Jimmy Club publicó Bestiario, su segundo álbum, una sucesión de atmósferas melancólicas que resultan en una de las obras de rock más magnéticas del 2019.
En forma de puesta en escena, el disco busca algo de sentido metafísico entre el caos de nuestros días.
I
Es media tarde de un miércoles primaveral de octubre. La sala menor de Varese, centro neurálgico de una porción significativa del circuito musical joven de Rosario, está repleta. No resta espacio alguno para maniobrar ni estirarse demasiado. Formando un círculo que los enfrenta, los Jimmy Club ensayan mirándose a los ojos.
Una cantera de pedales forman una barricada, designando cada estación de trabajo, dejando bien claras las respectivas ubicaciones. Lucio Sanchez, teclado, sinte, laptop, pedales; Martín Miguez, guitarra, micrófono, sampler, más pedales; Francisco Álvarez Di Franco, guitarra, todavía más pedales y cables; Matías Bolzán, bajo, y sí, más pedales. La batería de Serafín Treizième, baja, poderosa es la que menos ostentación hace.
En apenas unos días, menos de 72 horas, Jimmy Club presenta Bestiario ante un público ansioso por experimentar un disco tan esperado como cumplidor. Colgado hace más de un mes, el segundo trabajo del quinteto cumplió con creces las expectativas, exigiendo su espacio entre lo más destacado del año.
En los 4×4 metros de la sala hay, además, invitados especiales: Ciro Fernández (trompeta) y Luca Topino (saxo). Juan Duque (flauta traversa, flauta dulce y saxo alto) llega desde Buenos Aires para la fecha indicada.
El esfuerzo de hoy se concentra en dos canciones: “Jardines colgantes” y “Péndulo”. La segunda en particular, es un apoteósico éxtasis rayano a un free jazz injertado en guitarras distorsionadas, alcanza el clímax mediante un solo de flauta filtrado por un pico de saxofón.
Luego de la primera vuelta, todos se miran en completo mutismo, con ojos inyectados de adrenalina. Nadie dice nada, pero no hace falta. Por dentro se preguntan WTF fue eso.
De las ocho personas presentes dentro de la sala, únicamente una pasa de los 22: quien suscribe. El resto va de los 17 a los 22. Algunos todavía están en el colegio secundario. Sin importar la edad o la experiencia, parecen estar trazando notas sin tiempo, algo que pueda perdurar más allá de los datos biográficos o de color.
Jovencitos, sí, mas no verdes ni inexpertos. Detallando la actividad de cada uno se puede trazar ramales hacia una perspectiva de la diversidad musical del presente rosarino. Fernández y Topino son parte de Cortito&Funky, la armada groovera que cada fin de semana explota en diferentes locaciones. Además, son invitados regulares en otras de las convocantes bandas del MUG. Por su parte, los Jimmy se multiplican en música como Gremlins que chapotean pasada la medianoche con el estómago bien lleno. Sanchez, Di Franco y Miguez son parte de Gladyson Panther. Sánchez y Di Franco también son parte de la banda de Lichi. Miguez, a su vez, es productor de esas dos ambas bandas, grabando y mezclando en su tiempo libre. Además, es el compositor de Jimmy. También, fue el responsable de registrar el EP de Otros Colores, banda que llegará en un rato a ocupar la sala. ¿Más data? Bolzán acompañó con su bajo a Otros Colores durante una temporada. Con profundos vínculos afectivos, no es de extrañar que esta nueva generación de músicxs rosarinxs tengan el deseo puesto en una construcción colectiva superadora. Camaradas, compañerxs; amigxs y cómplices en la diversidad, desconfiadxs de los claustros. Como se dijo: jovencitos, pero ni verdes ni inexpertos.
Es solo un día más en la Rosario de siempre. Otro día de bocinazos, edificios sojeros y un entripado musical apasionante por parte de jóvenes cada vez más jóvenes. Esos mismos jóvenes que paulatinamente van copando el circuito. Los jóvenes que sufren las mismas problemáticas que los mayores. Los jóvenes que comparten el mismo cielo e infierno que sus referentes. Simplemente otro día.
