Un encuentro con Lesbiano, el creador de uno de los discos del año y una rara avis del ecosistema rosarino.
Intro
El 21 de septiembre, mientras frío y lluvia potencian sus grises para contraponerse a la expectativa de primavera, Lesbiano espera en la puerta de un clásico café. A medio refugio de la lluvia, está protegido por una amplia chaqueta que lo destaca entre decenas de paraguas caminantes. Es un tipo desgarbado que luce una sombra de algunos días sin afeitarse y usa gorra trucker de Fatal Fury, la sensación gamer de Neo-Geo en los 90, que atrapa algo de su pelo largo. Antes de ponerse a charlar y a responder con amplitud sobre su música, pide un café con leche y un tostado.
La excusa del encuentro es El vuelo del Águila Midi, su estupendo segundo disco editado hace meses, pero sobran motivos para conversar con este trashumante de la electricidad que lidera el sello La Liga del Ruido y que pateando el circuito rosarino desde hace más de quince años un día decidió transformarse en Lesbiano y desarrollar el personal concepto del breakpop. ¿Cómo explicar ese concepto/género? Imagen astillar hasta su ADN vertientes como el punk, breakcore, thrash, breakbeat, IDM, Glitch, pop y reconstruirlo usando cuatro décadas de imaginario colectivo de los videojuegos, el sci-fi y el anime. Breakpop su primer álbum, de 2010, fue una declaración de principios que sentó bases y mostró el camino a seguir. El vuelo del Águila Midi, editado y colgado en marzo pasado, lleva todo a un nuevo nivel de personalización. Diez pistas compuestas, arregladas, interpretadas, mezcladas y masterizadas por su propia mano. El disco es una bitácora cyberpunk de una Rosario protagonizada por una fauna de entidades que necesitan corazón; humanos que emulan a otros humanos desplazando a los replicantes; gente sin iniciativa con deseos de aprobación; clones figurones que no piensan. Entre semejante carnaval de personajes indistintos a la carne humana y a los bits, algo sobre subyace en las canciones de Lesbiano: una alta dosis de nostalgia. Las capas procesadas y la parafernalia industrial exudan un anhelo que no logra burlar a la certeza de las palabras.
El vuelo del Águila Midi es la obra de un creador atípico en el paisaje local, una cabeza curiosa que combina y potencia influencias improbables. En los noventa minutos que dura el encuentro se evidencia que el marco teórico de Lesbiano rebalsa de eclecticismo: videjuegos, Spinetta, ciencia ficción, hardware, tango, anime, punk, thrash, Bowie, Ramones. Música, por supuesto, y en todas sus formas. De la misma forma que los héroes pixelados de las consolas de finales de los 80 y principios de los 90, donde los protagonistas se veían obligados a despejar su camino a patadas y puñetes siempre avanzando hacia adelante, Lesbiano está decidido a caminar en el mismo sentido. La diferencia con esos guerreros del Double Dragon es que Lesbiano está eligiendo su propia cruzada y los botones que presiona no tiran punches, disparan breakpop, disciplina de su propio cultivo. Esa decisión, su propia búsqueda personal, lo acerca más a otro tipo de luchador callejero, un nativo de los comics que supo saltar a la pantalla: Luke Cage. De manera idéntica al héroe de Harlem, Lesbiano reconoce que “sólo hay una opción, moverse hacia adelante, siempre”.
