Oscar Favre regresa con un disco que lo confirma como uno de los artistas más lúcidos de su generación.
Oscar Favre acaba de lanzar “Siete canciones antes”, un nuevo capítulo solista dentro de sus casi veintisiete años de actividad musical. En los años 90 fue el cantante de Sumergido, banda que eventualmente sería el primer emblema del sello independiente Planeta X. La actividad de Planeta no se limitaría estrictamente a lo musical ya que los integrantes de esa primer indie label rosarina la convirtieron en algo que rebasaba el asunto de editar discos: se fue transformando en un colectivo que abordaba la creación cultural desde un lado inédito en la rica historia cultural de la ciudad. Favre fue uno de esos jóvenes que, sin saberlo, crearon algo diferente y único en Rosario. Mientras varios de los artistas surgidos de ese movimiento siguen gestando música conmovedora en el plano local y nacional, algunos de sus integrantes apuestan a otras formas transformadoras y buscan seguir construyendo con las lecciones aprendidas en el seno del colectivo. Parece que con cada nuevo disco, con cada nuevo embate socioeconómico, ante cada volantazo coyuntural, el legado de Planeta X actualiza dimensiones y brinda otras perspectivas como consecuencia de ese trabajo afectivo que realizaron hace más de quince años y que hasta hoy sigue vigente.
Antes
Favre es una persona meditabunda, capaz de integrarse al silencio por extensas horas para romperlo definitivamente y entregarse por completo a diálogos fluidos en los que desarrolla sus ideas conceptuales. Es algo que puede comprobarse con un casual encuentro callejero, al visitarlo en la librería donde trabaja, o en una de las cientos de noches musicales que siempre aúnan intereses y pasiones en la ciudad. Tras algunos fallidos intentos para desarrollar una entrevista sobre el nuevo disco, Favre envía un mensaje alentando el encuentro. “Dale, que tengo ganas de hablar”, escribe en un mensaje el baterista que por estos días busca concentrarse, a su modo, en la guitarra. Ese entusiasmo expresado en pocas palabras es una oportunidad ideal para llegar a sus primeros recuerdos sobre la música, sobre crecer y formarse en la década de los noventa, y sobre los pasos que lo adentraron en la construcción autogestiva y colectiva de Planeta X.
En la mañana de un miércoles invernal que sume a la mayor parte del país en una ola polar, Favre se dispone a conversar, café de por medio, sobre el ayer y el presente. “La característica de ser callado es algo que me han marcado siempre. Se refieren a mí como un chico muy tranquilo, muy callado”, confía el cantante y baterista. Acerca de sus tempranos recuerdos musicales, cuenta: “Somos cuatro hermanos con amplias diferencias en nuestras edades, mi hermano más grande le lleva doce años a Juani, que es el más chico. Se dio mucho la cuestión de contagio entre hermanos. Mi primer recuerdo de escuchar música es de mi hermano más grande, que me lleva cinco años y es de cuando yo tenía cuatro. Me acuerdo de las sensaciones muy frescas de escuchar los discos que ponía él. Tengo recuerdos muy primitivos y de emocionarme desde muy chico con la música. Incluso, tengo el recuerdo de tirarme en la cama boca abajo y acordarme de la música que he escuchado, recordarla mentalmente, y que eso me produzca una emoción muy fuerte, como en el momento de escucharla”. “Y ya que hablamos de mis primeros recuerdos musicales, quiero decir algo”, apunta. Con una sonrisa fraternal y de sincera admiración Oscar destaca algo sobre su hermano menor, el cantautor Juani Favre, uno de los pocos artistas que trascendieron la escena rosarina en las últimas décadas: “Yo fui testigo de cuando Juani empezó a componer a los tres años de edad. Quiero que quede claro, es una especie de Messi de la canción. Hago esa comparación porque es rosarino y es tan bueno con las canciones como Messi con la pelota. Entre los hermanos se dio una cuestión de contagio musical muy fuerte. Pero a Juani, siendo el más chico, eso lo hizo ser más precoz para participar como uno más entre los hermanos más grandes. Desde chico hacía canciones y fue un generador de información y de escuchas en el seno familiar”.
-Desde que arrancaste tu etapa solista venís con mucha constancia, principalmente con tus propias canciones pero también colaborando con Juani u otros compañeros. ¿No hacer música es una opción? ¿Es posible quedarse quieto sin estar armando cosas en la cabeza?
