ESE TIPO LLAMADO FERNANDO MARTÍN PEÑA

En la ciudad para presentar el ciclo Filmoteca en vivo, impulsado por el Cineclub Rosario, Peña recorre algunas de las facetas que hacen a su vida. Perfil no lineal de un hombre que comprende al cine como un arte del encuentro.

 

Divulgador, cineclubista, rastreador, archivista, hábil declarante, restaurador, escritor, amante de los gatos, protagonista de un documental, conductor de televisión, profesor y director de festivales como BAFICI y Mar del Plata. Toda esa lista se aplica, de alguna forma u otra, a Fernando Martín Peña. No obstante, de entrada, él aclara que no sirve para nada. Lo reitera en distintas oportunidades, entre gestos incrédulos, hasta que sonríe, cómplice. “Me sacás de acá y no sé hacer nada”, afirma, levantando los brazos.
Definir ese acá podría ser complejo. Pero es en vano darle tanta vuelta. El acá de Peña es el cine.
“No sé hacer otra cosa. No tengo idea de nada. No soy agrimensor. No sirvo para nada. Solo sirvo para ver películas y mostrarlas. Siempre amé ver cine. Me fascina el cine desde cualquiera de sus perspectivas y no sé hacer otra cosa, no sé filmar. No tengo nada de artista en mí, nada. Nunca he querido expresar un carajo”, dice.
Habla con un tono neutro que potencia sus salidas, tanto las humorísticas -puteadas de por medio- así como también las concienzudas, allí donde política, historia y futuro están intrínsecamente vinculadas.
Lo hace frente a un pequeño auditorio en el Salón Sevilla del Hotel Riviera, en ocasión de un conversatorio sobre el valor del soporte fílmico, la importancia de la conservación, y la asfixiante situación de la industria audiovisual ante el desfinanciamiento del INCAA ejecutado por el gobierno de Javier Milei.
El conversatorio funciona como presentación oficial de Filmoteca en vivo, un ciclo de dos días donde se proyectan seis largometrajes en 16mm, en la Sala Auditorio de la Asociación Médica. La gestión corre por parte del Cine Club Rosario, quien recibe a Peña e invita a toda la comunidad de la región.
La cita del viernes confirma una de las tantas virtudes del cine: es un medio que congrega a lo colectivo.
Acompañado por el periodista y docente Leandro Arteaga y el cineasta Rubén Plataneo, director del Bafici Rosario, integrante y programador de la Comisión de Cine Club Rosario, Peña conversa, comparte y escucha. La mesa se convierte en un punto de debate que abre la palabra al público.
La locuacidad cansina de Peña promueve reflexiones de todo tipo. Desde la espontaneidad de la escucha, aparece una idea: el listado de oficios y actividades antes mencionado debería incluir el rol de amable mentiroso. Peña, el amable mentiroso. Su fruición sobre la materia cinematográfica, analizando procesos históricos y políticos, desgranando periodos estéticos, explicando el funcionamiento técnico de formatos y soportes, comprendiendo con sensibilidad las arterías culturales de las provincias argentinas, hace pensar que es un gran mentiroso cuando afirma no saber hacer nada o cuando sentencia que nunca tuvo interés en expresar algo. Patrañas. Da la pauta que Peña, a su modo, hace más cine que muchísimos personajes que se cuelgan rótulos de realización o se atreven a llamarse gestores del séptimo arte. ¿Hacer cine es estrictamente filmar, dirigir, producir, editar, etc? ¿O dedicarle la vida al cine no es hacer cine? ¿Acaso pensar el cine no es hacerlo?
Farsante o mentiroso. Puede ser. Debería considerarse mejor. Sí tengo una certeza: Peña mantiene la fascinación de un niño cuando habla de cine. De alguna forma, conserva hasta el día de hoy esa magia iniciática del descubrimiento. Luego de transitar por décadas y décadas el cine, de verlo desde sus entrañas y hacia afuera, su mirada maravillada no se opaca. Admirable cualidad, no dejarse apagar por lo aprendido en la trastienda. Fernando Martín Peña, el de la fascinación intacta.

