Quiz > Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala
Pablo Krantz es un músico y escritor argentino nacido en 1970 en Buenos Aires, con ocho discos y siete libros publicados en Argentina, Francia y España.
Entre 2002 y 2008 estuvo radicado en París, donde editó un disco de canciones, dos novelas y un libro de cuentos (todo ello en lengua francesa). En 2003 recibió uno de los premios del concurso internacional de cuentos Juan Rulfo y le fue otorgado en dos ocasiones el premio español Pop Eye por su música y su literatura.
Supo realizar conciertos en Francia, Alemania, España, Suiza, Bélgica, Luxemburgo, Inglaterra, Colombia, Brasil, Paraguay, Uruguay, Austria, Chile, México y Argentina. Tocó como soporte de famosos cantantes franceses como Jane Birkin y Mano Solo. También dio un recital en representación de Francia en la avenida 9 de Julio, durante los festejos por el Bicentenario de la Argentina en 2010.
En 2017 publicó su traducción del libro El spleen de París, del poeta francés Charles Baudelaire. Un año más tarde editó su octavo libro, Díganle al karma que no estoy, además de Brut, un disco grabado en Francia junto al cantante francés Fred Raspail.
Actualmente se encuentra grabando en Buenos Aires su noveno disco.
¿Cuál es tu humor por las mañanas?
Hasta hace un año te hubiera contestado “¿La mañana, qué es eso?”. Pasé la mayor parte de los 30 años desde que terminé el colegio acostándome a las 4 de la mañana y despertándome al mediodía. En algún momento hasta me pregunté si no habría elegido mis diversas profesiones para poder vivir de noche. Hace poco tuve que cambiar un poco de hábitos (entre otras cosas para grabar mi disco nuevo, porque por la pandemia en el estudio adoptaron horarios tempraneros) y estoy acostumbrándome a mi yo madrugador. Mi humor es más bien estable, pero mi problema es que tardo un buen tiempo en estar realmente despierto: mi mente se pone de inmediato a pensar como loca pero el cuerpo tarda en responder y eso puede causar catástrofes.
¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?
Mis dos primeros trabajos fueron, sorprendentemente, los mismos que he hecho durante gran parte de mi vida. Tenía 18 años. Uno de ellos fue dar clases particulares de guitarra y de francés; el otro fue traducir para un grupo de psicoanalistas y psiquiatras (del que formaba parte mi madre) un seminario de Jacques-Alain Miller, el yerno de Lacan. Como las clases y las traducciones han sido dos de los comodines que me han permitido ganarme la vida agradablemente tanto en París como en Buenos Aires, diría que empecé a aprender de manera artesanal y algo torpe dos herramientas clave.
¿Quién es tu héroe/heroína? ¿Por qué?
Winston Churchill, porque podría decirse que por sí solo se opuso a capitular contra Hitler y condujo al Reino Unido a seguir luchando contra la Alemania nazi, cuando muchos a su alrededor eran partidarios de la rendición. No es abusivo decir que si él no hubiera estado ahí, la historia del mundo hubiera sido totalmente distinta. Hablando más en general, mis héroes son aquellos que logran combinar una aguda lucidez para ver la realidad con la valentía de nombrarla y el coraje de intentar cambiarla, sin dejarse arrastrar por la ceguera, la cobardía y el fanatismo de su entorno.
¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a lo tuyo?
Desde muy chico me fasciné con la lectura: las novelas de aventuras eran uno de mis mayores placeres sobre la tierra. Luego tuve una fascinación parecida con el rock, a los 10 años: escuchar esa música me generaba tantos éxtasis y emociones que quise conocerlo todo sobre ella, volverme un experto, a pesar de no conocer a nadie al que le gustara. Esos dos descubrimientos, esas dos pasiones marcaron mi vida para siempre. Después, en un proceso bastante natural, empecé a escribir, a tocar la guitarra, a inventar canciones. Parecía que mi vocación estaba totalmente marcada pero al terminar el colegio, influenciado por mis padres que no pensaban que la literatura o la música fueran profesiones legítimas, estuve unos años buscando otra vocación, peregrinando en vano por universidades varias. Y fue una gran crisis de salud que tuve a los 21 años la que me llevó al fin a elegir dedicarme de lleno a mis dos pasiones; y esa decisión, a la vez, me curó.
¿Cómo fue la peor cita de tu vida?
Tuve un montón de citas realmente desastrosas, sobre todo en mis años de jovenzuelo inexperimentado… Entre toda esa colección de desastres les contaré uno en particular, no porque fuera peor que los demás sino porque me parece más sencillo de contar.
