Dekadencia, Chicle Dinamita y Nasty Neighbours celebraron una noche de encuentro en Casa Mona. En una contemporaneidad signada por agendas homogéneas, las vertientes de la comunidad punk sostienen razones para divertirse y estrechar lazos.
Eterna gratitud al punk y sus diversas vertientes porque, en tiempos de agendas homogéneas, seguimos encontrando allí una razón para divertirnos, saltar y desprotocolizar, sin pedirle permiso a nadie.
Habitamos una época donde el algoritmo mata la espontaneidad. Una ocasión de divertimento impredecible es un raro regalo para no dejar pasar.
La locación es Casa Mona. La cita es una propuesta entre Ficha y Old School, con tres bandas en vivo: Chicle Dinamita, Dekadencia y Nasty Neighbours. El lugar está ocupado por un público que va desde los 20 hasta los 50. El invierno relega su presencia. El patio al aire libre es tentador.
Dentro de la sala, con todo dispuesto para que arranquen las bandas, suena una lista, en plano DJ fantasma. En el patio, ocupado por una feria que incluye ropa, historietas, vinilos, cassettes, compactos, zines, parches y stickers, Bruno, de Zumbo Art, termina como selector improvisado. Suenan Misfits, Johnny Cash, Alice in Chains y Black Sabbath. Un oficio tan espontáneo como gratificante. Zumbo DJ suma puntos a la velada.
Contra una pared, Ficha dispone de una consola diminuta, pero poderosa, con decenas de joyas de Family Game. La gente se toma el turno para jugar, de a pares. Sale el Mario, Snow Bros, Bubble Bobble y Pac-Man.
La barra ofrece bebidas a precio amable. El Amargo Obrero gira, entre bandas y público, como elixir popular.
“No me gusta tomar antes de tocar”, avisa Fer, guitarrista de Dekadencia. “No sé, seré chapada a la antigua”, bromea, sonriendo. Algunas de sus compañeras de banda están en feria, con el merch, otras en el camarín, terminando de outfitearse. Mientras tanto, Kimi y Estefi de Chicle Dinamita juegan su partida de Snow Bros.
La gente llega temprano. La situación se presta para relajar. Después de todo, es viernes por la noche. Con una primera oleada de catering para las bandas, los horarios se sostienen. Músicas y músicos cenan. Algunos lijas ajenas se enganchan. Suele pasar.
El punk, que emergió a mediados de los años 70, no solo revolucionó el panorama musical, sino que también rescató la esencia lúdica y divertida del rock. En una época en que el rock progresivo dominaba con su complejidad, el punk ofreció una vuelta a lo básico: la energía cruda y la diversión sin complicaciones.
El punk abrazó la imperfección y la autenticidad, rescatando el sentido de diversión y rebeldía que a menudo se perdía en la búsqueda de la sofisticación técnica. Su estética DIY (hazlo tú mismo) no solo permitía a los aficionados participar en la creación musical, sino que también promovía un espíritu de comunidad y autoexpresión.
Hay un aspecto del punk rock que a menudo pasa desapercibido: su innegable capacidad para ser increíblemente divertido. Desde sus raíces hasta su influencia actual, el punk rock ha mantenido una esencia lúdica que se refleja en sus melodías, letras y la actitud de sus seguidores.
¿Qué tiene que ver ese derrotero con una noche de septiembre? Todo. Rosario, provincia de Santa Fe, año 2024: una ciudad en un pseudo estado de ocupación por parte de gendarmería, policía federal y fuerzas de seguridad locales, regida por una administración javkinista conservadora que se acerca lentamente al libertarismo de moda. Supervisada por un gobernador que, entre sus primeras palabras del discurso de victoria hace un año, saludó a las filas policiales y hoy reprime a los maestros, mientras facilita los fondos estatales para que evangélicos y curanderxs se asienten en suelo santafesino.
La cosa se puso seria en pocos renglones. Sin embargo, el tono es pertinente: en un panorama oscuro, divertirse por unas horas es algo más que una escapatoria, se trata de un salvoconducto necesario para seguir conectadxs con aquello que nos hace sentir vivxs.
En tiempos de capitalismo embrutecedor, cuando la tormenta se cierne peligrosamente cerca, hay un faro en el júbilo liberador del ocio, la risa y las canciones directas.