Yo hago otras cosas. Tengo un trabajo donde tengo que cumplir horas, como todos. Tengo una relación de pareja. Tengo una vida social bastante activa. En realidad, hacer música es una parte más a la que le estoy dedicando bastante tiempo aunque repartido entre otras cosas. También leo y escucho mucha música. Pero desde que hace unos años empecé a grabar discos, ya me metí en una frecuencia que, en realidad, fue nueva para mí, empezar a conectarme de nuevo la música, con la producción de música. Eso hizo que cada vez me meta más y que cada vez esté más activo. Sí o sí le tengo que dedicar algunas horas diarias.
– Deber ser difícil tener una idea y no hacer algo, quedarse quieto y resistirse a bajarla al papel o actuar sobre esa ocurrencia.
Sí, totalmente. Funciona mucho así. Yo soy de tener las ideas dando vueltas, sobre todo me pasa con las letras. Muy rara vez hice letras de un tiro, por ahí tengo una idea de una melodía sobre algo que armé en la computadora o unos acordes de guitarra y, a lo mejor, tengo algunas palabras, pero darle forma a eso me lleva un tiempo. Pero es un tiempo mental porque, por ejemplo, caminar está buenísimo, ahí craneo muchísimo desde letras a otras cosas.
– ¿Cuánto de cerebral y pasional hay en tu música?
Definitivamente hay de las dos cosas. Se suele hablar de la pasión como algo extra cerebral. La idea de lo cerebral tiene más que ver con pensar más allá de la música, armar un poco el juego. El pensamiento es por definición más estratégico y lo pasional tiene que ver más con el sentimiento. Al momento de componer te diría que prima lo pasional, pero es combinado, en realidad, porque inmediatamente surge la problemática de la forma. En la escritura sucede lo mismo, uno va buscando la forma de no caer en lugares comunes. Eso tiene que ver con un trabajo claramente cerebral: cranear recursos de desvíos en la composición, obligarte a ir por otros lados. No podría decir un porcentaje, debería decir un cincuenta y cincuenta. Cuando escucho música, ahí sí prima más el sentimiento, pero es muy raro. Hay cuestiones de recursos que tienen que ver, claramente, con lo cerebral y que me emocionan hasta las lágrimas. No es que tengo que escuchar Silvio Rodríguez para ponerme a llorar con una canción, puedo llorar con Steve Reich. Me conmueve. Nunca me pasó de escucharme a mí y ponerme a llorar, pero bueno (risas). En el momento de hacerlo hay una cuestión de sentimientos que tiene que estar. La música se mueve por ese impulso más pasional.
2017
“Siete canciones antes” es el tercer esfuerzo solista del otrora Sumergido. En 2012 hizo su debut oficial con “Utopía mínima” y dos años más tarde llegó “En las afirmaciones (y sus efectos)”. En los tres proyectos participaron diversos hermanos musicales de Favre y se estableció, principalmente, una sociedad con Martín Greco (Mi Nave, La PazCiencia), encargado en esta última empresa de tocar el bajo, coproducir, grabar, mezclar y masterizar. Sobre el vínculo creativo que lograron desarrollar en los últimos años con Favre, el bajista y productor comenta: “Creo que la conexión con Oscar viene de un entendimiento mutuo de la producción”. “Hubo una evolución en el método de trabajo”, apunta el fundador del estudio El Salvador. “En ‘Utopía mínima’ los temas estaban bastante cerrados, Oscar me acercó unas pistas grabadas caseramente listas para mezclar. En ‘Las afirmaciones…’ las pistas que recibí estaban trabajadas con Juani, su hermano, tuve bastante más libertad en la producción y me encargué de grabar todos los bajos del disco”, explica Greco. Acerca del reciente lanzamiento detalla que “la producción la encaramos juntos desde el principio. Oscar grabó las guitarras con un metrónomo y desde ahí empezamos a agregar instrumentación para ir armando los temas. En esta ocasión tuve total libertad de decisiones de producción y arreglos. Le dimos varias vueltas hasta encontrarle la onda a cada tema. Los temas se abordaron desde cero. No se quitó nada, más bien se intentó no sobreproducir, como en el caso del disco anterior, que tenía densas capas de instrumentación que resultan en más dificultad en el vivo. Se intentó conservar la esencia de las canciones con los mínimos elementos posibles”.
