Quiz > Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala
Renzo Podestá es guionista, colorista y dibujante de historietas. En actividad desde 1994, fue miembro fundador de la Asociación de Historietistas Independientes de Rosario y participante activo de diversos sellos independientes.
Como dibujante y colorista freelance trabaja para Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Noruega, Dinamarca, México, Francia, Italia, España y Brasil.
Es autor integral de obras tan distintas y versátiles como (Bang)kok, Perro, Steve Ditko: Investigador privado, Warpaint, Wormboy y El Aneurisma del Chico Punk, entre otras.
Con el guionista Charles Soule colaboraron en el cómic 27 y con Russell Nohelty hicieron Ichabod Jones: Cazador de monstruos.
Junto a Mariela Viglietti fundaron el sello editorial Le Noise.
Actualmente reside en Rosario.
¿Cuál es tu humor por las mañanas?
Hasta que no me tomo el primer mate y me fumo el primer pucho, mi humor es horrendo, ominoso, innombrable, lovecraftiano… ¡Más allá de este mundo! Después afloja, más vale, pero permanece latente en sus cuevas como buen ser primigenio.
¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?
Mi primer trabajo “normal” fue en un bar, a los 16. No era exactamente un trabajo, era más atender en la barra para ligar birras gratis, ver bandas y creérmela un poquito.
Ahora, como dibujante,mi primer trabajo “pago” fue a los 14, haciendo ilustraciones editoriales durante un brevísimo tiempo para periódicos de San Lorenzo. A falta de fotógrafos ahí iba yo a tratar de simular que era caricaturista de políticos o figuras (algo que no me sale ni en pedo) o bien con ilustraciones alegóricas que no las he vuelto a ver pero que estoy seguro que eran una porquería. La paga era prácticamente nula, a veces las cosas ni se publicaban y como era muy nenito me trataban con condescendencia… Creo que no aprendí demasiado de eso, salvo decidirme sí o sí a apostar a generar mi propio espacio con lo que yo quisiera contar, cosa que ya venía haciendo desde los fanzines…así que, a excepción de cuando trabajé años después en el Eslabón, el oficio de ilustrador editorial se quedó ahí.
¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a la historieta?
Dibujar dibujé siempre, pero creo que las experiencias más definitivas fueron dos, y acá tengo que llamar a un violinista triste mientras las cuento: la primera es que no hablé el castellano hasta los 5 o 6 años (o sea, sí hablaba algo así como mi propio idioma y solo mi hermano mayor lo entendía) y para que me comprendiera mi vieja entonces le dibujaba lo que trataba de decirle… Sí señor, ¡mi vieja fue mi primera crítica!
La segunda fue cuando tenía 8 años y a mi hermano más chico lo internaron una temporada en Buenos Aires por problemas cardíacos. Supongo que habrán sido dos o tres meses, tal vez más, tal vez menos, pero en mi memoria fueron siglos. Cuestión es que mi vieja estaba con él allá, mi viejo laburaba a destajo y cuando no lo hacía se iba para allá también ya mis abuelos no los recuerdo muy presentes, así que técnicamente cuando salía de la escuela o me quedaba en lo de mis vecinos o bien me pasaba las tardes solo en casa. Y entonces empecé a dibujar historietas más que nada por aburrimiento. Y ahí arrancó todo.
¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?
Sí, claro. Acá tengo mucho que contar, pero no la quiero densear. Pero, a ver, las redes son todo lo reales que nosotros queramos que sean y eso a priori suena copado, pero lo cierto es que pasaron a llenar un agujero que la realidad concreta,por tal o cual razón, no lo estaría llenando. Entonces cada tanto se producen ciertos desbordes, se llegan a masas críticas muy locas con consecuencias que no se limitan solo a las fake-news o a la posverdad o a la manipulación sino a esa microfísica tan particular sobre cómo nos relacionamos día a día con los demás. Todo esto, desde ya, está pre-establecido y hemos consensuado a esas reglas hayamos querido o no, más que nada porque supuestamente “funcionan”. Ergo, las relaciones son también proclives de volverse funcionales. Lo abrumador, entonces, es una construcción de nuevas instancias interpersonales que posibilitan nuevos fantasmas, presupuestos y sobreentendidos no del todo aclarados o que se pierden en una cacofonía mediada por el avasallamiento, la polaridad, el “esto es así y no de otro modo”, la imagen falsa y demás cuestiones que no tienen un pedo que ver con lo concreto y que potencialmente podrían decantarse en cosas mayores y hasta peligrosas… y eso hace que yo al menos me replantee todo el tiempo qué carajo estoy haciendo con todo esto. Y como no tengo una respuesta clara, al menos me limito a usar las plataformas para geder con mi laburo. ¡Si hay big data que haya spam!