Romper
Según lo entiende Lesbiano, la mejor manera de rendirle homenaje al artista que te emociona, que te conmueve y te enamora, es destruirlo, desarmar todo aquello que lo inspiró. En esa deconstrucción, en ese rompimiento, parece radicar su más sincera y legítima inspiración artística; es tomar la genuina raíz de la inspiración y correr a fondo para buscar una nueva forma. El aprendizaje es el catalizador de la búsqueda. Lesbiano vuelca todos los componentes sobre la mesa de operaciones y construye, sabiendo manipular hardware y software como un J.F. Sebastian en estado de gracia. Pero entre tanto cromo, cuerdas, sintes, joysticks, chips, puertos midi, procesadores y GPUs, lo más valioso y distinto proviene de una cualidad metafísica y no tangible: el espíritu de guerrero nostálgico de Lesbiano. “Es algo con lo que a veces peleo” admite agachando la cabeza y acomodando la gorra. “El otro día estuve leyendo un poco sobre el término y no sé si es tan tan bueno ser nostálgico. Me identifico mucho con lo roto. También por cosas que me han pasado. La nostalgia se dice que es algo del pasado que quizás no lo pudiste vivir bien y te gusta volver para cambiarlo o repensarlo distinto. Siempre digo que tengo algo de tanguero que no sé si se nota en la música. Obviamente que en los acordes y en el sonido no tiene absolutamente nada que ver, y en las letras, más allá de que por ahí pueda aparecer un lunfardo, tampoco siento que tenga ni un tercio de la grandeza que tenían los que escribían los tangos pero en el sentimiento me identifico. Siento empatía por lo que está roto, no sé muy bien por qué (risas), tampoco lo quisiera analizar demasiado porque ya veo que en un momento lo entiendo y me deja de copar todo lo que hice (risas). Me identifico con esa cuestión tanguera, con la pérdida. En el futuro espero poder identificarme con otra cosa porque tampoco levanto bandera de todo eso. Tengo una cosa medio heroica, siento que eso debe estar plasmado en la música también. Tengo toda la nostalgia pero también hay toda una cosa media gloriosa heavy metal de luchar y zafarla.
– Lo llamativo es que hay una nostalgia en Lesbiano pero que no apunta a algo específico. No estás cantando a algo que se perdió, que cambió o que ya no vuelve.
No, de una. Para mi el futuro siempre es mejor, no me vengan a vender otra cosa. No, perdón, no es que el futuro sea mejor, yo siempre prefiero adelante, nunca atrás, jamás. Por eso hago la música que hago y tengo una especie de cruzada contra todo lo que repite el pasado. Está todo bien que cada uno haga lo que quiera pero que a mi no le vengan a contar, no se puede pisar dos veces el mismo río. Yo voy para adelante. No me interesa la repetición. Siento una empatía con el tango. En una época pasaba mucho tiempo con mi abuela que era fanática del tango, se cantaba todas las canciones, escuchaba la radio hasta las 4 AM todos los días, supongo que algo de eso me habrá quedado pero también me gustan los Halcones Galacticos, no quiero volver atrás.
En la búsqueda expansiva de nuevos horizontes sonoros Lesbiano toma su guitarra digital Casio DG-20 de 1987, el power glove desde donde dispara señales vía wifi, sintes y software que alimentan la propuesta breakpop y engendran piezas pop como “Antro” y “Rosario is dead” o los intermezzos ambient de “Ciudad futura” y “System check”. En las pistas también se advierte el groove seductor de Minneapolis y un entendimiento reznoriano del funk. Entre minúsculos afloramientos de glitch o breakcore, guitarras potentes, ciudades perdidas, el resultado siempre es contagioso y apto para los oídos neófitos.
El vuelo del Águila Midi fue grabado en Rosario, Buenos Aires y La Plata y el personal involucrado remite a ámbitos de la electrónica, punk y el funk. Tantos esfuerzos colisionan en sus maneras para crear un mashup de data que rompe dogmas y pule el concepto del breakpop. En un presente donde las tendencias y los paradigmas chocan pero también saben cohabitar mientras el avance tecnológico potencia y abre posibilidades infinitas para oídos y ojos atentos, la música, en todas sus formas, va mutando y encontrándose protagonista en campos impensados. ¿Hacia dónde se expande esa música? ¿Cuáles son los límites de la evolución sonora? “Últimamente pienso que la música como arte ha tocado una especie de techo, esto no quiere decir que no se vayan a hacer cosas nuevas ni que aparezcan nuevas melodías, pero las cosas por descubrir en la música, no en término de melodías o de texturas, es como un arte ya cerrado” sostiene Lesbiano e inmediatamente arremete sobre los probables patrones del futuro: “La música no va a evolucionar hacia algo tan distinto de lo que ya es como sí puede ser que lo haga el cine, que siento que ya evolucionó hacia los videojuegos. Siento que la música va a ser una cosa como la pintura clásica. Están apareciendo muchos proyectos audiovisuales pero lo que sucede con eso es que ahí sí se pierde, un poco, el formato canción y algo de la estructura de la música pero al mismo tiempo lo que se utiliza son estructuras musicales que no hayan existido antes, esas estructuras van cambiando hacia algo mucho más abstracto y pasa a ser de acompañamiento de una escena, algo que tampoco es nuevo, quizás ya sucedía en el cine, o quizás ya sucedía en la época clásica cuando la música estaba hecha para acompañar una fiesta, sólo que en un momento la música tuvo un papel muy preponderante donde existía por sí misma, adonde vos ibas a ver un show y sólo era música. Ahora siento que puede volver a ser algo que pueda acompañar a otras actividades. Creo que la música tiene un futuro importante en la realidad virtual, ahí va a pasar algo. Muchos de los que producimos música nos sentimos atraídos y andamos con ganas de estudiar sonidos envolventes y música concreta. Con respecto al mundo de la canción creo que ya está. Seguramente van a seguir apareciendo canciones hermosas. Por un lado no creo que esté todo hecho pero tampoco creo que todo vaya a cambiar radicalmente”.
