Tras comandar por diez años el sello Soy Mutante, Ignacio Molinos decidió cerrar un ciclo de aprendizajes y vitalidad para enfocarse en un nuevo capítulo de su actividad musical. Un repaso por el DIY más ecléctico que haya conocido Rosario y por la mente de su principal conspirador.
Un disco de vinilo de Osvaldo Pugliese supervisa, desde las alturas, el estudio de grabación de la Mansión Mutante, ubicada a unos sesenta metros del Parque Independencia, en el corazón de una manzana que todavía disfruta de un cielo parcialmente liberado de edificios. Es el centro de operaciones de Ignacio Molinos, bajista de Matilda y Tensión. Esta presentación oficial desde el instrumento que lo acompaña desde hace años es simplemente una formalidad ante una descripción que le debe mucho más. Multifacético agitador cultural desde hace casi veinte años, Molinos –o Nacho Espumado– es el creador del sello independiente más ecléctico del territorio nacional, Soy Mutante, con una década sobre sus espaldas.
Molinos, además, es DJ, gestor de fiestas y recitales; divulgador del home recording, un agitador incansable del sueño de hackear los modos de producción. Paralelamente a sus actividades en Soy Mutante, Nacho supo colaborar -tocando, produciendo, grabando- en distintas etapas de grupos tan diversos como Alucinaria, Sinapsis, Argies, Gay Gay Guys, AguaViva y Alto Guiso. Por supuesto, Espumado fue también integrante de Los Daylight, fabulosos cuatro que electrificaron al circuito subterráneo de la opus city con su disonancia y humor retorcido. En pocas palabras, hizo muchísimo en sus treinta y cinco años de vida.
Mucho tiempo atrás, en ocasión de una entrevista acerca del primer aniversario de la netlabel, Molinos confesó que, tras una gira europea junto a los Argies, no le quedaba otra que armar algo. Luego de semejante experiencia abre cabeza, tenía que hacer algo, no quedaba otra. Su opción fue fundar el sello más ecléctico e imprevisible del interior junto a una pandilla de desajustados sónicos embriagados por el deseo de crear un desarmadero de experimentación en forma de canciones descargables.
Entre los varios intereses y mañas de Molinos/Espumado se encuentra el dibujo. Su propio pulso ilustró decenas de flyers concernientes a las acciones del sello o sus bandas. Alguno de esos dibujos están exhibidos en marcos sobre una estantería o colgados en la pared. En una de las puertas está pegada la lista de pistas que darán forma al LP debut de Alto Guiso, Psicoguiso, que ya tiene fecha de presentación para abril. En la tupida biblioteca del estudio, bajo la mirada cálida del maestro tanguero, se encuentran libros de César Aira, Peter Bagge, Patricia Pietrafresa, J.G. Ballard, Daniel Clowes, Will Eisner, Harvey Pekar y muchos más. Recostado entre algunos CDs en digipack y números de Sin City, se encuentra Roberto Arlt. En el prólogo de Los Lanzallamas, Arlt escribía que “el futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”, para luego anunciar que vendría un libro tras otro conteniendo, cada uno, la violencia de un cross a la mandíbula. “Y que los eunucos bufen”, remataba el apasionado hombre nuevo hijo de inmigrantes de un siglo que ya no existía. Decidirse a iniciar el sello fue la manera de Molinos de crear el futuro; uno posible de acuerdo a sus ideas y esfuerzos. Otro futuro, dependiente de sus aprendizajes y de la actitud para con los obstáculos: en él, los discos vendrían uno tras otro, con la brutalidad de un cross a los sentidos y de una patada de adrenalina directa al sistema límbico.
“Hace mucho que no hago una nota. Muchísimo tiempo. En cosas de Matilda siempre le digo a Checho (Juan Manuel Godoy) que hable él”, comenta el anfitrión en el patio de la Mansión. “Antes sabía qué iba a decir, lo tenía armado, ahora ya no sé. Estoy muy poco polémico”, anticipa.