Por lo demás debo decir que durante muchos años monté el personaje de cabroncete jetón en redes. Eso durante un tiempo fue divertido, pero hoy lo encuentro soporífero más que nada por esto de que al principio el chiste parece pintoresco o “bancable” pero después puede volverse en tu contra. Además, está la cuestión de abandonar esa postura por las propias dinámicas en redes, que consisten en flujos y reflujos de comportamientos que si seguís usándolos de una misma manera por un tiempo demasiado sostenido terminás siendo Abe Simpson gritándole a las nubes. Y aparte porque es francamente agotador.
Igual, me hago el criticón pero después de odiarlo durante muchos años me terminé amigando con WhatsApp, aunque no sé si eso es relevante, ja.
¿Cómo te sentiste la primera vez que te publicaron algo? ¿Qué era?
Siendo 100% honestos no lo recuerdo. Creo que habrá sido algo publicado en esos diarios zonales que comentaba más arriba, pero no estoy seguro. Es más, no siento nada particularmente trascendente o epifánico al ver los libros terminados e impresos. Al estarles encima durante tanto tiempo y verlos del derecho y del revés millonísimas veces antes que entren a imprenta, lo primero que surge cuando está todo finiquitado es alivio.
¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?
Uff… Y, mirá, el botón que me sirve de muestra es que el mes pasado tuve tres ataques de ansiedad en menos de 15 días. Partiendo de esa base creo que estaría todo dicho, jaja…Si bien los freelancers tenemos a la incertidumbre tatuada en la frente, mi propia incertidumbre pegó la vuelta entera y ahora se encontró con más incertidumbre y entonces es como una incertidumbre al cuadrado, lo cual no está nada bien. Signo de los tiempos, ¿no? Ni a palos soy el único ni el último. Más allá de la pandemia, venimos todos rotos desde hace mucho. Por eso está bueno que ante esta avanzada prepotente de la nada misma vayamos charlando sobre ciertos tabúes, como el pánico, la ansiedad, la depresión, el suicidio. “Lo mental” no debería pertenecer a la esfera privada ni se tiene que barrer debajo de ninguna alfombra,sino que tenemos que expropiarlo, politizarlo, interpelarlo.
Más allá de eso, o quizá como consecuencia, el futuro inmediato se me muestra como un gran museo de contradicciones con nosotros mismos. ¿Un ejemplo? Hoy por hoy estamos tratando de asumir que salimos de una pandemia (¿y estamos seguros que “salimos”?) y entonces aparece lo celebratorio volviéndose imperativo. Lo cual está muy bien, aguante celebrar, aguante juntarse a escabiar y que no importe nada. Pero convengamos: hay como una desesperación casi grostesca a que estemos todo el tiempo tratando de amucharnos y sociabilizando a más no poder, como si se nos fuera la vida si no lo hacemos. Hoy por hoy ponés un mono tísico a bailar claqué en cualquier esquina y estate seguro que al menos 50 personas vamos a ir, porque ésa es la aprehensión vital y actual que persiste. Insisto, venimos de encerronas generalizadas y de ausencias que duelen, por supuesto. Sería necio si no advirtiera el porqué de esta pulsión a chocarnos entre nosotros. Pero todo eso profundamente existencial que veníamos sobrellevando como podíamos se destiló de un modo en el que terminamos exasperados por ostentar que hacemos esto o aquello, que somos sociables y por ende “responsables” con nuestras propias neuras; nos pusimos la careta de seres estabilizados que nunca se mandan ninguna cagada porque claro, tenemos los amiguis, los asadis y las storis. Y nos olvidamos que en fase 1 nos mirábamos al espejo y no dábamos más. O nos olvidamos que la gente continúa muriéndose o que está cagadísima de hambre. O que vivimos en la ciudad más violenta del país. Ver a Javkin prendiendo el arbolito y asegurando que vivimos en paz es un modelo a escala de la ridiculez total.