II
Jimmy Club irrumpió hace cuatro años en la escena rosarina cargando un sonido lisérgico y una predilección por lo introspectivo. El resultado era una narrativa sonora envolvente que llevaba de viaje al oyente, especialmente en ocasión de concierto.
En 2017 editaron Aviones de papel, álbum debut que se adentra en profundidad en una psicodelia contemporánea, con dejos de stoner rock post Kyuss y algún que otro fetiche post Primus. En ese equilibrio, los –por entonces- adolescentes se perfilaron como autores de micro atmósferas cósmicas de tendencia melancólica, que gozaban de libertad absoluta para entrar y salir de la canción o, simplemente, de deshacerla.
Mientras que para muchos artistas en la historia de la industria musical el segundo trabajo tiende a afirmar el primer paso, reforzando y puliendo una fórmula, en una ciudad como Rosario donde el concepto de industria es risible, el segundo disco forja identidad y tesón artístico.
Con Bestiario, Jimmy Club toma el honroso camino de apostar a una identidad genuina y a ser dueños de su propio devenir. Esa decisión los ubica en la misma senda que Aguas Tónicas con Canal de amor y confusión (2008), Mi Nave con Estela (2014), Alucinaria con Días de fuerza (2016) y, más recientemente, Bubis Vayins con Salir (2019). En la misma liga podría incluirse a Los Daylight con The celebration of the new post logic times (2007) pero es incierta a qué categoría corresponde a En vivo con tu novia disco grabado durante un recital en Planeta X.
Hay una tradición rosarina (al menos en los últimos veinte años) de hacer hacer segundos discos que demuestren nervio y la sana (i)rresponsabilidad de salirse de los ropajes de comodidad y exponerse en nuevas pieles. No son gestos, no son intentos, son declaraciones de principios. Con honra, Bestiario se anota en esa tradición: es una obra que aúlla libertad y fluidez en un presente empecinado con clasificaciones fáciles y descripciones. En el nuevo disco se exploran territorios inhóspitos para la joven banda, probando elementos, atreviéndose a la prueba y al error, animándose a acrecentar su musicalidad sin dogmas.
Se trata de ocho canciones torneadas al calor del reverb que se mueven de la melancolía al baile o de guitarras envolventes a un frenesí de acid rock. La referencia a canciones debe tomarse entre comillas. En la abundancia de arreglos, partes, efectos y secretos blendeados en la mezcla, no sobra ningún estribillo ni otros indicios de demasiada formalidad. “El día después” es la única pista de atisbos de estructura formal. O algo así. Creciendo a la par de Mi Nave; estudiando al Pink Floyd más laxo; atentos al devenir super lento/super veloz de Buzz Buzzo Osborne; Jimmy Club hace un uso expansivo de la canción, jugando, entrando y saliendo del formato según sus necesidades climáticas y texturales. En el nuevo disco, la expansión no se estira tanto pero permanece allí como codas renegadas que demandan nombre propio.
Bestiario está compuesto por ocho tracks y tiene una duración de poco más de 32 minutos. Se trata de música climática y psicodélica que busca llevar al oyente a una experiencia sensorial que escape de inmediatez tangible. La banda entiende como psicodelia una experiencia extrasensorial donde la carne también busque salirse de su eje. Por eso el entendimiento de psicodelia arrastra al viaje de los 60, pero también a la acepción neo tripera que proponen las latitudes australianas.
“Almas en pena escuchen mi canción” canta Míguez en “Peces en guerra”, pista que abre el disco. Es un llamado entre la nebulosa; una baliza hipnótica para transitar en comunión la ruta hacia otra esfera. Es, además, el comienzo de un camino desandado a la par. El Bestiario está abriendo sus puertas, y todxs son bienvenidos a un carnivale donde el presente político y lo interior de Martín Miguez (cantante, guitarrista y compositor) se funden.
