Julián Venegas, uno de los compositores más importantes de la región, continúa brillando con De barcos y derivas. Luego de presentarlo a sala llena en la Plataforma Lavardén, en octubre realizó una residencia durante todos los sábados en la Cultural de Abajo.
Desde Rapto fuimos a su encuentro para conocer en profundidad e indagar en el origen musical y filosófico que rodea al reciente álbum cargado de rosarinidad.
El Chula Venegas es un artista de la canción y la composición. Oficialmente, su carrera inició en el año 2009 con su disco homónimo donde comenzó a definir su estilo y talento confluyendo en una inmensidad de estilos, influencias y recursos. Difícil de encasillar en un género concreto, se define como un permanente maquetador de estas influencias para dar con un sello único e irrepetible a sus canciones. Consistente en la tocada y dueño de una voz maravillosa lleva editado cinco discos e infinidades de colaboraciones con distintos músicos de renombrada trayectoria.
Vivir en Rosario y que esta sea un significante vacío, desde lo musical, es algo que lo invita a reflexionar permanentemente sobre su identidad. “No sabemos qué pasa acá porque no tenemos un género musical que nos identifique por completo”. Y es cierto. No somos el chamamé de Corrientes, el tango de Buenos Aires o el cuarteto de Córdoba. “En Rosario se escucha cumbia, pero no es una ciudad cumbiera; se escucha tango pero no somos tangueros; se escucha canción del litoral y no es la capital de esa música; se dice que somos la cuna del rock o que Rosario es el Rock and Roll, como dicen Los Vándalos, también es injusto. Hay escuelas de Jazz por todos lados y no somos jazzeros. Acá es muy difícil la clasificación”, reflexionó. Estas premisas lo hicieron transitar la búsqueda de una identidad en su carrera para no quedar identificado con un género exclusivo porque teme sus consecuencias: “Caer aplastado por el propio peso del género”. Él solamente intenta congeniar todas sus influencias y que se impregnen a su personalidad, y no al revés.
Y aquí entramos a De barcos y derivas: si hacemos el ejercicio de navegar sus canciones nos encontramos con la difícil tarea de encasillar su estilo. “La identidad y la originalidad no se busca tanto afuera sino más bien en la historia de uno. Cantando desde allí, con toda esa influencia me parece que se inicia un camino de autenticidad un poco más recomendable si uno realmente tiene esa inquietud por sonar a uno mismo y no como los demás. Ahí empieza la identidad; aparece algo nuevo que no sabés a dónde te va a llevar pero empieza aparecer”, subrayó.
El disco tiene la mirada clavada en el río como resultado del recorrido que hizo por las islas junto a su amigo y guitarrista Marcelo Stenta. Ambos congeniaron los sonidos y la maquetación de cada tema hasta dar con la originalidad que caracteriza a Venegas. Párrafo aparte para el nivel de su voz y la oratoria que adquiere a la hora de cantar su poesía. Letras profundas, poemas que narran historias y declaraciones propias del clima de época que vivimos, como sucede en “Colgados de luz”, una especie de oda a quienes se quejan de los paros, cortes de calles y de la lucha por la ampliación de derechos. “La cuadra está colgada de la luz solar secando la ropa y su bandera”, canta en metáforas spinettianas. Mientras que en “Piel” se aprecia el trabajo que hace el compositor para desmarcarse de lo rotulos mientras muestra sus influencias. Si se deconstruye el tema queda un tango hecho y derecho. Salvo que aquí tenemos unos teclados exquisitos (de Claudio Cardone) junto a yeites de una guitarra limpia y atrapante hasta dar con arreglos de cuerdas que elevan la canción para que el slide de Stenta la haga caer en una sensación no deseada: “Siento que me falta el aire cuando busco y no te encuentro”, canta desolado en la canción que le pertenece a Juan Iriarte.
Venegas declaró estar muy satisfecho con la búsqueda que inició al componer Barcos: “Nos metimos con muchas ideas a trabajar, sobre todo con esta concepción rosarina. Una vez terminado percibimos que logramos eso que buscábamos: un sonido y una manera de cantar rosarino. Estos atributos son algo que académicamente aún nos falta definir porque no sabemos a ciencia cierta qué es aquello que hace que algo suene a rosarino. Creo que nos debemos un estudio preciso aún”.
