Con apenas tres años de actividad, Torneo de Verano se sobrepuso a golpes inesperados, haciendo combustible del bajón y priorizando la ética por sobre todo.
Ante los años de macrismo estructural el cuarteto propuso resistencia afectiva como un refugio en forma de canciones.
Acción y resiliencia de una banda con el deseo de llevar su música más allá de la seguridad del gueto.
Hay una versión que se repite cual fórmula reduccionista. Amistad, birra, amigxs, barrio e indie. Dejemos de lado todo eso. De hecho, hagamos un esfuerzo en dejar de lado esas palabras. Sacrifiquemos lo obvio y vayamos a lo fundamental: acción y reacción; muerte y resurrección; acción y canción. Mejor enfoquemos en cuatro jóvenes adultos laburantes que quieren hacer de la música algo más que una descarga a tierra. Son cuatro personas que hablan del oficio de ser músicxs, de ocupar espacios, de prender fuego las canciones para las nuevas generaciones.
Si nos corremos de la fórmula aparece una porción de la realidad que atraviesa a casi todo el circuito rosarino. Además, de manera inevitable, surge el contexto que hoy nos atrapa sin fecha tentativa de final.
Ya lo sabemos bien: por cada acción hay una reacción. Ante la complacencia del pop macrista, que bajaba con todo su poderío estructural, el underground resistió a su manera.
A la combinación de Macrismo + Cerveza artesanal + Municipio clausurador el MUG respondió agitando sus esferas. Mientras todos los espacios que le dieron cabida y albergaron a la movida groove fueron desapareciendo, el MUG se volvía más enorme que nunca, sobrepasando espacios y agotando dos noches del Galpón de la Música.
En el circuito más orientado por las guitarras la reacción llegó en forma de canciones que obviaban el choque directo y la bajada contestataria predecible. Rock, punk y garage hicieron lo suyo valiéndose de la ironía y la diversión, un ingrediente fundamental que por mucho tiempo fue dejado de lado.
Makonia (volviendo al ruedo) activó adrenalina furiosa y un sarcasmo corrosivo en casas no anunciadas, Puerto de Ideas o donde pinte. Víctima del Vaciamiento propagó su fuego por doquier, como una usina que no dejaba de sacar simples y discos. Zulo y compañía, cambiando de formación, arremetieron con todo. Desinteresados en bajar línea, la banda liderada por el inefable Osvaldo propuso un absurdo desde donde refugiarse.
En otra sonoridad y perspectiva, pero transitando el mismo camino del laburo independiente, Gay Gay Guys predijo un tiempo de frivolidad, la explotación de la juventud desde el trabajo precarizado (Rosario tuvo la tasa más alta de trabajo informal para el sector de 21 a 25 años) y el alzamiento de la tilinguería nacional. Arremetiendo con solidez musical, ironía y romanticismo lumpen, el quinteto del colectivo Rock Villero estableció un puente entre dos generaciones diferentes que entendieron a la música como un espacio de resistencia no acéfalo de diversión. Más allá de su mixtura de rock and roll bastardo con actitud despojada de poses y clichés, tomaron el espíritu desfachatado-lúdico-espontaneo de la escena pop post 2000 y lo conectaron con la impronta que recibieron viendo a Daddy Rocks mientras crecían.
Desde ese microcosmos rockero-divertido-melanco apareció Torneo de Verano para sumarse a la buena vibra post-daddyrockense con canciones divertidas, sencillas y melodiosas. Torneo también parecía dialogar con las correrías de Pablo Deschutter (Aprovecho y la tiro: qué lindo El Deschu produciendo un disco de TdV) y las primeras actividades del adolescente Gladyson Panther.
El cuarteto, además, se permitió desligarse de la predecible escena tocando con bandas de otros géneros y coordinadas bajo una premisa: seamos abiertos, permitámonos mostrarnos.
