BEIBI KEBAB: “EL MUNDO ES ALGO BASTANTE ABSTRACTO”

Tinto, Rosado, Blanco, Naranjo, un viaje con mi mamá es el segundo libro de Beibi Kebab. Apostando a la poética cromática, la novela gráfica invita a interrogar sobre aquellas historias que hacen a nuestra identidad.

 

El vino, a lo largo de la historia, ha sido mucho más que una simple bebida; es un símbolo de cultura, tradición y conexión humana. Desde las antiguas civilizaciones de Mesopotamia hasta los viñedos de la actualidad, el vino ha jugado un papel fundamental en rituales, celebraciones y la vida cotidiana de muchas sociedades.
A nivel social, el vino ha sido un elemento que une a las personas. En muchas culturas, compartir una botella se asocia con momentos de conexión y celebración. La costumbre de reunirse en torno a una mesa con amigos y familiares, disfrutando de un buen vino, es una tradición que trasciende fronteras.
Celebrar el vino es celebrar la diversidad cultural que representa, uniendo a las personas en un viaje sensorial y emocional que ha perdurado a lo largo de los siglos.
¿A qué vienen estos párrafos introductorios dignos de una publicidad no tradicional pagada por la industria vitivinícola? ¿Qué tiene que ver todo esto con una historieta de Beibi Kebab? La mejor manera de responder es citar a la artista que nos convoca: “¡pero, cómo me gusta el vino, la puta madre!”
Si de recurrir a protocolos de formalidad se trata, debemos apuntar que Tinto, Rosado, Blanco, Naranjo, un viaje con mi mamá (Fruto de Dragón, 2024) es la nueva novela gráfica de Beibi Kebab, autora conocida en la vida real como Flo Larrarte.
“Madre e hija viajan por territorio mendocino: toman vino, hacen excursiones y se permiten la escucha en un espacio lejano al hogar. Pasado y presente, Mendoza y Polonia, la historia familiar y la historia del lugar se entremezclan en un recorrido, donde tanto la geografía como los vínculos adoptan matices tintos, rosados, blancos, naranjos”, reza la contratapa.
Dejando de lado la presentación oficial, es justo decir que Tinto, Rosado, Blanco…permite otro tipo de descripciones. Más apropiado sería señalar que se trata de un diario de viaje anfibio que retrata los vínculos de tres generaciones; desde el espesor histórico que cataliza sucesos globales hasta la intimidad hogareña que construye nuevos mundos, resignificando parte del bagaje que nos marca con su legado de tradiciones heredadas y asimiladas.
Este segundo trabajo de Beibi Kebab es un catálogo compuesto de los gestos, los aprendizajes y las cicatrices que trazan nuestros surcos identitarios.
El libro celebra la neurosis de una madre y una hija, entre amor, descubrimiento y fascinación. Ese viaje, el otro viaje,  nos deja saber que el tiempo nunca es suficiente: no todo está dicho, ni comprendido. Tampoco hace falta explicarlo, ni razonarlo todo.
Al final, lo fundamental de Tinto, Rosado, Blanco…es el índice de interrogantes que deja flotando, como un tratado colorido-afectivo que quiere descubrir quiénes somos.

Apostando a la poética cromática y a la contemplación paciente, Larrarte invita a interrogarnos sobre aquellas historias que hacen a nuestra identidad. La autora se pasea con cierta impunidad, evitando la linealidad, optando por una narrativa que se vale de las texturas, sin atarse a la palabra.
Correrse de las palabras supone una gambeta relevante para Flo: por un lado, se arriesga a transitar por caminos nuevos en su obra; por el otro, la egresada de Letras prueba que no tiene interés alguno en ser encasillada desde la comodidad.
El libro avanza entre narrativa y saltos poéticos. Esos saltos le sirven a Larrarte como desvíos y quiebres, permitiendo la posibilidad de explorar tanto a la novela gráfica como a sí misma, yendo hacia más allá de la estructura tradicional. A diferencia de su debut ¿Cuáles son los colores de la mañana? (Deriva, 2022), con su planteo clásico, Tinto, Rosado, Blanco…privilegia la experiencia por sobre el desenlace.
Larrarte se ubica frente a la página para tomar la decisión de correrse de lo predecible manejando elementos como las texturas y los colores.
En un plano más sutil, el otro elemento que La Beibi utiliza es la aparente construcción biográfica. Larrarte se divierte, jugando y erigiendo. El pasado y el presente se enredan alrededor de un personaje que es parte realidad, parte construcción artística. En esa línea, aparece la mística propia de miles de libros biográficos: la realidad convive con el artificio que llega desde la construcción y la obra es algo más.  En última instancia, lo autobiográfico nos recuerda que cada vida es una historia que se cuenta y reinterpreta, en la que cada lector puede encontrar ecos de su propio reflejo. De nuevo: Larrarte juega y se divierte, mucho.

Flo Larrarte, aka Beibi Kebab, nació en Buenos Aires en 1992. Dibuja y escribe historietas autobiográficas. Publicó ¿Cuáles son los colores de la mañana? gracias a un premio del Centro Cultural Recoleta. Actualmente trabaja en un proyector ganador del Fondo Nacional de las Artes, sobre curiosidades del español rioplatense.
El sábado 12 de octubre presenta Tinto, Rosado, Blanco, Naranjo. Un viaje con mi mamá en la Feria del Libro de Córdoba, junto a la periodista Oke Sanuy.

-Tinto, Rosado, Blanco, Naranjo. Un viaje con mi mamá podría entrar en la clasificación de novela gráfica. Sin embargo, no es tan sencillo de definir: te valés de las texturas como narrativa, algo que evita la linealidad predecible.
Si bien el libro arranca con un poema, no está atado a las palabras. Aún así, las palabras son importantes.
¿Cuáles son los elementos que elegiste para esta novela gráfica? ¿La licenciada de Letras puede desprenderse de las palabras con facilidad?

Sí, me gustan los silencios. En realidad, me gusta el espacio, el tiempo que uno se puede tomar para ver una página. El perderse en una experiencia contemplativa. La particularidad de la novela gráfica no es leer o ver dibujos, sino hacer una inmersión. Te sumergís en un mundo con sus temperaturas, con sus perfumes y vas nadando en esas olas. No se trata de crear imágenes en tu cabeza a medida que leés (como es más cuando ves una palabra escrita), sino que patinás sobre un universo. El mundo es algo bastante abstracto, aunque parezca concreto. Está atravesado por muchas experiencias, muchos modos de narrar. La novela gráfica se sale del arquetipo esperable para contar una historia. Se vale de otros recursos. Del tiempo de las personas y no del tiempo lineal de un narrador. Elegí como elementos aquellas herramientas que potenciaban mi voz: el color. Marcadores de distintas marcas (para dar diferentes texturas). La letra escrita (y no digital) para mantener la noción de diario. El trazo (sin casi hacer bocetos).

-¿La idea de hacer el libro ya estaba decidida para el viaje junto a tu mamá o fue una iniciativa que cataliza el viaje?

Fue una decisión antes, me pasó algo bastante particular. Nos pasó. Antes de irnos de viaje, falleció un miembro de mi familia de un modo muy sorpresivo. Nos fuimos cargadas
de toda esa situación mental. Decidí hacer un diario en ese viaje para pensar un poco de qué estaba hecha mi relación con mi mamá. Era un momento de mucha fragilidad para ambas y me pareció que, alejadas de casa, podíamos tener más perspectiva sobre cómo se habían desenvuelto nuestras vidas.

-Tu primer libro tiene una estructura tradicional. Acá te corrés, buscando algo diferente. Creo que se privilegia la experiencia por sobre el desenlace.
¿Hubo una determinación consciente en eso o fue algo que surgió durante el proceso?

Hubo una decisión porque, a medida que me fui sumergiendo más en el mundo de la historieta, vi qué era posible. Leí muchas historietas donde los autores, ante todo, se divertían. Quise eso. Dejarme llevar por el placer creativo y no tanto por lo que tenía para contar. Quizás no se trata de tener un estilo a rajatabla sobre lo que uno quiere crear, sino saber qué energía dar. Cuánto atarse a la historia narrativa y cuando soltar hacia lo sensorial.

-Imagino que “el viaje” se terminó una vez que el libro se entregó y se publicó, con emociones que aparecen a posteriori. ¿Cómo fue el viaje afectivo detrás del libro? ¿Descubriste algo en particular una vez que entregaste el libro?

Descubro más cuando me dan una devolución. Tuvo mucha recepción el libro, personas que me escribieron contándome que habían descubierto algo que yo no supe ver. Una amiga notó que creo medios acuosos, sea el vino, sea el agua donde nadamos en Cacheuta. Otra me comentó que mi libro es como un avión que planea sobre Mendoza, pero también sobre Polonia. Me han dicho que hay un estilo que rompe la cuarta pared y parece mirar a cámara, hablándole al lector. Y que soy graciosa. Todas esas cosas las fui descubriendo porque me lo dicen mis lectores, pero sobre todo, la gente que me quiere.

-En el libro pasamos de la escala histórica como es la segunda guerra mundial hasta lo íntimo de los gestos de tu mamá. Hay un equilibrio entre pasado y presente, evitando redundancias y sin forzar detalles.
¿Cómo fue manejar ese contraste? ¿Ese equilibrio fue complejo de resolver?

Uf, sí fue lo que más me costó. Yo me focalizaba mucho en la historia de las vacaciones. Mi editora de Fruto de Dragón me dijo que había un hallazgo en esta abuela, que la desarrolle, que le otorgue más espacio. Tuve que reestructurar toda la novela. La abuela aparecía casi al final y la tuve que correr al principio y sumarle más escenas. En realidad, uno se toma tiempo en entender qué quiere contar. Es como ir al psicólogo. Hay un tiempo que pasa desde que mencionás situaciones hasta entender verdaderamente qué supuestos están operando. Solo en el proceso de hacer un libro vas a encontrar ese tema del que realmente querés hablar. Cuesta y es muy necesaria la presencia de una buena editora.

 

-Disfruté mucho del catálogo de intimidad que maneja el libro: gestos y mañas de tu abuela y tu mamá, la manera en que se reflejan en vos. Podría seguir, pero tampoco quiero spoilear lecturas.
¿Cómo es el ejercicio de compartir eso con el público? ¿Se resignifican estos gestos cuando pasan a formar parte de tu obra?

Me preguntan mucho por esto de ventilar mi vida familiar. Creo varias cosas. Primero, que mi familia no lee mucho literatura y eso me da libertad. No siento que vayan a decir “uy qué dijo” porque ni tienen ese entrenamiento. Por otro lado, todos hablan de su familia en sus obras. Con más o menos artificio. Es imposible salirse de donde uno viene. Entonces, asumirlo es el primer paso para asumir esa libertad de la que nadie puede escapar. Por último, sí creo que no importa cuán autobiográfica sea la obra, siempre es una construcción artística. Hay procedimientos. Elijo cuáles para que el lector empatice más. Esa madre es mi madre, pero también es una madre posible de todo lector. Es alguien que conocimos (cuando no, una madre que tenemos). Con lo cual, no es “mi” madre, a la que expongo, es “una” madre que conocemos y que, a pesar de que existe, “amaso” como si fuera una arcilla, para que cale en el lector.

-Tu primer libro ¿Cuáles son los colores de la mañana? tuvo buena recepción. Ahora estamos hablando del segundo mientras que también estás preparando otras cosas.
¿Cómo vas explorando la identidad de Beibi Kebab a medida que pasan los años y se publican los títulos?

La identidad siempre es un tema delicado. Quiénes somos, a dónde vamos, qué decisiones vinieron para quedarse y cuáles van a quedar en el camino. Mi identidad tiene que ver con lo cromático, los colores fuertes, el polirrubro, haciendo muchas cosas distintas. Siempre como pilar fundamental la historieta, pero apoyándome en otras artes, como la cocina o la moda. Y obviamente, la escritura clásica.

Hay algo que persiste en ambos libros: la contemplación. Siento que te dejás integrar por lo que te rodea. No siempre es sencillo alcanzar esa permeabilidad. ¿Cómo llegás a eso?

Es una decisión personal tener una vida contemplativa. Hay pasos que ayudan. Primero, rodearme con gente que me inspira y con la que pueblo hablar reflexivamente. Después, tener plata. Tener un trabajo que me provea una tranquilidad para tener tiempo para pensar. Tener un diario íntimo donde anoto. Anotar es anotar con palabras, no con dibujos. Los dibujos pueden estar, pero sí le doy prioridad a cómo me hicieron sentir determinadas situaciones nombrándolas. La soledad ayuda mucho a la contemplación; tener el silencio suficiente para escucharme. Por último, intento tener en claro qué proyectos quiero sostener. A cuáles quiero darles principio y fin. Y si los cuelgo un tiempo, no pasa nada. Sí sé que tengo que retomarlos y terminarlos.

Por Lucas Canalda

 

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