Alexandra Kohan habla y las aguas de la marea verde y violeta se dividen. Cuestiona consignas y activa conversaciones. Una voz desde el psicoanálisis propone una pausa, recuperar un silencio en el medio del bullicio de uno de los grandes movimientos de masas de los últimos tiempos. Una mirada sobre cómo los discursos feministas se cuelan en nuestras vidas íntimas y el problema de superponer los planos de la reivindicación de derechos con el espacio erótico.
La feminista que incomoda al feminismo, antifeminista, psicoanalista que cuestiona el feminismo. Son algunas de las definiciones que recibió Alexandra Kohan. Cada vez que da una nota activa conversaciones, pone a vibrar conceptos, revisa consignas indiscutibles, tensa la cuerda de lo políticamente correcto y desafía discursos establecidos y populares del feminismo.
Las aguas de la marea verde y violeta se dividen, ¿Kohan sí o no? ¿Se necesita ser feminista para cuestionar el feminismo? ¿Qué es ser feminista y qué acredita que alguien lo sea? ¿Qué aporta el psicoanálisis a los debates de estos tiempos? ¿Se puede ser psicoanalista con perspectiva de género?
Psicoanálisis: por una erótica contra natura se publicó en marzo de este año como parte de la colección #MiráCómoNosLeemos de la editorial Indie Libros. Es un texto accesible: una analista acerca a la comunidad una mirada desde el psicoanálisis sobre los tiempos que corren pero con guiños que permiten ampliar sus destinos de lectura. Es un libro que puede circular, que puede ser discutido más allá de los espacios psicoanalistas. Un libro que se anima a cuestionar algunas de las consignas más pregnantes de uno de los movimientos más importantes de los últimos años en Argentina: el feminismo. O más bien, los feminismos.
Sus declaraciones despiertan interés e indignación casi en la misma medida. Alexandra habla y suena enojada en varios momentos de la charla. Se exaspera ante la aclaración constante de qué quiso decir y qué no. Es provocadora pero las reacciones no le son indiferentes. Sabe que sus palabras generan efectos y movimientos, por eso no reniega de seguir las conversaciones. Le interesan las preguntas, reflexiones y devoluciones.
“Pensando el psicoanálisis como lo pienso: una potente máquina de lectura, es que pretendo leer ciertos discursos en un contexto en el que un movimiento de masas como ha llegado a ser el feminismo interpela nuestros cuerpos. Me interesa especialmente detenerme en algunos discursos que, pretendiéndose emancipatorios, se vuelven normativos y disciplinadores, produciendo efectos no poco nocivos ahí donde creen que es posible una libertad sin pathos“, plantea en la introducción del libro. ¿Cómo no sentir curiosidad?
II
“A igual trabajo igual remuneración es una consigna que no escucho mucho y para mi es uno de los pilares fundamentales del feminismo: la independencia económica de la mujer“, así empieza la entrevista propiamente dicha con Alexandra Kohan. La charla empezó unos minutos antes, con los comentarios sobre la presentación del libro la noche anterior en Paradoxa, en una sala que quedó chica para la cantidad de personas que asistieron al evento organizado por Encuentro Itinerante Rosario. Todavía está sorprendida por el interés que provocó la actividad.
Entre sus primeras palabras mientras sube el ascensor del hotel donde se hospeda y se acomoda para el desayuno, suenan: esencializaciones, punitivismo, rechazo del inconsciente, qué significa ser feminista. Aparecen como un remolino de ideas entramadas unas tras otras, oración tras oración hasta que dice: “No hago críticas hacia el feminismo, leo discursos que no es lo mismo. Yo qué sé qué es el feminismo a esta altura”. La pregunta queda servida, ¿qué dice, entonces, cuando dice feminismo?
“Los pilares del feminismo para mí son la independencia económica de la mujer, a igual trabajo igual salario, que se legalice el aborto y denunciar el maltrato que reciben las mujeres cuando van a denunciar no solo a las comisarías sino a las oficinas de Justicia. Ahí es donde hay que concentrarse y dejar de interrumpir una asamblea porque alguien no habló en inclusivo“, dispara.