En fin, todos somos seres con contradicciones, está claro. Y de vuelta, banco el celebrar después de épocas tan duras. Tampoco pasa por ser tan amargos ni que todos estemos obligados a tener la náusea sartreana en nuestras venas. Lo que termina picando es el sarpullido del no hacernos cargo, de un mirar para otro lado que termina banalizando todo.
Por eso quiero ser optimista pero no estaría viendo motivos suficientes para sostener ese optimismo. Tanto a nivel laboral como a nivel social o personal, lo que noto es una suma cero de animalidad en donde todos tarde o temprano vamos a terminar cagándonos a trompadas por una lata de arvejas. Perdón, estoy pelando un discurso super-bajonero que atenta contra el espíritu navideño, jaja. Pero bueno, quiero suponer que al “no future” sexpistoliano hay que reconvertirlo en el “the future is unwritten” más en plan Joe Strummer. Quiero permitirme ese consuelo, por lo menos.
Má sí, ¡andate, violinista!
¿Cómo te llevás con tu rastro digital? ¿Sos crítico del Podestá del pasado cuando te topás con material viejo?
Habiendo dicho más arriba lo del aburrimiento del personaje que fui montando, claramente ahora me llevo como el orto con todo eso, jajaja… no solo soy autocrítico en extremo con mi laburo en sí, sino que lo peor que puede tener Zuckerberg no es su cara de ente sino la pestañita de los recuerdos de Facebook. Cada vez que entro a chusmearla el facepalm lo escucha hasta mi vecina de la planta baja. ¿Será por eso que la lógica de Snapchat o la de las stories de Instagram hoy son como el estándar? ¿Estarán diseñadas en base a esta vergüencita ajena que nos genera vernos a nosotros mismos posteando intrascendencias? Ojo, puede que la cultura del olvido, además, se haya asentado en muchos niveles y esto no sea otra cosa que un peldaño más… pero mierda, ese cringe de verme a mí mismo siendo un nabo no me lo saca nadie.
¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?
Me pongo un monóculo y me tomo un brandy por medio minuto. Si hay algo por lo que el capitalismo es algo de lo que no tenemos escapatoria, es que en el diseño mismo de lo que llamamos “industria cultural” está implícito ese separatismo que hay entre el consumo “que te habla a vos” del que “lo que no es para vos” y lo que estaría en el medio de eso sería lo que no cubre tu target pero que de todas maneras le encontrás algo de disfrute…¡pero ojo al piojo! Lo tenés que consumir con remordimiento porque si no quedás mal en los asados. Bueno, no. Ya desde el vamos ese binarismo es inducido, es un constructo que de repente se volvió potente por muchas cuestiones pero que no debería haber alcanzado esas cotas tan altas. Después de todo las cosas son más simples, disfrutá de lo que tengas ganas, bailoteá con Los Palmeras después de un recital de Manowar, mirate Friends antes de 5 horas de Bergman, comé sandía con vino. Nos metieron supositorios de pastiche lo hayamos querido o no, así que hacé algo que te posibilite un mínimo bienestar. Total, ¿quién te va a decir algo?
¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?
Otra de las estructuras que estoy desmontando por estos tiempos es la del ser un workaholic al punto del burnout. Casi todos mis libros me dejaron exhausto, roto, quemadísimo. Y eso es algo que en esencia no tiene ningún mérito. Y ni hablemos de la burbuja del freelancismo, que en sí trae aparejadala sarna sobre la precarización y la autoexplotación que está alejadísima del entrepreneurismo bobalicón o de toda esa bazofia neo-new age prefabricada de las charlas de TEDx (por San Guchito, ¡cómo detesto esas charlas!).