Torneo de Verano tomó impulso levantando la bandera de la independencia, el feminismo, la diversidad y la construcción colectiva; bancando sus principios sin bajar línea o apuntando con el dedo acusador de la corrección política.
Siempre alegres y contagiosos de energía, quieren seguir. Si la pandemia lo permite.
Un buen año
Torneo de Verano tiene una cualidad de unidad en todos los frentes. Lxs cuatro cargan equipos; todxs tienen voto y voz en las decisiones que hacen a la banda, desde las canciones que llegan y se cierran hasta movimientos de gestión. Lo que parece una obviedad redundante habla de una aproximación y forma de hacer las cosas. Las decisiones llegan de manera democrática, entre corazón y cabeza, entre laburo y proyección.
De esa forma, al momento de encontrarse con RAPTO, no hay dudas, la cita es a cuatro voces. Con cada aporte, la juntada gana en risas, secretos revelados y complicidades. Por supuesto, el frío invernal no es excusa suficiente como para dejar de lado la cerveza que llega desde una paleta de colores: negra, roja o rubia. En lata, claro.
Luisina Aymar (voz y bajo), Lucho López (batería), Charli Giovanelli (guitarra) y Mauricio Rivero (sinte) se potencian entre ocurrencias, salidas y momentos que reflotan desde la espontaneidad. Cada momento sirve para repasar algo del breve, pero intenso trayecto del grupo.
Luego de arrancar un 2020 con un disco nuevo (Poemas de barrio) y un auspicioso debut del ciclo Indifuertes Rosario el año prometía grandes momentos con la presentación oficial del disco ya agendada, recitales en diversos escenarios del país, invitaciones impensadas y recis compartidos. Como diría el meme: This was supposed to be a great year.
Según explica Mauri tenían previsto presentar el disco en Berlín café y había propuestas desde Córdoba Capital, Santa Fe y San Luis. Buenos Aires estaba cerrado. Córdoba, igual. Lo interesante es que las propuestas llegaron con buen respaldo económico: pasajes, estadía, recitales. En la vieja normalidad pintaba un gran año con fechas alineadas una atrás de la otra. Además, había ideas de armar fechas coloridas, listas para seguir multiplicando. Por ejemplo, una triple apuesta a la diversidad estética y al encuentro de diferentes públicos: Daddy Rocks, Muerto en Pogo y Torneo de Verano. Todo hermoso, pero pandemia.
Al igual que varios grupos mencionados previamente Torneo de Verano lleva adelante una actividad recitalera que se desliga del gueto (y toda su mentalidad restrictiva) proponiendo la posibilidad de un disfrute que llegue desde la apertura.
Desprejuiciadxs y deseosxs de compartir su música, lxs Torneo llevaron su buena vibra por doquier, entendiendo que cada oportunidad es la posibilidad de conectar con gente diferente a la de su círculo inmediato. Saben que todo suma. No es de sorprender que el grupo cite a Matilda como un ejemplo para trazar una forma de crecer y de entender el oficio de ser músicxs.
Torneo habla de fechas compartidas, enumera pueblos y ciudades, festivales de diverso calibre, sorpresas positivas, aprendizajes y amistades con las que apostaron a construir. Tienen una actitud proactiva ante lo desconocido: allí donde otros ven incertidumbre, Torneo ve una posibilidad de activar una línea de trabajo. Paso a paso, así se apuesta al futuro.
Lo único que les genera rechazo y un bien merecido NO son aquellas propuestas que provengan de productores taimados, grupos antiderechos o partidos políticos como Cambiemos.
En su opinión, la diversidad multiplica. Por eso, las movidas que más les interesan son aquellas que están potenciadas por mezcla de sonidos, audiencias y espacios. Formando parte de festivales con bandas de otro palo llegaron a nuevos oídos, dando a conocer sus canciones y su forma de trabajo. Desde allí, llegaron invitaciones para sumarse a movidas a kilómetros de Rosario. Todo llegó, claro, por sumar y compartir.