– Y el oyente, que cada vez deviene más en usuario, ¿cómo se va adaptando entre las distintas maneras de escuchar y una atención que cada vez se fragmenta más?
La experiencia del oyente es muy importante. La música como la conocemos, el formato canción o la música para bailar, esos formatos de música, no sé qué lugar va a tener. Personalmente, ya no me interesa tanto. Soy fanático de la canción y cada tanto una canción me pega pero siento que ese interés va disminuyendo. Me voy interesando cada vez más en lo que te decía antes, y también creo que la gente, no tan conscientemente, también se va metiendo. Los videojuegos, sin dudas, son la forma de arte del futuro. La gente que está componiendo música para videojuegos está haciendo cosas increíbles porque no sólo está pensando en lo mismo que alguien que compone para cine, también está pensando en el espacio, es muy loco eso, están pensando en los sentidos y en la percepción espacial, una locura. Todo eso me parece mucho más interesante que el círculo de quinta y las progresiones armónicas que dan en la facultad.
– ¿Y se puede pensar en el oyente cuando estás desarrollando tu música? ¿Se debe pensar en el público?
Yo no puedo pensar en el otro cuando estoy haciendo mi música, no lo siento sincero. Por lo menos en este proyecto que es muy personal y sale de un lugar muy íntimo. Hasta el momento siempre fue así, no sé en el futuro. Por eso hago todo yo, compongo, mezclo, produzco. Estaría tratando de cambiar eso sin dejar el concepto de lado pero por ahora no me sale (risas) ni sé si me va a salir en algún momento. La cuestión del público no sé…es importante para poder seguir haciendo lo que me gusta. Llega un momento en que te tenés que poner a laburar de cualquier cosa y fuiste. Al menos yo, si laburo de cualquier cosa muchas horas, que ya me ha pasado, no tengo la forma de hacer las dos cosas al mismo tiempo, no me da la mente. Hay gente muy fuerte que sí puede, no es mi caso.
– ¿Cúal es tu aprendizaje sobre la experiencia de editar un disco físico?
Siento que me equivoqué…en realidad, estuvo bien, no es que me equivoqué. Este disco salió por un apoyo de Cultura con el cual hicimos también uno de Guo Cheng y otro de Quemada con Flash y era un requisito que salga físico. Yo hubiera preferido poner todo ese dinero en publicidad en Internet o en hacer el triple de tarjetas con un link pero no estaba permitido porque las autoridades están diez años atrás de donde deberían estar o la gente que debería estar hablando de esto no lo está haciendo, no dice nada. Lo hice, también, para poder estar en el lugar de alguien que editó un disco, para poder saber y decir que sé qué significa editar. Haber editado el disco me sirvió para poder decir que es un atraso para los artistas underground y los chicos que están empezando desde abajo. Para un chico que está empezando desde abajo, poner treinta lucas, para hacer algo que no se puede vender o es muy difícil de vender, que no se puede poner en ningún lado ya que prácticamente es muy difícil encontrar un reproductor de CD, tener que hacer todo eso para entrar en un circuito de prensa arcaico y ridículo, para poder entrar en, no sé qué es, si CAPIF o SADAIC o qué porquería de burocracia, me parece que atenta contra el arte. ¿Querés tener la gráfica? OK, hagamos cartones con la misma gráfica, pero no me mandes a hacer un CD que sale quince lucas, que es un laburo impresionante, al pedo. Aparte lo puedo hacer sonar mejor afuera del disco porque el CD me permite 16 bits y 44,1 kHz y si quiero en Internet lo puedo hacer de mucha mayor calidad. Lo hice por eso. Necesitaba entrar para ver cómo era un determinado circuito de prensa al que nunca había entrado y eso sirve pero me parece un garrón que haya que tener un disco para hacerlo y me parece una cagada, especialmente, para los artistas más underground.