El tema es que por estos tiempos estoy tratando de hacer micro-gestiones un toque más proactivas. En pos de sostener cierta estabilidad mental, al laburo me lo estoy tomando con horarios firmes. Cuando me siento a trabajar la mierda revuelta y el hambre vital siguen estando ahí, simplemente que los estoy encapsulando en sus propios espacios. Por esto mismo estoy aprendiendo a no estar todo el tiempo con un argumento en la cabeza o dándole vueltas a una idea en los contextos más disímiles, como puede ser mientras estoy charlando con alguien o cuando miro una película. Después de eso, supongo que son los detalles más sencillos los que más me gustan. Por fuera de las comiquitas y del personaje que generé, los que me conocen saben que tiendo a ser un chabón tirando a básico: una birra en algún lado, alguna charla interesante, un disco desconando parlantes, ver las boludeces que hacen mis gatos… esa clase de simplezas.
Ah, y después está la música. Estoy volviendo a componer cosas y estoy pasándola como chancho en un chiquerito. Veremos a dónde vamos con eso, de momento lo hago por el mero placer de hacerlo.
¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?
La verdad es que ni fu ni fa. ¿La gente sigue estableciendo consumos irónicos en tiempos de pos-ironía en los que te descuidás dos segundos y todo ya cambió de sentido? ¿Sigue estando ese verticalismo canchero? No sé, veo que hay circunvoluciones sobre el consumo y la ironía que me apasionan. Lo ves en los memes, lo ves en los memes de los memes, lo ves en las nuevas generaciones que reformularon el pastiche y el mash-up a niveles muy interesantes, lo ves en un montón de obras que aparecen ya no como irónicas per se sino como nuevas formas de escaparle al estatismo estético en el que estamos metidos desde hace décadas. O por lo menos son intentos, andá a saber. No es poco.
El tema capaz que pase por revernos como sujetos con cierta postura crítica al recibir una direccionalidad de un otro.Hoy es normal que ciertos espacios bajen línea en plan “esta película es pelotudísima y te resumo así nomás por qué tenés que pensar que, efectivamente, es pelotudísima” y ahí vamos todos a coincidir en que algo es pelotudísimo cuando en realidad hasta la más precaria de las historias tiene algo redimible para aportar. Por eso estaría genial que se impusiera el desconfiar por defecto. Y el calmarse un toque con los juicios de valor.
Porque claro, lo infumable del asunto es que esa endogamia opinóloga se vuelve carne. ¿Cuánta gente consume algo que supuestamente ya sabe que no le va a gustar o que la consume por el solo hecho de emitir Su Gran Opinión después? ¿Para qué ir a ver la última de Spider-Man con la sola intención de defenestrarla o porque algún canal de YouTube te dijo que tenías que ir con esa actitud? ¡Qué al pedo que están! Ese haterismo no te lo robo, ameo. Aunque bien cabe la posibilidad de que, citando a Leonor Silvestri, un hater sea un fan confundido.
En lo personal, nunca fui muy de ver una película “mala” para reírme de ella. Bah, sí, capaz que lo hice re-mamado,tampoco soy un santito, pero quiero decir que en el 99% de los casos no consumo nada con esa intención de antemano. Sí estoy segurísimo que en algún sábado resacoso entré a Netflix diciendo “dame lo más pelotudo que tengas, Nemflis, que me duele la panshita y no quiero pensar”, pero desde ahí, sin expectativas de ningún tipo, me he encontrado conque hasta la película más tontolona me generó una emoción copada o que de última me servía para algo en lo que estaba trabajando. Así que bueno,trato de nunca consumir nada desde una soberbia o una cierta verticalidad. Si no me interesa no lo veo/escucho/leo. Y listo, creo que tenemos que naturalizar esa posibilidad de ser indiferentes con lo que no nos atrae. Y dejar de prestarle tanta atención al bolas tristes de turno que aparezca con una opinión de colmena. Como la mía, jaja
En fin, lo mismo que con el placer culposo: mirá y hacé lo que te guste. Y dejá a los demás disfrutar de lo que se les cante. Y si lo que te gusta es ver “cosas que de tan malas son buenas” y bueno, discerní que no tenés que andar evangelizando gente por eso. No te creas tan importante, papu.
