La Piba Berreta llegó a Rosario para presentar Un Dios Nuevo en Bon Scott. El derrotero de una artista que construye entre la permanencia y la desilusión.
Todxs necesitamos a alguien o algo en qué creer.
Cuando nada tiene sentido. Cuando no quedan lugares a dónde correr. Cuando el hastío es demasiado para el cuerpo. Cuando la cabeza se derrite de rumiar en bucle.
Un Dios Nuevo trata de eso. De encontrar un cielo propio, único; una constelación personalísima donde ahogarse signifique respirar, y hundirse sea la forma de salir a flote hacia otro lado. Una pócima surrealista que apela al sinsentido lúdico como salvación ante la asfixia del mundo concreto.
Con su segundo álbum, La Piba Berreta construye un lugar para estar a salvo, aunque nada ni nadie lo esté jamás. Un disco que es el deseo de algo más. Algo en qué creer.
La música es la diosa predilecta de La Piba Berreta, alias La Rusa, alias Luludot. A la música le rinde cuentas y sacrificios. Cree en la música. Tal vez más de lo que cree en sí misma.
Esa fe está astillada. Luludot lo sabe. Sin embargo, es suficientemente poderosa como para hacerla seguir adelante.
La música la salvó.
La música la trajo hasta aquí.
Luludot no idealiza la música. La música no va a salvar el mundo, pero al menos puede salvarle el día a ella. Día tras día. Paso a paso.
Nadie dijo que sería fácil. No hubo promesas de nada. Jamás asomaron las redes de seguridad. Nunca hubo siquiera un atisbo de garantías. Ni de pegarla. Ni de llegar a fin de mes.
De todas formas, aquí está.
Luego de dos intentos fallidos de fecha en Refi, finalmente La Piba Berreta pisa Rosario.
Llega acompañada de dos camaradas de aventuras: K4 en guitarra e Iván Klomp en batería.
El trío prueba sonido en el cuartito de Bon Scott, durante un atardecer pegajoso.
Luludot anticipa que la prueba será minuciosa. Durante casi una hora revisan detalles de guitarra, voces, batería y ubicaciones.
Cuando terminan de tocar los tres, ella da unos pasos hacia adelante y escucha a sus compañeros. Señala ajustes. Afinan cualquier margen de error.
El volumen de la batería demanda atención particular. Intentan una vez, otra, le buscan la vuelta.
En el centro de la sala, La Rusa chequea atenta. Su lenguaje corporal advierte que tiene todos los sentidos encendidos. Muestra una faceta diferente, al menos para quienes la conocen de tocar en Rosario: está en modo líder del proyecto. Ese rol parece novedoso. Dirige la aventura. Conduce.
Algo ha cambiado. Una madurez consciente que llegó con la permanencia del proyecto. La Piba Berreta es una aventura firme, a pesar del mundo convulso que reside afuera.
Artista cien por ciento autogestiva, está en todos los detalles. Prueba sonido. Despliega el vestuario en el camarín. Descarga la lista con los nombres de las anticipadas vendidas. Se maquilla. Hace fotos. Responde preguntas. Es un montón.
Se refresca con un Gin Tonic. Sonríe. Está expectante. Sabe algo: luego de la doble frustración previa, Bon Scott ofrece la escala ideal para reencontrarse con su público en primerísima primera persona.
En términos de gestión, le interesa el vínculo afectivo y respetuoso, dice. Lo encuentra en sus anfitriones, así como también en la gente que la asistió para que la fecha pudiera concretarse.
Vienen directos desde Córdoba, donde ella ofreció un taller de escritura y luego fueron parte de un festival.
Ahora, Rosario. Enhorabuena.
Luego de un año de espera, Un Dios Nuevo tendrá lugar entre nos.
Va a vender libros, recibir muchos abrazos y besos de la gente, y también algunos regalos, o propuestas para armar nuevas fechas.
Faltan cuarenta días para 2025, pero ya hay una pequeña ilusión para el futuro inmediato. Hay que creer en algo. Hoy será en la música y en los vínculos que ésta posibilita.
Cuando una sala se electrifica por completo, lo técnico es redundante: no importan los cables, ni los enchufes, ni la amplificación, ni los instrumentos. La literalidad queda aplastada por la respiración expectante de cada persona presente.
Cuando sale al (no)escenario, hay algunos alaridos. Será curiosidad o serán ganas. Simplemente, deseo
K4, Klomp y Luludot lucen un vestuario isabelino oscuro; como un ensamble llegado de un fotograma de Giallo sesentoso. Torsos desnudos, encaje e hipnotismo de la piel.
