Daddy Rocks está de regreso con Casa Rosa, una magia oscura con canciones ideales para erradicar viejos fantasmas y hacerle lugar a una nueva vecindad de terrores.
Frente a un 2020 que depara cambios, la banda renace mientras sigue generando música y ordenando sus ideas de pasado y futuro desde una cotidianidad impulsada por amistad y afectos.
Daddy Rocks irrumpió en el circuito independiente rosarino desde una impronta de guitarras, bombos en negra programados y un léxico post fotolog que capturaba la apatía de una generación en conflicto con el mundo que los había creado entre padres desfasados, un sistema quebrado y un desborde de información que glitcheaba las mentes entre el deber ser y lo que se podía hacer con lo que carajo estoy sintiendo ahora mismo.
El “me da igual” de sus inicios fue una píldora de abulia que pegó en el espíritu de una juventud rosarina mutanteada que estaba en efervescencia y tenía cierta idea sobre cómo construir su versión del universo. Desde entonces, la banda acompaña al circuito con una quintaesencia conformada de afecto, DIY y canciones sencillas que exudan esa épica lumpen de sobrevivientes de corazones rotos, amigxs que conspiran sobre las mil y una mil formas de cambiar el mundo.
Lejos de los juegos de caretismo, de las poses fatuas y el figuraction (el segundo deporte favorito luego del fútbol) Daddy Rocks armó su camino. El mismo que hoy transitan con aciertos y errores, sin perder perspectiva de lo que consideran esencial: libertad de acción, amistad y música.
Sin hype, ni autobombo; alejadxs de las máquinas de humo, el grupo evolucionó a su manera siendo referente de unas cuantas bandas que en la última década vienen activando proyectos, discos, recitales y más.
Laburando su ritmo, a un costado de las vías habituales, Daddy Rocks cultivó una identidad casi única en la ciudad de Rosario, logrando la potestad de atravesar todas las movidas, tribus y hasta estratos socioeconómicos. Cada reci del grupo congrega a una fauna improbable que por una hora consigue hermanarse bajo los temas que cerraron las cicatrices de una porción considerable de sus vidas.
Escribir sobre Daddy Rocks es, además, una gran oportunidad para revisitar aspectos y comportamientos del circuito rosarino. Son sobrevivientes activos de una movida que vio surgir espacios empáticos para luego despedirlos en una ciudad cambiante, donde las torres de especulación se fagocitan las cuevas y seguir adelante significa convertirse en un malabarista dentro de los regímenes burocráticos municipales.
Mientras nuevos espacios fueron abriendo, su público fue mutando, pero, a diferencia de otros grupos de su camada que ya no existen, el interés por Daddy Rocks no mermó, extendiendo su vínculo a medida que se renovaban en lo sonoro y crecían. Con un fandom a prueba de modas, las nuevas generaciones llegaron para encontrar identificación en el trío y sumarse al ruedo.
De la ciudad efervescente de los 2000 a la Rosario impulsada por presupuestos de caja y discursos unificados desde la propaganda, Daddy Rocks vivió de cerca cada etapa y tiene mucho para decir, mientras se revelan varios aspectos de su intimidad. A pesar de poseer un espíritu accesible, Daddy Rocks siempre ha mantenido un perfil discreto. Quizás desconfiadxs (o desganadxs) ante años de prensa preguntas rutinarias tan inconsecuentes como obvias. Por primera vez en un tiempo prudencial, la banda revela parte de su mundo interior a propósito de sus decisiones profesionales y posturas éticas.
La publicación de Casa Rosa, en los primeros días de septiembre, es la oportunidad de observar con detalle el trayecto de una de las bandas más apreciadas de la ciudad.
Más allá de la lógica de mercado que dictamina el éxito de acuerdo a las ventas de discos, entradas o merch, Daddy Rocks es una onda que todo lo atraviesa gracias al trabajo afectivo, canciones de tres minuto irresistibles y una magia que no se compra ni se negocia en el subibaja de las modas.
I
Daddy Rocks cerró su 2019 en la multitudinaria despedida de año organizada por Combo. La noche del viernes 20 de diciembre el estudio de diseño y arquitectura cortó calle Salta entre Mitre y Entre Ríos montando un amplio escenario y una extensa feria con diseñadores y marcas locales. En la grilla musical se contaban Aguaviva, Daddy Rocks, Homero y sus alegres, Lauphan y Violeta Stelar.
Sobreviviendo a una intensa tormenta, la despedida comenzó con algo de retraso, pero el escenario arrancó desde temprano, con los artistas compartiendo su música con el público que fue ocupando la calle.
Finalizado el set de Aguaviva, Taty & Lucero, las maestras de ceremonia de la velada, toman el escenario y anuncian que la próxima banda es Daddy Rocks. “Los papitos del rock”, comentan, en un segundo anuncio.
Tras montar la batería, conectar los instrumentos y resolver unos problemas menores con el bajo, casi todo está listo. Jota en guitarra y voz, Topo en la batería y Kimi con su bajo frente al mic. Hay una sorpresa para los fans: hay una cuarta presencia sobre el escenario y se trata de Gala (Cáceres Albarracín), a cargo de los teclados. Para los neófitos, la formación del cuarteto de Daddy Rocks no es novedad; para el resto, genera una curiosidad casi incisiva.