Para registrar su nuevo trabajo, Oscar contó con la participación de viejos compinches: el ya mencionado Greco en las cuatro cuerdas, Martín Arias en guitarra, Natalio Rangone en sintetizador, piano y órgano, Emiliana Arias en percusión y controlador Kaoss Pad y, finalmente, su hermano Juani en coros. La colección de canciones es la consolidación definitiva de un núcleo creativo que viene construyéndose desde hace años y que supo encontrar el tiempo justo y las formas correctas de sellar cada proceso constructivo. El álbum presenta una producción homogénea que se equilibra con una claridad conceptual respetada de principio a fin. “Sin dudas es así”, expresa un entusiasmado Favre que inmediatamente desarrolla: “Con este nuevo disco se consolida mi colaboración con Martín Greco, con quien grabé los tres discos. Y con Martín (el Viejo) Arias, al margen que ya tocábamos juntos en Sumergido, también. Es un disco más homogéneo porque es un disco grabado en el lapso de un año y está grabado por completo en el estudio de Martín, cosa que no hice en los discos anteriores. El primero está grabado en mil lugares, en casa de amigos, salas de ensayo, donde pudiera armar una sesión de grabación. El segundo lo fui trabajando en mi casa con la computadora pero también yendo a grabar en diferentes lugares y terminando con Martín. Esta vez lo hicimos todo en El Salvador, el estudio de Martín. Eso hizo que se pueda tener un control riguroso del sonido. Con Martín lo fuimos hablando mucho. Las canciones las hice con una guitarra, a diferencia de los anteriores, este está compuesto ciento por ciento con la guitarra. Desde ahí pensamos hacía donde podíamos ir con la producción. También se pensó en un formato que fuera más cómodo para tocar en vivo. Lo que me pasó en los discos anteriores es que le metimos muchas cosas, están grabados con baterías percusivas, tienen muchas guitarras, arreglos de todo tipo. Poder hacer la presentación en vivo de eso fue un quilombo, me dio un dolor de cabeza grande. Poder reunir a toda la gente y sostener el grupo para tocarlo en vivo fue muy complicado. El nuevo trabajo surge de lo que hicimos el año pasado con el Viejo Arias, recitales acústicos de los discos anteriores. En ese formato acústico de dos guitarras, yo empecé a hacer temas nuevos. Obviamente no quería hacer un disco únicamente de guitarras, eso simplemente fue el puntapié. Pensé en un tipo de producción simple para poder después llevarlo al vivo. Empecé a programar con máquinas de ritmo, que no había usado antes. Entonces tiene esos dos elementos nuevos: la guitarra como puntapié compositivo y las máquinas de ritmo”.
El responsable de estas siete pistas se delata como un observador nato de la ciudad, alguien criado entre direcciones, asfalto y las oportunidades narrativas que se ofrecen a quienes sepan observar. Hay en el disco una sensación de caminata, de movimiento continuo, un espectador que nota, que se pregunta, que tal vez pueda llegar a detenerse pero inmediatamente retoma su marcha. Resulta tentador imaginar a Favre caminando inmerso en su burbuja sonora mientras atraviesa la ciudad. Ese paisaje urbano de grises con ventanas encendidas e intimidades a medio mostrar parece disparar interrogantes en el músico que escribe desde el corazón de la ciudad mientras se va alejando hacia latitudes inesperadas, hasta que se encuentra interpelado por la intemperie de un nítido estrellado y la espacialidad de los grillos veraniegos del humedal. “Soy de caminar muy rápido y detenerme poco”, precisa Favre y agrega una anécdota del riñón de Planeta X: “Me acuerdo que Charly (Egg) siempre me curtía por eso. Porque cuando me veía sentado, me veía como muy colgado, muy abstraído y lento en reaccionar. En cambio cuando camino voy a mucha velocidad”. Sobre su rol de observador y caminante, Favre confiesa que “la construcción frente al papel y la guitarra están, pero es ínfimo ese momento en comparación con otros más abstractos en los que voy elaborando mentalmente. Están las caminatas y todo lo que puedo pensar ahí, la mayoría de las veces, te diría, sin escuchar música. Voy armando las letras y voy imaginando la música”.
Su delicada canción “Obreros en la luna” trata acerca del trabajo colectivo y su vital permanencia como factor evolutivo entre generaciones que se van relevando en la construcción. Favre canta: “Puedo ver girar el mundo/tantas fuerzas de innovación/los obreros y sus banderas/con grandeza y decisión/cuando cae la luna se van/ despidiendo los pobres/volverán (…) puedo ver jóvenes amantes / en un goce liberador / desafiando a sus padres / no consigo satisfacción”. “Habla de la generación de los 60 y los 70, la de mis viejos”, confiesa el compositor. “No es que habla puntualmente de ellos, pero sí es una generación que nos marcó muchísimo. Intelectuales, roqueros, escritores, políticos. Creo que ellos empezaron a pensar nuestra contemporaneidad. Me refiero a esta misma, la de hoy. Ellos se diferenciaron mucho más de la generación de sus padres que nosotros de la de ellos. El dualismo mensaje-receptor suena un poco pasado de moda, al menos en lo referido al mensaje político. Hay más frases vintage en el tema, fue una decisión narrativa. Creo que la canción habla, sí, de una continuidad, de que lo esencial en el arte y la política siempre es algo que está retornando de algún modo”.