Peña tiene mucha claridad sobre sus múltiples roles. Cuando alguien intenta definirlo, se mueve con agilidad verbal y cierto charme personal.
Pasa de ser encasillado. Fetichista no. Coleccionista tampoco, ya que le despierta connotaciones negativas luego de tantos años de haber tratado con esa especie especuladora.
Mejor mantener una perspectiva abierta. No hay necesidad de clasificarlo. No tiene interés alguno en eso. Lo expresa. Es un hombre claro. Fernando Martín Peña, the straight shooter.
Franco, dice lo que piensa sin plegarse a protocolos diplomáticos. Su impronta sincera constituye un valor, además de resaltar naturalmente en ámbitos donde abunda la especulación.
“Nunca he desarrollado ningún tipo de cintura política. En todo caso, será la de un elefante. No creo tenerla. Sinceramente, no sé qué sería”, afirma a RAPTO.
“Han coincidido, de pronto, algunas gestiones, con mi forma de pensar con respecto a algunas cosas y me han llamado para algunos festivales como el BAFICI o Mar de Plata.  Pero no sé qué tanto se dio esa coincidencia. Te puedo asegurar que en ningún momento estos breves pasos por la función pública me hicieron desarrollar algún cuidado”.
“Digo las cosas que pienso. A lo sumo, lo que sucede, es que los interlocutores saben que lo que digo es auténtico y que no lo digo en un sentido especulativo. Si vas a buscar lo que yo escribía hace 30 años en la revista Film acerca de los temas de política en relación con el instituto, tienen la misma línea”. 

Peña llega a Rosario directo desde Buenos Aires. Carga con los rollos y los proyectores de 16mm para el ciclo. El calor apremia, anticipando un verano precoz.
Luego de una siesta espontánea, baja al lobby vistiendo alpargatas, short y una remera de Escape Salvaje (Tony Scott). Cómodo, está listo para hacer las fotos. De cualquier manera, hace un aviso pertinente: “las fotos no son lo mío. No prometo nada”.
El público se acerca al hotel desde temprano. Hay quienes aprovechan el bar del hotel, entre café y refrigerios.
Para las 19hs la sala está completa. Los encargados de la sala tienen que agregar sillas y hay quienes deciden sentarse en el piso, sobre los pasillos.
Luego de estrechar manos, recibir y dar abrazos, toma lugar el conversatorio.
La convocatoria es contundente. Definir al público presente es una tarea delicada. Desde adolescentes hasta nonagenarios; desde estudiantes de cine hasta gestores culturales, pasando por productores, guionistas y periodistas. Por supuesto, el grueso del público se percibe como audiencia de Filmoteca. Hay quienes disfrutaron los años de continuidad en la Televisión Pública, otros llegaron a través de los posteos de Peña en Facebook.
Acá es donde el Peña divulgador prevalece, confirmando que la visibilidad lograda a nivel nacional está basada en Filmoteca. El vínculo desarrollado noche tras noche, en una complicidad directa e intimista, lo ubica bien cerca del afecto del público. El divulgador, entonces, también detenta algo de amigo y cómplice. Peña, el de cada noche.
La divulgación cultural desempeña un papel crucial en la preservación, el enriquecimiento y la democratización del conocimiento en la sociedad contemporánea. A lo largo de las últimas décadas, los avances vertiginosos en los medios de comunicación, las tecnologías digitales y el acceso global a la información han transformado radicalmente la manera en que las culturas se producen, distribuyen y consumen. En este contexto, la divulgación cultural se ha consolidado como un instrumento clave para acercar el patrimonio cultural y las manifestaciones artísticas a un público diverso, que abarca desde especialistas hasta ciudadanos comunes.

Uno de los logros más relevantes de Peña es haber logrado una audiencia transversal. Su llegada siembra conciencia y permite una reflexión necesaria en un país que tiende a no ejercer la memoria. La cinefilia cruza barreras políticas, estéticas y generacionales. Este auditorio no es la excepción.
“Me parece que hay dos maneras en las que se fue dando el tema del público. La primera, a través del trabajo bastante intenso en distintas formas del cineclubismo. Ya sea en el Cineclub Núcleo de Salvador Sammaritano, pero también en el Club de Cine con Octavio Fabiano, y después en toda otra muestra posible en la que yo he colaborado a lo largo de los años, desde los ochenta. Eso te pone en contacto con mucho público”, observa. “Después la tele, la Televisión Pública llega a todos lados, eso es lo que me parece que termina de consolidar ese público tan amplio que vos mencionás. Esto, en su momento, me lo había anticipado el mismo Sammaritano, que tuvo también programa de la Televisión Pública. Hasta el mismo Caloi siempre me contaba que, cuando más de una vez le propusieron llevar su programa al cable, él no quiso porque entendía que ese programa tenía una misión didáctica, digamos, formativa. Por ende, el mejor lugar para que estuviera era la Televisión Pública porque llega a todo el país. La ve toda la gente, sin ninguna distinción económica”.

El ciclo en Rosario presenta El Demonio Nos Gobierna de Ingmar Bergman, Este es el Romance del Aniceto y la Francisca de Leonardo Favio, y Los Terroristas de Edward Yang, el sábado. Al otro día  Hombres a Precio de Bernardo Spoliansky, Mientras Duerme Nueva York de Fritz Lang, y La Hora de la Venganza de Richard Brooks.
El viernes, durante el conversatorio, aparecen nombres de realizadores y realizadoras de todo el país, nombres que Peña fue conociendo y rescatando en su camino por las arterias de todo la Argentina, e incluso hasta en otros países.
Se habla de títulos particulares, clásicos universales así como también de obras incunables favoritas de los circuitos de nicho. Nadie se queda afuera. La charla es inclusiva, acercando data para quienes toman apunte en cuadernos universitarios, pero fundamentalmente salpicando interés por todos lados. Nadie se va impoluto del conversatorio: la curiosidad picó, de alguna forma u otra.
Mientras Arteaga, Peña y Plataneo hacen gala de un conocimiento detallado de la historia del cine, dando una pequeña cátedra sobre la industria del cine en Argentina y enfocando en provincias como Santa Fe, Entre Ríos y Misiones, los rostros sonrientes y contagiosos de violenta provocación pulp noventera de Christian Slater y Patricia Arquette asoman desde el pecho del curador invitado.
Si la remera de Escape Salvaje encuentra cierta armonía -o al menos no desentona- con títulos documentales independientes de hace cincuenta años es porque la propia figura de Peña supo alejarse de los snobismos que pululan en los circuitos cinematográficos.
Parte de la llegada transversal que Peña logró se debe a su amplitud estética, dejando de lado posturas pedantes, teniendo una visión integradora del cine. Convivencia y potenciación, sí, pero también comprensión y disfrute.
Peña sostiene una apertura desprejuiciada con respecto a los consumos culturales. En ese sentido, sabe disfrutar -y bancar- al cine de género. Esa postura no debería ser sorpresa, sin embargo, a cuarenta días de comenzar 2025, todavía hay sectores que consideran al cine de género como algo menor, ejerciendo su condescendencia highbrow.
“Me parece una posición superada la de subestimar al género. No podría decir que la encuentro muy seguido, la verdad”.
“Creo que ya superamos esa etapa de pensar a los géneros como una forma subsidiaria o secundaria del cine, o la oposición entre cine de género y cine de autor. Son todas discusiones que se dieron ya hace muchos años y están, si no resueltas, hoy no tienen ningún interés, ningún sentido”, considera.
“El interés, la curiosidad y parte del amor que el cine me provoca tiene que ver con su inabarcable diversidad, que vos te zambullís en un lugar que no tiene fronteras, no tiene límites. Estamos llenos de límites y fronteras por todos lados y el cine no tiene ninguna. Entonces, inventarlas a través de la crítica, o de la ponderación así caprichosa de una generalidad que no es más que un recurso teórico, por sobre otra generalidad, ya no me parece fértil como discusión”.
“Además no creo que represente ni la realidad del cine del presente, ni del pasado, tampoco. Es como el tema de Scorsese con las películas de superhéroes: un poco estoy de acuerdo con Scorsese y un poco no.  Al mismo tiempo podría decir que algunas películas de Scorsese, la verdad, me parecen pésimas. No puedo creer que el mismo tipo que hizo Toro Salvaje haga alguna de las películas recientes y exactamente lo mismo puedo decir sobre las películas de superhéroes. La misma frase que acabo de armar funciona igual si en lugar de Scorsese ponés películas de superhéroes”.
“Ahí hay películas que encantan como Watchmen (Zack Snyder) o las primeras Spiderman de (Sam) Raim. Me parecen grandes películas. Después, en ese género hay otras que son siempre lo mismo, ya repetido. Me parece que no tienen la imaginación que sí tienen las historietas de donde salen”.