Mesa a cielo abierto, botella con agua fresca, ventilador de pie, grabador; elementos que acompañan el ejercicio de rebobinar la cinta de los últimos diez años. Más tarde, Amargo Obrero, pero antes, el principio es el final: ¿Por qué la decisión de concluir el proyecto Soy Mutante?: “Medio que me cansé un poco. O no es que me cansé, tampoco. En diez años cambiaron un montón de cosas”, responde Molinos para inmediatamente saltar al inicio de toda la aventura. “Cuando empezamos el sello Internet era una promesa de distribución de material y tantas otras cosas. Todo tuvo que ver con el viaje que hice hace diez años tocando con los Argies. Por eso elegí lo digital. Después tenía ganas de grabar discos. Quería aprender a grabar. Yo había hecho los de Matilda y recién ahí empezaba a mezclar unos temas de Los Daylight. Quería hacer. Fue un proyecto personal. Nunca fue un proyecto colectivo como son la mayoría de los sellos. Entonces Soy Mutante iba a existir hasta el día en que yo me canse. Al mismo tiempo fue una cuestión de aprendizaje, yo quería aprender a hacer discos y eso ya se agotó. Por supuesto que los que hacemos esto nunca terminamos de aprender pero sí en lo que respecta al sello. El final está atravesado por un montón de cosas. Ya no estoy actualizado con las redes sociales ni nada de eso. Tal vez hoy en día es más importante tener un Instagram que sacar cuarenta discos. Ni siquiera escucho música en Spotify. Me estaba quedando muy atrás. Por otro lado, hay una idea de lo que debería ser un sello y después la demanda era desmedida con los músicos. Mi tarea era grabar los discos y se terminaba cuando ese disco salía pero, en realidad, los sellos actualmente son al revés, vos vas con un disco ya grabado y ahí empieza, difusión y todo ese tipo de cosas. Yo, quedandome a pata con la difusión y todo eso, lo terminaba tomando como algo personal, ya lo vivía con un poco de culpa. Al mismo estaba trabajando con muchas bandas que no pertenecían a Soy Mutante y las bandas que que sí pertenecían terminaban relegadas porque elegía sacar primero lo que era laburo. Uno elige sacar primero lo del laburo y lo otro va quedando ahí y se acumula. Además laburás con música, no podés laburar doce horas de corrido, perdés los parámetros de audición, es muy cansador. Entonces me ponía a laburar un poco con un proyecto y después quedaba, nunca lo hacía y así todo se fue demorando. El último año salieron cuatro discos (Xtc de Compressor, Helena Nav de Helena Nav, Extrañamiento de Tensión, 3 de Víctima del Vaciamiento), pero el promedio tendría que haber sido más alto. En un momento la financiación del sello corría por fiestas que hacía yo. Allí las bandas tocaban y medio que era esa la vuelta económica. Esas fiestas terminaron teniendo cero rédito económico y encima después ya ni siquiera había lugar para hacer esas movidas. Son todas cosas que desembocaron en un “Bueno, ya fue“.
– ¿Cómo fue el financiamiento de Soy Mutante en todos estos años? ¿Arrimaban un pucho cada integrante de las bandas? Recién hablaste de las fiestas, que fueron una buena manera de traccionar un ingreso y amplificar lo que se armaba del sello.
Nunca hubo un mango. Es raro. Por eso digo que fue un proyecto personal, más que nada. Lo único que hubo fue Espacio Santafesino, que ganamos una vez. Incluso a la larga me doy cuenta que hubo un montón de cosas que uno pretendía hacer, que estaban erradas. Espacio Santafesino era para hacer tres discos y yo con esa guita hice siete u ocho. Obviamente que tergiversé el dinero, no es que lo hice bien. Después dije que tendría que haber hecho tres, haber laburado más, todas cosas que uno no pensaba por entonces. Me cansé mucho haciendo todos esos discos pero fue la época de mayor auge. De ahí salió Transformador, Hermanos Karamazov, Desesperanza, Operativo Exposición Total, Los Del Fin y Los Ready Made. Hice todos esos. Fue una auto-explotación. Estuvo buenísimo ese proceso. Fue un proceso de aprendizaje. También estaban otras cosas. Pensaba que volvía el dinero en las fiestas, pero después no volvía. Parece que son todas pálidas (risas). Después pasó otra con mi laburo, muchos se acercaban porque sabían que lo hacía de onda, se despertó ese interés, lo que me llevó a rechazar gente, algo que nunca pensé que iba a hacer y es un bajón. O gente que quería grabar un disco pero que pensaba que por eso iba a salir por Soy Mutante. Eran cosas que estéticamente no tenían que ver con el sello. Todo se empezó a confundir. Ahora prefiero hacer muchos discos, con presupuesto, no sólo de cosas cerradas al género. Yo tomé la decisión de terminar el sello el año pasado y ahora estoy trabajando con muchas bandas nuevas, toda una nueva generación. Belarus, Lucas Roma, Puesto en Marte, Los Cristales, Rosedal. Bien podría ser una nueva generación del sello. Pero también prefiero estar más tiempo dedicado al sonido y que esa cuestión de gestión lo organicen ellos en un sello colectivo. Para mi eso está más bueno, me gusta que no pase todo por mi.