A los 18 años, yo era punk anarquista y tenía un programa de radio en el que leía manifiestos ácratas y pasaba música punk y after-punk. Había una oyente que llamaba siempre por teléfono y se presentaba como La Muerta. Cuando llegó el último programa del año, en el que tenía de invitado al amigo de una amiga que era un gran fanático de los Smiths, La Muerta llamó y propuso que fuéramos a tomar algo con ella y una amiga. Acepté. El fanático de los Smiths también, pero después a último momento se escabulló (luego comprendería que simplemente no le interesaban las mujeres).
La cita de cuatro se vio reducida entonces a un encuentro de dos, al que La Muerta llegó como cuarenta y cinco minutos tarde. Era fantásticamente hermosa, extremadamente pálida y llevaba anteojos negros aunque ya fuera de noche. Apenas llegó me miró de arriba abajo y me dijo su decepción porque yo tenía anteojos y no tenía los pelos parados. Tomamos una cerveza en la vereda y, cuando se acabó y la apoyé sobre el suelo, me reprochó duramente no haberla estrellado contra el piso. Le pregunté por qué tenía anteojos negros; se los bajó un instante y me mostró que tenía los ojos blancos, justamente como una muerta. Llegó entonces su amiga a buscarla en auto y le dijo, señalándome: “¿Qué, no tiene los pelos parados?”. Se fueron.
¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?
Abrumado, no, aunque sí confieso que en algún momento tuve algún tipo de adicción.
¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?
La terrible crisis económica, social y política que está atravesando nuestro país, de la que algunos parecen no ser del todo conscientes todavía.
¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?
Ver películas y series muy tontas, generalmente de acción, hasta quedarme dormido.
¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?
Un amigo me dijo una vez que nuestros momentos de no hacer nada son tan importantes como nuestros momentos de actividad. Y fue un gran aprendizaje para mí. La verdad es que siempre necesito tener un tiempo en el que irme a mi propio planeta, o a los hermosos planetas que hemos inventado con la gente que quiero, o a los universos paralelos de la música y la literatura, para seguir preservando mi salud mental.
¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?
No soy un gran adepto del consumo irónico. La estupidez ajena me duele, me asusta, me da vértigo; me cuesta verla como un divertimento. Por el contrario, soy un gran fan de lo que en francés se llama “deuxième degré” y que podríamos traducir como “distancia irónica”: es el arte de hacer algo mientras a la vez te burlás un poco de estarlo haciendo. Citaré como ejemplo una canción mía llamada «Les chansons d’amour ont ruiné ma vie», Las canciones de amor arruinaron mi vida. Ante algo así, uno se pregunta: ¿es en chiste? ¿Es en serio? ¿Es doloroso? ¿Es irónico? Y la respuesta es que es todo eso al mismo tiempo.
¿En algún momento sentiste paranoia sobre los algoritmos?
En lo personal, no. Creo que cuando uno se lanza a las redes sociales, y sobre todo si se tiene una faceta pública, es muy importante saber qué mostrar y qué no mostrar, qué volver público y qué conservar para nuestra intimidad. Mostrarlo todo es una forma de perderlo todo. Y es también una gran trampa, sobre todo por la cantidad de gente idiota que pulula por doquier y el nivel de malentendidos (accidentales o provocados) que genera la virtualidad.
Ahora, saliendo de lo personal y pasando a una visión de la sociedad en general, el big data y la inteligencia artificial que se alimenta de él aumentan exponencialmente las posibilidades de control policíaco de la población y eso sí me parece sumamente peligroso.
¿A quién le dejarías tu biblioteca cuando mueras?
Las veces que pienso en algo así, pienso más bien en mi discoteca virtual, que consta de unos 50.000 discos en mp3 que he recolectado a lo largo de décadas de investigación desenfrenada por blogs especializados en discos ignotos y joyas perdidas y me da pena que eso desaparezca conmigo, pero me parece que lo que le da sentido, lo que hace que todos esos estilos tan distintos formen algo compacto soy yo. Trato de compartir mi melomanía cada vez que
puedo, especialmente en mi programa de radio.
¿Existe una complementación del Krantz escritor y el Krantz músico? ¿Qué define el crossover entre páginas y canciones si es que ocurre?