– Un disco en formato canción con la guitarra como instrumento de partida te pone a buscar desde otro lado dado que no es tu herramienta natural.
La guitarra siempre me resultó un instrumento totalmente incómodo de tocar. Las veces que lo intentaba de chico me dolían los dedos, se me acalambraban, nunca le encontré mucho la vuelta. Ahora avancé bastante pero sigo siendo un guitarrista muy pero muy limitado. De hecho, un poco utilice esa limitación para componer de un modo simple y ver qué podía hacer a partir de ahí. En realidad, siempre mi manera natural de componer fue, desde la época de Sumergido, armar melodías arriba de lo que improvisaban los chicos. Lo hacía sobre el bajo, batería, guitarra, teclado, incluso, a veces, lo hacía sobre un ruido, una sola nota. Entonces cuando empecé con mi etapa solista en algún modo traté de buscar los mismos puntapiés. Lo que hacía primero era armar ritmos, sonidos, riffs de guitarra, bases, entonces después, sobre eso, se me ocurría una melodía y armaba la melodía. Salvo dos temas que hice con la guitarra, el resto está armado todo así. Cuando nos pusimos con el Viejo Arias a armar las versiones acústicas me fui animando a acompañarlo a él con la guitarra, hacer como una dupla de guitarras. Practique más, tuve más contacto, y a partir de ahí empecé a hacer temas nuevos. Todavía es un instrumento más para mi, es una herramienta más para hacer música. Tranquilamente puedo volver al método anterior o tomar otros caminos.
– ¿Cómo va surgiendo la participación y aporte de los compañeros que grabaron en el disco?
Yo con los chicos comparto una afinidad musical muy grande. Por supuesto, también una confianza tan grande sobre lo que puedan aportar. En el caso de las violas son aportes del Viejo Arias, algunas otras las trabajamos entre los dos. También Martín Greco desde la coproducción fue aportando. Hay una mirada colectiva desde la producción del disco. Yo sé bien cuál es el sonido y las ideas que maneja Martín. Me siento cómodo con sus caminos.
– ¿Vos corregís el esfuerzo colectivo?
Sí, un poco de eso existe, porque sacamos bastantes cosas. Por ahí fui sustituyendo cosas. Concretamente con las guitarras se dio un muy buen trabajo del Viejo. Además fueron muchos arreglos compartidos y sugerencias de la producción. Desde ahí Greco fue logrando que un arreglo quedé más fuerte que otro. Tiene que ver con el craneo de la producción.
– El disco te captura desde el inicio y hacia el final se va volviendo algo espacial, en ese desarrollo la atención del oyente va cambiando paulatinamente, demandando un mayor aporte del otro.
Sí, es verdad, hay como una división. Podría ser el lado A y lado B de un EP (risas). Los tres discos tienen una duración similar, son intermedios entre un EP y un LP. Tiene que ver con una cuestión personal. No me gustan los discos largos salvo excepciones. Me gustan esos discos que uno puede escuchar en el trayecto de una caminata. Yo soy de escuchar mucha música en la calle así que me molesta cuando no llego (risas).
– Claro, das un par de vueltas más para terminar de escuchar.
Bueno, lo he hecho muchas veces. Llego antes y para seguir escuchando hasta el final me quedo dando algunas vueltas más. Rosario es una ciudad que se camina mucho, son distancias cortas, uno puede estar a veinte minutos o media hora de un lugar por lo que yo me mando escuchando música. Pienso siempre en esa duración. Los temas que vos decís los puse sobre la segunda mitad y son más despojados. Tienen menos marcada la impronta de la canción. “Lo real” y “Cambiar el campo próximo” son un mismo tema en dos partes. Antes de sacar el disco, Franco Ingrassia (Sumergido, Audiodelica, integrante de PX) me había sugerido hacer un simple de esos dos temas pero llegó un poco tarde la idea porque justo tenía el video de “Mi Voluntad”. Es verdad que en esos temas hay una unidad, hay dos notas y todo lo demás es espacialidad. Me gusta eso que decís sobre la atención del otro. Me gusta que, por lo general, no esté inmediatamente en el principio de un disco porque a lo mejor requiere más de lo que pueda aportar el que scucha o lo que se pueda armar en su cabeza. Es un mini disco. Yo tengo muy incorporado el formato de lado A, lado B. Indudablemente es algo que está dado implícito.