– Al emprender la aventura de Soy Mutante hubo un porcentaje importante de divulgación acerca de la grabación casera, sus métodos y herramientas. También sobre cómo resolver ciertas problemáticas del software propietario. Vos tomaste esa bandera ante muchos chicos que tocaban pero todavía estaban verdes con respecto a grabar. Fue algo generacional que se vivió con Planeta X en épocas anteriores y luego Soy Mutante lo llevó a un circuito renovado. Viéndolo a la distancia fue un emprendimiento epocal: la tecnología era más o menos accesible, la banda ancha se masificó, las herramientas se podían estudiar con calma en casa, la información estaba a un click de distancia, el MP3 se llevaba todo por delante.
La gestación del sello tiene que ver con eso mismo. Las grabaciones eran con lo que se podía tomar el control. Había una difusión del método. Hoy sigue pasando por ahí. Todo cambió en una década. A las masterclass sobre grabación que ves en YouTube, o a un tutorial de cualquier cosa, es más fácil acceder con la capacidad de banda ancha actual y las plataformas de video. Yo también tengo muchas fotocopias de libros sobre grabación casera. El año pasado gané un subsidio del INAMU y para eso tengo que tener una contraprestación social. Originalmente era ir a tocar a algún lado pero yo hice una propuesta, que todavía no concreté, sobre dar una clase abierta de grabación de demos con software libre. Nada de cosas crackeadas, sino programas que corren bajo Linux y cosas así. Eso todavía no llegué a hacerlo pero tengo re ganas. En un bar, un centro cultural, una escuela, no importa. Ver qué pasa con eso. Linux corre en cualquier computadora y vienen programas libres, se puede avanzar cómodamente, no hace falta saber crackear y todos esos mambos. El home recording, toda esa data, está a mano. No me gusta hablar tanto porque tengo todos esos proyectos que después no hago nunca (risas). Me gustaría transcribir cierta información que está en en libros en inglés o artículos que sigo. Hay una revista llamada Sound On Sound en la que mensualmente sale un artículo sobre canciones o discos específicos. Cómo se grabó Ever fallen in love, de los Buzzcocks, o cómo fue tal canción de los Clash. Desde ahí me gustaría hacer una síntesis, tales discos suenan así porque se usaban tales micrófonos. Poder ir haciendo unas conclusiones estéticas y bajarlo a lo técnico. Son proyectos que siempre tengo en mente pero creo que jamas lo voy a hacer.
– Algunos grupos aparecieron apadrinados por vos desde un principio. Incluso hubo casos de que asomaron al escenario en las fiestas que gestionabas vos. ¿De qué forma funcionaba el fichaje del sello?
Era un poco por afinidad. La mayoría eran cosas que había visto en vivo. De ahí se generaban los vínculos. Cuando por ahí pasaba eso de tener que rechazar cosas eran que mandaban un mail “Che, mirá, grabé un disco“. Y no. Ya de cajón no me interesaba. Eran cosas que veía en vivo o gente que conocía por amistad. A Los Del Fin los cruzábamos siempre, tocábamos junto a ellos con Los Daylight. A los Daddy Rocks los conocí hace un millón de años en Kasa Enkantada. Nos conocimos ahí en un recital de Matilda. Los pibes me decían: “Nosotros también tocamos, somos dos“. A partir de entonces nos empezamos a ver todo el tiempo. Pegamos amistad. Me ofrecí a grabarlos y Jota me verdugueó en plan borrachín “Ay, yo sé grabar, yo sé grabar” (risas). Ahí fue lo primero que salió. Ya habían grabado unos demos y como justo estábamos haciendo las fiestas pintó para que toquen ahí.