Quemando Cromo
William Gibson es un escritor y ensayista norteamericano radicado en Canadá. Es el responsable del concepto de ciberespacio, que aparece por primera vez en “Burning Chrome”, cuento publicado en 1982 y popularizado, dos años más tarde, en su inmortal novela Neuromancer. Gibson, es también, el creador de ese universo en constante expansión conocido como cyberpunk. En la década del 90 Gibson concentra sus esfuerzos en un tridente acerca del futuro inmediato que se conoce como Trilogía del puente y está integrado por los libros Luz virtual (1993), Idoru (1996) y Todas las fiestas de mañana (1999), título tomado de la célebre canción de Velvet Underground cantada por Nico. En su momento la trilogía fue recibida con cierto recelo y algo de desgano por la crítica que calificó al nuevo camino de Gibson como apenas satisfactorio. Las novelas están situadas en Japón y Estados Unidos, en mundo que sobrevive a terremotos pseudo apocalípticos gracias a la nanotecnología y donde las corporaciones buscan el control del flujo de información en las redes, para lograr un completo dominio de las vidas de los ciudadanos, convertidos en meros consumidores. Una misma red que conecta a toda la humanidad, computadores portátiles con interfaces virtuales, redes sociales, ídolos pop del universo virtual, y muchas más certezas de nuestros días son las que llenan las páginas del triplete. Con esa seguidilla de títulos Gibson anticipa el reinado de algoritmos triunfantes que hoy son parte de la realidad cotidiana. El paso de los años probaría que Gibson era uno de los gigantes universales de la ciencia ficción y una de las mentes que mejor supo entender y vaticinar la transformación que la cultura digital y la red iban a producir en nuestra sociedad postindustrial. En Idoru nos encontramos con la idea del “Ídolo cantante” -Idoru-, una estrella artificial creada por agentes de software con intereses corporativos. Años antes a la aparición del proyecto Gorillaz y décadas más tarde de las creaciones del David Bowie de los 70, los Idoru llegan para interpretar el deseo y el consumo de la masas. Lesbiano aparece como un satélite de la galaxia que compila las creaciones conceptuales del inmortal nativo de Brixton, el anime y el Sci-Fi distópico de Gibson. Extraviado o encontrado en la Opus City de los 2000, poco antes de cumplir treinta años se configura como Lesbiano para construir otro universo y tratar de hallar algo diferente y excitante, sin importarle demasiado los mercados o los distintos consumos pero sí buscando llegar a las emociones que despiertan lxs Idorus y lxs Ziggys. Hoy, a sus treinta y cinco años, recuerda “Cuando puse el nombre no pensé en nada semejante, simplemente apareció en mi mente y me dije “suena bien”. Eso habrá sido en el 2005 o 2006”. El cabecilla de la Liga del Ruido también explica que “En ese momento tenía algo que ver con el género, cada uno cuando lo escucha o cuando le preguntas entiende e interpreta algo distinto. Me gustaba esa libertad de que cada uno piense lo que quiere, tiene mucho de libertad entre las miles de lecturas que tiene. Te hace pensar en un género sobre el cual no tenés idea de cuál es. Eso pasaba también con la música. Todo esto lo aprendí cuando me empezaron a decir “puto” o “no puto” (risas).
– Claro, el puto te lo dicen por default, siempre.
Sí, era “Ah, sos puto”, “Ah, no sos puto, te gustan las lesbianas entonces” (risas). El nombre te hacía pensar en un género pero te dejaba pensando en cuál. Por un lado me sirvió porque el nombre es muy recordado. En Rosario o Buenos Aires mucha gente conoce el nombre pero no la música. El nombre de Lesbiano es muy parecido a lo que soy yo. Arriba del escenario es todo muy como soy yo, nunca pienso en un personaje, pero entiendo que a la persona que lo vea de afuera lo pueda ver así. Si lo ve así me viene bien porque soy fan de Bowie. También es un poco mi lucha contra toda esta vertiente que hay últimamente donde si vos te producís un poco, si generás una visión, si generás un escenario, como que pareciera que está mal. Para todo un circuito eso está mal y eso me hincha tremendamente los huevos. Una vez fui con un amigo a ver una banda de post punk que me parecía muy aburrida y cuando se lo comento a mi amigo, me respondió “No, che, pero son sinceros”. Pero ese “ser sinceros” es salir como estás en tu casa, sin peinarte e ir a tocar la guitarra, ¿eso es ser sincero?. ¿Bowie no era sincero? Yo pienso, ¿a esta gente no le gusta Bowie? Sí tienen las remeras de Bowie pero por alguna razón la producción les parece rara. A mi me gustan las dos cosas pero no cuando parece que hay una ley que dice que una cosa sí y otra no, ahí me pongo medio picante.