En un principio, yo vivía la escritura como un arte totalmente solitario (no quería que nadie leyera lo que escribía hasta publicarlo) y la música como un arte eminentemente social y compartido, y en ese contraste encontraba un jugoso equilibrio de extremos. Pero después esa lógica voló en pedazos: al empezar a publicar mis pequeñas reflexiones en las redes sociales, la escritura se volvió algo social e inmediato, casi como un concierto en el que el público reacciona al instante con likes, comentarios y hasta algún insulto ocasional. Y al empezar a producir y grabar yo mismo mis propios discos, empecé a pasarme miles de horas encerrado junto a mi obsesión musical. Más allá de esto, creo que lo unifica todo lo que hago es el amor a la palabra, y la construcción de un universo en el que humor, ternura, melancolía, ironía, vida cotidiana y gusto por lo extraordinario se compenetran.
¿Cuáles fueron tus principales desafíos de composición y producción al principio y cómo fueron cambiando con el tiempo?
Mi principal desafío cuando empecé a escribir canciones fue encontrar un lenguaje que me gustara y me identificara, porque no me sentía representado por la manera de escribir letras del rock argentino en general. Poco a poco lo fui logrando, influenciado más que nada por las letras de la canción francesa (pero recién descubriría esa influencia cuando me puse a componer canciones en francés en París, en 2002).
Luego el desafío siguiente fue lograr una manera de cantar que se adaptara realmente a mis canciones, cosa que me tomó mucho tiempo y dedicación. Y finalmente vino una larga exploración para encontrar mi estilo a la hora de producir y arreglar mis canciones; para eso aprendí de muchísimos músicos con los que trabajé en mis primeros discos y luego terminé de desarrollar mi sonido durante los dos años que terminé de grabar, casi en soledad, el disco que edité en Francia en 2007.
¿Alguna vez trataste de desarrollar técnicas para lidiar con la procrastinación? ¿Qué haces cuando te sientes estancado?
En un primer momento yo hacía las cosas por desesperación: desesperación de encontrarle un sentido a una existencia que, si no, me parecía más bien insoportable. A eso lo condimenté con muchas lecturas de sufismo, budismo zen, jasidismo, Cuarto Camino y sobre todo de Séneca que me ayudaron, junto con la práctica del kung-fu, a volverme un poco más disciplinado. Me creé la idea de un destino y un deber que debía cumplir, y eso era como una muleta que me ayudaba a avanzar. Y después vino una larga y no tan simple transición en la que dejé de necesitar esa muleta y empecé a seguir mi deseo.
Por suerte la vida a veces funciona con un mecanismo de bola de nieve: al comienzo tenés que empujarte mucho para hacer las primeras cosas y el mundo que te rodea, más que ayudarte, tiende a obstaculizarte o frenarte. Después empieza a haber una retroalimentación y ya no necesitás empujar tanto, las cosas se van dando, una puerta lleva a otra…
Finalmente diré que los dos grandes antídotos que conozco contra el estancamiento son la eterna curiosidad y el tener siempre muchos proyectos pendientes.
¿Cómo te llevás con tu pasado y/o huella digital que no siempre se puede ocultar? ¿Padecés tu producción temprana o podés entenderlo de acuerdo al contexto en que estabas?
Por suerte me llevo bastante bien con mi pasado. En muchos aspectos me hubiera gustado ser menos boludo, para sufrir menos por naufragios evitables. Pero entiendo que cada uno tiene sus desiertos que atravesar, y estoy contento con todos mis cambios desde entonces. Además, tuve la suerte de ser muy boludo en épocas pre-internéticas en las que no quedaban huellas digitales de nuestra idiotez. Mi primer libro (Dame un coche tan rápido que no lo alcancen los recuerdos, de 1997) me sigue gustando, aunque hoy día jamás se me ocurriría escribir algo así. Y aunque no me encante demasiado cómo cantaba cuando grabé mi primer disco (en 1999), las canciones, la producción y las letras me siguen resultando más que satisfactorias, así que puedo considerarme afortunado.
El oficio de músico te mantiene constantemente en la ruta. La situación pandémica marcó un parate abrupto. ¿Hubo un síndrome de abstinencia por no poder tocar? ¿De qué forma tuviste que reorganizar tu economía para suplir ese ingreso?
Fue claramente un momento de cambio completo, en el que el viejo adagio que dice “adáptate o muere” sonó más realista que nunca. Casi todas mis actividades (giras ya pautadas por el país y por Europa, más la dirección de varios coros de canción francesa) quedaron suspendidas. Por suerte logré reinventarme: medio por casualidad empecé a dar clases particulares virtuales de francés y a eso se sumaron traducciones, corrección de libros, producción de discos ajenos… Extraño mucho tocar y sobre todo viajar con mi música, pero la grabación de mi disco nuevo (coproducido con Juan Ravioli) se volvió un oasis en el que pude seguir haciendo lo que me gusta. Todo eso me salvó.