Así llega a cuestionar una de las consignas que más se extendió en el último año “Mi cuerpo es mío”. “Las que dicen “Mi cuerpo es mío” son las que pueden abortar. Y vas a abortar y no pasa nada. Hay un discurso instalado que es que no pasa nada. Aunque alguien quiera abortar no quiere decir que no haya angustia. Primero porque aunque sea una decisión lo más conscientemente posible que una tenga, se quiere anular todo el tiempo la angustia y la contingencia. Por ejemplo, atravesás esa situación y resulta que era peor de lo que pensabas o quizás era mejor. Hay algo contingente de atravesar esa experiencia. El discurso de que es cualquier cosa como ir a sacarse una muela, me parece patético. De ahí a no dramatizar, estoy de acuerdo también. Lo cierto es que podría no ser una experiencia traumática, puede ser una experiencia desagradable pero podría no ser traumática, aunque veces sí. ¿Cómo uno sabe lo que puede ser traumático o no? ¿Desde qué lugar vos decidís que algo puede ser traumático para alguien o no? Es increíble la generalización. Hay gente que va midiendo lo que te puede afectar y lo que no“.
“Hay una cosa individualista, ¿mi cuerpo es mío le pedís al Estado? ¿Le pedís que te financie el Estado, que lo haga ley y le decís mi cuerpo es mío? ¿No advierten esa contradicción? No, no se advierte, pero no importa la contradicción, ponele que hubiera funcionado. El problema en el caso del aborto es que a la consigna “Mi cuerpo es mío” se opuso “Las dos vidas”. Porque de este lado no se habló de la vida. La disputa que había que dar o al menos la que yo doy es que no hay vida humana hasta tal semana de gestación“, argumenta Kohan.
En el Congreso, durante el debate por la legalización del aborto, hubo algunos expositores en las reuniones de comisión que plantearon esto mismo. Kohan sigue: “¿Cómo fue la legalización del aborto en los países que sí se hizo? No fue con “Mi cuerpo es mío”. Esa es una consigna que puede funcionar en un contrapoder de la biopolítica o cierta resistencia frente a un Estado que arrasa con los derechos de alguien en el sentido totalitario, una resistencia más individual, pero no en el caso de la pelea del aborto. Además la narrativa o el sentido que se armó del otro lado fue en relación a la vida. Ahí no hubo diálogo. A “Mi cuerpo es mío” se le respondió “Salvemos las dos vidas”. Y rápidamente se les dijo: “Antiderechos”. ¿Por qué le vas a decir antiderechos al que no piensa como vos? ¿Por qué yo soy el derecho y vos sos un burro o lo que sea? ¿Quién activamente viene a cercenar tu derecho? Si lo único que tenían para decir es “Mi cuerpo es mío” y “Antiderechos”, ya está, no hay interlocución posible. Pero hay que tener una interlocución. No sé de qué manera, porque tampoco es que yo sé lo que hay que hacer, lo único que sé hacer es leer esos sentidos que se disputaron y la palabra vida aparece del otro lado, acá ni se mencionó salvo en algunos oradores del Congreso“.
Considera que hay “todo el tiempo un ninguneo en el sentido radical: ahí no hay nadie, se arrasa la palabra del otro”. Después de una de las primeras entrevistas que dio y se viralizó, docentes de la UBA respondieron a sus dichos, cuestionándolos. Las discusiones entre feministas, agrupadas en colectivos o no, se abrieron de vuelta. Los grupos de Whatsapp ardieron, las juntadas entre amigas se volvieron avispero de discusiones.
Sobre estos cuestionamientos que recibió de colegas, piensa que son formas de censura y silenciamiento “en el punto donde dicen “Vos no podés hablar, yo sí porque tengo autoridad, porque tengo la perspectiva. Je suis la perspectiva de género, yo soy el feminismo, yo soy el derecho“”.
¿Por qué definirse como feminista para pensar el feminismo? ¿Pasa lo mismo con otros cuerpos de ideas, con otras formulaciones de identidad tan fuertes? “¿Quién dice si yo soy feminista o no? ¿Cómo te lo demuestro? ¿Hay un carnet? Puedo dar cuenta de mi vida, no porque mi experiencia interese pero es de lo que puedo dar cuenta, de cómo en la práctica es una vida feminista con todas sus contradicciones“.