Cuando la seriedad pesa, el discurso es cínico y la mentira se prefiere antes que la verdad, es en la risa sincera, donde la esencia encuentra algo de refugio.
Parafraseando a Lou Reed: “La música te devolvió el ritmo para que pudieras soñar”. Quizás sea en estos reductos donde podamos empezar a imaginar-construir otra Rosario.
No sería desacertado afirmar que hay algo de comunidad esta noche. La vieja escuela se encuentra con la energía pujante, Ficha como un nuevo espacio de júbilo, Casa Mona como una sala amigable, sobrevivientes Old School todavía necesitados de música en vivo, Dekadencia y Chicle Dinamita, con integrantes que, si bien jóvenes, cargan con largos años de experiencia, tocando desde adolescentes, siempre luchando por generar canales de expresión renovadores y lograr espacios seguros. En ese sentido, es lógico que Priscila de Chicle Dinamita agradezca frente al micrófono la oportunidad de tocar con sus cámaras de Dekadencia, puesto que transitan la escena desde hace décadas, comenzando en épocas adversas, cuando eran contadas las pibas en los escenarios.
Desde sus expresiones primales hasta sus actuales manifestaciones multifacéticas, el punk supo construir y reconstruir comunidades a lo largo de las generaciones. Cada ola de punk ha aportado nuevas perspectivas y ha abierto nuevas avenidas para la autoexpresión y la resistencia.
Hoy en día, el punk sigue reinventándose. La era digital facilita la creación de comunidades punk que cruzan culturas heterogéneas. La punkitud se fusiona con otros géneros y movimientos sociales. El punk feminista, el Queercore y el punk ambientalista están ganando terreno, con grupos que utilizan la expresión ruidosa como una plataforma para abogar por la igualdad de género, los derechos LGBTQ+ y la sostenibilidad ambiental.
El punk ha demostrado ser una fuerza adaptable y resiliente, capaz de reinventarse mientras sigue fiel a sus principios fundacionales de desafío y autenticidad.
Cuando el escenario se enciende, la sala luce parcialmente ocupada. Son las bandas locales quienes convocan, aunque también hay curiosidad por descubrir al cuarteto visitante.
Desde que se reformuló hace unos pocos años como Chicle Dinamita, la banda capitaneada por Pris en guitarra y voz viene encauzando su sonoridad, fecha tras fecha. El proceso, si bien extenso, exhibe sus frutos desde el año pasado, cuando el proyecto se estabilizó con Kimi en sinte y Serafín en batería. Además, el grupo tiene el acompañamiento de Beto en la trompeta. Finalmente, completa la formación Estefi en bajo.
Con una base en el surf garage punk, pero por momentos oscilando hacia estallidos de Riot Grrrl, Chicle encuentra su mejor forma cuando el sintetizador toma la delantera y Pris se descubre como una guitarrista de cuidado: no se trata de ser virtuosa, sino de dominar el oficio de su instrumento, explorando la calidez sónica del legado de The Ventures, con la noble misión de poner a bailar a la gente.
Tocan «Calle», «Abu Dhabi» y su versión de «Tiburón» de Las Piñas, entre otras.
El modelo garagero le sienta bien al grupo. Sus apariciones enchufadas dejan saber que la banda se asienta y crece. Algunos meses atrás, en ocasión de la apertura del nuevo local de Chunli Tattoo, Chicle tocó en formato proto acústico, probando que las canciones se sostienen, más allá de los cambios. En ese sentido, la tímbrica de las voces de Pris y Kimi, junto al sinte y la guitarra surf, con puro pop bubble gum, sostenido por el toque de Serafín, que privilegia agilidad por sobre muscularidad.
Hay algo que hace una diferencia en Chicle Dinamita: el grupo no parte desde la obviedad surf rock, poniendo la guitarra al comando. La electricidad y los efectos de reverberación están, pero el ritmo contagioso se construye de forma gestáltica. La construcción es la suma de las partes, y no tanto un liderazgo particular.
Debe destacarse, asimismo, que el disfrute y descubrimiento de Chicle viene aparejado con sus apariciones en vivo, sin que la banda se atropelle para grabar, entendiendo que su mejor forma está por venir. La paciencia es una virtud.
