Repartiendo sus días entre la música y la militancia estudiantil, Mateo Fuertes viene creciendo frente al público desde un plano discreto aunque constante. Como miembro fundador de African Koalas, toca desde los 14 años en diversos escenarios de la ciudad, oscilando entre las movidas del indie y el groove. Con Tributos al sol, su reciente EP, abraza un nuevo ciclo estético en su faceta solista.
“Los mejores discos se escuchan sobre el colectivo”, afirma Mateo Fuertes con una sonrisa luminosa. Se refiere al tiempo que periódicamente pasa enchufado a sus auriculares, yendo y viniendo a la escuela, de Fisherton a Luis Agote y viceversa.
A las seis de la tarde, el otoño trae la noche demasiado temprano, pero la puerta principal del Complejo Educativo Gurruchaga, popularmente conocido como “La Gurru”, está tan transitada como siempre. Hay alumnxs y padrxs por doquier. La mayoría está saliendo. Otrxs están esperando. Es una dinámica que las calles del barrio Agote conocen de memoria desde hace largas décadas.
A pesar de la extensa jornada, Mateo rebosa de energía. Sus días transcurren en la escuela, cumpliendo con sus obligaciones y mucho más. Durante la semana, el tiempo libre que tiene es contado. En cada oportunidad trata de aprovechar al máximo, incluso cuando tiene que hacer una entrevista, algo que podría parecer atípico en la vida de cualquier adolescente, aunque para Mateo parece suceder con cierta frecuencia. Como vicepresidente del Centro de Estudiantes de la Gurruchaga, últimamente llegaron varias notas. Como músico, en calidad de integrante del combo adolescente African Koalas o como solista, algunas más.
En mayo de 2022 a Mateo le caben varias presentaciones: músico, militante, vice, solista, compositor, tecladista. Con todo, ninguna presentación califica como una definición real. Todo está sucediéndose en la vida de este joven de 17 años.
Mateo se reparte entre la familia, lxs amigxs, Central, los colectivos, la escuela, el centro de estudiantes, la militancia y las canciones. A ese listado, además, se debe sumar los recitales, que volvieron a pleno, devolviendo a la gente esa necesidad de encuentro y ritual colectivo donde la música se transforma en un elemento de construcción fundamental. Mateo disfruta de esa comunión, conectando con decenas de desconocidxs. La música tiene poder. Lo entiende desde hace tiempo. Aun sabiendo eso, prefiere tomarse el tiempo para organizar su propio recital. Acaba de publicar Tributos al sol, recomendable EP que marca el inicio de su nuevo ciclo estético. Sin apuro, prefiere apreciar este momento. Quiere disfrutarlo. Todo está por venir. Tiempo al tiempo.
Tributos al sol está compuesto por tres canciones trabajadas con un esmero por el detalle, una inclinación de orfebrería inusual en las sucesivas correntadas musicales centennial, caracterizadas por una inmediatez basada en el home recording y justificada por la ansiedad digital propia de una era donde pocos factores cuentan más que el ahora más inmediato.
«Prólogo», «Tabaco negro» y «Ambivalencia» denotan un trabajo cuidado donde Fuertes se permitió la oportunidad de desarrollar arreglos, precisar su léxico y sumar aportes externos que no son meros feats pirotécnicos, sino un complemento potenciador.
Este EP independiente que llegó hace menos de un mes parece haberse construido desde la certeza del menos es más. Cada una de las partes involucradas en las canciones se luce de manera exacta, logrando un equilibrio general casi perfecto. Se trata de poco más de 12 minutos de un músico que se debate instrumentista o cancionero. Mientras esa ambivalencia se debate, Tributos al sol logra exponer una realidad: Mateo Fuertes acaba de lograr un paso certero, el comienzo de un camino musical que tiempo atrás se evidenciaba como probabilidad y que ahora se manifiesta real.
En los aportes antes mencionados se cuentan Chiljud en saxo, Manuel Fuertes en trompetas, Guillermo El Willy Rosa en guitarra y Lucía Tessa en voces. Fermín Sagarduy estuvo a cargo de la mezcla y la masterización. Finalmente, Mateo se despachó con la composición, la producción y la grabación de las tres canciones.