Para la mayoría de los artistas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos?
Uh, yo vivo copiando y no se me cae ningún anillo por decirlo. Un sano consejo que puedo aportar es que está bueno asumirlo lo más pronto posible ya que te libera de ciertas tensiones internas y te deja laburar en paz con lo que realmente querés contar.
O sea, vamos con Jarmusch en ésta: no importa de dónde saques las cosas, lo importante es a dónde te lleven. La voz, el estilo, el dichoso “mensaje” y todo eso va apareciendo tarde o temprano y es menester laburar o dimensionar esas cosas a posteriori, cuando pudiste terminar algo aunque sea chiquito y tenés la chance de reverlo y procurar ver qué potencias hay ahí para lo próximo. Pero ojo, tampoco tomárselo tan en serio, la autoconsciencia es un bichito muy hinchapelotas que te puede arruinar una historia que venía de lujo por otros carriles.
¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?
Totalmente. Yo siempre digo que hablo de lo mismo todo el tiempo, nomás voy cambiando el foco o la posición o el tono. Y me di cuenta que mientras más quería alejarme de esos tópicos o temas, más metido estaba en ellos. Así que a la larga me rendí, ponele, jaja… Lo recurrente está a la vista de cualquiera que haya agarrado dos cosas mías en apariencia distintas. Hay diálogos entre mis historias y no sé si eso está bien o está mal, es lo que me sale y con el tiempo me recontra-amigué con eso.
¿Qué opinión te merece el fenómeno del NFT?
Antes revoleé eso de que “las redes son todo lo reales que nosotros queramos”, así que creo que también sirve si ampliamos el foco y lo llevamos directamente a lo digital.
A simple vista este fenómeno me atrae como cuestión desestabilizadora de ciertas normatividades y lugares comunes que tiene el circuito del arte, algo que estaba teniendo una clara posición neo-reaccionaria limitada a élites o lavadores de guita. Supongo que es un vórtex de consecuencias basadas en muchas causas, como siempre, como podría ser la democratización que propone lo digital desde hace un buen tiempo y que ni la academia ni los merchants nunca estuvieron muy contentos con eso. Pero no es una democratización romanticona, sino que vemos que está intrínsecamente direccionada a la monetización por fuera de los canales o intermediarios usuales y a la resignificación de la especulación y los vaivenes de los mercados bursátiles. Es como un mix de cosas aparentemente disímiles que confluyen en algo que quizá no sea nuevo, pero que de algún modo está alterando cierta modorra generalizada.
¿Por qué digo que no es nuevo? Porque ya tenemos muchas disciplinas en donde expresión e industria, emoción y tecnología, arte y moneda confluyen en un punto. La historieta, sin ir más lejos. O los videojuegos. Y siempre a estas disciplinas se las miró con recelo por estar de alguna forma hibridizadas con lo comercial o por no ser “nobles”. Así que ¿cómo no se iba a generar un debate en torno a los NFT? Es la misma de siempre y a esa clase de movimientos peristálticos de dinosaurios hay que ningunearlos: las pinturas de las cuevas de Altamira fueron los primeros fanzines. Y Caravaggio era freelancer. Deal with it.
Igual atención, puedo mostrarme entusiasmado, pero también hay que andar con cuidado más allá de la novedad o que puedas autosustentarte en base a criptomonedas. Lo que viene a proponer el NFT es un nuevo constructo, está clarísimo, pero ya hemos conocido muchos casos en la historia en donde algo que nacía con un ímpetu movilizador termina siendo fagocitado y banalizado a más no poder. Pensemos en los creadores de Ethereum, por ejemplo, que gestaron esa criptomoneda con una fuerte base ideológica anti-capitalista y en plan anarco-punk y ahora viven comoditos y superados en sus casas repletas de cámaras en Silicon Valley. Lo que tiene este capitalismo tardío es que todo lo promueve a un status de bienestar de transa cínica con muchas comodidades, sí, pero que son lidiadas bajo kilos de Prozac.
