AGUSTINA BÉCARES DETRÁS DEL SILENCIO

Agustina Bécares volvió a nuestra ciudad para presentarse en Bon Scott junto a su banda. Entre sorpresas inesperadas y canciones poderosas, la mendocina confirmó ser una personalidad diferente en el mapeo musical nacional.

 

El principio se presenta con el resultado final en un guiño a Paul Auster. El asunto es comprender cómo altera el producto el orden de los factores. Paciencia.
Agustina Bécares y su banda emprendieron una gira. Salieron victoriosos, conectando con la gente y volviéndose a su Mendoza natal con el corazón hinchado por haber comprobado, una vez más, las posibilidades transformadoras de la música.
Este RAPTO se construye con algunos ribetes rizomáticos e historias personales. Tenemos al presente y algunos aprendizajes que vuelven para reflotar experiencias pasadas. Hay azar y realidad en porciones desparejas. Además, por supuesto, encontramos disfrute. Todo transcurre en una sucesión cotidiana que mezcla casas, viajes, aviones, rutas y ciudades que se enlazan. La nuestra, Rosario, no se conforma con ser apenas cuna de la trama, exigiendo protagonismo desde sus tintes inviables, por eso recibe a Bécares con un robo.
Agustina Bécares encaró una gira por tres ciudades junto a Matías Valle en teclados, pistas y coros, y Juan Pissolito en guitarra. Son un trío, una banda concreta. Juntos pasaron por Bon Scott, en Rosario, luego por La Casa del Árbol, en Capital Federal, terminando en Alihuen Espacio de La Plata. Cada parada encontró a Bécares compartiendo escenario con artistas locales (Zubi / Biloba + Jaqui Casais / Desierto y Agua, respectivamente) y logrando conectar con el público, entre propio y neófito.
Con tres esfuerzos publicados, la mendocina no ostenta millones de seguidores en redes, tampoco acumula reproducciones que se miden en miles en las plataformas. Sí tiene la capacidad de escribir canciones maravillosas, un hecho que pasa desapercibido en una época donde se considera válido hablar de números como si fueran logros artísticos reales.  No debería extrañar que los asistentes a sus tres fechas fueran otros músicos, cineastas, periodistas, gestores culturales. ¿Artista de culto? No. Simplemente una artesana de la canción en una contemporaneidad que extravió el rastro del hacer humano. Sin embargo, no todo está perdido. Hay resistencia puesto que en la multitud alguien diferente llama la atención poderosamente. Los canales de lo genuino siguen abiertos, todavía conectando gente y emociones.
En la gira hubo abrazos, reencuentros, risas, amarguras y mucha música. Mochilas, bolsos, riñoneras viajaron a la par de los instrumentos. El final fue feliz. Más importante que eso, tal vez, haya sido el cierre -abierto- de la relación musical entre Bécares y Pissolito luego de casi una década.

Desde que Bécares salió al ruedo como artista por primera vez hubo una evolución natural que fue tomando lugar desde un timing personal. En un paralelismo con su vida, su personalidad artística precisó de un tiempo propio, corrido de aquello que los demás toman como la norma.
Fue cambiando la piel, experimentando hasta encontrar una forma cercana al ideal de su momento interior. Ante todo supo tomarse su tiempo, algo que en la actualidad es ir contra la corriente: mientras la mayoría de las propuestas corren, ella encontró su frecuencia con paciencia.
La música se manifestó temprano en la vida de Bécares. Ella, sin embargo, supo conservar el secreto con recelo. Cantaba en su casa, estando completamente sola, sin revelarle nada a nadie. Cuando la familia se iba, aparecía la música. Era ella sola y su voz.
La primera vez que cantó ante su familia su hermana se largó a llorar, emocionada e incrédula.
La joven Agustina entendía que algo pasaba. En su interior algo ardía, impostergable. ¿Cómo dejarlo salir?
Aquellos primeros años fueron extraños. No se animaba a mostrarse en público. Mucha gente a su alrededor le confió su paciencia. Aportaron contención. Sumaron entendimiento. Pero ese alrededor proyectó inseguridades: ¿Qué iba a pasar si se equivocaba? ¿Qué iban a decir o pensar todas aquellas personas que le insistían? Uno de sus aprendizajes fundamentales fue dejar de cargar con las expectativas ajenas. Hay que saber respetarse a uno mismo. Permitirse entenderse. Hacer canciones lleva demasiado tiempo como para desperdiciar ese momento de conexión con el otro. Es una lástima sabotear ese lazo que se entrama en el vivo. Para eso es esencial estar bien con uno mismo. Respetarse también es conectar con los demás.