– Café de la Flor, El Sótano, La Revuelta, ADN, Kasa Enkantada, Zona de Nadie, que luego fue La Macarena, Love & Rocket, son muchos espacios que ya no existen y albergaron movidas del sello o relacionadas de alguna manera. Para celebrar un aniversario hiciste un festival en los galpones con la llegada de Ordinaria Hit. ¿Cómo fue el momento en que tuviste que aprender a manejarte con el estado para ciertas actividades? Al principio cuesta agarrar el lenguaje de los tiempos burocráticos, especialmente si uno viene de tratar en otro circuito.
La fecha de Ordinaria Hit, en principio, me acuerdo que eso lo hablé mucho con amigos en su momento. Más allá del galpón, no existe un lugar por fuera de lo estatal, donde vos puedas hacer un festival, como por ejemplo hoy Otro Río, que es increíble. Lo nuestro fue en otra época y para el cinco por ciento de la gente que hoy va a Otro Río. No existe ahora y no existía entonces un lugar así. Pareciera que ciertos lugares le dan más entidad a una movida. Si un festival o fecha de siete bandas lo hacés en Animal Rock, es un embole. Si lo hacés en un espacio más grande, ya es un festival. Lo otro también es un festival pero la infraestructura es distinta. La cuestión con el estado siempre me va a hacer un poco de ruido. Lo que pasó con Espacio Santafesino es que son herramientas que están y si no las agarrás vos las terminan usando otros. Uno puede renegar un poco de esas cosas y al fin y al cabo uno se termina perjudicando solo al no usarlas. Preferiría otras cosas. De todas las experiencias que tuvimos, te diría, las mejores fueron en el Café de la Flor. Porque Zacarías (Hermanos Karamazov) en ese momento era el encargado y nos facilitaba un montón de cosas. El Galpón también es accesible. No es una cuestión de Estado sí o Estado no. Algunas cosas eran más fáciles hacerlas en un lado y otras en otro. Con lo estatal hay siempre una doble moral. Decís “yo no voy a tocar para la Muni porque están cerrando locales”. Y bueno, al fin y al cabo, van a seguir cerrando locales y vos no vas a poder tocar. Es un poco hacerlo para el enemigo, en cierto punto. Siempre está esa doble moral. No sé qué es mejor y qué es peor. Me pasó con Espacio Santafesino en la primera convocatoria, que no se podía comprar equipos. ¿Cómo que no se pueden comprar equipos? Es malísimo. Al año siguiente me presenté y lo saqué (risas). Después cuando tuve la guita hice lo que hice. Armé todo de a poco, conseguí una factura, etcétera, lo hice. Al principio uno parece que quiere pelearse contra el Estado y parece que pierde -se detiene- no parece, obvio que sí pierde, claro (risas). Yo así hice seis discos. Capaz que tendría que haber hecho tres con catering todos los días (risas). Pero tampoco es que por eso le estás ganando al Estado, porque estás gastando en sanguchitos.
La geometría desorbitada del post punk es donde Molinos monta campamento y empieza a construir su propio laboratorio de desarrollo y experimentación. Ese universo disruptivo albergaba los momentos más felices del corazón y oído del músico/productor, así como también trazaba un punto de convergencia para muchas de las bandas más frescas por aquellos primeros días de la aventura mutante. El post punk y su sonoridad expansiva ofrecían un basamento de inspiración e influencia, al mismo tiempo que se iniciaba un revival impulsado por la sangre joven de nuevas generaciones que indagaban en su legado para inyectarle nuevos influjos y expandirlo.
“La elección del post punk como punto de partida tiene que ver, por un lado, con gustos”, afirma Molinos. “En aquella época para mí todo tenía unas patas que eran New Order, Ramones, The Cure y los Smiths. De ahí venía toda la mùsica pop que se estaba haciendo, año 2007-2008, salían Metronomy o bandas así que eran un revival de todo eso. Siempre me gustó y además yo tenía una cosa más punk. Venía de tocar punk y luego vino Matilda, cosas que podían parecer re disímiles pero en realidad no. Sex Pistols, New Order, Joy Division, lo más común del mundo. Desde ahí voy haciendo el recorte. Estas son conclusiones que uno saca después, pensando dar una respuesta sesuda en algún momento (risas)”.