Habrá que ver, de momento estoy expectante ya que estoy en vías de meterme a probar qué onda. No creo llegar a la casa ultravigilada al ladito de donde vive Bill Gates, nomás me contento con que a mis gatos no le falten sus piedritas.
Cuando participás en convenciones con material nuevo o ya publicado hay una escena que se repite: los lectores responden, formando filas para recibir su número firmado, dedicatoria, etc. Eso pasa en Rosario, Córdoba, CABA, entre otras ciudades.
Vos lograste algo que va más allá de un público cautivo: generaste fans.
¿Cuándo te cayó la ficha de que tus historietas le llegaban a la gente?
Je, usted disculpe, pero sí o sí tengo que relativizar eso. No llego a demasiada gente ni vendo a lo bruto. Digamos mejor que he podido tener la gran fortuna de acercarme a lectores que me siguen y me bancan y eso es algo que me genera muchísima tranquilidad, ya que puedo largarme a probar cosas a sabiendas que si me lo autoedito o me lo edita otra gente no voy a ir a pérdida con los costos de impresión ni voy a decepcionar editores, jaja…
Pero ponele, por un lado, nunca publiqué en Fierro. Y no lo haría jamás, y no hablo desde el resentimiento ni mucho menos, al contrario. Son espacios que no me interesaron nunca. Por otro lado, tampoco tengo tanta obra propia publicada en el exterior. No es que soy re-famoso en Francia y entonces vivo seis meses acá y los otros seis me los paso comiendo quesito en alguna costa loca. Y por un tercer lado, a nivel freelance siempre me desenvolví en el pozo independiente y si bien he tenido oportunidades acá y allá de publicar, por ejemplo, en Image Comics, las cosas se decantaron por otras vías. Eso puede cambiar, por supuesto, y últimamente estoy en plan de no hacerle asco a nada, sea chico o grande (excepto a Fierro, je).
Hay un cuarto aspecto y es la cuestión de que no publico nada en papel desde el 2019 ya que estoy 100% abocado en lo digital desde mi espacio Pode+ . Y dos años sin imprimir, dentro de la idiosincracia de producción historietística argentina, es como si te fueras a un monasterio a leer evangelios apócrifos. Todavía tenemos una cultura asentadísima en la novedad impresa: lo premiable, criticable, reseñable y discutible pasa por lo impreso. Sí, quedó clarísimo que durante la primera temporada de pandemia jodida se revalorizaron ciertos aspectos de producción y promoción de lo digital, pero apenas salimos de toda esa caca se reincidió en los mismos usos y costumbres de siempre. ¿Está bien? ¿Está mal? No tengo la menor idea, pero estaría bueno que todos entendiéramos que lo digital no abruma a lo impreso de la misma forma que un ascensor no abruma a una escalera.
A lo que voy es que mis espacios de encuentro con los lectores siempre fueron generados dentro de mi propio criterio autogestivo o bien dentro de ciertas autonomías con pares, como en el caso del Colectivo BS. Por lo demás voy tranca palanca haciendo la mía. Una vez un lector me hizo un chiste que por gracioso no era menos desagradable: “Pode, ¡vos sos como El Indio! Sos pelado, no sos demasiado famoso por fuera de Argentina, bancás tus producciones con tu propia plata…¡y algunas cosas ni se te entienden!” jajaja… por supuesto no es mi intención siquiera compararme con Solari, me falta mucha Cindor para juntar a mis lectores y hacer el pogo más grande del mundo. Soy nomás una bandita indie con gente que banca los trapos y por supuesto que eso está más que bien.
Siguiendo con la pregunta anterior. Como dijo el tío de Spider-Man: Gran poder conlleva una gran responsabilidad.
¿Tener tanta respuesta de la gente alguna vez te prendió la alarma de la consciencia y responsabilidad?
