Quiz > Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala
Pablo Bilsky es escritor, periodista y docente universitario de Literatura Española en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.
Publicó los libros Herodes (Yo Soy Gilda, 2015) Taxi (Le Pecore Nere, 2019), China (Baltasara Editora, 2018) y el poemario Sfruttatori (EMR, 2018).
Vietnam (Baltasara Editora) es su último libro.
¿Cuál es tu humor por las mañanas?
No es muy bueno. Necesito un rato para que mi humor cambie. Silencio, café, y un poco de tiempo.
¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?
Trabajé como operario en una fábrica. Aprendí que levantarte temprano para hacer algo que no te gusta, pero que tenés que hacer para poder comer, es el hecho que define tu lugar en el mundo, tu ideología y buena parte de tu existencia.
¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?
Además de la pandemia, que está como en un más allá del tiempo, y no podemos hablar con certeza de futuro inmediato o mediato, me preocupa que venimos perdiendo la batalla cultural contra las fuerzas más retrógradas y las corporaciones. Y eso implica el sufrimiento y la muerte de millones de personas y pone en peligro la existencia misma del planeta. O sea: me preocupa que siga y se profundice la devastación y la barbarie propia del capitalismo.
¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?
Siempre. Intento hacer un uso muy acotado de las redes. Las uso con el objetivo de hacer conocer mi trabajo. Pero no todos los días. Y la que más utilizo es Facebook. Tengo Twitter e Instagram, además, pero muy de vez en cuando recuerdo que las tengo y entro muy poco. Paso largos periodos fuera de las redes. Trato de mantenerme dentro de una burbuja de contactos que postean cosas que me interesan. Pero a la vez, cada vez que las uso me abruman. Más allá del uso que uno les dé, saber que existen ya abruma. Están ahí, al acecho. Creo que es inherente al diseño de las redes sociales abrumar, confundir, estresar. No estoy seguro, pero creo que, en mi caso, lo que me abruma es la sensación de que casi todo lo que leo allí me resulta banalizado, simplificado, mal mezclado. Lo que abruma es tener el teléfono encendido. Apagarlo, desconectarse, mantenerse en silencio o hacer lo que uno quiera, pero desconectado, es, además de necesario para la salud, un acto de resistencia. Porque implica rechazar uno de los dos mundos en que se mueve nuestra vida (el virtual) y elegir el otro.
¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?
Me es bastante ajeno el concepto de ocio. Quizá sea por una cuestión patológica. Soy ansioso e hiperactivo. Y nunca pienso que lo que estoy haciendo es una forma de ocio. Y esto no implica que produzca todo el tiempo. Producir es otro concepto bastante relativo, además.
¿En algún momento sentiste paranoia sobre los algoritmos?
No. Porque la paranoia en un miedo injustificado. Los algoritmos están cargados de ideología. Son una escritura ideológica, son consignas políticas, panfletos. Y están entre los enemigos a vencer, o al menos dominar, o seducir, o lograr que jueguen para nosotros, o que sean menos dañinos. Lejos de tenerles miedo, trato de entender cómo funcionan. Los observo con una mirada táctica. Con el respeto que merece un enemigo poderoso.
– En “Vietnam”, hay mucho vértigo. Cuerpos, vegetación, la historia antigua que choca con lo reciente; hasta el espacio funciona de otra forma, algo que apuntás en las primeras páginas.
¿Te parece que ese ritmo vertiginoso definió el lenguaje trepidante pero orgánico del libro?
Sí, así es. La poesía y ese ritmo vertiginoso fueron las maneras que encontré para intentar convertir en otra cosa (en texto) eso que llamamos experiencia, que es por definición algo que está por fuera del lenguaje, y que tiene con el lenguaje relaciones cambiantes y complejas.
– Ya lo dice el libro: Vietnam es el trauma de EEUU. Desde la guerra, la construcción discursiva de ese gigante traumado sobre Vietnam fue casi hegemónica con todo el aparato del imperialismo: cine, series, libros, historietas, dibujos animados y todo el arsenal. Desde la contracultura del rock hasta la serie televisiva de los 80, fuimos creciendo con un imaginario intervenido sobre lo que fue y es Vietnam.