“Invisible/Flor de loto” una danza perceptiva sobre el escape a otra forma de ser, es un trazado de guitarras envolventes que evoluciona hacia una suite de beat electrónico bailable.“Péndulo”, son cuatro minutos de caos catártico, una marcha marcial hacia un final mugroso y profano. Es un Delirium tremens nacido en el entripado del último envión cambiemita; una postal instantánea de un año de intensidad agotadora en todos los planos.
La guitarras de Jimmy Club son abrumadoras cuando quieren serlo. Aquí son laderas del viaje; envolventes. La batería es el verdadero motor propulsor, puede ser impactante, pero elije la sutileza, también en pos del viaje.
Jimmy Club se suscribe a la idea de que el rock es libertad y capricho. En la actualidad se suele pensar al rock como una música demodé, como una data que atrasa. Hay un error en conjugar al rock en pasado. Lo que atrasa, estancado en calendarios amarillos, son las fórmulas dogmáticas que por años indicaron como jueves autoconvocados qué era y qué no era el rock. La música rock es el entendimiento de la libertad; ir dónde el capricho indique, sin tapujos y fuera de la zona de aprobación de los demás.
A través de subidones adrenalínicos, ataques guitarreros, subidas de los vientos, arreglos armónicos, la melancolía permanece omnipresente. Los momentos de júbilo escasean. En cambio, sí hay liberación metafísica. Bestiario es un disco donde mente, espíritu y cuerpo buscan algo más, tratando, quizás, de tener su versión de aquella máxima spinetteana de “las almas repudian todo encierro”.
III
Para la grabación de Aviones de papel, su ópera prima, Jimmy Club llegó con cientos de horas de ensayos encima. No existió una preproducción formal. Simplemente método old school. Ese trabajo compuesto de cinco pistas fue registrado en la sala de Valentín Moreno, quien grabó e hizo las veces de productor.
“Fue arriesgado porque no teníamos ninguna versión tangible de los temas a grabar. La primera versión fue la del disco. Posta. Teníamos un demo, pero desde un ensayo. Era todo muy hormonal. Algunas cosas ni sobrevivieron”, recuerda Treizième, riendo, casi agarrándose la cabeza mientras liquida un café.
De cara a Bestiario, la banda tomó un approach diferente. Pensado con anticipación, el trabajo previo comenzó meses antes, sobre el último trimestre de 2018. Ignorando el calor abrasivo del verano rosarino; quitando la cabeza de las vacaciones, las fiestas y otras distracciones mundanas, la banda se puso.
La preproducción significó un laburo esmerado de Miguez y Treizième. Concentrados, empezaron a ensayar por horas y horas, solos. El desafío consistía en entrar super aceitados al estudio. “Nos metimos a tocar con metrónomo por horas infinitas” recuerda el baterista. “Estuvimos un mes y medio ensayando en Varese, solo nosotros dos. Teníamos una pistas primitivas para tomar de referencia”. Semejante esfuerzo resultó eficaz puesto que cuando finalmente llegó el momento de entrar a estudio La Madriguera, se grabaron todas las baterías en un día. “En unas seis horas ya las teníamos”, recuerda Treizième. “Una locura”, agrega, con una sonrisa incrédula.
Para el batero, fue una suerte llegar tan ajustados al proceso de grabación. Eso allanó el camino y dispuso más tiempo para profundizar con dedicación en otros aspectos. “Nos dedicamos a los relieves. Cada canción tiene los detalles necesarios. Hay una cosa de matices más sutiles, si se quiere”, apunta. “Haber podido tener tanto tiempo para prepararlo cada uno por su lado y también todos juntos nos dio la posibilidad de pensar nuestro aporte de manera individual y así subir la apuesta de detalles. Lo fuimos encontrando al disco”, finaliza.
La Madriguera es la base de operaciones de Diego Piwi Savioli, precoz talento del nuevo (y reinante) escenario groove de Rosario. Parte de Mostacho y del fenómeno Groovin Bohemia, El Piwi graba, produce, mezcla y masteriza mientras conversa en tono afable con gran parte de la escena musical más prometedora de la ciudad. No es de extrañar que durante los meses invernales por los que se extendió la grabación de Bestiario, las sesiones fueran seguidas bien de cerca por integrantes de bandas como Calíope Family, Cortito&Funky o La Groovin. Entre mates, pepas, facturas (cuando hay algo más de plata), gaseosa y humos dulces, los talentos sub 23 de la ciudad comparten puntos de vistas, proyectos y se involucran, insertos en las distintas realidades de cada microclima.