– “Lo real” suma el silencio como un factor protagónico. ¿Cómo hace uno para que utilizarlo como un elemento musical y hacerlo jugar a favor?
El silencio es algo que la música se puede dar el lujo de utilizar. Eso no ocurre en la narrativa de texto o en la pintura, porque un papel vacío o un lienzo vacío no expresan lo mismo. En la música el silencio es tiempo, expectativa. En el caso de esta canción que está hecha de imágenes de sueños, creo que compuse la letra casi inmediatamente al mismo tiempo que la melodía, por eso esos silencios, esa espacialidad, están tan incorporados a la canción. Parecería ser como que es el tiempo que tardo en dar con la imagen y con la música de lo que podía recordar de ese sueño.
PX, en continuado
Como se dijo previamente, “Obreros en la luna”, la cuarta pista de Siete canciones antes, versa sobre el esfuerzo colectivo y los cambios que llegan cuando se dinamiza con esa conciencia. La canción traza un vínculo directo al “Astillero” que Aguas Tónicas presentó como apertura de su último álbum, Saturno Swing, en 2015. La reciente composición de Favre parece demostrar una vez más que los aprendizajes y la hermandad del colectivo/sello rosarino sigue bombeando creatividad y esparciendo sus ideas. Llegado el momento de conversar sobre Planeta X, el ex Sumergido aclara que es una historia que todavía sigue desarrollando su curso de construcción musical. “Con Planeta X seguimos produciendo, el catálogo es enorme. La idea es seguir aportando música a ese catálogo” puntualiza. “El grupo continúa como un grupo de amigos pero más activo. Cada vez que nos juntamos vuelve a ser como las asambleas de Planeta. Seguimos en clave de estar muy inmiscuidos en lo que hace el otro y estar aportando cada uno desde su lugar”.
– ¿En qué manera se manifiesta el aprendizaje colectivo que hicieron en Planeta X en los proyectos personales de cada uno de ustedes?
Creo que es un proceso difícil. Como vos decís, Planeta X subrayaba mucho el tema de lo colectivo, la creación colectiva. Indudablemente era así. Nosotros hicimos un ejercicio muy grande de lo colectivo como forma organizativa y nos dedicamos y concentramos mucho en buscar formas en que lo colectivo pueda organizarse y que funcione. Duró muchos años y en un momento se agotó la práctica. Quedamos un poco cansamos de lo que requería sostener el espacio. Eso se vio venir en los años previos. Se vio venir que eso se iba a terminar. En muchos casos, las cuestiones de índole personal empezaron a primar por sobre las actividades del grupo. Desde tener un hijo, formar una familia, que te salgan otros laburos, no sé. Juani es un ejemplo de alguien que participó muy activamente del grupo y al mismo tiempo nunca dejó de producir música él como solista, que en realidad ya lo hacía desde antes de Planeta X. En sus discos te vas a encontrar con que están super contaminados de prácticas colectivas. Si bien él es el originador, es el compositor, la participación de otra gente en sus discos es muy notable. Eso se daba en todos los grupos que orbitaban Planeta X o formaron parte. En toda la producción de Planeta X está presente esta cuestión de trabajar con otros, siempre. Yo empecé con esta cuestión de los discos inmediatamente después de que cerró el espacio o coincidentemente con el cierre del espacio, pero lo hice de esa misma manera colectiva. Nunca se produce solo. Aún haciendo música solo siempre se trabaja con ideas, con cosas, que no provienen de la soledad. El acto de la escucha misma… Vos recién decías que hay canciones que requieren o que invitan más a que produzca algo en la persona que lo está escuchando. Eso justamente es lo opuesto a la soledad. Si a vos lo que estás escuchando te moviliza, te interpela, te pone en movimiento, inmediatamente estás entrando en una comunión con el que hizo o produjo esa música. Eso también se da cuando uno trae una idea y la empieza a trabajar con otro, permanentemente se produce música con otras personas.
– Algo que siempre se deja de lado sobre Planeta X es que en sus principios hubo una revista. Fue algo de la primera época, algunos nunca llegamos a ver un número de esa iniciativa. ¿Cuánto tiempo duró esa revista?