El comienzo con «Prólogo» nos muestra a un Fuertes en clave arreglador cuasi jazzero que puede soltarse para entregarse al mood. Es fácil imaginar a la canción transformarse en una zapada cuando llegue el momento de presentarse en vivo. El inefable Chiljud suelta su saxo aportando matices que aparecen y desaparecen mientras Fuertes se hace fuerte desde su teclado, manejando buena plasticidad: puede ser un arreglador o puede ponerse a jugar; divertirse hasta soltarse parece ser el objetivo definitivo. Chiljud mete un contrapunto, pero no se queda a vivir, dispara y vuelve a esconderse mientras Fuertes exhibe sutilezas que tienen la gentileza de evitar el virtuosismo onanista.
Para «Tabaco negro» todo se transforma: entra un cancionero que disfruta la nobleza de la madera. Su voz pone a la palabra en un plano narrativo, sin dejar que tome el control. La letra, precisa en cada una de sus palabras, se adentra en el paisaje sureño, mostrándose humilde ante los ecos ya cantados -e inspirados- en esa tierra.
«Ambivalencia» recoge algo del zeitgeist pandémico, retomando la situación de experimentar los días mirando a través de las ventanas. Escaparse es un deseo, la intención de protagonizar apenas unos instantes cómplices. Aquí otra vez hay mucha madera instrumental que se combina con registros de atmósfera real de las arboledas de Fisherton.
Sin declararse como un tríptico, Tributos al sol funciona con contrastes marcados que se complementan. Por sobre todas las cosas, el EP nos deja saber que Mateo Fuertes está despegando.
El despertar musical de Mateo tiene un origen familiar mas no se trata de la clásica historia de madre o padre con inclinaciones musicales. El inicio artístico de Mateo tiene un único responsable: Manuel, hermano mayor y trompetista de Latelonius.
Ambos hermanos comparten ciertas pasiones irrevocables. Rosario Central es la primera. Es común verlos portando la camiseta o alentando en las tribunas del Gigante de Arroyito. La música es la otra corriente que corre con profundidad por sus corazones.
Mateo aclara rápido que todo se lo debe a Manuel. Hay una gratitud declarada en su tono de voz. Fue su hermano quien le enseñó sus primeros acordes de guitarra cuando Mateo tenía unos diez años. Esas primeras instrucciones fueron suficientes para abrir otra dimensión en el niño. Podía conectar de forma distinta con el mundo que lo rodeaba. Mateo no se olvida de ese gesto fraterno que sería un portal hacia otro lado, su propio mundo.
Patricio Rey y Callejeros fueron algo fundamental, un micro universo que permitía asomarse hacia el afuera. El mundo se intuía enorme, algo todavía por descifrarse. Las canciones de esas bandas ayudaron a tener otra perspectiva de lo que había más allá de la familia, sus amistades y su escuela. “Vengo de ese palo rolinga”, cuenta Mateo mirando hacia un lustro que quizás haya quedado atrás, pero que sentó las bases para una sensibilidad social que más tarde reaparecería en su militancia.
De esa primera etapa formativa, inmerso en las canciones ricoteras y el grupo de Villa Celina, Mateo destaca mucho. Además de su recuerdo inquieto por adentrarse en toda la información disponible, apunta en particular una fascinación por hacer canciones en formatos clásicos, encontrando algo seductor en ese oficio de contar una historia. Ya manejando la guitarra, las canciones se apreciaban como posibilidades reales. Podía hacer las suyas, podía darle rienda a sus propias historias.
Tiempo después haría aparición el teclado. Mateo se quedó ahí, explorando a medida que sus intereses se amplificaban. La adolescencia trajo una multiplicación de su curiosidad. La escena rosarina, mientras tanto, iba evolucionando a la par.
Con el teclado Mateo se largó solo. La viola quedó definitivamente relegada mientras su cabeza iba captando otra información. Mucha data quedaba lejos, pero la instantaneidad de la Internet permitía un rastreo eficaz. Más cerca suyo, en las calles, el circuito rosarino empezaba a teñir su sonoridad mientras tendía dos senderos: el indie, más cercano a la canción, el groove, zumbando alrededor del funk, del jazz y del neo soul. En esos vecindarios musicales Fuertes encontró poderosas razones para sentirse atraído. La canción como el vehículo consciente del decir; lo inmersivo del mood en las jams; el beat custodiado por la rima en el rap; la amplitud musical del nuevo escenario groove como elemento cautivante y experiencial. Mateo prestó atención especial a cada uno de esos factores. Desde allí tendió un espacio personal donde indagar.