Valle, Pissolito y Bécares viajan a Rosario desde Retiro. Previamente habían aterrizado en CABA para reunirse con la productora de la fecha, Julia Capoduro de Agencia Deforme. El cuarteto llega a la terminal Mariano Moreno apenas pasadas las cuatro de la tarde. Cuando bajan para dirigirse a la bodega del micro, entre apretones para retirar bolsos y equipos, una revelación: alguien le había robado el teléfono celular a Agustina.
La tarde transcurre entre llamados a bancos, cancelaciones de tarjetas de crédito, poniendo en aviso a la familia y otros afectos. Denuncias, advertencias, más llamados. Persecuta por las contraseñas. ¿Acaso alguien puede recordarlas en momentos críticos?
En Pichincha, a escasos metros del Parque Norte, el trío trata de paliar el bajón inicial. En la calle, Capoduro intenta correr al churrero, quien se le escapa. De inmediato decide suplir el subidón de azúcar con una enorme bolsa de pepas. Bécares, mientras tanto, utiliza el móvil de la productora para seguir con los trámites pertinentes. En un ratito tienen que llegarse a Bon Scott para probar sonido. En el medio hay que hacer fotos y una entrevista. Paciencia.
A nadie se le cruza por la cabeza pensar que el robo es un mal augurio para la gira está comenzando. Se trata, lamentablemente, de otro episodio rosarino. Bienvenidos a la mejor ciudad para vivir. Al menos el sol brilla robusto.

La sesión fotográfica toma lugar en una postal inequívocamente rosarina: una casona arrasada por las topadoras de las que apenas quedan los muros que la sostuvieron. Esas paredes derruidas atestiguan el paso de las décadas, casi un siglo de historias que acontecieron bajo un mismo techo y que ahora lucen expuestas a la intemperie. Cerámicos de color pastel indican dónde era el baño. El empapelado colorado, exuda crudeza y desgaste. La cocina se delinea sola, como un hábitat que podría tomar dimensiones de forma espontánea. El piso de calcáreos resiste, estoico.
Cuando Bécares entra a ese hogar desmantelado, sonríe. “Me encantan los lugares así. De tener el celular le sacaría fotos a todo”, comenta. Acto seguido, con naturalidad de bailarina, acaricia las paredes, como adentrándose en las asperezas de cada textura. Investiga cada rincón. Lo disfruta. Conecta con un lugar que ofrece silencio e historia en partes iguales. Ambos elementos merecen ser apreciados.
“Busquemos una casa/no importa la distancia…Su historia podés escuchar” canta en su canción «El camino». Dentro de esta casa invisible aunque todavía presente Bécares parece estar juntando recuerdos. Aparecen los suyos, quizás, mientras imagina los que supieron crearse sobre estos metros cuadrados todavía marcados.
El videoclip de esa canción fue estrenado en diciembre de 2020 es una obra emotiva que puede perdurar por sí sola, más allá de la artista creadora de la canción o el director Ariel Blasco.
El trabajo de Blasco sobre la canción de Bécares es tan delicado como potente. La protagonista del clip -Ana Hinrichsen, una Gena Rowlands mendocina- está sentada en un living artificialmente vintage. Sobre una pared desnuda, su mirada se enfrenta a una sucesión de diapositivas de una vida, la suya. Se trata de un loop de postales felices, una vida reducida a momentos felices que evocan lo indecible en palabras, lo que queda expresado en la gestualidad sutil de Hinrichsen.
En la mirada de la protagonista del clip se percibe algo de lo que escribió Homero en La Odisea: la nostalgia es un constante regreso a casa falseado, nunca nada será igual. La mera realidad es que no podemos volver a ese estado de seguridad. Prodigando un aura nostálgica, el clip dispara sensaciones por algo que nunca más podrá volver a ser de la misma forma. En un presente que siempre es continúo seguimos caminando, buscando algo que podrá asemejarse, podrá acercarse o puede que hasta mejor, pero jamás será igual. Caminamos y nos preguntamos qué hacer con este nuevo paisaje que la vida nos presenta, en ocasiones sin siquiera tener una decisión propia.
Bécares camina por esta casa desaparecida pero no ausente y toma nota. No precisa de su teléfono, es suficiente con su mirada.
Las fotos la develan algo misteriosa pero confianzuda con la cámara. Puede que, para una joven solitaria, los artefactos ofrezcan cierta complicidad. Una cámara fotográfica puede haber sido tan salvoconducto como una guitarra.