Taty & Lucero anuncian el arranque del show. Con la primera arremetida del Topo tras los parches, inmediatamente se rompe esa estática de varios pies que separaba al público del escenario, una distancia de hiel que se mantuvo con Lauphan y Aguaviva.
Tocando mientras prueban sonido, lxs Daddy Rocks intercambian miradas cómplices. Mientras que la gente está prendida fuego, con cancha y electricidad, la banda sale adelante.
Algunxs saltan, otros bailan. Desde el tablado hasta unos veinte metros bien entrados en la cuadra, todo es movimiento con brazos arriba y gente agitando. Son varixs lxs feriantes que dejaron su puesto y se acercaron adelante a disfrutar del show de lxs Daddy. En una ciudad que presume de grande pero conserva la infernal virtud de pueblo donde todxs se conocen con todxs, frente al escenario es un hermoso mejunje de personajes de todo tipo: ilustradorxs, bailarinxs, diseñadorxs, programadorxs, músicxs, fotógrafxs, tatuadorxs, comunicadorxs, estilistxs, editorxs, figuronxs políticos y cocinerxs. Un pequeño grupo de niñxs, custodiados por sus padres, tiran algunos pasos de breakdance de kindergarten y prestan una gracia que contrasta con algunxs cuarentonxs que hacen pogo, también, entregadxs a la música. Desde Combo hasta la esquina, donde está ubicada Fundación Libertad -el consulado de Mordor local- se marca un contraste irresistible, una sonrisa difícil de disimular, cuando anarkos, peronchos, kukas, gorilas, troskos y apáticxs bailan bajo un mismo latido.
En versiones desprolijas y con elementos diferentes sonaron canciones como “Si todo está bien”, “Chicx del clima”, “Yendo a tu casa”, “Nuestras mentes” y “Escuchaste Cansei”. Ante la demanda de una más, “Retro” fue elegida por el clamido popular por sobre “Casa rosa”. Con ese clásico desde Berreta (2011), la banda cierra su show en clave pista rocker.
Fueron 20 minutos de intensidad, desprolijidad y encanto. Con una formación renovadora, al menos por una noche, Daddy Rocks clausuró su 2019, un año que los vio regresar en forma de disco y canciones melancólicas; el último tirón de la fiebre amarilla que agotó fortalezas y arrasó con muchísimo, pero no con todo. Daddy Rocks, sobrevivientes, pechearon el bajón con lo mejor hacen: canciones. Por eso, están volviendo y meditando sobre qué los hace mejores.
Tres días antes del toque callejero en Combo, Kimi Neptune, Jota Hachedece y El (famoso) Topo están sentados en un living céntrico a pocas cuadras de Sala Varese, donde acaban de liquidar el último ensayo. Refugiadxs del intenso calor de una tarde de verano ya declarado, piden un cuchillo para cortar un budín. Coca Cola, hielo, budín y las persianas bajas para contener un mínimo de fresco: todo listo para conversar. Antes de arrancar oficialmente, Neptune se levanta del sillón y baja aún más la persiana. “Eran re darks”, dice. Esa primera salida determina la dinámica que tendrá la conversación que está por venir. Hablamos en serio, pero nunca demasiado lejos de reírnos de todo. Apenas haya un tinte de seriedad, vendrá una espontaneidad que descomprima. Sin aviso ni pompa, solo sucede.
Entre lxs tres integrantes del grupo no hay roles definidos, simplemente la personalidad de cada unx. El Topo es un tipo de pocas palabras frente al grabador. Atento. Conciso cuando habla. Directo. Kimi se toma microsegundos de silencio que anticipan un chiste o una verdad. A continuación de esos silencio llega una palabra o desarrollo claro para definir todo con sencillez. Jota, a priori es el más verborrágico, sin embargo es pausado, eligiendo sus palabras. Mientras habla, sus brazos no se quedan quietos, se toca los codos y busca los hombros. Cuando se suelta demasiado se retrae largando un chiste pero luego retoma.
Es un encuentro que va y viene. No hay un línea recta. No hay timeline, ni protocolo. El presente se enreda con el pasado y el principio deviene en lo que está por venir. Hay problemas del circuito en que permanecen, distancias que no se salvan, cariños que todavía laten y, por sobre todas las cosas, un vínculo superador. Además hay canciones, risas, bajones y disfrute del momento. El futuro es eso que está por venir, pero lxs Daddy prefieren el hoy más inmediato. Sin cálculos, ni plan de acción; desconfiados de las agendas y los manejes rebuscados, el hoy parece ser parte de la fórmula de ser y disfrutar con tranquilidad.
“Hacer música o una banda tiene que ver con compartirlo. No de esperar algo concreto. Es parte de la identidad de uno”, puntualiza Neptune acerca de la presencia permanente de Daddy Rocks tanto para ellxs mismos, como para una escena que lxs aprecia y los siente como referentes.
“Con Kimi somos como hermanos. Nos conocemos desde hace 17 años. Es algo extramusical. Eso hace que dure la banda. Más allá que no toquemos, nos vemos, compartimos”, aporta Jota. “Si podés tocar con alguien y encima te llevás bien, sos re amigo, mejor. Probablemente la cosa dure más así”. Finalmente, enfatiza: “Daddy Rocks es parte de la vida. Nunca pienso que se va a terminar la banda”.