Para Torneo de Verano la apertura de la escena local es imprescindible para lograr cambios perdurables. El oficio del músicx y la sustentabilidad están ligadas a un cambio de mentalidad y de perspectiva de los objetivos e ideales de la movida. En el encuentro, el trabajo de músicx funciona como un eje, apareciendo de manera reiterada. Un cambio de mentalidad en cuanto a la relación con los demás es prioritario, además. Giovanelli marca el arranque con claridad: “Hay que popularizar la escena”.
Rivero: nos gusta la idea que se mueva la cosa y se mueve el público, que se vean otras cosas.
López: sin desmerecer nada, terminamos siendo las mismas bandas de siempre. Por eso cuando decidimos presentar el disco nos jugamos con una banda de afuera (Mi primer año sabático) cosa que la gente vea otra cosa. Hay que alimentar un cruce de ideas.
Giovanelli: igual, para mí, también hay un prejuicio bastante grande. O sea, no pasa si armamos una fecha y cae alguien con una remera del Indio Solari. No hay que mirarlo mal y decirle che te equivocaste de lugar. Hay que trabajar eso. Siento que muchas bandas, digamos, del indie, le hablan a un público especifico. Creo que hay que abrir, hablarle a todes, todas y todos. Hay que sacarse un poco el prejuicio de la palabra ambición. Uno puede tener ambición y no venderse al sistema. Es parte de la evolución. Está bueno trabajar con un productor y con un equipo te haga crecer. A veces la escena peca en ese sentido.
Aymar: venderse es forzar lo que te sale natural.
– Lo que dice Charli es interesante. Por años hubo una restricción en la escena. La idea de no tocar tanto, mantenerse en la norma estética de la época, ser uno más. Fue paradójico: se buscaba encajar, pero únicamente se logró un confinamiento reglamentario de gueto.
López: nunca hay que traicionar lo natural. No hay que negociar lo que sale de adentro porque eso es especular. No hay nada peor que especular en el arte.
Giovanelli: en ese sentido me encantó lo que dijo Checho (Matilda en RAPTO, mayo 2020). No pasa nada por tener ganas que te escuche más gente y salir del gueto. Está buenísimo que te escuche más gente. Hay que sacarse eso. Te van a escuchar más y está buenísimo eso.
– En los últimos dos años noté que hay un aprendizaje a partir de las oportunidades de mostrarse a públicos diferentes. Si bien venimos de años calamitosos, cada ventana que surgió supo ser aprovechada. Más importante aún, se entendió que el diferente también demuestra interés por lo que se hace.
López: no hay que pedir perdón por las oportunidades que se generan. Si nos ofrecen una fecha donde nos tratan bien, con la comida, con el sonido, nos pagan nuestro trabajo, ¿por qué voy a renegar de eso? No voy a pedir perdón, trabajamos toda la vida para esto. Tenemos que aprender muchísimo. Para eso trabajamos. No hay que pedir perdón por lo que hacemos. Lo que nos faltaba: Nos pagamos los discos, nos pagamos los viajes, pagamos los ensayos, compramos los instrumentos, nos rompemos el lomo.
Giovanelli: ¿Y encima cuando nos ofrecen algo vamos a decir que no porque somos indies? Más papistas que el Papa.
Torneo
Torneo de Verano nació de las cenizas de Niño de Cobre, un quinteto que tocó por un tiempo en diferentes escenarios de Rosario, Capital Federal y San Nicolás.
Con unos cuantos recitales a cuestas, probándose ante el público y puliendo las canciones hasta el punto justo, Niño de Cobre entró al estudio a grabar lo que sería su debut y despedida, Las canciones que fanatizamos, lanzado en septiembre de 2018.
Unos días después de haber publicado el disco Aymar, López, Giovanelli y Rivero tomaron conocimiento que varias chicas fueron acosadas vía redes sociales por Márquez Cariño, el cantante del grupo. La información, que pronto se multiplicó con diferentes testimonios, daba cuenta de ciberacoso e intimidaciones. Sin dudarlo, lxs cuatro músicxs llegaron a la decisión de concluir la banda, terminando definitivamente el ciclo de Niño de Cobre sin siquiera haber presentado el disco.