– Se te nota muy contento con la idea y resultado del disco. Además hubo un reconocimiento amplio. ¿Cómo definirías al disco ahora visto desde lejos y en la etapa de presentarlo en vivo?
Me trajo muchas satisfacciones. Por un lado, me ayudó a encontrarme como intérprete y hacer un balance como compositor de canciones. Las canciones están hiladas en ese entramado rosarino, en el sentido de que son todas canciones de gente que estaba trabajando acá en la ciudad, sean rosarinos o no. Por ejemplo, Fernando Silva es un contrabajista que no es de acá pero es casi un rosarino por adopción. Vive en Ibarlucea y tiene un vínculo permanente con la ciudad (viene de coordinar ciclos musicales en el Centro Cultural Atlas). Por otro lado, fue la primera vez que yo pensé un disco desde mi rosarinidad, agrupando canciones de colegas contemporáneos con la intensión de generar un repertorio actual de la escena. Tranquilamente podría pensarse como una fotografía, dentro de lo que es un álbum musical, de Rosario. Sin ninguna intención musicológica, ni siendo un exponente de todo lo que sucede en Rosario porque nos quedaríamos cortos, es una selección personal en la que tiene que ver el encantamiento a primera escucha que tengo con canciones que yo siento que puedo apropiármelas, que pueden sonar como si fueran mías. Esto es una variable que tenemos en cuenta todos los cantores y cantoras, apropiarse de las canciones, que atraviesen nuestro cuerpo y que suenen con nuestra originalidad.
– Compartir la coproducción del disco es una experiencia nueva para vos siendo que venís trabajando de otra manera. ¿Cómo fue compartir la producción completa de todas las canciones?
Con Marcelo ya nos conocíamos de antes: somos amigos y fue mi maestro de música. Le tengo confianza ciega. Teníamos el antecedente de que ya habíamos trabajado algunas canciones individuales donde me hizo algunas sugerencias. La diferencia con ahora es que por primera vez hicimos la dirección musical de principio a fin. Pero tampoco fue delegar decisiones porque en ningún momento trabajamos individualmente, salvo las composiciones, sino que compartimos todo. Las sugerencias siempre pasaban por la visión del otro, sin ningún tipo de conflicto. A veces los músicos somos difíciles cuando le tocás algo, te sentís invasivo o hay algún choque de ego, etcétera. En este caso no sucedió porque con Marcelo tenemos una relación hermosa, en todo sentido.
– ¿Cuál es el vínculo que te une a Marcelo, más allá de la amistad casi familiar que tienen? Apunto a saber por qué lo elegiste a él, ya que imagino tenés muchos compañeros y amigos músicos.
Con Marcelo tenemos la particularidad de compartir una historia musical: ambos empezamos con el blues, el rock, nos empapamos de la riqueza armónica del jazz, nos metimos en la música popular brasilera y de ahí encaramos a lo regional. En su caso, él pasó por el tango. Tiene un ser urbano musical y recorrido por un montón de géneros que los tiene incorporados y apropiados. Eso para mí era un componente importante para el disco, ya que entiende los paisajes sonoros que tienen las ciudades. Y quería que eso se perciba en el disco no como un rejunte de cosas inconexas, que incluso termina siendo un riesgo. Teníamos que hacer que suene todo como un mismo disco y creo lo logramos desde la orquestación, donde encontramos una línea que dirige el sentido del disco y los temas se emparentan unos con otros. Hicimos lo posible para lograr esa coherencia.
DESDE EL RÍO
Volvamos al disco. Además de composiciones propias, tenemos la participación y el aporte de canciones de compositores y compositoras de la región. Figuran en primera línea el gran Fernando Silva, Martín Neri, Juan Iriarte y Jorge Fandermole; más el toque de Flor Croci, Ramón Merlo, Claudio Cardone, Carlo Seminara, Lucas Heredia, Mariano Ruggieri y Juan Barreto. Obviamente Stenta, la percusión de Alfredo Tosto y Federico Ramonda en el bajo.