El proceso de descubrimiento de sus herramientas -voz, palabra, teclado, midi, Internet- coincidió con un periodo de despliegue y saltos definitivos en Rosario: Groovin Bohemia se desmarcaba del resto, empezando a labrar su propia leyenda como grupo más convocante de la nueva generación, entregando shows magnéticos, con destreza musical, calidez humana y fiesta integradora de generaciones varias; Gladyson Panther hacía sus primeras cosechas de lofi, formulando una identidad performática e impredecible, entre estribillo popular, depresión adolescente y melodías pegadizas; grupos como Depto de Islas forjaban una profundidad transversal impulsada por curiosidad orgánica y sonoridades sintéticas. Mateo tenía el oído atento a todo eso, reproduciendo esa data en su computadora o teléfono móvil, además de concurrir a los recitales. Manuel Fuertes, entre tanto, iba haciendo lo suyo con Latelonius, compartiendo escenarios con varias de las bandas que cautivaron a su hermano menor.
Dentro de la cabeza de Mateo, en plena adrenalina adolescente, su atención se disparaba. Permeable a cada nueva experiencia, fue expandiendo sus sentidos, abrazando una diversidad que iba modificándolo tanto estética como políticamente.
En 2018, cuando empezó la secundaria, su propia historia musical lo estaba esperando. En la escuela se conoció con Milo. La amistad fue instantánea. No tenían duda alguna: tenían que armar algo juntos. “Nos dijimos tenemos que hacer una banda, el destino nos puso para esto”, recuerda Fuertes.
La dupla ya se había conformado. Sabían que iban a formar algo. ¿Qué cosa? No tenían idea. Sin embargo, no perdieron tiempo. Conocían a un baterista que vivía en la misma cuadra. Fueron a tocarle el timbre. Ya tenían otro integrante: Ciro. “Al final, resultó ser el cantante. Nunca tocó la batería”, precisa sobre su hermano de banda que hoy también ostenta un camino solista. African Koalas había nacido.
La pequeña cafetería donde la entrevista toma lugar está llena. Apenas quedan unas pocas sillas disponibles, mientras que sus mesas están ocupadas por el horario pico de la merienda. A las 18hs familias, estudiantes, señoras y señores se refugian del frío entre cafés, tostadas y medialunas.
Una de las mesas está ocupada por Sofía Hernández Salamanca, presidenta del Centro de Estudiantes de la Gurruchaga, que comparte su merienda con una compañera. A menos de un metro de ella, su vicepresidente se ocupa de su cafecito, acompañado de una medialuna. Apenas surge el tema del Centro de Estudiantes, Mateo la señala con alegría: “Ella es la presidenta, justo”.
Fuertes cuenta que formalmente empezó a militar hace dos años. Ya hacía un tiempo considerable que estaba con la cabeza encendida, pensando en sumarse a un espacio para hacer algo, quería sumar, implicarse desde la acción, entrar en contacto con sus pares, además de discutir para construir por sobre sus diferencias. Él lo pone en palabras simples: “Quería comprometerme”.
Luego de un tiempo de buscar, de repente se encontró habitando un espacio donde aprender. Según dice, ese fue el principio de su camino. “Siento que desde ese momento mi vida cambió totalmente. Te da vuelta la cabeza. Te curte”, señala.
Mateo forma parte del Frente de Secundarios de La Cámpora Rosario. Para el adolescente se trató de salir a la realidad, tomando contacto con experiencias que fueron modificando su percepción social. Sus primeros pasos llegaron en un contexto complejo: un país golpeado por el regreso contundente del neoliberalismo que pronto entraría en colisión con una pandemia inesperada. Entre tanto ruido y odio generado por la grieta, pronto la realidad se volvió más oscura, lidiando con un descreimiento popular de la política, algo que remite a la década del noventa. Con el “son todos iguales” reverberando fuerte por toda la Argentina, Fuertes abordó su militancia atravesando pasajes buenos y malos.