“En ese momento estaba muy cebado con toda esa música, discos que se hicieron entre el año 73 al 84”, cuenta el bajista sobre el minuto cero de su label, para después exponer la saludable convivencia que enriquece al desarmadero sónico que es el post punk. “Hay cosas allí que también son muy disímiles, porque Gang Of Four, ética y estéticamente, no tienen nada que ver con Depeche Mode, nada. Pero ocurrían en el mismo momento. A la distancia hay como una lupa. Algunas cosas son increíbles sólo porque ocurren lejos y también uno cree que son lo mismo pero en realidad eran distintas. Tiene que ver con cómo le llegan a uno. Vos no estabas en ese momento, si no, capaz que te gustaría Gang Of Four y no Human League, por así decirlo. A nosotros nos llegó que todo eso era la misma cosa y así uno lo interpreta y lo hace también. Capaz que para un inglés no pueden convivir Daddy Rocks con Operativo Exposición Total porque le parecen cosas muy distintas. Pero para nosotros puede parecer lo mismo porque hacemos el recorte por años y por lugar”.
Kraut, post rock, no wave, punk, garage, darkwave, hardcore, post hardcore, son algunas de las subtramas que integran el catálogo de los cuarenta discos mutantes. En las largas horas que se extienden en una playlist definitiva del sello, el espíritu de experimentación y el ímpetu por borronear fronteras parece estar presente en cada cada grupo e integrante. Pareciera que cada mujer y hombre en las filas del sello fuera parte de un grupo comando dadaísta con ganas de romper fronteras y que, ante cada nueva misión-canción, una píldora azul les proveyera un mismo deseo y objetivo: averiguar qué hay más allá, saltar el cerco de lo predecible, incomodar para buscar, saber desmarcarse aún de sí mismos ante cada nuevo disco.
Mientras la diversidad del sello iba creciendo con cada nuevo disco concretado, los grupos que integraban la comunidad mutante iban desarrollando su propio camino. A razón de recitales, fiestas, canciones, pruebas y errores, las bandas iban creando su propio imaginario artístico que enriquecieron el maravilloso mundo de Soy Mutante: Los Daylight se desatan en el noise yendo del post hardcore ochentoso al college rock para finalmente desintegrarse en el descenso canalla, jurando volver cuando el equipo recupere la categoría (¿qué se hace con esa promesa rota?). Imposibilitado de quedarse quieto, Osvaldo Zulo, una usina eléctrica con anteojos y remera de Hüsker-Dü, seguía creando un universo de psychokillers, aliens y lúcidos inadaptados con Desesperanza, Sistema de Sonido Descontrol, Operativo Exposición Total y Víctima del Vaciamiento. Daddy Rocks avanzaba en su apoderamiento de las pistas bailables subterráneas en su personal lenguaje de animé pop para una generación post fotolog. El surrealismo audiovisual de Ale Siniestro disemina su experimentación a través de distintas plataformas en una conexión Berlín-Rosario-Barcelona. Entretanto, Molinos ponía lomo, corazón y mente en la factoría que pronto engendraría más talentos: Los Ready Made, Hermanos Karamazov, Helena Nav, El Mal, Compressor, Tensión, Rejected & The X Club. Soy Mutante tomaba el vuelo propio de un proyecto con varios motores y una pluralidad estética resultado de una criatura de varios cerebros. Una misma actitud de experimentación y el deseo de siempre dar un paso más.
“Mi parte no necesariamente corría por lo creativo”, señala Molinos mientras cae la noche veraniega y el ventilador de pie trabaja, estoico, de un ángulo a otro. “Los discos que se grabaron acá eran buenos porque los artistas y el material eran buenos. Mi aporte iba por facilitar ciertas cosas, por llevar a cabo ciertas ideas. Todos los discos tienen mucho carácter”.