Algunxs adolescentes se entremezclan con unxs cuantxs treintañerxs. Hay quienes nunca la vieron en vivo. Será bautismo de ruido.
El trío toca trece temas. La lista está conformada por canciones del reciente disco, además de trabajos previos.
La Piba Berreta ofrece una mueca mordaz por la vida.
En ese sentido, ella oficia como un pararrayos de lo voluble, condensando instintos y sentidos de lo que nos hace mortales. Esa cualidad también está presente en sus discos, aunque en el vivo todo adquiere otra dimensión: la urgencia se vuelve carnal. Eros y Tánatos revolotean en lxs cuerpxs. Pasión, deseo y vida se chocan con la muerte, la agresión y el trauma. ¿Demasiado? Claro que no. Demasiado no es suficiente.
¿Perfomance o realismo cutre? ¿Acaso importa? Cualquier clasificación es inútil. La crudeza arrogante de algunas canciones es tal que ni siquiera se interesan en ser punk. Simplemente son.
Con descarnada decisión, se aleja de los convencionalismos aesthetic, optando por su propio desvío. Se aleja, para adentrarse en una oniria sudaca e irreverente. Es ruidosa y contagiosa; canaliza tanto a su interior como al de su público.
La gente se libera gradualmente con cada uno de sus estribillos que no son tal: en todo caso, son golpes de gracia o declaraciones de rabia.
La lista avanza en un baile cadencioso, de afinación sencilla, que atraviesa varios ritmos. El garage es omnipresente. Lo tropical da paso al acid house. Todo es impuro y bastardo: una promiscuidad sonora que incita.
Luludot se mueve según la ocasión. Va alterando su outfit acorde a la temperatura. Se ríe sola de los saltitos que pega para entrar y salir de sus botas (que son piropeadas por alguien del público).
La batería garagera de Klomp no cesa. K4 mete cimbronazos alrededor de la voz grave de Luludot. Su rango puede ir desde las notas más bajas, casi cavernosas, hasta ciertas ondulaciones de bolero esquivo que sacan lo mejor de ella como cantante.
Cuando interpreta «Andate», toca la guitarra y canta. No existe nada más alrededor. La escena lo consume todo: las respiraciones, los suspiros y los temores que evoca la letra.
Su mirada, directa al vacío, atraviesa la sala. No le pertenece a nadie.
Un dios nuevo tuvo buena recepción por los medios especializados que se interesaron en reseñarlo. El público lo disfrutó, celebrando la continuidad del proyecto, además de recibir nuevas canciones favoritas.
El disco se presentó en Capital Federal y se tocó allí donde fuera posible. Las fechas tuvieron una escala merecida de banda completa, flamante puesta en escena, invitadxs y más.
Atravesando un contexto inflacionario complejo, cada movimiento fue impulsado por la tracción autogestiva de Luludot, encabezando un proyecto que, en poco tiempo, cobró otro rigor de exigencia: fechas, salas, ticketeras, ensayos, anticipadas, porcentajes, promoción, redes sociales, videos, banda, vestuario, prensa y largo etc que podría traducirse en un grito ansiedad. Aun con un equipo cercano de talentos cubriendo varios de esos frentes, la demanda fue feroz. Luludot estaba por mil partes. Entera, pero sintiendo los tirones de semejante demanda.
Además del relevante resultado del disco, o de la gran forma que demostró la banda en vivo, los últimos veinte meses de La Piba Berreta nos dejan saber que el proyecto evolucionó hacia algo más.
Desde afuera, la percepción es que hay apuesta superadora: la solista está muy bien acompañada, quizás lo suficiente como para olfatear indicios colectivos en La Piba Berreta.
“Vengo con eso rondando en la cabeza”, cuenta.
“Creo que durante un tiempo fui yo encabezando y que ahora estamos en un periodo de mutación que no sé bien en qué va a derivar”.
Piensa un segundo. Desarrolla, de forma pausada, casi tímida. Se adivina cierta catarsis. Quizá la oportunidad de decir en voz alta eso que viene rumiando dentro suyo.
“A mí me tiene muy agotada responder por todo; ser la madre de este proyecto. Claramente ganó la colectividad. Los integrantes de la banda se volvieron ya se volvieron partes fundamentales”.
Con todo lo positivo del equipo que la acompaña y la contiene, recientemente se sinceró, entre catarsis y fatiga: no quería seguir más.
Fueron sus compañerxs quienes la alentaron para continuar. Si ahora está en Rosario, a punto de tocar, fue por el abrazo colectivo que supo recibir a tiempo.