A Bécares nunca le desesperó encajar. Si alguna vez lo intentó, terminó frustrada, enojada consigo misma. Eso puede aplicarse tanto en el transcurso de su vida personal como en lo concerniente a su faceta artística.
Activa desde hace más de una década, cuando el estallido mendocino conocido como Manso indie tomó lugar, Bécares parecía habitar otro sistema solar, casi. “Me acuerdo que esa movida, en esos años, me sentía rara. Pucha, yo también soy mendocina. He grabado, he salido a tocar, pero no tenía el alcance de esas otras bandas”, recuerda. “Es gracioso porque parece como cuando sos chiquito y no sos popular, terminás sintiéndote mal. Con los años me fui dando cuenta que está bien no haber formado parte de eso. Creo que fue coherente con mi personalidad: nunca me ha gustado llamar la atención, siempre fui de perfil bajo, me cruzo de vereda si hay mucha gente. Son  cosas de la personalidad que se terminan reflejando”, afirma.
Su tono es propio de quien aprendió la lección con algo de dolor. No se trata de superación como sí algún golpe que resultó ejemplificador. Cuando sintió que tenía material como para mostrarse o exponerse más, su propia personalidad le pasó factura. Allí la lección de que ciertos procedimientos o métodos no son justos para ella. “Termino incómoda, no me gusta, no me gusta, no me gusta”, apunta, de forma rotunda.
“No necesito exponerme. Tampoco estar haciendo singles para mantenerme en la cresta de la ola. Reniego de eso. Comprendo que, de hacer más, tendría otra llegada. En definitiva termino siendo coherente conmigo misma y respetándome”.