Otra de las particulares con las que nos encontramos es que cada canción fue pensada al detalle sobre lo que tenía que hacer cada instrumento (aquí el arduo trabajo de Julián y Marcelo). Esto es resultado de dos músicos talentosos que se juntan a trabajar y a quienes además los une una gran amistad, un dato interesante a la hora de considerar este arte de hacer canciones. Las emociones son fundamentales para conectar con la composición. Se requiere mimetizar con el proyecto, ser parte y sentirlo como propio. Quizás por eso invitaron al fotógrafo y diseñador, Nano Pruzzo, a navegar los ríos y que colabore con su arte de capturar fielmente la esencia de la obra a través de su lente donde graficó la toma del barco y de nuestro protagonista navegando río adentro.
La intención fue comunicar la mirada de alguien que es bicho de ciudad pero que periódicamente sale a navegar en su bote las rutas aguadas del río Paraná y pasa noches con su guitarra. Julián tiene ese contacto con la música y con la vida. Los silencios, una viola y su voz. Allí habitan otros paisajes, otra manera de ver y vivir el mundo.
– Música, letra y arte de tapa invitan a ver la ciudad desde ese ángulo: desde el río hacia la ciudad. ¿De dónde surge esta idea?
Sí, incluso el show en vivo del disco está pensado como si fuese una visita de un barco que clava anclas a orillas del Paraná y se entretiene en la ciudad. Es como si yo le ofreciera un paisaje sonoro a ese barco no solo como ser urbano que soy, sino como alguien que disfruta del monte isleño. Soy una persona que sale a navegar y se encuentra con esos paisajes y personas que viven allí. Creo que lo entiendo un poco mejor porque habito el lugar. Igual aclaro que soy un bicho urbano, siempre viví en el centro o alrededores y tengo el agite de la ciudad desde siempre. El hecho de comprarme un botecito (el bote que se ve en la tapa del disco) me permitió investigar un poco más lo que sucede ahí. Por eso digo que el disco no es solo un reencuentro con mi ciudad, sino que me permitió entender y resignificar todo un repertorio que, si bien lo conocía, no mucho pero lo conocía, todavía no lograba apropiar ni ver lo que sucedía al otro lado de la orilla.
– Uno siempre imagina a los músicos encerrados en el living de su casa a altas horas de la noche tirando acordes hasta dar con la canción. ¿Qué es lo que te lleva a las islas? ¿Cuál es el impulso que hace que tengas ganas de agarrar el bote, navegar los montes y componer allá?
Para mí toda le gente que vive en la ciudad de vez en cuando tiene ganas de hacerse una escapada para encontrar el silencio. Y el rosarino lo tiene ahí no más, lo cual es la gran diferencia que tenemos con los demás centros urbanos del país. Buenos Aires tiene el Río de la Plata pero lo ve de otra manera porque le da la espalda y no tiene un lugar a dónde llegar. En El Tigre quizás encontrás algo parecido a Rosario. Pero Capital no tiene un vínculo cotidiano con el río. Córdoba tiene un río chico. Acá tenemos una situación privilegiada que marca una gran diferencia e influye musicalmente sobre nosotros. Me parece que son todos caminos que en definitiva se orientan a escapar en la identidad nuestra. Las personas de ciudad son muy permeables a un montón de información que viene de todos lados: musical, cultural y mediática. Y en estas ganas de rasquetear mi identidad, sobre quién soy y qué es lo que sucede en mi ciudad, más allá de lo que viene de afuera, inevitablemente uno termina encontrándose con un repertorio que habla de otras cosas. Después tenemos esta tendencia como rosarinos, que en realidad es un mal argentino, que es estar mirando a Capital Federal o lo de afuera. Entonces, en esta intención de correr esa atención y pensarnos un poco más histórica, cultural y geográficamente es inevitable no dar con repertorios de gente del lugar. Incluso preguntarme a mí por qué antes no estaba vinculándome con ese repertorio. Inevitable no preguntar desde dónde y qué se dice desde ahí. Es inevitable no preguntarse de si uno tiene la pertenencia cuando canta sobre qué tienen esos cantores que le hablan al río, el litoral o algún paisaje de isleño.
