QUIZ RAPTILIANO #46: PABLO PLOTKIN

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

Pablo Plotkin nació en Buenos Aires en 1977. Empezó su carrera periodística en el diario Página/12 en 1997. En 2003 obtuvo una beca de la fundación alemana IJP que lo llevó a trabajar en la sede de Berlín de la agencia EFE. Al volver se integró a la redacción de Rolling Stone, revista que dirigió en dos períodos: 2010-2013 y 2018-2019, liderando su rediseño editorial. Escribió para La Nación, The New York Times y Vice, entre otros medios.
Sus artículos fueron incluidos en antologías como Extremas, La Argentina crónica y Las mejores entrevistas de Rolling Stone.  Participó de diversas antologías de ficción y no ficción; entre ellas, Extremas (Ediciones UDP, 2019), Los días que vivimos en peligro (Emecé, 2009) y La Argentina crónica (Planeta, 2007).
En 2016 Random House lanzó su primera novela, Un futuro radiante. Su nuevo libro se titula Brasil del Sur y será publicado por editorial Planeta a comienzos de 2022.
Además coordina talleres de escritura.


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

Bastante bueno. Por lo general es mi momento más productivo del día. A veces me desvelo bastante antes del amanecer, y si no dormí lo suficiente mi ánimo se trastoca un poco. Casi siempre leo algunas páginas de un libro antes de salir de la cama y si estoy en una buena época también medito un rato corto.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

El primero oficial fue como vendedor/cadete en la librería El Estudiante, en una sucursal fugaz que tuvo en Acoyte y Rivadavia en el verano de 1997. Me despidieron cuando se terminó el verano y ya habían vendido los libros de texto para el comienzo de clases. Unos meses después conseguí trabajo en Musimundo, en el depósito del megastore de Lavalle, en pleno furor de Soledad. Creo que lo que más aprendí de ambos empleos fue que tenía que buscarme la forma de trabajar en algo que me interesara, y por suerte ese mismo año –el primero después del secundario– publiqué mi primera colaboración en Página/12.

¿Quién es tu héroe/heroína? ¿Por qué?

No tengo héroes, pero sí mucha gente que admiro muchísimo. Clint Eastwood, por ejemplo. Alguien con una obra grandiosa que sigue haciendo películas buenas a los noventa años.

¿Qué experiencia fue decisiva para que decidieras dedicarte a escribir?

Leer, más que nada. Los libros que me marcaron en la adolescencia: Bradbury, Ballard, Stephen King, Patricia Highsmith, Abelardo Castillo, Emily Brontë… No tenía claro por qué escribir, o para qué, pero de muy joven se me convirtió en un oficio, un trabajo artesanal que me abría ventanas mentales que de otra forma no habría encontrado. Y en los mejores momentos me provocaba esa satisfacción del trabajo bien hecho.

¿Cuál fue el primer contacto con la ciencia ficción que tuviste en tu vida?

Calculo que E.T., Volver al futuro, Terminator, la serie de Hulk, algunos episodios de La dimensión desconocida… Pero nada de eso era ciencia-ficción para mí: eran las películas y los programas de TV más populares de la época. Creo que la primera vez que vi algo que dije “ah, esto es ciencia-ficción” fue Encuentros cercanos del tercer tipo, que me aburrió. Durante un tiempo creí que la ciencia-ficción era un sector del videoclub más bien técnico, serio, difícil de entender. Hasta que leí para la escuela Crónicas marcianas y me cambió la percepción. Después vinieron los comics, y Ballard, Philip Dick, LeGuin…

¿En alguna ocasión te sentiste abrumado por las redes sociales? ¿Por qué?

En estos últimos meses sentí que el consumo de Twitter me estaba haciendo mal. La discusión política es tan intensa que se vuelve desgastante, y eso que ni siquiera participo. Pero nunca hice nada parecido a un apagón. El efecto que tiene eso en tu ánimo depende del momento en que te encuentres, cómo están tus defensas emocionales, tu situación laboral, etc. El problema es que creo que, cuanto peor estás, más tiempo pasás en las redes, así que hay que saber manejar el límite.

¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?

Sin contar qué voy a hacer de comer esta noche, me preocupa el hecho de que, como humanidad, seguimos en esta marcha hacia la aniquilación de miles de formas de vida que hay en la Tierra, incluyendo quizás nuestra propia especie. No mucho.

¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?

Ningún placer que disfruto a escondidas me genera culpa.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

Como mi trabajo muchas veces implica leer, escribir y conversar con gente, el límite entre trabajo y ocio se vuelve borroso. Mirar partidos de fútbol, por ejemplo, contaría como ocio, pero hoy ocupa poco tiempo de mi vida. Hay toda otra parte de mi rutina que tiene que ver con cocinar, lavar los platos, emitir facturas, reclamar pagos y hacer trámites, que se lleva una porción considerable.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

No consumo irónicamente nada. Me parece un concepto de lo más raro y triste.

¿En algún momento sentiste paranoia sobre los algoritmos?

El sentimiento paranoico demanda que la entidad que te persigue sea sutil, casi invisible, y la acción de los algoritmos está demasiado a la vista. Así que no, no me genera paranoia.

Para la mayoría de lxs escritores, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu desarrollo como escritor y la transición hacia tu propia voz?