Rosario is dead
Algunas memorias eficientes podrán recordar a un joven -proto- Lesbiano participando del grupo Gurú circa el año 2000. Tiempos más recientes lo encuentran participando en proyectos como Quemada con Flash o sobre escenarios compartiendo canciones de pura cepa guitarreta con Chumbo. Algo es claro: la presencia de Lesbiano siempre fue tangencial al circuito del rock, probando gozar de mayor comodidad en la movida electrónica teniendo compinches como Desatalobos y Deep Mariano. “Todo eso no fue tan planeado. No fueron decisiones. Ni tampoco creo que todavía encontré mi nicho ni mi público y eso justamente es un pesar para mi” apunta el creador del breakpop. “El tema tuvo que ver con la búsqueda artística y con lo que a mi me copaba en el momento y lo que inspiraba. Llegó un momento en que mi idea del rock y del punk, que son mis bases, la innovación y la ruptura, que son las cosas que a mi me gustan, ya no tenían más nada que ver con copiar progresiones de acorde que se hicieron en 1960, ni tampoco con copiar la forma de vestirse o cortarse el pelo. Lo mío tenía que ver con la textura del sonido, con la ruptura de la música que venía. Desde ese lado me empezó a llamar la atención distinto tipo de música, distintos tipos de timbres, por eso fue que me fui por otros lados. Cuando yo toqué en Gurú, en realidad, fue un periodo muy corto. Fue cuando se formó la banda, los chicos la armaron conmigo, después me fui porque ya estaba pensando en otra cosa y después volví para rockear un rato. Por entonces yo tenía otra banda que se llamaba Mashivnna con la que ya estábamos haciendo otra cosa con una portaestudio de Mini-Disc. También empecé a escuchar otras músicas. Me acuerdo que en un momento, tipo año 98, vino Juan Pablo Sancho, uno de los creadores de Fluido, creo que por entonces vivía en Los Ángeles, y trajo material de Roni Size, el creador del Drum and Bass, había salido Earthling de (David) Bowie y un poquito antes, The Fragile, de Nine Inch Nails. Toda esa música me abrió la cabeza y me sentí identificado y sentí que era el camino que tenía que tomar. Por eso no fue algo pensado, no fue que me dije “no me voy a meter en el rock”, fue una cuestión de lo que me copaba en el momento y me identificaba. También tengo una cosa con la gente que dice “nosotros tocamos rock”. La verdad que si vos estás copiando acordes de hace cuarenta años, tratando de usar la guitarra con el mismo distorsionador porque te fijaste en la página de internet cuál era el gear de tu favorito, para mi eso no tiene nada del rock. Soy muy fan de muchos artistas clásicos y mi manera de rendirles tributos es hacer todo lo contrario. Mi manera de rendirle tributo a Spinetta es alejarme lo máximo posible de él”.
– Siempre te vi asociado a gente como Desatalobos, Deep Mariano o Francisco Pesado, que son referentes de estilos diferentes pero que tienen una gran dedicación por el sonido. Creo que ninguno de los tres comulga con esa idea implícita del presente, eso de “no tocar demasiado bien”.