CANTO A LA IDENTIDAD
Es llamativo el dato que menciona el compositor sobre la no mención del Paraná en las letras de músicos de generaciones anteriores. Venegas piensa en la manera que tenemos de relacionarnos con el río a diferencia de quienes vienen de otros centros urbanos. El gigante marrón para muchos es una presencia in natura. Las y los millennials quizás desconozcan que durante mucho tiempo allí donde hoy hay parques de Norte a Sur, antes no había más que paredes grises (el color de la tristeza). Venegas toma esta referencia, porque no solo lo llevó a reencontrarse con su música y una manera de componer, sino que lo entiende como una identidad que tenemos en la ciudad.
En De barcos y derivas la referencia al río, los barcos y las derivas son una constante y tienen un sello que se acerca a la rosarinidad que tanto clama Venegas. En “La puerta del lado”, por ejemplo, tenemos a un joven atrapado en el torbellino social de la ciudad, al que se le pide tranquilidad y equilibrio: “Habrá que devolver la llave con la que siempre te encerraste, poquito porque sale por los secretos y pasajes. Héroe de las noches errantes, vuela en un asiento eyectable, cae por querer salvarse y pierde en el amor”. Cómo no sentirse identificado con ese personaje desarmado por el deseo permanente de quererlo todo, víctima de la ciudad que no duerme: “Ni los libros que pasaron, ni las casas que viví, ni canciones elegantes que no soy ni nunca fui, ni el galán que canta, ni el cantor que gana, ni los viejos contrincantes y el estado del país/está vivo el que se quema por vivir, por marcar la cancha, por mirar las manchas del sol, y vuelve al amor”. Una paisaje romántico de quien alguna vez se sintió héroe de esa noche rosarina, esa que tiene todo al alcance de la mano, te deja derrotado y vuelve a hacerte creer en el amor.
– Lejos de hacer un análisis a ciencia exacta, se puede decir que no son muchos los compositores y compositoras locales que le canten al Río Paraná, ¿no?
Yo soy de una generación que disfrutó mucho esta decisión política que tuvo la gestión socialista de hacer todo un paseo ribereño de Norte a Sur. Vi el derrumbe de esa gran pared y lo viví como una ventana constante. La generación de mis viejos para atrás, por ejemplo, no. Ellos tienen una actitud similar a la que pasa en Capital Federal. Para mi generación de 35 años para adelante es más natural vincularse con ese paisaje, sea para navegar o no. El vínculo con el río como paisaje se mete en un montón de canciones, sea del género que sea. Escuché la palabra “Paraná” en un montón de temas. Eso es una diferencia con la trova rosarina, ya que el único que le canta al río es (Jorge) Fandermole. A mí me resulta difícil encontrar vínculo con el río en la obra de Adrián Abonizio, Rubén Goldín y hasta en la de Fito Páez. Lo más litoraleño de Fito es “Parte del aire” que habla de Rosario y el Paraná, después es raro encontrar más menciones. No es una crítica, es una descripción de una generación. Ahora el vínculo con el río es mucho más cotidiano para todos, independientemente del género que hagan.
– ¿Por qué es tan difícil correrse de la porteñización del arte o incluso de la profesionalización laboral?
En nuestro caso, gracias a eso, me parece que estamos en una situación de privilegio con respecto a otros lugares. El río nos da mucha identidad a diferencia de otras ciudades. Nos podemos distraer un poco en lo urbano pero la proximidad que tenemos nos coloca en un lugar fácil. Obviamente que hay miles de formas de vincularse con el río. Pensá que hay gente que se sienta en la barranca a escuchar música al palo como si estuviese en un boliche. No hay con que darle a eso.
