VIVO EN UNA OBRA: LAS FORMAS DEL ABSURDO COTIDIANO

La apuesta coreográfica-narrativa dirigida por Puca Nela propone un mundo donde la línea entre realidad y ficción se desvanece.

 

El concepto del absurdo, según Albert Camus, se refiere a la confrontación entre el deseo humano de encontrar un sentido en la vida y la indiferencia del universo ante esta búsqueda.
Camus sugiere que aceptar esta realidad absurda y reconocer la falta de un sentido inherente puede ser liberador. En lugar de caer en la desesperación, el absurdo puede convertirse en una forma de supervivencia: al abrazar el sinsentido y seguir buscando experiencias y significado a pesar de ello, uno puede encontrar una forma de resistencia y autenticidad frente a la realidad.
Hay algo reconfortante en aceptar y celebrar estos momentos absurdos. Nos recuerda que, a pesar de nuestras preocupaciones y desafíos, la vida tiene una manera de reírse de sí misma.
El absurdo cotidiano es una forma fascinante de ver el mundo que encuentra humor y significado en las pequeñas rarezas de la vida diaria. Es como mirar un espejo que refleja no solo nuestras rutinas y hábitos, sino también esos momentos que parecen no tener sentido a pesar de que forman parte de nuestra existencia. Vivo en una obra parece ser ese espejo.
Bajo la dirección de Antonela Pereyra, alias Puca Nela (una de las mentes responsables del ciclo Rompe), y con el trabajo en escena de Florencia Álvarez, María Emilia Fernández, Ángel Báez y Bruno Baraldi, Vivo en una obra utiliza la plasticidad del cuerpo para sembrar interrogantes. La premisa inicial es atractiva: un mundo donde la línea entre ficción y realidad se desvanece.
Debajo de esa premisa seductora aparece el humor, como un acto reflejo que se convierte en un mecanismo de supervivencia cotidiano.
Vivo en una obra comienza con dos integrantes ingresando a la sala de Espacio Bravo, saludando a algunos espectadores entre claroscuros, rompiendo la cuarta pared. Este movimiento inmediato alerta sobre el estilo distintivo de la propuesta. La acción distiende al público, aunque también lo desconcierta. Este enfoque iniciático establece una mirada confusa sobre la que se construye el resto de la obra: performance, realidad, narrativa, forma, transcurrir.
En ese primer saludo se invita a la audiencia a cuestionar y considerar la realidad presentada en el escenario. Vivimos en una obra. Estamos en una obra.
Aunque principalmente se trata de una obra de baile y performance, el humor juega un papel importante al oxigenar y contagiar para finalmente desdramatizar.
Entre los quiebres de histrionismo de los protagonistas, se logra una conexión más íntima con los espectadores de la forma más sincera: la risa. Las morisquetas, los gritos y los saltos conectan, pero además descomprimen. Su integración en la obra ayuda a enriquecerla, proporcionando una experiencia más completa y accesible para el público.
Ya iniciada la obra, bajo luces rojas, sus cuatro protagonistas flotan sobre el piso, fluyen entre espasmos espontáneos que, paulatinamente, evolucionan en teclas sintéticas que recuerdan a los videos de Michel Gondry para Daft Punk. Por unos minutos, los cuerpos funcionan como teclas aterciopeladas que responden a una música mayor, tocada desde un lugar desconocido.
Si los cuerpos logran su propia cadencia percusiva, entre la nobleza de la madera y la tangible de la carne, las canciones que se suceden en la obra generan un contrapunto sintético determinante para una entrega casi total. El éxtasis del sudor, tanto el real como el ficticio, presupone un pulso desfasado que funciona como un guiño sobre el darlo todo contemporáneo: ¿por qué y para quién estamos dándolo todo? ¿Acaso es la mirada externa la que nos exige, o se trata de una explotación personal para proyectar hacia afuera? ¿Quién determina ese adentro y ese afuera? Allí el quiebre de la cuarta pared entra en juego nuevamente. ¿Estamos siendo para nosotros o para los demás?
Vivo en una obra evita la linealidad porque apuesta a la curiosidad constante. Si hay muecas de desesperación, también hay sonrisas. Los gestos de angustia se interrumpen por quiebres liberadores, entre rotaciones, eversiones y saltos.
La premisa, entonces, se desvía: no se trata tanto de lograr distinguir entre realidad y ficción, sino de ver cuánto de cada parte necesitamos para seguir adelante. ¿Inventarnos canales paralelos a la realidad cotidiana es alegar demencia? ¿Qué forma tomamos para encarar cada día, para enfrentarnos con el espejo cada mañana? ¿Cuál es nuestra cara real? ¿Tenemos una única cara real?