Lo primero que hicimos con Planeta X fue una revista bajo ese mismo título. Era una hoja tamaño A3 que la dejábamos en los bares. Hacíamos repartidas y dejábamos un toquito en los bares que veíamos que podían llegar a tener cierta recepción. Hacíamos nosotros las fotocopias. En esa hoja había mucha poesía, más que nada. Por ahí extractos de libros que nos gustaban, cosas teóricas, hasta historietas. Después pasó de ese formato a una A3 pero doblada al medio, entonces quedaba un formato alargado, ya con más hojas. Hicimos unos diez números. Nosotros, por un lado, hacíamos eso. Me acuerdo que hacíamos reuniones para ver quién armaba la revista, qué contenido iba a tener y tirábamos lo que habíamos escrito, lo que habíamos hecho cada uno. Cada número estaba a cargo de un diseñador diferente. Hacíamos la presentación y alrededor organizábamos recitales. Esa actividad fue como el origen de Planeta X porque le empezamos a poner a eso la frase “Organiza Planeta X”. Entonces, sumando eso con la actividad musical que hacíamos, armamos algo así como una idea de sello, primero editando en cassette y, luego en CD. Y también a eso le pusimos Planeta X. Se armó una cosa múltiple. Después ya era tanta la gente que empezó a participar, entre la revista, los que estaban más involucrados en la música y con el sello, que en un momento dijimos: “Vamos a empezar a hacer reuniones de todo Planeta X” para juntar a toda esa gente semanalmente y tomar las decisiones entre todos. Eso fue en el 99. Ahí fue cuando comenzó lo que sería el colectivo Planeta X. Nos juntábamos en la Biblioteca Ghiraldo al principio.
– Ustedes con Sumergido estaban haciendo un tipo de música que por entonces no tenía nombre o etiqueta. Era una época sin tanto acceso a la información, muy diferente a la de hoy. Con el tiempo se dieron cuenta que estaban latiendo al mismo pulso que tantos otros grupos en el resto del mundo. ¿Cómo se dio ese desarrollo? ¿Cuándo cayeron que estaban en conexión con otras bandas?
Nosotros crecimos en los 80 y 90. Comparando con el presente había una escasez de información muy pero muy grande. Por ejemplo, a fines de los 80 salir a comprarte un disco era terminar comprando las ediciones nacionales porque eran muchísimo más baratas, comprar importado era carísimo y tenías que tener la información precisa de lo que querías. En realidad, se consumía más música popular, en el sentido de que era lo que más producían las compañías discográficas, lógicamente. En esa escasez era muy común, y esto tiene que ver también con la adolescencia, esa obsesión que aparece por entonces y tiene que ver mucho con crear una identidad, aferrarse a un grupo o género musical. En nuestro caso, que empezamos muy de pendejos en la secundaria, en el Politécnico, con Franco (Ingrassia), con Martín (Arias), te hablo de los años 89, 90, era más que nada escuchar The Cure, New Order, Depeche Mode, Soda Stereo, eran los referentes. Sin tener mucha idea, escuchábamos post punk, básicamente. Esas fueron las primeras referencias musicales. En el caso de The Cure yo era prácticamente fan obsesivo. Siempre digo que desde muy chico me arruinó la cabeza porque a los nueve años fui a la disquería de mi barrio a comprar un disco de The Cure. Yo ya había escuchando sus discos más pop y el loco de la disquería me dice: “Mirá, el único que me queda es éste”. Y era Pornography. Y yo lo compré, obviamente, y me fanaticé. Estaba en quinto grado. Después, durante toda mi adolescencia, fui muy fan también. Lo que nos pasó, con el correr del tiempo, es que empezaron a aparecer revistas en las cuales nosotros leíamos sobre ciertas escenas, cierta música. Me acuerdo algo que estuvo buenísimo: Franco Ingrassia armó un listado de bandas que podrían estar buenas de acuerdo a lo que leía en varias revistas. Justo su padre viajó al exterior y lo mandó con un pedido de veinte discos. Eso fue en el verano del 91 y lo que trajo fue My Bloody Valentine, Nine Inch Nails, Red Hot Chili Peppers, Nirvana, un montón de grupos que escuchamos por primera vez ahí. Me acuerdo que fue consumir toda una información muy diferente de golpe. Ahí empezaron los noventa para mí. Me acuerdo de leer, por ese tiempo, en la revista Rock & Pop, un cuadradito chiquito sobre Babasónicos en el que contaban que estaban por sacar su primer disco en cassette y que hacían una música parecida a lo que habíamos estado escuchando nosotros. Veíamos también en MTV Brasil un programa que se llamaba Lado B, que estaba buenísimo