En su libro plantea los problemas de afianzarse en una identidad determinada, en este caso en relación al feminismo. “Hay mujeres que no necesitan declararse feministas, que no necesitan aferrarse a esa identidad: simplemente la ejercen. En las antípodas tenemos los casos de quienes declaman una identidad sin interrogarse por determinadas prácticas (por ejemplo, tener en negro a la empleada doméstica, abusar del poder cuando ocupan lugares jerárquicos, discriminar por género, etc.). El regodeo en declaraciones, más allá de revisar las propias prácticas, no tiene consecuencias políticas concretas. En esta misma línea, concebir el machismo como algo que les hacen los hombres a las mujeres también produce afianzamientos en aquello mismo que se pretende modificar”, desarrolla.
“Intentar definirse por el lado del ser no es más que un modo de tranquilizarse frente a la inquietud de lo enigmático y frente a lo que no puede saberse ni calcularse”. La vida como un trascurrir repleto de contingencias. Algo de esto toma el psicoanálisis y es en este sentido que puede hacer su aporte. Kohan está en ese camino.
“Aferrarse así a una certeza identitaria impide formular preguntas, soportar la tan temida paradoja. Imposibilita, por otra parte, leer contradicciones, no para resolverlas, sino para entender qué efectos verdaderos se alojan allí“, considera.
La charla se parece a los distintos climas y tonos que estructura en su libro. “Algunas referentes del feminismo se comportan a modo de comisarios políticos y van contando los genitales en cada espacio sin interrogar de qué espacio se trata. ¿Por qué querríamos que haya más mujeres en el equipo del ministro de Economía que va a negociar con Lagarde el acuerdo del FMI, el vaciamiento de nuestro país que llevará a la pobreza a miles y miles de mujeres? ¿Por qué querríamos más mujeres en la Iglesia, institución que se opone al aborto y que es una usina de abusadores de niños?“, se pregunta en sus páginas.
Cuando sigue, pisa el acelerador: “Hemos estado años intentando no subsumir el género a la anatomía, para que vengan algunas a suponer que los genitales definen nuestra perspectiva de género, que tener vagina nos garantiza algo. Mientras nos definimos y nos afianzamos en el “ser feministas”, admitimos prácticas de censura, y replicamos el “pacto de machos” ahí donde no cuestionamos nada que salga de una “feminista”. Afianzarse en la certeza que nos brinda el “ser” sólo puede conducir a la construcción de un estereotipo. A un Ideal universalizable, a un revestimiento en el que encajar sí o sí“.
III
No hay psicoanálisis sin incomodidad. El psicoanálisis pretende hacer vacilar los sentidos establecidos y, sobre todo, no promete la felicidad. Éstas son algunas de las líneas que traza Kohan.
Advierte los malentendidos que se pueden producir con algunas definiciones del psicoanálisis. En varias entrevistas afirmó que por su formación le cuesta pensar en términos de varón/mujer. Las críticas no tardaron en llegar. El señalamiento es si esto implica desconocer las diferencias sociohistóricas entre hombres y mujeres. Kohan responde: “No es que uno no sabe cosas sino que uno como psicoanalista no opera con esas cosas que sabe. Como analista tengo que suspender lo que sé. Es todo lo contrario, no es que yo no sé: yo sé mucho. No es ese el saber que se juega en un análisis, no es el conocimiento. Es el saber inconsciente, no es lo que yo aprendí, no es el conocimiento. Los analistas no somos indiferentes a lo que pasa en la época. Lo que tiene que producirse ahí es el saber del analizante“, resume.
“Es una burrada pensar que el psicoanálisis es una práctica individual“. Kohan, a veces, es lapidaria. Después desarrolla: “Es una práctica social: la noción de individuo es una noción que sale de lo social, no es sin lo social. Un sujeto que se analiza y que justamente produce ciertos movimientos tiene después impacto en la comunidad porque no se va a vivir solo a la montaña”. En su libro lo dice así: “Los críticos del psicoanálisis confunden singularidad con individualidad y por eso lo “acusan” de ser una práctica individualista, de lo que se trata en un análisis es de posibilitar esa singularidad”.