La torre es el último EP de Dekadencia. Fue publicado pocos meses atrás, con un sonido punkore ochentoso. Las canciones son rápidas, contundentes y melódicas. Se trata de un nuevo ciclo vital para una de las bandas de punk más constantes de Rosario, más allá de los cambios de integrantes.
Actualmente la banda está formada por Sole en bajo, Flor en batería, Lola en voz y Fer en guitarra.
Dekadencia ofrece una amalgama de punk, hardcore y un toque de grunge con rasgos idiosincráticos bien nuestros. Sus canciones son ráfagas callejeras de una Rosario enorme, entre cotidianidad suburbana y hastío ante estructuras patriarcales que nunca terminan de caerse. Las Dekadencia siempre supieron qué hacer con ese hastío. Más importante: supieron cómo articularlo.
Si el mundo está jodido, se lo puede romper con una canción. “Ser el macho de la casa es demasiado para vos”, canta Lola en «Macho dominante». No trata de interpelar: ese barco partió hace rato, ya es tarde; ahora simplemente tomatelá, no hay nada acá para vos. Entendés o entendés.
Con la cruda voz de Lola al frente, el sonido de la banda es tanto una explosión de adrenalina como una exploración emocional profunda. Siempre impredecible, Lola se sale con la suya. Puede ser feroz, vulnerable y absurda. Con su tono áspero y desgarrador, transmite una autenticidad que hace que cada palabra resuene con una intensidad emocional casi única en la ciudad.
Dekadencia se permite jugar con el caos y la diversión, sin reservas para el qué dirán. Lola, ante todo, tiene el buen tino de descomprimir. Ahí aparece el factor de la espontaneidad. “Toda niña sensible sabrá de lo que estamos hablando”, comenta, a propósito de un inconveniente recurrente con su entrepierna.
Con música y espontaneidad, Dekadencia desarma las expectativas del público -y los medios- demostrando que la seriedad y el humor no tienen que ser mutuamente excluyentes.
Es un lugar común confundir autenticidad con gravedad o formalidad. Dekadencia deja en claro dónde se ubica. Al abrazar una actitud desenfadada y satírica, la banda desafía las normas del normas del punk local -repleto de testosterona, mansplaining, seriedad ceñuda, termos tocando mal- demostrando ser una banda más potentes y ajustadas que, además, ofrece un respiro absurdo, dejando una sonrisa en el rostro y una joda en la punta de la lengua. Donita Sparks estaría orgullosa.
Nasty Neighbours toca casi 16 canciones, algunas con introducciones y hasta algún interludio con esqueletos bailarines apareciendo desde en la sala. El objetivo es divertirse.
El cuarteto está integrado por Karina en voces y sinte, Hernán en batería, Lea en bajo y Emon en guitarra. Acaban de girar por Alemania y se nota: la banda suena con una contundencia propia del ejercicio cotidiano. Karina conecta, desplegando capacidad para ser anfitriona de un carnaval temático, entre surf psicodélico, riffs pesados y teatralidad.
Suenan «Walicho», «Zombie alarm» y «Bailando con esqueletos», canciones fáciles de cantar y con estribillos gancheros. La mayoría pertenecen a Nastysimo! su reciente LP, con 21 minutos de velocidad.
Se intensifica el volumen. Parece que el sonido va a ceder, pero no: el tacho se rompe y tiene que ser reemplazado de inmediato.
El público se interesa en la propuesta y se suelta, de a poco. Es la cantante quien tracciona el enganche del público, alternando presencia arriba y abajo del escenario.
La apuesta es lúdica, entendiendo al horror punk como punto de partida. No se trata de shock, sino de abrazar los fantasmas para bailar un rato, como un Halloween itinerante.
La lista se agota a medida que se acercan las 12. Como unas cenicientas punk, el final llega sobre la medianoche. Mientras Nasty Neighbours termina, ya con la simpatía del público, abajo, en calle Sarmiento, las luces de una camioneta de Control dicen presente.
“Terminan ya mismo o viene la policía”, advierte una inspectora, con tono prepotente. “Hubo llamados de los vecinos por el ruido”, afirma.
Arriba, la banda concluye justo a tiempo. No tienen idea que Rosario hace realidad su lema: los vecinos que nadie quiere tener.
Texto por Lucas Canalda
Fotos por Gaby Terre