Amelia Sagarduy sobre su nuevo disco Shades of Purple y las fuerzas que componen su presente de crecimiento.
En persona, Amelia Sagarduy transmite calma. Responde a las preguntas con timidez al comienzo pero lentamente se entusiasma y se deja fluir. “Hablo mucho, perdón” me dijo, luego de contestar extensamente una de mis preguntas sobre su proceso creativo. Es evidente que la experiencia de crear la enciende, aunque reconoce que le cuesta y que muchas veces el proceso no es tan placentero como se puede imaginar.
A pesar de ello, en noviembre de 2020, salió a la luz su primer LP, Shades of Purple, el cual incluye canciones compuestas por ella misma durante 2018 y 2019. El productor del disco fue Fermín Sagarduy, su hermano y su compañero en el camino de transformar sus creaciones, nacidas originalmente solo con ukelele y voz, en un álbum que sonara como tal. Amelia quería que sonara distinto a su EP homónimo, lanzado en 2018. “Es difícil transmitir como vos imaginás una canción sin saber ni cómo funciona la producción. Fue complicado con mi hermano. Yo era la que tomaba las decisiones más estéticas, pero él tenía que instrumentar todo, una idea ambigua pasarla a una canción”, cuenta. Partir de algo tan minimalista tiene sus pros y sus contras, admite, porque es una apertura que al mismo tiempo que habilita una diversidad de opciones, dificulta el arranque y la toma de decisiones. El desafío fue grande. Y se puso en juego algo que aparece mencionado en «A Ghost’s Curse», una canción del disco: “¿Cuándo estaré satisfecha con lo que creo?” (And when will I be satisfied with what I create?). Amelia reconoce que la brecha entre el proceso mental de la creatividad y la trasposición a la realidad es mucho más amplia de lo que parece, y eso muchas veces le genera ansiedad e inseguridades: “Cada cosa que quiero hacer hasta que no lo concreto me cuesta sentir que vale la pena, que es algo válido, que está bueno, (…) me costaba sentirme satisfecha y sentirme emocionada de decir ‘hago música’, estar contenta de decir ‘voy a hacer este disco’”.
La relación con su hermano fue clave para poder desentrañar el ovillo artístico y hoy siente que aprendió mucho del proceso, porque ambos lo tomaron con una seriedad muy profesional, como si lo que uniera no fuera más que un vínculo productor-artista. Aunque fue la primera vez que ambos se encontraron en esos papeles, lograron llegar a buen puerto y hasta encontrar algo lúdico en el camino: “a veces sirve esa modalidad de decir ‘pongámonos las pilas para concretarlo’. Al no saber producir, me agarraba ansiedad porque yo no podía avanzar el proyecto, el disco. Estaba todo en manos de los dos. Es estresante pero se puede”, asegura, con una sonrisa tímida. El aprendizaje fue mutuo y, además, Amelia aprovechó los meses de cuarentena para indagar con mayor profundidad en el mundo de la producción musical y hacer que su visión artística pueda concretarse de la forma más genuina y cercana posible. En efecto, la solidez estética es una de las fortalezas de Shades of purple, un disco que propone una experiencia redonda, en la que una canción se conecta con la otra y al oyente le parece que acaba de sumergirse en un mundo paralelo, cargado de referencias mágicas y deslumbrantes.
Las decisiones estéticas abarcaron todos los aspectos de la creación del disco, incluso la forma en que fue lanzado. En octubre del año pasado, antes de que saliera, Amelia compartió en su cuenta de Instagram un relato de origen de su álbum: según contó, las canciones habían nacido a partir de unos cassettes que su hermana Juana había encontrado en un bosque de Londres, en los que se podía escuchar la voz y la historia de una mujer llamada Clementine. Un tiempo más tarde, Amelia confesó que la historia era ficticia pero que de todas formas había sido un mito potenciador del universo del disco: “fue más un imaginario para meterte en la estética, en la historia del disco y sumergirte más en ese ambiente”. A la manera de un juego teatral, Amelia utiliza recursos ficcionales y simbólicos para direccionar su creatividad. Junto con los casettes de Clementine, la figura de la bruja también ocupa un lugar central en la visión y la manera en que ella compone. Encarnar un personaje le permite hablar de su intimidad de una forma empoderante: “Al meter ese personaje de bruja, hace que una historia normal, algo que te pueda pasar a vos, una experiencia romántica, agarre cierto poder. Quizás no te fue bien a vos pero (…) te apropiás de esa historia y la mostrás. [Con] el tema de bruja lo hacés medio encantado, vos sos el creador de toda esa historia”.