Apenas dos meses después llegó Torneo de Verano compuesto por seis canciones compuestas y producidas por el flamante cuarteto. En tiempo récord, Aymar dio un paso adelante, convirtiéndose en cantante de la banda y grabando todas las líneas vocales de las canciones que trabajaron con Giovanelli y que significaban el grueso del repertorio del disuelto quinteto.
“No, de eso no hablamos”, tira Rivero, desatando una risa general. El gesto relajado muestra la actitud trasparente de Torneo para hablar de su camino breve pero agitado, que, sin aviso ni permiso, les dio un curso intenso sobre ética, trabajo y valores.
“Fue justo a quince días de sacar el disco. Teníamos todo listo para presentarlo acá y afuera. Era para llorar”, confía Giovanelli, agarrándose los pelos. Sin embargo, lejos del dramatismo, al igual que sus compañerxs, el guitarrista tiene claras sus prioridades: “Pero era respetarnos o hacernos los boludos. No podíamos ir en contra de nuestros ideales. Es tan simple como eso. La decisión fue unánime. Estábamos levantando una bandera, no podíamos mirar para otro lado”.
El proceso de terminar con Niño de Cobre y continuar lxs cuatro como una nueva banda (todavía sin nombre) fue automático y natural, según Rivero. “Nos gustaba la música que hacíamos. Nos habíamos hecho re amigos. Fue natural. Dijimos vamos a seguir tocando. Salió que cante Lui porque eran sus temas”.
“Para mí fue un gran cambio porque, de repente, tenía que cantar. Nunca me sentí cómoda cantando. Me costó mucho encontrar mi voz”, recuerda Aymar, que además comparte que todo el suceso fue muy emocional.
López coincide en que todo el proceso se definió de manera orgánica. “Al siguiente ensayo Luisina estaba cantando. Eran todos temas de ella con Charli”. Según el baterista, “si bien a la distancia podemos decir que fue para mejor, al principio fue una cagada”.
El extraño 2020 procuró la oportunidad de sentarse a dialogar entre lxs exintegrantes de Niño de Cobre. “Hubo una relación que se rompió y se emparchó hace muy poquito, apenas algunas semanas atrás”, explica López. “Fue como una pequeña curita que no sana, porque la rotura está y siempre va a estar”.
En la nueva etapa el grupo hizo de tripas corazón y salió con todo. Afortunadamente, el trabajo previo no fue en vano, puesto que los vínculos establecidos con bandas hermanas como Daddy Rocks, Los Bilis o Bubis Vayins energizaron la ruta.
Pronto, además, llegó la comunión con otros grupos y la invitación a integrar el incipiente nuevo sello Remedio Casero Discos.
Sobre ese camino la música todavía fluye.
Feijoada debería ser el título de la nota
A mediados de mayo, cuando la cuarentena santafesina aún estaba en primera fase, la música en vivo volvió a la actividad a través del Streaming.
Luego de los primeros movimientos en Salta (Bravos Muchachitos en Zeppelin bar) Rosario dio un paso adelante mediante el protocolo de música en vivo para la provincia. Tiago & Los Pájaros fue la primera banda en sonar desde el escenario del Complejo Cultural Atlas. Torneo de Verano siguió algunas semanas más tarde en el mismo espacio de calle Mitre.
El Atlas recibió al grupo con las persianas bajas y siguiendo un estricto protocolo sanitario de seguridad: fever gun, alcohol por todos lados, planilla de datos personales. Básicamente, el starter pack de la nueva normalidad.