Eso para mi es un poco raro. Igual está pasando algo raro, se está viendo mucho en la escena de Buenos Aires, el indie tiene dos vertientes, una, que para mi es la más retro, que es la que tiene todavía tiene resabios de la época del grunge, donde era al grunge y a cosas del punk hubo gente, casi una generación entera, a la que tocar bien no le importaba, si bien estuvo bueno eso, yo me siento muy identificado con eso, pero ahora hay toda una generación nueva que son fans de otro tipo de músicos, como Spinetta o Pappo, bandas clásicas argentinas, que tocan muy bien, muchos chicos jóvenes que tocan de puta madre, eso acá en Rosario realmente no lo veo mucho, al menos en la escena indie que es más pop. Hay cosas más tiradas al jazz con gente que toca muy bien pero lo otro es todo muy agarrado de los pelos. Siento que el indie trajo algo muy bueno, la idea del trabajo en equipo y de la colaboración, lo que es algo muy bueno. También siento, que en algún punto, le han puesto más onda a eso a la misma música o al concepto de la música en sí, y ese arte para mi, esto es subjetivo, termina siendo el arte de hacer cosas en equipo pero el producto final, particularmente, no me llama la atención en general. Ese mote de indie rock no me parece que traiga nada nuevo más que esto que es algo ajeno al producto final. Mi búsqueda tiene que ver con lo que me gusta a mi, no sé si me sale o no, pero apunto a los artistas que a mí más me caben y generalmente son prolijos y en la textura del audio está la ruptura, yo siempre voy a intentar eso. Si en algún momento me parece que la ruptura pasa por hacer todo más low fi, lo haré. Tenía una banda que se llamaba Quemada con Flash, que era totalmente low fi pero con otro concepto, igual.
– Venimos rondando por el tema pero lo pregunto directamente: ¿cómo se construye un público hoy? La pregunta también viene sabiendo que llevás adelante La Liga del Ruido. Antes hablamos de trabajar en equipo, el trabajo colectivo es siempre una opción. ¿Compartir fechas con grupos diferentes? ¿Armar una movida a partir de fiestas?
Esa es la falencia de Rosario. El problema de todas las bandas que son, más o menos, underground, que son la gran mayoría, y por lo cual no sale hace mucho tiempo una banda fuerte de Rosario. Sacando Cielo Razzo y recientemente Indios, ¿cuánto hace que no sale algo pueda girar y que se pueda mantener? Hace muchísimo tiempo. Eso tiene que ver con una falencia de no encontrar público. Por mi parte, la respuesta claramente no la tengo. Creo que hace falta la visión de un programador, por no decir un manager, que es lo que sucede en todos los demás lugares. En España hay chabones que se dedican a buscar fechas porque les reditúa guita entonces tienen cuatro o cinco bandas para las que generan fechas, entonces, casi sin hacer nada, se llevan guita por arreglar eso. Acá no existe eso. El músico tiene que cumplir el rol de productor de eventos, el rol de todo. Eso te quita tiempo para el arte. La verdad que no sé. Salir en la radio puede ser; salir en la tele puede ser; tocar muchísimo e ir sumando gente desde abajo también puede ser. Creo que una fórmula no hay, lo que sí pienso y de eso estoy seguro, es que faltan productores, más allá de los espacios. También otra cosa que sucede es que hay un interés muy bajo por el arte, sobre todo en Rosario, es muy triste el nivel de interés que hay por el arte. No sé muy bien qué sucede pero esto que a la gente le da cosa pagar una entrada de $200 pero se tranquilamente van y se toman dos vasos de cerveza artesanal que valen lo mismo, habla de un nivel tristísimo sobre la valoración que tienen del arte y eso no tiene que ver con que el gobierno cierre lugares culturales ni nada, porque cuando los espacios culturales están abiertos la gente no paga y no va igual. Ahí hay también una cuestión que tiene que ver con la cultura. Una cosa que también da para hablar, en lugar de tirar bardo para todos lados, es concientizar a la gente que el arte también puede curar o hasta calmar la ansiedad o hacerte feliz al sentir la empatía de ver a alguien que se está expresando libremente y cambiar la mentalidad para que se sepa que eso también puede servir para escapar o sentirse aliviado o hasta tener un momento de felicidad, no sólo la cerveza y la cocaína. Ahora parece haber un concepto que el arte es prescindible. También me ha pasado, tuve momentos en que decía “No, $300 es muy cara una entrada” y simplemente lo que hice fue cambiar mi perspectiva. Obviamente que si también estoy viendo una cosa que me parece una cagada, por ahí (risas), igual lo aplaudo y me voy. Me parece que por un lado hay una valoración muy triste del arte y creo que nosotros, los que tenemos la oportunidad de hablar con alguien o de tener un microfono, da para llamar la atención sobre el caso. “Rosario is dead” un poco tiene que ver con eso. Los artistas tiene que estar muy conscientes de estoy que estoy diciendo, hay muchos que no están conscientes. Hace poco estaba en un recital, y no voy a decir quién, no lo voy a escrachar pero un artista muy conocido de la ciudad, había sobre el escenario unos pibes que estaban haciendo un tremendo recital y él loco no aplaudía. Si no le ponemos onda nosotros, ¿quién lo va a hacer?