No sé si tengo una voz propia. Pero sí, escribir es primero leer, y en mi caso el primer motor, supongo, fue tratar de lograr el efecto que produjeron en mí esos autores que te mencioné antes. La voz, que es algo mucho más personal y único que el estilo, aparece indefectiblemente con la práctica, con la acumulación de trabajo, con una manera sostenida de observar, de ordenar la información, de hacer hablar a las personas –reales o imaginarias–, encontrar la música que produce tu escritura. Eso existe y uno lo va desarrollando sin darse demasiada cuenta.

¿Cómo te llevás con tu huella digital y tus primeros trabajos como periodista? ¿Te ponés detallista y crítico con ese pasado o sos más relajado?

Tuve la suerte de escribir sobre temas y personas interesantes desde el comienzo, y me gusta descubrir notas de mis primeras épocas que no recordaba. Es feo encontrarte con viejos textos que te parecen malos, pero aun peor es encontrarte con alguno que escribiste a los 20 y que te hace pensar: “Ahora no escribo mucho mejor que esto”.

¿Qué representa el deadline para vos? ¿Genera presión o es una necesidad para ordenarte mejor?

Adhiero a la máxima de Duke Ellington: “No necesito tiempo, necesito un deadline”. Puede ser impuesto por otro o autoimpuesto, pero el deadline es el ordenador absoluto. En las redacciones se lo llama cierre y tiene cualidades mágicas: su sola fuerza genera páginas completas de contenido.

¿Te parece que los coletazos residuales de la pandemia van reformular los escenarios distópicos de la ciencia ficción a venir?

Todo lo que pasa impacta en la narrativa de su tiempo. Hoy la ciencia ficción parece ubicua y oportuna pero esto ha sido así desde Frankenstein –un humano artificial alumbrado en plena Revolución Industrial–. Es cierto que el escenario de esta pandemia, por lo abarcador, lo súbito y lo alienante, se acercó mucho a una estética de ficción distópica, y todo se relee desde ahí. Escribí en pandemia la segunda mitad de mi nueva novela –que va a salir a comienzos de 2022–, y si bien está ambientada en un mundo postapocalíptico, me alivió ver que no se parecía a las noticias, sobre todo porque muchos recordaron en estos meses Un futuro radiante (2016), que quizás sí tenía más que ver, en la atmósfera, con la Buenos Aires de la primera ola.

¿La literatura te otorga una libertad que el periodismo y la investigación no te permiten? ¿De qué forma se disfruta ese oxígeno?

La literatura también es investigación, y la escritura de ficción no necesariamente es más “oxigenada”. La parte artesanal del trabajo es bastante parecida: se trata de organizar información, construir espacios físicos, narrar escenas y arcos temporales, encontrar un sentido en la historia que estás escribiendo. Pero las reglas puramente creativas sí cambian por completo. La literatura te permite ser desmesurado, arbitrario, inventar, armar personajes nobles y personajes inmorales y que todos te importen más o menos lo mismo, o al menos que no los descuides por el solo hecho de que no te caen simpáticos.

Ya mencioné la ciencia ficción en las preguntas anteriores, sin embargo, Un futuro radiante es bastante realista (hasta cierto punto) lo que me hace pensar que no necesariamente haya sido originalmente pensada como una novela de género puro.
¿De qué forma la encaraste?
¿Te parece que la novela evita la etiqueta fácil?

Es verdad. Nunca la pensé como una historia de género. Un futuro radiante para mí era sobre todo la historia de dos hermanos, y qué era lo que salía a la superficie en un contexto tan extremo como el que describe la novela. A partir de ahí aparecieron los otros elementos: los grupos de poder, los talismanes del pasado, el rol creciente de la abuela, las drogas derivadas del colapso… El proceso fue bastante lúdico, y la primera persona narrativa me permitió introducir una perspectiva directa sobre temas que no tenían nada que ver con el núcleo apocalíptico: la familia, la paternidad, las relaciones, la vocación… Tamara Tenenbaum escribió que la novela era la hija bastarda de la literatura del yo y la literatura distópica, y algo de eso hay.

En tu caminar como periodista cultural alguna vez sentiste que estabas en el lugar correcto en el momento justo?

No se me ocurre un momento específico, pero esa sensación la tuve estando en redacciones. Creo que llegué a vivir el último esplendor del periodismo impreso, tanto en Página/12 como en Rolling Stone, y lo que representaba crear un producto de papel que era esperado y leído con intensidad. No digo que fuera mejor que lo que hay ahora, pero bueno, creo que toda nuestra generación vivió desde adentro esa parábola, esa transformación. De alguna forma estuvimos en la intersección de dos mundos.

Con casi 25 años en el ruedo, ¿cómo es tu relación con la profesión del periodismo? ¿Podrías ponerlo en segundo plano para dedicarte a la docencia, los talleres y a escribir?

Un poco está pasando. En realidad estoy haciendo periodismo por otros medios, trabajando como investigador y guionista en proyectos audiovisuales, por ejemplo. Tiene mucho que ver con dónde hay más y mejor trabajo, la verdad. De todas formas, siempre que entrevisto a alguien, o cuando escribo y publico una nota en un medio, siento que ahí hay algo que me define, y que en el fondo –tal vez me equivoque– siempre seré periodista más que cualquier otra cosa.

 

Si te gusta lo que hacemos RE da invitarnos un cafecito para poder seguir produciendo

comentarios