OTRA FORMA DE VIDA
Julián es un artista que comprende lo que ocurre en su tiempo y obra en consecuencia. Quizás no lo diga abiertamente pero es un buscador permanente. Sus canciones y estilo de vida se complementan y, por supuesto, se reflejan en sus discos y presentaciones en vivo. Allí no solo se sienten las vibraciones de lo que intenta describir, sino que tocan la fibra emocional de sus espectadores. Dedicado casi exclusivamente al canto, la voz de Venegas conecta emocionalmente con cada significante. Acompañado por una guitarra clásica o con toda la banda sonando a plena, la voz siempre cautiva y atrapa.
Veamos qué dice acerca de lo que siente cuando canta y cómo inició el arduo camino de vivir de la música en un contexto marcado por la incertidumbre y la especulación financiera (los noventa). El momento de la decisión del que algunos optan por jugársela por completos y otros simplemente profesionalizan su hobbie mientras pagan el alquiler con otros trabajos. No es que uno de esos caminos sea superador del otro (sobran ejemplos para demostrar de que no son requisitos esenciales para hacer música y llegar a conquistar corazones ansiosos de canciones) pero son momentos que marcan la vida de los músicos.
“El vínculo con lo emocional termina siendo muy necesario. Sucede que cuando te ponés a estudiar, te entretenés con melodías que te resultan muy lindas o secuencias de acordes copadas que te terminan intelectualizando o te vuelven muy racional y se pierde contacto con el arraigo emocional que tiene la música. Eso pasa sobre todo cuando se propone estudiarla académicamente. Después te das cuenta que sin ese arraigo emocional termina siendo una destreza técnica o intelectual. Después uno vuelve a conectar con la música a través de la emoción. Creo que en el momento en el que estoy, lo considero obligatorio el arraigo emocional. Sin eso, sé que después las ganas de cantar una canción se me va. Pierdo la novedad de eso que me pareció interesante en su momento”, aseveró.
Son muchos los músicos talentosos a los que les perdimos el rastro justamente por eso: su destreza técnica perdió conectividad con lo emocional. Nos impresionaron con un par de canciones y nada más. Son los hiteros de la racionalidad musical. De lo contrario, es más común encontrarse con un músico con poco conocimiento académico pero que conecta afectivamente con la canción y al día de hoy seguimos disfrutando de sus presentaciones. Nuestro Chula tiene el título de artista por el reconocimiento de su público y colegas y, por sobre todas las cosas. porque conjugó técnica y talento con las emociones.
– ¿Tu relación con la música siempre fue así o fue variando?
No, a veces no. Tengo un montón de canciones que ya no puedo cantar más porque no me pasa nada. Ahora que me pongo a pensar, algunas las hice más desde un lugar de estudio que desde lo emocional o afectivo. Fue una secuencia de acordes que me gustó, una letra que más o menos encajaba y ya. Pero eso a la larga no dura, se evapora. José Santucho, que es un compositor rosarino de gran talento, dice que “las canciones son verdaderas si en ellas sobrevivimos”. Es mortal esa frase y es tal cual, cuando la escuché me sentí identificado al toque. La canción es verdadera si vos sobrevivís en ella con el paso del tiempo. Si tenés ganas de cantarla una y otra vez. No digo que esto tiene que ser un dogma porque puede pasar que hagas canciones que respondan a una circunstancia pero también sabemos que esas obras no duran en el tiempo.
– Hablemos un poco de tu formación como músico. Sos parte de una generación de músicos que tiene una formación autodidacta. ¿Se puede tocar tan bien un instrumento, en tu caso la guitarra, sin tener un estudio académico? ¿Cómo recorriste ese camino del autoaprendizaje?