– Nuestra ciudad tiene esas cosas, pequeños detalles que hablan elocuentemente. Algo que siempre conversé con músicos y con periodistas es que por mucho tiempo nos quejamos que nunca viene nadie a Rosario, que van siempre a Capital o Córdoba. Sin embargo, luego vienen figuras gigantes y nadie va. Viene Maceo Parker y la mayoría de los músicos no va. Entiendo también que los músicos, no tienen un mango, al igual que los periodistas, pero tiene que estimularte ir a ver semejante referente. Más allá del gusto, hay también algo de aprendizaje allí. Pero no quieren pagar una entrada. Por otro lado, cuando hay encuentros, charlas, se disponen momentos para encuentros y discusiones colectivas, la mayoría de los implicados no aparecen.
Es que no pasa por la plata. No es que no tengan un sope. Es lo que te decía antes. Para los mismos músicos el arte no tiene valor, entendés? Esa plata se la gastan en cerveza. Lo he visto. Lo veo porque anduve en la noche toda mi vida. La plata se la gastan en cerveza y se la gastan en merca, se la gastan en porro, se la gastan toda. No se la gastan en música, ¿por qué? Porque evidentemente les debe garpar más gastarla en otra cosa. En otro lado garpa más. Es una cuestión cultural. A mi no me garpa más. O por lo menos, hice o estoy intentando creer que no me garpa más, por una cuestión de supervivencia. No es que no tienen plata, es que no les garpa, esa es la verdad, no les copa el arte, esa es la posta.
– Lo que decías antes sobre el valor del arte y lo que puede llegar a generar me hace acordar la mítica frase del Polaco Abramowski, ese “Qué voy a pagar $5 por ver al que fue a la secundaria conmigo”
En el ámbito del underground, muchos son músicos y otros son amigos de los músicos. No pasa como en otras ciudades donde la gente que va a recitales no es del ámbito de la música, viene de las universidades. Acá no pasa eso. Aquí no hay acceso al público de las universidades. No me quiero poner a conjeturar mucho sobre por qué será eso, sé que vienen de distintos lugares. La gente que estudia acá no viene del mismo lugar o del mismo ámbito cultural que la gente que estudia en La Plata, en Buenos Aires o Córdoba. Al no tener acceso eso y ser un público muy de músicos, me da la impresión que la gente va a figurar, que van ellos mismos a ser protagonistas del show. Eso es algo que han generado muchas bandas y es un concepto que tiene que ver con alguna vertiente del indie rock donde arriba del escenario no pasa mucho, donde arriba del escenario parece que no importa la puesta en escena, parece que no importa nada, la puesta en escena está abajo. Eso para mi no está mal pero me parece que tampoco tiene que ser lo único. Muchas veces he hablado con pibes del indie rock que si hacés un solo de guitarra dicen “No, sos un logi, te querés mostrar” y eso es la pavada más nazi que he escuchando en mi vida. La gente que va a esos recitales se identifica con eso y por ahí está mirando para otro lado, la banda no importa, es música de fondo. Claramente yo soy todo lo contrario a eso, lo que me inspira no tiene nada que ver con eso. No me parece mal pero a mi, particularmente, me aburre de sobremanera, especialmente cuando el público que está abajo del escenario no tiene para ofrecer. Porque cuando los que están abajo del escenario ni siquiera bailan y van a figurar, el arte medio se va para abajo porque como no tienen nada que hacer empiezan las bengalas, empiezan a hablar.
– Eso todavía acarrea la idea del rock barrial de los 90 con aquello de “la fiesta está abajo del escenario”. También hay un síndrome muy actual donde no importa el evento, no importa quiénes tocan o dónde, importa el evento, pertenecer al evento, darle asistiré y fotografiar la entrada que compraste diez meses antes sin saber quién va a tocar, sin siquiera pensar si te gusta o no.
Se vende una onda, no el arte. Hay una valoración desastrosa del arte. La mayoría de la gente no va a los recitales por la música, va a ver gente que se viste igual que uno mismo. Van a mirarse al espejo. Básicamente, van a hacerse la paja. Van a recitales que son de una onda establecida donde saben que todos, más o menos, se visten igual, tiene todos la misma onda, donde pueden hablar de la misma boludez.