La afinidad con los artistas era clave para el fichaje y en instancias de grabación. Entre Molinos y cada proyecto musical había puntos de partida u horizontes estéticos y creativos en común. Asimismo el productor remarca la confianza al momento de emprender el proceso de grabación, relación fortalecida por un conocimiento íntimo del funcionamiento en directo de los grupos. “A Desesperanza lo único que hacía era ponerles un micrófono”. Para ejemplificar, el bajista recurre a las entrañas de otra criatura mutante de la música argentina: “Mario Breuer es un referente al que le presto mucha atención. En las charlas siempre le preguntan cosas del estilo de ¿cómo era grabar a Sumo? y él responde que cuando una banda tiene semejante personalidad uno tiene que interferir lo menos posible. Eso es lo más es más característico de Soy Mutante”.
“El aprendizaje fue también ver la forma en que todos ellos hacían los discos. Yo fui sintetizando esas cosas. Que los discos sean buenos es completo mérito de los músicos”, finaliza, vaso de agua en mano.
En 2014, mediante una triple colaboración entre Espacio Santafesino, Soy Mutante y la Editorial Municipal de la Secretaría de Cultura y Educación de Rosario (EMR), se edita Mañana: Homenaje a Los Gatos, proyecto que aglutina a buena parte de la escena emergente rosarina con el objetivo de revisar el legado de la banda fundacional del rock en español y al tipo que lo inició todo, el inefable Litto Nebbia.
Mañana logra una cruza efervescente entre una joven vanguardia y un cancionero inoxidable pero, por entonces, algo dejado de lado (todavía faltaba un tiempo para que el mismo Nebbia repusiera el catálogo bajo su propio esfuerzo y enfrentando a Sony). El disco entrega pistas de notable renovación tanto en la deconstrucción de las versiones originales así como también el salto hacia facetas desconocidas para grupos como Daddy Rocks o Nausicaa.
En la iniciativa de Molinos y Diego Giordano (ex integrante de Mortadela Rancia y Lanzallamas, actual dínamo de la EMR) se logra una comunión que incluye a artistas de varios géneros y que funciona como una polaroid perfecta de las microescenas que por entonces empezaban a extenderse en el circuito rosarino y que hoy son la propuesta de cada fin de semana. El listado de grupos también encuentra a sellos locales independientes como el seminal Planeta X, Polvo Bureau, Discos Del Saladillo y Liga del Ruido, generadores, cada uno por su lado, de múltiples actividades.
“La experiencia fue increíble. Fue lo más zarpado, creo, de todo”, expresa Molinos ipso facto al recordar el proyecto. “Cuando hablo de aprendizajes ese punto fue zarpado, algo intenso. Pudimos laburar con todos. Se armó un equipo tremendo de laburo con Diego y con Martín (Salvador Greco)”, apunta. “En lo técnico fue una entrega total. Teníamos desde las diez de la mañana a las diez de la noche. Tres horas cada banda. Si te pasás el otro no puede grabar. Vengan ensayados. Así con todos”, detalla ilustrando con gestos de sus manos y una sonrisa.
Al adentrarse en los recuerdos del homenaje, el entusiasmo brota de Molinos. En su repaso, Mañana suena como una experiencia ideal fundada en aprendizajes, colaboraciones, confianza y nuevos vínculos. “Fue el disco que más repercusión tuvo porque estuvo bien planteado. Hubo mucho aprendizaje técnico y también de gestión. Viene justo de algo que comentábamos antes: cuando sale el disco, Diego llamó a los medios y repartió discos. Entonces el trabajo terminó saliendo en La Nación, Clarín, en La Capital, en Página/12, Radar. Fue algo zarpado. Ahí se pudo concretar un poco lo que yo quería con el sello, hacer cosas al nivel en que lo hacíamos nosotros pero que eso se pueda se difundir un poco más, que eso llegue más lejos”.
– La comunicación de la producción es algo que apareció ya varias veces en el charla. Sigue habiendo un desafío en saber hacer llegar nuestros proyectos a una audiencia curiosa. En un principio las redes acortaron distancias y tiempos con el público, hoy hay que saltar un cerco de algoritmos y un ruido constante.