No es tan novedoso como pensás. Hay una conversación que da para otro momento, pero es que Rosario no tiene una casa de estudios que forme profesionales de la música popular. Tenemos profesorados, tecnicaturas y la exigencia universitaria, pero están orientadas a la música europea. La música popular no cuenta con una exigencia académica. Es un problema porque estaría bueno que exista. Nunca está bueno, tampoco, delegar la educación de uno en una institución. Pero cuando decidí ser músico popular no me importaba si había una universidad. Fui y lo hice, lo mejor que pude, obvio. Tuve la suerte tener la guita para pagarme profesores particulares, pero a veces se cae en el error de pensar de que los autodidácticos no tienen el nivel de exigencia como el que te da una casa de estudios. Marcelo, por ejemplo, tiene una información que tranquilamente podría estar en alguna universidad y se la buscó solo. Lo hizo desde la energía más linda que tenemos, que es el entusiasmo. Lo ideal se da cuando vos sabés que querés ser músico popular, tenés hambre de conocimiento y encima tenés una casa de estudio que te junta con un montón de colegas que te proponen permanentes actividades que te estimulan y ahí es cuando se te explota el mundo. Esto es lo que Rosario nos debe. Es como que no se anima a llegar a ese nivel.
– A vos te explotó el mundo, imagino.
Me pasa ahora, a los 35 años, imaginate. Ahora estoy estudiando en Villa María, me inventé una especie de carrera a la distancia. Allí hay una licenciatura en composición de música popular que hace cuatro años que la estoy haciendo. Voy un día y curso lo que me parece más importante y después rindo todo libre porque no me queda otra. Percibo ahí una referencia de universidad como institución por el programa de estudio que tiene, la calidad edilicia y por la calidad de docentes porque son profesores que están tocando en vivo, musicalmente hablando, no son solo docentes. No es por desmerecer a quien no toca en vivo pero si vos enseñás o te proponés ser un docente de música, tenés que tener rodaje en el escenario. Es hasta una contradicción andante. Todo esto que te digo me hubiera gustado vivirlo a los 18 años, cuando llega la hora de tomar la decisión de hacer y vivir de la música. A veces las instituciones cumplen la función de arengar al alumno. Si te gusta eso que estás estudiando y encima la institución te incentiva emocionalmente, dudás menos y termina siendo más fácil decidir.
– ¿Recordás tu momento cuando tomaste la decidiste vivir de la música?
Siempre supe que era músico pero no de profesión. Hay una decisión importante cuando uno decide vivir de la música porque le quitás todo el halo de idealización, eso de que siempre la vas a pasar bien, lo tenés que desromantizar. Y te encontrás con cosas que son difíciles realmente. Fue difícil porque tuve otras opciones para elegir. Renunciar a todo eso, sin dudas fue un parto. Además, en mi círculo familiar no había un alguien que lo haya hecho. Mi abuelo fue el que más se arrimó porque fue pintor. pero vivió como empleado judicial. Mi vieja fue maestra de jardinería, ama de casa y mi viejo empleado judicial e hizo carrera en tribunales hasta llegar a juez federal. Él tocaba la viola y cantaba, igual que mi madre. Lo impresionante es que son afinados. Pero siempre tuvieron un vínculo que les hacía bien, que les gustaba conocer y conectarse. Pero no era un medio de vida. Yo fui el primero de la familia que decidió dedicarse.
MEMORIAS DE RESISTENCIAS
Sobre el final de la nota chocamos con varios temas que tienen que ver con su pasado, presente y futuro a partir de su mirada crítica a la falta de instituciones públicas que enseñen un programa actualizado de música y la necesaria descolonización de la universidad. Esto lo llevó a reflexionar sobre sus orígenes donde recordó sobre su pasado bluesero que lo derivó en la música litoraleña. Todo, por supuesto, contextualizado por la historia Argentina: el vaciamiento que sufrió el género popular desde la última dictadura hasta comienzos de este siglo con la aparición de un Estado que puso al frente de un Ministerio de Cultura a Teresa Parodi. Estas reflexiones lo llevaron a levantar las banderas de lo nacional y popular, defender lo de acá para empezar y dar de nuevo a pesar de que otra vez estamos chocando con políticos insensibles que siguen mirando lo que pasa afuera y no cuidan nuestra cultura, nuestra identidad.
Por último, la invitación a una puesta novedosa para los músicos ya que el Chula tomó la idea de los teatreros para hacer temporada de conciertos, que hizo obra durante el mes de octubre (todos los sábados) presentando el disco en la Cultural de Abajo. Una idea novedosa que por un lado viene a colmar la ansiedad por estar en el escenario y mostrar su trabajo y, por otro lado, en tiempos de streaming y de bolsillos flacos, es un acercamiento a la música en vivo y a revivir ese consumo tan necesario para los tocadores de canciones.