La responsabilidad siempre está. No solo en los temas o tópicos sino más bien en todo lo intrínseco de la producción de una historieta. Soy un enfermo con la narrativa, con la planificación de página, con los ritmos y todo aquello explotable de mil formas dentro del inmenso lenguaje historietístico. Intuyo que la responsabilidad está en el pensar que, así haga una cosa chiquita como Steve Ditko, Investigador privado, o así haga una obra totémica como El Aneurisma del chico punk, pueden estar seguros que voy a dar lo mejor que pueda. Por eso también termino quemadísimo, porque me tomo lo que trabajo como si fuera lo mejor que hice hasta ese momento. Y creo que a esta altura del partido los lectores se dieron cuenta de eso, de que al menos soy honesto con esa responsabilidad. Jamás voy a hacer algo “para zafar” o para sostener un capital simbólico que a la larga bien puedo perder así haga El Comic Mas Maravilloso Del Universo. Básicamente me chupa un huevo el capital simbólico, a mí dejame devanándome los sesos sobre cómo puedo contar una secuencia de la forma más interesante posible, que estoy seguro que alguien sabrá apreciarlo.
¿A un tipo que produce compulsivamente día y noche cuándo se le hace necesario el feedback externo? ¿Qué tan necesarias son las voces de editores, colegas, amigos?
Y…Casi la totalidad de mis cosas fueron charladas con gente y esas charlas derivaron en replanteamientos o en agregar escenas o reforzar esto o aquello. Esto es muy común, es necesario que haya réplica. Recuerdo una anécdota muy graciosa sobre el Volumen Dos de El Aneurisma del chico punk, en donde estuve meses viendo si a un femicidio lo narraba de un modo sutil o de un modo bien directo. Charlándolo con Mariela (Viglietti), su respuesta fue tajante: “en el final del Volumen Uno mostraste una mega-orgía que termina en una masacre absoluta… ¿Y ahora te venís a achicar con no mostrar más de la cuenta? ¡Pero no seas cagón, hacé el favor!”.
Y bueno, el otro ejemplo es fundamental y creo que ya lo conté en este espacio: mientras hacía Perro le comentaba a Juan Angel Szama (editor de Szama Ediciones, por donde salió publicado el libro) que había quedado varado en una escena que era tan importante que de ahí se desprendían varios finales para la misma historia. Y que estaba en dudas de cuál elegir porque al menos dos de esos finales eran los que sí o sí ameritaban ser. Y él, kamikaze como siempre, me dijo “y bueno, entonces hagamos el libro con dos finales”. Y entonces nos montamos en esa locura increíble de editar el mismo libro pero que vos al comprarlo no supieras qué final te iba a tocar. Lo que al principio fue un riesgo total hizo que Perro se vendiera de un modo hermoso… ¡Incluso hasta hoy, 4 años después de publicado!
A través de los años persiste una misantropía casi absoluta en tus historietas. Esa misantropía está aplicada en todo, comenzando con tus personajes, no importa qué título sea. ¿Alguna vez tuviste conflicto con ejercer esa misantropía en algún personaje? ¿Con los años sentiste culpa o arrepentimiento de haberla ejercido en alguna historia o personaje particular?
Uff, ése es un tema que justo vengo de charlarlo con mi psicóloga. Y te doy la razón, mis personajes o son solitarios o tienden a generar una propia moral que entra en conflicto con “la” moral del contexto. Pero dentro de todo están más o menos acarreados por cierta esperanza, más allá de que “su” esperanza sea entendida (o no) como “nuestra” esperanza.
¿Tengo conflictos o arrepentimientos con esto? No, en el aspecto en particular de los personajes que me salen no hay ninguno. O sea, ya dije que soy autocrítico y siempre puedo decir “uh, esto lo podría haber contado mejor así o asá” pero los móviles de los personajes y por qué hacen lo que hacen están pre-direccionados con una intención más general, que es argumental. O por lo menos al comienzo, después entro en esa especie de esquizofrenia en donde noto que ellos mismos ya toman sus propias elecciones y “me van diciendo” para dónde quieren ir. Y entonces ahí el debate eterno sobre “trama vs. personaje” se va borroneando. Y cuando pasa eso está buenísimo ya que la cosa deja de ser una proyección o una catarsis o una extrapolación y entra en el terreno de lo ficcional puro y duro.
Y ya en esa instancia pasa algo hermoso: el futuro no está escrito.