En casi trece años de actividad, Daddy Rocks adquirió una identidad fuerte desde la que irradiaron un magnetismo capaz de atravesar a toda una ciudad que se fue dividiendo de tribus a escenas hasta alcanzar el actual estadio de microescenas.
Con presencia, soltura y onda, Daddy Rocks pudo compartir escenarios con Alto Guiso, Electrochongo, Las Piñas, Gladyson Panther, Hermanos Karamazov, Pyramides, Plastilina Mosh y Daniel Melero, entre otros en un repaso más que generalizado.
Fueron fechas de contraste, algunas nunca imaginadas, divertidas, salvajes, tiernas. Alguna supo incluir sorpresas e invitados. Otras, borracheras y sustancias. También vómitos off stage.
En casi trece años de tocar, los nombres de cartel, las ciudades o los locales por donde pasaron (la mayoría no existe en la actualidad) Daddy Rocks estuvo allí, cimentando un camino de diversidad que nunca se limitó a las etiquetas o proponer de acuerdo a una onda en común. Fuera de los snobismos estéticos de curadores/productores que gestionan con el rédito en mente, Daddy Rocks potenció las ganas de sumar. Por eso hoy se mantienen saludables y concurrir a uno de sus recis es al mismo tiempo tanto mantener viejos vínculos, como estrechar nuevos.
Una constante importante se mantuvo a través de los años: lo ético. Armar fechas y compartir momentos con artistas que estén en la misma, laburando bajo las mismas condiciones. Hubo algunos malos momentos, claro, pero ahora solamente son meros recuerdos. En esa decisión de armar desde lo ético fueron encontrando nuevos compinches y compañerxs de ruta. Además, ese camino fue clave para seguir conectando con las nuevas generaciones. Para cualquier músicx que creció escuchando al trío, acercarse y gestionar una fecha juntxs, con un trato igualitario para todas las partes, bajo un esfuerzo en común, es un abrazo de coherencia y el trazado de un vínculo que une.
Como se remarcó anteriormente, el fandom de Daddy Rocks consiste de una fauna exótica que actualmente extiende su rango etario de adolescentes de 16 años hasta +40. Cada fecha de la banda combina a seguidores vieja escuela que están desde el principio, otrxs que se sumaron a partir de AH RE QUE (2015) y Toropikaru (2016), y jovencitxs que se acercaron en los últimos años. Sin importar las distancias generacionales, todas las partes conectan, entendiéndose desde las diferentes etapas del cancionero daddyrocker.
“Está bueno reinventarse. Creo que hay gente que entró por distintos caminos a la banda”, aprecia la bajista y cantante.
En esa renovación se manifiestan dos puntos: primero, un reconocimiento al laburo DIY constante; segundo, admiración y respeto de un camino trazado con ética y calidez. Hoy lxs Daddy son referentes tanto por su magia musical, como por su buena onda al tratar con sus colegas.
“Está bueno que se valore lo que hace uno. Si bien uno hace música para uno mismo, el reconocimiento no está de más. Con mucha gente a la que le gustaba la banda terminamos siendo amigos”, sostiene Hachedece.
“Para mí es un logro no buscado. Está bueno que te pase eso”, opina Kimi. De acuerdo a la bajista, la banda no se limita a ninguna movida. Nunca estuvieron interesados en encasillarse. Simplemente supieron disfrutar libres de cálculos u objetivos ulteriores. “No estaríamos muy contentos en ser la banda de tal lugar o tal palo. Creo que seguir buscando cosas nuevas ayuda. No nos quedamos haciendo los tres temas lindos del pasado. Fuimos cambiando. Te guste o no lo nuevo, seguimos buscando cosas. Jugamos mucho. No tenemos objetivos como tocar en Lollapalooza. Decididamente no estamos en esa. Eso te relaja mucho el camino. Disfrutamos lo que pasa y ya”.
Como lo dicta la química interna del grupo, luego de una reflexión seria viene el punch line. “Mi chiste generalmente es que nunca nos fue tan bien como para que nos odien“, dispara Jota, desacralizando, pero también apuntando a una característica de la banda: ser queridos y estar siempre activos pero nunca jetonearla.
El Topo, por su lado, remata: “No sé si nos quieren todos. Hay gente que nos quiere después. Al principio no te quiere”. Silencioso, prefiere no especificar a quién se refiere, sonriendo misterioso bajo su gorra.
La banda cree que está en un proceso de reinvención. Así como Época de brujas (2014) significó un cambió de piel y abrazar un estado emocional, las instancias finales de 2019 los encuentra recalculando un nuevo panorama. Hay invitaciones a armar fechas; ideas para viajar a nuevas ciudades; toques con mayor regularidad; discos que se siguen escuchando, no importa en qué plataforma o quién los suba, si la misma banda o fans con deseo de compartir.