Como productor, la primera tarea de Savioli consistió en escuchar las ideas de la banda basadas en las maquetas. Dedicadas, ambas partes fueron contrastando referencias de manera minuciosa.
La realización de Bestiario significó una aventura conjunta de la que brotarían frutos según las diferencias de cada orilla. Por momentos, productor y banda no se entendieron de lleno, generando un contraste entre escuelas. Nacido y criado en el groove, Savioli se topó con un desafío estimulante. El verdor del quinteto, sin una verdadera experiencia de estudio resultó, por momentos, un pesar. Savioli, de apenas 24 años, capitaneó el disco, luego de un click en su cabeza: se sintió interpelado por las canciones de Jimmy Club; estaba claro que las canciones tenían un partida pero el horizonte estaba completamente libre y abierto a la construcción; la aventura de una construcción colectiva mediante el aprendizaje y descubrimiento fue, finalmente, irresistible.
Las diferencias fueron claves para generar una fricción que resultó en heterogeneidad. Ambas experiencias se enriquecieron con el trabajo conjunto. Descubrirse como grupo de trabajo creativo fue encontrar las canciones.
Con todos a bordo de la misma expedición bestiaria, el trabajo se equilibró y luego de grabar, el proceso de laboratorio frente al monitor se matizó entre mates, hierbas, masitas y descansos en los que músicos y productor intercambiaban data: jazz, psicodelia, rock, groove y spinettismos varios. De esa forma, el estudio se convirtió en un verdadero laboratorio de acción para experimentar. Probar, acertar, errar, divertirse y seguir buscando. Todo ante los gestos furibundos de un Godzilla made in Japan de pequeña escala que observó y escuchó todo desde su palco privilegiado ubicado sobre uno de los monitores ADAM audio del estudio.
Un momento en particular ejemplifica a la banda y al productor entregados a la manija de buscar y potenciar. En el momento de trabajar “Péndulo”, metiendo efectos a los vientos y sumando capas de reverb, una idea surgió en la cabeza de Savioli: “Esto suena como una marcha de esclavos condenados picando roca en una mina al compás de la canción. ¿Por qué no le metemos el ruido de un yunque golpeado?”. Y allí está la ocurrencia de Savioli. El yunque está. Ecualizado, pero presente.
IV
Bestiario es una gran puesta en escena. Los personajes que pululan por la obra tienen diferentes formas pero, como los humanos, están lleno de falencias, incertidumbres, pasión, poesía y voluntad de construcción para refugiarse durante la tormenta. Criaturas del imaginario de Miguez, para quien el arte no puede evadir las responsabilidades de su tiempo. El bestiario de Jimmy Club no es una colección de fábulas sobre animales de la literatura medieval. Tampoco se trata del hombre que luchaba con las fieras en los circos romanos ante el rugido de la masa. Este bestiario relata la resistencia del ser con las fieras de tu tiempo histórico: individualismo, meritocracia, cinismo; la mentira como verdad propagandística, la verdad como roca que hunde hasta asfixiar.
El compendio de canciones es la posición que toma Miguez en este momento histórico que parece arreciar con ferocidad sobre latinoamérica. En un punto, el disco puede entenderse como un diálogo interno del cruce de ideas y sentimientos en un contexto social y político salvaje, que está listo para explotar la sangre o hacerla correr.
Orientado desde un lugar fantástico, apelando a cierta épica, la construcción narrativa de Miguez tiene un principio, un nudo y un final. El protagonista siempre es el narrador, pero pocas veces habla de sí mismo, se cuida de la exposición directa. Quizás por vulnerabilidad; tal vez por miedo; o probablemente se trate de estar en los últimos esfuerzos, como si fueran las últimas canciones del mundo ante la barbarie desatada.