Piensa en la pregunta qué puede aportar el psicoanálisis en este momento, entonces aclara que así como no hay un feminismo tampoco hay un psicoanálisis. Subraya que hay posiciones dentro del psicoanálisis con las que no acuerda, no solo en relación al feminismo sino al psicoanálisis mismo. Y con respecto al feminismo señala que “hay mucho ninguneo por parte de muchos analistas“. Retoma: “Lo que puede aportar el psicoanálisis es esto que estamos haciendo: intentar producir una discusión crítica en términos del cuerpo, el amor, el deseo, que son como eros. Es algo de lo que se ocupó siempre el psicoanálisis. También, cómo en esas lecturas críticas se pueden empezar a hacer vacilar ciertas certezas que es lo que produce un análisis”.
IV
Kohan toma inquietudes e imperativos de esta época. Se detiene en la cristalización de ciertos discursos que llaman a tener certezas: tenés que saber lo que querés, adónde querés ir, qué va a ser de tu vida. En este sentido, alerta que los famosos discursos de autoayuda se infiltran en diversos ambientes incluso en los menos esperados, aquellos que se presentan como críticos y reveladores. “Querer es poder” es un ejemplo, donde la voluntad aparece como único condicionante para la realización de nuestros deseos. Como si fuéramos dueños de nosotros mismos, transparentes y accesibles para nosotros mismos.
“Lo único que producen esos imperativos es una inhibición enorme. No se toleran las vacilaciones, las ambigüedades, los caprichos, la sorpresa, la contingencia, el no saber casi nada de lo que uno desea. Se pretende madurez, adultez, sujetos burocratizados. Se empuja al otro al agobio de una vida proyectada y llena de “objetivos”. La garantía: las frustraciones y los resentimientos por las puras imposibilidades“.
Desde estos discursos parece que hay respuestas para todo y no hay ni lugar ni tiempo para las preguntas, plantea. Niegan la posibilidad de interrogar y pensar. Así y todo, incluso al seguir esas reglas y estar encaminados hacia la felicidad y el éxito, hay algo que no anda: “Algo nos incomoda, algo nos molesta: la piedra quitada del camino está ahora en el zapato. De esa piedra en el zapato se ocupó y se ocupa el psicoanálisis, de esa molestia que insiste y que no puede hacerse a un lado por más que alguien lo quiera con toda su energía y concentración”.
Este es, señala, el descubrimiento de Freud: hay algo entre el sujeto y el mundo que no anda, “es el malestar en la cultura”. “Sin embargo, ese no es nuestro destino. Nunca va a andar, pero hay modos y modos de lidiar con eso que no anda. Son estos discursos sobre la felicidad o la utopía del amor. Si vos suponés que existe un amor totalmente despojado del odio y la hostilidad es una utopía a la que nunca vamos a llegar, porque no hay amor sin odio, no hay amor sin hostilidad. ¿Eso es reivindicar la violencia de género? No. Estamos tratando de pensar las relaciones que no conllevan violencia, que hay un montón. Si se menciona todo como violencia, quedan invisibilizados los verdaderos casos de violencia. Si es violencia que alguien te toque la rodilla en un intento de seducción o te clave el visto, ¿qué le queda a la que de verdad está metida en una situación de violencia y no puede salir? Por ejemplo la que tiene un marido que llega todos los días y la faja. ¿Por qué todo tiene que ir a parar a la discursividad del feminismo? Hay un montón de relaciones violentas, pero hay un montón de relaciones que no son así. La impaciencia es así ante lo que no tiene respuesta: al enigma de la sexualidad, al enigma del deseo del otro, al enigma de por qué si yo quiero A hago B, porque no funciona la voluntad”.
Kohan provoca, sostiene que en ciertos discursos feministas se recae en un “moralismo autoritario y disciplinador”. Los señala porque considera que son los discursos que se han vuelto más populares. “Somos la generación a la que el amor tiene que dejar de dolerle”, “si duele, no es amor”, “el amor hace bien; si no, es otra cosa”: son discursos religiosos, dice Kohan.