Hay una idea de cambio en Daddy Rocks. Probar una nueva formación, quizás simplificando las cosas sobre el escenario. “Queremos dejar de tocar con pistas. O al menos es una idea. Así como en su momento El Topo entró y cambió el sonido, queremos sumar a Gala en sintes“, explica el cantante y guitarrista. Se espera que la banda gane mucho en vivo. Dejar de depender de las pistas, que Jota pueda concentrarse en lo suyo, ganar más musicalidad.
Topo: Primero dejó las batas, después las pistas. Está renegando mucho.
Kimi: El nuevo formato implica ser más músicxs. No estar atado a un principio y final determinado de la pista. Podemos jugar más.
Jota: En un tiempo meto un negro más joven que cante.
De cara al 2020, viviendo el día a día con calma, Daddy Rocks imagina nuevas canciones y discos por venir. El paso del tiempo obliga, por momentos, a una perspectiva del camino recorrido. En esa perspectiva, otra vez, pasado y futuro se miden activando el hoy.
“Creo que estamos resurgiendo como banda. Estuvimos en una meseta. Quizás sea la época que corre”, revela Jota, apuntando, además la época amarga que significó la revolución de la alegría.
“Es difícil el paso del tiempo. Fijate que de nuestra camada solamente queda Matilda. Es la única banda que toca desde hace tanto tiempo. Es jodido mantener la banda y mantenerse siempre activos”, masculla, mirando hacia atrás.
A su izquierda, recostada sobre el sillón, Neptune remarca que los tres marchan a un timing diferente del resto: “Estamos a otro ritmo. No arrancamos recién. Hubo períodos de actividad y otros de tranquilidad. Es medio cíclico. El año pasado y éste tocamos más en el mes de diciembre que en todo el año”.
Habiendo mantenido una dirección ética desde 2008, el concepto de profesionalización nunca sembró dudas a la banda. Para el trío, ceder en las libertades que generan posibilidades inesperadas nunca fue parte del viaje.
Imaginar otro camino, uno donde se entregan al baile de la rosca, de sonreír desde muecas autómatas para ganar influencias o trabar amistades por conveniencia, nunca fue una opción. Esa indiferencia llega con la seguridad de que no hay mucho que esperar de ese “otro lado” que promete éxito y un level superior.
En el léxico de Daddy Rocks no existe la idea de carrera. No sería arriesgado que ninguno de los tres integrantes siquiera piensa en el concepto de carrera en lo personal. El detorretor del trío está a un millón de años luz de lo aspiracional en cuando a lo económico, al estatus o al prestigio. Lo que pueda llegar a haber del otro lado jamás le quitaría el sueño. En reiteradas ocasiones lo dejan en claro. Saben, de manera férrea, que el significado del viaje es otro.
“No tenemos esa mentalidad en la vida en general. No hay ánimo de lucro acá, vamos por otro lado. En la vida somos así”, precisa Neptune, que retoma el hilo luego de un segundo: “estamos donde tenemos que estar. No valoro una posición por lo comercial. Estamos en una posición donde mantenemos vínculos, seguimos tocando y haciendo temas. A esta altura nos parece un logro. A veces sí digo que podríamos sonar mejor. Hay recitales y recitales, salen mejores o peores, podría ser mejor, pero lo digo desde lo estrictamente personal, no de acuerdo a los estándares ajenos. Creo que estamos en un gran nivel. Ese es el logro”.
Jota: Para estar en otro nivel hay que jugar un juego: pagar notas, hacer lobby con periodistas que sé quiénes son, buscar la estética que está de moda, vender humo. Nosotros hace mil que hacemos música, si queremos podríamos hacerlo. No nos sentimos cómodos haciendo eso.
Kimi: También para estar en otro nivel hay que ser un trabajador disciplinado, casi sumiso. El finde pasado fuimos a tocar a Neuquén. Llegamos allá por una invitación. ¡No sabés la cantidad de preguntas que mis compañeros hicieron! Somos gente un poco grande en las actitudes. Tenemos mañas. Por momentos hay que ceder en un montón de cosas que no estamos ni dispuestos a negociar. Tenemos la libertad de hacer las cosas como queremos. Tener una banda significa hacer las cosas uno mismo, no llegar y tener todo listo para tocar. Tener una banda es disfrutar todo el proceso con tus compañerxs.
Jota: Estamos cómodos con lo que tenemos. Hay mucha gente que tiene super bandas que no tiene las comodidades que disfrutamos nosotros. Hemos tocado con muchísimas bandas conocidas a través de los años. Desde Plastilina Mosh a Indios. Desde adentro vemos que no son tan felices como parece desde afuera. La felicidad no pasa por el level.
II
La primera vez que los Daddy Rocks tocaron en vivo fue el sábado 21 de abril de 2008 en Zona 79, el desaparecido espacio de Sarmiento 1039 que por años alojó fiestas y recitales. En el marco de la mítica Fiesta New Wave, el por entonces dúo debutó en lo que fue la primera visita de Fantasmagoria a Rosario.
Esa noche Kimi & Jota tocaron para ante un local abarrotado que con ansias esperaba a la banda liderada por Gori.
Pasada la medianoche, cuando Daddy Rocks tomó el escenario, sonaron canciones de una electricidad atrapante. Aún con nervios y algún paso dubitativo, la presentación en sociedad de la dupla fue auspiciosa, con sectores del público energizados ante temas hasta entonces desconocidos.