De acuerdo al cantante, guitarrista y compositor, “este disco fue una catarsis; una visión personal que no escapa del contexto en el que vivimos. Cualquiera podría verse reflejado en el protagonista de la historia. Creo que el protagonista no quiere tirar la posta, sino buscar gente que esté en la misma que él, para poder capear juntos el mal tiempo que estamos viviendo. Por eso les ofrece su dolor al principio, porque siente que si no se expresa con fervor no puede dejarles ver lo mucho que le está costando sobrellevar todo esto y nunca va a conseguir que empaticen con él”.
Bestiario es un universo en sí mismo que se alimenta de un feedback interno. El disco podría estar dividido en actos, diferentes estadios conformados por arreglos, partes, instrumentación salvaje y, bien en el fondo, canción.
“Peces en Guerra”, pista que abre el álbum, deja salir un mensaje, un llamado para quien esté deambulando y sepa captar la señal. Almas en pena que fueron dejadas atrás por las masas, marginadas, vagan desorientadas en la equivocada noción que no tienen destino, ni utilidad, una utilidad que (supuestamente) indica y otorga el sistema, en una repartija de privilegios donde prima la locura aislante de quienes están adentro y quienes están afuera.
“Invisible” emprende un combate contra el individualismo y el desapego. En un mundo convulsionado que se extingue día a día, un cuestionamiento de todo es urgente. Existe aquí más que un deseo, una necesidad de encontrarse.
“Mi generación, al haber prácticamente nacido con celulares y redes sociales, termina entendiendo al tercero como a un usuario, a un arroba, y lo trata como tal. Vivimos marcando y cuestionando el error ajeno desde una superioridad moral que poco tiene que ver con la realidad, puesto que nadie está libre de hipocresías o de errores. Nos la pasamos hablando de empatía, de respetar a los demás, pero lo cierto es que cada vez nos manejamos con mayor individualismo y mezquindad, siempre desde un pedestal marcando al otro como equivocado”, reflexiona el verborrágico Miguez.
“El Día Después” (simple adelanto del disco) es donde aparece la resignación. En esa impotencia hay una queja que apunta a la propia subjetividad pero también al poder político. Es rabia a dientes apretados.
Sobre el final, Miguez pone las palabras justas. Para su creador, tanto “Péndulo” como “Bestiario” fueron escritas “desde el caos”. En “Péndulo” el protagonista desciende hasta su círculo más oscuro. La canción busca representar la desesperanza de la forma más gráfica posible.
En “Bestiario” hay un momento reflexivo acerca de las consecuencias del pasado la manera que repercuten en el futuro. Ante la incapacidad de lograr cambios significativos, el protagonista, hundido en frustración, le dice adiós a todo lo que ata. Lo que deja atrás, como una pretensión de legado, es un manifiesto, un deseo de futuro libre de ataduras, en el que cualquiera pueda ser sin tener que dar explicaciones.
“Carrousel” es un epílogo, la despedida definitiva.
V
Bestiario se presentó el viernes 18 de octubre en Mono, club de música. Otros Colores y Los Cristales fueron de la partida, formando una fotografía generacional irresistible.
Más allá de lo protocolar del nuevo disco a presentarse, el concierto tuvo un indicio de postal sobre un 2019 donde el escenario más joven de la música independiente local unió sus esfuerzos más allá de las distancias estéticas que, a priori, pueden parecer lejanas.
En esos mismos momentos, a unas pocas cuadras en Club 1518, Lalalas y Aguaviva hacían lo suyo junto a Ibiza Pareo. Lejos de inyectar ínfulas de super viernes en Rosario, se debe destacar que fue una noche más en Rosario. De esas en las que hay que andar corriendo para llegar a cada recital, sin perderse ninguna banda.
Con Mono lleno, las bandas tomaron el escenario en los horarios estipulados, sin sobreponerse casi ningún inconveniente. El evento no debía pasarse mucho más de la medianoche puesto que había que dejar paso al segundo turno del club de música.
Un aire comunitario se respiraba en el local de Santa Fe y Santiago. Una camaradería fundada en largos meses de trabajo a la fecha. Un laburo que implicaba a la banda, pero también al sello Remedio Casero Discos y a los grupos invitados. Además, bajo el escenario, la sensación era de alegría compartida porque era el estreno de canciones que fueron maceradas ante el público. Presentarlas oficialmente era una alegría compartida. De alguna manera, no eran solamente los Jimmy Club quienes estrenaban el disco, se trataba de un sentimiento compartido por todos y todas; otro paso colectivo hacia adelante, una celebración extendida a quienes vienen laburando para desarrollar una escena más solidaria y humana, para dejar atrás los límites del snobismo, para sentar las bases de una generación con deseo arquitectónico macro que contemple a todxs, no al ego o a la marca de unxs pocxs.
Hubo pasajes que latieron bajo un mismo pulso: la inmersión de “Invisible”; el interrogante kármico de “El día después”; el pasta induced baile desatado con “Flor de loto” en versión extendida para el goce de un sector que agitó saltando al unísono. Los paisajes valvulares del debut también tuvieron su lugar en la lista, hilvanando diferentes periodos bajo una misma melancolía espacial.
Pero entre tanto éxtasis, llegado uno de los momentos más esperados, con “Péndulo” y la sección de vientos tomando el escenario, todo se vio empañado. Una subida de volumen por parte del sonido elevó las frecuencias a un nivel estremecedor que obligó a parte del público de adelante a replegarse hacia el fondo del loco. Allí, varixs de lxs presentes ya estaban con las manos en los oídos, tratando de sobrellevar el garrafal error del sonidista local. Mientras que sobre el tablado el problema no se sintió, entre la gente se marcó un antes y un después del error del técnico. Afortunadamente, las frecuencias se normalizaron una vez que los invitados se despidieron y la banda siguió adelante de cara al, más que correcto, último tramo del show.
VI
Jimmy Club tiene apenas cinco años de vida. En sus momentos formativos los lugares se fueron encontrando, los roles se fueron definiendo, las prioridades decantando. Desde el momento en que la banda se encontró para activar definitivamente, los procesos se fueron acelerando, siempre en franco progreso.
En un ambiente de microescenas, el grupo salió a compartir fechas con bandas amigas y otras con las que surgieron diferentes ocasiones. Fueron tiempos de trajinar, de curtirse en vivo, tanto en escenarios alentadores como en espacios de infraestructura deficientes. El objetivo: salir de la tribu, pasear las canciones, mirar a la gente a los ojos, llevarla de viaje. Junto a bandas de sonoridades variopintas, la atención sobre Jimmy Club fue creciendo, siempre desde perspectivas diferentes.
Temprano, la salida fue junto a bandas como Depto de Islas, Jellyhead, Torito y Cabeza de Tortuga. Más tarde, llegaron fechas con Los Cristales, Helena Nav y Todo es mentira.
De esa manera, en los últimos tres años la banda se granjeó tantxs seguidorxs como percepciones. Jimmy Club hoy es un juego de percepciones diversas. En sus recitales, el ejercicio de preguntar qué es la banda arrojaría una pluralidad de respuestas. Hay distintas visiones sobre Jimmy Club. Cada cual tiene la suya. Es psicodelia. Es stoner rock. Se trata de setentismo valvular. Es shoegaze. Es post-rock. Algunas personas responden al germen sónico que anida en el quinteto, especialmente en el reciente disco. Hay un Jimmy Club para cada oído y desde el seno del grupo son los primeros en bancar la diversidad de acepciones.
“La etapa actual de Jimmy, más allá que sea algo nebuloso y puedas asentarte en determinados riffs, o temas que te gusten más, siempre está en transición a algo”, observa Serafín. De hablar conciso y calmo, el baterista apunta una certeza: el constante estado de transición del grupo. En camino a un destino inesperado, llevando a otro lugar al oyente, la experiencia de Jimmy Club en vivo se asemeja a un sistema de transporte barretiano impulsado por el mood de sus integrantes. “Es muy de la situación. Es emocional. Hay detalles que uno siente. Con los matices y las intensidades, no puedo dejarlo fijo. Es espontáneo”, detalla el baterista y maquinista de la nave.