Adentro, el personal es limitado por razones de protocolo. El considerable centro cultural se maneja con un encargado responsable, quien se asegura de cumplir con cada paso del estricto control sanitario. Hay cinco técnicos para la transmisión: dos para sendas cámaras, uno para dirigir, dos sonidistas. Por último, lxs cuatro integrantes del grupo y dos representantes de Remedio Casero que registran el evento y se enfocan en las redes sociales. Cada una de las personas presentes tiene su propósito dentro del protocolo. El único intruso es el periodista que escribe estas líneas, cuya presencia fue revisada en dos oportunidades antes de ser confirmada.
El clásico trofeo del grupo, abrazado por el pañuelo verde, se planta al frente de escenario, como un estandarte que marca territorio.
Según el productor general de la transmisión. el envío tiene una duración determinada por lo que hay que distribuir bien los tiempos entre canciones. Por supuesto, esto da el pie ideal para boludear para imaginar qué decir entre tema y tema. Más que un orden guionado termina funcionando como una válvula de escape, unos minutos de relax que permite drenar algo de la ansiedad y el frikismo de la situación. Sin dudas ningún integrante del grupo imaginó algo semejante en sus vidas cuando en la adolescencia agarraron un instrumento por primera vez.
El Atlas sirve un suculento festín de feijoada acompañado por vino y cerveza. “¿Y la pizza dónde está?” bromean en la banda, sorprendidos y maravillados por este detalle de catering libre de pizza. “¿Esto se come con la mano?”, “¿Para qué sirve un tenedor?”, preguntan apuntando el surrealismo de cenar algo tan delicioso antes de un reci. “Feijoada debería ser el título de la nota”, soplan antes de disfrutar del plato. López y Aymar prefieren no comer antes de tocar. Están expectantes.
Todo, absolutamente todo suma una noche inolvidable, extraña y anormal.
Cuando todo está listo y la hora indicada llega, el grupo toma el escenario y se buscan con las miradas, bien separados a través del enorme escenario. Con nervios, se abrazan la distancia, deseosxs de aplacar la ansiedad del momento.
El tiempo es ahora. La transmisión comienza luego de conteo silencioso.
“Hola, somos Torneo de Verano. Nada de caras largas”, saluda Aymar frente al micrófono e inmediatamente empieza a sonar “Nuevas generaciones”. Siguen “Poetas de barrio” y luego de recordar el QR donde el público puede aportar a la gorra virtual, se suceden “Mil veces el río”, “¿Vuelve nuestro amor?” y “Latas”.
Tocar durante la pandemia, especialmente cuando se piensa en su extensión incierta, es un hecho que adquiere proporciones históricas. Al mismo tiempo, es un cocktail de sentimientos encontrados que lo tironean a uno hacia diferentes direcciones emocionales. Es una oportunidad egoísta de cantar, saltar y bailar luego de meses de encierro y silencio recitalero. También, sin dudas, está bueno saber que uno puede bailar y la GUM no va a caer a cerrar el lugar. Pero sin la posibilidad de vibrar en clave colectiva, los sentimientos son un torbellino bipolar. Qué lindo están tocando, qué bien luce todo; qué bajón, no hay nadie con quien cantar… Qué extraño se puso todo esto.
De repente viene a la cabeza el cierre de 2019 con Torneo de Verano en Bon Scott junto a Los Bilis. Esa noche el local de calle Pichincha está estallado de calor humano y comunión. Música estridente, glitter volando por el aire (tremendo esfuerzo de producción), salto amigable en ronda, caras conocidas y no tanto. La mayoría de la gente canta y se vive un gran momento. Inolvidable. Pero acá no hay nadie y la banda le está poniendo todo, logrando hermosear un rato este contexto horrible. Imagino que mediante celulares, computadoras y televisores el público está gozando, sintiendo un poco de liberación. Qué ganas de abrazar a alguien, pero no hay nadie. No da abrazar al camarógrafo… Qué extraño se puso todo esto.
Luisina dice “No saben qué raro y lindo es todo esto”, y sí, amiga. Si ella lo siente así me siento más tranqui con la bipolaridad desenfrenada que cargo en este mismo momento…Qué extraño se puso todo esto.