Sonaron canciones como “La la”, “Me da igual” y otras que acabarían en su primer disco Daddy rocks is killing the music industry (2009, número 2 del catálogo de Soy Mutante, siendo Swallow the rocket here’s Los Daylight el número 1).
Esa noche estaba presente una verde camada de músicxs, periodistas, diseñadorxs y más. Hacedorxs de las formas que estaban por venir. Una juventud que por entonces hacía sus primeros pasos en sus respectivos ámbitos. Ahí, frente a docenas de personas que hoy atesoran ese momento, Daddy Rocks hizo su debut. Desde entonces, forman parte del soundtrack vitalicio de todxs lxs presentes.
Era una época efervescente en Rosario. Se respiraba el espíritu DIY y la posibilidad de múltiples acciones gracias a una tecnología que semana tras semana permitía más. Daddy Rocks llegó en el momento justo en el lugar indicado. La aparición del dúo electropop caló fuerte desde el vamos en un centenar de personas que estaban activas o estaba por activarse.
El germen de Planeta X (por entonces en la esquina de 3 de febrero y Laprida) había dado un empujón ético y estético a nuevos generadores de cultura que pensaban a la ciudad y sus arterias de expresión como algo distinto y único en comparación a un socialismo que empezaba a apretar y, lentamente, construía un mensaje unificado a base de propaganda y caja.
Con frescura, Daddy Rocks logró lo que pocos pudieron en Rosario: atravesar cada ámbito posible. Sin importar el género ni el estilo, se entregaron a lo suyo. En el transcurso de eso, tocaron cada rincón de una ciudad con predilección por el sectarismo.
Al igual que Ramones, Daddy Rocks se convirtió en una fuerza que todo lo atravesó con canciones pegadizas disparadas a pura velocidad. Temas de tres minutos que perfeccionó un bubble gum pegadizo e imbatible. Con seis lanzamientos y una compilación, la aproximación a la música arroja varias posibilidades: electropop, nueva ola madrileña, nuevo rock argentino o rock sónico, indie, electropop tropical, punk. Pero toda definición, al igual que el indie, apesta.
En ese mestizaje estético intensificado con el transcurso de los años, Daddy Rocks encantó a una casta de degeneradxs que adoptaron sus canciones como la banda sonora que acompaña los capítulos de su vida hasta el presente. Los hay de frenesí, diversión y exceso. También de bajón, angustia y pesadillas.
El catálogo del trío se compone por poco de cuarenta temas. Se trata de canciones pequeñas, de esas que se atesoran bien cerca del corazón, casi de manera íntima, pero que se vuelven épicas cuando se sabe que son himnos personales de tantas otras personas que deambulan por este mundo. Cada tema es un llamado, una Daddyseñal que te dice que no estás solx y hay otrxs de tu misma especie allí afuera.
Fundados sobre una predilección por lo simple. Canciones de tres minutos, sin solos de guitarras masturbatorios ni arreglos complicados; tampoco metáforas rebuscadas. Curiosidad e instinto los hizo pasearse por distintas sonoridades cortesía de diferentes herramientas. Al principio las guitarras impulsaron, pero luego la adrenalina pistera tuvo combustión desde los sintetizadores ochenteros. Más tarde, el sonido orgánico llegó con una batería humana, justo coincidiendo con canciones más sentidas. Cuando un sonido tropical picó el interés de la banda, se adentraron para explorar, sin miedos, saliéndose de la comodidad de lo seguro. Aparecieron los arreglos y cada nueva criatura se imaginó desde otro lugar. La soltura de los cuerpos fue una liberación. Además, dejó en claro algo que ya sabíamos desde algunos años antes: Daddy Rocks, con su estilo armónico no carente de imperfecciones y rispideces, puede pensarse como un gran grupo vocal. Si Berreta, “Autopista” y la versión de “Soy de cualquier lugar” que grabaron para Mañana el homenaje a Los Gatos, habían sembrado precedente, Toropikaru le dio una vuelta a la percepción que la gente tenía sobre lxs Daddy.
En sus inicios, Daddy Rocks tomó el ejemplo liberador de Matilda haciendo música sobre sobre pistas, obviando baterías y otros instrumentos. Al principio fueron dos, siendo más que suficiente para desatar la magia.
A medida que fueron tocando, su hechizo se fue esparciendo por gran parte de lo que estaba por venir en Rosario. Mientras esos frutos iban creciendo, la oportunidad de la ruta se presentó impostergable: La Plata, Capital Federal, Córdoba, Paraná, Formosa, Resistencia y Santa Fe.
El GPS fue llamando según pintaban fechas. Así, fueron apareciendo situaciones inimaginadas. De perfil algo reservado, los integrantes del grupo generalmente no echan mucha luz sobre sus experiencias fuera de Rosario. Sin embargo, las historias brotan alrededor del trío. Según el relato de rosarinxs que lo han vivido en tiempo y espacio, Formosa es una ciudad que delira con Daddy Rocks. Cortesía de un DJ formoseño que los vio en vivo en el desaparecido Café de la Flor y empezó a pinchar sus canciones por sus pagos, la leyenda cuenta que suena lxs Daddy y todo explota. “Matilda y Daddy Rocks en Formosa es como Vilma Palma, nadie sabe la razón”, aporta Jota sonriendo, incrédulo. Más allá de su modestia. Son varias las voces que relatan haber vivido eso al estar de paso por la nocturnidad de la ciudad del nordeste argentino.