– Ya sos dueño de un estilo inconfundible. Podemos decir, como en la vieja escuela, que si suena una canción en la radio podemos identificarte inmediatamente. ¿Cómo lo sentís vos?
Es difícil clasificar a las músicas, más en una ciudad como Rosario. Fijate que ya se habla del género canción, como una especie de Aleph donde se puede ir a donde vos quieras, siempre y cuando hagas un balance entre música y letra. Liliana Herrero habla de choques de estilos, no de mezclas. Es un término muy interesante. Es una especie de cuestionamiento a uno mismo y con el pasado, presente y futuro. Desde ese lugar, el camino a la identidad es dificilísimo. En ese caso, la identidad y la originalidad no se busca tanto afuera, sino más bien en la historia de uno. Cantando desde la historia de uno, con toda esa influencia me parece que se inicia un camino de autenticidad un poco más recomendable si uno realmente tiene esa inquietud por sonar a uno mismo. Entonces si vos componés un blues pero lo hacés incorporándolo a tu historia personal y desde ahí elegís el ritmo bluesero para hacer una canción, ahí empieza la identidad, aparece algo nuevo que no sabés a dónde te va a llevar pero empieza a aparecer. El problema es cuando incorporamos todo y nuestra historia personal queda totalmente pisada. Se silencian un montón de historias, ya sea de tu familia, de comunidad, pueblo o país. De hecho, de ahí viene la principal herramienta de dominación no solo económica, sino cultural. Ese balance es difícil, más en una ciudad tan cosmopolita como Rosario, Córdoba o Buenos Aires.
– El hecho de que Rosario no tenga fecha de fundación es elocuente a lo que decís. Después, si recorrés la noche rosarina desde el 2015 a esta parte pasó de todo: explosión de bandas de cumbia, reggae, funk, soul, trap y el cierre de lugares emblemáticos para el encuentro de músicos y público. Pero, al mismo tiempo, hoy tenés la fusión de grupos que combinan estilos y se han creado festivales donde conviven un híbrido de público interesante. ¿Qué opinión te merece todo lo que pasa en la ciudad?
No quiero aportar a la idea de que Rosario es difícil. Es la argentinidad, más que la ciudad. Y hay un montón de variables que son comunes a un montón de lugares comunes del país. Me parece que todos esos choques que habla Liliana son válidos si son genuinos, auténticos, si se hacen desde un lugar de inquietud. Escuchás algo, que quizás no tiene que ver con tu palo pero te entusiasma desde un lugar y te moviliza, ya está. Si se hace desde ese lugar es más genuino. No estás buscando un resultado ni económico ni de reconocimiento. En definitiva, son ganas de conocer más al ser humano en sus variadas expresiones. Después va a haber gente que hable al pedo, eso siempre estará. Ojo que hay gente que se coloca desde un género en particular y está muy bien también. Criticar a Juan Falú porque no hace un rock and roll es una pelotudez. El loco ya tiene su lugar en el mundo y gracias a Dios, porque lo disfrutamos un montón.
– ¿Dentro de esos choques de estilos que mencionás, qué cosas no permitirías que le falten a tus canciones, independientemente de los géneros que te inspiran?
Sinceridad. Porque no me entusiasma otro lugar, tiene que ver principalmente con el entusiasmo, con lo que a mí dan ganas de hacer. Y las veces que logro una conexión genuina con las cosas que quiero decir, siento que lo disfruto mucho más. No quiero negociar más el disfrute. A veces uno piensa que se va a equivocar en la tocada, que vas a desafinar y eso no me interesa mucho. O cada vez me interesa menos. Solo me interesa darle lugar al disfrute y eso tiene que ver con la sinceridad, encontrar un equilibrio entre la exigencia técnica y a la vez una comodidad que te permita manifestarse con naturalidad y no pensar tanto. Busco encontrar un balance entre esas variables para concretar el disfrute.