Torneo arremete con “El gran vencedor”, “TDV”, “Abren fuego” y “Amigo del interior”. Los teclados de Mauri inyectan una sensación flotante y bien pop a las canciones. Son envolventes y casi bailables, claves para ese múltiple entendimiento que la gente tiene sobre Torneo. Con los “Oooohhhhhh” de “El gran vencedor”, subo los brazos casi en sintonía celebratoria. Claro. Lo mismo que siempre. Aunque ahora se siente muy raro, sin nadie alrededor. Espero que alguien en su casa esté en la misma, así me siento menos nabo… Qué extraño se puso todo esto.
Otro flashback irrumpe en mi cabeza: en Indifuertes, puedo ver a Gladyson Panther adelante del escenario, abrazado a un amigo, cantando y saltando. Creo que se trata de Guillermo Rosa de Como me gusta ser el Willy. Algunos metros más atrás, Pablo Comas está en la misma junto a Juan Manuel Robles de Gay Gay Guys. Nunca los había visto juntos, ni cerca. Linda magia. ¿Puede ser que todo esto que supo poblar nuestras vidas se haya esfumado, así como si nada? ¿Los millones de recitales en los que cantamos y transpiramos serán otro millón cuando llegue la nueva normalidad? ¿Los recitales que cimentan nuestras vidas dependan exclusivamente de la probabilidad de una vacuna? ¿Algún anti vacunas estará viendo este recital o estarán planeando alguna marcha? Qué extraño se puso todo esto.
“Les damos a todes cinco minutos para que hagan pogo en sus casas. Corran los muebles y les gatites” comenta Charli antes de arrancar “Alejados”. Canción que viene al pelo y toca unos corazones, sin dudas. Ese tema fue publicado tiempo antes de la cuarentena. Pienso en la frase de Wilde: Life imitates art far more than art imitates life. Y sí. Qué extraño se puso todo esto.
“Ya vendrá el tiempo en que nos podamos volver a abrazar”, cierra Aymar antes de pasar a “Fragancia” y meter las últimas canciones, una versión unificada de “¿Estás mejor?” y “Campeones de la esquina” que se embebe de una melancolía sin épica.
Ante los micrófonos Toneo se va despidiendo e invita a la gente a escuchar bandas de la movida. Dicen que hay propuestas increíbles con gente hermosa. También hacen hincapié en cuidar los espacios que quedan para tocar, que cada vez son menos. “Pronto nos vamos a volver encontrar” dice Charli. Ojalá así sea. ¿Quedará algún lugar en pie cuando todo esto termine? La realidad golpea feo si pienso en la respuesta. Mejor sigo bailando y me aferro a eso que cantaba la banda hace un rato: Menos corazones que ayer, pero fuertes estamos. OK. Todos se puso extraño, pero no me siento tan solo. Verano de Torneo está conmigo.
Unos minutos después la banda emerge de la trastienda con sonrisas en la cara. “Me mandó un mensaje el portero de mi edificio”, comenta Charli. “Dice que lo vio, que le re gustó”. Misión cumplida.
Vos y yo contra el mundo
Luego del estallido iniciático del punk rock inglés las ramificaciones del éticas y estéticas del movimiento se multiplicaron, generando subgéneros abastecidos por la nueva sangre de micro escenas bastardas. Australia, EEUU, Holanda, España, Inglaterra, Irlanda, Alemania, Escocia, Bélgica y Suecia fueron formulando nuevas generaciones de punk rockers que meditaron sobre el movimiento y su ética, a veces evolucionando en su sonido, otras haciendo base en su núcleo duro, pero siempre manteniendo un pie en la energía y la eficacia de canciones breves.
Desde hace más de cuatro décadas que una de las principales virtudes del punk rock es la amistad como principio y perspectiva ante el mundo.