Historias de ruta y de otras ciudades hay. Asimismo, se puede narrar el vínculo estrecho que el grupo supo forjar con artistas de otras latitudes. También las malas experiencias, pero esa es otra historia. Una que el trío prefiere dejar de lado, evitando el tufo del conventillo.
En esos incipientes inicios del grupo, en medio de tanta efervescencia positiva, algo se destaca en la memoria. La presencia femenina en las bandas del circuito indie era super reducida, siendo muy pocas las que estaban al frente de algún proyecto. En ese paraná de testosterona que por entonces era Rosario, Daddy Rocks tenía a Kimi Neptune cantando, rockeando y, si le pintaba, poniendo a bailar a toda la concurrencia.
Sobre esos tiempos la ahora experimentada frontwoman, rememora: “Lo loco es que en ese momento, quizás no nos dábamos cuenta. Yo no sé si tenía esa perspectiva. No sabía que esas cosas estaban pasando. Tampoco leíamos los machismos tan fácilmente. Mis peores experiencias han sido en los locales de música. “No sabés quién es tal”. Ninguneo de ese tipo. En el ámbito musical, por suerte, fue bastante equitativo el tema”.
El panorama actual, que por momentos parece solamente progresar impulsado por reglamentaciones y no por una legítima convicción de cambio, determina un punto a observar para el dúo fundador de la banda. Trazando paralelismos entre el pasado y un presente más alentador pero que todavía tiene mucho por mejorar, Neptune aclara sin tapujos: “Me parece que hoy en día hay actitudes que no deberían pasar más: Mansplaining; hacer un evento piola, no poner a las pibas a tocar primero; basta de mandar el mensaje que los chabones la tienen más larga que las mujeres. Un embole. Te das cuenta que es medio trucho. Deseamos un futuro donde no importan los géneros y cada uno comparta con cualquiera. Estaría bueno que ese día llegue hoy. Que no tengamos que detenernos a darnos cuenta que nos incluyeron solo por tener pelo más largo. Tampoco es una linda sensación que te inviten solo por ser mujer. No sabés si te invitan de pitín o por cumplir el cupo. A veces te das cuenta de la intención del otro, si es real o si lo está haciendo un careta”.
“Es grave hoy que el tema del cupo genera que todas las pibas toquen primeras. Pasa justo en un festival que se viene el sábado como pasó en otros de algunas semanas atrás. Últimamente se ve mucho”, arrima Hachedece, desde su lado.
III
“Es como cualquier cosa: te ponés, lo hacés todos los días y eventualmente te volvés bueno en eso. No tenés que tener poderes mágicos de unicornio. Trabajás con constancia en algo y vas mejorando”, la frase pertenece a Kathleen Hanna en una entrevista a principios de los 2000. La icónica de Bikini Kill, Le Tigre y The Julie Ruin, se refiere, por supuesto, a su trabajo como música. En especial al enorme salto sonoro que dio desde su banda de punk rock de los 90 a su proyecto de synth punk que marcó su regreso a la música en la década siguiente.
Más que una máxima plena de iluminación, Hanna está remarcando lo obvio de cualquier tipo de actividad, no importa a qué ámbito esté abocada: con dedicación (horas culo en la silla) vas a mejorar. No hay un bendición desde algún dios de los cielos o rayos flechadores de inspiración que eleven a uno por sobre el resto de los mortales. Es ponerse.
En 2014, con cuatro años y chirolas sobre sus espaldas, Daddy Rocks publicó Época de brujas, su tercer disco. Ese lanzamiento, a la distancia, significa un quiebre en la vida de la banda. En una ciudad donde la mayoría de las bandas independientes mantienen interesado al público durante los primeros discos (no es un regla estricta que se cumple a rajatablas, pero si observan en detalle verán que es data real, no opinión) el álbum llegó para cimentar la identidad de la banda como algo más que un divertimento pasajero al que el chiste ya le venía quedando viejo. Las canciones mostraron una fortaleza sorprendente, especialmente por venir desde un entripado angustiado.
Conmovedoras, atrapantes e irresistibles, las nueve pistas pegaron de inmediato en el público que ya estaba, pero que empezaba a virar hacia otras novedades (modas). Al mismo tiempo, el disco cayó en manos de una camada de jóvenes que por entonces entraban al circuito, concurriendo a sus primeros recitales u organizandolos. Una encuesta ad hoc entre integrantes de bandas sub 22 de la ciudad sitúa a Época de brujas no solamente como disco favorito de Daddy Rocks, sino también entre la lista favoritos generales (de nuevo, pregunten y comprobarán que son datos, no opinión). Cualquier comentario o referencia al disco instantáneamente recibe menciones a canciones como “VHS”, “Viento en contra”, “Yendo a tu casa”, “En el jardín” y “Nuestras mentes”.