Con la venta de entradas cayendo un 50% desde octubre, tanto en Capital Federal como Córdoba, Santa Fe, Rosario y La Plata, hubo giras, fechas importantes y algunos festivales-franquicia que tuvieron que reprogramarse, suspenderse hasta nuevo aviso o directamente darse de baja. Aun metiendo gente por lista de invitadxs, la merma se hace sentir fuerte, sin señales de pronta mejoría.
En ese contexto, artistas que operan con productoras detrás, tienen la espalda para soportar los embates y crecer hasta lograr una diferencia. La gestión independiente real es otra historia. Mil pestañas abiertas para un RAM que funde, tarde o temprano.
“Estoy muy cansada. La responsabilidad es mucha. A veces se pierde plata. A veces nada sale como pensamos. Hay impedimentos que son re difíciles para un proyecto autogestivo. No es solamente lidiar con la parte económica y logística, sino también con las individualidades: somos todas personas que por ahí tenemos nuestros mambos personales”.
Hacia adentro, el proyecto de La Piba Berreta atraviesa un periodo de transformación. De forma sensata, ella abraza el progreso del viaje. Lejos de desconfiar del cambio, lo acepta: “estoy abierta a que el año que viene empecemos una búsqueda que, por ahí, no sé dónde nos lleva. Capaz que es cambiar de nombre y encarar de otra forma. Se volvió fundamental cada persona integrante. Me encanta eso. A veces reniego porque me dan ganas de matar gente, pero después veo el resultado en lo artístico. Sonoramente vamos creciendo, mejorando y perfeccionando. Cada vez que logramos cosas mejores a nivel calidad también me parece que hay una mística súper interesante.”
Luludot tiene una certeza: su música llega gracias a la constancia. ¿A quién llega? A un público joven que, post pandemia, se acercó al calor de las cuevas del under y alberga el afán de rastrear más allá de lo establecido por playlist editoriales, la prensa paga y los festivales de productoras. Por fuera de todo el circo, la figura de Luludot aparece de forma reiterada. Por Lxs Rusxs. Por La Piba Berreta. Por colaboraciones con distintos artistas.
Su persistencia es resultado de un pulso genuino de autogestión. Cabeza y corazón apostando a un proyecto común. De nuevo: ella lidera, pero está acompañada.
“No se puede borrar el pasado”, afirma. Sabe que múltiples proyectos pueden convivir. Los que surgen, los que vuelven, los que continúan.
Ella misma se multiplica. Compone, toca, escribe, edita. Propone talleres. Agita encuentros.
Puede que esté cansada, agotada incluso, pero nunca vencida.
A su corazón intrépido ahora le suma la claridad que llega de hacer terapia. Algunas revelaciones aportan cierto solaz. Su cabeza sigue trabajando a mil, pero puede hacer en pie en ciertos aspectos.
“Comprendo que mi música no va a estallar, de repente. Estoy acostumbrándome a transformar este sentimiento de fracaso en otra cosa. Empiezo a ver el lado valorable. A veces el cuco se vuelve muy grande. Las expectativas son re grandes, es mucho trabajo, mucha inversión. Soñamos con que este trabajo logre cierta sustentabilidad. Es muy difícil. Siempre está ese sueño: en algún momento me va a ir bien a nivel económico”.
A su alrededor son varios aspectos los que marchan bien. Ella lo sabe.
El desarrollo artístico es sostenido. Está orgullosa y agradecida con la gente de su equipo. Cada fecha con banda completa representa un logro. Son ellxs contra el mundo.
A pesar de los palos, se mantienen en pie. Cada apuesta lxs hermana más.
“Después veo lo que pasó con las chicas de Las Ligas Menores. A ellas les iba bien económicamente. Después se pelean entre ellas. Todo lo construido se disuelve, se rompe, se caga”.
“Está confundido lo que es el éxito. Nunca dejé de trabajar. Siempre saqué algo de la constancia, pero asumir que ésta es la forma…es algo que estoy entendiendo en este último tiempo”.
Luludot siempre habitó el margen. Está haciendo las paces con ese afuera. Un afuera que construyó con dedicación.
La paciencia comienza con lágrimas y, al final, puede que asomen las sonrisas. La zona de promesas está minada de júbilo y espinas.
La música de Luludot se va filtrando entre un público particular: gente que siente de una manera única, que sufre de una forma especial y enfrenta la vida de un modo distinto.
Si te gusta una canción de La Piba Berreta, ya estás adentro. Percibís el mundo desde otra perspectiva. Tenés un cuestionamiento que te separa del resto, pero te acerca a otro grupo que ríe y llora en la misma frecuencia que vos. Es un valor único, un tesoro fuera de este mundo brutal, el hallazgo vital de un cielo propio.
Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard