DISTANCIA & SINERGIA: TRAS EL RASTRO DE CHILJUD

De manera discreta, Juan Duque AKA Chiljud, se convirtió en una figura transversal del circuito musical rosarino. Como saxofonista, fue explotando desde rincones impensados. Como vocalista, indaga en las raíces del soul,  demostrando sensibilidad e instrospección. Complice de proyectos como Vinocio e Imaginario, socio creativo de lusio, vamos detrás del rastro de un tipo que se alimenta de la sinergia.

 

“Si querés te lo cuento desde la raíz como si fueras mi psicólogo” dice Juan Duque, sentado frente al grabador, bajo un aire acondicionado generoso. Afuera, la temperatura rebasa los 38° por tercer día consecutivo. Sin apuro por volver al exterior, el joven músico elige tomar la dirección más extensa, una y otra vez. A priori, parece un tipo psicoanalizado. Explica que no, pero que en cualquier momento. Anda con muchos interrogantes danzando alrededor de su cabeza, por eso cada pregunta dispara una combinación de introspección, aprendizajes y fortalezas que llegaron para quedarse, haciéndose carne en una adultez que, quizás no esté asentada del todo, pero que va queriendo, entre responsabilidades profesionales y del mundo real.
Es justo afirmar que 2022 fue un periodo muy interesante para Chiljud. Encendido en varios frentes gracias a la versatilidad de su talento, su musicalidad regaló encuentros y sensaciones tanto en Rosario como en Buenos Aires. Aunque seguir su rastro se vuelve, en ocasiones, una tarea complicada, los retazos musicales de Juan Martín Duque alias Juan Duque alias Chiljud aparecen por todos lados. Puede que Chiljud esté en uno de los rincones oscuros del Club De Maltas, en Pichincha, soplando su saxofón, regalando dosis intensas de jazz desprendido, como parte de alguna jam ocasional. O podría ser que esté sentado en un sillón derruido de un estudio, pensando la forma de acoplarse a los beats psicodélicos de Imaginario, en alguna aventura que esté por venir. Podríamos, también, arrojar otro escenario, que se multiplica en postales sonoras: Galpón 11. A través de diferentes fechas, Chiljud apareció sobre ese clásico espacio rosarino, luciéndose siempre de manera diferente. Con lusio, hicieron sonar las canciones craneadas y desarrolladas en sociedad. También se sumó como invitado especial a la banda de Amelia, destacando como figura impredecible. ¿Canta, toca el saxo o sale el teclado? Habrá que ver. Un poco de todo. Con Vinocio, en el mismo lugar, brilló en una noche especial, a pesar de cierto malestar físico. Doblado por adentro, el afuera entregó una flotación embriagadora. ¿Que esa misma noche subió como invitado de Suave Lomito? Es cierto.
Hay mucho sucediendo en la vida de Chiljud. Con ese crecimiento se decidió a apostar por más. En las primeras semanas de 2023 deja el nido para mudarse a Capital Federal. Trabajando como músico -tocando en varios proyectos y siendo parte de la orquesta municipal de San Lorenzo- ahorró unos cuantos meses para señar un cuarto en Buenos Aires. Con Vinocio trabajando de forma sostenida, parecía más lógico mudarse para allá que al centro rosarino.
A sus 23 años, puede que venga algo mambeado, todavía sintiendo las secuelas del cimbronazo pandémico, sin embargo, el artista y la persona se complementan en un presente que está lleno de vitalidad. Eso se refleja en su producción musical, al igual que en el desempeño en vivo que está lejos de ser lineal, demandando movimientos atentos para el público. Tanto zigzagueo no lo marea a Chiljud, en todo caso lo fortalece. Se trata de otra manera de lograr la sinergia. Todo forma parte de una educación sentimental que sigue adelante.
“Te cuento todo desde el principio, si te parece”, vuelve a advertir. Se estira en el tiempo de forma detallada. No se trata tanto de responder las preguntas de RAPTO como de hallar un sentido para una vida personal que se configuró para bien a pesar de ciertos palos. Duque entendió algo: cuando vienen los palos, uno puede recibirlos hasta caerse y doblarse, o aceptarlos, asumir todo el dolor de la piña hasta hacerse fuerte y seguir adelante. Aceptarlos es hacerse fuerte. En ese sentido, recuerda lo que alguna vez escribió Greil Marcus: “la música soul es la afirmación ilimitada del individuo, a pesar de su pasado, sus pecados y de todos los obstáculos en su camino”. Puede que Chiljud entienda que la distancia, ante todo, ofrece una afirmación de la vida, por eso siempre vuelve al punto de origen, relatando, encontrando sentido a las acciones que lo trajeron hasta acá y lo convirtieron en una presencia diferente dentro de la escena musical independiente de Rosario. 
Desde sus viajes cotidianos -ida y vuelta- de Parque Field a la Nigelia Soria; o de cantar High School Musical frente a la tele hasta hasta desarrollar su propia voz soulera; desde el sampleo experimental y lúdico de Soft Boys hasta el delirio ácido con Jimmy Club, donde toma las riendas de un clímax demencial y catártico, Juan Duque parece haber aprendido de la profundidad que permite la distancia. Es un aprendiz paciente; un entendido de la sinergia.
En una época signada por la inmediatez superficial y el imperativo de definirse para encontrar un sentido de seguridad, Duque se convirtió, de forma discreta, en una figura transversal de la escena rosarina Sub-23 ATR. Chiljud o Juan Duque siempre andan en alguna. De forma inadvertida, aparece para subir la apuesta de donde estén. Sin necesidad alguna de etiquetarse o suscribir su pertenencia a alguna escena, están por todos por todos lados. Primero fue Juan Duque. Luego llegó Chiljud. Ahora ambos son una misma persona que exudan música. 
Mientras que el saxofón es su herramienta principal, también se luce cantando y se las arregla con otros instrumentos, que él prefiere tildar de secundarios. Su multiverso, siempre encendido, cuenta con colaboraciones con Fermín Sagarduy, Martín Allende, Franni, Mateo Fuertes, Lucas Roma, Gladyson Panther, Amelia o Los Cristales. La lista podría seguir, pero mejor ponerse a escuchar. Soul, synthwave, jazz, indie, hip hop o jams bastardas: Chiljud puede andar por esos barrios sin marearse. De la misma forma, evita anclarse, optando por mantener su soltura. Prioriza hacer música con sus amigos, una decisión que siempre depara sorpresas educativas. Crear con sus amistades lo llevó a explorar lados impensados, descubriendo y estallando desde rincones inexplorados. Fueron saltos de fe, poniendo la confianza en los demás. Chiljud aprende por encima del género, creciendo a pasos considerables. “Como sideman me sirve estar adentro de lo que está pasando, más allá que pueda comprenderlo de forma completa”, señala. La sinergia es clave. Desde ahí se mueve. 

Duque creció en el barrio de Parque Field. Hijo único de una maestra jardinera y un comerciante, en casa siempre hubo una guitarra. Su viejo, Eduardo, la tocaba, siendo un creyente de la canción popular de Silvio Rodríguez y La Trova cubana. Por su parte, mamá María Inés, escuchaba mucha música popular argentina. En ese sentido, La Sole sonaba fuerte en la casa, mientras el pequeño Juan iba entendiendo algunas nociones. La tercera implicada es Trini, su abuela hija de españoles, quien conoce mil canciones populares de un territorio ibérico marcado por la ocupación islámica. “La abuela canta cualquier sonido arabesco que resultan ser canciones, la tiene re clara”, afirma Duque, quien comprobó en primera persona cómo Trini le ganaba a Shazam y a Google en la identificación de canciones de aquellas latitudes. 
Oficialmente, Duque toca el saxo y canta. En un desempeño que él considera secundario, también toca la flauta y el teclado. Después, puede manejar otras cosas, con algo de calma. Allí llegan los conocimientos adquiridos en la Nigelia Soria, una escuela bien adentrada en el folklore. No sería raro encontrar a Chiljud clavando un sikus o una quena. Todo puede ser.
El saxo llegó de una manera extraña a su vida. De nuevo, al origen, hay que rastrearlo desplegando la distancia. En este caso, en una galaxia muy lejana: Star Wars Battlefront II es un videojuego de disparos en tercera y primera persona, el cual tomar lugar en el universo creado por George Lucas. Lanzado en 2005 para la consola PlayStation, fue un suceso generacional considerable al que Juan experimentó desde el living de su casa. Recuerda que tenía el juego con las peleítas, con el fondo completamente integrado por el soundtrack de Star Wars. Juan se lo sabía de memoria. Jugaba y cantaba la música. Era música clásica de película, ese universo extraordinario fundado por John Williams. Especialmente flasheó con «Across the stars», más conocido como el tema de amor de Anakin y Padme. De tan obsesionado que estaba se puso a buscar. “Todavía no tenía una personalidad, por eso me puse a indagar por todos lados. Estaba por doquier queriendo saber qué era eso“, recuerda sobre aquel periodo clave en la construcción de su subjetividad y su futuro. Cuando finalmente encontró esa música que lo obsesionaba, tres sucesos terminan determinando su futuro como saxofonista: en su cabeza, ese sonido que lo obsesionaba era un clarinete. Duque se empecinó con que quería tocar el clarinete. Cuando sus viejos lo llevaron a la tienda de música, no había clarinetes. “OK, entonces voy a tocar el saxo, lo más cercano al clarinete”. De esa forma arrancó. Al final, lo de «Across the stars» era un oboe. Logró confirmarlo años más tarde. Para entonces ya se había metido de lleno en el saxofón, aprendiendo en la banda infanto juvenil de Villa Hortensia. 

La raíz musical de Chiljud no reside en la guitarra ni en los instrumentos de viento. El origen está en cantar. Allí otra vez llega la cuota familiar para manifestar una influencia determinante. Por un lado, una prima popera fan de Britney. Por el otro, un primo mega popero televidente de High School Musical. A su más tierna edad Juan flasheó mucho con el programa norteamericano. “No teníamos plata, pero me las arreglé para que toda la familia me regale las cosas originales de High School Musical”, señala.
Si High School Musical sirvió como una pantalla donde asomarse a otro tipo de información, cuando llegó Glee, todo tomó otra dimensión. Inquieto y curioso, no pasó demasiado hasta que investigue por su lado de qué iban esas canciones. “Glee me hizo mierda, mal“, recuerda. Mirando atrás, puede encontrar cierta coherencia estética, aun cuando no manejaba data demasiado puntual. Sus favoritos eran los temas más souleros, que llegaban desde el cancionero afroamericano y que terminaban como bonus tracks. Ya había algo dando vueltas. Más tarde la información se iría acomodando.
Si bien canta desde chiquito, la voz de Chiljud fue asomando de manera tímida en los últimos tres años. Mediante diferentes procesos expresivos, el cantante se fue afirmando, a veces de manera tímida, otras tomando un protagonismo absoluto. Cada ocasión contaba con el mismo tinte sorpresivo: Chiljud tenía una bolsa de trucos ocultos que dispensaba de manera esporádica, a medida que se afirmaba. Siempre detrás de sus gafas, el saxofonista cedía protagonismo. En cada ocasión frente al micrófono, su voz recibía toda la atención. Ensayando tonos souleros y alguna que otra incursión hacia falsetes ad hoc, el veinteañero mostraba diferentes facetas dejando en claro que era una figura difícil de clasificar. Como invitado o sideman, siempre subía la apuesta, potenciando la escena. Como protagonista o socio creativo, el frente se multiplicaba en una experiencia que trascendía lo musical hacia el territorio sensorial. Bajo las luces azules o rojas, el saxofonista se entregaba a la levitación. Entre focos verdes, con la mano en su oído para escucharse mejor, Chiljud ponía la voz al frente, mostrándose tímido, entendiendo que estaba arriesgándose. Ese riesgo de ponerse al frente, de mostrarse abiertamente vulnerable, lo fortalecía. Al final, quizás, se trate de un soul real, ahí donde la vulnerabilidad se vuelve expresividad contagiosa. 
“De chiquito cantaba siempre. Cantaba bien, según me contaban los profesores. Me metía en los actos escolares. Me fascinaba hacerlo. Cantaba un montón, pero también era algo que estaba super estigmatizado. En la escuela me hacían mucho bullying porque era trolo lo de High School Musical o Glee. Igual, sí, de chiquito era mucho más trolo que ahora, y eso que lo asumí, encima“, cuenta entre risas, oxigenando experiencias pasadas. “Me fui cerrando. Creo que me guardé un montón de tiempo por miedo a ese bullying”, advierte, en tono confesional.
Con el paso de los años, ya en épocas de la secundaria, la junta se había ampliado, trazando puentes hacia otro tipo de información. Desde el palo jazzero llegó la clave de una data mayor, esa que tiene la capacidad de alterarlo todo: Erykah Badu y D’Angelo. El adolescente Juan empezó a escuchar de manera obsesiva hasta sacarse por completo. Cada escucha era un aprendizaje que traía nuevas lecciones. De Badu se llevó un aprendizaje supremo. “Me robé un montón de yeites”, comparte fascinado. Del mismo modo, cita a Hiatus Kaiyote. Fue una zambullida genuina y absoluta con su mente permeable y en estado de expansión.
A medida que la data seguía fluyendo, las lecciones souleras aprendidas no quedarían apagadas del todo. Ya contando con una formación jazzera, Chiljud retoma el canto, entre inseguridades varias. Para volver a su voz fue importante el estímulo incondicional de lusio y los Vinocio. Necesitaba el apoyo de gente de confianza, que entendiera sus resquemores.
Duque venía cantando un poco, pero lo que realmente lo liberó fue cantar soul. Fue una necesidad interna que conectó pasado con presente, fascinación infantil con aprendizajes profesionales, espiritualidad con la realidad de crecer. “Cantar soul era lo que más quería hacer. Me liberó un montón de cosas personales que yo no sabía que tenía escondidas dentro de mi ser. Me flasheó lo que salió de adentro”, remarca.  


Cuando en la primavera de 2020 apareció un EP llamado Tiempo, hubo una sensación de conjunción en seis canciones que, si bien capitaneadas por Chiljud y lusio, se sentían como un colectivo artístico. La idea de ser un disco de varios artistas, sin necesidad de protagonismo rutilante, daba la pauta que se trataba de un gusto compartido, dejando los egos de lado, simplemente por la necesidad de crear, aún cuando todo estaba sumido en la incertidumbre global covidiana. Además de la dupla mencionada, aparecen nombres como Agustín Muntaabski, Gladyson Panther y Mateo Fuertes. Apenas 19 minutos fueron suficientes para arrojar algunos estribillos coreables -con potencial de hit- como «Llamas», confusión ambiental y desamparo existencial en «Río seco» y lofi beats melódicos en «El Coronel».  Tiempo, por encima de todo, dejaba en claro que el Chiljud vocalista reclamaba atención. Con seguridad, asomaba esa faceta de Duque que, sin prisa, se afirmaba como un nombre versátil.
En marzo de 2021 Chiljud y lusio publicaron
Soft Boys, aventura conjunta de diez canciones en 26 minutos de sonoridades post Gorillaz/Tyler The Creator que toma elementos del hip hop alternativo, del neo soul sintético y de un jazz funcional constituido por herramientas de la era digital. El trabajo fue grabado en la casa de lusio, entre sampleos a música argentina y otros materiales poco conocidos que fueron cebando a la dupla durante lo más estricto de la clausura pandémica. Haciendo gala de una frescura que fluye, fueron generando una distensión que puede ser reimaginada para cada toque en vivo. El trabajo es consistente, marcando una sintonía de pop global que aporta sofisticación al circuito local de sonidos grooveros.
“Es buenísimo lo que sucedió con Soft Boys. Entiendo que es un disco que le llegó a la gente que le tenía que llegar. La idea de llegada es compleja. Siento que todo está dominado por el mercado”, observa. “Creo que la música genuinamente laburada siempre llega. Con tanto dando vueltas, me sirve que llegue a la gente que aprecia el laburo real”.
Volver a Soft Boys un año más tarde nos deja saber que se trató de un punto de despegue para el futuro. En sus contados toques, Chiljud y lusio reimaginaron el material para inyectarle la información que iban adquiriendo semana tras semana. Se trata de un disco que condensa aprendizajes en estado caliente, aunque el paso del tiempo nos revela que se trata de un entrecruce de lenguajes entre dos socios musicales que apuntalan una trayectoria desde una construcción lateral y diferente al resto: no se trata tanto de nombres, egos o marcas de autor como de potenciarse, aprender, construir y pasar a otro capítulo, para volver a reincidir más adelante. Son procesos creativos que toman lugar de forma paralela para luego reencontrarse renovados. En ese sentido, se hace preciso observar la relación colaborativa de Chiljud con Imaginario, el proyecto solista de Martín Miguez, que a través de los años viene demostrando evolución desde un timeline no lineal.

Como músico joven, Chiljud tiene una voracidad por su arte. Le interesa todo. Quiere seguir aprendiendo, considerándose a sí mismo un humilde padawan en los caminos de una fuerza mayor. Comprende que, a diferencia de la vida real, la música ofrece una diversidad de aristas -posibilidades- desde donde crear, resolver, multiplicar y proyectar. En la voracidad de ese todo, quiere investigar probabilidades. Desde la improvisación hasta la música estructurada ofrecen aristas para crear algo diferente, para trazar un lenguaje fascinante que entable diálogos con la historia pasada mientras que, al mismo tiempo, permite rasgos idiosincráticos generacionales e individuales.
Duque transita la pulsión. Tanto en su hacer musical como en su aprendizaje. Se trata del rasgo de estudiante abocado, de quien entiende que la curva ascendente todavía depara muchas lecciones. ¿Cuánta sublimación hay en su hacer musical? La profundidad emocional se entremezcla con la estética, sin contraponerse. Chiljud intenta encontrarse ahí. No tanto en un punto, en todo caso parece interesado en explorar, mandarse por un lado u otro, tensando la cuerda, curioso por encontrar resultados propios.
Entendiendo la multiplicidad de roles que elige llevar adelante -sideman, solista, invitado ocasional, integrante de un grupo, socio musical- disfruta la responsabilidad que le llega, encontrando la forma de potenciar desde su lado.
Con fruición, habla con una fascinación por el hacer de un tipo enfocado que tiene la posibilidad de ser profesional y va a aprovechar la distancia, llegando a fondo. En ese sentido, su voracidad se convierte en proyección del hacer. Quiere permitirse explorar y crear, potenciarse con los demás, habitar las posibilidades de ser tanto un actor de reparto como un protagonista estelar o un director musical que arma desde los planos laterales. Al final, Chiljud habita la música desde aquella máxima de Miles Davis que sostenía que lo fundamental de cualquier jazzista es tener ideas y saber proyectar su arte. En eso anda. 

 

Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard 

 

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