Las acciones de Vivo en una obra involucran tanto al público como a sus protagonistas. Esto se logra a través de la narrativa, el histrionismo y el lenguaje del cuerpo. Durante sus 40 minutos de duración, el uso de la palabra es casi nulo. El único término que se pronuncia con precisión es “DALE”, apenas en una ocasión. El resto se balbucea, se susurra, se induce. El espectador, atrapado, descifra con complicidad.
“Esa es la esencia de nuestro lenguaje: poder comunicarnos con el cuerpo y el movimiento”, reflexiona la directora Puca Nela. “Es como la diferencia entre leer un libro y ver una película: el libro te abre un poco más a la imaginación”, añade.
La decisión de evitar el uso de palabras fue tomada desde el principio. Dejando de lado la palabra, Vivo en una obra apuesta por la sinceridad primaria de la danza. La relación entre el cuerpo y el espacio, el ritmo y la dinámica de los movimientos contribuyen a la narrativa y la emoción que se comunica. La danza puede reflejar la alegría, la tristeza, el conflicto y otras emociones, permitiendo que el público entienda a través de la experiencia sensorial.
“En un momento del inicio apareció la idea de usar la palabra, pero fracasamos totalmente, así que lo descartamos”, recuerda Nela, entre risas.
El proceso detrás de la obra se extendió durante un año completo, con dos ensayos semanales. Además, la directora pasó meses estudiando de cerca las grabaciones de dichos ensayos, viendo qué ajustar y qué direcciones elegir.
“Ese trabajo nunca se termina”, considera. “Por un lado, seguimos ajustando aspectos que tienen que ser muy sutiles para que funcionen. Luego siguen apareciendo juegos y detalles tanto en ensayos como en funciones. Las funciones aportan mucha información, porque esto está pensado para que alguien lo vea y que pase algo. Es ahí donde nos enteramos si estamos yendo por donde queremos o no tanto”.

La danza y el teatro a menudo se entrelazan en formas innovadoras de expresión artística. El concepto de “liminal” se refiere a un estado o fase intermedia, a menudo asociado con una transición o un umbral entre dos condiciones distintas. En el contexto de la danza y el teatro, lo “liminal” puede aludir a la intersección o el espacio de confluencia entre estos dos campos artísticos, donde se exploran y mezclan elementos de ambos.
Las piezas que exploran esta frontera liminal pueden combinar movimientos coreográficos con narrativas dramáticas, creando experiencias que desafían las categorías tradicionales y ofrecen nuevas formas de contar historias. Vivo en una obra se encuentra en esa intersección creativa luego de un proceso de búsqueda intenso, que involucra tanto el estudio consciente como lo instintivo.
“Lo único que sabía era que quería hacer una obra de danza y humor; hacía bastante tiempo que venía indagando en esos lenguajes”, comparte Nela.
“El nombre también lo tenía bien claro. Es algo de mi realidad, como un mantra que me da permiso para la pregunta ¿por qué? No hay porqué. En el cotidiano me gusta mucho jugar como si estuviera en escena; fue un disparador muy personal”.
“Busqué que la danza y el movimiento se pudieran mezclar con acciones o reacciones cotidianas. Que en medio del universo que planteamos puedan ocurrir cosas que pasan en ‘la realidad’, o al revés, tomar algo del cotidiano y llevarlo a lo escénico con todas las herramientas posibles de transformación, técnicas y físicas”
, detalla la directora.
“El porqué tiene que ver con el espectador, crear un lenguaje con el que te puedas identificar, entender o captar el juego y poder entrar. Algo donde podamos divertirnos todas las partes”, concluye Pereyra, AKA Puca Nela.

Vivo en una obra promete una nueva función en noviembre, ideal para concluir un año en el que tuvimos que desarrollar nuestros propios mecanismos cotidianos de supervivencia.

 

Texto por Lucas Canalda – Fotografías de Ana Ramos

¿Querés más RAPTO? Leé sobre las poéticas del ruido de ÑÑÑÑ

 

comentarios