Para Época de brujas el cambio musical toma forma en puntos específicos. Jota & Kimi piensan cómo se ubican vocalmente al momento de componer. Se descubren como una banda vocal armónica (no fue una decisión consciente, aclaran). Con calma, trabajando a la par, se fueron renovando tanto estética como técnicamente.
El tiempo transcurrido no fue en vano. Tras cuatro años de actividad, el tercer disco los encontró en su mejor forma: sueltos, seguros; dominando la canción de tres minutos en un pop irresistible a prueba del tiempo y los taggeos fáciles.
En aquellos días mambeados, el crecimiento personal acompañó al proceso creativo y técnico. Las brujas dejaron suficiente lugar para que en la misma época se equilibren el bajón con un fuerte crecimiento musical.
Si los esfuerzos anteriores fueron espontaneidad, embebidos en el rapto curioso del momento, Época fue un proceso de contemplación compartido como grupo, además del ámbito personal. Luego de cuatro años tocando, la experiencia cobró fuerza. Solo faltaba un instante de hacerse cargo para que apareciera la magia de las canciones.
“Para entonces había pasado un tiempo y habíamos aprendido a cantar. Eso tomado entre comillas. Ninguno sabía tocar.Yo no sabía tocar el bajo. Aprendí ahí, cuando arrancamos con la banda”, asevera Kimi, viajando al pasado, sin caretearla.
En esa misma sintonía, Jota aclara que si bien había participado en algunas bandas antes de Daddy Rocks, nunca había cantando realmente. “Te lleva un par de años aprender y encontrar la manera de cantar”, confirma.
Kimi: Si te ponés a pensar, del primero al segundo hubo muchos cambios. En todos los discos hubo. Quizás en Época de brujas pasó algo en particular que llame más la atención. No sé si estaba el indie pegando o qué. O quizás había una estética particular reinando en ese momento. Tampoco sé qué hacemos nosotros. No podría decir que hacemos lo que se conoce como indie. Tiene que ver con ese momento, un estética muy de época.
Jota: Antes estábamos re para arriba. Para ese momento estábamos en cosas re oscuras. Si bien con el tiempo se transformaron en cosas mejores, por entonces estábamos deprimidos con cosas de nuestras vidas.
Hablando de depresión, Hachedece desbloquea otra curiosidad sobre el grupo. Daddy Rocks significa un rato de alegría; bailar, cantar, sacarse o mantenerse según el estado de euforia que maneja cada persona. En definitiva: Daddy Rocks = pasarla bien. Llama poderosamente la atención, entonces, que el núcleo del cancionero del grupo tenga tintes bastantes oscuros. No hace falta ser Stephen Hawking ni tampoco Ian Curtis para caer en cuenta que Daddy Rocks es una banda melancólica (o al menos un importante porcentaje de su espíritu). “VHS”, “Chicx del clima”, “Autopista” y más recientemente “Casa rosa” y “El dolor”, son algunos de los ejemplos más concretos. La lista podría seguir, pero son ellxs quien rápidamente saltan al tema. “La melancolía es un tema recurrente en Daddy Rocks “Todos nos identifican con eso de pasarla bien, pero somos así”, esgrime Neptune, sin perder un segundo. Infaltable, el remate no se hace esperar: “Somos darks en ropa de colores, no sé. Tampoco somos emos”.
Jota también acepta la fibra gris que domina la banda. El cantante prefiere aproximar el tema a partir de lo que llegó luego de ese tercer disco tan querido: “Después vino Toropikaru que fue un disco re alegre y no le gustó a nadie. Después de AH RE KE, todo hizo fiuuuuh”. Concluyendo, Hachedece, dispara una teoría algo curiosa. “Cuando dejamos el bajón vino el bajón. Capaz que porque Toropikaru era muy arriba”.
Daddy Rocks comenzó su camino siendo parte del universo de Soy Mutante de la mano de Ignacio Molinos, por entonces Nacho Espumado. Desde esa casa virtual llegaron los CD-R de Daddy rocks is killing the music industry y Berreta, que fueron pasando de mano en mano en quien estuviera interesado. El soporte físico, por entonces una manera oportuna de hacer viajar la data, convivía con plataformas como MySpace, Purevolume y Fotolog.
Eventualmente, el grupo ya devenido en trío, tendría un breve pasado por Polvo Bureau, con el lanzamiento de Toropikaru.
“La onda fue sacar ese disco y no mucho más. No era la intención pertenecer al sello, en sí. Fuimos afortunados que pudimos tocar en Otro Río y en el cumpleaños del sello. Estuvo re bueno eso, posta” recuerda Jota sobre el trabajo con el sello.
A través de los años, en diversas circunstancias, bookers, managers, productores externos y hasta colegas demostraron interés por la banda, siempre haciendo hincapié en el appeal de las canciones. En varios ocasiones llegaron ofertas, propuestas y muchas palabras carentes de acción que se tradujeron en la nada misma.
Un esfuerzo que se tradujo en algo más fue la aventura de AH RE QUE, un disco de reversiones y algunos temas nuevos grabados, mezclados y masterizados en alta fidelidad por Franco Mascotti. Esa compilación se realizó en un breve tiempo de trabajo junto a un productor que apostó por la banda.