En Alemania, Die Toten Hosen fue un ejemplo de cómo hacer de la amistad una caravana celebratoria de orden mundial. En España, el Rock Radikal vasco unió a cientos de jóvenes alienados bajo una misma ansiedad sociopolítica sobre el rumbo de sus vidas, su territorio y un Estado fascista que manchaba y opacada cualquier oportunidad de una vida más humana.
En ambos escenarios, más allá de las diferencias culturales e idiosincráticas, la unión era similar: una hermandad, una forma de plantarse, en conjunto, espalda con espalda, codo a codo, contra lo que venía. En otras palabras, ante el fuego de las circunstancias, nosotros contra el mundo.
En Argentina, tras la dictadura y los años de desengaño post primavera alfonsinista, el punk rock progresó hacia una fuerza de resistencia suburbana de clase obrera que soportó los palos de una policía formada con el ejército y que estaba feliz de cumplir su rol de abollar ideas y reclamos de un pueblo hambreado por el neoliberalismo. Eran bandas de músicxs jóvenes, formadxs en la adolescencia, que crecían enfrentando la mierda de lo cotidiano.
Rebasado el borde inicial de la década del 90, con la aparición de She Devils, Fun People y Loquero y más tarde Flema y El Otro yo, el punk y el hardcore punk permitieron la visibilidad de nuevas sensibilidades, resistencias y luchas que las viejas generaciones de bandas (compuestas por tipos, tipos y más tipos) no habían tenido en cuenta. A la vieja realidad de desocupación, nulas posibilidades de futuro, represión policial y cinismo institucional, le sumaron perspectiva de género, la problemática del HIV, diversidad sexual, vegetarianismo, trabajo sexual, adicciones y más tópicos que atraviesan las canciones como una realidad aguda e impostergable. Se trataba de canciones a favor de la libre elección y la ampliación de derechos. Anticipándose décadas a la reciente discusión nacional, las canciones de las nuevas bandas traían información sobre el aborto, sentando posturas, diseminando interrogantes.
Con este nuevo circuito llegó, además, la posibilidad de tomar el control de la producción y generar un cordón de distribución independiente por todo el país, logrando el intercambio de data con los grupos girando constantemente multiplicando en cada parada el universo de los pibes y pibas que conformaban el público. De esa manera, por donde pasaban Fun People o Flema aparecían más bandas.
Fue entonces que una nueva cepa de punk rock evolucionó cambiando con los tiempos y las juventudes. Lentamente, el punk aceptó su capacidad para demostrar rapidez, electricidad y potencia, y saber mostrarse sensible, afectuoso y todavía agitador.
El cuarteto Torneo de Verano se formó sobre esa educación sentimental. Disfrutando el sentimiento de canciones de tres minutos, la comunión en el pogo y el agite. La música que escuchaban los formó para mejor, conduciéndoles a información diferente, procurando una nueva data, creciendo hacia direcciones diversas que sobrepasaban lo propuesto en sus ciudades natales.
En agosto de 2020 lxs cuatro recuerdan sus vivencias en recitales y la manera en que fueron creciendo. También sus diferentes desavenencias con sus bandas favoritas a través de diferentes etapas: se ríen del cambio de época que llegó con Otras canciones para Attaque 77, abrazan lo bien que envejeció Dos Minutos y apuntan como la banda de Valentín Alsina estrechó lazos con la comunidad LGBT.
Mientras que el punk rock es una parte considerable de su educación sentimental, la banda también supo aprender de la interrupción generacional que significó LAPTRA. El movimiento de la música independiente contemporánea, como un complemento ético, cimentó definitivamente el deseo de salir a tocar apostando al DIY y a estrechar vínculos con la comunidad que vaya más allá de lo estrictamente musical.
Entre esas dos escuelas, el punk y el indie (esa criatura que nadie sabe definir del todo pero que todxs entienden qué es) Torneo de Verano encuentra su campo de acción. Llamativo es que, según quien escuche a la banda, ambas descripciones son las más mencionadas. Así, notas, gacetillas, posteos en redes y otras referencias llegan bajo esa perspectiva: Torneo de Verano, la banda indie; Torneo de Verano, la banda punk. Su música se comparte camuflada entre esas dos etiquetas, llegando a oídos ajenos junto a grupos como Las ligas menores, tal como apareció en un breve artículo de recomendaciones algunas semanas atrás.