Ciertamente uno está en una isla y se queda ahí. Hay que salir para volver a pegar carteles. Llegarse a la facultad a volantear ahí. Romper con el cascarón. ¿Cuánta gente hay en las Universidades de Rosario? Miles y miles. No puede ser que de esas miles de personas no haya cincuenta que no tengan ganas de conocer la música que se está haciendo en la ciudad. Obviamente, nos dormimos en las redes y no salimos a pegar carteles en ciertos lugares. Incluso, creo que a quienes lo hacen les va bastante bien, más allá de lo estético. Un interés vas a generar. En los años 90 salíamos a pegar carteles y después caía gente porque la única manera de saber si la banda te gustaba o no es ir al recital. Si el cartel era más o menos lindo, si te llamaba la atención lo que decía, tenías que ir. Esa es una. Tampoco creo que uno deba retirarse de las redes. Es rarísimo. Si te retirás es demasiado. Tampoco hay que ser nostálgico. En los 90 hacíamos eso pero tampoco era una buena época para la música (risas). No se grababa, no se difundía, era muy difícil que uno escuche tus temas, tenías que llevarlo a las radios, que si sonaba bien, que si sonaba mal. Yo creo que sí pudiera responder a esta pregunta sería rico (risas). Hay que hacer todo. Antes podías hacer sólo una cosa. Ahora se fue precarizando todo laboralmente entonces tenés que ir a pegar carteles y además hinchar los huevos por las redes. Con una sola cosa no se puede hacer.
– La idea no sería desaparecer de las redes, tampoco hacerle un bypass a los algoritmos, sino hacerles un hijack.
Yo tengo una fantasía cyberpunk. Hay que hacer algoritmos que rompan con esas cosas. Volviendo a los discos. Hay discos de Peter Gabriel que fueron grabados con una Pentium 100. Los escuchás y re suenan. Ahora tenés una computadora tremenda y te parece que es poco. Hay que romper con ciertas cosas. No es una fantasía cyberpunk, es que hay que ser inteligente (risas). Yo no puedo hacer un algoritmo porque soy un inútil. Hoy en día saber crackear un programa es un avance en ese mambo. Yo soy un fanático de la piratería, a más no poder. Nunca voy a pagar por software, si compro algo lo quiero tocar (risas). Ahora estoy reviendo un poco todo eso porque hay más trabas para conseguir cierto software o que funcione bien. Así como saber tomar el control de las grabaciones, debería ser una prioridad tomar el control de los algoritmos. Hay que tener conocimiento de esas cosas, del uso de los recursos, qué cosas viejas se pueden seguir usando, qué cosas reutilizar. Cualquier versión de Linux se puede usar en cualquier computadora. Hay placas de sonido que hoy cuestan dos mangos porque son PCI, la gente ya no las usa. Entonces, al momento de grabar un disco, comprás una placa PCI, instalás un Linux en una computadora vieja y la usás, sos un campeón. Pudiste romper con todas esas cosas. Antes grabar un disco te salía cien mil dólares. Después, una computadora salía diez mil dólares. Ahora directamente lo podés hacer con una computadora que la gente tira. Los celulares, que cada vez son mejores, ya traen aplicaciones de portaestudio. Lo que antes era carísimo, está disponible. Si no está, hay que programarlo. Yo quiero hacer un microfono corbatero que grabe al celular. Cabe la posibilidad de usar el microfono corbatero vía celular y transmitir bluetooth a un dispositivo y grabar. Se puede hacer pero no están las aplicaciones porque están en contra del consumo. Si supiera como hacer para romper con el alcance pago de facebook ya estaría militandola más a esa. También creo que hay cosas que no las tiene que hacer sólo uno. Tiene que ser algo colectivo. Yo estoy viendo lo de los corbateros porque tengo intención de hacer cine. Generalmente, la gente que hace cine, no tiene posibilidades económicas. Entonces ¿para quién desarrollamos todo eso? Por ahí los pibes más pollos quieran aprovechar todas las herramientas tecnológicas y las redes, no sólo para consumir, sino para otra cosa. No sé quién lo puede hacer, ni cuánto tardaría en cooptarse por lo económico, pero los pibes programadores bien podrían hacerse una red social que no tenga esa cuestión. La militancia de romper con el algoritmo, con la matrix, me fascina, quisiera saber cómo hacerlo bien.