y que pasaban todos grupos más raros. Ahí entramos en la novedad de la música de los 90. Enseguida empezó todo lo del Nuevo Rock Argentino. Nosotros hicimos un cambio drástico en la generación de nuestras canciones. Descartamos todos lo que habíamos compuesto hasta ahí y empezamos a hacer temas nuevos. Sumergido nace impregnado de todo ese sonido pero después pasa algo que no sé bien cómo se dio: en un momento nosotros fuimos a grabar todos esos temas a un estudio y nos pareció horrible como sonaba, no quedamos para nada conformes con el resultado. No nos entendíamos con el operador, el tipo nos retaba porque le pedíamos que suba mucho las guitarras. Le decíamos que entierre las voces y no nos hacía caso. “No, pero no se va a escuchar”, nos decía. “Pero nosotros queremos que estén más bajas”, así fue todo. Al final quedó todo un mamarracho de nuestro intento de disco. Nuestro conclusión fue que ningún operador iba a entender lo que queríamos hacer, teníamos que empezar a grabarnos nosotros. Así que nos juntamos con un grupo llamado Krev, donde tocaba Emiliana Arias, entre otros. Eran un poco los hermanos menores de Sumergido. Juntando guita entre los dos grupos compramos los equipos para armar el estudio. Justo mi viejo había abierto una librería de libros usados que estaba por calle San Juan entre San Martín y Maipú, donde había un depósito que no se usaba, un pieza chiquitita ideal para ensayar. Ahí armamos todo el estudio y la sala de ensayo. Super precario todo, pero teníamos una grabadora de cinta abierta, nos compramos una consola grande de seis canales, unos compresores, teníamos un DAT para hacer masters en digital y ahí empezamos a grabar el primer disco de Sumergido, Doce formas de alejarse de todo. Franco se compró un sintetizador Teisco usado y empezamos a armar muchos temas en torno al sinte. Jodiendo decíamos que hacíamos una especie de space rock, noise. Jodíamos con mucha data de grupos que sabíamos que hacían ese tipo de música pero que nunca habíamos escuchado en realidad. Por ahí leíamos en revistas como Esculpiendo Milagros, que tenía una cantidad de información sobre escenas y grupos rarísimos pero que no podíamos conseguir los discos. Por ahí íbamos a Buenos Aires a disquerías especializadas, por ejemplo la Fénix en la Bond Street, y que tenían alguno de esos grupos. Pero se daba mucho eso de suponer cómo sonaba un grupo que no habíamos escuchado.
– Claro, les disparaba un imaginario que ustedes buscaban completar. Está bueno eso, es un lindo ejercicio.
Sí, se daba eso. Era un lindo ejercicio. Me acuerdo que durante la época de Doce Formas eso se dio mucho. Siempre hablábamos que “esto debe sonar como tal cosa” pero sin haberlo escuchado (risas). Realmente estuvo bueno porque para nosotros fue totalmente novedoso encontrarnos con la situación de poder grabarnos y sentir que estábamos haciendo una música que no tenía nada que ver, habíamos hecho un quiebre con lo que veníamos haciendo, tomamos distancia con la estética del Nuevo Rock y nos parecía que era algo totalmente nuevo. Después, escuchando otros grupos, te encontrás con que íbamos por caminos parecidos. Nosotros siempre estábamos repartiendo material e íbamos mucho a Buenos Aires, llevábamos el material a periodistas para que lo escuchen. A (Pablo) Schanton, a gente de la revista Revolver, de la Esculpiendo Milagros, todos nos dieron cabida e hicieron muy buenas críticas del disco. Sobre todo a la gente de Esculpiendo Milagros les sorprendía lo que habíamos hecho y la muy poca información que teníamos y lo muy poco que habíamos escuchado de música. Nunca me voy a olvidar las colecciones de discos que tenían esos monstruos, eran impresionantes. (Norberto) Cambiasso había viajado veinte veces a Europa para comprarse vinilos que no conseguía acá, así que imaginate. Después, casi a principio de los 2000, cuando llegó la posibilidad de poder escuchar todo lo que uno había querido escuchar y no había podido, todo aquello de lo que uno había sentido hablar alguna vez, fue un momento de escuchar música. Justo coincidió con la época en que abrimos la disquería con Juani – Otro Mundo, en el Pasaje Pan- y nos pasábamos todo el día escuchando música. Todo lo que bajábamos en MP3, que eran toneladas, más lo que nos entraba a la disquería, que también nos sorprendía el material que caía y por curiosidad nos poníamos a escuchar. De hecho, en un momento, era más grande todo lo que separábamos para escuchar nosotros que lo que poníamos a la venta.