– Este año presentaste el disco en un show que diste en la Lavardén y ahora estás por hacer temporada durante todo el mes en la Cultural de abajo, como hacen las obras de teatro. ¿Es otro desafío para los que vienen de la autogestión?
Barcos y derivas me gustaría presentarlo un montón de veces. Si bien hay una etapa de ensayo y producción que está buena porque le da seguridad al repertorio, el rodaje que se gana en el escenario se logra solo ahí. Hay un crecimiento que solamente se da cuando estás en el escenario, por más ensayo y estudio que traigas desde tu casa. A diferencia del teatro independiente que mencionaste, ellos nos llevan años de diferencia como organizadores. Una de las cosas que tienen es que logran balancear el trabajo previo a la producción de una obra con su muestra en vivo. Están acostumbrados a hacer funciones dos meses seguidos, saben que cuando termina la función, van a estar durante tres o cuatro semanas seguidas haciendo lo mismo. La mayoría de los que estamos en la música, sabemos que tenemos la novedad de la presentación, ponele que una fecha más y después tenés que empezar a ver qué onda y capaz que no te sale nada por un año. Termina siendo todo muy contraproducente. Por eso me gusta la idea de estar en función por un mes.
– Entiendo que la música popular no cuenta con un público masivo pero al mismo tiempo es seguidor y tiene la particularidad de estar siempre presente, es fiel. Consume y acompaña, pagando entradas. Lo cual no es menor este último dato.
Sí, creo que acompaña y creció. A diferencia de los 90, fue creciendo mucho. En esa época hubo una especie de ola foránea que se llevó puesta un montón de cosas, entre ellas, el consumo. Desde los milicos y más atrás, se hizo un combo nefasto. Eduardo Falú habla de una interrupción de la memoria cultural, en referencia a la última dictadura. Hubo miedo de un montón de exponentes de la canción y de muchas artes que se exiliaron y también la irrupción del rock. Eso hizo que un montón de tradiciones dejaran de escucharse. Después creo que hubo un resurgir de todo, incluso el tango-canción creció muchísimo. Te lo digo mirándolo de afuera pero conozco un montón de colegas que me cuentan y veo que hay una nueva camada de jóvenes que tocan cada vez mejor. Apareció un repertorio de canciones re lindas, que están conectadas con la tradición pero hablan desde otro lugar. Veo renovación. Entonces, me parece que luego de doce años de un gobierno de tinte nacional y popular influyó un montón en forma positiva. La inversión en cultura con la creación de un Ministerio de Cultura y ponerla al frente nada más y nada menos que a Teresa Parodi. La creación del Instituto de la Música (INAMU). Todo fue una decisión política de volver a encontrarse con la argentinidad. Además de esto, hubo un montón de trabajos de muchas personas: en Rosario tenemos el Encuentro Nacional de Música Popular que ya tiene 16 años de actividad, desde antes del kirchnerismo. Hoy en día nos encontramos con que en una semana se llenan todos los teatros de la ciudad. Yo creo que eso también lleva a contribuir a crear un público, a incentivar a los pibes a que estudien el género y todo lo que se puede generar alrededor de esos encuentros. Pero tampoco quiero ponerme en el lugar de denostar a otros géneros musicales porque el rock, el jazz y demás nos dieron un montón de cosas.
– Y estos encuentro contribuyó a que se produzcan esos choques que habla Liliana. En Rapto solemos decir que se corrieron los límites y se están acabando los prejuicios musicales que alguna vez existieron, esas especies de grietas insólitas que no te permite “gustar” de determinadas bandas.
Que haya libertad en eso y no injusticia musical de preponderancia en un género por sobre otro. Que en los medios de comunicación haya lugar para todas las expresiones y la necesidad de que las casas de estudios se dediquen a balancear toda esa información que viene desde los medios masivos, que claramente no tienen intención de resaltar los rasgos culturales de los lugares. Eso se le hace frente desde el Estado con sus decisiones políticas, con creación de casas de estudios, incentivos a la producción, etcétera y con la organización que podamos tener nosotros independientemente desde el Estado.