La ilustradora portuguesa radicada en argentina publicó Familia, segunda novela gráfica. Luciendo sus cualidades de autora catártica y demostrando un cuidado crecimiento, Barata presenta su mejor trabajo hasta la fecha.
La mayoría de los días de nuestras vidas son olvidables. No hay ningún estudio de la Universidad de Cambridge que lo compruebe. Tampoco parece haber alguna confirmación que llegue desde Oxford. De todas maneras, no nos hace falta. Lo sabemos bien: entre tanto despilfarro de horas genéricas lo memorable se reduce a unos puñados. Hay momentos que marcan un antes y un después. Cuando eso ocurre, los días se vuelven pequeños mojones referenciales. Son días inolvidables porque todo cambia. No necesariamente son cambios bruscos, inmediatos o del todo conscientes. Pero cuando ciertos interrogantes asoman, todo se vuelve irremediable.
En Familia (coedición de Sigilo y Musaraña Editora), su segunda novela gráfica, Júlia Barata nos muestra a una mujer en crisis con todos los aspectos fundamentales de su vida. Los interrogantes se manifiestan por lo bajo, primero. Con un insomnio que va percudiendo una vida de obligaciones y vínculos. Luego en malestares tan comunes que ya casi deberían tener su propia silla en nuestra mesa. La ansiedad lo gana todo, generando un cocktail tumultuoso que atrona dentro de la cabeza.
Matrimonio, maternidad, deseo, profesión, individualidad: todo se desborda a medida que Barata eleva interrogantes varios. ¿Cómo lograr un equilibrio? Más importante: ¿Cómo mantenerlo? ¿Cuánta nobleza reside en la empresa de sostener una familia? ¿En qué se transforma una familia a partir de la certeza de que todo se acabó? ¿Cómo racionalizar la contradicción de aquella vivencia que está integrada tanto como felicidad como de hastío? ¿Qué pasa cuando algunos aspectos de nuestra cotidianidad se convierten en un hasta cuándo constante?
Como autora sensible, Barata sabe elevar interrogantes. Como narradora, entiende que necesita distribuirlos a lo largo de sus páginas, de a poco, para no abrumar, fortaleciendo una catarsis de vaivén que descarga, pero no suelta. Familia puede que sea el mejor trabajo de Júlia hasta la fecha.
Barata no propone soluciones. Es demasiado sincera para pretender esbozar alguna. Evitando cualquier intento de lección pedagógica o tratamiento condescendiente muestra el periodo crítico de un protagonista a quien los interrogantes se le presentan como un brote incontenible. Después de la primera pregunta, todo cambia, de manera irrefrenable.
Ansiedad y humor estallan en estos dibujos en rojos y negros que se desarrollan a través de páginas sin numerar mientras que de la ortodoxia de la viñeta. Una familia se va transformando a medida que avanza la lectura. Su protagonista se desborda una y otra vez; se reagrupa; se fortalece; encuentra certezas para luego descartarlas y volver a abrazarlas. Las ilustraciones acompañan cada gesto y acción, logrando amplificar los detalles. Allí la ilustradora se hace fuerte -muy- logrando un tempo identitario. Barata le imprime belleza al caos: por momentos los rojos se estallan, hermoseando pensamientos abrumadores; los negros son abismales, de soledad plena; la neurosis agotadora se desenvuelve en volutas grises, como de un Escher lisérgico.
Familia nos presenta a la Barata con las características que conocimos -y supimos apreciar- en los últimos años: una autora catártica, que desarticula solemnidades con movimientos espontáneos, entre rockeros y hastiados, siempre logrando comunicarse de forma directa, aunque sin obviar lo sugerente. Su nuevo trabajo, sin embargo, nos deja saber que Júlia supo tomarse el tiempo para asentar una narración prolija que conoce pausa y respiro. Si en esfuerzos anteriores -tal vez-primaba la urgencia, en Familia la velocidad se reduce optando por alcanzar la profundidad.
Júlia Barata nació en Coímbra, Portugal, en 1981. Es arquitecta y dibujante. Publicó los libros Gravidez, Quotidiano de luxo y 2 histórias de amor. Participó de las antologías Zona de desconforto, El volcán e Historieta LGBTI, entre otras.
Actualmente vive y trabaja en Buenos Aires, desde donde responde las preguntas de RAPTO.
“El libro surgió a partir de algunos dibujos sobre conflictos familiares, un intento de entender si era el propio formato familia lo que los alimentaba, o si eran simplemente parte del paquete”, comparte la autora. “Había construido mi propio núcleo familiar y me preguntaba si habría una relación entre las familias de dónde venimos y las familias que creamos. El libro se fue desarrollando así, en esa indagación”, agrega.