– Tu generación experimentó en primera persona el devenir de los 90 y vio como miles de jóvenes dejaron el país buscando otro horizonte. ¿Armar Planeta X fue una reacción ante toda esa podredumbre de frivolidad y desamparo? ¿Fue un “armemos algo ante todo este desastre”?
No sé si fue tanto a partir de esa conciencia de decir “qué mal se ve todo, tenemos que hacer algo”. La despolitización que se dio en los 90 fue muy fuerte y nosotros crecimos ahí. Mi percepción de la política en los 90 era que todo era un asco, porque lo que tuvimos gobernando durante diez años fue el menemismo y era aborrecible. Uno no veía alternativas, al menos desde la esfera política estatal. No hubo que nos cautive o que hayamos visto como novedoso. Sí lo que empieza a ocurrir a fines de esa década es una política de resistencia muy fuerte, de la cual empezamos a participar nosotros, ya sea en las marchas del 24 de marzo, también con las de la Ley de Educación Superior que hizo que se resista mucho desde los colegios secundarios y la universidad el tema de los recortes presupuestarios. Y otra cosa de la cual empezamos a participar, ya más a principios de los 2000, fue lo que se conoció como Acciones Globales, esa gran congregación de resistencia a las políticas neoliberales que se formó a partir del año 99. Eso se internacionalizó y hubo varios encuentros que se dieron simultáneamente en varios lugares del mundo. Coincidía con una situación nacional donde se veía como se agudizaban muchísimo los efectos del neoliberalismo, donde la gente no tenía un mango, muchos se empezaban a ir la mierda, realmente era una situación dramática, de ajuste muy fuerte. A partir de ahí surge todo naturalmente. Pensándolo en retrospectiva tiene que ver mucho con juntarse a impregnarse de cierto lenguaje político que hasta ese momento no habíamos tenido. Nosotros admirábamos mucho las discusiones de arte y política de fines de los 60, principios de los 70, teníamos un idilio con el Mayo del 68, con el situacionismo francés. Nos parecían muy novedosas, aún vistas desde los 90, todas las preguntas que se habían abierto en ese momento. Además había una idea de contracultura que veíamos muy claramente en esa generación y, en realidad, teníamos esa idea en la cabeza: vamos a empezar a generar contracultura haciendo acciones. Antes de tener la casa tuvimos acciones puntuales, por ejemplo, en una marcha repartimos la revista que hacíamos o algunos volantes con consignas. Hicimos una movida que estuvo muy buena, muy de los años 60, se llamó Ciclo Circular. Todo esto fue antes de ser Planeta X. Para ese Ciclo Circular repartimos en un montón de lugares, boliches, marchas, un volantito que incluía cinco puntos de encuentros, cinco fechas en cinco lugares distintos, el primero era una marcha que iba a suceder a la semana siguiente, otro era en una esquina, otro en una casa en zona norte donde vivían unos amigos, otro fue en una plaza. Entonces la propuesta era encontrarse y ver qué se podía producir ahí. Por ejemplo, en la que fue en un parque llevamos un generador y un sonido para armar una improvisación ahí. Otra vez en la biblioteca. Básicamente se fue armando una comunidad y eso decantó en lo que se veía venir, tener un espacio donde poder hacer las cosas. Hicimos una fiesta de los 80 para juntar guita para la revista y como nos empezó a ir bien hicimos cuatro o cinco fiestas que fueron muy grandes. La más grande fue la que hicimos en la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde fueron como mil personas. Me acuerdo que cuando terminó esa fiesta, contando la plata que habíamos juntado nos dijimos: “Esto ya no es para la revista, tenemos para alquilar una casa, por lo menos podemos pagar los tres primeros meses”. Eso fue lo que hicimos.
– ¿Te parece que estamos en un tiempo donde empieza a verse eso otra vez? Laburos que se pierden rápidamente, mucha gente joven que considera irse, ajustes y más ajustes.
Yo siento que el presente está, por suerte, mucho más politizado que en los 90. El efecto de las despolitización fue muy fuerte, todavía no se llegó a ese grado y sinceramente no creo que ocurra, hay bastante reacción. Ya de por sí son dos momentos históricos diferentes. Ahora hay muchas más herramientas de comunicación para estar informados, eso me parece clave en lo que se pueda llegar a hacer desde la resistencia.