Hay momentos del libro donde los elementos de lo asimilado por ese imaginario y lo real – lo recién descubierto por tu propia mirada- entran en conflicto.
¿Es posible escapar al imaginario de Vietnam?
No es posible. Y haber estado en Vietnam lo prueba. Me fui hasta Vietnam pero apenas estuve allí. Estuve en el imaginario sobre Vietnam, y eso te impide estar en Vietnam.
– La búsqueda en “Vietnam” parece algo más radicalizada con respecto a “China”. ¿Es la primera vez que el Bilsky cronista/viajero se ve superado por el terreno que visita? ¿O quizás haya sido que finalmente encontraste la respuesta a los interrogantes de “China” sobre si hay diferencias sustanciales entre el viajero y el turista?
Es más radicalizada, así es. No es la primera vez que me veo superado por el terreno que visito. Eso me pasó muchas veces y dieron lugar a crónicas inexistentes, nunca escritas: el silencio. En “Vietnam” triunfa la estupefacción, y la otredad aparece como inasequible. Y se terminaron las dudas sobre la diferencia entre viajero y turista.
– Viajar, experimentar, sentir y escribir sobre un país o una ciudad, sin dudas, te hace desarrollar un vínculo con el lugar en cuestión.
¿Pensás sobre los lugares que visitaste? ¿Te surgen interrogantes puntuales acerca de las ciudades sobre las que escribiste? Por ejemplo: ¿te preguntás qué estará pasando con la situación pandémica en las calles de Atenas donde presenciaste disturbios antes los ajustes del FMI?
Sí, los lugares donde estuviste, al menos algunos de ellos, te habitan. En los sueños, en la vigilia. Ciertas situaciones, sobre todo, son fantasmas que te acompañan, acaso para siempre.
– Con la pandemia, se trazaron un aluvión de interrogantes por todo el mundo. De repente, hay fuertes replanteos al sistema, a nuestros hábitos de vida, a la relación que mantenemos con el ecosistema, los privilegios de género y mucho más.
Entre tanto ruido, se repitió hasta el infinito que se presenta una “oportunidad histórica” de repensar al sistema.
¿Te parece que somos capaces de pensarnos como actores de la historia cuando estamos sumidos en una vorágine cotidiana de dispersión y hábitos efímeros?
La pandemia es una oportunidad histórica, para ganar cantidad obscenas de dinero, pero sólo para unos pocos. Las empresas de tecnología, la venta por internet y algunos otros rubros que multiplicaron sus ingresos de manera exponencial. Para los demás, creo que nos queda pensarnos como jugadores de fútbol cinco en modalidad metegol. Cuando me enteré de qué se trataba eso, encontré una imagen que definía nuestro lugar, nuestras capacidades, y buena parte de la existencia humana. Y por fuera de eso, sin necesidad de pandemias, hay mujeres y hombres que trabajan y luchan por el cambio social y por los derechos de los excluidos todos los días. Lo hacen desde siempre y nunca dejarán de hacerlo.
– Veinte años atrás, junto Horacio Çaró, crearon el suplemento de viajes de El ciudadano. Allí, más allá de los compromisos comerciales, se dieron el gusto de darse muchos gustos. Profundizaron en tópicos que les resultaban interesantes y también tuvieron espacio para ir más allá, a veces, logrando cierto delirio.
¿Cómo fue esa experiencia?
¿Te parece que algo de aquellas épocas puede encontrarse en tus libros que llegaron más tarde?
Fue una de las experiencias más maravillosas que tuve en el periodismo. Nos dimos el gusto de arrastrar por los fangos más inmundos la corrección política, esa maldición infame. Y nos permitimos decir lo indecible. Nos divertimos mucho. Puro goce. Y esa experiencia me marcó y está presente en mucho de lo que escribí después.