“La militancia es valiosa porque es una lección de vida constante. Las cosas que vive uno militando no se presentan en otro lado. Militando supe pasarla muy mal”, afirma.
“Siento que la militancia estudiantil secundaria es una política genuina. Después todo se desvirtúa. Luego entran los intereses, eso lo tengo claro. En la militancia secundaria podés observar los cambios de forma inmediata. Eso es satisfactorio”, señala.
A mediados de 2022 el jovencito Fuertes siente cierta nostalgia por un periodo que vivió, pero no experimentó en primera persona. De acuerdo a sus palabras, “me hubiese encantado ser militante en el 2012”. Sonríe con timidez antes de reconocer que mantiene una idealización particular con esa etapa. Algo de melancolía invade su rostro cuando apunta que había una felicidad colectiva que el pueblo argentino parece haber perdido. De todas formas, ese pasado no le pesa, al contrario, parece alumbrarlo entendiendo que, a veces, las cosas pueden marchar mejor.
Ahora, como militante cotidiano, pone al hombro en diferentes actividades. Mientras tanto, observa a su alrededor todo el tiempo. Una constante de Fuertes es salir a buscar el diálogo, desafiando las burbujas monologuistas que la grieta y los algoritmos supieron conseguir en los últimos diez años. Se trata de salir a la calle, de interpelar tanto a los propios como a los de enfrente.
“Siento que en 2018 se encendió mucho la militancia. Los estudiantes volvieron a tener voz, entendieron que con una figura como Macri enfrente había que tomar la voz. También fue la explosión del feminismo que marcó un camino. Toda la militancia secundaria se unificó”, observa de cara a un 2023 que ya se juega desde hace meses.
“La pandemia fue un golpe durísimo, quedó todo tambaleando. Creo que todo vuelve a caminar, de a poco. Hay entusiasmo en la Escuela, por ejemplo. Les pibis están encendidos. Siento que es muy visible eso en el patio de Gurruchaga. Cuando la pandemia afloja se va dejando atrás esa etapa compleja y hay un entusiasmo sincero”, confía. “El año pasado era una realidad muy distinta. Hacíamos una actividad y venían diez pibes. Hoy cualquier movida tiene de base cincuenta estudiantes. Creo que hay una necesidad”.
En su música se percibe una sensibilidad orgánica: puede encontrarse algo social, al igual que cierta consciencia de su medio natural, como un animal que entiende que simplemente es uno más. En sus primeras canciones, ya guardadas para el recuerdo en su computadora, quizás había algún resabio político más directo. La historia es otra en el presente.
¿Cuán divisible es Mateo? ¿El músico y el militante pueden separarse? Tributos al sol parece lograr un equilibrio de ánimos. Fuertes está desarrollándose semana tras semana, aprendiendo sutilezas que no se limitan a lo estético. Bajar línea de manera vulgar, apelando a los trazos gruesos no lo identifica en este momento. Eso ya quedó atrás. Sin renegar, sabe bien que un nuevo ciclo está en marcha: “creo que mis primeras canciones estaban enfocadas en eso. No sé, tenía once años. Tenía ganas de decir cosas y de escuchar eso mismo. Quizás estaba realmente enfrascado por lo que me rodeaba. Uno también es las influencias que escucha. Hoy estoy en otra. Capaz que en algún momento me vuelve a surgir. Es importante decir algo, saber expresarse. Se trata de una vía certera para hablar con los demás, para protestar, para marcar lo que está mal”.
El sábado 28 de mayo, BAD presentó su disco Casa en el Centro Cultural Güemes. Fuertes dijo presente al igual que una parte significativa del nuevo circuito rosarino, una conjunción ATP de pop, rock, trap, funk, indie y rap que oscila entre los 15 y 22 años. Se encontraban integrantes de African Koalas, Lichi, Otros Colores, Calíope, Las Aventuras, Gladyson Panther y Jimmy Club, además de Amelia, Rosendo y Joaqo Molina, entre tantxs otrxs.