Familia llegó a las librerías hace dos meses y tuvo su presentación en Buenos Aires a principios de junio en Céspedes Libros. La autora estuvo acompañada de Ale Bidegaray (Editorial Musaraña) y Juana Molina. La próxima parada de Barata y su libro es Córdoba, donde habrá presentación este sábado 16 a las 19hs, en Séptimo Arte, acompañada por su colega Nacha Vollenweider.
Mientras el libro hace su recorrido, esperando llegar al público y lograr su merecido feedback, la historia de Familia se remonta a otro tiempo, más precisamente a la época de la vieja normalidad. Entre los primeros dibujos y el cierre del libro pasaron casi cinco años, con varios períodos de interrupción en el medio. La pandemia, sin bien inesperada, le permitió a Barata lograr una estructuración necesaria.
La edición es el resultado de un trabajo en conjunto donde las partes involucradas se entendieron para potenciarse. Puede que detrás de la edición del excelente libro haya una clave: paciencia. En los últimos tramos del proyecto Barata trabajó a la par del editor José Sainz. “Fue un lujo como interlocutor, es un editor con un ojo clínico eximio, siempre tenaz y además super amable. Su aporte, sin duda, trajo al libro mayor cohesión, fluidez y mejor cierre”, comenta Júlia sobre esa colaboración estrecha.
El equipó detrás de Familia se completa con otro experimentado nombre del mundo de la historieta: Leandro Waibe, alias El Waibe. El artista visual, ilustrador y docente se ocupó de la maquetación, la cubierta y de la uniformización del color, aspecto fundamental antes de llegar a la imprenta. “Es un diseñador y artista muy groso”, apunta Barata con admiración para su colega.
La empresa conjunta de Musaraña – Sigilo resultó en un objeto precioso. Desde afuera Familia luce misterioso, cálido y pop. Mientras la lectura se disfruta y las preguntas quedan flotando, la edición constituye una gema distinta para nuestras bibliotecas.
– Si bien es claro que no se trata estrictamente de un libro autobiográfico sí tiene mucha crudeza y honestidad para mostrarse sin filtros. Gravidez también tiene mucho de eso. ¿Cuesta mostrar esos aspectos tan personales, aun cuando estén dentro de una narrativa de ficción?
Creo que cualquier narración cuesta parir. En relación a las referencias autobiográficas creo que lo que más me da trabajo es encontrarle el encuadre que no se ahonde en la autoayuda ni tampoco en el abordaje superficial de los temas sobre los cuales deseo hablar. Pienso en como expresar sentimientos, pero a la vez sin representarlos en su verdadera dimensión o persistencia. Es un encuadre, y a partir del encuadre todo es ficción.
-En la pregunta anterior utilicé la palabra honestidad: ¿cuánta importancia le das a esa honestidad al momento de escribir y dibujar? ¿Es fundamental para trabajar? Lo menciono porque siento que tus historietas siempre tuvieron una impronta desacartonada y media rockera, digamos. Logran ser directas para transmitir distintos procesos internos, sin importar demasiado lo que pueda llegar a partir de esa exposición.
El concepto de honestidad tiene varias facetas, me gusta la frontalidad y no caretear la miseria, pero en la articulación de un argumento no me preocupa la veracidad de los hechos, sino transmitir las ideas. Me interesa describir personajes, sensaciones y estadios con algún grado de complejidad, y para eso me gusta profundizar detalles, rebuscarlos en las vivencias directas e indirectas para dar cuerpo a los conflictos. Busco honestidad en los “pequeños nadas”, en expresiones coloquiales, gestos irracionales y contradicciones. Es solo una búsqueda, porque no es posible y ni siquiera deseable llegar a la honestidad brutal, creo que sería un embole de leer.
-Siento que desde tus primeras apariciones lograste un vínculo de intimidad con el público. ¿Hay algo de comunión colectiva cuando une logra transmitir una catarsis personal desde su trabajo?
Lo que se pueda dar de intimidad entre lectores y obra creo que se da individualmente más que en colectivo. El libro es un formato del uno a uno, alguien puede sentir empatía y otre pensar que es una boludez atómica. Aun así, pienso que una tiene que hacer lo que le sale, y si lo hace así supongo que les lectores también lo reconocen.
– ¿Cómo se complementan la arquitectura y la historieta?
En mi caso utilizo mucha narrativa arquitectónica en las historietas, uso detalles constructivos, perspectivas, contextos de obra. Por un lado, la arquitectura me aporta una visión más concreta y espacial a los dibujos, y por otro el dibujo me permite jugar con la arquitectura, despojarla de solemnidad y someterla a una subjetividad que los planos y la construcción real no me permiten. Es muy divertido.
– ¿Alguna vez encontraste restrictivo al formato de viñetas? Tu narrativa avanza en una clave más cinética que de historieta tradicional.
No siento las viñetas como un formato restrictivo, creo que con ellas también se puede hacer cualquier cosa. Me sale más natural sin ellas, que muchas veces se me vuelven superfluas, aunque por veces para representar una secuencia requiera incluso más trabajo hacerla a través de la repetición del personaje que teniendo los cuadritos enmarcando el tiempo. Y me interesa mucho indagar en la representación del tiempo y de lo cinético, rebuscar en esas fronteras de la ilusión de movimiento y de la bidimensional.
-Siempre te salís del formato narrativo tradicional de las viñetas y de otros pasos obvios para sumergir a lxs lectorxs en la experiencia de la historia y sus protagonistas.
¿Llegaste a esas formas después de una búsqueda o está más relacionado a cierta espontaneidad?
Espontáneo del todo creo que nunca es, es una mezcla de referencias, copias, intereses y pesquisas que terminan organizando formas. Mis primeros comics tenían viñetas, y a veces me las atropellaba, o las olvidaba. A través de esos lapsos fui descubriendo que lo que más me divertía era indagar por ahí, ver los dibujos como películas, probar cosas deformes intentando siempre no comprometer su lectura.
-Siendo que viviste por ciudades muy diferentes, ¿alguna vez te pusiste a pensar cuánto incorporaste de cada idiosincrasia? ¿Algo de eso podría traducirse a tus historietas?
Creo que de alguna forma sí, por ejemplo, las narraciones cinéticas a veces lo he asociado con la vivencia mozambiqueña: allá hacen esculturas y pinturas con narraciones enteras, sin necesidad de ningún encuadre, hay algo muy libre en la expresión del arte de Mozambique que por ahí me dejó algo que incorporé en mis secuencias. Pero no es algo que reconozca con objetividad, también en el paleolítico dibujaban así en plan travelling.
-Dibujar es una acción constante en tus días. Te imagino dibujando sobre absolutamente cualquier superficie, a veces como pasatiempo, otras como descarga terapéutica. ¿Qué lugar dirías que ocupa en tu vida la historieta?
La historieta es mi forma más amable de decir algo. Hoy día no dibujo todo el rato por los trozos de papel, me siento en la silla con un objetivo y uso técnicas más lentas. Me gusta esa lentitud, cuando logro ese momento de estar ahí concentrada, es casi meditativo.
-El libro está disponible desde hace dos meses. ¿Cuáles fueron las devoluciones que más te llamaron la atención?
Me llamaron la atención algunas devoluciones de amigues que sintieron identificación con algunas partes, y eso me emociona, significa que algo está comunicando para allá de las vivencias específicas de les personajes. Alguien me dijo incluso que una vez que terminó el libro se acordó de su propia familia, se acordó que no estaba sola; eso me pareció un efecto bonito y curioso.
-¿Cuando te ponés a trabajar pensás en lxs lectorxs?
Sí, claro. Para mí la historieta es una forma de comunicación. Todo el rato pienso si se entiende el pasaje de una acción a otra, si está clara la idea que quiero transmitir, si tal cosa no está demasiado encriptada. Principalmente a nivel de guión. Después en la parte más artística creo que es un proceso más propio y libre, voy por donde tenga ganas yo.
-Una de las líneas que más me atrapó del libro fue “Hace mucho que no me sentía hija”. Allí aparece una especie de desvío/posibilidad que podría dar para mucho más.
¿Te parece que alguna vez dejamos de ser hijxs?
No sé, capaz jamás, capaz incluso cuando ya no están seguimos cargando su legado (o ausencia). Pero como dice la mamá a la protagonista de Familia “vas armando las cositas a tu manera”. Y los roles cambian.
-Por otro lado, encuentro algo generacional allí: ya estamos grandes, transitando los 40, somos profesionales y laburando en lo nuestro, habiendo ya vivido experiencias propias de una vida adulta, sin embargo, todavía somos vulnerables, proclives a las crisis identitarias o pasajeras, necesitando “ser hijxs” al menos por un rato, pensando que todo estará bien.
¿Encontrás rasgos generacionales allí, en esa necesidad de ser hijxs un rato más?
Más que necesidad de ser hijxs en específico, tal vez sea una necesidad de cuidado lo que empezamos a temer no tener en algún momento de la vida. Somos una generación que vive corriendo, laburando, haciendo, formando núcleos familiares más chicos, muchas veces alejados de abuelxs, tíos, primxs y con amigues que están corriendo en la misma rueda. Creo que en las sociedades occidentales urbanas vivimos todes el mismo problema, se quebraron redes de contención, hay una velocidad que no puede frenar nunca y eso es difícil de sostener a todo momento. Pero está bueno ir buscándole alternativas.
Por Lucas Canalda
Fotografía por Victoria Gesualdi
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