Paciencia es una palabra clave en el oficio creativo de Bécares. Va plantando semillitas. Cuando tiene una idea la desarrolla lentamente. A veces, sencillamente, la deja estar. Puede retomarla unos cuatro años después. Evita lo conceptual. Cuando se pone -con la idea de- un disco se hunde en todos esos bocetos previos, armando un rompecabezas. Esos recortes siempre se unen. Bécares sabe que las piezas encajan.
Podría decirse que el cotidiano de Agustina transcurre desde una mirada que se posiciona en los detalles de lo micro. Esa mirada, tan azarosa como instintiva, es la que repara en detalles que pasan desapercibidos para la mayoría mientras que, para ella, constituyen una cartografía de la construcción que habrá de venir. No se trata de clarividencia: Agustina no adivina el futuro que va a despegar a partir de esos detalles. Tampoco es una visionaria que logra visualizar el resultado completo en su mente, entendiendo hacía dónde dirigirse. Sabe esperar a la canción.
Palabras en billetes, pintadas callejeras, carteles de locales, tatuajes, stickers en la luneta de autos que se extinguen rápido, revistas viejas: Bécares nota, encuentra, lo guarda. Saca alguna foto, lo escribe en alguna libreta o en su teléfono, lo mete en el bolsillo. No cuesta demasiado imaginarla arrancando hojas de revistas o diarios o libros ajenos en consultorios, bares u oficinas, engordando su scrapbook como lo solía hacer Don Draper en Mad Men. Con ese material, recolectado por allí y por allá, va desarrollando ideas. A veces, son títulos concretos donde se desarrolla contenido.  En otras, hay disparadores que desarrollan una unión poética-sináptica hasta demuestran un sentido propio más allá del trabajo de su autora. Trabaja con su guitarra y su voz. Aunque en los últimos años eso cambió a medida que fue creciendo saliéndose de lo predecible.
En el gran año de la pandemia Bécares publicó Breve relato de un suceso irreversible, un disco compuesto por cinco temas en clave  etérea, donde va flotando entre colchones de teclas mientras indaga en el silencio y en lo onírico. Llegado en una época compleja, el disco generó un estupendo feedback en el circuito independiente y los medios especializados que quisieron enterarse.  Breve relato se promovió entre jornadas de prensa vía Zoom, mails, gacetillas, entrevistas y algunas reseñas. En julio de 2022 el disco se presentó oficialmente en la manera que se merecía: con banda completa en el Centro Cultural de la Universidad Nacional de Cuyo, dentro de la experiencia SYNESTHESIA, siendo el primer show en vivo en Latinoamérica que contó con sonido Dolby Atmos.
Luego de aquella fecha tan importante, mayormente hubo silencio. Las circunstancias de la vida así lo quisieron. En 2023 la sintonía es otra. Bécares rompió el mutismo volviendo al ruedo a su manera: entendiendo que, en ocasiones, hay cosas inabarcables. “Tuve un periodo re largo sin nada”, comparte. “El año pasado falleció mi papá. Eso me hizo estar muy para dentro. No tenía ganas de mucho”, explica en  un sillón del Bon Scott. “Después de tantos años de tocar el entusiasmo se me bajó. Fueron diversos factores, expectativas y otras cosas que me llevaron a esa bajada de energía. Dejé de activar. Eso se relaciona con la otra parte: tampoco hice nada artístico. Estando triste no me salía hacer canciones”.
“Necesitaba reencontrarme con la música.  Eso es algo muy fuerte en mí. Ahora Juan se va vivir a Europa. Nos dieron un subsidio del INAMU para viajar en banda. Nunca  había girado en banda”,
explica Bécares. “Fue un sentimiento inmediato de aprovechemos que es ahora”, agrega.
La partida de Pissolito fue decisiva para animarse a tomar la ruta. Más que despedida fue la oportunidad de disfrutar en banda. “Hagamos algo lindo entre todos, nos  dijimos. Esta escapada es la oportunidad de hacer algo nuevo como una gira. Salir, tener experiencias lindas compartiendo nuestra música”, explica el guitarrista.
Tocando juntos en los últimos ocho años para Pissolito la química con Agustina está desde siempre. Ser parte del proyecto es disfrutarlo. Por eso se entienden tan bien y se secundan.
Según Valle, mientras que Bécares es la directora artística, el empuje es de todos, con la fuerza y energías de una banda completa. “Me pasa con ustedes que hay algo entre exigencia y relax, que me encanta”, comenta el tecladista mirando a los ojos de sus coequipers. “Cuando nos juntamos, está todo súper tranqui, mientras que nos concentramos para que todo salga muy bien. Acá tenemos los tres la cabeza en el mismo lugar”.

Una de las razones por las que Bécares despierta curiosidad entre su séquito de seguidores es que se concentra en lo verdaderamente importante: su arte. Bécares sólo regresa a la vista del público cuando tiene algo que compartir. Podría afirmarse que prefiere que su producción hable por ella. Aquel famoso let the music do the talking. En las redes su actitud es la misma. Jamás hizo un personaje de sí misma.
Su acercamiento al público fue siempre desde la naturalidad, evitando todo tipo de condescendencia.
Agustina Bécares, hacedora de canciones. Agustina Bécares, la introvertida, tímida, de sonrisa amable. ¿Pero quién es el público de Agustina Bécares? ¿Quiénes lo conforman? “La verdad que no sé quién me escucha. No le pongo cara al otro cuando estoy componiendo”, se sincera. “Cuando hemos tocado y veo gente, no sé quiénes son. El otro día, por ejemplo, me llegó un mail de un chico pidiéndome un cassette. No lo podía creer, realmente.”
En Rosario, Buenos Aires y La Plata hubo un público interesado en ella. Había quienes la estaban esperando. En épocas de dispersión y necesidades pasajeras, la esa devoción no es común.
“Me conmueve mucho que haya gente ahí afuera interesada: que escuchen, que vayan a los recitales. Cuando hago música nunca estoy pendiente de eso. Entiendo que ciertas frases conecten. Sé que no son fáciles las letras. Laburo mucho en construir esas historias, esas descripciones de sentimientos y sensaciones. Creo que es lo que más me gusta de hacer de las canciones. Es a lo que más le doy atención. Yo espero que haya gente que escuche y se interese. No sé qué tipo de personas son”. 