Peña vive en Villa Madero, partido de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires. Su casa fue modificada para convertirse en una cinemateca donde conserva materiales fílmicos. Cientos de latas distribuidas y ordenadas en cinco habitaciones climatizadas para resguardar la cualidad orgánica del material.
A sus 56 años, su casa devenida cinemateca es parte de la mística alrededor de Peña. ¿O será al revés? ¿La cinemateca devino en su casa? Podemos encontrarnos a mitad de camino: la cinemateca es su hogar.
En ese reducto repleto de historia y tesoros asoma un aspecto no tan conocido de Peña: el amante de los gatos. La cinemateca es también el hogar de siete felinos.
“Los gatos son un amor en sí mismo”, dice, esbozando una sonrisa.
“Son muy cariñosos, son unos bichos que te devuelven un afecto tremendo, pero no te están encima todo el tiempo como un perro, que necesita realmente de vos y que la pasa mal cuando no estás. Los gatos son tradicionalmente bastante autónomos. El gato, cuando no estás le importa, pero se arregla, no sufre. No podría tener una mascota demandante”.
Es sencillo romantizar la escena: el caserón de muros robustos, con cuadros de afiches originales en las paredes y las habitaciones plagadas de montañas de latas, con los gatos saltando, felices, en un parque de diversiones tan excéntrico como único.
La fantasía, no obstante, no dura demasiado: “mi casa es grande, pero los gatos no andan por el depósito, andan por el garage que es donde tengo una cantidad de material que en realidad tendría que tirar, pero que no me da el corazón tirar. Son películas incompletas, películas repetidas y un montón de cosas que alguna vez tiraré. Por ahí sí andan los gatos, pero dentro del depósito no se meten, no lo tienen permitido”.
“Los gatos son bichos que siempre me gustaron mucho. No he visto dos gatos iguales, tienen una personalidad muy definida cada uno de ellos. Conmigo son muy amorosos. He tenido incluso una gata, por ejemplo, que era malísima con la gente, pero a mí me amaba y eso a mí me emocionaba mucho. Hace más de 30 años aprendí que el gato tiene misterios, por algo los egipcios los tenían en tanta consideración”, concluye.

En el conversatorio todas las ubicaciones están ocupadas. Hay personas sentadas en los pasillos y una platea de gente parada, hacia el final del salón. El cuarenta por ciento es joven, entre 17 y 30 años. Nada para mal para un docente que algunos años atrás sintió una brecha generacional con sus alumnos.
Peña, no obstante, sigue ejerciendo la docencia. Mejor aún, sigue logrando la atención de la juventud por encima de los recintos formales. De nuevo la transversalidad.
La conexión es el cine, siempre. Aunque hay una misión superadora: lograr una cinemateca nacional. Esa meta parece ser el punto de encuentro definitivo entre toda la comunidad que aquí se nuclea.
Desde hace años Peña es uno de los principales impulsores para la creación de una Cinemateca Nacional, que tiene ley propia desde 1999, pero nunca se puso en marcha.
“Hay una Cinemateca Nacional en Uruguay, también en Brasil, Colombia, México, China. ¿Saben a dónde no hay? Acá”, dice el director del área de cine del Malba.
“El Estado comenzó a intervenir en la producción de cine nacional en 1947, pero desde ese momento hasta hoy no existe una política de conservación que sea articulada coherentemente”.
La paciencia pertinente terminó hace años. El reclamo es parte lucha, parte militancia. Afortunadamente, Peña no está solo. Por todo el territorio argentino, la comunidad es parte del reclamo. Aun cuando la primavera libertaria arrasada a diestra y siniestra con la producción audiovisual, nadie pierde las esperanzas, puesto que aún en los periodos más retrógrados se lograron avances considerables.
De esa forma, el conversatorio reporta ánimos para seguir adelante.
“Cuando veo tanta gente joven, te da la sensación de que no estás hablando solo”, afirma.   “No soy el único loco en el desierto que está gritando que hay que conservar las películas. Esa causa, que por alguna razón misteriosa en la Argentina está muy demorada, sea entendida y tomada por gente de otras generaciones que ni siquiera conocieron el fílmico, es estimulante. Somos muchos involucrados en este objetivo”.

La charla del viernes concluye con un aplauso cerrado. La gente se acerca para saludarlo: más fotos, más cariño, más abrazos.
La misma escena se repite el sábado y el domingo.
Fernando Martín Peña, un tipo querido.

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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