Sobre mitad del show, con los ánimos bien arriba, en el círculo central de la sala se generó un salto generalizado. Allí estaba Mateo abrazado a sus hermanxs adolescentes, saltando y cantando las canciones de BAD palabra por palabra. Pronto el abrazo compartido se rompió para dar lugar a un círculo giratorio de saltos amigable donde pibes, pibas y pibis disfrutan bajo la descarga lumínica.
“La movida rosarina me vuelve loco”, cuenta Mateo al momento de hablar del circuito local. En su caso no se trata de meras influencias, hay algo más dando vueltas: identificación. “Trato de sacar un poco de todo. Me gustan las bandas más indies, pero también el funk”, explica. “Las bandas del MUG, en general, me gustan. La Groovin es mi banda preferida del mundo. Voy a un recital de la Groovin y me vuelvo loco”.
Mateo reconoce que la influencia localista de los últimos años fue considerable. Se trata de una experiencia alimentada a la par de recitales. Allí menciona a Santino Martin alias Gladyson Panther. Sin embargo, el rastro también arroja propuestas que ya no existen, tal es el caso de Depto de Islas. “Todavía me gusta mucho esa banda. Me fascinaban. Ese disco es una locura”. Finalmente, Fuertes tiene palabras de admiración para Fermín Sagarduy, a quien admira como compositor y productor, remarcando su capacidad para subir la apuesta de las canciones.
Consciente de que, en el arte, al igual que la vida, el aprendizaje es constante, apunta que, en cuestiones de gestión dentro del trabajo independiente, todavía tiene demasiado que aprender. Lo dice sonriendo, mirando al piso. “Es difícil gestionar. Muy complicado, la verdad. Me gusta, pero siento que me falta mucho”.
En Spotify se encuentran un puñado de sencillos que le hacen compañía a Tributos al sol. En cada uno de ellos se manifiesta de manera contundente tanto la curiosidad como la evolución del músico adolescente.
En su Bandcamp -que estuvo disponible hasta pocos días antes de publicarse esta nota- el derrotero de Fuertes daba cuenta de su curiosidad creciente y de un proceso de prueba y error que lo condujo hasta el presente. Repasar esa pequeña discografía inconexa encuentra a Fuertes orbitando sobre la canción, las rimas, los beats y cierta escalada jazzera-say-no-moresca-limpia. Ese periodo marcado por el descubrimiento quedó registrado en experimentos caseros -ya no disponibles online, pero no olvidados para quien supo escucharlos- y en algunas fechas intimistas en compañía de The Magic Fork o con Ciro.
Tributos al sol llegó para marcar el comienzo de una nueva etapa en el camino de Mateo. De aquel frenesí exploratorio ahora queda un espíritu más contemplativo; un joven músico con el deseo claro que, entre otras cosas, entiende sus prioridades. Allí sabe cómo quiere ser escuchado, qué lado mostrar.
En la actualidad Mateo está activo como siempre, pero elige qué compartir. Sigue los pasos que considera apropiados para mostrarse de otra manera frente a un público que, de forma presencial o digital, presta atención a sus canciones.
Dejó de lado el lofi cuando sintió que había tenido suficiente. Hoy se concentra en producir mejor. “No quería que fuera de mi habitación directo a Spotify. Ya está. Cuando era más chico era eso. A este laburo le voy a poner mi tiempo, mi dinero, mi todo”.
Hablar de una carrera musical es apresurado, aun cuando su propia precocidad ya lo haya llevado a tocar en escenarios de Berlín, Casa Brava, Basquiat y hasta las orillas uruguayas junto a sus hermanos de African Koalas. ¿Carrera musical? Mejor banquemos un poco.
A Mateo todavía le resta un año en la Gurruchaga. Por ahora, respondiendo al lugar común que todo adolescente recibe en forma de pregunta, simplemente responde que está pensando qué seguir. Hay algunas posibilidades, admite: Historia, que le gusta mucho, según remarca, como una herramienta de cambio. Por otro lado, la odontología. Se ríe solo, jurando que es verdad. Por último, la música, donde ya está avanzado. Admite que lo pensó una y otra vez, sin embargo, todavía lo desvela la cuestión improbable de poder vivir de ese oficio. “Me encantaría darme a la música. Vivir haciendo canciones sería mi sueño”. Tiempo al tiempo.
Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph