuro. Qué raro que la gente un jueves después de trabajar venga por eso y no a cagarse de risa. Pero hay un público que te reclama cosas más oscuritas y para ese público tenemos este espectáculo también. No es necesariamente trágico que tiene unas transiciones que equilibran el asunto pero sí las historias son dramáticas.
– Leer en un escenario escapa a lecturas tradicionales donde se comparte desde otra perspectiva, tal vez, hasta buscando cierta devolución o contención. ¿Cómo es la lectura en público desde las tablas de un teatro?
No sé porque nunca supe bien eso, cómo era. Me dio vergüenza la primera vez que cobré por leer. En 2013, 2014, 2015 me invitaban a una feria del libro, a una universidad, y yo hacía una lectura de doce cuentos sabiendo que los del otro lado, los que venían, venían gratis. Feria del libro, universidad, alumnos. Una vez Mario (Pergolini) me dijo “Te voy el teatro Vorterix para que hagas que las lecturas que hacés en la radio que están muy bien. Ponemos el teatro y vamos a cobrar”. Yo le dije “¿Cobrar?¿Cómo vamos a cobrar? No va a ir ni el gato”. Y se llenó de gente y ahí dije “Mirá qué loco”. Hay algo que es parecido al teatro pero que no es teatro, que es parecido a la literatura pero que no es específicamente eso, que funciona de alguna manera y no me parece extraño. Me acuerdo que cuando era chico, el primer libro serio que leí luego de leer mucha cosa juvenil, fue las Historias Extraordinarias de Edgar Allan Poe, fue de completa casualidad, pensando que era un libro más juvenil, lo agarré y me pegué un cagazo barbaro. Después leí la biografía del libro que venía al final del libro y decía que vivía en Boston y que hizo un poema muy famoso que se llamaba El Cuervo. También lo leí y me cagué de miedo de vuelta. En la biografía también decía que el tipo salía a los teatros de Baltimore a leer ese poema y que la gente se desmayaba del susto porque el tipo tenía la voz cavernosa. Yo siendo pendejo decía “Qué loco eso”. Claro, 1880, no había nada tele, no había radio, la gente iba a ver a un escritor leer su obra. Yo pensé que eso no existía más. Cuando era chico pensaba “Qué lástima, hubiera estado bueno vivir una época así” y que esté pasando a mí me pone super contento. Me pone contento que la gente pague por sentarse en esas butacas y escuchar historias que yo escribí para ser leídas, no para ser dichas en voz alta. ¿Por qué funciona? No tengo idea. Me imagino que hay algo empático, que hay algo de ida y vuelta que va bien. En la obra que hago con mi familia funciona a lo bestia, al ser comedia en la risa hay un espamento mayor que en la tragedia pero acá hay unos silencios muy bestias que están buenos.
Vivan mis caminos
Cuando Casciari dio inicio al proyecto editorial Orsai, con su revista, blog, libros, artículos y cuentos, se convirtió en un referente para periodistas, escritores y artistas varios que encuentran en su figura alguien que supo hacerse de abajo, teniendo a la constancia como su más férrea herramienta y confiando casi ciegamente en la autogestión. Casciari es un tipo que decidió apostar por el camino independiente, saltando al vacío para entregarse a sus propias inquietudes, haciendo del capricho una virtud, logrando así, trazar un by pass alrededor de las grandes compañías editoriales de habla hispana hasta crecer y comandante, director y responsable de su propio universo.
– Te convertiste en un referente de la autogestión y del camino independiente al apostar con todo a una editorial propia y manejar tu catalogo con sencillez, dejando de lado a las editoriales. ¿Cómo te sentís en ese rol de referente?
Es así, absolutamente, pero es una decisión que tiene que ver con que me cuesta un montón hablar con cierta gente, me cuesta un montón, ¡un montón!, caretear. Es como subir una montaña tener que caretear y ésta fórmula, primordialmente, funciona para no caretear. No tenés que convencer a otro de que lo que vas a hacer está bien, no sé mucho trabajar en equipo tampoco, tomo una decisión intuitiva y la llevo a cabo y todo me chupa un huevo todo, no hay que buscar en la rentabilidad en eso, si lo hago y pierdo plata es problema mío, todo eso la autogestión te lo asegura, te lo brinda, es divertido. Algo pasó en los últimos años en que, además de esas ventajas, empezaron a haber otras ventajas, además de esas que son económicas: terminás ganando más plata y eso es más raro que la mierda, yo no sabía que iba a pasar eso, es una yapa divertida. Sobre todo en el tema de la industria editorial con un libro hecho en Planeta o Sudamericana vos ganás el 9% o 10% y cuando te auto publicás ganás el 70%. La diferencia con cada librito que yo vendo acá abajo cuando termina la función son diez o doce libros con los que vendo otro en Planeta. Ahí cualquier otro escritor tiene que vender once libros y creerle a la editorial, encima, creerle a Planeta o Sudamericana o Alfaguara. No sé, a mi me chupa un huevo, me parece tan triste. Es raro, muy raro, que no se elija la autogestión. Hay que ser muy perezoso para preferir perder la plata pero es lo que suele pasar.
– ¿Y cómo es cuando llega toda esa plata que no esperabas?
Poder vivir de lo que hacés sin tener que hacer tres cosas más que no tenés tantas ganas de hacer, como puede ser talleres literarios, ser profesor de la UBA, es buenísimo. Tenés tiempo para estar panza arriba, tenés tiempo para ver fútbol y cosas así. Está bien, lo vivo con mucha naturalidad porque está bien, tenés un laburo, lo hacés. Después hay cosas que son muy divertidas y nuevas, como ésto, subirse a un escenario, que no estaba en mis planes, absolutamente. Eso también tiene un correlato de diversión y al mismo tiempo vivir de eso, está bueno porque es divertido, es distinto a lo que estaba planeado.
– Estando ya en la masividad, sabiendo a qué y cómo respondían los lectores ante ciertos cuentos, artículos o publicaciones, ¿tuviste la tentación de llevarlo hacia una fórmula? ¿Hubo riesgo de ingresar esa comodidad que otorga una fórmula probada?
La fórmula mía, en una momento la descubrí, es divertirme. No hay otra. No es ser complaciente con el público. Mi fórmula es “Uhh, tengo ganas de hacer ésto porque no lo tengo”. Cuando empezamos a hacer la revista Orsai con Chiri (Christian Basilis) la hicimos porque no había una revista que nos gustara a nosotros dos. En realidad cada cosa que hago tiene que ver más con un egoísmo, con una cosa mía de divertirme y no tanto por si le gusta o no le gusta a la gente, pero yo sé que es eso, esa es la fórmula. Si vos a mí arriba del escenario me ves contento de la vida, esa es la fórmula. Si hacemos la revista que capaz no está tan buena pero es la que queremos hacer, esa es la fórmula. Yo sé que tengo algo que sigo a rajatabla que es no hacer algo si no me estoy divirtiendo. También sé dejar de hacerlo inmediatamente cuando me deja de divertir. Eso es un buen consejo además de una fórmula.
– Si bien no transcurrió tanto desde que tu trabajo explotó en la blogosfera, en tiempos de internet parecen ser años luz, especialmente desde la irrupción de las redes sociales, hoy los tiempos y las extensiones son hiper fugaces, así como la información que parece acotada a las 5W y nada más. No parece haber escapatoria a ese “Dame todo ya, rápido y pasemos a la próxima” así como tampoco parece haber lugar para algo más personal, más de autor.
La gente ansiosa de hoy es la gente que no hacía nada antes. No me parece que haya cambiado nada. El que tiene ganas de leer sigue leyendo, ese porcentaje de público sigue siendo minoritario, lo que ves hoy es que además de ese mismo porcentaje que en los 60 leía Rayuela, hoy está leyendo ese grupo. Después está ese grupo que en los 60 era analfabeto, ese grupo hoy está haciendo click, eso pasa. No pasa nada malo, pasa que hay mucha más gente haciendo click pero no antes no estaban leyendo a Cortázar esos que hoy hacen click, a eso apunto. Da la impresión de que ya nadie lee o que nadie es profundo y eso no es así. Hay un montón de analfabetos de hace cuarenta años que ahora están considerados punto com y no está mal, empezaron a leer, no van a empezar por Dostoievski, van a empezar por donde pueden, están empezando por ahí, no nos quejemos tanto. Después hay otro grupo, el de siempre, que lee las cositas que hay que leer.
– ¿Qué te parecen los caminos para los periodistas hoy en día? ¿Hay que encontrar un equilibrio entre ser freelancer y la autogestión?
Hay un problema con la palabra periodismo. Es como si a vos te gustara mucho la gastronomía y pensar que ir a trabajar a McDonald’s es la respuesta a esa inquietud. Si a vos te gusta mucho el periodismo no podés ir hoy por hoy a buscar laburo a un diario. Ahí vas a buscar sobrevivir, no periodismo, ahí vas buscar sobrevivir porque hay unos tipos que son los dueños que quieren que vos escribas ciertas cosas, eso no es el periodismo, eso es McDonald’s para un gastrónomo. Ahora, si ese gastrónomo necesita la guita para el alquiler, bueno, va a un McDonald’s, trabaja ahí, es el empleado del mes y hace hamburguesas pero eso no tiene nada que ver con la gastronomía. La gastronomía es otra cosa, más complicada de conseguir pero que existe. Hay algunos restaurantes gourmet, tenés que entrar ahí, tenés que hablar con alguien, tenés que mirar muchos tutoriales en YouTube para aprender hacer la comidita de no sé cuando, eso es el periodismo hoy, está en otro lado. Pasa que hay como una nebulosa en la que se piensa que el periodismo es desde los panelistas de Jorge Rial hasta el director político de Clarín y ninguna de esas dos cosas hoy es periodismo, es gente tratando de hacer dinero, que no tiene nada que ver. Hay otros ámbitos, posiblemente, al principio la gente más joven a esos ámbitos los tenga que incorporar como hobbie no como soga laboral, porque no. Mientras están en el McDonald’s tienen que llegar a la casa y cocinar todas las noches durante mucho tiempo hasta que aprenda a cocinar rico y hay muchos lugares en internet para hacerlo gratis o hacerlo en comunidad para hacerlo junto a otras personas que también piensan lo mismo, no es imposible, imposible era hace un tiempo, ahora no.