En Bon Scott suenan «Coincidencia», «Frecuente», «Brújula», «Lupa», «Rebotas» y cuatro de las cinco canciones de Breve relato de un suceso irreversible, entre ellas «Oscuridad» y «Gran silencio», con aparición estelar de Alejandra Pizarnik en la última. El trío tiene un balance perfecto con Bécares como conductora central. Pissolito sostiene todo con su guitarra, apostando a un menos es más. El guitarrista deja llevar, cerrando los ojos, disfrutando cada instante. Las teclas aportan la profundidad que hace inmersiva a la música de Bécares. Valle es clave en las canciones más jóvenes: mientras que también elige ser económico, los teclados en cascada vuelven sobre el delicado rastro pop de la seguidilla Lol Tolhurst-Roger O’Donnell, dos talentos que supieron elevar las creaciones de Robert Smith desde la sencillez.
Los temas de Bécares, desde diferentes etapas, prueban que su música no es de un único color. Es una combinación de colores que conforma el pentagrama musical de una artista que se mueve detrás de una perspectiva determinada. Esa combinación cambia de color según necesidades e inquietudes de esa misma perspectiva.
Su música es evocativa, íntima y sofisticada.  Pero también es una artista con una perspectiva cansina. Bécares no corre detrás de nada. Eso le agrega algo de enigma a su futuro. ¿Cuál será su próximo movimiento? ¿Qué colores tendrá su siguiente sublimación? ¿Qué resultado tendrá esa procesión que lleva en su pecho? La paciencia, por supuesto, es una virtud.
La última etapa de Bécares está marcada por su Breve relato de un suceso irreversible y una exploración: quiso despojarse un rato de la guitarra. Distanciarse de su principal instrumento significó exponerse de una forma diferente, dejar la seguridad de la madera y mostrarse en cuerpo entero. De aquel trabajo de 2020 se desprende un presente donde conviven evolución y pasado, sin lineamientos rígidos. Bécares es una hacedora de canciones nata. Sus líneas temporales cohabitan en el repertorio sin asperezas. Son las canciones más recientes, sin embargo, las que irradian un magnetismo de posibilidad por venir: la Bécares que suelta la guitarra para moverse etérea, casi flotando, induce una capacidad vocal que todavía está por revelarse en su totalidad. Lo mismo podría decirse de su despliegue que, más que entenderse como escénico, podría ser una invitación -incitación- para que la acompañemos hacia algún otro lado únicamente ella conoce. Hay una plasticidad insinuante en sus movimientos. Una criatura distinta que atina a salir. Será cuestión de tiempo. Es cosa de encontrar equilibrio.
A casi 900 kilómetros de Mendoza, siento curiosidad por el porvenir artístico de Bécares. Al igual que Juan Irio en La Plata, otro talento de su generación, pienso en lo afortunados que son allá de poder seguir de cerca el desarrollo-florecimiento estético de semejantes artistas, siendo testigos de los cambios y de la evolución de cada etapa. Son micromundos que viven y se fortalecen a un costado de la enormidad de lo masivo y a contracorriente de las necesidades -y atropellos- de la industria. Cada gesto, cada movimiento, cuenta. Un paso en falso significa tanto como uno acertado. Se trata, simplemente, de seguir creciendo. En ese sentido, Bécares acá está entregando una postal que tiene fecha de caducidad ya que, con la partida de su guitarrista, todo lo que viene tendrá que ser diferente. Es un futuro abierto que despierta curiosidad y que, ahora, en este preciso instante, parece tan suficiente como escaso. Paciencia.

 

Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph

 

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