Entregar algo inesperado en cada toque; contrabandear algún guiño espontáneo para el público o entre ellos mismos; escapar de sus lugares comunes y zonas de confort; la experiencia en directo de Jimmy Club nunca se repite. “No queremos que haya una única percepción de nosotros. Tratamos de incorporar la mayor cantidad de elementos para que nuestra identidad sea impredecible” , destaca Miguez.
El viaje conjunto, entonces, se torna esencial en la comunión entre público y banda. “Somos una banda tan mental como emocional. Nosotros decimos que hacemos psicodelia, es la psicodelia de querer evocar un estado mental fuera de la realidad cotidiana. La psicodelia es alcanzar un plano de evasión”, desarrolla el cantante. “Queremos llevarte a un lugar donde vos puedas flashear; que abandones el rollo cotidiano y te dejes llevar; que te encuentres en un estado alterado por la música. La realidad es horrible, hay que buscar una sensación más allá”.
La experiencia envolvente de Jimmy Club viene creciendo a paso estable, sobre todo en los últimos veinte meses. Emprender el viaje en espacios reducidos, cuidando detalles específicos de la puesta audiovisual es tarea árdua pero factible. Sin embargo, a medida que el grupo va copando nuevos espacios, el viaje va adquiriendo otros tintes además de nuevos asuntos a resolver. Con cada movimiento la apuesta crece y es menester tomar responsabilidad: sonido, visuales, venues atractivas tanto para la banda como para el público, prensa y demás tareas extra musicales.
Otra parte del desafío de crecer implica saltar el cerco de las tribus hacia una audiencia más amplia. LA cuestión casi eterna de la escena rosarina. “Es difícil. Nuestra búsqueda es super estética. A nuestro modo somos una banda abstracta. Llegar a la gente es difícil”, reflexiona Miguez ante ante la cuestión omnipresente de cómo llevar la propuesta a una porción mayor de gente. “Creo que nuestra música demanda un cierto nivel de atención que no es fácil de encontrar en estos días. Estamos alejados de la canción, además. Mucha gente nos dice que no escucha a la banda porque no tiene estribillos. Es una realidad. Es algo que escuchamos seguido. Puede ser injusto. A veces termina siendo una frustración. Quizás para acercarnos a un público mayor, tengamos que seguir mutando. También correr detrás de una audiencia mayor significaría no ser nosotros mismos. Buscamos ser fieles a una verdad colectiva. Somos esto. Eclécticos. Impredecibles. Es algo barroco, incluso. Eso es una limitación. También es una pregunta que siempre nos hacemos. La respuesta es seguir siendo nosotros mismos. Si llega el público, mejor. Quizás no suceda nunca”.
Como se mencionó antes, la edad de los Jimmy Club no significa inexperiencia. Con algunas batallas a sus espaldas, mejorar el trato con los espacios para tocar es una meta, una batalla casi personal que, al final, significa un avance para todxs. Para la presentación del nuevo álbum la banda se internó en un largo proceso de negociaciones con Mono. Al grupo se le exigía $8000, más un 30% de las entradas en puerta. Además, por supuesto, Mono se queda con toda la barra. Considerando que se vendieron poco más de 300 entradas, cabe preguntarse cuánto dinero más hace falta escurrirle al grupo. Luego de idas y vueltas, la banda se quedó con el ciento por ciento de las entradas, como corresponde. Pero el maltrago trajo a colación otra cicatriz que acarrean, casualmente, de la presentación de su primer disco.
En noviembre de 2017, el grupo tenía una fecha cerrada con Valdovina (caserón de bulevar oroño que supo albergar música por buen tiempo) para presentar Aviones de papel. Con el trato verbalizado con anticipación, fecha armada y artistas invitados listos, semanas antes, los encargados del bar cancelaron el concierto vía WhatsApp (un audio de 37 segundos), optando por alquilar el lugar a un bautismo.
Entre los integrantes, no hubo dudas en filtrar ese mensaje de audio para toda la comunidad musical joven de la ciudad. El mensaje se viralizó de celular en celular y hasta saltó a la web. El nombre de la banda nunca terminó de trascender, tanto como ese encargado argumentando que un bautismo le resultaba más redituable que un concierto y una feria de discos.
Más allá de lo anecdótico, en este quinteto hay fuego interior que busca alterar el orden de lo que se ha establecido como normal en una ciudad de explotadores con sonrisa fácil para el Instagram y con palabra amable para el pseudo periodismo que milita la entrada gratis como horizonte ético.
Miguez y Di Franco forman parte de Núcleo, el colectivo que recientemente se presentó en sociedad con dos festivales gratuitos. Si bien la banda no tocó en ninguno de esos encuentros que sirvieron como lanzamiento, las metas y postulados éticos del grupo coinciden con los del colectivo. Se destaca la unión y solidaridad entre músicxs de realidades muy distintas bajo la firme creencia de un camino en común. Organizarse, entenderse, unificarse para lograr cambios reales a la hora plantear mejores condiciones de trabajo.
Llegado el momento de hablar sobre las rispideces del circuito que parecen imposibles de vencer en pos de un frente unificado, Miguez se toma su tiempo. Su verborragia natural aparece, pero recién cuando se toma su debido tiempo. “El problema más grande siempre tiende a ser el ego, porque lxs músicxs no empatizan con sus colegas. La comparación entre unxs y otrxs es constante y a veces se entiende al otrx como competencia y no como compañerx. Eso puede generar resentimientos, asperezas, sentimientos de “por qué a este le dan más bola que a mí si la música que hace es un embole” y uno no se detiene a analizar la cantidad de horas de trabajo que hay detrás de cada material discográfico y el desgaste emocional que le debe haber representado al artista haber plasmado lo que quiso plasmar en su obra. Y ya con eso debería ser suficiente como para respetar la obra ajena”.
“En sí, en vez de ver al otro como competencia, deberíamos entender a los laburos de los demás como material del que agarrarse para crecer uno mismo, tanto en lo técnico como en lo artístico. Siempre intentando comprender a la obra del otrx”, prosigue el barbado cantante. “A partir de ahí, cuando empecemos a ver a lxs demás como iguales y no como superiores o inferiores, vamos a poder empezar a charlar y nos vamos a dar cuenta de que tenemos las mismas problemáticas”.
Sin tapujos, Miguez dispara desde su propio camino experiencial. Todavía cargando con el hastío de un extenso proceso de negociaciones para la presentación de Bestiario, el joven músico, apunta: “Parece que no se puede tocar en otro lugar que no sea Berlín, Bon Scott, Club 1518 o D7 porque el resto te exige seis lucas de piso para armar un recital. Una suma que se hace cada vez más grande si a eso le sumás backline, ensayos, gastos de operadores, gráficas y difusión en redes. Con todos esos gastos, para poder cubrirlos y salir adelante deberíamos cobrar 300 o 400 pesos la entrada. La realidad es que la gente no tiene plata en el bolsillo y no está en condiciones de pagar una entrada a ese precio. Entonces, en esta situación, en el medio de una crisis económica y con estos problemas a la hora de gestionar fechas y armar movida cultural, la única salida que nos queda es la unión de las fuerzas para luchar contra estos privados y contra los estatales corruptos que manejan los espacios públicos como si les pertenecieran. En este panorama los egos deberían importar cada vez menos. Está en juego la necesidad imperiosa de sostener y fomentar el crecimiento de la escena local y de no dejar que desaparezca porque este se lleva mal con el otro, o porque a mí no me gusta tal o tal género de música. Si nos damos por vencidos, si seguimos jugando a la guerra en redes sociales, criticando por detrás el trabajo del otro, comparando mi disco con el tuyo o teniendo la noción infantil de que se puede vivir haciendo constantemente la suya sin depender de nadie más, los privados y el Estado nos van a vencer. Vamos a seguir viendo los mismos nombres tocando en eventos estatales y a los privados llenarse los bolsillos a costa de nuestro trabajo mientras nosotros juntamos peso por peso para cambiar las cuerdas”.