Mostrar su lado sensible es para Amelia su mayor fortaleza artística y también su manera de militar lo que más le gusta del feminismo: la empatía. Por su edad, su primer contacto con la ola feminista fue a través de las movilizaciones del Ni Una Menos, que calaron hondo, sobre todo en las más jóvenes. Para ella, el feminismo fue un impulso importante a la hora de lanzarse a crear y defender, desde su bastión creativo, la fuerza de la sensibilidad: “soy muy sensible, me cuesta ponerme en el lugar de guerrera. Encontré mi espacio, en encontrar cierta fuerza en la vulnerabilidad. La parte femenina de la sociedad es más sensible y más perceptiva de ciertas cosas”, sostiene. Frente a cualquier imposición identitaria, Amelia se permite explorar sus emociones y transformarlas en el motor de su arte, sin obligarse a adoptar ninguna postura por corrección política o por presión de la coyuntura. El feminismo ante todo es libertad y empatía.
Esa antena sensible es también la que le permitió crear lazos con otros artistas y bandas del ambiente independiente en Rosario. Aunque su estilo pareciera diferenciarla de sus colegas, ella se siente parte de una sintonía creativa, que no tiene tanto que ver con hacer rock, pop o tocar el ukelele sino con una búsqueda genuina en común: “me costaba encontrarme en ese ambiente. y después con ciertas bandas, con [el colectivo artístico] Núcleo, van más por otro lado, más sensible, lo siento más honesto a veces en su forma de comunicar con la música, por más que sea una banda de rock”. Menciona a bandas como los Gay Gay Guys, Otros Colores y a artistas como Gladyson Panther, con los que comparte una manera de pensar la práctica artística, que la hace sentir parte de algo colectivo.
Los primeros pasos de Amelia en la escena musical de la ciudad fueron como solista pero este año le trajo la oportunidad de tocar en la terraza de la Plataforma Lavardén y, a principios de marzo, de estrenar un formato banda, acompañada por su hermano Fermín, Catalina Druetta, Bruno Ottaviano y Emmanuel Guiñazú, en el Centro Cultural Parque España. Recuerda la experiencia de forma placentera. El escenario al lado del río, la apertura del anfiteatro y, sobre todo, el subirse a las tablas con un equipo. El cambio de formato le permitió disfrutar la experiencia con mayor soltura y también revalorar su propia valentía en salir a tocar canciones tan delicadas, en formato acústico y sin compañía más que ella misma: “En el momento fue lo único que tenía entonces ni siquiera pensé en tocar con banda. Recién ahora me doy cuenta lo difícil que fue en ese momento tocar sola, pararme sola con un ukelele es algo re importante”.
Su conexión con la movida cultural le deja muy claro que, aunque ella pudo ir construyendo de a poco un recorrido, las oportunidades de tocar en Rosario se van reduciendo. La pandemia fue un agravante insoslayable pero también es cierto que la situación ya se estaba complicando desde antes: “ahora es más difícil uno ir y [decir] “che, quiero tocar, quiero hacer esto”. Ahora es más dependiendo de si una productora te encuentra, elige trabajar con vos. Las productoras dan buenas oportunidades, son por lo que tocamos ahora básicamente pero es un poco limitado porque depende de si te eligen, con qué criterio”. Muchos lugares emblemáticos de la cultura under fueron cerrando, por presiones estatales y/o por la situación económica que empeoró con la pandemia, y con ellos, se fue reduciendo las opciones de proponer y llevar adelante un proyecto cultural desde abajo hacia arriba.
Aún así, Amelia apuesta al futuro. Quiere seguir tocando y quiere seguir inventando otros personajes que le sirvan para generar nueva música y, si todo va bien, otro disco: “Tengo ganas de hacer un disco menos serio, más juguetón. No por eso va a ser menos ambicioso porque yo soy así con todo. Con otra estética, distinta, no tan mística”. También revela que le gustaría seguir explorando la forma de dueto en GlamLov, junto a su novio Santino Martin de Gladyson Panther. El juego de la creación nunca se agota y da nuevas oportunidades de encarnar otros estilos, otras máscaras y otras historias.
Por Leonela Esteve Broun y Renzo Leonard Ph