“El psicoanálisis no trata de curar nada, viene a mostrar el modo en que el amor produce un agujero en el saber”, plantea en el libro y sigue: “Suponer que se puede saber qué es el amor, cómo debe ser, es hacer del amor un Ideal. Y el problema no es cómo cada quien vive el amor, sino el modo en que los Ideales van produciendo mandatos superyoicos. La cruzada contra el amor romántico –que tampoco sabemos bien qué es– encuentra su reverso en un nuevo Ideal, el que dicta: si duele, no es amor”.
Y así llega a cuestionar otra consigna de los últimos tiempos que llama a reivindicar “el amor propio”. Cita a María Moreno que también emparenta estos llamados al discurso de autoayuda “que sólo consiste en convertir el cuidado narcisista en tabú de contacto con el otro «tóxico»”, además “no se lee en la reivindicación de lo “propio” la valoración implícita de la “propiedad” entendida estrictamente como propiedad privada: un ámbito donde el otro no puede meterse”.
Avanza más lejos y dice que el amor propio se trata de la expresión más cabal del sujeto neoliberal empresario de sí mismo.
Cuanto más “amor propio”, menos lugar hay para otro, define. “Soportar el amor no deja de ser soportar ser tomado por otro del que uno cree que es. Nadie nos ama por lo que nosotros creemos que somos. Los rasgos por los que nos hacemos deseables para otro son insondables, del mismo modo en que son insondables los lugares en donde el deseo se engancha, qué del otro nos prende, ese “no sé qué” del otro. Y lo que se suscita, se suscita en un encuentro que no se puede prever, es una contingencia que nunca se da en el “momento adecuado”, es una ocurrencia en las antípodas del Ideal”.
En esta línea, también considera que se confunden, se identifican los planos de la reivindicación de derechos con el espacio erótico. “Lo que está pasando es que todas las prácticas de la vida cotidiana se hacen pasar por un único lente, que es el feminismo, y ahí se empieza a ensimismar todo”. “Los cuerpos en la cama no son los cuerpos en el espacio público. Si en un lugar no hay igualdad, no hay paridad, es en la cama. Los modos en que estos dos espacios se superponen una y otra vez hacen que se crea ilusoriamente en una pedagogía igualitaria”.
Por eso insiste en que por un lado está el plano de la reivindicación pública, los pedidos al poder o al Estado “y otra cosa es pretender que se legisle las prácticas sexuales de nuestros pares, o sea que uno se pueda meter en la cama de otro“. En este sentido piensa que se dio vuelta la consigna “Lo personal es político”: “Una cosa es visibilizar las violencias privadas o domésticas y pasarlas justamente al ámbito público para que queden visibilizadas. Eso estuvo muy bien pero el problema ahora es al revés, cuando todo lo político quiere subsumirse a lo personal. Entonces todo es personal, es como el reverso. Ahora yo escucho todo el tiempo: este tipo te está manipulando, ese tipo es violento, con ese no, si te hace eso no. Se intentan interpretar los mensajes tipo en comité de amigas, como si fuera una asamblea y votan si salir con ese tipo o no. Los discursos se terminan colando en tu vida personal y terminás poniendo en cuestión cosas que no hay que poner en cuestión. Otras sí, pero no todo. Toda la vida se transformó en escrutar si estar o no”.
Qué significa ser un hombre o una mujer son preguntas que cada época y cada persona intenta responder, plantea Kohan y subraya: la sexualidad no se define por el género. “Desconocer que esas preguntas se responden desde una cantidad de relatos, de imperativos, de caracterizaciones, de estereotipos, impide lo que estamos pretendiendo: desnaturalizar y producir consecuencias políticas. Cuando se activan discursos disciplinadores, no hay forma de escapar ni a los esencialismos ni a la sacralización de la mujer”.
En el bullicio de las ciudades, en las calles repletas de signos y consignas cada cual grita su verdad. Los sentidos se multiplican, cada uno replica como puede. Para Alexandra Kohan el psicoanálisis “ofrece un espacio en el que alguien puede acallar un poco el ruido ensordecedor de los sentidos que se vociferan, para empezar a pensar algo que, muchas veces, contradice lo que creemos que somos, para extrañarnos, para desconocernos un poco a nosotros mismos”. Recuperar un silencio que dé lugar a una palabra, escribe. En eso anda, en eso andamos.
Candela Ramírez – Texto
Flor Carrera – Fotografía