“Ese disco está grabado de manera ultra HD. Creo que la referencia era Madonna. Suena increíble. Está bueno tener ese registro, más allá que no sonamos así”, apunta Neptune. “Quedó toda la mejor de ese tiempo”, agrega la bajista y cantante.
A pesar de los esfuerzos iniciales, el trabajo a largo término resultó infructífero, ratificando, una vez más, que el camino independiente del grupo era el indicado.
En toda acción, Daddy Rocks se sustenta a sí mismo. Desde hace cuatro años que cada canción es escrita, arreglada, grabada y producida por la banda. En la única parte del proceso en la que se salen de su autoabastecimiento es para recurrir al arte de cada lanzamiento, siempre consultado a artistas cercanos del que son admiradores. El resto, fatto in casa, DIY aprendido con las lecciones propias de años de laburo.
“No dependemos de nadie”, aclara el Topo, poniendo las palabras justas y permitiendo que la banda reflexione sobre su independencia y la marcada distancia que históricamente la banda mantuvo sobre los diferentes influjos estatales.
La decisión de ser autogestivos, caminando a su propio ritmo, lejos de las decisiones o pretensiones ajenas es una postura vigente en el seno del trío. A través de los años, Daddy Rocks supo participar de festivales, fechas o encuentros de diversa índole, siempre considerándose parte de un circuito musical conformado (e impulsado) por músicxs pero distante de autoridades oficiales, funcionarixs o colores partidarios.
La banda nunca participó en los llamados de la Editorial Municipal de Rosario para editar discos. Tampoco participaron en los concursos primaverales, ni tocando ni como jurados. “¿Desde qué lugar te ponés a juzgar a tus colegas?” se pregunta Jota, recordando esa ocasión en que se negaron a asistir. En esa misma sintonía, una vez recibieron un telefonazo municipal con la propuesta de utilizar una canción de Daddy Rocks para un spot de publicidad oficial. Otra vez la respuesta fue no. “Era re poca plata, sino re agarrábamos, ah”, Kimi dixit.
IV
Cuando en mayo se filtró una versión todavía rústica de “Casa rosa”, la canción se anticipó como una píldora catártica de resistencia empática en medio de un panorama político desalentador. Sin referencias directas, más que disparar contra el gobierno de turno, la canción supo interpelar parte de un zeitgeist que por esos meses estaba por el piso y se escurría hacia nuevos sótanos de desesperanza. Por su lado, el video que acompañó a la canción, iba en esa dirección aunque con tonalidad más fantástica.
En septiembre el trío colgó el EP homónimo a YouTube y Spotify y el mood coincidía con el simple adelanto. Casa rosa consta de cuatro temas de raigambre oscura que empatizan con tiempos jodidos donde la posibilidad de un poco de sosiego parece inalcanzable.
Dejando de lado comentarios frente al micrófono ocurridos durante los últimos cuatro años, la banda siempre tuvo una postura política presente que fue más allá de bajar línea en sus letras o tomar actitudes condescendientes. Con sutileza, ese tipo de lecturas se permiten en la totalidad de la identidad de Daddy Rocks, no en sus letras o en sus declaraciones, puesto que, generalmente, son de bajo perfil.
Lo político que se define (y se expresa) en Daddy Rocks se explicita con sus acciones, con sus decisiones de construcción que contemplan el dónde, el cuándo, el por qué y el con quién. Toda lectura posible del grupo tiene que hacerse a partir de su accionar por algo más de una década. Allí se encuentran las respuestas y posturas de la consistencia que hace a Daddy Rocks.
Neptune es la primera que concuerda con eso. “Ciento por ciento. Nuestra bajada va por las acciones, por todo lo que hacemos. Es así”, destaca sin dejar dudas. “Ser político parte de las actitudes cotidianas y sí lo somos”. La bajista va más a fondo, sin perder tiempo: “Hacer una letra que sea política se convierte en un problema porque después se vuelve un problema para hacer algo que te guste estéticamente. Me parece que sería forzar lo que es Daddy Rocks. Nosotros elegimos de qué forma trabajar, con quien tocar, dónde ir y dónde no. Elegimos. Tomamos decisiones de acuerdo a una forma de trabajar”.
Jota: Lo político, para nosotros, es grabar siempre en casa, producirnos, ser autogestivos. Nunca nos pusimos la camiseta de ningún gobierno. Más allá de eventualmente tocar en El Galpón.
Kimi: El Estado somos nosotros, tengamos en claro eso. Más allá del partido de turno, esos espacios son nuestros, son públicos, está bien apropiarse de ellos. Lo que no está bueno es que todo se concentre en un grupo reducido de gente. No se debe acaparar ese espacio por un determinado grupo de gente o sentido estético. Nunca hubo lugar para los punkis que quisieron armar cosas allí. El problema llega cuando todo eso no circula como corresponde. Hay que estar ahí y pelearlo, pero tampoco es la lucha que más nos importa. No pasa nada si no tocamos en El Galpón.
Jota: Nuestra postura va más allá de las letras, tiene que ver más con el hacer. No formar del círculo de bandas que tocan para la Municipalidad o la Provincia, ya es bastante explícito. Nuestra bajada política pasa por lo que hacemos. También a dónde pertenecemos.
Lucas Canalda – Texto
Renzo Leonard – Fotografía
Ed – Agostina Avaro