Pero más allá de las etiquetas y descripciones de las que se valen en la industria, la música de Torneo trata sencillamente de canciones que se pelan desde la criolla, ideales para Bon Scott, Galpón de la Música o cualquier otro ámbito o festival a gran escala que brinde la oportunidad. Luisina, responsable de la mayoría de los temas del grupo, sonríe cuando escucha hablar sobre esa esencia primigenia. Sin decir nada mira a sus compañeros de banda hasta que rompe el silencio. “Y sí. Somos cancioneros. Es así. Es lo que nos gusta por sobre todo”, comparte. Esos gestos cómplices por toda la mesa delatan que el tema ya fue tratado, lo hablaron entre ellxs, sabiendo bien cuál es el espíritu de Torneo. La banda lo dice con alegría y sinceridad. Se saben cancioneros.
“Amigo del interior”, “¿Vuelve nuestro amor?”, “Abren fuego, vos y yo contra el mundo” y “Alejados” son combustible de fogón: pegadizos, ligeros, sinceros. Lxs Torneo parten del deseo de compartir una canción. Quieren que sus canciones se canten, que corran de oído en oído; son canciones listas para compartir, nada de guetos, nada de esnobismos, son poetas populares, ni demagogia ni poses.
No hay fórmula para hacer canciones pegadizas: el mundo occidental está repleto de cadáveres de seres que perecieron intentándolo. Al lado, hay otro tendal de esqueletos que pertenecen a todo aquel que subestimó ese sublime arte. Guitarra con algunos acordes, estribillos y palabras. Elementos básicos, pero al factor X, al je ne sais quoi, ¿quién lo tiene atado? Torneo parte de ahí. Si además le sumamos unos teclados simples, pero irresistibles nada puede fallar.
Aymar no demuestra interés sobre clasificaciones. “¿Qué estilo hacemos? No sé. Somos directos. Las canciones son así. No buscamos la vuelta. No hacemos ningún rulo”. La bajista y cantante prefiere no definirse. “Hacemos algo bien natural, puede ser para cualquiera”, apunta. “No hay palabras excluyentes. Sí, es para vos Indio Solari”, escupe, abriendo el juego para el resto de la mesa luego de una risotada general.
Giovanelli: Desde el principio hubo una decisión que sean canciones populares. Usamos palabras que todo el mundo conoce. Musicalmente también es así. Si bien tratamos de generar acordes que sean originales se trata de secuencias bastante simples, las podés tocar fogoneadas. Si uno se pone, con la viola, a sacar un tema de Torneo está re bien. Está bueno saber que con cuatro acordes alguien agarra una canción de la banda y va re bien.
López: Hay cero especulaciones, siempre. Hasta que los cuatro no nos miramos y decimos es por acá, no cierra ese tema. Desde que Lu trae algún tema o Mau cae con algún riff en el teclado, no estamos cerrados a nada.
Aymar: Lo importante es que seamos una banda que transmita. Que dejemos algo en el vivo. El objetivo es lograr eso. Por más que suene irreal. Los temas los sentimos, no forzamos nada. El grupo tiene algo importante: somos bien pasionales.
López: Luisina es quien más trae canciones y creció escuchando punk. Se nota. Siempre digo que seremos muy punk para el indie y muy indie para el punk. Pero hay algo en eso, porque nos llegan invitaciones desde esos lados. Caen propuestas para tocar con Asphix o con Muerto en Pogo. Hay una fibra. Nuestro disco es una cosa naif, el fulbito, la coca después de la pelota. Hay una identificación que toca esa fibra común, popular. Somos cancioneros, ni indie, ni punks. Son canciones que escucharíamos.